Mi obsesión
Mi cuñada ha sido la obsesión de mi vida. Con ella lo descubrí todo.
Os voy a contar parte de mi vida. Mi despertar sexual empezó temprano, a los quince años ya había tenido tres novias y probado el sexo oral con ellas pero no la penetración. Cuando tenía dieciocho mi hermano, cinco años mayor que yo, se casó con María, una muchacha guapa y con un cuerpo que despertaba deseos, de senos firmes y un trasero que desviaba las miradas de cuantos pasaban a su lado. No tenían piso donde vivir, así que conviviamos todos bajo el mismo techo, mis padres, mi hermano, mi cuñada y yo. Desde el principio busqué cualquier oportunidad de ver a María desnuda o ligera de ropa. Trataba de hacerme el encontradizo, si ella utilizaba el baño estaba pendiente de sus entradas y salidas, del momento de irse a la cama, del despertar por las mañanas. Pero lo único que lograba era ver su ropa interior en el cesto de la ropa a lavar o colgadas en el tendedero.
Mi habitación estaba al lado de la suya. Muchas noches se les oía haciendo el amor. Entonces yo pegaba el oido al tabique y trataba de escucharles, sus jadeos, sus palabras. En el éxtasis ella pegaba pequeños grititos mientras mi hermano soltaba por su boca palabras oscenas, llamándola mi putita, zorrita, coñito juguetón, etc. Me excitaban tanto que terminaba haciéndome una paja y mojando las sábanas.
A los pocos meses de casarse mi hermano cambió de trabajo, se hizo representante de una empresa textil y empezó a viajar frecuentemente. María se aburría en casa esperándole por lo que empezó a quedar con las amigas y salir al cine o de reunión con ellas. En cada regreso, la pareja parecía desfogar el tiempo de separación, haciendo que esas noches fueran aun más apasionadas.
Trascurrió el invierno de esta manera y con la llegada de la primavera María empezó a cambiar, tanto en su forma de comportarse como de vestir. Si antes era dificil verla con faldas, si su ropa interior no pasaba de simples bragas altas y sujetadores normales, empezó a comprarse lencería, braguitas más pequeñas, sujetadores con encaje, incluso en el tendedero pude ver colgadas medias junto a los pantys de siempre. Su comportamiento varió, salía a menudo, y cuando mi hermano estaba de viaje la hora de regreso empezó a ser más prolongada. En dos ocasiones la seguí en sus salidas que terminaron cuando vi que acudía a reunirse con sus amigas en una cafetería del centro. Sus cambios la habían hecho más atractiva a mis ojos, ahora el deseo me encendía y verla contornear su cintura, el compás que imprimía a su trasero al andar, la exhuberancia de sus pechos, me tenía obsesionado. Deseaba conocer el placer de su cuerpo, el contacto de su piel y su boca, el sabor de sus jugos.
Al principio del verano mi hermano tuvo que marcharse durante una semana a un curso que su empresa daba para todos los representantes de la firma. Yo, con mis padres, fuimos a veranear a la costa. María, por su parte, quedaba en casa pues todavía no llegaba su periodo vacacional. Estando en la playa un compañero de estudios me avisó que me faltaba por entregar una de las instancias para las asignaturas opcionales del siguiente curso, y el plazo vencía dos días después. Tuve que tomar el tren urgentemente y regresar a la ciudad por la mañana temprano. Solucioné el problema antes del mediodía y ya que el siguiente tren no saldría hasta última hora de la tarde decidí pasar por casa y tomar algunos discos para llevarlos a la playa. Por la hora a la que llegué a casa María debería estar en su trabajo, así que abrí con mi llave. Nada más entrar los ruidos procedentes del dormitorio atrajeron mi atención. Sonidos de estar follando. Pensé que mi hermano había regresado antes de tiempo y sin querer molestar fuí a mi habitación a recoger los discos. Mientras los buscaba de la habitación de María y mi hermano me llegaban los compases de un folleteo de locura. La cama crujía por los movimientos de ellos, María suplicaba
- Vamos, follame, dámelo todo, que bueno, más...más.
Cuando mi hermano habló no pude reconocer su voz.
- Toma, puta, hasta el fondo, te gusta ¿verdad?.
No tardaron en llegar al orgasmo, María chillaba en pleno éxtasis. Luego la casa quedó en silencio. La puerta de la habitación se abrió y un hombre que no conocía salió. Me vió en mi habitación y se me quedó mirando. A continuación entró de nuevo en la habitación de María y habló con ella . Yo quedé paralizado, no sabía como obrar, pero mis pasos se dirigieron a la puerta. Miré dentro. María trataba de vestirse, en su nerviosismo no lograba ponerse el vestido de manera que sus pechos estaban al descubierto. El hombre ya tenía puestos los pantalones y la camisa, sin abrochar, trataba de calzar los zapatos de forma precipitada. Crucé la mirada con María, sin querer descendiendo hasta la curva de sus senos. Se veían hinchados, coronados por unos pezones grandes, de color rosado fuerte. Ella no trató de ocultarlos.
Regresé a mi habitación y me senté en la cama, dando tiempo a que el desconocido se marchase. Oí la puerta de la calle cerrarse de golpe. María entró en mi habitación y empezó a hablarme nerviosamente.
- No dirás nada.
La miré sin saber que contestar, esperando que prosiguiese.
- Tú no lo entiendes, lo necesito.
Y rompió a llorar sentándose a mi lado en la cama. Su olor al tenerla tan cerca me llegó de una manera imprevista, ese aroma de su piel mezcla de rosas y limón. La rodeé con mis brazos volteándola hacia mi. Apoyó su cabeza en mi hombro mientras seguía llorando de una manera ahora más sosegada.
- No debes decir nada. Haré lo que quieras.
Estas fueron sus palabras.
- No lo sé, María, no lo sé.
Mis manos notaban la calidez de su piel bajo el vestido, recorrieron su espalda. Al mismo tiempo la presión de sus pechos contra mi torso hacían que mi mente divagase con pensamientos lujuriosos. Ella se apartó ligeramente, mirándome. Entonces la besé, sus labios frescos por las lágrimas y a la vez calientes, sujerentes. Mis manos abandonaron su espalda para tomar sus senos solo separados por la tela del vestido. No hizo ningún intento de rehuir de las caricias,
se levantó situándose enfrente de mí y despacio hizo resbalar las tiras del vestido dejándolo caer a sus pies. Pude ver a María desnuda. Se acercó y besé su vientre, mis manos la rodearon por debajo de la cintura, acariciándola. Ella se acercó aún más, abriendo sus piernas y sentándose encima de mi, arrodillada en la cama. Hundí mi cara entre sus senos, lamiendo la tersura que me ofrecían y mordisqueando suavemente sus pezones. Ella emitió una leve queja que se transformó en placer rápidamente.
Me pidió que me tumbara. Sus manos expertas desabrocharon mi pantalón y buscaron mi polla, iniciando un movimiento lento que se convirtió en suaves tirones. Me sentía enloquecer. Me levantó la camisa para besar mi cuerpo, a pequeños lametones. Me desnudé completamente y me tumbé junto a ella. Mis manos resbalaban buscando los pliegues de su cuerpos, zonas húmedas, besando cada rincón. Ella se pusó encima de mi, tomó mi polla y se la introdujo lentamente, cabalgándome. Me invadió su calor al mismo tiempo que sus movimientos me causaban un placer nunca sentido. No pude contenerme y exploté en un orgasmo intenso. Sin embargo no había dado tiempo a María a llegar. La tumbé y puse mi boca en su coño, aun goteando en una entremezcla de mi semen y sus jugos. Apliqué todo lo que conocía, recorriendo con mi lengua los pliegues que encontraba, a la vez exploraba con mis dedos la entrada de su vagina. María tensó sus piernas, elevando las caderas, gimiendo hasta estallar en el orgasmo.
Quedamos tumbados, entrelazados nuestros brazos y piernas, callados, mirándonos, hasta que María rompió el silencio en un susurro.
No tiene por qué enterarse nadie, será nuestro secreto.
Me has gustado siempre, soñaba con esto, y no quiero perderlo.
Y lo tendrás siempre que quieras, tu callarás y seguiremos con nuestras vidas, pero me tendrás para tí.
¿Y los demás?
Aún no entiendes, eres muy joven. El sexo es diferente. Necesito sentirme follada, deseada. No puedo controlarlo. Un día se prueba, sin amor, sexo solo por sexo, y te das cuenta que el tiempo que dura los demás problemas dan lo mismo, es como una droga.
Entiendo más de lo que crees.
Sonreí y me avalancé encima suyo, besándola.
Más tarde llamé a mis padres y les conté una mentira, que no había podido entregar los papeles, que tendría que posponer mi regreso y que como llegaba el fin de semana lo pasaría en casa de un amigo. La realidad fué diferente. Disfruté con María haciendo el amor, ella actuando de maestra, posturas que nunca se me habían ocurrido. Cuando estábamos desnudos se mostraba inhibida, lujuriosa, deseando recibir más y más, como una ninfómana nunca quedaba del todo satisfecha. Cada jornada quedaba exhausto, solo mi juventud me permitió llegar a los límites de aquellos días.
Cuando terminé la universidad me independicé de la familia, pero nuestra relación se ha mantenido hasta el presente, durante más de diez años. María tiene una forma de entender el sexo que aún hoy no llego a comprender del todo. Nunca perdió la oportunidad de mantener sexo con quien le placiese, yo no era el único, tuvo muchos amantes. El año pasado mi hermano se enteró de la verdadera historia de María. Por suerte, no llegó a conocer que entre las personas que habían recorrido su cuerpo, explorado sus secretos, me encontraba yo. Se separaron.
Escribo mientras la espero. Es nuestra tarde de la semana, el momento prometido y en el que pienso cada minuto que estoy alejada de ella.