Mi odiosa madrastra, capítulo 4

Los amigos de León le develan un secreto sobre su madrastra

Día cuatro de cuarentena. En el noticiero ya se estaba corriendo la bolilla de que las restricciones iban a extenderse al menos una semana más. En ese momento me pareció bien. Un pequeño sacrificio para que todo mejore un poco, pensaba.

Pero el encierro ya empezaba a incomodarme. Ese día me levanté a las ocho de la mañana, y fui a buscar el pan a la panadería de la esquina. A esa hora no parecía haber grandes controles, y de hecho, no había mucho movimiento en la calle. Así que, para despejar un poco mi cabeza, caminé un par de cuadras más, y recién ahí volví al edificio. Tampoco era que iba a estar una hora y pico por ahí, como había hecho Nadia.

Cuando subía por el ascensor, chequeé mi cuenta de Instagram. De pura curiosidad, busqué el perfil de Nadia. Comprobé que había subido tres de las fotos que le había sacado el día anterior. Una en la terraza con la camiseta de Argentina, una en el sofá, sólo vestida con su ropa interior, y otra en la cama. La foto de la terraza era la más alabada por los pajerines que la seguían. Ella había escrito un texto que pretendía ser emotivo, sobre la unión y no sé cuántas cursilerías más, pero como era de esperar, todos los comentarios hacían referencia al perfecto orto que tenía mi madrastra.

Descubrí también que mis tres mejores amigos ya la seguían en esa red social. Edu y Toni incluso tuvieron la cara lo suficientemente dura como para dejarle algunos comentarios, aunque no se excedieron mucho por suerte.

A la noche les había contado lo que me había pedido que hiciera la loca de mi madrastra, y no me dejaron en paz hasta que les envié las fotos.

Por lo visto ella, si bien no se levantaba al mediodía, como hacía yo casi siempre, tampoco lo hacía muy temprano. Pasé un par de horas frente al televisor, disfrutando de la soledad, aunque ver el noticiero, donde sólo hablaban del COVI19 no me puso del mejor humor. Opté por poner Netflix. Cuando encontré una película que podría gustarme, fui a la cocina, puse unos panes en la tostadora, y calenté un poco de leche.

Entonces Nadia apareció.

— Ay qué bueno, desayunemos juntos —dijo, invitándose ella misma.

— ¿También tomás leche? —pregunté, con cortesía, ya que a esas alturas había concluido que lo mejor era tener una buena convivencia, sobre todo mientras durase la etapa más estricta del confinamiento, que según yo, sería poco tiempo.

— Qué pregunta desubicada León —dijo Nadia, riendo. Yo estaba apoyado sobre la mesada. Ella pasó a mi lado, rozándome con su cadera. Sacó de la heladera el sachet de leche y puso un poco en la jarrita que ya estaba sobre la hornalla encendida—. Ah, te referías a esta leche —dijo después.

— No entiendo por qué tenés que llevar todo a lo sexual —dije yo—. Parece que tenés la idea fija.

— Nada que ver. Sólo me gusta hacerte poner colorado. Como ayer… —dijo la zorra, sin completar la frase, aunque estaba claro que se refería a mi visible excitación cuando le tomé unas fotos semidesnuda, cosa que para colmo, no era la primera vez que sucedía.  Esa parte no se la había contado a los chicos, ya que no tenía ganas de aguantarme sus gastadas.

— Para tu información, eso… eso no fue por vos —me defendí  yo.

— ¿Ah, no? Bueno, si vos lo decís…

La leche comenzó a hervir. Apagué la hornalla y serví el líquido en dos pocillos.

— No tengo por qué darte explicaciones, pero… —dije, dudando de si era buena idea seguir hablando, pero concluí que era mejor opción a que pensara que había sucumbido a sus encantos—, no estoy acostumbrado a estar tanto tiempo sin… —dije, dejando la frase inconclusa.

— Ya veo. La abstinencia puede ser difícil de sobrellevar. ¿Dónde desayunamos? —preguntó después.

— Yo voy a desayunar en el living, mientras veo una película. Vos hacelo donde quieras —respondí, con sequedad.

— Pero qué chico duro —rió Nadia. Agarró una bandeja, y puso encima de ella los pocillos con leche, las tostadas, y un frasco de mermelada de arándanos—. Yo te acompaño.

— Y que conste que no quiero hablar sobre ese tema con vos —dije, refiriéndome a mi abstinencia sexual—. Si te lo conté, fue simplemente porque no quiero que te hagas ideas equivocadas sobre mí —aclaré, aunque no pude evitar recordar que la última vez que me había masturbado, lo había hecho pensando en ella, al menos por momentos. Y es que me estaba dando cuenta de que no estaba hecho de madera.

— No te preocupes, no tenés que hablar de nada que no quieras. Pero está bueno que nos conozcamos un poco más —dijo.

Agarró la bandeja y pasó al lado mío, rozándome con la cadera otra vez.

— Y otra cosa —dije, siguiéndola por detrás. Debido a la llegada de los climas frescos del otoño, por esta vez llevaba un pantalón elastizada color negro, y un suéter beige. Prendas que la cubrían mucho más que de costumbre, pero que estaban lejos de ser ropas sobrias, pues se adherían a su figura como si fueran una segunda capa de piel. El movimiento de sus caderas era hipnótico, por lo que no pude evitar ver cómo meneaba el orto delante de mí.

— ¿Qué? —preguntó ella.

A pesar de que llevaba la bandeja, había girado con una agilidad y velocidad de las que ya debería estar acostumbrado, pero que sin embargo me tomó por sorpresa, y de hecho, me pescó infraganti cuando estaba monitoreando su trasero, como si fuese uno de esos pendejos pajeros de los que siempre quise diferenciarme.

— Es que… —dije, desviando la mirada a sus ojos, que me observaban con picardía. Estaba claro que había notado mi mirada. Había estado a punto de decirle que no me gustaba que tuviese esa actitud provocadora conmigo, ya que me parecía una falta de respeto hacia papá, pero con lo que acababa de suceder, ella tendría un argumento perfecto para retrucarme y dejarme en ridículo—. No es nada —dije finalmente.

Pero no por primera vez, Nadia pareció leer mi mente.

— No deberías preocuparte tanto por la memoria de Javier —dijo. Apoyó la bandeja sobre la mesa ratona, para luego arrastrar esta última y colocarla cerca del sofá de tres cuerpos.

— De qué estás hablando —pregunté.

Ella dejó caer su cuerpo al lado mío.

— Me refiero a que él sabía cómo soy. Y nunca se quejó. Al contrario, le gustaba ser el hombre de una mujer a la que todo el mundo desea… Bueno, es una manera exagerada de decirlo, pero vos entendés —aclaró—. Se podría decir que le gustaba tenerme como una novia trofeo. Digo… sé que me quería de verdad, pero también le encantaba exhibirme delante de sus amigos. Además…

— Además ¿Qué? —Quise saber. Ya que se había puesto a parlotear sobre la relación que tenía con papá, que terminara de hacerlo, pensé yo.

— Bueno. El otro día, cuando iba a lo de mi amiga, y vos me dijiste eso, me enojé mucho —dijo Nadia, recordándome el cachetazo que me había dado, cosa que no me parecía un muy grato recuerdo—. Pero luego lo pensé un poco mejor, y me di cuenta de que para vos podría ser chocante pensar que ya me estoy viendo con otro hombre. No voy a entrar a discutir sobre cuánto tiempo debería estar sola, llorando el recuerdo de tu papá, pero te voy a decir una cosa, y vos podés creerme o no —dijo, esperando alguna respuesta mía.

— Qué —dije, escuetamente.

— A tu papá no le molestaría saber que estoy viviendo mi vida libremente. Bueno… ahora con tantas restricciones, y con vos que no me dejás salir, no estoy muy libre que digamos —esbozó una sonrisa cuando dijo esto último, aunque yo sabía que lo decía en serio. A sus ojos, yo era alguien que le coartaba sus libertades, pues la obligaba (o intentaba hacerlo) a que cumpliera con las normas vigentes—. Pero la cuestión es que Javier se pondría contento de saber que yo estoy bien, sin importar lo que haga para estarlo.

— ¿Y estar bien necesariamente tiene que ser coger? —pregunté.

— Bueno, eso vos deberías saberlo. Si tu cuerpo reacciona incluso ante una mujer por la que no te sentís atraído, es porque evidentemente la falta de sexo te afecta —retrucó la zorra, sacando a relucir la erección que había tenido cuando le saqué las fotos.

— ¿Es por eso que me estás provocando todo el tiempo? ¿Por eso andás medio en bolas, moviendo el culo delante de mis narices? ¿Para poder justificar que tenés derecho a coger con otros tipos? —pregunté, indignado.

— No te confundas —dijo ella seria, casi enojada—. Yo no necesito justificar nada ante vos. Y ya te expliqué el motivo por el que ando con poca ropa cuando estoy en casa.

— Porque te sentís segura estando conmigo —dije yo.

— Exacto. Y el hecho de que tu cuerpo se haya sentido estimulado, y aun así no me hayas molestado, habla incluso mejor de vos. Sería muy fácil si fueras homosexual, pero siendo hétero… Eso sí, no hace falta que seas maleducado conmigo, sólo para demostrar tu desinterés. Bueno, es todo lo que tengo que decir. Desayunemos —dijo, pero luego pareció recordar algo—. Ah, y ahora que viene el frío, ya no te voy a molestar con mi escasa vestimenta. Al menos no tan de seguido.

— De todas formas ya no me molesta —dije—. Si al principio me incomodaba, era porque, como te dije, no estaba acostumbrado a convivir con una mina que anda siempre medio en bolas. Sólo era eso.

Por toda respuesta, Nadia largó un suspiro seguido de una sonrisa.

— Bueno ¿Qué estamos viendo? —preguntó.

Desayunamos en silencio, y en paz, y nos quedamos a ver la película. No por primera vez pensé que podríamos tener una buena convivencia, y no por primera vez sucedería algo que me haría tenerla entre ceja y ceja.

Los chicos habían insistido en tener una videollamada grupal. Les dije que, a parte de las fotos que le había sacado el día anterior, y que además había compartido con ellos, no había nada interesante que contar. “Pero nosotros sí tenemos algo para contarte”, me había escrito Joaco. Le deje que dejara de hacerse el misterioso y me dijera qué pasaba. Pero lo único que me respondió fue: “¡Es algo sobre tu madrastra!”.

Me extrañaba que Joaco se comportara como un tonto, pero le seguí la corriente. A la hora acordada, me metí en mi cuarto, acomodé el celular en la mesa donde estaba mi computadora. En cuestión de segundos, Edu iniciaba la videollamada.

— A ver, qué les pasa a los tres chiflados. ¿No están contentos con las fotos que les mandé? ¿No les alcanza para pajearse?

— No te hagas el guapo solo porque vivís con esa hembra —dijo Edu—. Que además, si yo estuviera en tu lugar, ya me la habría comido hace rato.

— Sí, claro —dijo yo, y para hacerlo enojar, agregué—. Y después te caías de la cama.

— Bueno, cortenlá —intervino Joaco—. Toni, decile lo que averiguaste.

Toni parecía muy orgulloso de sí mismo. Tomó aire, y esbozó una sonrisa nerviosa que enseguida hizo desaparecer, para reemplazarla con un semblante serio, casi solemne.

— Bueno, como imaginarás, todos nosotros seguimos en insta a ese camión con acoplado con el que estás viviendo —dijo.

— Sí, ya lo sabía.

— Bueno… entre ver tanto sus fotos, y chusmear los comentarios que le dejaban, y revisar su perfil, y googlearla, bueno, descubrí que…

— Que qué —lo apuré, ansioso. Aunque Toni era medio bobo, si había armado esa reunión era por algo. Los otros dos, aunque ya sabían lo que iba a decir, esperaron a que él lo explicara a su manera. El hecho de que fuera quien hizo el descubrimiento, parecía darle ese derecho.

— Descubrí que Nadia vende packs.

— ¿Qué vende qué? —dije, intrigado.

— Ya les dije que este monje no iba a tener idea —comentó Edu.

— León, desde hace un par de años que algunas mujeres que están buenísimas, como tu madrastra, tienen la costumbre de vender packs de fotos en las que salen desnudas —explicó con paciencia Joaco.

— Qué estupidez. Si en internet hay miles de imágenes de mujeres desnudas gratis ¿Por qué pagar por ellas?

— ¿Y eso qué importa? —dijo Edu.

— Bueno, debe haber una explicación sociológica —dijo Joaco, sin hacerle caso—. Después de todo, por algo la revista Playboy tenía tanto éxito cuando publicaban las fotos de the girl next door.

— De qué carajos estás hablando —pregunté.

— Lo que quiero decir es que una cosa es ver a una estrella porno en bolas, quien es una mina que probablemente nunca te vayas a cruzar en tu vida. Pero otra muy distinta es poder ver en pelotas a una mujer que te podés cruzar tranquilamente por la calle.

— Entiendo —dije.

— Y supongo que el hecho de que, con un aporte económico, contribuyas a que esa chica se desnude, le da cierto morbo a algunos tipos. Debe darles una sensación de poder o algo por el estilo.

— Cuando Joaco acabe con su clase de historia, mirá algunas de las fotos que te mandé—dijo Toni, ansioso.

Abrí el Whatsapp en la computadora. Toni me había mandado una decena de fotografías. Las abrí, y las miré rápidamente una por una.

— ¡Preguntale si es gato! —dijo Edu.

— No creo que lo sea —comentó Joaco, y se pusieron a debatir entre ellos mientras yo miraba las imágenes.

Algunas de ellas no eran muy diferentes a las que yo mismo le había sacado el día anterior, y que ella misma había subido a su cuenta de Instagram, lo que me pareció una estafa, considerando que pretendía cobrar por ellas. Pero luego había algunos videos cortos, tipo gifs, en donde ella se colocaba en diferentes poses sexuales en su cama. Recién cuando pasé unos cuantos de ellos, encontré lo que seguramente había causado la euforia de los chicos. En una de las imágenes, Nadia aparecía totalmente desnuda frente a un espejo. Estaba de perfil, y la cámara la enfocaba desde abajo, así como ella me había recomendado que lo hiciera cuando estábamos en la terraza. Su carnoso y duro culo estaba completamente desnudo, sin embargo sólo se veían las nalgas. Su ano no estaba a la vista, cosa que me pareció de buen gusto.  De repente me di cuenta de que ese también era un video, pues mi madrastra cambió de posición. Se inclinó, apoyó las manos en su rodilla, y tiró el trasero para atrás, como si estuviese esperando a que alguien la penetre en ese mismo instante.

Era una imagen difícil de dejar de mirar, eso tenía que reconocerlo. La pasé y vi un nuevo video corto. Este estaba hecho en el baño principal de nuestro departamento. Nadia tenía mucho cuidado de mostrar una desnudez cuidada. Aquí aparecía nuevamente en pelotas, sumergida en la bañera, y con ambas manos masajeaba sus enormes tetas. En su cara se reflejaba un gesto de placer. Su largo cabello rubio caía a un costado, aunque no le tapaba la cara de puta que tenía en ese momento. De repente llevó una mano a su entrepierna y empezó masajearse. Luego se acercó a la cámara y  su rostro travieso apareció en primer plano.

— Ya veo —dije, sin terminar de entender qué implicancias tenía ese nuevo conocimiento. Habría muchos pajeros como mis amigos que tendrían esas fotos en sus celulares, eso seguro. La verdad era que verla en pelotas era impactante, pero con la ración diaria de semidesnudés que yo tenía últimamente, y considerando que en aquellas imágenes no llegaban a verse sus genitales, no era algo que me sorprendiera demasiado. Aunque por otra parte, me preguntaba si este secreto suyo no tenía detrás otras cosas aún más turbias.

— Preguntale si es gato Leoncio, de frente march —insistió Edu.

— No le hagas caso —dijo Joaco—. Si le preguntás eso vas a quedar como un troglodita. La verdad es que la mayoría de las minas que venden packs, no son prostitutas.

Tardé unos minutos en sacármelos de encima., hasta que por fin terminó la videollamada. Me tiré a la cama. Vi una vez más las fotos y los videos de Nadia, pero cuando sentí que empezaba a tener una erección, dejé el celular a un lado.

Dejé pasar un rato, hasta que se hizo la hora del almuerzo. Nadia había preparado una ensalada.

— Por qué mejor no me decís lo que me querés decir, así no seguimos en este silencio tenso —dijo ella después de un rato, cuando notó que la observaba con curiosidad y recelo.

— Así que venís de una familia acomodada, y por eso podés mantener este departamento —comenté yo, recordando lo que ella misma me había dicho hacía apenas unos días.

— Así que por ahí viene la mano —comentó. Aparentemente deduciendo lo que yo había descubierto—. La verdad es que no soy de mentir, pero supongo que sabrás que a veces es mejor hacerlo, para evitar conflictos innecesarios. Entonces ya te enteraste de cuál es mi trabajo…

— Bueno, la verdad es que no estoy seguro. Sé que vendes tus fotos en internet. Pero no sé si vendés otras cosas —dije.

— No seas tan básico como para insinuar que me prostituyo sólo porque viste algunas fotos donde salgo desnuda. Voy a terminar perdiendo el respeto que te tengo —respondió ella, con un tono que casi pareció un regaño.

— Yo no hice ninguna afirmación.

— Pero tampoco tenés la hombría suficiente como para preguntarme directamente lo que me querés preguntar.

— ¿Sos una puta? —pregunté entonces, para cerrarle la boca.

— No, no lo soy —aseguró ella.

— Mis amigos van a estar muy decepcionados cuando se enteren —dije.

— No serían los primeros. Te sorprenderías si te dijera la cantidad de dinero que me ofrecieron por pasar una noche con algún admirador.

— A estas alturas, no me sorprendería nada —dije.

— Bueno. Sea como sea, gracias a que me desnudo frente a una cámara es que podemos mantener este departamento —explicó—. Cuando lo vendamos ya vas a poder agarrar tu parte y hacer lo que quieras. Pero mientras vivas acá, espero que respetes mi forma de hacer las cosas.

No me esperaba que se me diera vuelta la tortilla de esa manera. Nadia tomaba con completa naturalidad su oficio, y ahora resultaba que el desubicado era yo por cuestionar su manera de vivir. Además, tenía razón, si bien mis ahorros todavía aguantarían un poco más, la pandemia parecía haber llegado para quedarse, y en cuestión de unos días, o unas semanas como mucho, dependería de las dádivas de mi madrastra, situación por la que no querría pasar, pero si en todo caso sucedía, lo mejor era cerrar la boca. Si a mí me beneficiaba que ella se dedicara a eso, tenía que aceptarlo y listo.

— Está bien, sólo saqué el tema porque me habías mentido. Si me lo hubieras dicho desde el principio, sería otra cosa —mentí, ya que si lo hubiera sabido desde el primer momento, me caería aún peor de lo que me caía, y tendría todo tipo de sospechas sobre ella—. Y supongo que papá también sabía de esto —agregué.

— Javier era el me sacaba las fotos —respondió ella—. Le excitaba mucho la idea de que alguno de sus amigos o compañeros de trabajo me reconocieran de internet.

— Bueno, esa información era innecesaria —me quejé.

Después de que terminamos de almorzar, hubo algo en el semblante de Nadia que debió advertirme de lo que sucedería unas horas después. No sé si su expresión pensativa, o la manera ansiosa que tenía de moverse de aquí para allá, pero evidentemente, desde la charla que habíamos tenido, se traía algo entre manos.

No tardé en descubrir de qué se trataba. Yo estaba muy a gusto leyendo el último libro de Wilbur Smith en la terraza. El día estaba fresco, pero el sol me daba de lleno, y resultaba muy agradable. Nadia apareció para interrumpirme.

— Qué querés —dije, sin sacar la vista de la novela.

— Mirá, como ayer estuviste tan bien… necesito que me saques otras fotos.

— ¿Y esto va a ser todos los días? —me quejé.

— No seas caradura. Ambos sabemos muy bien que yo hago más cosas por vos de las que vos hacés por mí —respondió ella—. Si querés que la cosa siga así, simplemente ayudame cuando te lo pida. De todas formas no tiene que ser ahora. Te puedo esperar.

Cerré el libro con un suspiro.

— Prefiero sacarme de encima este tema lo antes posible —contesté—. Dale, hagámoslo ahora. Esto ya me parece un deja vú.

— Dejá de quejarte y vení a mi cuarto.

La seguí, con desgana. Cuando entré a la habitación, Nadia estaba inclinada, bajándose el pantalón. Su pulposo ojete apuntaba, amenazante, hacia mí. Llevaba una tanguita negra que le cubría apenas las partes más íntimas. Luego se quitó el súeter, quedando nuevamente semidesnuda ante mis ojos. Pensé que era un buen momento para demostrar que no iba a caer en la excitación cada vez que se mostrara de esa manera frente a mí. Le sacaría todas las fotos que quisiera, y por esta vez no le daría el gusto de que viera mi erección. Es más, me aseguraría de que viera mi entrepierna, para que tuviera la certeza de que para mí, sacarle fotos a ella era lo mismo que tomárselas a un ladrillo.

Noté, extrañado, que en su mesa de luz, había un vaso de vino tinto.

— Primero hagamos un video —dijo.

Se tiró sobre la cama, boca abajo. Yo encendí la cámara de mi celular, y la empecé a grabar.

— Enfocame primero desde la derecha, y después brodeá toda la cama, hasta pasarte al otro lado. Cuando termines, acercá la cámara a mi cola —indicó ella, de manera precisa.

Quedó en silencio. Hice exactamente lo que me indicó. Ella estaba boca abajo, con la cara oculta en el colchón, casi como si estuviera dormida. Hice una toma lenta, desde la cabeza hasta los pies. Me moví en semicírculo, sin dejar de enfocarla ni un solo segundo. Ella hacía movimientos leves, manteniendo su misma postura. Flexionó un poco una de sus piernas, haciendo que su trasero se levantara un poco y sobresaliera más. Luego separó ambas piernas, dejando a la vista la marca que hacía la raja de su sexo en la tanguita. Acarició sus piernas con la mano, y lentamente, la subió hasta llegar a una de sus tersas nalgas.

Me estaba costando más de lo que imaginaba que mi lujuria no se desatara. Lo que hacía para lograr contenerme, era pensar en cualquier otra cosa: en la pandemia, en los chicos, en Érica, incluso en papá.

Entonces Nadia dio media vuelta e irguió su proporcionado y vertiginoso cuerpo. Me pidió que le mostrara cómo había salido el video, y apreció conforme.

— Ahora sácame una foto —dijo—. Pero me voy a tener que poner en el piso, porque el colchón es muy movedizo.

— ¿Movedizo? ¿Qué tenés entre manos? —pregunté.

— Quiero hacer algo diferente —dijo, para luego apagar la luz de la habitación, dejando que entre sólo la luz solar por la ventana.

Y entonces, se sacó el corpiño.

— ¡Qué carajos hacés! —dije, exaltado.

— Estas fotos no son para Instagram —explicó Nadia, dejando entrever que se trataba de las fotos que vendería a los pervertidos en internet.

Sus pechos eran enormes, y tenían unas grandes areolas de color claro, casi rosadas. Sin dar más explicaciones, se puso en cuatro patas sobre el piso, en una pose que está demás aclarar que era sumamente sexual.

— Poné la copa de vino en mi espalda. Cerca de mi cintura. Voy a tratar de no moverme un milímetro siquiera —explicó.

Tardé unos segundos en comprender. Pero después de todo, lo que me pedía no era tan complicado. Agarré la copa de vino, y la apoyé justo en donde me había indicado. La solté lentamente, temiendo que cayera al piso, e hiciera un enchastre. Pero se mantuvo ahí. Nadia ahora actuaba como si fuera una mesa, es decir, un mero objeto. Imaginaba que a muchos hombres les gustaría verla de esa manera. Como si no fuera otra cosa que una cosa. Sería la fantasía retorcida de muchos, beber un buen vino encima de ella, o incluso comer sobre su perfecto cuerpo, como si no fuera más que un plato de comida. La gastronomía y el sexo siempre eran buena combinación.

Enfoqué y le saqué varias fotos. Las suaves tetas de Nadia colgaban. El hecho de que no tuvieran una redondez y firmeza perfectas, me convencieron de que eran naturales.

— Bueno, ya podés sacar la copa —dijo mi madrastra, conteniendo la risa. Por lo visto la situación la divertía mucho.

Le mostré cómo salieron las fotos.

— Perfectas. Tenés pasta para fotógrafo —me felicitó.

— Bueno, ya podés ponerte el corpiño —le dije.

Nadia, sin decir nada, se acercó a mí. Por un segundo sus pezones rozaron mi pecho. Pero se retiró unos centímetros al percatarse de esto. Sin embargo, después, mirándome fijamente a los ojos, me agarró la cara con ambas manos. Casi parecía hacerlo con ternura.

— León —dijo, mirándome directamente a los ojos. Esta vez no sólo parecía hablar con seriedad, sino que creí notar honestidad, tanto en su mirada, como en su tono de voz—. ¿Sabés por qué aguanto tus desplantes y tu malhumor?

— No.  No lo sé —contesté.

— Porque hacía mucho que no conocía a alguien tan íntegro y confiable como vos. Nunca me lastimarías ¿Cierto?

— Claro que no. ¿Por qué preguntás esa tontería? —quise saber, algo confundido.

— Nunca me harías algo sin mi consentimiento ¿Cierto?

— ¿Hace falta que te responda? —pregunté yo a su vez.

— No. Tenés razón. No hace falta.

Nadia se subió a la cama. Me miró, sin decir nada. Y entonces agarró las tiritas de su tanga, y ante mi estupefacta mirada, la fue bajando lentamente. Vi, boquiabierto, como la diminuta prenda se deslizaba por los muslos, para luego llegar a los tobillos, y finalmente terminar en el piso.

Nadia se sentó sobre el colchón, dándome la espalda.

— Así. Sacame una foto así —pidió.

Continuará

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