Mi opinión

Mi hermano me preguntó sus dudas sobre el tamaño de su polla. Fui todo lo sincera que pude con él.

Mi hermano me pidió su opinión sincera y yo se la di. Pero tengo que explicarlo mejor. Sucedió en el mes antes de irnos de vacaciones, cuando pasábamos las calurosas tardes de verano en casa. Nuestros padres se iban a trabajar después de comer, si es que venían a almorzar, y nosotros intentábamos dormitar una siesta evitando que las horas de calor extremo nos hiciesen sudar más de la cuenta, y en general nos quedábamos traspuestos viendo la tele en el sofá.

Un día que estábamos tirados viendo una anodina película sobre un grupo de amigas casadas y divorciadas que iban de vacaciones por el Mediterráneo, mi hermano se levantó de repente y me dijo que se iba a su habitación. Me resultó extraño, pues estaba segura de que él ya se había dormido a la vez que yo. La película era aburridísima y verla a solas lo era más aún. Apagué la tele y me acerqué al cuarto de mi hermano, abriendo la puerta. Fue un error mío no llamar, pero realmente no esperaba ver nada indiscreto. Él estaba boca arriba en la cama, con los auriculares puestos escuchando música, aparentemente desnudo y masturbándose bajo las sábanas. Se me escapó un pequeño grito y él me vio entonces. El susto y el bochorno fue enorme para los dos.

—¡Perdón, perdón perdón! —me di la vuelta inmediatamente y me dirigí a la puerta.

—¡Espera, un momento! —rogó cuando ya había alcanzado el pasillo.

Me di la vuelta y lo miré ya tapado con la sábana hasta el cuello y con una sonrisa nerviosa.

—¡No se lo digas a Mamá! —me pidió realmente preocupado.

—¡Ja, ja, ja! ¿Cómo voy a decírselo? —se sonrió al comprender que la situación era incómoda para los dos—. Te dejo para que sigas.

—¿Cómo quieres que siga ahora? —su respuesta nos hizo reír a los dos.

—Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? ¿estabas viendo la tele y te han entrado ganas de pajearte? ¿sin más?

—Sí...

—Algo te habrá hecho... despertar.

—Bueno, sí. Ha sido la película de antes —lo miré extrañada—. Habían dos que estaban muy bien —lo miré aún más extrañada—. Las tetas y los...

—¡Pero si eran unas viejas! —en la edad que teníamos, cualquier persona con la edad de nuestros padres era una persona muy mayor.

—Ya... —se encogió de hombros.

—¿Cuál te gustaba más, Mary o Susan?

—Mary, y también esa otra, la pelirroja.

—Sí, esa era muy guapa y es verdad que tenía un pecho bonito. Todas tenían pecho, a vosotros os gustan con pecho —dije divagando mientras miraba mi escaso escote.

—No es lo único que nos gusta.

—Ya, pero mis amigas más tetonas son las que ligan más. Las otras siempre estamos de acompañantes.

—Vamos, no digas eso. Estás muy bien. A mis amigos le gustas.

—¿Sí? —me puse colorada, pues había un par de ellos que también me gustaban a mí—. Pero vosotros siempre miráis a las más tetonas.

—¡No te creas! —hizo una pausa—. Oye...

—Dime.

—No les digas nada, por favor...

—No lo haré, descuida —me dispuse a salir.

—Oye...

—¿Qué quieres?

—¿Te puedo hacer una pregunta? Es delicada...

—Dime —lo vi preocupado y me senté al borde de la cama.

—¿El tamaño del pene es importante?

—Ja ja ja ¿y eso?

—Je je je, no es un chiste, de veras. El año pasado Gerardo estuvo con Bea, y ahora Bea y yo estamos casi saliendo.

—¡Qué bien!

—Pero Gerardo tiene un buen rabo y me gusta Bea. No quiero decepcionarla cuando... ya sabes...

—¡No seas tan básico! Si le gustas a Bea, también le gustará tu... pilila.

—Pero...

—¡Qué bruto eres! Tu pene es normal, ¿verdad?

—¡Claro! Creo... —pensó en algo y dudó—. ¿Me das tu opinión?

—Sobre qué...

—Venga, no seas así —hizo el gesto de bajar la sábana más allá de la cintura.

—¡No!

—Es sólo un momento. Cierra los ojos, ábrelos cuando te diga.

Le obedecí, porque a pesar de todo tenía cierta curiosidad por ver el miembro de mi hermano. Oí el roce de la sábana al desplazarse y luego un silencio, pero reconocí cierta vibración en el colchón. Poco después un par de movimientos más energéticos me hicieron botar.

—Ábrelos.

Mi hermano estaba de pie sobre la cama, junto a mí, completamente desnudo y con la polla erecta a una cuarta de mi cara. No podía dejar de mirarla y me puse colorada.

—Bueno, ¿qué?

—No está mal, quiero decir, está muy bien.

Empezó a decaer la erección y se masturbó delante de mí de forma automática, para mantenerla dura. El movimiento de su mano me resultaba tan sensual como su pene.

—¿No es pequeña?

—¡Nooo!

—Pero la de Gerardo...

—¿Cómo es la de Gerardo?

Mi hermano volvió a masturbarse y su polla volvió a hincharse y terminó apuntando al techo. Se agarró el capullo con el puño cerrado y estiró el pulgar.

—Más o menos así de larga—me puse más colorada aún al imaginarme cómo calzaba Gerardo.

—¡Vaya! —dije. Él me miró preocupado y tuve que darle ánimo—. La tuya no está mal tampoco. Creo que no deberías preocuparte.

Volvió a masturbarse para tener la polla tiesa. Esta vez ninguno de los dos habló y continuó un rato hasta que, algo avergonzado al darse cuenta de lo que estaba haciendo delante mía, paró.

—Sigue —le dije. Él me miró sorprendido—. Quiero ver cómo lo haces, si no te importa...

Y siguió. Su mano subía y bajaba con ritmo. El capullo poco a poco se hacía más brillante y se le iban doblando las rodillas. Entonces me dio vergüenza a mí y salí de la habitación, cerrando la puerta suavemente.

Después de aquello hicimos como si no hubiera pasado nada, continuando con nuestras tardes somnolientas y sosas. Un día que prometía ser especialmente duro al respecto, mi hermano dijo que se iba a su habitación y me quedé sola con el mando a distancia en la mano. Mientras mis dedos acariciaban los botones, sólo pensaba en que al lado mía él se estaba masturbando. Fui a encender el televisor, pero sabía que lo que viese y oyese no apartaría mi mente de lo que estaba pasando unos metros más allá. Una idea descabellada, ahora reconozco que fue una excusa boba, me impulsó a entrar a su habitación.

Como la otra vez, entré sin llamar. La habitación estaba en penumbra y él estaba como esperaba, en la cama, con las manos tras la cabeza, oyendo música mirando al techo, eso sí, el torso desnudo y las sábanas cubriéndole hasta el ombligo. Sentí un ligero alivio mezclado con algo de decepción al ver comprobar que no se estaba pajeando, y anduve por su cuarto hasta que llegué a una esquina. Me quedé quieta, mirándolo. Él me había estado ignorando, mirando al techo. Sin mediar palabra, y como si estuviera solo, metió las manos dentro de las sábanas y, tapado por ellas, se quitó los calzoncillos. Empezó a tocarse y respiré hondo. Cuando lo creyó conveniente, se destapó.

Su pene no sería como el de Gerardo, pero era imponente. Era gordote y tenía un buen tamaño. Me gustaba verlo tocarse y pensé que era un tonto si pensaba que a Bea no le gustaría hacerle lo que se estaba haciendo él. No nos hablamos y el único sonido distinguible era el chasquido de su piel mojada en cada movimiento. Cada minuto que pasaba hacía el ambiente más denso. La excusa que me di para ir a su habitación volvió a mi cabeza. Quería aprender a hacerle eso a un chico. Fui a hablar y me di cuenta de que llevaba un tiempo respirando con la boca abierta y que la tenía seca. Me senté al borde de la cama, en el mismo sitio que días atrás.

—¿Me dejas seguir?

Me miró sin saber qué decir. Yo lo entendía perfectamente, pues en cierta forma su pensamiento debía ser similar al mío: una mezcla de curiosidad, ardor, morbo... y una ausencia de deseo carnal previo. Tocar el sexo de mi hermano era algo inocente dentro de la pureza de mis sentimientos fraternales hacia él, pero también una sucia aberración que no debía tener lugar. Finalmente apartó su mano y pude tomar su miembro. Corroboré que era algo más grueso que los otros que había acariciado. Rocé la piel de su pene con el pulgar, recreándome en su firmeza y sus rugosidades. Empecé a masturbarlo y se encogió, visiblemente molesto, tal y como habían hecho los otros chicos a los que les había hecho eso. Entonces puso su mano sobre la mía y me hizo moverla más lentamente. Con un par de indicaciones fui tomando confianza y tras aprender a manejar su fisionomía, me animó a pajearlo con más ritmo.

Al empezar a maniobrar con más ardor su pene erecto, esa polla gorda y dura, sentí literalmente cómo se me mojaba el coño hasta la braguita, pero también que ya lo estaba desde bastante antes. Puso ligeramente su mano sobre mi muñeca y dejé de masturbarlo, descansando también mi brazo. Una gota brillante emergió de su mojado glande y la toqué con el pulgar y el índice para jugar con su textura. Le pedí que se pusiese de pie en la cama y empecé a masturbarlo de nuevo, solo que ahora lo veía todo más cerca. Tras varios movimientos volvió a doblar las rodillas y se sujetó las manos tras la espalda.

—Has aprendido bien, ahora a por la matrícula. Acaríciame también los huevos... con cuidado ¿eh?

Me tuve que ladear para poder tocarle el escroto por detrás mientras mantenía la otra mano en la polla. Nunca le había tocado los testículos a un chico y me gustó jugar con sus bolitas.

—¡No seas bruta, hermanita! —gimió.

—¡Sí, sí! —entonces me limité a mantenerlos en la mano, rozándolos con la palma.

—En cuanto veas que eyaculo, sigue pajeando pero apretando el puño todo lo que puedas.

—Los huevos no.

—Los huevos no.

Saber que él estaba cerca del orgasmo me animó a seguir con más determinación. Al igual que con el movimiento en el rabo, poco a poco pude acariciarle también el escroto sin que reaccionase negativamente a mi ardor. Sentí un leve movimiento en la polla antes de que un chorro saliera despedido hasta casi llegar a la pared de enfrente. Entonces apreté como me dijo y seguí masturbándolo. Salió otro chorro esta vez hasta apenas unos centímetros, pero los siguientes fueron hilos de semen resbalando por mis dedos. Seguí masturbándolo hasta que la polla se redujo a la mitad de su tamaño inicial.

—¡Guau! —dije.

Salí de la habitación y fui al lavabo. Abrí el grifo para lavarme las manos, pero antes me acerqué la que estaba mojada a la nariz para olerla profundamente. La pegué tanto que me mojé la boca de semen, no pudiendo evitar sacar la lengua y probarlo. Temiendo que me viera mi hermano, metí las manos bajo el chorro de agua y me enjuagué la cara.

Al día siguiente, en cuanto terminamos de comer mi madre se fue a trabajar, dejándonos a nosotros la labor de recoger la mesa y lavar los platos. Habíamos establecido unos turnos y ese día le tocaba a mi hermano las labores domésticas. Al acabar se asomó al salón y me dijo que se iba a su cuarto, así que fui tras él. Se desnudó y se tumbó en la cama, tocándose con el rabo muy menudo. Me senté pegada a él, junto a sus piernas y mirándolo de cara. En cuanto el pene tomó forma le relevé en el masaje, completándose la erección en mi mano. Eché saliva y nuestras pieles empezaron a resbalar, pudiendo gozar de cada relieve de su polla. Sonó el móvil de mi hermano, miró la pantalla y se sentó rápidamente.

—¡Es Papá!

Tras una corta conversación por teléfono, me dijo que en una hora vendría nuestro padre para llevarnos a un centro comercial. Con su rabo en mis manos, no supe qué hacer, pero él se tumbó de nuevo invitándome a terminar lo que había empezado. Volví a dejar caer saliva en el capullo y pasé mi puño cerrado por la verga, desde la punta hasta la base. La firmeza del pene abría suavemente mis dedos y me puse muy cachonda sabiendo que también podía abrirme otra cosa. No me lo pensé demasiado. Me quité las calzonas y las braguitas y me subí encima de su rabo. Dejé la punta a la entrada de mi rajita y, apoyada con las dos manos en su pecho, dejé caer mi trasero gimiendo como nunca había gemido. Mi hermano estaba dominado por las sensaciones de su polla, pero su cara no ocultaba cierto rechazo por lo incestuoso de aquello. Sabía que esos pensamientos se diluirían al momento y con su polla clavada dentro, empecé a frotarme contra su pubis. Su verga me llenaba plenamente y fui aumentando el recorrido adaptándome a la longitud del miembro. Finalmente, me puse en cuclillas y empecé a subir y bajar, tomando buen ritmo hasta que mis piernas dijeron basta.

Me tumbó en la cama y sacó un preservativo del cajón de su mesilla. Me abrió las piernas y me penetró de una vez, haciéndome gritar de placer. Animado por mi predisposición, inició un vigoroso bombeo acompañado de nuestros gemidos y el palmoteo de nuestros cuerpos chocando. Tras varios minutos recibiendo sus empujones, bajó la intensidad del ritmo y le rogué que no parase. Tenía su polla dura atravesándome y así la quería hasta el final. Mi coño estaba súper mojado y su verga batía mis efluvios haciendo mucho ruido. Me obedeció y empezó a gemir libremente, y lo abracé con mis piernas. Con el movimiento de vaivén restringido por mis muslos, su polla apenas podía bombear estando completamente dentro, y tras varios intentos para tomar impulso, finalmente se dejó caer en mi regazo, con el rabo dando espasmos dentro de mí. Cuando terminó de eyacular se irguió ligeramente antes de sacar el aparato y nos miramos. Como activados por un resorte, empezamos a reír de alegría.

—¡Guau! —dije.

—¡Guau! —me respondió antes de sacar con cuidado su pene.

El día siguiente fue largísimo hasta la hora de la comida, pero al terminar los postres mi madre nos anunció que al fin tenía un par de tardes libres. Mi hermano y yo nos miramos con complicidad mientras hacíamos muecas de decepción. Eso hizo que nos tomásemos con más calma el resto del día y los siguientes. Finalmente, llegó el día en que mi madre se despidió después de tomar el café mientras yo metía los platos en el lavavajillas. En cuanto se cerró la puerta de casa, me sequé las manos y dejé caer ahí mismo, en la cocina, los pantaloncitos y las braguitas. Con la camiseta de tirantes y el coño al aire me presenté en la puerta del salón. Mi hermano comprendió el mensaje y me dirigí a su cuarto.

Cuando llegó, me vio apoyada en la ventana, con el culo en pompa hacia él. Yo miraba fuera, donde todo eran persianas a medio echar y calles solitaria bajo un sol plomizo. Sentí sus manos en mi cadera, el roce de su pene por mi vulva, cada vez más cerca de la vagina. Abrí un poco más mis temblorosas piernas y enfiló mi rajita, metiendo algo más del capullo. No la quería ahí, la prefería dentro o fuera, pero me quedé quieta, observando cómo quería gozarme. Mi voluntad de entrega a él fue correspondida con una involuntaria y pequeña corrida por mi parte, lo cual terminó de empaparme. Sin meterla del todo y sin sacarla se acercó a mi oído.

—No podemos seguir con esto —no pude contestar y, de repente, lo único que quería era que sacara su pene de mí. Me eché hacia delante para liberar mi coño, pero como él estaba apoyado en mí, lo único que conseguí fue arrastrarlo conmigo y que su verga entrara aún más.

—Déjalo, por favor.

—Aún podemos una última vez —me dijo rogando—. Me gustaría muchísimo... es lo único que te pido.

A pesar de esa conversación tan poco estimulante, su pene estaba hinchadísimo dentro de mí y mi coño pedía a gritos que lo follaran. Tras el disgusto de comprender que él tenía razón en que no era algo sano lo que hacíamos, también me rendí a que yo también quería terminar esa última vez con un buen recuerdo.

—Vale... fóllame —tomó impulso con la cadera y me la metió hasta el fondo—. ¡Fóllame! plas ¡Ah! plas ¡Sí! plas plas plas ¡Joder, sí, sí! plas plas plas ...

Una persiana se cerró con un fuerte estruendo en algún punto de la calle y nos metimos dentro del cuarto, para estar menos expuestos. Me acerqué a la pared, para continuar con la misma postura, pero él me arrastró al armario, abriendo la puerta en cuyo lado interior había adherido un espejo por todo lo largo. Me puse contra la puerta y miré en el reflejo la expresión de su cara mientras me penetraba, y continué mirándolo con la follada. Nunca lo había hecho delante de un espejo. Observé mi boca jadeante, cómo me mordía los labios, la sensualidad de mis gemidos y mi respiración ahogada. Sus ojos, en una mezcla de sentimientos encontrados, entre los que destacaba el verme como un trozo de carne usado para satisfacerse, un sentimiento que era completamente mutuo. ¡Joder! Mi hermano follaba bien. Deseaba que Bea no fuese una imbécil y que le diese lo que él deseaba. Me dieron ganas de ver qué hacían en la intimidad, y me puse aún más cachonda pensando en esa escena de voyeur. Volví a centrarme en su polla entrando y saliendo. Su polla desnuda, empapada en mis efluvios... me estremecí y se me pusieron los pezones durísimos. Su polla desnuda... entre jadeos y gemidos confiaba en que él tendría algún control sobre el desenlace. Al pensar en su semen inundando mi coño sentí mi cuerpo tensarse como un arco, iba a tener un orgasmo.

Mi hermano sacó la polla y abrió el cajón de los condones. Me dejó con el coño palpitando, y durante unos segundos no supe si rompería en orgasmo o no. Pero sí. Mientras él se colocaba el preservativo, mis piernas empezaron a temblar y me ayudé frotando el clítoris. Mi hermano me miró asimilando mi corrida. Antes de que terminase la última sacudida, ya estaba siendo follada otra vez ante el espejo. Me quité la camiseta para hacerle tocar mis pechos.

—Me encantan, no sabes cuánto —dijo apretando el diminuto volumen de mis tetitas. Con esa tontería mi coño volvió lubricar innecesariamente la polla que me estaba llevando de nuevo al cielo.

" Quítate el condón, fúndete conmigo, derrámate dentro, quiero sentirte más ", quise decirle. Pero sabía que era una locura y que él se negaría. " Pues quítatelo y fóllame el culo entonces, sé el primero. Quiero sentirte completamente, haré lo que quieras ", le respondería, pero no estaba segura de querer hacerlo de esa manera. Mientras pensaba en eso, él ya me había dado tantos empujones que mi cara y mis pezones estaban pegados al espejo, y a cada arremetida, la puerta abierta chocaba contra el armario. Me cogió de las caderas y me echó hacia atrás, quedándome casi a cuatro. Tiró de mi pelo para que me mirase frente al espejo, empapado ahora de mi sudor y marcado por las huellas de nuestras manos.

Yo abría la boca más de lo necesario al jadear, en una invitación para que la usara si así era de su gusto. Yo me miraba gozando y lo miraba a él gozándome. Conseguí agarrarme al armario y dejó de oírse el traqueteo de la puerta, algo que me alivió porque los vecinos debían haber escuchado nuestros ritmos de apareamiento.

—Dame fuerte, y no pares.

Aumentó el ritmo de una manera infernal. Yo no podía dejar de gemir y empecé a perder el control de mi cuerpo. En un intento de sentir más, cerré las piernas y la polla obtuvo algo más de resistencia. Sentí como si me partiese en dos abriendo un cofre del placer que ignoraba que tuviese, pero aquello no duró mucho porque el tener el coño más apretado fue un estímulo que sobrepasó a mi hermano. Sus últimos empujones volvieron a pegarme completamente al espejo, gimiendo mi empalador como un animal. Supe cuándo empezó a descargar su polla porque la dejaba completamente dentro unos segundos extras en los que yo quedaba aplastada entre él y el espejo. Finalmente se apartó y me quedé apoyada en el armario tomando aire entre largos jadeos.

Fui al baño a ducharme, y en el trayecto sentí mi sexo en carne viva. Solo había estado con otros dos chicos y con ninguno había follado así. Estaba contenta, eufórica. Cuando mi hermano se aseó, volvimos a hablar de que esos encuentros habían acabado. Yo sabía que él cumpliría su promesa, pues siempre ha tenido mas control en todo. En cambio, estaba convencida de que lo único que me impediría tentarlo otra vez sería evitar hacerle daño. No obstante saqué mi lado juguetón.

—Oye, ya que me quedo sin diversión, ¿por qué no invitas un día a Gerardo?