Mi nuevo vecindario (4)

Lidia y Marta me sorprenden con una sesión totalmente improvisada para mí, pero muy preparada por ellas...

Pasaron un par de semanas sin que ninguno de los tres nos viésemos. Salvo algún intercambio de SMS, se podría decir que esas dos semanas las pasamos en blanco. Cada uno se dedicó a su vida y a su pareja. Y todo fue normal. Habíamos dejado de bajar a la piscina.

Ante la disminución de los encuentros casuales en la piscina, tuvimos que buscar nuevas alternativas para charlar y poder montar otras sesiones como la que habíamos vivido.

Así que mediante SMS y llamadas a través de los móviles, quedaba con alguna de ellas al menos una vez a la semana para vernos, tomar una caña, charlar y si en alguna ocasión se daba la oportunidad, pasar un buen rato.

En un par de ocasiones, el coche aparcado en el garaje fue escenario de alguna felación y algún polvo Express con Marta, que algunos días llegaba con una necesidad tremenda de calmar su apetito sexual. Ella me hacía una buena mamada y se quedaba más tranquila, pero era entonces cuando yo necesitaba más. Así que la ponía un poco a tono y me la follaba. Más de una vez tuvimos que escondernos como quinceañeros por la llegada de algún coche; agachados y acurrucados en el asiento de atrás, con mi verga dentro de su coñito, esperando que pasase aquel visitante inesperado. Esto nos ponía como motos.

Un viernes al mediodía, según entraba al garaje de casa, recibí un SMS de Lidia, que decía: "Hola niño, te invitamos a comer. Sube a mi casa".

No lo pensé dos veces. Hasta la tarde no tenía nada que hacer, así que subí y me dispuse a tomar una comida relajado, tranquilamente con aquellas dos nenas.

Según abrieron la puerta, descubrí que no iba a ser una comida al uso. Aquello pintaba una tarde de juegos y sexo. Lidia me recibió con una especie de camisón corto, casi transparente que dejaba ver con claridad sus tetas y sus pezones duros y erectos en aquel momento, así como el precioso y minúsculo tanga blanco que apenas cubría su tesoro.

Entré y ella me recibió con un largo beso. Marta nos esperaba junto a la puerta de la cocina, de pie, observando la escena. La miré y vi que estaba totalmente desnuda. Nos observaba mientras se acariciaba su entrepierna.

Si decir palabra, entre ambas me desnudaron en un momento y me tumbaron en el sofá, que estaba extendido a modo de cama y con un mantel puesto.

Hoy eres el plato fuerte – dijo Marta. – Vamos a comer de ti.

No olvides que hoy mandamos nosotras – aseveró Lidia.

Me dejé hacer. Las dos nenas fueron untando mi cuerpo con aceites, mermeladas, y otros alimentos. Colocaron sobre ello distintos tipos de comida, lonchitas de pavo, comida japonesa, etc.

Sobre mi verga tiesa, embadurnaron de mayonesa toda la longitud y enrollaron una loncha de pavo. Marta se dedicó a irme masturbando con aquel lubricante natural. De vez en cuando se la metía en la boca y comía un torcito de pavo, que luego me acercaba a la boca para que yo también lo probase.

Lidia continuaba probando cada alimento que había sobre mi cuerpo y lamiendo los fluidos que habían extendido previamente. La sensación era muy placentera. Permitía gozar sin llegar a un orgasmo prematuro.

Así fueron comiendo las dos chicas y dejando su impronta sexual en mi piel. Me lamieron hasta limpiar la totalidad de aceites y jugos que habían extendido por mi cuerpo. Gozaban haciéndolo. Se acariciaban, tomaban la comida de los labios de su compañera, aprovechaban para besarse y juguetear con sus lenguas,

Terminado su banquete, decidieron esposar mis muñecas a una pata del sofá. Hicieron lo mismo con mis pies. Con sus juegos, poses, magreos y besos entre ellas, me sumieron en un estado de excitación máximo. Mientras me miraban, acariciaban y se magreaban con mi cuerpo, conversaban entre sí:

Marta, a mí me gusta mucho este mango

Sí, - respondía su amiga – Pero yo creo que si estuviese depilado estaría más mono

Incluso parecería más grande – terminó Lidia.

Se pusieron a manosearlo y a lamerlo, colocando sus rajitas muy cerca de mi cara. No podía lamerlas. Tan solo podía observar cómo ellas de vez en cuando bajaban una de sus manos y se acariciaban su sexo, abriéndose los labios y mostrándome sus rajitas depiladas.

Hagámoslo, Lidia

¿Hacer qué? – pregunté yo, intuyendo a qué se refería – no sé si es buena idea, chicas.

Lidia me miró seria y me susurró:

Hoy mandamos nosotras ¿recuerdas? Además, ¿qué puedes hacer ahora?¿salir corriendo? Estate calladito, mi amor, no sea que tengamos que taparte la boca.

Se alejó y salió del salón. Marta se acercó a mí y acariciándome me dijo:

No tienes que temer. Relájate y confía.

Empecé a estar tenso. Intentaba relajarme, porque sabía que ellas dos no me harían nada malo, pero el más mínimo error en una parte tan íntima como el pubis y con una cuchilla en la mano, podía ser muy grave.

Apareció Lidia con el equipo necesario para depilar mi pubis.

Se sentó entre mis piernas y mirando mis huevos, susurró:

Por fin van a estar perfectos.

Notando mi tensión, Marta comenzó a acariciarme y a besarme. Mientras Lidia comenzaba a recortar el vello púbico, Marta trataba de que me relajase y olvidase lo que estaba ocurriendo allí abajo. Y al poco rato lo había conseguido. Entre besos, caricias, comidas de su coñito y demás juegos, me fui relajando y me dejé llevar.

Con una gran maestría, Lidia iba rasurando cuidadosamente todo mi sexo. Cada pasada con la cuchilla la comenzaba a sentir con placer.

Terminada la operación del rasurado, Lidia tomó un frasco y me dijo:

A lo mejor te escuece un poco, pero será breve.

Me aplicó una loción por toda la zona donde había estado trabajando. Noté un escozor moderado. Acto seguido, se untó las manos con una nueva loción y me volvió a masajear el sexo.

El escozor remitió. Lidia retiró todos los objetos que había utilizado para rasurarme y quedándose frente a mi, comentó:

Marta, ven y admira esta maravilla – le dijo Lidia a su amiga.

Se colocaron ambas frente a mi pubis y lo observaron con ilusión, como un niño el día de su cumpleaños. Me causó cierta extrañeza ver aquella parte de mi cuerpo sin un solo pelo. La hinchazón de mi polla había ido bajando. Marta sugirió:

Pongámoslo de nuevo firme, a ver como está.

Sí, tengo ganas de probarlo – respondió Lidia.

Así que con su habitual maestría, y manteniéndome inmovilizado, comenzaron a ponerme cachondo. Pasaron sus labios y sus lenguas sin cesar por aquella zona ahora virgen y descubierta. Inevitablemente, se me puso nuevamente tiesa. Las sensaciones eran ahora mucho más nítidas, casi más intensas.

Pasearon sus manos, sus dedos, sus lenguas, por todos los lugares de mi cuerpo que les apeteció. Jugaron con mis huevos, bajando hasta mi ano, donde juguetearon todo lo que quisieron con lenguas y dedos, dándome un placer inimaginable. Me limité a dejarme llevar y gocé, vaya si gocé.

Tras un rato de entretenimiento, a las nenas les entraron las ganas de llenarse el coño con aquel nuevo mástil, limpio y liso. Así que Lidia, muy decidida se montó sobre mis caderas y mientras su amiga metía su cara y lamía mis genitales, ella comenzó a clavarse mi verga tiesa.

Mientras Lidia cabalgaba sobre mí, y tras un rato de lubricar con su lengua nuestra penetración, Marta se colocó tras su amiga y desde atrás comenzó a acariciar su cuerpo y a besarla. Estrujaba las tetas de Lidia y ésta se estremecía acelerando el ritmo de sus embestidas hacia mí.

Pasado un rato, Marta se ausentó. Al volver, le dijo a Lidia que se tumbase sobre mí boca arriba. Así lo hizo. Marta ya estaba equipada con un importante consolador de color negro. Comenzó a penetrar con aquel gran pollón a Lidia, que tumbada sobre mí, se retorcía de gusto mientras su amiga empujaba hasta hacer tope en lo más profundo de Lidia.

Tras unas cuantas embestidas, Marta me miró y le dijo a Lidia:

Ahora nuestro hombre te va a follar por detrás, así que facilítale las cosas.

Sin abrir los ojos, Lidia pasó su mano entre mi verga y su culo y dirigió mi polla a la entrada de su agujero. Tomando aire y acompasando su ritmo al de las embestidas de Marta sobre su coñito, se clavó poco a poco mi verga en su ano. Cuando la tuvo toda dentro, permaneció quieta dejando que Marta y yo tomáramos el ritmo de las embestidas.

Se corrió hasta tres veces seguidas. Mis huevos estaban chorreando por sus flujos. Tras la tercera corrida, Marta se retiró de su amiga y quitándose el cinturón que sujetaba el consolador, se montó sobre mí y comenzó a cabalgar. Lidia se había quedado extasiada, tumbada a mi lado, sin poder articular palabra.

En silencio, con el único sonido de nuestras respiraciones, Marta estuvo cabalgando y clavándose mi verga durante un buen rato. Cuando Lidia pudo reaccionar, se puso a lamer nuestros genitales, al igual que había hecho su compañera antes con nosotros.

Tras un par de orgasmos de Marta sobre mí, les avisé que mi orgasmo estaba a punto de llegar.

Ambas se colocaron entre mis piernas. Se pusieron a masturbarme, esperando ansiosas mi leche. Cuando me corrí, ambas se peleaban por sentir en su cara o en su boca mi leche calentita. Finalmente, Lidia terminó mi corrida volcándose sobre mi verga y tragándosela entera.

Aquella tarde, con todo mi sexo rasurado, las dos amigas continuaron dándose todo el gusto que pudieron soportar, utilizando mi cuerpo y mis servicios como un auténtico hombre objeto. Me estrenaron bien.

Al final, me lo agradecieron con un relajante baño y masaje.

Esa misma noche, le mostré la novedad a Eva, quien totalmente alucinada por el cambio de imagen que había dado mi entrepierna, lo quiso probar y se pasó casi tres horas disfrutando.