Mi nuevo amante maduro

Después de meses hablando con un misterioso hombre de 57 años por chat, decidimos tener un encuentro.

Hace unos meses, volví a meterme en chats para buscar sexo con desconocidos. Teniendo en cuenta mis experiencias anteiores y mis gustos, decidí que entraría en una sala en la que había gente madura, de unos 50 a 60. Es así como conocí a José, un hombre muy interesante que se presentaba así mismo como nudistaempedernido. Nada más comenzar a hablar, notamos que había feeling. Hablábamos de nuestros gustos, de nuestras experiencias, de su placer por el sexo con hombres, de la bisexualidad. Por supuesto, nos pasamos fotos y nos masturbamos por web cam, pero sin vernos las caras. Nuestro deseo el uno por el otro se fue haciendo cada vez más intenso, así que no tardamos en cuadrar una fecha para que él viniera a Madrid y tuviéramos un encuentro.

Ese día estaba muy nervioso. Por alguna extraña razón, José me atraía de una manera asombrosa. Tenía 57 años, no era especialmente atractivo de cuerpo pero, sin embargo, era el hombre que más me apetecía follarme, y no dejaba de pensar en él. Quedamos a eso de las 8 de la tarde. Fui a su hotel y subí directamente a su habitación. Me recibió con una sonrisa. De cara era más guapo de lo que me lo imaginaba. Tenía poco pelo. Llevaba un polo color verde y unos pantalones vaqueros. Me miraba como si yo fuese la persona más extraordinaria de la tierra, con algo de misterio y deseo a la vez. Sus ganas de tenerme eran muy evidentes y eso me provocaba un fuego tremendo en mi interior.

Me hizo pasar, extendió su brazo para que le diera mi abrigo y lo dejó en el sillón que hacía las veces de cómoda y donde, a juzgar por el libro que había encima, había estado leyendo antes de mi llegada. Apenas me preguntó si me habían puesto problemas para subir cuando comenzó a acercarse hacia mí. Me temblaba el cuerpo.

-Eres más guapo de lo que esperaba. Y eso que me esperaba que fueras guapísimo.-Me dijo.

-Tu eres exactamente igual que como te imaginaba.- Le contesté.

Entonces, me acarició la mejilla con la palma de su mano, la arrastró hacia mi nuca y llevó mi boca hacia la suya. Nos besamos durante varios minutos. Me metía la lengua hasta la campanilla, jugábamos con ellas en nuestras bocas mientras nos acariciábamos nuestros cuerpos por debajo de la ropa. Su mano derecha, bajó hacia mi trasero y comenzó a acariciarlo por encima del pantalón. Después, comenzó a desnudarme delicadamente: primero me quitó el jersey de lana que llevaba puesto, luego la camisa, botón a botón.

Se detuvo en mi pecho, lo acarició y lo lamió durante unos instantes, mientras yo me quitaba con los mismos pies las zapatillas. Después me desabrochó el cinturón, lo desenfundó del pantalón y lo tiró al suelo. Volvió a mirarme y me besó mientras sus dedos desabrochaban delicadamente los botones de mis chinos, que cayeron con delicadeza por el desfiladero de mis piernas. De nuevo con los pies, terminé deshaciéndome de ellos a pisotones, así como de los calcetines.

Sin prisas, y después de haberme comido entero y haber bajado con su lengua hasta mi vientre, me quitó los calzoncillos. Mi pene, tremendamente erecto, se presentó delante de su cara como la torre de Babel. Sus ojos clamaban victoria al tiempo que mostraban un inmenso deseo de poder lamerla cuanto antes. Pero eso era demasiado fácil, y quería disfrutarla bien. Volvió a subir y de refilón tocó con las yemas de los dedos el glande. Allí estaba yo, en la habitación de su hotel, totalmente desnudo, a su mera disposición. Me entró un inmenso escalofrío que resolví diciéndole:

-Quiero verte desnudo

Con la misma pausa que había utilizado para quitarme cada una de las prendas que llevaba puestas, hizo lo propio con las suyas. Se sentó en la cama para desatar los cordones de sus zapatos náuticos, se quitó los calcetines y los metió dentro. Después los juntó y los escondió bajo la cama. Volvió a levantarse y se quitó el polo verde, dejando desnudo un torso curvilíneo que teñía de blanco una pequeña capa de vello. Luego, se desabrochó el pantalón y se los quitó en un momento. Sin dejarme tiempo para saber la marca de su calzón, se deshizo de él y se quedó frente a mi como Dios le trajo al mundo. Enseguida adiviné que se había depilado el pene para la ocasión, a sabiendas de que yo no tengo ni un mísero pelo en todo mi cuerpo.

Volvió a acercarse, me abrazó, por lo que nuestros penes se entrelazaron mientras ambos crecían al ritmo que marcaba el desenfrenado latido de nuestros corazones. Nos fundimos nuevamente en un beso tremendamente húmedo y lascivo. Mi mano comenzó a acariciar su pene y la suya el mío. Lo movíamos de forma coordinada hacia arriba hacia abajo, entrecortando la unión de nuestros labios para poder respirar y jadear.

Como habíamos planeado de antemano, nos fuimos hacia el cuarto de baño, donde nos esperaba una ducha caliente. Abrió los grifos y calculó con la mano la temperatura idónea para nuestro baño. Me agarró de la mano y me invitó a entrar con él. Volvimos a abrazarnos para recibir el agua que llegaba desde el cielo. Apenas habíamos entablado cuatro palabras, sólo jugábamos con nuestras lenguas y acariciábamos nuestros cuerpos. Cogió el jabón y comenzó a extendérmelo por el cuerpo. Mi placer alcanzó su máximo apogeo cuando se tomó su tiempo y esmero en limpiar cada rincón de mi pene con sus dedos. Después, me pidió que me diera la vuelta para seguir con mi espalda y nalgas. No desaprovechó la oportunidad para frotar su mano en la entrada de mi ano, incluso intentó penetrarlo con su dedo corazón.

Luego dejó que me aclarara al tiempo que me volvía a acariciar el pene. Yo no fui tan delicado. Estaba demasiado caliente. Así que le masturbé usando el jabón como lubricante mientras observaba como el cerraba los ojos de placer. Una vez aclarado su miembro, bajé lamiendo su torso y vientre, lamí con la lengua el tronco y el glande y terminé mentiéndomelo en la boca al tiempo que oía sus entrecortados gemidos. La comí durante al menos cinco minutos, de manera suave, porque ya habría tiempo para ser brutos. Depués, él mismo me hizo levantarme y darle otro inmenso beso mientras apagaba el grifo.

Aún estábamos empapados de agua cuando caímos sobre la cama con una pasión brutal. Nuestras lenguas habían pasado de jugar a comenzar una guerra por llegar a la garganta del otro. Nuestras manos ya no acariciban de forma delicada. Ahora agarraban con fuerza, arañaban y, las suyas de vez en cuando, azotaban mis nalgas.

Con esa brutalidad, me mordió los pezones, bajó hasta mis genitales y se introdujo mi polla en su boca. La succionó con la fuerza de un vendaval, subiendo y bajando con un ritmo que iba in crescendo. Yo gemía de placer y le miraba como me comía mi secreto mejor guardado. Volvió a mi boca. El sabor de la suya era el de la saliva de mi pene. Notaba como su pene crecía cada vez más, llegando a los 18 centímetros que él había prometido en nuestras continuas conversaciones.

Me puse encima de él, me azotó las nalgas un par de veces y, a continuación, las puse frente a su boca mientras yo me fui a lamer su gorda polla. Mientras yo la comía como si fuera la última en lo que me quedaba de vida, el lamió cada rincón de mi trasero antes de llevar su lengua a la entrada de mi ano. Volvió a azotarme un par de veces, lo que provocó que me atragantara. Después, noté humedad y cómo algo se movía de manera frenética. Lo acariciaba y lo devoraba de una manera sobrehumana. Mi miembro goteaba y amenazaba con derramar todo lo que llevaba guardando si no dejaba de darme placer, así que me concentré en devolverle el favor intentando dejar secos sus huevos.

En ese preciso momento, tal y como yo esperaba, tomó definitivamente el mando de la situación. Me puso a cuatro patas, volvió a azotarme y me comió el ano de manera descontrolada mientras yo comenzaba a convertir los gemidos en gritos. Llenó de saliva la entrada de mi culo hasta poder introducir su dedo corazón de manera suave. Dilató tan fácil que no tardó en meter el segundo y jugar con ellos hacia arriba y abajo. Sin sacarlos, oí como cogía de la mesita de noche una crema hidratante que me esparció por todo el trasero haciendo más fácil la entrada de una tercera y última falange.

Se tomó su tiempo en prepararme, el suficiente como para no permitir que su polla decreciera un milímetro y ponerse un condón. Cuando los saqué, noté un vacío dentro de mí que muy pronto se llenó a rebosar al notar como su erecto pene se introducía poco a poco en mi culo hasta que sus huevos hicieron tope en mis nalgas. La dejó ahí un rato, el suficiente como para que mi gemido se acallara para dar paso a otros tantos cuando comenzara a dar ritmo a su pelvis. Empezó suave, delicado, procurando que mi dilatación fuera la adecuada para que ambos duráramos toda la noche.

José empezó a clavármela con brutalidad, agarrándome de la cintura y llevándome a su ritmo. Sus huevos chocando contra mis nalgas se oían por toda la habitación, un sonido que me hacía ponerme más y más cachondo, aunque mi erección se fuera perdiendo por la lógica de la penetración. Por ello, decidió agarrármela y meneármela para que yo disfrutara lo mismo que lo estaba haciendo él.

-Fóllame más rápido,- le pedí.

El empezó a acribillarme el culo, introduciéndome su verga con un ritmo intenso. Me había advertido sobre su aguante y ahora empecé a entenderlo. Mis brazos no pudieron resistir mi peso y dejé caerme boca abajo sobre la cama. No quería que dejase de penetrarme, así que abrí bien las piernas y dejé que se tumbase encima mío mientras me la metía sin piedad una y otra vez.

El colchón acallaba mis gritos y él me susurraba al oído y me preguntaba si estaba gozando. Luego me agarró del cuello y, sin sacármela, me hizo levantarme, dejando caer todo mi cuerpo sobre su polla. Después, la sacó, se tumbó boca arriba y, de espaldas a él, le cabalgué haciendo unas sentadillas al ritmo que sus manos, que sostenían mis nalgas, me marcaban. Aguanté lo suficiente como para que mi polla volviera a coger su erección y darme la vuelta para galoparle como a mi me gusta.

Apoyé mis manos sobre su pecho y le miraba fijamente para que me follara con más intensidad. El no dejaba de agarrarme con fuerza las nalgas y azotármelas esporádicamente. Llegados a este punto, y a tenor de mis gritos de placer, si los de al lado no se habían dado cuenta de que en nuestra habitación había dos personas follando descontroladamente, es porque estaban sordos. Me apoyé sobre sus rodillas para que su pene llegara hasta el fondo de mis entrañas. Después, me dejé caer y me abrí de piernas para que José volviera a metérmela con brutalidad.

Se puso mis piernas sobre sus hombros y comenzó una odisea de embestidas que a mí me llegaban al alma. La rapidez con la que me acribillaba hizo que mi ano, totalmente dilatado, fuera su mejor aliado para llegar al orgasmo. Sus entrecortados gemidos hicieron prever que se me venía encima una corrida inmensa. Sacó la polla rápidamente, me hizo ponerme de rodillas y lamérsela. Nada más metérmela en la boca, un escupitajo de semen llegó hasta mi garganta y el resto de la marea blanca fue llenando cada rincón hasta que gran parte se derramó sobre las sábanas.

Una vez estuvo seca, me hizo besarle, sin importar que dentro estuviera su propia leche y comenzó a lamerme la polla hasta que me corrí de manera espectacular, tanto, que una primera avanzadilla salió con fuerza hasta parar en su ojo. Me limpió con la misma conciencia que yo había hecho con él y después se tiró exhausto sobre mí, acariciándome el pecho.

Estuvimos rendidos, soltando alguna que otra carcajada y relajados sobre la cama de su hotel. Sin duda, la espera de meses había merecido la pena. A buen seguro que ese polvo se volvería repetir. Para no llamar mucho la atención, volvimos a ducharnos y me fui de su habitación tras cuatro horas de sexo.

José y yo seguimos en contacto. Cuando nos apetece, nos llamamos al Skype y nos masturbamos mientras recordamos nuestro encuentro y planeamos lo que haremos en el siguiente.