Mi odiosa madrastra, capítulo 6

Un encuentro muy caliente entre León y su madrastra.

La intimidad que había surgido con mi madrastra el día anterior, me había dejado perturbado. Había llegado a la conclusión de que era una mujer anormal, que posiblemente tenía ciertos problemas psicológicos. Pero quizás la cosa era más simple de lo que yo imaginaba. Tal vez debería tomar como válido ese discurso que ya me había repetido varias veces: que ella confiaba en mí, que sabía que jamás le haría daño, ni me propasaría.

Yo había demostrado eso de sobra. Desde el primer día en el que empezó nuestra intensa convivencia, Nadia me había orillado a situaciones inverosímiles, en las que cualquier otro tipo no dudaría en propasarse, o al menos en tirarle los galgos para ver la reacción de ella. Es cierto que, en principio, mi rectitud inquebrantable se debía tanto al rechazo que sentía hacia su persona, como al hecho de que se trataba de la mujer que hasta hacía algunos meses, dormía con papá.

Pero de a poco, el desprecio fue reemplazado por una simple irritación, debido a lo torpe e impredecible que era. Además, la idea de que había sido responsable, al menos en parte, de la muerte de papá, cada día que pasaba se me antojaba más absurda.

De todas formas, seguía sin comprender a esa excéntrica mujer. Estaba claro que detrás de sus actitudes había una provocación hacia mí. Seguramente quería ver cómo reaccionaba. Era como si todos los días quisiera reafirmar que realmente era alguien de confianza, que de verdad podíamos hacer cosas juntos, sin que hubiera ningún malentendido. Cosas tan normales como que ella posara desnuda frente a mí, para que yo le sacara fotos.

Yo era de pensar que no debía huir de ese tipo de situaciones. Si de verdad era tan íntegro como yo mismo estaba seguro que lo era, no había motivos para hacerlo. Al fin y al cabo, un cuerpo desnudo no era más que eso. Y un culo era solo un culo. Aunque claro, el culo de ella no era cualquiera.

Pero la cuestión es que solía inclinarme a pensar que, mientras que ambos tuviéramos en claro que cuál era nuestra relación, no habría problemas. Sin embargo, por momentos, me daba la sensación de que entrar en todos sus juegos podía ser peligroso. Además, esos juegos parecían ir, de a poco, in crecendo. Eran cada vez más osados. Me pregunté, no pocas veces, si ella misma no estaría perdiendo el control de sus acciones. Otra cosa que me preguntaba, no en pocas ocasiones, era ¿qué relación teníamos realmente? Anteriormente había dicho que mientras tuviéramos en claro cuál era nuestra relación, marcharía todo bien, pero lo cierto era que dicha relación no estaba claramente definida. No éramos familia. Es decir, si ella se hubiese casado con papá hacía años, y hubiera contribuido con mi educación, podría haber sido una segunda madre para mí. Pero para empezar, ni siquiera contaba con la edad suficiente para serlo. Nadia estaba destinada a conocer a papá cuando yo ya fuera grande, pues él le llevaba más de quince años, por lo que nuestro vínculo parental estaba destinado a ser endeble.

Por otra parte, tampoco éramos amigos. Y aunque la noche anterior me había dado aquel cálido abrazo, y me había contado parte de sus motivaciones, así como la anécdota de Juan, el hombre de seguridad del edificio, estábamos muy lejos de ser amigos. Y de hecho, si bien por un momento me había enternecido —sobre todo cuando, después de que me abrazara, había descubierto que había largado unas lágrimas—, tampoco era que iba a dejar de caerme mal por haber compartido un momento como ese. Las cosas no eran tan fáciles conmigo.

Desde ya que no éramos ni novios, ni amantes, ni nunca lo seríamos. El hecho de que mi verga reaccionara cuando la veía desnuda, o cuando, por un motivo o por otro, me frotaba con su cuerpo exuberante, no significaba nada. Sólo era una reacción natural del cuerpo.

Así y todo, ahí estábamos los dos, conviviendo. Durmiendo a apenas unos metros el uno del otro. Cenábamos juntos, y hasta compartíamos otro tipo de actividades. Y la pandemia no nos dejaría separar por un buen tiempo.

Nunca hubiese imaginado que, a mis diecinueve años, así estarían las cosas. No por primera vez, extrañé mucho a Érica, mi exnovia. Pero tampoco por primera vez, admití para mí mismo que no se trataba de amor lo que me hacía añorarla. Era la estabilidad que tenía con ella. La seguridad que me daba tener una relación normal. Érica era mi novia. Con respecto a eso, no había muchas vueltas que dar. Nuestra relación estaba perfectamente definida, y los límites claramente marcados. Pero con Nadia todo era demasiado confuso.

Así que, a pesar de que ese extraño, imprevisto, tierno, y algo incómodo abrazo, parecía ser el preludio de una relación mejor entre ambos, había cierto temor en mi interior. Así que ese día hice todo lo posible por esquivarla. Estuve mucho tiempo en mi cuarto, y cuando ya no toleraba más el encierro, salía al balcón a leer. Nadia parecía entender mi distanciamiento. Era  como si el día anterior hubiéramos estado tan cerca, que ahora precisaba aislarme un momento, para no sofocarme.

Pero todo eso fue en vano, porque si bien había logrado hacer de cuenta que me encontraba solo en el departamento durante la mayor parte del día, las últimas horas sucedieron cosas que tiraron por la borda todo ese esfuerzo.

Todo comenzó cuando la vi saliendo de su habitación.

— ¿A dónde vas? —le pregunté, extrañado al ver su apariencia.

Era el quinto día del aislamiento social obligatorio y preventivo, y esa misma tarde, en los noticieros, habían confirmado lo que yo ya temía: la medida se extendería hasta el treinta y uno de marzo. Lo peor no era la extensión en sí misma, ya que, al fin y al cabo, sólo eran unos cuantos días más de lo que estaba previsto. Lo malo era que todos dudaban de que esa fecha realmente fuera la definitiva. Respecto al maldito virus, era mucho más lo que no se sabía de él que lo que se sabía, así que lo más probable era que antes de cumplir con el nuevo plazo, nos enteraríamos de que la fecha se correría hacia adelante nuevamente, pues los casos eran cada vez más numerosos, y parecía ser mucho más contagioso de lo que se afirmaba que era en un principio.

Era por eso que verla a Nadia, a punto de salir de la casa cuando ya estaba anocheciendo, y para colmo, vestida de esa manera tan llamativa, me llevó a pensar que se había hartado de la cuarentena, y había decidido rebelarse.

— Al supermercado —fue su respuesta, sin embargo, colocándose un coqueto cubrebocas negro con pintitas plateadas.

— ¿Al supermercado? ¿Y vas vestida así? —dije, sin poder evitar preguntárselo.

No era que me sorprendiera el hecho de que usara ropas diminutas, que dejaban muchas partes de su cuerpo al descubierto, pero ese vestido negro, corto y ceñido, que lucía en ese momento, era más para ir de fiesta que para andar por el barrio casi desierto, unos minutos antes de que todos los negocios de la zona cerraran. Además, se había puesto bastante perfume, y se había arreglado el pelo, que ahora estaba completamente lacio y prolijamente peinado.

— No necesito más motivo que ese para ponerme linda —respondió, sin inmutarse ante mi asombro—. ¿Estoy bien así? —preguntó después, dando una vuelta, para que yo pudiera verla desde todos los ángulos.

— Sí, qué se yo —respondí.

Nadia salió apurada, pues si no lo hacía, el supermercado cerraría antes de que ella llegara. Había esperado hasta el último momento para hacer las compras, la torpe.

Quince minutos después recibí un mensaje suyo. “¿Me ayudás con las bolsas?”, decía. Resoplé, fastidiado. ¿Qué se había puesto a comprar?, me preguntaba. No sabía que era de esas mujeres que iban a la tienda por un par de cosas, y salían de ellas con un montón de bolsas repletas de mercaderías que en realidad no necesitaban. De todas formas, ya me estaba cansando del aislamiento. Para alguien como yo, que no trabajaba, y que aún no comenzaba a cursar las clases en la universidad, el encierro se estaba haciendo muy duro. Así que salir a tomar un poco de aire fresco en la noche no me haría nada mal.

Cuando salí, ella ya estaba a media cuadra.

— Pero si no estás tan cargada —dije cuando la vi, sintiéndome estafado.

Mi madrastra llevaba cuatro bolsas llenas de mercaderías. No era nada con lo que no pudiese lidiar una chica joven y deportista como lo era ella.

— Qué raro, vos quejándote —fue lo único que atinó a contestar.

Me entregó tres de las cuatro bolsas, quedándose con la más liviana, y volvimos al departamento. En los pocos metros que caminamos juntos, las escasas personas que andaban por la calle, haciendo las últimas compras del día, o paseando a sus mascotas, fueran hombres o mujeres, no disimularon su fascinación al ver a Nadia. A pesar de que solo podía ver sus ojos, debido a que todos iban con cubrebocas, estos eran sumamente expresivos. Y es que ella tenía su tonificado y voluptuoso cuerpo, que parecía a punto de explotar, dentro de ese diminuto vestido negro, el cual apenas alcanzaba a cubrirle las nalgas. Su piel aún conservaba algo de su bronceado. Su pelo rubio, largo, bailaba al ritmo de la brisa otoñal. No hacía frío, pero el clima ameritaba al menos un suéter, por lo que eso era otro detalle que la hacía resaltar en el paisaje otoñal. Además, yo que la tenía de cerca, pude notar que sus pezones se marcaban en la tela, dejando en evidencia que carecía de corpiño, y que además los tenía duros.

Entramos al edificio. En ese momento me percaté de que Juan se encontraba en la recepción. Supuse que Nadia había esperado a salir en el último momento, y se había producido tanto, debido a eso. Quería forzar un encuentro con él. No era tan torpe después de todo. Estaba resentida con él, debido a lo que había pasado el día anterior, y quería verlo sufrir. En este punto yo le daba la razón. El tipo había demostrado ser un verdadero imbécil. Todavía no se me iban las ganas de hacer que lo echen.

Ella le clavó una mirada intensa y fría a la vez. Juan la saludó con un movimiento de cabeza, y susurró un “hola” que apenas oí. Casi pareció pronunciar la palabra con temor, y tenía sus motivos para sentirse así. Ella no le devolvió el saludo. Pude ver cómo el tipo pareció encogerse, ahí en su asiento detrás del escritorio. Me dio la impresión de que pretendió mostrarse impasible y digno, pero le fue imposible ocultar su turbación. Probablemente en ese punto se había arrepentido de lo que había hecho y de lo que había dicho, pero ya era tarde para eso. Como toda buena mujer despechada, sabiendo que poseía una gran ventaja en contra de él, ya que Juan se sentía tremendamente atraído por ella, mientras que Nadia, en el mejor de los casos lo tenía a consideración, junto con una centena de otros admiradores, mi madrastra pensaba aniquilarlo con la indiferencia, arma letal para hombres que se creían enamorados.

Así que ese era el castigo que le tenía preparado al pobre infeliz. Algo simple, pero para alguien como él, que por lo visto estaba obsesionado con ella, sería muy duro. La vería pasar todos los días, siempre viéndose increíblemente sensual, restregándole su belleza en la las narices. Ella ni siquiera se molestaría en saludarlo, y si él cometía el error que acababa de cometer, de saludarla, sólo se encontraría como respuesta con un gélido mutismo. La frialdad del desdén podía ser devastadora para alguien como el hombre de seguridad, quien parecía incapaz de controlar sus emociones. Y sospechaba que, el hecho de verla vestida así, conmigo a su lado, entrando al ascensor, para dirigirnos a nuestro departamento en el que vivíamos solos, le daría mucho en qué pesar. Ahora, hasta me daba un poco de pena el infeliz.

El ascensor, un cubículo viejo y tembloroso,  se cerró, y quedamos solos en el pequeño espacio.

— Bueno. Por la cara que puso, tu plan pareció funcionar. Ahora su castigo serán sus propias fantasías. Su pobre cabecita debe estar trabajando a mil por horas —comenté. Pero ella sólo se limitó a sonreír. En ese momento empecé a sospechar que, en realidad, yo no tenía idea de lo que pasaba por la cabeza de esa mujer. Había sido muy arrogante de mi parte asumir que había adivinado tan fácilmente su estrategia, y estaba a punto de darme cuenta de ello.

De repente se corrió el cubrebocas hacia abajo y se me acercó. Si no hubiera tenido la experiencia del día anterior, en la que casi me convenzo de que mi madrastra me daría un beso en la boca, para luego desengañarme, en esta ocasión hubiera imaginado lo mismo. Pero de todas formas me asombré cuando se arrimó a mí. Torció un poco su cabeza hacia la izquierda, y me mostró su cuello, como si quisiera que se lo mordiera.

— ¿Te gusta mi perfume? —preguntó, con una sonrisa pícara en su boca de labios gruesos.

— Qué se yo —respondí.

No podía alejarme de ella, pues me encontraba en el rincón del ascensor. No había lugar a donde pudiera huir. Había dejado las bolsas en el suelo, pues el viaje en el lento ascensor podía parecer largo. Ella me imitó, soltando la bolsa que cargaba, y eso que casi no pesaba nada.

— Agarrame de la cintura y oleme el cuello —insistió.

Con sus ojos, señaló hacia arriba. Ahí me di cuenta de por dónde iba la cosa. En una de las esquinas superiores se encontraba la cámara de seguridad. No me cabían dudas de que Juan estaría viéndonos desde el monitor que tenía en su escritorio. Nadia se arrimó más a mí, haciéndome sentir sus suaves tetas naturales en mi torso.

No me divertía nada la idea. Me había costado mucho controlar mi erección cuando le había sacado fotos, totalmente desnuda, encima de su cama. Ahora que frotaba sus senos y su ombligo en mí, sería mucho más difícil lograrlo. Si me hubiera dicho que iba a hacer eso, antes de salir de casa, me hubiera negado rotundamente. Sin embargo, estando ya metido en su venganza, no me negué a participar en ella. Era como cuando, en una fiesta, alguien te insistía en sacarte a bailar, a pesar de que no tenías ganas de hacerlo. Negarse resultaba tan incómodo como hacerlo.

— Traje para cocinar canelones de jamón y queso —dijo ella, para terminar de convencerme, sin saber que ya no hacía falta. Conocía muy bien mi punto débil la zorra.

— No me vas a convencer siempre con la comida. Además, de todas formas vas a cocinar —contesté yo. No obstante, me quité mi cubrebocas y lo guardé en el bolsillo, luego la agarré de la delgada cintura—. Me gusta la salsa con mucha cebolla —especifiqué.

— Claro.

Mi respiración en su cuello le generó cosquillas. Se abrazó a mí. Mis manos estaban muy, muy cerquita de su codiciado orto. El perfume era realmente rico, aunque se había puesto mucho, para que la olieran no solo teniéndola de tan cerquita, como la tenía yo ahora, sino que cualquiera que se cruzara a unos metros suyo podría percibirlo, incluyéndolo a Juan, por supuesto. Pero yo no me limité a oler el dulce aroma. Apoyé mi nariz sobre su cuello, e hice un movimiento, a todo lo largo de este, casi llegando a su rostro, para luego bajar lentamente hasta el nacimiento de su hombro. Nadia se estremeció por las cosquillas que le generaba mi respiración, y se aferró más a mí. Sus enormes tetas se apretujaron en mi cuerpo.

Entonces me agarró del rostro, y lo puso frente al suyo. Ahora su nariz hacía contacto con la mía. Nadia hizo movimientos a derecha e izquierda, en un tierno beso esquimal. Luego se detuvo, y me miró a los ojos. Su expresión era seria. Por un instante no quedaron rastros de la alegría infantil que le generaba herir a ese tipo que la había agredido tanto física como verbalmente. Daba la impresión de que eso ahora no importaba.

— Me alegra tener a alguien como vos, que me apoye y que me respete, sin pretensiones, y sin confundir las cosas —dijo.

— No es nada. Aunque la verdad es que no me gustan mucho estas cosas —dije, pero no agregué que, por algún motivo, no podía evitar seguirle la corriente siempre que me arrastraba a esos juegos absurdos. Quizás estaba demasiado aburrido—. Pero bueno, por esta vez es para darle celos al boludo de Juan. Se debe estar retorciendo del veneno.

Nadia me dio un beso en la nariz, y luego otro entre el mentón y el labio inferior. Sentí la humedad de sus labios impregnarse en mi piel.

— ¿Qué hacés? —pregunté.

— Él va a pensar que son besos en la boca —explicó mi madrastra.

Era cierto. Ella le daba la espalda —y el culo— a la cámara. Y desde el ángulo en el que él nos estaría viendo, y considerando que parecía ser una persona sumamente básica, el hombre de seguridad no dudaría en dar por sentado que nos estábamos comiendo la boca.

— Voy a hacer de cuenta que sos mi pequeño hijo, y te voy a comer a besos como una madre cariñosa. Dejemos que él que crea lo que quiera creer —dijo.

— No digas boludeces —contesté, ya que eso de fingir ser una madre me pareció totalmente fuera de lugar.

Pero no tuve tiempo de seguir quejándome, porque sus labios impactaron de nuevo conmigo, esta vez un poquito más arriba, apenas esquivando el labio. Su nariz se frotaba con la mía. Nuestras respiraciones parecían estar sincronizadas. El aliento de Nadia largaba un fresco aroma a menta, y cuando sus labios, por un instante, se separaban, veía su lengua movediza, que parecía querer salir.

— Bajá un poquito más las manos —dijo ella, en un susurro que me pareció un ronroneo—. Que parezca que me estás tocando —explicó después.

Era un pedido inusitado. Mis manos estaban en su cintura. Si las bajaba sólo un poco, como ella decía, no es que iba a parecer que la estaba tocando, sino que realmente lo estaría haciendo.

Sin embargo, imaginé que a ella no le molestaría. Por algo me lo pedía. Deslicé los dedos sobre el vestido, unos milímetros, muy lentamente. Con eso bastó para que, al tacto, pudiera comenzar a percibir la enorme curva que hacía su cuerpo cuando terminaba la cintura y comenzaba el prodigioso trasero. La tela era suave y fina, y la creciente rigidez que iba sintiendo en mis dedos, resultaba más agradable al tacto, incluso, que tocarle directamente la piel.  Era una experiencia nueva, y peligrosamente agradable.

— Un poquito más —pidió ella, para luego darme un beso en la nariz, y sonreírme—. No pasa nada.

De todas formas, ya había tocado ese trasero anteriormente. Era cierto que en aquella ocasión la cosa estaba medianamente justificada, pues lo había hecho solo para ponerle bronceador. Pero en este caso la situación se me hacía aún más rara. Pero qué más daba. Haría de cuenta que estábamos actuando, que en realidad era lo que estábamos haciendo. Bajé la mano, solo un poco, y eso bastó para encontrarme, ya no con comienzo de su zona más carnosa, sino que ahora percibía la redondez y la firmeza de ese orto, en todo su esplendor.

Esta vez fui yo el que besó a Nadia, mientras mis dedos se hundían, solo un poco, en su tersa piel. Mis labios tocaron la comisura de sus labios, y luego bajaron hasta su mentón.

— Buen chico —me felicitó Nadia, susurrando.

— Más te vale que sean los mejores canelones que haya comido en mi vida —dije.

— Sos uno en un millón —respondió ella.

Entonces el viejo ascensor se detuvo, y la puerta corrediza se abrió. Nos separamos inmediatamente. Nadia agarró tres bolsas del suelo, y salió primero. En ese momento me di cuenta de que su vestido se había levantado, debido a las caricias —que creí que habían sido sutiles, casi imperceptibles para ella—, que le había propinado. No es que se hubiera levantado mucho, pero como ya de por sí era tan corto, y apenas cubría sus partes con lo justo, ahora dejaba ver el comienzo de los cachetes de su culo, y la prenda íntima negra que llevaba puesta.

— Esperá —le dije.

Agarré del vestido, desde su parte inferior, y tironeé hacia abajo, para cubrir su trasero.

— Gracias —dijo ella—. No me había dado cuenta. Que tonta.

Guardamos las cosas en la cocina. Ya era hora de que comenzara a preparar la cena, así que me dispuse a dejarla sola. Pero ella me detuvo.

— Esperá. Creo que sería bueno que aproveche este vestido. Sería una pena que sólo me haya producido así por el marrano de Juan.

— Ni me lo digas. Seguramente querés que te saque unas fotitos mientras cocinás —contesté, y como quería desembarazarme del asunto lo antes posible, agregué—: Bueno, empezá a cortar la cebolla, que ya mismo te las tomo. Ya me imagino cómo querés que sean. Enfocándote desde abajo, para que salga tu culo en primer plano ¿No?

— Estaba pensando en algo diferente —dijo mi madrastra.

— Acá vamos de nuevo —comenté, dándome cuenta de que lo del ascensor parecía ser apenas el comienzo de otra jornada bizarra.

Escuché atentamente su propuesta. Si bien ya casi había perdido la capacidad de asombro en lo que respectaba a Nadia, no me había visto venir lo que me proponía. Mi primera reacción fue negarme, como de costumbre. Pero Nadia esgrimió que no era muy diferente a lo que habíamos hecho hasta el momento, que no me preocupara, ya que tenía una confianza ciega en mí, y sabía que yo no me propasaría. Finalmente, cuando aún me mostraba reticente, insinuó que quizás, a partir de ahora, deberíamos empezar a turnarnos para cocinar.

Qué más daba, pensé yo. Qué le hacía una mancha más al tigre.

— Nadie va a creer que estás cocinando vestida de esa manera —dije, poniéndome en un lugar desde donde podría enfocarla bien.

— Pero es lo que estoy haciendo ¿No lo estás presenciando vos mismo? —contestó ella, para luego empezar a picar la cebolla sobre la tabla de madera que había puesto en la mesada.

— Sí, claro. Pero de todas formas, nadie lo va a creer.

Encendí la cámara del celular. Mi madrastra aparecía de espaldas, y un poco de perfil. Realmente era difícil imaginar que alguien que estuviera usando ese vestido, como si acabase de llegar de una fiesta, estuviera preparando la comida de esa noche. Sus zapatos de tacones altos, que le daban cierto aire de prostituta vip, tampoco ayudaban a que la escena pareciera cotidiana. Quien la viera, pensaría que Nadia no era capaz ni siquiera de encender la hornalla. Pero en lo que respecta a lo culinario, nunca pude decir nada negativo de ella, más bien al contrario, si me veía obligado a dar mi opinión, diría que es una excelente cocinera.

Yo la grababa desde la entrada de la cocina. Me había dicho que el video debía durar apenas dos minutos, así que, aún con cierta reticencia, me dispuse a hacer mi parte. Me fui acercando, dando pasos lentos, pero sin detenerme. Poco a poco, Nadia ocupaba más espacio en el visor de la cámara. Ella se limitaba a concentrarse en lo que estaba haciendo, fingiendo que no se percataba de que la estaba grabando. Sin embargo, se había corrido el pelo hacia el lado opuesto desde donde ahora la enfocaba, para que su cara saliera perfectamente de perfil, y todos se dieran cuenta de que se trataba de ella.

Cuando estuve muy próximo a ella, me senté en un pequeño banco que había colocado estratégicamente contra la pared que ella tenía detrás. Tomé su imagen desde ahí abajo, tal como me había enseñado unos días atrás. Su trasero pasó a ser el protagonista de esa corta película casera. No me cabían dudas de que en este punto, los futuros espectadores ya estarían con las vergas firmes como mástil.

Mi madrastra había tomado la idea de lo que nos había sucedido en el ascensor. Se subió el vestido unos centímetros, de manera que ahora la prenda no alcanzaba a tapar su pomposo orto en su totalidad, sino que las curvas de la parte inferior de sus nalgas, aparecían, insinuantes, a la vista. Ella extendió la mano, para agarrar una pequeña olla con un poco de aceite donde luego colocó la cebolla que acababa de picar. Pero sin embargo, nada de eso se vio por la pantalla del celular. Desde la posición en la que me encontraba, sólo pude captar cómo ella se estiraba e inclinaba a la vez, cuando agarraba la olla. Ese movimiento hizo que su culo saliera para atrás, y que el vestido se levantara un poquito más. Bajé un poco el celular. Ahí enfoqué perfectamente la tanguita negra que llevaba debajo del vestido.

Era una pose muy sensual, y esa prenda en particular, resultaba muy erótica. Si bien ella ya tenía incontables fotos entangada, era lo suficientemente astuta como para saber que este pequeño video, en donde se veía apenas una parte de la tela de su ropa interior, sería mucho más popular que otros en donde ya aparecía directamente en tanga.

Pero ella me había dejado en claro que no se conformaría con eso, y yo, sediento de orgullo quizás, había aceptado ser parte de su juego.

Miré la pantalla del celular. Todavía no se había cumplido un minuto desde que empecé a grabarla. Tragué saliva. Era increíble lo lento que transcurría el tiempo en determinadas situaciones.

No tenía sentido seguir esperando. Extendí mi brazo, el cual, en ese preciso momento, apareció en escena. De hecho, su enorme culo y mi brazo eran ahora lo único que aparecía en la pantalla.

Agarré el vestido desde su parte inferior, y muy despacito, lo fui levantando, sintiendo, a su vez, la suave piel, siendo rozada por mis dedos. Ahora sí, el absurdamente perfecto culo de mi madrastra, apareció al completo para toda la comunidad pajeril que la admiraba. Ella, fiel a su papel, seguía con lo suyo, como si no reparase en que alguien le había levantado el vestido hasta dejarlo a la altura de su cintura.

Entonces apoyé mi mano en uno de los imponentes cachetes. Y lo estrujé.

Ya tenía experiencia manoseando el culo de Nadia, pero esto era diferente. La primera vez, en el balcón, mientras le ponía protector, había pasado mis manos con mucha suavidad por todo su portentoso trasero, ejerciendo la presión justa y necesaria para poder aplicarle la crema. Me había internado en las partes más profundas de él, era cierto, pero la sensación de mi tacto estaba limitada por la intensidad con que la tocaba. Por otra parte, hacía unos minutos, en el ascensor, sí la había apretado un poco. Pero eso sólo fue por un instante, y además, era algo que hacíamos para que Juan reventara de celos. En esa ocasión había presionado, sí, pero sólo lo justo como para que, desde el monitor, él viera cómo los dedos se hundían, dejando pequeñas arrugas en el vestido.

Pero lo de ahora ya era obsceno. Mi mano estaba con los dedos extendidos, para abarcar la mayor cantidad de carne posible, y se cerraban en el glúteo de mi madrastra, apretándolo con violencia, hasta el punto en el que sentía cómo esa firme y redonda nalga se hundía en las partes en las que mis dedos hacían presión.

Después de unos segundos, la solté. Durante unos instantes el glúteo templó, para enseguida tomar su forma original. Aunque de todas formas, las marcas de mis dedos quedaron marcadas en su piel, casi como si le hubiese dado una nalgada.

Esto último me dio una idea. Nadia merecía una pequeña venganza de mi parte. Siempre terminaba logrando que hiciera lo que ella quisiera. Pero por esta vez, daría una pequeña vuelta de tuerca a las indicaciones que me había dado.

Entonces, sin previo aviso, alejé mi mano de su trasero, para luego volver a hacer contacto con él, pero esta vez, mediante un fuerte azote.

Nadia pegó un grito, dio un respingo, y después dio vuelta a mirarme, asombrada, aunque, para mi desgracia, no parecía disgustada.

Y entonces le di otra nalgada, en la parte más carnosa de su culo, viendo cómo este temblaba, como si fuera una fuente de agua en la que caía una piedra, para, en cuestión de unos instantes, recuperar su forma original. Y luego le di otra, y otra, y otra…

Vi cómo se iba enrojeciendo de a poco, hasta que todo el enorme cachete quedó colorado. Entonces continué con la otra nalga. Un  potente latigazo, que ya no la hacía gritar, pero si la instaba a detenerse en su tarea culinaria, y la obligaba a dar pequeños saltitos debido a la potencia de los golpes.

Apagué la cámara. Pero no me molesté en acomodarle el vestido. Me puse de pie. Vi que ella había hecho a un lado la tabla donde había empezado a picar ajo. Tenía el torso inclinado, y sus brazos apoyados en la mesada, como para ayudarse a hacer equilibrio.

— No te dije que hicieras eso —me recriminó. En su tono parecía haber decepción.

— No te quejes. Estoy seguro de que a los degenerados de tus seguidores les va a gustar lo de las nalgadas.

— Eso es cierto. Pero…

— Pero ¿qué?

— Así es como se empieza —dijo ella. Mientras hablaba, seguía exactamente en la misma pose en la que había sido grabada, con la vista hacia delante, y con su vestido levantado hasta la cintura, y sus nalgas enrojecidas a la vista.

— Así se empieza ¿A qué?

— Me prometiste que nunca ibas a hacer nada que no quisiera que me hagas —recordó ella.

— No seas tonta. Sólo le agregué algo a lo que vos misma me habías pedido que hiciera.

— Supongo que tenés razón —reconoció ella, ahora más convencida. Pero luego agregó—: ¿Y vas a hacerme algo más?

Me acerqué a Nadia. Apoyé mis manos en su cintura. Tenía una erección óptima, que por primera vez, no me molesté en ocultar, aunque no creo que ella la haya visto, ya que en ningún momento había desviado su mirada hacia atrás. Era como si no quisiera verme, quizás intuyendo mi estado. Sin embargo ahí estaba la erección. Si solo me acercaba a ella unos centímetros más, mi madrastra la notaría, pues aunque no la viera, la sentiría, hincándose en sus nalgas. Sería algo mucho más amoral que lo que había pasado el día anterior, cuando me había apoyado en sus glúteos, sin intención, para evitar que se cayera el vaso de vidrio. Esta vez no tenía una simple hinchazón. Esta vez mi lanza estaba dura como roca y apuntaba peligrosamente al trasero de mi madrastra.

— ¿Vos querés que haga algo más? —pregunté yo a su vez—. Porque si lo hago, no quiero que después te quejes como ahora.

Hubo un momento de silencio en donde sólo se escuchaban nuestras respiraciones, las cuales parecían más agitadas de lo que deberían.

— No, no quiero nada más —dijo ella finalmente, aunque seguía dándome la espalda, con el trasero al aire al alcance de mis manos, como si, a pesar de sus palabras, dejara en mis manos la decisión final—. Estuviste muy bien, gracias. Me alegra que me ayudes con estas cosas —agregó después, aún inmóvil.

Entonces mis manos hicieron mayor presión en ella. Apreté el vestido, hasta arrugarlo. Luego, en un movimiento veloz, tiré hacia abajo, haciendo que la prenda la cubriera de nuevo.

— Avisame cuando esté la comida —le pedí.

— Claro. Te mando un mensaje —dijo, quizás adivinando que si iba a golpear mi puerta, lo más probable era que me encontrara en plena masturbación—. Y vos mandame el video —agregó después, con un tono de voz que casi había recuperado la normalidad.

Quedó dándome la espalda, apoyada en la mesada, con la cabeza gacha. Me fui a mi habitación. No por primera vez, tuve que masturbarme, sin evitar pensar en Nadia.

Continuará

Los capítulos siete y ocho de esta serie ya están publicados en mi cuenta de Patreon, para quienes queran apoyarme con una suscripción. Aquí publicaré un capítulo por semana aproximadamente. Pueden encontrar el link de mi PAtreon en mi perfil.