Mi nuevo profesor

En un momento de parálisis quitó la mano de mi boca y empezó a bajar. Yo estaba húmeda de la ducha, y eso no me ayudó. Comenzó a acariciar mi clítoris. Yo intentaba cerrar mis piernas. Con las dos manos las abrió de golpe y me metió un dedo, a la par que se sacaba el miembro, duro como una piedra, y enorme.

Mi historia se sitúa en los vestuarios de un gimnasio de instituto, después de un examen de resistencia de 25 minutos en una clase a la que únicamente asistíamos tres compañeros y yo.

Curso el horario nocturno, salgo a las 22.10 de clase, pero mis compañeros han de salir antes para no perder el metro.

Aquel día coincidió que olvidé mi pantalón de deporte con que hacía un día extremadamente caluroso.

Tuve que pedirselo a una compañera de la otra clase quien, por desgracia, llevaba un pantalón largo de lana y me venía un poco largo y ancho, al ser ella más alta y ancha de caderas que yo.

Soy una chica de estatura baja, 1.60; caderas anchas, buen trasero y pechos ni pequeños ni grandes, pero contemplados y deseados por muchos.

Soy guapa de cara, cabello corto y rubio oscuro, ojos color tierra y labios como mis pechos, en su justo tamaño.

Con cara redondeada, de niña coqueta, no aparento la edad que tengo, y eso me hace más deseable.

Aquel día llevaba una camiseta de escote de tirantes amarilla y el chándal que me dejó la compañera de la otra clase.

La camiseta era extremadamente corta en comparación con el chándal, pero poco importaba.

Iba a correr, a aguantar los 25 minutos y listo.

Así fue.

La clase empezó como de costumbre; pocas personas, calentamiento, carrera continua y al patio, pero con una novedad; mi profesora estaba embarazada y teníamos un sustituto que nos daría clase hasta final de curso.

Poco me importaba, la verdad. Ni tan siquiera recordaba el nombre de los profesores.

Empezó el examen. Lo hice lo mejor que pude, me esforcé y lo conseguí. Me sentía a gusto conmigo misma.

Acababa de correr 25 minutos sin parar en el patio de mi instituto y mis fuerzas flaqueaban.

Sólo quería quitarme el sudor de la cara, darme un duchazo de agua fría, sentir como las gotas me limpiaban uno a uno los poros de mi cuerpo.

Mis tres compañeros se metieron al vestuario de hombres y yo al de mujeres.

Por suerte para mí, era la única. Genial, todo el vestuario para mí, podría, incluso, cantar y nadie me escucharía.

Subí al vestuario (el vestuario está en otro piso, hay que subir por escaleras, mientras que el de hombres está abajo) y, al poco rato, mientras yo me quitaba la ropa para ducharme, mis compañeros se despidieron de mí y se marcharon.

Me miré al espejo. Estaba roja por la calentura. Me metí a la ducha.

Nunca hubiera esperado lo que pasó a continuación.

Mi nuevo profesor subió al vestuario de mujeres.

Supongo que pensaría que no había nadie, y apagó las luces.

Enfadada por la interrupción, grité "¡eh!" y mi profesor se disculpó y bajó las escaleras.

Eso pensaba yo.

Me di la vuelta y seguí duchándome.

No debí haberlo hecho.

En cuanto me agaché a coger el jabón, pude sentir como sus dedos recorrían mi cintura con una mano y con la otra me tapaba la boca.

-Te la tapo porque me gusta sentirte mi esclava. Sabes que nadie te oirá si gritas.

Y tenía razón. A esa hora había poca gente más que los conserjes.

Estaba atemorizada, y él cada vez más duro.

Sentía cómo su miembro crecía contra mi trasero bajo sus pantalones de chándal.

Empezaba a pellizcarme los pezones. Su otra mano se había desplazado a mis caderas.

Yo sentía pánico.

En un momento de parálisis quitó la mano de mi boca y empezó a bajar.

Yo estaba húmeda de la ducha, y eso no me ayudó.

Comenzó a acariciar mi clítoris. Yo intentaba cerrar mis piernas.

Con las dos manos las abrió de golpe y me metió un dedo, a la par que se sacaba el miembro, duro como una piedra, y enorme.

-Ponte cara a la pared. Te voy a comer el culo.

No lo hice. Lo hizo él, casi resbalo.

Me estampó contra la pared mientras se agachaba. Yo me sentía humillada.

Abrió mis nalgas y empezó a besarme el ano.

Luego a chuparlo.

Penetró mi ano con la lengua, luego un dedo.

Luego dos.

Empezó a restregar su miembro contra mi culo virgen.

-No te voy a follar el culo, hoy no. Me resistiré.

Y sacó la lengua de mi ano y empezó a meterla en mi vagina, mientras apretaba mi culo con violencia.

-Vas a saber lo que es un buen profesor de gimnasia, te voy a dar clases de flexibilidad.

Me estaba poniendo caliente, aunque me resistía...

De súbito, cambiaron los papeles.

Se levantó de un salto, me agarró la cabeza, me agachó haciéndome daño en el cuello y me puso frente a su miembro.

-Cómemela. Te gustará, cómemela. Con unas gotitas de agua entrará mejor.

Abrió el grifo de la ducha y, al ver que yo no tenía intención de mamársela, me agarró la cabeza y me metió su polla hasta la garganta, esa enorme polla que casi me revienta la boca, mientras el agua corría por mi cara y yo no podía respirar, él gemía.

Cuando veía que yo estaba a punto de atragantarme, me la sacaba de la boca, me dejaba dos segundos y volvía a meterla.

-Sigue así, querida alumna, y sacarás matrícula de honor. Pero sólo si a las próximas lo haces igual de bien. Mmmh..

Hasta que estalló en mi boca. El estallido fue tal que su pene se me salió de la boca, a tiempo de que él lo agarrara y se corriera en mi cara y todo mi cuerpo.

-Me ha gustado, si. Repetiremos. Dúchate y vete, que es tarde, venga.

-Maldito cabrón...

Y se fue escaleras abajo.

Abrí la ducha, cerré los ojos y saboreé aquella ducha de lefa en mi cara.

Era increíble, quería más.

Cuando estaba saliendo de la ducha, empezando a vestirme en los banquitos, me lanzó al suelo, con lo que caí de bocas.

Yo no me había dado cuenta de que él había entrado, aún estaba pensando el lo ocurrido.

Venía empalmado y con la polla afuera. Esa imagen hizo que empezara a lubricar, quería que me follara, que me tratara como a su perra, quería que me embistiera.

Caí a cuatro patas, y aprovechó.

Me comió el coño, escupió y me la metió de súbito.

-Ahhhhhh -grité.

-He vuelto para follarte el coño, no te ibas a escapar de mi chorro dentro de ti.

Seguidamente metió una mano dentro de mi boca, que procuré morder para que no se diera cuenta de que disfrutaba de la follada, mientras con la otra se agarraba a mi pecho para embestir más fuertemente. Me mordía el cuello y gritaba al oído:

-Me voy a correr dentro, puta, me voy a correr dentro y te va a estallar...

Él gritaba y yo me excitaba cada vez más al sentir esa enorme polla dentro de mí, sabía que iba a correrse dentro y deseé que así fuera,

-¿Te gusta, perra, verdad que te está gustando?

Metió dos dedos en mi ano, a lo que contesté con un suspiro.

Con sus fuertes manos me agarró de la cintura y me estampó contra la pared, quedamos cara a cara.

Volvió a meterme la mano en la boca, con la otra me levantó una pierna.

-Ya verás, zorra, sé que te está gustando.

No le costó entrar en mi húmeda vagina.

Sentí su polla en mis entrañas, a cada embestida intentaba que me la metiera hasta el fondo, intentaba acercar mis caderas a las suyas.

Cerré los ojos, disfrutando. Me estaba corriendo.

De repente, él también estalló, culminando su violación en un grito de placer.

Me tiró al suelo, sacó su polla, salió del vestuario y yo quedé tendida en el suelo, de espaldas, con corrida suya saliendo de mi coño mezclada con mis jugos.