Mi odiosa hermanastra
Historia autoconclusivo que narra la relación conflictiva entre dos hermanos.
Eran más o menos las nueve de la mañana, demasiado temprano para mí. Estuve un rato haciendo fiaca y aun así no tenía ganas de levantarme, mucho menos tratándose de un domingo. Pero mamá me había hecho prometer que no me levantaría recién para la hora del almuerzo, como hacía siempre. Ese día vendrían de visita los tíos de Pedro, mi padrastro.
Me dispuse a realizar uno de mis más sagrados rituales. Lo hacía antes de levantarme, y luego, de nuevo, antes de ir a dormir: una buena paja para despejar el estrés. Estaba en plena faena, fantaseando con una conocida presentadora, cuando la puerta se abrió estrepitosamente.
— ¡Los tíos llegan en media hora!
Desde la entrada de mi cuarto me miraba, con una sonrisa irónica, Florencia, mi hermanastra.
Yo estaba cubierto por un acolchado, pero a la altura de la pelvis se había formado una pequeña montaña, debido al movimiento de mi mano.
— Perdón, no sabía que estabas ocupado. —Dijo Florencia, largando una carcajada—. Me pidió tu mamá que te avise que te vayas preparando. Pero ahora le digo que enseguida " acabás " con lo tuyo y bajás.
— No seas boluda, no estaba haciendo eso —mentí inútilmente, poniéndome colorado—. Y de todas formas deberías golpear antes de entrar.
—Sí claro, quedate tranquilo que la próxima vez lo hago.
Me dejó con la palabra en la boca, totalmente humillado. Realmente me caía mal esa pendeja. Siempre buscaba la manera de hacerme quedar mal. Era todo lo contrario a mí. Florencia destacaba por su inteligencia. Terminó la escuela con promedio de nueve ochenta. Desde hace ya dos años tenía un emprendimiento de bijouterí, con el que ganaba suficiente dinero para comprarse sus cosas (la mayoría, ropa), y ahora había ingresado a la universidad, y en el primer año ya había metido ocho materias.
Era imposible no compararnos. Yo ni siquiera había pasado el curso de ingreso universitario, y eso que lo intenté tres veces. Y en mi último trabajo había durado sólo cuatro meses. Florencia me llamaba despectivamente Nini (Persona que ni estudia ni trabaja). Era realmente despreciable conmigo, no perdía la oportunidad de dejarme en ridículo cuando yo emitía una opinión sobre política, sobre cine, o incluso, sobre fútbol (Hasta en esa temática me superaba)
Su papá, Pedro, y mi mamá, Rosa, se habían juntado hacía un par de años, siendo ambos bastante veteranos. Era una apuesta por la que nadie daba dos pesos, pero para sorpresa de todos, la cosa iba muy bien, y no había la menor señal de que se tratara de una relación efímera. Más bien al contrario, parecían dos adolescentes que descubrían el amor por primera vez.
Con la muerte de papá, hacía ya diez años, los problemas económicos enseguida nos alcanzaron. El banco no se apiadó de una viuda y su pequeño hijo, y nos embargó la casa, cuya hipoteca no podíamos pagar.
Vivimos un tiempo alquilando lugares baratos. Por lo que, cuando nos unimos a Pedro y Florencia, ellos, al tener propiedad, nos recibieron.
Estar de visitante era jodido. Pedro siempre fue bueno, no sólo con mamá, a quien trata como una reina, sino que también conmigo. Pero Florencia no perdía la oportunidad de resaltar mi condición de "invitado". Y ahora que yo ya tenía veinte años, no paraba de repetirme que ya era hora de que me vaya buscando un lugar a donde vivir, después de todo, ya estaba grande. Una cosa era aceptar que mi mamá, su madrastra, viva con ellos, pero otra muy distinta era albergar a un casi adulto que no aportaba nada.
Estas cosas me las decía con sus palabras enrevesadas de universitaria petulante, y siempre lo hacía cuando estábamos a solas, asegurándose de que ante los ojos de Pedro y de mamá, era un chica buena y educada.
Básicamente estaba harto de la actitud soberbia de Florencia, y ahora que me había visto en pleno acto de autosatisfacción, sabía que iba a utilizarlo para humillarme.
Durante el almuerzo estuve tenso, esperando algún comentario ponzoñoso de mi hermanastra. Y por supuesto, no se hiso esperar mucho.
—Me parece que la carne está demasiado "dura" —comentó, mirándome de reojo.
—No, para nada —dijo, Ester, la tía de Pedro—. Está muy buena.
Mamá aseguró que la mujer estaba en lo cierto. Por lo visto ninguno había entendido el doble sentido de la frase.
—Y cómo van los estudios —. Preguntó en un momento Álvaro, el esposo de Ester.
—Genial, si sigo así, me recibo en cuatro años más — Se apuró a decir Florencia, con arrogancia camuflada. Luego, mirándome a mí, fingiendo curiosidad agregó —¿Y vos Mariano? ¿Te estás preparando para el curso de ingreso?
Sentí que la comida empezaba a caerme mal.
— Ah, no sabía que eras tan chico... —comentó Álvaro, visiblemente confundido—.Pensé que ya estarías en segundo o tercer año.
—No es chico, ya tiene veinte —se metió Florencia—. Es que ya intentó entrar a la universidad varias veces, pero no pudo. Pero bueno... —Largó un suspiro—. Seguro que la próxima lo logra.
—Sí, seguro que sí —dijo Pedro, con sincera esperanza.
—¿Y están de novios? —Preguntó Ester.
—¿Nosotros dos? ¡Ni loca! —Dijo Florencia, y todos rieron a carcajadas. —No, estoy sola, no tengo tiempo para esas cosas —Dijo después.
Luego, la tía Ester me miró a mí.
— Yo también, estoy soltero —dije.
Florencia me miró con los ojos entrecerrados y burlones. Era la mirada que ponía cuando estaba a punto de hacerme pasar un mal momento. Pero no dijo nada. De todas formas, me puse muy a la defensiva. ¡Pendeja odiosa!
Cuando se fueron los tíos me encerré en mi cuarto a jugar a la Play. En un momento me llegó un mensaje de Florencia al celular. Vi lo que me había puesto. Era un video de un monito que se masturbaba frenéticamente. Tenía los dientes apretados, los ojos desorbitados, y una gotita de sudor se resbalaba por su cara. No me dio ningún poco de gracia. "Idiota", le respondí.
Lo que más me molestaba de ella no era su actitud pedante y burlona hacía mí. Lo que me hacía detestarla era el hecho de que la única manera en que se relacionaba conmigo era a través de sus comentarios hirientes. Si alternara eso con actitudes amistosas, hasta podría reírme de alguna de las tonterías que me solía decir. Pero cuando no me agredía, actuaba de forma totalmente indiferente. Como si mi existencia sólo tuviese sentido para ella, cuando necesitaba mofarse de mí.
A la noche, cuando ya era la hora de cenar bajé al comedor.
—¿Por qué no le avisás a Florcita que baje a cenar? —pidió mi mamá.
Le iba a decir que "Florcita" Ya sabía a la hora en que comíamos. Pero cambié de opinión. Le daría una dosis de su propia medicina.
Fui hasta su cuarto. Entré sin golpearle la puerta, para que se dé cuenta de lo invasivo que resulta cuando te hacen eso. Pero no la encontré. En la computadora había un video musical reproduciéndose a todo volumen, por lo que supuse que seguramente no me había oído entrar. Vi que la puerta del baño estaba media abierta. Seguramente se estaba sacando una foto frente al espejo, últimamente estaba subiendo a su Instagram muchas selfies de ese tipo, vaya a saber la atención de quién quería llamar.
Fiel a mi plan entré sin aviso. Florencia estaba con las nalgas sobre la bacha del baño. Efectivamente, sostenía su teléfono en la mano. Pero lo que me llamó la atención fue la ropa que llevaba puesta, o, mejor dicho, la ausencia de ropa.
Debajo, sólo la cubría una diminuta tanga negra de hilo dental. La tela se metía sin pudor entre sus glúteos. La piel estaba pálida en las partes donde normalmente era cubierta por una lencería más grande.
Y arriba... arriba estaba totalmente desnuda.
— ¡Qué querés pendejo! —me dijo, indignada.
Pensé que me iba a cerrar la puerta en la cara, pero se me fue al humo, como queriendo insultarme, aunque no le salieron las palabras. Por primera vez vi que se sentía avergonzada.
— Ya está la cena —dije, fingiendo normalidad, aunque no pude evitar mirar sus pechos. No eran grandes, pero tampoco pequeños. Los pezones eran rosados.
—¿Qué te pasa? ¿Nunca viste una teta? —dijo Florencia, dándose cuenta de mi obvia mirada. Se cruzó de brazos, cubriéndose.
La miré a los ojos.
— Obvio que vi muchas. Y las tuyas no son nada de otro mundo —dije—.Apurate que se va a enfriar la comida. —Agregué después. Me di vuelta y la dejé con la palabra en la boca.
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En la cena la pendeja estuvo demasiado calladita por tratarse de ella. Sentía cómo de repente me clavaba los ojos. Yo comía, como si no hubiese pasado nada. Si la bardeaba por haberla visto en tetas, el que iba a terminar mal parado iba a ser yo. Así que me llamé a silencio y dejé que ella solita se hiciera la cabeza.
Florencia me había enganchado haciéndome una paja, era cierto. Pero ahora estábamos a mano. Ahora los dos nos habíamos visto en un momento de vulnerabilidad. Ella, ya sea por pura vanidad, o para agasajar a algún amante, se había sacado una foto con una tanga diminuta y en tetas. El culo estaba apoyado sobre la pileta del baño. La había atrapado infraganti, con las manos en la maza, como dice mamá.
Terminamos de comer y me metí en mi habitación. Gonza me había dicho de ir a una joda, pero no tenía un mango encima, y no quería pedirle plata a Pedro.
De todas formas, prefería no ir. Las fiestas nunca me gustaron mucho. La música a todo volumen me incomoda, la gente borracha me desagrada, y con las chicas siempre me fue mal. Así que prefería pasar el día en casa, o en la casa de alguno de los pibes, jugando a la Play y tomando alguna birra.
El problema era que eso ya se estaba terminando. Mis amigos, de a poco, se iban convirtiendo en adultos. Ahora todos trabajaban. Y Juancito hasta esperaba una criatura. Ya casi no tenían tiempo para mí.
Esa noche me pintó el bajón, justamente pensando en eso. Puse un par de videos de "Te lo resumo Así nomás" para cagarme de risa, y después entré a una página pornográfica a la que últimamente estaba entrando seguido.
Uno de los Users a los que sigo había subido un post con imágenes de las minas más sexys de la televisión. Miré cada una de las fotos, y luego me detuve en mis favoritas: Sol Pérez, Gina Casinelli (la bañera del boludo de Marley), y Romina Malaspina, que estaba cada vez más tuneada, pero seguía siendo de mis putas favoritas.
Al toque me metí la mano adentro del calzoncillo. Sol Pérez me miraba desde la notebook con una terrible cara de zorra, El culo macizo estaba cubierto con una calza que, como dice mamá, no dejaba mucho lugar a la imaginación. Romina Malaspina tenía el top transparente por el que se había armado tanto quilombo los últimos días. Tenía una cara de pelotuda bárbara, pero eso me gustaba, que sea media boba. así daba la impresión de que podría ser una mina fácil (fantasear no cuesta nada). Y Gina, la menos puta de las tres, pero la más linda, tenía una diminuta pollerita. Al toque me puse al palo. Humedecí mi mano con saliva y luego me froté la cabeza de mi amigo. Estaba como loco pensando en ellas: Gina, Sol, Romina... Lo que daría por, al menos, rozar esos culos. Gina, Sol, Romina, Gina, Sol, Florencia...
¿Florencia?
Sí, Florencia también tenía tremendo culo, no me podía hacer el boludo con eso. Mi hermanastra era un camión. Hasta el momento venía sobrellevando bien el hecho de vivir con una mina como ella. Pero verla semidesnuda fue heavy. El culo escultural apoyado sobre la pileta del baño, sólo cubierto por una tanguita diminuta, que más que cubrirla, simplemente resaltaba su desnudez. Su torso desnudo, su cara de intelectual seductora. Sí, Florencia estaba buena. Pero la odiaba. Me trataba como a un pelele. No se merecía estar en mi cabeza, no merecía que tenga una erección por ella, no merecía mi leche.
Recé a mis diosas para que fueran a salvarme. Enseguida las imágenes de ellas fueron a mi rescate. Ya no daba más. Iba a largar la eyaculación. Tenía que aguantar, tenía que serle fiel a ellas. Pero el recuerdo de Florencia, de su trasero perfecto, de la blancura, ahí, donde normalmente estaba cubierta, de sus tetas paradas, del olor de su cuerpo cuando estaba tan cerquita, se colaron. Traté de aguantar, pero ya no pude. El semen salió con mucha potencia. Tuve que ahogar un grito. Mi odiosa hermanastra me había hecho acabar por primera vez desde que le conocí.
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Me levanté al otro día a la hora del almuerzo. Sólo comimos mamá y yo. Pedro estaba en su oficina, y Florencia había salido. Se respiraba tranquilidad cuando ella no estaba en casa. No me tenía que preocupar por las frases ofensivas que tiraba en momentos inesperados. No me tenía que esforzar por buscar una respuesta igual de filosa, aunque casi nunca la encontraba.
—Acordate de poner tu ropa sucia en el canasto. —Me dijo mamá cuando terminamos de comer.
Fui hasta mi cuarto. Hacía como dos días que acumulaba ropa sobre una silla. Un colgado. Seguro mamá me va a cagar a pedos, pensé. Agarré el montón y lo llevé al lavadero. Cuando iba a poner la ropa en el canasto vi que adentro ya había ropa. Un pantalón de jean y una remerita blanca. Y encima de la remera, una pequeña tela negra.
Miré por encima de mis hombros, a ver si mamá no estaba detrás de mí. La vieja tenía la costumbre de hacer esas cosas. Me observaba mientras yo no me daba cuenta, como si estuviese a la expectativa de que me mande una macana. Ni que tuviera doce años.
Pero estaba solo. Solté mi ropa, tirándola al piso, y agarré la tela negra. Estaba hecha un bollo. La desenrollé. Como pensaba, era la tanga con la que Florencia se había sacado una foto el día anterior. ¿Para quién carajos era esa foto?
Me quedé observando la prenda íntima de mi hermanastra, parando la oreja, y mirando hacia la puerta a cada rato, atento a si aparecía mamá.
La tela que iba en la parte trasera no era más que una tirita. En la parte delantera era un triángulo muy angosto. Me imaginaba que Florencia debía estar completamente depilada para usar esa prenda. Hice un esfuerzo para recordar su pubis del día anterior, pero sólo había prestado atención a su trasero y sus tetas.
Me llevé la tanga a la nariz, y la olí, quizás esperando encontrar un olor desagradable en ella. La próxima vez que me molestara le diría "callate olor a culo".
Pero no percibí nada más que un suave perfume. Ni siquiera olor a transpiración. Nada. Supuse que sólo la había usado un rato, se la habría puesto exclusivamente para hacerse esa foto. Con el calor que hacía esos días, si la había usado durante varias horas, debería tener olor.
Pensé en qué ropa interior estaría usando en ese momento. Ahora sí, con treinta y tres grados bajo el sol, su trasero y su entrepierna estarían bañadas en sudor, y la bombacha estaría empapada.
Hice un bollo con la tanguita negra. Era tan chica que cabía adentro del puño sin que se notara que tenía algo en él.
Entonces escuché unos pasos que se acercaban. Menos mal que había estado atento, porque al toque mamá abrió la puerta de la cocina que era la que daba al lavadero. Cerré el puño con más fuerza. Tuve miedo de que una tirita de la tanga sobresaliera sin que me diera cuenta, así que, con carpa, puse la mano en el bolsillo.
—¿Qué hace tu ropa en el piso? —Preguntó mamá.
Qué boludo, pensé para mí. Me había colgado morboseando con la tanga, y me olvidé de poner la ropa en el canasto.
—Emmm —balbuceé, sin encontrar una mentira convincente.
—Andá nomás Marianito, con vos no hay caso, las tareas domésticas no se te dan bien.
Mamá se puso a recoger la ropa. Yo esperaba la oportunidad de meter la tanga de Florencia en el canasto, pero mamá ya se disponía a lavar toda la ropa. Así que me fui a mi cuarto, con la tanga de mi hermanastra en el bolsillo.
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Los días que siguieron fueron de mucho calor. Tanto que, con todo lo haragán que soy, me puse a limpiar la pileta y a llenarla. Recién para el atardecer terminé, y me di un buen baño durante un par de horas.
Fui a mi cuarto, fresquito. Me puse a ver una peli en Netflix. Ya era la medianoche cuando escuché que alguien golpeaba tímidamente mi puerta.
Sin esperar a que yo responda, la puerta se abrió. Era Florencia. Estaba vestida solo con una bombacha blanca y una camisa que usaba de pijama.
— Ya no aguanto más — dijo. Tenía un gesto de angustia. Su pelo castaño estaba mojado y las gotitas de agua se resbalaban por su cara. Supuse que se acababa de dar una ducha de agua fría.
— ¿Qué te pasa? —le pregunté, confundido.
— Me muero de calor. Mi aire acondicionado no funciona. Esta noche voy a dormir acá.
— Deberías pedírmelo primero. ¿No?
— No te pongas en forro ahora, pendejo. Te digo que me muero de calor. Ya aguanté dos días sin dormir casi. Papá me aseguró que el técnico viene mañana sin falta, pero hoy necesito dormir bien.
Salió al pasillo y volvió a entrar, arrastrando su colchón y unas sábanas.
Puso el colchón al lado de mi cama.
— Por hoy evitá hacerte la paja. Y en lo posible no te tires gases. — Me dijo.
— Y vos tratá de no andar en bolas por mi cuarto. — retruqué.
— Callate Nini. —Respondió ella. Siempre que no sabía qué contestar me echaba en cara el hecho de que yo ni estudiaba ni trabajaba.
Se tapó con la sábana. Enseguida se durmió. Se notaba que realmente necesitaba descansar.
Así, dormida, no parecía tan temible.
De repente recordé que tenía su tanga escondida en un baúl donde guardaba mis cómics y mangas. Era improbable que la descubriera, pero uno nunca sabe.
Me costó dormir. Me quedé un buen rato viendo cómo Florencia dormía. Los labios estaban semiabiertos, las piernas se escapaban de las sábanas y aparecían desnudas. En un momento, luego de que se removiera varias veces, pude ver su nalga, también desprotegida, cubierta solo por la linda ropa interior blanca.
No lo podía negar, estaba hermosa.
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Fue muy difícil dormir teniendo a la pendeja de Florencia en mi cuarto. Me había acostumbrado tanto a mi ritual nocturno y mañanero de hacerme la paja, que el hecho de no poder hacerlo porque mi hermanastra estaba dormida tan cerquita, me dio bronca.
Encima la forra ni siquiera se había calentado en pedirme de onda quedarse en mi cuarto. Como dice mamá, no se le puede pedir ropa a Tarzán. De una pendeja arrogante y maleducada como ella, no se podía esperar que pida por favor. Al menos no a mí, a quien consideraba un ser inferior. Pero por lo menos hubiese venido con más humildad.
Ya eran como las dos de la mañana y no podía pegar ojo. Mi pija se había puesto más dura que un tronco. Para colmo, antes de apagar la luz para dormirme, había visto cómo la sábana con que se cubría Florencia, se descorrió por tantos movimientos que hacía mientras dormía. No pude evitar mirarla. La mina era una porquería de persona, pero estaba muy buena. Las piernas eran quizás muy musculosas para mi gusto. Mi hermanita iba al gimnasio de seguido, y las gambas eran más fornidas que las mías. Las nalgas, por otra parte, eran perfectas. Ya de por si la genética la favorecía. Había nacido con unas pompas carnosas y paradas. Y sus largas horas de gimnasio terminaban de perfeccionar lo que la naturaleza había creado.
Desde la última vez que la imagen de ella, sacándose una foto semidesnuda, se había filtrado entre las mujeres que más me calentaban, ya no podía escapar de fantasear con ella.
Mi amigo seguía firme como mástil y duro como acero. Escuché cómo Florencia respiraba profundamente entre sueños. Hacía como media hora que tenía la erección, y no había manera de que mi amigo se ablandara. Había leído en alguna parte que tener erecciones por mucho tiempo podía ser peligroso. Así que empecé a acogotar el ganso. Florencia seguía con sus largas exhalaciones. La recordé, de nuevo, en tetas, sentada sobre la pileta del baño. La Imaginé, calladita, como estaba en ese mismo momento, pero no dormida, sino amordazada, y con las manos atadas, totalmente indefensa y a mi disposición.
Qué no daría por tenerla frente a mí, y humillarla, pero de una manera diferente a como ella me humillaba. Hacerla suplicar. Obligarla a que me pida perdón por todos los insultos y agresiones. Luego le arrancaría la ropa a tirones. La dejaría en pelotas y la penetraría por todas sus hendiduras.
Acabé. Saqué de abajo de la almohada algunos papeles de cocina, y me limpié. Después, haciendo el menor ruido posible, para que la pendeja no se despierte, fui hasta el baño para deshacerme de la evidencia incriminatoria.
Después de un rato, al fin, pude dormir.
Pero me desperté más temprano de lo normal ¡A las nueve de la madrugada! porque Florencia había encendido la luz y empezaba a prepararse para empezar su día.
—¿Hace falta que hagas tanto quilombo? —Le pregunté, bostezando.
Florencia ni se molestó en mirarme. Estaba vestida solo en ropa interior. Estiró su espalada, haciendo fiaca. Era flaquita y tenía tremendas curvas la hija de puta.
— Algunos tenemos cosas que hacer —contestó.
— Si no estás cursando... y esas bijuteries que hacés, las podés hacer a cualquier hora.
— No jodas pendejo, mirá se te voy a estar dando explicaciones a vos. Ah y otra cosa... ¿No viste mi tanga?
Me quedé petrificado ante la pregunta.
—¿Tu tanga? ¿Estás loca? —dije, haciéndome el ofendido—. Qué se yo dónde está tu tanga.
—Bueno... ¡Tan susceptible vas a ser! Pensé que a lo mejor se me había caído en algún lugar cuando fui a llevar la ropa al canasto, y vos la encontraste
—Si encuentro una tanga tuya tirada en el piso, no la toco ni con un palo
—Quedate tranquilo, nunca vas a tocar una tanga como esa. No creo que las chicas con las que salgas se animen a poner algo así. —Me contestó la perra.
Tiré las sábanas a un costado, y salté de la cama. La agarré de la muñeca, y se la apreté con fuerza.
—Pendeja de mierda, vos no sabés nada de mí —le dije
Estaba totalmente sacado. Florencia, por primera vez me miró con miedo. Tal vez la próxima vez que pretenda romperme las bolas, lo pensará dos veces, me dije recaliente.
—¡Soltame tarado! —dijo, casi llorando.
Pero yo apreté más fuerte.
—Me estás lastimando pendejo!
La solté. La muñeca quedó con la marca roja de mis dedos. Florencia hiso un puchero al verla.
—Pendejo boludo —Insultó.
Agarró su colchón y lo llevó a rastras hasta su cuarto.
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Me sentí bastante mejor después de haberle puesto los puntos a la pendeja. Pero a la tarde me dio un poco de miedo. Escuché cómo mi hermanastra se quejaba en voz alta con Pedro, su papá. Pero me dije que no tenía nada de qué preocuparme. Si la pendeja me estaba mandando al frente por haberla lastimado, les diría que ella se lo buscó. Si no les gustaba la cosa, que se vayan todos a la mierda. Ya estaba harto de que todos la vean como la chica perfecta, cuando en realidad era una víbora.
Pero cuando entré a la sala de estar, oí a Florencia decir:
—Pero ¡cuándo va a venir ese técnico de mierda! ¿Y por qué no llamás a otro?
—El hombre tuvo una emergencia familiar Florcita —contestó Pedro—. Tenés que entender, no le puedo sacar la changuita al pobre, y menos ahora.
Ambos me miraron. Florencia con desprecio, como siempre. Pedro me saludó con la cabeza y siguió hablando con su hija.
—Podés dormir acá en el living. —Propuso
No había pensado en eso ¿Por qué había ido a mi cuarto si podía tirar el colchón en el living, donde también había aire acondicionado?
Los dejé hablando solos. Ya había escuchado suficiente.
A la tarde salí con Gonza y Manu. Juancito no pudo ir.
—Su jermu no lo habrá dejado —dijo Manu al respecto.
Fuimos a lo de Gonza a escabiar. Como era de esperar, salió el tema de Florencia. Todos mis amigos, desde que vivo en casa de Pedro, no paraban de romperme las bolas con ella. Y cuando iban a casa, le tiraban los galgos. Florencia los ignoraba, hacía la suya. Sabía que Gonza la seguía en Instagram, y estaba seguro de que se habrá tirado un lance mandándole un privado, aunque nunca me lo dijo, claro. De todas formas, nunca le daría bola. No estaba a su altura. Ninguno de los pibes lo estaban. El amante de Florencia sería un tipo con físico escultural, o un hombre unos cuantos años mayor que ella, hecho y derecho y con unos buenos mangos en el bolsillo. Un profesional universitario, un empresario. Florencia aspiraba alto.
—Y cómo anda Florcita —Preguntó Manu, mientras soltaba el joystick un rato para agarrar el vaso de cerveza.
—Hinchapelotas, como siempre —contesté.
Entonces les conté la pelea que tuvimos en nuestro cuarto.
—¡Qué forra! Cómo te va a decir eso —se indignó Gonza.
Se solidarizaron conmigo, pero enseguida empezaron a romperme las bolas preguntando con qué ropas dormía Florencia. Quizás porque ya estaba medio en pedo, o porque de vez en cuando me gustaba ser el centro de atención, les conté cómo había aparecido en mi cuarto con una bombachita blanca y una camisa como única vestimenta. Les conté también, cómo, al ratito de dormirse, las sábanas dejaron al descubierto su cola perfecta.
—Si yo la viera así, me la cogería ahí nomás —dijo Manu—. ¿Vos no te tentaste Mariano?
No pensaba decirles que me había masturbado mientras ella dormía. Algunas cosas no necesitan ser contadas, ni siquiera a los mejores amigos.
—Es tan ortiva que te dan ganas de decirle que se meta su cuerpito perfecto en el culo —dije.
—¿En serio nunca le tuviste ganas? —preguntó Gonza.
Siempre me mostré desinteresado por Florencia, y los chicos lo sabían. No sólo por lo mal que me caía, sino porque sabía que si me encaprichaba con una mina como esa, sería una pérdida de tiempo. Además, siendo su hermanastro, era aún menos probable que se fijara en mí. Así que nunca había pensado en ella de esa manera, al menos no seriamente. Cada vez que la veía con esas calzas súper ajustadas que usaba para ir al gimnasio, no podía evitar mirarla, pero no me quedaba con esa imagen en la cabeza. Cuando salía con sus amigas, y se vestía de una manera recontra perra para ir a bailar, simplemente la ignoraba.
Nunca empieces una batalla que no puedas ganar, siempre decía mamá. Y Florencia era eso. Una batalla que había perdido antes de comenzar a pelear.
Mi sistema era simple pero efectivo. Mientras no me hiciera la cabeza con ella iba a estar todo bien. Yo ya tenía a mis propias fantasías inalcanzables. No era necesario sumarme una tan complicada como Florencia.
Hasta el momento iba todo bien y la actitud de mierda que siempre tenía mi hermanita, me ayudaba a no mirarla como una mujer, sino como un enemigo.
Pero desde que la vi en el baño, sacándose esa foto, todo mi autocontrol se había ido a la mierda. Y para colmo encontré esa tanguita negra suya, tirada en el lavadero, y me la quedé, escondiéndola en el baúl donde guardo mis revistas, como si fuese una especie de botín de guerra.
—No, está buena, pero hay muchas minas que están buenas y no son tan forras —contesté, haciéndome el boludo.
En esa respuesta había mucha mentira. Era cierto que había muchas minas lindas, pero como Florencia, muy pocas. Y la mayoría de las que estaban tan buenas como ella, eran famosas. Además, sí que le tenía ganas. ¡Y cómo no iba a tenerlas! de hecho, era increíble que, hasta hacía poco, había logrado mantenerla alejada de mis fantasías sexuales.
No solo les mentí. Tampoco pensaba contarles que la había visto en tetas. Eso me lo guardaba para mí. Me preguntaba si ella se lo habría contado a alguna amiga, o también se lo quedaría para ella. En ese caso, teníamos un secreto que nos unía.
Me fui cuando ya estaba oscureciendo. Cuando llegué a casa vi a mamá y a Florencia viendo algo en la tele.
—En una hora está la comida —dijo mamá.
Fui a mi cuarto. Abrí el baúl de madera donde guardaba mis magas y comics. Entre el primer y el segundo tomo de Vagabond estaba la tanguita de Florencia. La agarré. Fui al baño, el cual compartía con mi hermanastra. Para mi sorpresa, colgada en la canilla de la ducha, encontré otra prenda íntima suya. Un culote negro. Pero este no me lo podía llevar, sino, me descubriría.
Pero aun así lo agarré. Lo olí. Estaba húmedo por el agua de la ducha, pero también creí oler transpiración y algo más. Algo leve, pero al ser un olor desconocido, me llamó la atención. ¿Era fluido vaginal? al ser virgen no conocía ese olor, pero imaginé que se trataba de eso.
Mi pija se puso dura, mientras sostenía las dos prendas íntimas de mi hermanastra. Dejé el culote donde estaba. Me senté en el inodoro, envolví mi verga con la tanguita robada, y me empecé a pajear. La leche salió abundante y empezó a resbalarse por el tronco, ensuciando la prenda que lo envolvía.
Me di una ducha y lavé la tanguita. Luego me la llevé de nuevo a mi cuarto.
…………………………………………….
A la noche llamaron a mi puerta. Como era su costumbre, Florencia no esperó a que yo la invite a pasar.
— Escuchame, no quiero dormir abajo en el living, me da paja bajar por la escalera con todas mis cosas, y además papá se levanta muy temprano. Va a ser muy incómodo dormir ahí —dijo la intrusa.
— ¿Esa es tu manera de pedirme que te deje dormir acá de nuevo? —pregunté.
Me clavó sus grandes ojos marrones.
— ¿Me dejás dormir acá por esta noche?
No dijo por favor; pero tampoco esperaba tanto de ella.
— Bueno, pero no se te ocurra desubicarte como ayer —dije.
—Con eso ya estamos a mano —señaló con su mirada la muñeca que le había lastimado, aunque ya no tenía marcas.
Trajo su colchón y sus sábanas, y como el día anterior, se acomodó al lado de mi cama. No había tanto espacio en mi cuarto, sino, supongo que hubiese dormido lo más lejos posible de mí.
Cuando terminó de estirar las sábanas se quitó el pantalón y la remera que llevaba. ¡Con qué facilidad se quitaba la ropa mi hermanita!
Quedó con un conjuntito de ropa interior blanca. La tanga no era tan diminuta como la que yo guardaba en esa misma habitación, pero la tela blanca se metía entre sus nalgas con demasiada facilidad. Mirá ese culo come-trapo, solía decir Juancito cuando veía una hembra voluptuosa con prendas ajustadas. Y el culo de Florencia era el más come trapo que había. Se podía esconder un ropero adentro.
— ¿Te incomoda verme así? —preguntó—. No me gusta dormir con pijama. Y de hecho, suelo dormir desnuda.
Me quedé boquiabierto, ante la idea de tenerla totalmente desnuda tan cerca.
— Para nada, ¿cómo me iba a incomodar? —contesté.
— Ah, como te quedaste mirándome...
— Sólo te miraba pensando con qué cosa me vas a salir hoy —contesté, esquivándola.
—No te voy a salir con nada, no estés a la defensiva.
Se metió debajo de la sábana, pero sólo se cubrió hasta el ombligo. Hacía demasiado calor y la pieza no se había enfriado mucho que digamos. Era agradable sentir el aire frío en la piel. Así que no me extrañó su actitud.
— Te aviso que voy a ver una peli en mi notebook, así que espero que igual puedas dormir —dije. La verdad era que podía ponerme los auriculares, pero no pensaba hacerlo.
— ¿Qué vas a ver?
— Joker.
— Ya la vi —dijo— Y no me molesta, igual me duermo fácil.
— Apagá la luz cuando quieras —le dije con sequedad.
—Sabés que estuve pensando... —dijo Florencia—. Creo que me desubiqué ayer. No soy quién para estar diciendo con qué tipo de mujeres podés estar o no.
Me sorprendieron sus palabras. Casi parecían una disculpa.
— Yo también me saqué —admití—. Como dijiste... estamos a mano con eso.
— ¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo ella.
Me fastidió que me interrumpa justo cuando iba a poner la película. Ya de por sí era difícil tenerla ahí, media desnuda. No sabía cómo iba a evitar hacerme una paja otra vez mientras ella dormía a centímetros de mí. Y de hecho mi amigo el cabezón ya se estaba hinchando. La sangre corría cada vez más rápido por él.
— Qué —contesté.
— ¿Por qué te caigo tan mal? —Soltó mi hermanastra.
¿Se había vuelto locas?
— ¿En serio me estás preguntando? —pregunté.
— Claro...
— ¡Pero si vos sos la que me tratás mal! —me exalté—. Te burlás de mi todo el tiempo, me insultás, varias veces me dijiste que querías que me vaya de esta casa, me refregás todo el tiempo que sos mejor que yo. Me mirás con desprecio. Me echás en cara que no tengo trabajo ni estudio, cuando sabés muy bien lo difícil que es para la mayoría de los pibes de nuestra edad salir adelante. Estás tan acostumbrada a que todo te salga bien, que no te das cuenta de que no todos podemos...
Había levantado la voz, casi gritando. Sentí el calor en mi rostro y supe que me había puesto colorado.
Florencia me miraba atentamente, como esperando a que yo continúe, pero en ese momento no tenía nada más que decir.
—Las cosas no son tan así —dijo.
Se sentó sobre la cama. Yo no pude evitar ver el sensual movimiento de sus pechos cuando lo hizo.
— Vos también sos jodido —siguió hablando—. Desde que llegaste a vivir acá, me ignoraste. No colaborás en nada en la casa. Siempre soy yo la que tengo que andar ayudando a tu mamá, y eso que estudio y trabajo, y vos no hacés nada... Es verdad, quizás no sea tu culpa que no puedas aprobar el examen de ingreso en la facultad, y que no consigas trabajo, pero no tenés ningún motivo para no ayudar con la limpieza de la casa, o con la cocina. Pero yo sí lo tengo que hacer ¿Y por qué? ¿Porque soy mujer? Además, siempre que me cruzás en la casa, me esquivás, como si tuviese lepra. Cuando estamos con tu mamá viendo la tele, te metés en el cuarto, como si fuese una tortura compartir un rato conmigo. Siempre andás malhumorado. Y la verdad que podría seguir, pero bueno, yo también soy complicada, ya lo sé, pero vos no sos ninguna víctima Mariano, yo te sufro tanto como vos me sufrís a mí.
Dijo todo eso de corrido, casi como si se lo supiera de memoria, como si fuera algo que tenía atragantado desde hacía mucho tiempo. Me quedé callado. No sabía qué decir. ¿Yo era tan forro como ella? ¿Ella se sentía tan angustiada como yo al convivir con alguien que la detestaba?
— Vos no entendés —dije. De repente algo estaba saliendo de adentro mío, sin que pudiese evitarlo—. Para vos la vida es muy fácil Sos linda, e inteligente. Te llevás el mundo por delante. No sabés lo que es sentirte rechazado. Que solo te quiera tu mamá y algunos amigos tan loosers como vos.
Nunca había sido tan sincero con alguien, ni siquiera conmigo mismo. Florencia me miró, y parecía sorprendida, aunque no sé si por mis palabras, o por el solo hecho de haberme abierto de esa manera.
— No seas tonto. No me vengas con ese cuento de que por ser linda no sufro ¿te pensás que no sufro por amor? Hasta hace unos meses salía con uno de mis profesores. Fui una estúpida. Creía estar enamorada, pero supongo que lo que me atraía era el hecho de que fuese algo prohibido. —Me miró, como esperando que le diga que entendía de lo que hablaba—. Estaba casado —siguió diciendo ante mi silencio—. Y claro, no dejó a su esposa. Sólo me quería por mi cuerpo. Aunque él aseguraba que lo que más le gustaba era mi perspicacia, cuando estábamos en la cama me quedaba claro que sólo quería usarme. Después no contestaba los mensajes. Sólo cuando quería un polvo furtivo se acordaba de mí. Al final lo dejé yo, pensando que iba a volver de rodillas.
— ¿Y qué pasó? —Pregunté, intrigado.
— No volvió a llamarme. Supongo que tiene una lista larga de pendejas que se entregarían con la misma facilidad que yo… —¿Y vos porqué estás solo? —me preguntó después.
— No soy de los tipos en los que se fijan las minas. —Dije, sin poder terminar de creer la facilidad con que me estaba abriendo ante mi enemiga.
— Qué tonto. Tu problema no es estético —dijo Florencia—. Digo... no es que seas muy fachero que digamos, pero al menos sos alto. Lo que te falta es actitud. Si no te convencés a vos mismo de que podés estar con la mujer que quieras, nunca lo vas a lograr.
— ¿Tenés muchas amigas a las que les guste los tipos altos? —pregunté intrigado.
— Más de las que imaginás ¿Sabés por qué llaman la atención los hombres altos? —dijo Florencia, y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
— ¿Por qué?
— Porque se supone que son grandes en todas las partes de sus cuerpos.
— ¡Estás mintiendo! —dije, pensando que me tomaba el pelo, aunque no estaba para nada molesto. Sentía que estaba hablando con una persona totalmente diferente a la que conocía—, todas las mujeres dicen que prefieren un pene normal que sea bien utilizado a uno grande que se use mal —dije, seguro de haberlo escuchado un montón de veces en la televisión.
— ¿Y no te das cuenta de la mentira velada que hay detrás de esa afirmación?
— ¿Qué? —pregunté sin entender.
— Es una falsa dicotomía —dijo Florencia.
— Hablame en castellano por favor.
— Una falsa dicotomía es una situación en donde se presentan dos puntos de vista como si fueran las únicas opciones, cuando en realidad existen muchas otras.
— Acordate que no soy universitario —dije.
Florencia rió a carcajadas. Tuve que esperar un buen rato hasta que pudiera hablar.
— Fijate en lo que dijiste al principio. Las mujeres, según vos, prefieren una pija de tamaño normal, pero bien usada, a una grande pero mal usada... —Dijo. Me sorprendió escuchar la palabra pija saliendo de su boca—.Pero para empezar hay más opciones... —siguió diciendo—. Por ejemplo, un pene normal pero mal usado, o… una pija grande y bien usada.
Traté de decir algo, pero no se me ocurría nada. Todavía no caía en la conversación que estaba teniendo con mi hermanastra.
— ¿Dónde está la verdadera Florencia? —solté, y ella se rio de nuevo.
Me estaba gustando mucho hacerla reír. ¡¿Qué carajos estaba pasando?!
— En fin —dijo ella— Sólo quería que no te hagas tanto problema por las apariencias. Te va a ir bien con las chicas. Sólo falta que adquieras experiencia. Esa cara de virgen te vende.
La forra tenía que decir alguna maldad. Pero no me molestó.
— Bueno, ahora sí, voy a dormir —dijo.
Se levantó para apagar la luz. La vi de pies a cabeza y entendí que, al menos en lo físico, era asombrosa.
—Cuando duermo me muevo mucho —comentó— Es posible que amanezca con las sábanas tiradas a un costado. Pero sé que no te aprovecharías al verme media desnuda, así que voy a estar tranquila.
Entonces hiso silencio. A los pocos minutos escuché cómo su respiración se hacía más larga y profunda. Se había dormido.
…………………………………………….
"... Pero sé que no te aprovecharías al verme media desnuda, así que voy a estar tranquila " me había dicho Florencia antes de dormir.
El que no estaba tranquilo era yo. Sabía que mi hermanastra estaba dormida sobre el colchón que había puesto pegado a mi cama. Vestía solamente un conjunto de ropa interior blanca. La imagen de la pequeña tela metiéndose entre sus nalgas no salía de mi cabeza. Esa noche Florencia se había mostrado increíblemente sincera, e incluso amable. Y eso no ayudaba en nada. Mi amigo el cabezón se despertaba lentamente.
Contra la pared, bajo la ventana estaba el baúl de madera donde escondía la tanga negra que le había robado hacía unos días. Me perturbaba que estuviese tan cerca de, como diría mamá, la prueba del delito . Aunque más me perturbaba la presencia misma de Florencia en mi habitación.
¿Qué pasaría ahora? ¿Seríamos amigos? Necesitaba mucho tiempo sólo para procesar esa idea. Ella seguía siendo la misma cabrona de siempre, eso seguro. No iba a cambiar de un día para otro. Pero a lo mejor, más allá de las discusiones, podíamos llevarnos bien.
¿Y yo qué ganaba con eso? ¿Iba a ser más fácil convivir con un minón como Florencia si nos llevábamos bien? Para nada. Más bien todo lo contrario. Preferiría odiarla.
Pensé en mis amigos "si yo la viera así, me la cogería ahí nomás" había dicho Manu, en una exagerada muestra de hombría. Pero la frase también me comía el bocho.
Pasaron horas. Me puse a leer algunos artículos aburridos en Internet, para que se me fuera la erección, pero no pasaba nada. Mi amigo seguía firme como soldado.
Cuando parecía que por fin iba a dormir me agarraron tremendas ganas de mear. Me paré, en medio de la oscuridad. Sentí el calzoncillo apretado por la tremenda erección. Me tuve que sentar en el inodoro porque si no, iba a mear para cualquier parte. Por fin largué un extenso chorro de pis, mientras la dureza, de a poco, desaparecía.
Volví al cuarto. Escuché la profunda respiración de Florencia. Sentí el olor de su perfume, el cual había invadido la habitación. Recordé lo que habíamos hablado hacía unas horas, y aún me parecía extraño haber intimado tanto con alguien tan irritante como ella.
Encendí la luz.
Como de costumbre, Florencia, en su agitado sueño, había tirado las sábanas a un costado. Me la quedé viendo un rato. Ahora estaba quieta, boca abajo. Su pierna derecha flexionada. Su espalda arqueada y desnuda, sólo estaba cubierta por el elástico del corpiño. El increíble orto, ejercitado a diario, apenas tapado por la tela de la tanga que se metía entre esos cachetes macizos.
"... sé que no te aprovecharías al verme media desnuda ..."
Me acerqué, a puntas de pie. Era peligroso, porque si se despertaba no podría justificar estar tan cerca. Si me la quedaba mirando desde la puerta, en cambio, podría fingir que recién entraba, apagaba la luz y listo. Pero estando tan cerca no. Igual preferí arriesgarme. Me puse muy cerquita de ella y me senté en cuclillas. Florencia ahogaba las exhalaciones en la almohada. Parecía dormir profundamente. Parecía que nada podría despertarla en ese momento.
"... Sé que no te aprovecharías ..."
Estiré la mano. Toqué el elástico de la tanga. Florencia seguía inmóvil. Observé la curva que hacia su espalda y terminaba en los hombros musculosos. Del lado derecho tenía un tatuaje. La cintura era increíblemente fina y las caderas anchas le daban ese rico aspecto cimbreante . Moví la mano despacito, fui bajando. Rocé las nalgas. Eran suaves y duras. La erección volvió con todo. Al toque ya estaba recontra al palo.
" si yo la viera así, me la cogería ahí nomás "
Subí y bajé la mano encima del culo de Florencia. Se sentía demasiado bien. De repente me dieron unas tremendas ganas de besarlo. "... Sé que no te aprovecharías ..." Acerqué mis labios y los apoyé en uno de los glúteos, con cautela, sin exagerar. Pero se sentía muy rico, así que tenía que seguir haciéndolo. Le besé el culo de nuevo, y de nuevo. Y cada vez con más intensidad. Al final lo lamí, dejando una marca húmeda en su trasero.
Estaba a la expectativa de que Florencia hiciera algún ruido. No tenía que asustarme si lo hacía. Ya sabía que era común que se mueva de acá para allá estando dormida. De hecho, resultaba extraño que estuviese en esa posición, tan quieta.
Metí la mano adentro del calzoncillo y empecé a pajearme a centímetros de mi hermanastra, sin quitar los ojos de su tremendo orto.
Y entonces ella habló.
— Sos un idiota —dijo.
Giró su rostro y me miró. Mis manos estaban aún adentro del bóxer. Rió, y yo me sentí patético. La situación era irremontable. Florencia se mordió el labio inferior como diciendo "qué salame". No parecía enojada, pero eso no mejoraba en nada mi situación. Lo más probable era que me gastaría toda la vida con esa situación.
Pero entonces sucedió lo más extraño de esa noche. Florencia agarró la parte trasera de su tanga, la sacó de entre sus nalgas y la corrió a un costado. Abrió más sus piernas. Su sexo quedó a la vista. Una hermosa argolla rosada que se abría frente a mis ojos.
— Dale, cogeme de una vez —dijo.
Apoyó la cabeza en la almohada, quedando boca abajo, como si siguiera durmiendo. Me quité el bóxer apenas entendiendo lo que pasaba. Mi pija estaba más caliente que nunca. Me arrodillé en su colchón, Apoyé las manos en sus glúteos. Los masajeé. Eran tan increíbles como parecían serlo. Me hubiese quedado toda la noche manoseando ese orto perfecto. Pero la conchita húmeda de mi hermanastra atraía como imán a mi verga.
Me acomodé, apunté, y se la metí.
— Despacito —dijo, aunque yo apenas se la había metido—. La tenés muy grande.
Se la metí más adentro, con delicadeza. La cabeza avanzó hasta ser succionada por ese hueco cálido y húmedo. Florencia gimió como gata en celo. Penetré más. Las paredes vaginales apretaban mi verga. Pero el sexo parecía estar lubricado con sus fluidos, así que igual se resbalaba y se enterraba más y más. La abracé. Busqué con mis manos sus pechos, esos pechos que hacía poco había descubierto desnudos. Los masajeé, los estrujé, mientras se la metía una y otra vez. Florencia levantaba la cola y yo sentía sus perfectos glúteos chocando con mis muslos cada vez que la penetraba. Me sentía como en un sueño. Tenía miedo de que en cualquier momento me despertara.
Y entonces acabé.
Me rehusé a aceptar lo que estaba pasando. ¿Ya había eyaculado? La seguí penetrando, embistiéndola como si fuera un toro. Pero la verga se sentía cada vez más blanda. Hasta que llegó el momento en que ya no podía metérsela.
— ¿Qué pasó? —Preguntó Florencia. Giró y me miró con extrañeza— ¿ya acabaste?
— Sí —dije avergonzado.
Mi cuerpo desnudo estaba todavía apoyado sobre ella. Me aparté, como si no fuera digno de estar junto a ella.
— ¡¿Cómo que ya acabaste?! —dijo Florencia, indignada— Encima acabaste adentro mío ¡Estás loco!
— Sí, perdón.
Hubo un silencio que se me antojó larguísimo, hasta que ella lo rompió.
— Bueno, supongo que eso me pasa por estar con alguien sin experiencia.—Extendió su mano—. Vení, acostate conmigo.
Aún con el ánimo por el piso, me coloqué a su lado. Me envolvió con sus brazos. Yo rodeé su cintura con el mío. Nos quedamos un rato así, sin decirnos nada. Florencia me acariciaba el pelo y el pecho, mientras yo magreaba sus pechos. De a poco el fracaso anterior dejó de pesarme tanto... Imaginé que fue sólo un accidente. Falta de experiencia, como dijo ella.
Mi pija se puso al palo de nuevo.
— ¿Querés que te haga un favor? —Preguntó ella.
— ¿Un favor?
Se inclinó y se llevó la verga a la boca. Me sorprendió, porque no sólo estaba pegoteada por mi semen, sino por sus propios fluidos que se impregnaron en mi sexo cuando la penetré. Pero a ella ese detalle le importó bien poco, y ahora saboreaba la pija condimentada con sus propios flujos.
La sensación de su lengua era enloquecedora. El viento frío que largaba el aire acondicionado chocaba contra mi pene mojado por la saliva de Florencia, y eso hacía que sensación fuera aún más intensa. Quería cogerla de nuevo, para reivindicarme, pero la idea de retirar mi sexo de adentro de su boca, de dejar de sentir cómo Florencia me lo comía, era una locura.
Por suerte duré más que la primera vez, aunque tampoco fue tanto como me hubiese gustado. Mi hermanastra recibió, gustosa, la eyaculación en el pecho.
Fue al baño a limpiarse y volvió al cuarto enseguida.
— Bueno, va a ser mejor que duerma. Mañana tengo cosas que hacer.
Casi le digo que quería hacerle el amor toda la noche, pero el miedo de fallarle de nuevo me hizo callar. Fui a mi cama, temeroso de ser rechazado si le pedía que durmamos juntos. Florencia no dijo nada.
Y otra vez me costó dormir. Tenía a una mina que más que mina era una nave, ahí, durmiendo en tanguita, a centímetros de mí. Cuando la verga se me puso de nuevo dura no lo dudé ni un segundo. En medio de la oscuridad fui hasta donde estaba Florencia. Busqué su cuerpo en la penumbra. La encontré, esta vez durmiendo boca arriba. Al toque le bajé la tanguita. El corpiño no estaba. La pendeja dormía en tetas.
— ¿Qué? —dijo medio asustada, cuando se despertó— ¿Mariano?
No respondí. Sólo me limité a montármela como la yegua que era. Tenía la conchita empapada. la había dejado calentita. Le di maza, ahora sin preocuparme tanto por metérsela con cuidado. Florencia se bancaba mi pija, y supuse que se bancaba instrumentos más grandes todavía.
Sentí cómo rodeaba mi cintura con sus musculosas piernas, al tiempo que gemía mientras le daba matraca. En un momento largó un grito que temí fuera escuchado por nuestros padres. Le tapé la boca con mi mano y seguí dándole duro.
Esta vez ella se vino antes que yo, lo que me dio un profundo alivio. Terminamos totalmente exhaustos, abrazados.
…………………………………………….
Al otro día fue todo muy extraño, aunque lindo. No podía quitarle la vista de encima a Florencia, y ella también se daba vuelta a mirarme cada vez que nos cruzábamos por los distintos lugares de la casa. En un momento, como un acuerdo tácito, fingimos una de nuestras clásicas discusiones frente a mamá, ya que no queríamos que sospeche que pasaba algo entre nosotros.
Para mi desgracia, ese día el técnico por fin había arreglado el aire acondicionado del cuarto de Florencia, por lo que no teníamos excusas para dormir juntos. Esa noche le insinué si quería que viéramos una película juntos, pero me dijo que no tenía ganas.
Terminé la noche algo decepcionado por no tenerla en mi cama de nuevo. Pero me dije que debía esperar a que ella tuviera ganas. Con los tres polvazos del día anterior debería conformarme por el momento.
Pero a la madrugada, entre sueños, sentí una potente erección. Me desperté, y cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a Florencia masajeando mi pija con su lengüita de víbora. Vaya manera de amanecer.
Mi hermanastra tomó su desayuno. Tragó hasta la última gota de leche, sin dejar nada en el recipiente, como la nena buena que era.
Tuvimos dos o tres días de puro sexo desenfrenado. Días de felicidad donde los orgasmos se intercalaban con momentos que podrían llamarse románticos. Pero de repente Florencia se enfrió. Y no solo eso. La vieja Florencia volvía cada tanto, con una frase denigrante.
Pasó un día, dos, tres, cuatro. Una semana, dos semanas. Florencia no volvía a mi cama y yo no entendía qué carajos estaba pasando. Una vez se lo pregunté.
— No somos novios —contestó.
— No, claro, ya lo sé, pero...
— No me rompas las bolas —dijo enojada. Y me dejó solo con la palabra en la boca.
El finde se empalmaba con un feriado nacional y otro feriado puente, así que mamá y Pedro aprovecharon y se fueron a pasarlo a la costa. Las ideas me revoloteaban por la cabeza, desde el momento que me enteré de que estaría cuatro días a solas con Florencia. Durante la semana ella hace sus cosas y no nos cruzamos mucho que digamos, y menos ahora que parecía esquivarme. Los fines de semana mamá y Pedro se la pasaban en casa, así que ahí tampoco teníamos tanto tiempo. Sólo cuando ella quería pasar la noche conmigo estábamos realmente juntos. Pero eso parecía haber quedado en el pasado.
Pero bueno, pensé que era una buena oportunidad para, por lo menos, averiguar qué carajos había pasado que me cortó el rostro de un día para otro.
Recién la pude enganchar a solas el primer feriado, cerquita de la noche. No le quise mandar mensajes. No quería hacer un drama. Pretendía llevar la situación lo más naturalmente posible. Que no creyera que estaba desesperado.
Se había puesto un vestido blanco con el que se veía despampanante.
— Estás muy linda —dije, como al pasar.
— Voy a salir —dijo ella, sin prestar atención al piropo.
— Ah, vas a bailar con tus amigas.
— No, voy a salir con alguien. —Me contestó.
— ¿Qué? ¿Con quién? —Pregunté, sintiendo cómo la tristeza me tiraba abajo.
— No tengo por qué decírtelo Mariano, pero para que estés al tanto... Voy a salir con el profesor del que te había hablado —largó el disparo sin siquiera mirarme.
— ¿Qué? ¿Con ese que sólo te quiere por tu cuerpo? ¿El que está casado y sólo contesta tus mensajes cuando quiere un polvo? ¡Estás loca! —dije indignado.
—No seas hipócrita ¿Y vos para qué me querés aparte de para cogerme? ¡No te metas en mi vida!
No supe qué responder ¿Qué sentía realmente por ella? Florencia salió de la casa dando un portazo.
…………………………………………….
Cuando me decidí a ir tras ella, ya no había rastro de Florencia en la calle, sólo quedaba el delicioso perfume que se había puesto para ir a ver a su profesor/amante, que flotaba despiadado en el aire. Me metí en la casa, y a pesar de encontrarme completamente solo en ella, me encerré en mi cuarto, sintiéndome totalmente humillado por la situación.
Era cierto, Florencia no era mi novia. Y dado que era mi hermanastra, era difícil imaginar que algún día lo seríamos. Pero me sentía terriblemente bardeado al estar ahí mientras ella pasaba una noche romántica con su profesor universitario ¿Qué era yo? ¿Un boludo?
Pensé en hablar con alguno de los pibes, para que me diera un consejo. Pero todavía no les había contado que había tenido relaciones con Florencia. me daba mucha paja narrar toda la historia completa, además, supuse que me iban a salir con cualquiera, y que sus consejos, más que ayudarme, me iban a dejar con la cabeza quemada. Gonzalo, Manu y los demás son más virgos que yo, así que no podía esperar mucho de ellos.
Decidí pegarme un baño, ponerme mi mejor pilcha y salir a algún bar. Algo tranqui. A lo mejor hasta tenía suerte y me levantaba alguna minita. Desde que estuve con Florencia me sentía más seguro de mí mismo.
Deambulé como zombi por las calles de Buenos Aires. Me decidí por un bar que parecía bastante canchero y no tenía muchos clientes en ese momento. Pedí una cerveza artesanal. Miré a una veterana que estaba sentada en la barra. Tenía las piernas largas y los pechos grandes. De cara no estaba muy bien, los cuarenta y pico años que tenían se notaban mucho en las patas de gallos de sus ojos. Pero de cuerpo venía muy bien. No tendría por qué verle la cara, un buen polvazo poniéndola en cuatro me harían sentirme menos estúpido esa noche.
La mina se dio cuenta que le estaba clavando los ojos. Me miró. Le sonreí. Y entonces un hombre que supongo venía del baño se sentó junto a ella y comenzaron a hablar animadamente.
Estuve un rato, haciéndome el gato, pero las chicas que no estaban en una cita estaban con varias amigas, y tantas mujeres juntas me intimidaban. No me animé a encarar ni a una. Tomé otra cerveza y volví a casa, más solo de lo que ya estaba.
Mientras volvía me hacía la cabeza pensando en qué estaría haciendo Florencia en ese mismo momento. Hacía ya un par de horas que había salido de casa. la cena ya habría terminado, probablemente estarían camino a un hotel alojamiento. O quizás ya estaban en el cuarto del hotel. A lo mejor ese hermoso vestido Blanco que se había puesto mi hermanastra ya estaba tirado en el piso, mientras el profesor la despojaba de su tanga y empezaba a montarla. Seguramente el profesor cogía mejor que yo. Tendría cuarenta años, o al menos treinta y pico. Mucha experiencia encima. Tendría la barba frondosa, y un look tirando a hípster.
¿Qué haría con Florencia? Ella me había contado que él parecía sólo interesado en su cuerpo. Y no lo culpaba. A mí me pasaba lo mismo ¿O había algo más y todavía no me daba cuenta? Seguro besaría su culo. Seguro los estrujaría. Quizás hasta lo mordería, pero solo una o dos veces, porque a Florencia no le gustaba que se ensañen mucho con sus glúteos. ¿O con él haría más concesiones? Después de todo, él era el hombre que realmente quería. Yo sólo fui una diversión pasajera. Quizás hasta se dejaría penetrar por atrás, todo con tal de retenerlo, de convencerlo de que ninguna mujer lo complacería como ella.
Entré a casa, imaginando que mientras yo caminaba hacia mi cuarto, Florencia estaría gimiendo de placer mientras era perforada una y otra vez por el profesor.
Fui al baño para darme una ducha de agua fría. La luz estaba encendida, cosa que me extrañó. Abrí la puerta y me encontré con Florencia, quien estaba completamente desnuda, a punto de meterse en la ducha.
Su escultural cuerpo se veía deslumbrante al estar sin ninguna prenda encima. Pero, aunque no pude evitar clavarle los ojos al tremendo orto que porta mi hermanastra, también noté el semblante triste de su cara. Sus ojos estaban rojos, por lo que supuse que había llorado.
Al principio, al verse completamente expuesta frente a mi mirada, Florencia pareció sorprendida y algo disgustada. Pero después de un segundo, tal vez recordando todas las cosas que habíamos hecho en la cama, su expresión cambió por una con la que quería demostrar dignidad.
— No me digas nada, no quiero hablar —dijo Florencia.
No dije nada. Después de un tiempo me enteraría de que su profesor la dejó plantada, porque su mujer se había dado cuenta de que estaba tramando algo extraño. Me desvestí al toque, y me metí en la ducha con ella.
— ¿Quién te invitó a meterte? —dijo Florencia.
— Yo venía a bañarme, y vos se supone que no estabas en casa, así que si no te gusta, dejame terminar y volvé después —contesté.
— Qué bobo. A veces parece que tenés cinco años.
— Perdón señora madurez, pero no estoy de humor para tus agresiones. ¿Te vas o te quedás?
Como estaba detrás de ella, me tuve que estirar para abrir la llave de la ducha. Mi pene, asombrosamente todavía flácido, rozó la rígida piel de sus glúteos. El agua tibia cayó sobre el cuerpo de Florencia. No dijo nada. Se quedó ahí. Llevó sus manos al cabello y lo frotó, hasta que quedaron completamente empapados.
—Tomá —dijo, entregándome el Jabón, mientras se ponía shampoo en el pelo. Enseguida la espuma blanca se deslizó por toda la perfección de su ser . El agua llegaba a mí, salpicándome. No estaba tan mojado, así que preferí empezar a ayudarla a bañarse a ella primero. Apoyé el jabón en su espalda y comencé a frotarlo.
Se dio vuelta y me clavó sus ojos tristes. Le di un beso. Nuestras lenguas se entrelazaron bajo el agua. Hice movimientos circulares en su espalda, y bajé lentamente, encontrándome con las musculosas y carnosas nalgas. Pero seguí de largo, y metí el jabón entre sus piernas, masajeando los muslos. Mi dedo, también enjabonado, se resbaló y se enterró en su sexo. Florencia gimió y su cuerpo se contrajo. Besé su trasero. Con la mano con la que no estaba penetrándola, sostuve el jabón y lo pasé una y otra vez en medio de sus glúteos. Un dedo se perdió dentro del pequeño orificio del ano. Florencia pegó un saltito cuando se lo metí por completo, de un solo movimiento.
Me paré, la agarré de la cintura y la atraje hacia mí. Mi verga, totalmente empinada se apoyó sobre su culo jabonoso. La ayudé a terminar de enjuagarse el pelo. Ahora el agua caía sobre los dos Como si fuésemos uno solo. Florencia agarró mi mano y la dirigió hacia su entrepierna.
—Ahí —dijo, indicándome que me concentre en el clítoris.
Se lo masajeé, y cuando ella me lo pedía, lo apretaba con dos dedos. Florencia frotaba su hermoso orto con mi pija cada vez que gozaba con mis masajes. Estrujé sus tetas y pellizqué los pezones sin dejar de acariciar su sexo. Sentí en mi propio cuerpo cómo el cuerpo de Florencia se contraía. Al ratito largó terrible grito por el orgasmo que le acababa de sacar. Quedó toda agitada, abrazada a mí.
— Quiero hacerte el orto —le dije al oído.
No contestó con palabras. Apoyó las manos en la pared. Separó sus piernas y se inclinó.
—Despacito, es muy grande para hacerlo por acá, si te digo que no la metas más adentro, no lo hagas —dijo mi hermanastra.
Ya estaba algo dilatada por el dedo con el que la había penetrado. Separé mis piernas y me paré firme, no fuera cosa que me resbalara y terminara accidentado en pleno garche. La agarré de las caderas. Apunté mi cañón. La verdad, que la cabeza de mi verga se veía muy grande en comparación al orificio en el que pretendía meterlo. Empujé. Florencia gimió. Empujé de nuevo. Me daba cuenta de que no estaba adentro suyo, el glande chocaba con el arito de cuero, y más allá de eso no pasaba. pero no quería lastimarla, así que tuve paciencia.
Fue una tarea fina. Pasaron unos cuantos minutos hasta que le metí la cabeza. Una vez que logré eso, meterle unos cuantos centímetros del tronco no fue tan difícil. Florencia gemía cada tanto, pero la mayor parte del tiempo que duró la culeada, su expresión fue de dolor, o quizás de miedo a que la hiciera sufrir. Me daba cuenta de que el sexo anal era lo que menos le gustaba hacer, pero que lo hacía como una especie de agradecimiento, tal vez debido a que no le pregunté qué había pasado con el profesor. O quizás estaba tan vulnerable que era fácil hacerla acceder a cosas que normalmente no practicaba.
Pero yo disfruté de ver cómo sus nalgas se separaban mientras mi pija se metía más adentro de ese culo de ensueño. Acabé adentro suyo. Cuando saqué mi pija con cuidado, el semen empezó a salir de su ano. Florencia se dio vuelta y recibió el agua en sus nalgas. La leche se deslizó por sus piernas y fue a parar a la rejilla de desagüe.
—Vení, te ayudo a bañarte —me dijo Florencia.
Ahora yo empecé a enjuagarme la cabeza y Florencia me enjabonó la espalda. Enseguida sentí sus manos rodeando mi cintura para palpar mi verga.
— ¿Te gusta? —Le pregunté.
—Sí. Tenés un lindo pene —me dijo, al tiempo que lo masajeaba con su mano jabonosa.
No tardé mucho tiempo en estar al palo de nuevo. Me dieron ganas de que me dé una buena chupada, pero no estaba seguro de si lo querría hacer después de que mi miembro estuviese hurgando en su agujero prohibido. Pero después de enjabonarlo y enjuagarlo bien, como leyéndome la mente, cerró el agua de la ducha y se puso en cuclillas frente a mi. Sonrió por primera vez en esa noche, y se metió mi verga en la boca, haciéndome un pete como solo ella sabe hacerlo.
Esta vez dejó que le escupa la leche en la cara. No me animé a pedirle que se lo tragara, supuse que si quisiera hacerlo lo haría y punto. Abrió la llave de la ducha nuevamente y se limpió la cara. Fuimos a su cuarto. Nos acostamos, abrazados, con los cuerpos húmedos y el cabello mojado. Disfrutamos de la compañía de otro, la mayor parte del tiempo en silencio.
— Esto no va a funcionar —sentenció la pesimista de mi hermanastra.
— Entonces disfrutemos mientras dure —propuse yo.
— De repente parece que maduraste ¡Lo que logra un buen polvo!
— Que boluda —le dije, y le comí la boca de un beso para que dejara de bardearme.
—Te quiero —me dijo Florencia— No sé si lo suficiente como para sostener lo que sea que tenemos. pero te quiero.
— Yo también—-le dije.
Hicimos el amor tres veces más (creo que fueron dos) y dormimos abrazados.
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De esto ya pasó casi un año. Y eso de disfrutar "mientras dure" sigue en pie. Con mamá y Pedro nunca blanqueamos formalmente que había algo entre nosotros, pero no son tontos. Por suerte, a ninguno de los dos parece molestarle. Florencia sigue siendo la misma rompebolas de siempre. Quisiera decir que ya no tiene sus ataques de universitaria engreída que se cree la mejor del mundo (Que exagerado) Pero cada tanto tiene sus arranques y me re bardea. Incluso el hecho de haber empezado a trabajar no le alcanza. Como el laburo me lo consiguió su papá, cuando discutimos, no se pierde la oportunidad de echármelo en cara. Pero bueno, como dice mamá, algunas cosas siempre van a ser igual. Yo la perdono, porque tampoco es la bruja que era antes, y ni hablar de lo bien que me lo recompensa en la cama cuando nos reconciliamos.
Esta es mi historia (nuestra historia), de cómo mi relación con mi odiosa hermanastra fue cambiando con el tiempo. De cómo una relación que parece imposible realmente no lo es. Si notan algunas frases extrañas en el relato, es porque la pesada de Florencia descubrió que estaba publicando esta historia, y me obligó a mostrársela antes de subirla, y le hiso algunas acotaciones. Creo que es mejor terminarla acá, y no seguirla hasta que por fin se pudra todo, y todo lo lindo se vaya a la mierda. Pero quién sabe, a lo mejor ese "mientras dure" se extienda por mucho tiempo más. Les confieso algo: amo a mi odiosa hermanastra.
Y yo a vos Mariano, y por cierto, sé que me robaste la tanga.
Fin