Mi Nueva Compañera de Piso: mi prima - 3. Venganza
Una vez habían acordado venganza las preguntas se amontanaban una detrás de otra, cuánto más averigüaban más preguntas surgían... ¿serán capaces de iniciar su venganza o algo se lo impedirá? ¿Entrará su prima a formar parte del Club? ¿Qué es el Club?
- Antes de pensar en venganza… – dijo Sami, acercándose a mí: - inclínate un poco y mira a tus zapatos.
Confundido por lo extraña de su petición hice lo solicitado cuando, sin previo aviso, me di un coscorrón con el puño cerrado, haciéndome caer de rodillas, mientras me abroncaba:
- ¿Pero de qué coño iba eso? ¿Te crees acaso algún mediocre guionista de peli porno o qué? ¿Por qué cojones tenías que contarnos toooda su experiencia, hasta el punto de relatarnos dónde se corrieron? ¡Y encima con ella presente, tu propia prima! ¿No tienes vergüenza o qué?
Siguieron varios improperios, la verdad es que bien merecidos. Dejándome llevar, cabreado por la situación y, también he de reconocer, algo enfadado con mi prima por haber llegado a esa situación de fiarse del primer universitario que se cruzaba, no tuve cortapisas y me pasé explayándome de lo lindo. Evitando la mirada de Samantha, que irradiaba una ira sin medida, miré a los demás: John miraba con atención sus uñas, como si las acabara de descubrir; Josema tenía la mano en la cara conteniendo la risa de verme de esa guisa; Luismi menea su cabeza negando con ella, dándole la razón a mi iracunda amiga, y, por último, mi prima mantenía la cabeza gacha muerta de la vergüenza. La verdad es que sí me había pasado esta vez varios pueblos y no sabía cómo sacar la pata del tiesto en la que la había metido.
Pidiendo perdón en voz alta, sin dirigirme a nadie en concreto y a todos a la vez, me volví a llevar otro coscorrón diciéndome que con pedirlo no bastaba, que tendría que esmerarse con hechos, para luego dirigirse a mi prima:
- ¡Eh, Susi! – la llamó, acortando su nombre en el camino, y cuando obtuvo su atención continuó: - escucha, ¿cómo quieres que se gane tu perdón? Yo, francamente, en esta posición en la que está te diría que su cabeza queda justo a la altura perfecta para que trabajase su perdón.
Acompañando a su idea, para no dejarla dudas de a qué se refería, puso las manos a ambos lados de mi cabeza, sin llegar a sujetármela, e hizo amago de cómo si me la acercaba a la fuerza a sí misma, moviendo sus caderas, dando a entender qué la recomendaba que le hiciera un trabajo oral ya que quedaba a la altura de su vagina. Yo, aprovechando que no me miraba, no me quedé quieto y, agarrándola por sorpresa del culo, hice lo que aparentaba y me la acerqué a mi cara, apretando mi rostro contra su entrepierna, lo que la hizo soltar un grito y jurar creo que arameo. Luego, riéndose, me gritó que parase que si no me obligaría a continuar delante de todos, y entonces la solté, riéndome yo también, y provocando que se riesen todos, rompiéndose la tensión que caldeaba el ambiente. Bueno, todos excepto Josema, que cambió su risa previa a un rictus de enfado, pero no me dio ninguna lástima. Me alegró ver cómo mi prima se unía a las risas, riéndose en voz muy alta, a lo que Sami aprovechó para llevársela, según nos dijo, al bañó para retocarse ambas el maquillaje.
Durante el tiempo que estaba dentro aproveché para ponerme al día con Luismi sobre el dinero que había en el fondo común. Teníamos quince mil ahorrados en total. Eso nos dejaba con el dinero suficiente más un poco de coyuntura por lo que pudiera pasar. Aunque coincidimos en que teníamos que lograr que no pagase el precio, pues imaginábamos que un primer pago daría pie a pagos sucesivos, era mejor que pudiésemos realizarlo en caso de hacer falta.
Cuando salieron del servicio mi prima volvía a ser la enérgica que solía ser, desconozco que pasaría en el baño pero salieron renovados. Al pasar por mi lado las dos me besaron simultáneamente en ambas mejillas, logrando que me sonrojase brevemente a lo que Samantha, con guasa, comentó algo acerca de los simples que somos los hombres comparados con el mecanismo de un chupete, provocando la risa de ambas mujeres y de Luismi, que se unió a las ellas felizmente. Luego nos sirvió un chupito a cada uno, aduciendo a que en algún lugar del mundo ya era media noche, y todos nos lo bebimos de un golpe, sin brindis de por medio, solo levantando todos nuestros vasitos para vaciar sus contenidos a la vez en nuestra garganta. A punto estuve de atragantarme con la risa al notar que era manzana sin alcohol y no algo con bastante graduación, que era lo que creía. Con esto consiguió que ya no hubiera ni asomo de tirantez en el ambiente y terminamos todos riéndonos a carcajadas.
Una vez roto el lúgubre escenario que había logrado Susana realizó la pregunta que esperaba y temía a partes iguales, queriendo indagar más en cuanto a qué nos referíamos con “bienvenida al club” y sobre qué era en concreto eso del “club”. Todos tuvieron la sensatez de callar y de mirarme, dejándome la elección sobre hasta qué punto contarla. Literalmente la había dado la bienvenida al club, es cierto, pero no había decidido todavía hasta qué punto debía dejarla entrar. Había retazos de nuestro pasado que desconocía si serían bien recibidos. Al final opté por algo intermedio.
- Susana, digamos que… nuestro Club es una reunión de corazones puros. Nosotros cuatro somos considerados como una familia sin lazos de sangre, estamos… hermanados por así decirlo. Diversas circunstancias hicieron que nos fuéramos cruzando en los caminos unos de otros y ya no pudimos separarnos nunca más. – Finalicé así, siendo consciente de lo vago que sonaba todo, casi rozando la línea de una secta pequeñita, pero sin soltar ningún detalle específico, rogando porque lo dejase ahí.
- Ya, eso puedo entenderlo, el acto de antes dejó bien claro la clase de amigos que sois, pero… - y con ese pero chafó mis esperanzas de que lo dejase ahí - ¿pero qué es lo que hacéis? Sé que tú tienes tu trabajo, y Luismi parece que posee este bar donde os juntáis, ¿y ya está? ¿Sólo eso? ¿Cuatro amigos que pasan sus horas en un bar y que tienen ahorros suficientes entre los cuatro para poder pagarme así como así los diez mil euros que me exigen?
En su respuesta vislumbré una vía por la que salir a flote y decidí usarla a mi conveniencia:
- ¿Y qué habría de malo? Nos juntamos, pasamos el rato, y si alguno tiene algún problema intentamos resolverlo juntos. Incluso creamos un fondo común en caso de necesidad, como es este tu caso. Y nada de ahorros suficientes, en el caso de usarlos necesitaríamos de casi todo el capital existente. – Decidí omitir que el dinero para el bar, nuestros gastos y nuestros ahorros procedían casi exclusivamente de oportunidades ilícitas que se nos presentaban.
Tras decir esto último mi prima se calló, aunque algo en su mirada me hiciera sospechar que no acabó de tragarse toda mi respuesta como no podía seguir insistiendo decidió dejarlo, y yo se lo agradecí mentalmente. Algo me dijo que más adelante volvería a sacar el tema, quizás cuando estuviésemos solos, pero ya me preocuparía en su momento, ahora teníamos que centrarnos en lo más acuciante.
Estuvimos hablando un tiempo sobre los pasos a seguir, y estuvimos de acuerdo en que teníamos poca información y aún menos tiempo para conseguir aún más, por lo que decidimos separarnos. Samantha recogió los datos que sabía Susana sobre el universitario y lo que recordase de ambos, de él y de la chica que le acompañaba, y quedó en ir a hacer averiguaciones por su cuenta. Desde luego para sonsacar nadie era mejor que ella. Luismi quedó en ir a por el dinero, el cual obviamente no teníamos ahí ni en un banco, acompañado de John, por si las cosas se ponían feas. Esa cantidad de dinero no era moco de pavo para ir descuidados.
Quedaba Josema, a parte de mí, y le pedí que me acompañase a la cita que tenía esa tarde a última hora con los chantajistas. Necesitaría su instinto por si había algo fuera de lugar de lo que no me percatase, y yo no pensaba dejar que mi prima acudiese de nuevo sola a esa cita, no me fiaba nada de que no hubieran preparado alguna trampa además de conseguir el dinero que demandaban. Si todo iba según nuestro plan les atraería hasta nuestro bar con cualquier excusa que me inventaría llegado el momento, del estilo de que no me fiaba de ese lugar o que el dinero estaba a buen recaudo, algo parecido. Cualquier cosa para sacarles de su confort, esperando que la promesa del dinero les hiciera moverse. Una vez en el Club sería fácil, entre los cuatro, reducirlos y actuar en consecuencia. Si todo iba bien y quedaban en nuestro poder teníamos que ser rápidos y precisos para evitar que seguramente algún cómplice suyo subiese el vídeo a la red, y ahí insistí en el punto de que si el plan salía según lo planificamos mi prima saldría del bar en ese preciso instante, dejándonos actuar a nosotros a nuestra discreción. Ahí, por supuesto, según lo esperado, Susana empezó a despotricar, esgrimiendo que era su futuro lo que estaba en juego, pero no la dejé continuar. Ahí tenía que remarcar que ella me pidió ayuda y, junto conmigo, aceptó la de mi grupo, con lo que no le quedaba más remedio que obedecer, terminando aceptando a regañadientes.
Después de eso quedamos en separarnos y volver a contactarnos por la tarde. Samantha me llamaría en el instante en que descubriera algo. Esperé a que mi prima volviese del aseo, al cual había vuelto a acudir, y decidí invitarla a comer en un buen restaurante que conocía. Le pregunté a Luismi por si quería unirse a nosotros, pues los otros tres ya se habían marchado, pero se negó aduciendo que se echaría un rato hasta la hora en la que había quedado con John, con lo que me despedí de él y salí con Susana, escuchando como cerraba con llave detrás de nosotros. Aún quedaba tiempo hasta la hora de la comida por lo que la llevé a dar un paseo por la zona hasta un parque cercano en el que se encontraba un lago con bancos a su alrededor. Compré dos cafés para llevar en un puesto del parque y nos sentamos en uno que estaba vacío, tomándolos en silencio mientras contemplábamos una familia de patos nadar todos juntos, mientras unos simpáticos abueletes les arrojaban migas de pan, a pesar de estar prohibido.
Yo dejaba tranquilamente que ella rompiese el silencio, sabía que lo haría tarde o temprano, y no tenía ninguna prisa. Era mejor que ordenase sus pensamientos. Me imaginaba que tendría decenas de preguntas y cientos de dudas por lo que era mejor no apurarla. Valoré, de nuevo, si sería buena idea abrirme a ella y confiarle todo lo del Club y contarle sobre mi pasado. Una parte de mí me decía que lo hiciera, que ella me aceptaría, pero otra parte tenía miedo justamente de eso, de que me aceptase y entrase en la oscuridad de nuestro mundo. Había manchas imborrables en nuestro pasado, del cual yo tenía parte mayoritaria de culpa, y no quería que ella entrase ahí. Además, una vez dentro me sería aún más difícil retenerme y no caer en la tentación que me hacía desearla a todas horas. Por más tarde que rompiera el silencio aún sería demasiado pronto, pensé mientras le daba sorbos a mi café.
- ¿Crees que si fuésemos ancianitos como esa pareja seguirías deseándome? – Me soltó de golpe, logrando que escupiese el café que estaba tomando por la pregunta en cuestión.
- Quién dices que te desea, niña. Ni de mayores ni ahora mismo te deseo ni te desearé – negué reiteradamente con la cabeza, mientras miraba mi ropa por si me había manchado con el café. Ella, riéndose como una niña mala, me miró y continuó su ataque.
- ¿Por qué sigues negándote? Sabes que te pongo lo mismo que me pones tú a mí, una barbaridad. – Y, no contenta con esa frase, continuó sin que yo pudiera hacer frente a su mirada - ¿Sabes que me imaginé la escena que describía Samantha? Sólo de imaginarte a ti de rodillas comiéndome el coño – especificó susurrando esto último para que sólo pudiera escucharla yo – me mojé automáticamente. Es igual a cómo estoy ahora mismo. Debería estar preocupada por lo de esta tarde, y preguntándome por todo lo que no me has contado de vuestro Club, además de lo que no me has contado sobre ti, pero sólo puedo imaginarte a ti, y más cuando ella me confirmó en el baño que se te da bastante bien trabajar tu lengua ahí abajo… aunque de eso puedo dar fe al menos por mis ojos – finalizó poniéndome su mano en mi pernera.
Yo carraspeé y se la retiré suave pero firmemente. Mentiría si no dijese que valoré la posibilidad de dejarme llevar, ella necesitaba evadir la realidad actual, pero una vez abierta esa puerta no podría volverla a cerrar. No sabía, en este punto, si sería capaz de aguantar siempre, pero aún tenía autocontrol para seguir negándome, por lo que la contesté aún sin mirarla.
- Susana, yo te quiero y te aprecio, como familia – remarqué esta última palabra.- Ya lo hemos hablado, no pasará eso que dices desear. Obviamente soy hombre, y hablando en plata tú estás muy buena y lo sabes, pero no puedo traspasar esa barrera, lo siento.
- Familia, vuelves una y otra vez a lo mismo – me rebatió visiblemente irritada - ¿no decías que en ese Club vuestro eráis todos familia? Pues eso no te detuvo para follar con Samantha, ¿no? Y antes de que vengas con el rollo de la sangre, no te estoy pidiendo ser novios, ni muchísimo menos planeo dejar que me preñes, hablo de echar un maldito polvo, o varios si soy precisa, porque con uno sólo no tendríamos bastante ninguno de los dos.
Reconozco que su franqueza tan directa me descolocó bastante, sonaba hasta razonable incluso, demasiado tal vez. Me recordaba a lo que pasó con Sami, y aunque al principio tuve mis dudas resultó en que tenía razón, después de aquel fin de semana la tensión sexual se disolvió como arte de magia y nos unimos aún más. Sonaba a una situación casi idéntica y si funcionó aquella vez… ¿por qué no dejarse llevar y pasar un buen rato? ¿O varios? Pero de repente una idea me sobrevino de repente, ¿una situación casi idéntica? ¿Cuándo Samantha pasó a ser parte de mi familia real y en qué momento se mudó a vivir conmigo? ¿Acaso cuando estuvieron juntas en el baño…? Cuanto más pensaba en esa posibilidad más me molestaba ser manipulado, asique se lo pregunté de sopetón mirándola a los ojos.
- ¿Te conjuraste con Sami para atraparme con esta maniobra, casi calcada a la suya?
Automáticamente vi culpa en sus ojos, por lo que comprendí que había adivinado correctamente. Maldiciendo a mi amiga mentalmente cerré los ojos, llevándome los dedos a mi frente, que amenazaba con empezarme una jaqueca. Por si no tuviera suficiente con lidiar con ella ahora tenía que bregar con una alianza de esas dos… antes de que ninguno pudiese seguir con la conversación el teléfono me sonó de improviso, sobresaltándonos al escucharlo. Soltando un juramento cuando leí el nombre contesté con voz que amenazaba tempestad:
- Hola traidora, ¿cuándo empezaste a confabular contra mí? – La ataqué verbalmente según me llevé el teléfono al oído. Después de escucharla reírse contrarrestó:
- ¿Aún sigues haciéndote el frígido? Venga, Jaime, que nos conocemos. Se nota a la legua la tensión sexual que ambos emanáis. Ella está como loca por dejar que la folles y a ti te la pone más tiesa que el mástil de una bandera, ¿qué problema hay? Vivir la vida que son dos días y tres polvos mal contados. Y una cosa te diré, que no se te suba el ego a la cabeza, pero tíos como, que se preocupen porque nosotras tengamos nuestra dosis de placer y no egoístas buscando el suyo propio, hay muy pocos, y tú eres de los buenos en la cama. Además, si le das una muestra de tu experiencia, te aseguro de que no se iría con estos típicos universitarios del montón, que sólo saben…
Previniendo un soliloquio de los suyos sobre capacidades sexuales, seguramente acompañado de tamaños de penes o cualquier tema parecido, aproveché que nombró a los universitarios y, soltando un audible suspiro de frustración, la corté preguntándola el motivo de su llamada, el cual me imaginaba sería por ese comido. Ella volvió a reírse, reconociendo que era verdad, y pasó a exponer el verdadero motivo de su llamada.
- Por lo que he podido averiguar ese chaval es un mero niñato metido a matón. Siempre anda con sus amigotes dándoselas de duro, pero por lo que me contaron de eso nada. Creo que su mayor conquista fue tu prima, y según dicen todo fue orquestado por la chavala que la acompañó esa última vez. Nadie sabe quién es, de novia nada de nada, parece que sólo era un peón en su meta. Ella es nuestro rival en esta partida, pero lo único que he podido averiguar es que es de nuestra edad aunque aparenta ser más joven y que no pertenece a la universidad. Todo esto es muy raro y suena bastante a que no es un asunto trivial como un mero abuso sexual, que no es que lo esté relativizando, pero está más o menos a la orden del día como para arriesgarse tanto y pedir esa cantidad. Más bien empiezo a pensar que hay un motivo personal lo que se oculta tras las bambalinas.
- Vale, gracias – contesté de mal humor sin tratar de ocultarlo.
- ¡Oye! No mates al mensajero – me reprendió molesta al escuchar mi tono.
- Eh, perdona, no quise pagarlo contigo – reconocí, pidiéndola disculpas y, controlando mi tono, continué: - es sólo que esto lo complica todo aún más. Si es un chantaje sería más o menos fácil de llevar, pero algo personal es algo irrazonable, es un motivo oculto que solicita venganza, y sin conocer ese detalle concreto no podemos saber si lograremos contrarrestarlo aún si la diéramos el dinero. Esto me huele muy mal, odio el estar tan fuera de juego como ahora.
- Sí, ya, te entiendo. Siento algo parecido, y no hace falta usar el instinto de Josema para decir que esto pinta en nuestra contra. Es como intentar completar un puzle cuando nos están escondiendo fichas importantes. Seguiré investigando a ver qué más encuentro.
- De acuerdo, hazlo, pero no te pongas en excesivo peligro ni te expongas demasiado – la pedí, a lo que ella volvió a reírse, me tiró un beso y colgó sin despedirse.
Cuando colgó le relaté mi conversación a Susana, insistiendo en que recordase si había tenido problemas con alguien en especial. Ella me aseguró que no se imaginaba quién pudiera ser, y que la primera vez que la veía fue en la reunión de ayer. Aquello no me sorprendió. Había algo que no me cuadraba, incluyendo esa diferencia de edad, más cercana a la nuestra que a la suya. Además, sabía de buena tinta que teníamos más un esqueleto en nuestro armario, pero no podía imaginarme a esta chica de dieciocho años logrando ese nivel de rencor y hostilidad. Le pregunté si podía tratarse de alguna ex celosa por quitarle a algún chico, pero ella volvió a negar con la cabeza, no se le ocurría nadie que tuviera una ex o algo parecido y con tanta edad, sólo el universitario podría encajar, pero eso ya estaba descartado. A la pregunta de si estaba segura de que no se le olvidaba nadie ya se cabreó hasta el punto de que me contestó, en voz alta, que no era ninguna puta que se acostase con medio mundo. Ahí levanté mis manos en son de paz, reconociendo que había vuelto a hablar sin pensar, que mis palabras no pretendían dar esa idea, y ella a regañadientes aceptó mis disculpas, aunque mantuvo el rictus de enfado mientras que el silencio nos volvía a envolver, aunque con un aire diferente a nuestro alrededor.
Intentando apaciguarla me fui moviendo por el asiento, acercándome lentamente. Ella hacía como que no quería darse cuenta, hasta que cuando estuve a su lado, casi rozándola, casi me escupió que no jugase con ella y la dejara tranquila, pero era justo lo que quería, jugar con ella, asique la ataqué buscando las cosquillas de sus costados. Ese ataque no se lo esperaba y empezó a revolverse, mientras no podía evitar reírse. Intentando que parase me sujetó las manos y tiró de mí, con tan mala fortuna que consiguió con ello tirarme del banco, aterrizando de espaldas y atrayéndola contra mí, al estar agarrándome en el momento de mi caída, cayendo encima, con su rostro casi pegado al mío. El vernos tan cerca hizo que se le pasase la risa y el enfado de golpe, ansiándome con su mirada que acortase el breve espacio entre ambos, y por primera vez no pude resistirme, levanté la cabeza y la besé con la mente en blanco, sólo dejándome llevar. Ella me soltó y se apoyó en la hierba, hecho que aproveché para sujetarla por su cabeza y espalda y apretarle contra mí, haciendo más profundo nuestro beso. Nuestras lenguas peleaban por ver quién ganaba una batalla sin claros vencedores ni vencidos. Estuvimos así unos minutos, sin darnos tregua, hasta que unas risas de unos niños, seguido de un juramento de unos adultos, supongo que sus padres, me sacó de mi ensimismamiento, cortando el beso y el abrazo y separándola a la fuerza por los hombros. Ella pareció reaccionar, se sonrojó casi instantáneamente, relamiéndose los labios que acababa de besar, y su expresión me pareció lo más bonito que había visto nunca, provocándome una erección de campeonato, la cual notó, por supuesto, como pude apreciar por la sonrisa que afloró en su rostro.
Aquella sonrisa fue el detonante para que reaccionase por completo. Terminé de apartarla y me levanté, golpeando las perneras de mis pantalones para sacudir los restos del parque, y carraspeé mientras intentaba reunir fuerzas para hablar sin tartamudear. Cuando me vi con compostura me di la vuelta para mirarla, y observé que se había llevado la mano a sus labios acariciándoselos, y una palpitación en mi entrepierna casi hace que vuelva a perder el hilo de mis pensamientos. Giré la cabeza y la dije que ya era hora de poder ir a comer, a lo que aceptó susurrando un “de acuerdo” tímidamente. Empecé a andar delante de ella, presumiendo que me seguiría, pero casi me hace saltar al abrazar mi brazo a mi lado, andando a la par. Tras valorar la situación decidí dejarla seguir aferrándose a mí. Parecíamos una pareja normal, y más si pensaba lo que acababa de ocurrir, aunque intenté, en vano, sacármelo de mi cabeza.
Fuimos paseando hasta un restaurante italiano que conocía bastante bien, pues su dueña era Francesca, una italiana llegada a España cuando era una niña, que heredó el establecimiento tras la muerte de su padre, con el que se mudó aquí al país al ser español. Según me contó su madre era de Nápoles, pero no sobrevivió al parto, y como su padre era de aquí se vinieron, montando él su negocio en honor a su madre. Yo la conocí una noche de copas, casualmente había acudido con unas amigas en nuestro Club, y desayunamos juntos tras pasar toda la noche sin dormir, desfogándonos mutuamente. Por la mañana repetimos e iniciamos una relación puramente sexual, sin posesividad por ninguna de ambas partes, hasta que ella conoció al que después fue su marido y, aunque se divorció el año pasado, nunca volvimos a estar juntos más que como amigos, asique a menudo me aprovechaba de esa amistad para conseguir mesa sin reserva.
Esta vez llegamos más pronto de lo habitual. Cuando entramos ella me recibió con dos sonoros besos en las mejillas y, como siempre que acudía con alguna chica, amagó con meterme mano, coqueteando descaradamente conmigo, aunque esta vez la dije que daba en hueso, porque ella era mi prima y no un ligue, a lo que me dio la razón como a los tontos dándome a entender que no me lo creía ni yo. Nos colocó en una mesa en un rincón, y nos mencionó que casualmente ese día las mesas de alrededor no estarían ocupadas, que al ser entre semana había pocas reservas, y me guiñó un ojo, marchándose a continuación. Ni siquiera habíamos mirado la carta cuando una camarera nos trajo una botella de Lambrusco, obsequio de la casa según me explicó, dirigiéndose a mí e ignorando a Susana por completo, deduje sin duda que por órdenes expresas de Francesca. Le encantaba liar las cosas. Yo fingí coquetear con ella, siguiéndola el juego, pues la conocía de otras veces y sabía que le gustaban las chicas, pero como mi prima estaba en la inopia acerca de ese asunto me dio un puntapié por debajo de la mesa que acertó en toda mi espinilla, haciéndome saltar de improviso y soltar un quejido, mirándola con molestia, mientras que Sara, que así se llamaba la camarera, intentaba aguantar la risa, dejándonos solos a continuación.
Yo, que no quería más líos, intenté explicarla que Sara era lesbiana y que no pasaría nada entre nosotros, pero me salió el tiro por la culata cuando me preguntó por Francesca. Ahí pensé en callar, pero preferí que sería menor el problema si se lo explicaba yo a que se enredase más el asunto, y confesé mi pasada relación con ella, jurándola que eso se había acabado. Luego, tras recapacitar en ello mientras nos servía el vino, caí en la cuenta de que a lo mejor me pasaba de explicaciones, que aquello parecía casi como si mi novia estuviera echándome en cara una posible infidelidad, lo cual me descolocó sobremanera. Decididamente esta relación sí estaba demasiado complicada. Estaba ensimismado en esos pensamientos cuando por segunda vez sentí su pie en mi cuerpo, sólo que esta vez fue su pie descalzo el que se posó directa en mi entrepierna. La miré mientras ella me devolvía la mirada a través de su copa de vino, dándole un sorbito pequeño. He de decir que este restaurante era de mesas un poco más altas de la media con las patas en sus esquinas, y con manteles de estilo italiano largos llegando casi a ras de suelo, lo que servía para tapar sus inmorales atenciones.
Yo la advertí en voz baja que se detuviera, pero aquello sólo hizo que pusiera más énfasis en mover su pie, masajeando mi incipiente erección. Intentando que no se notase bajé mi mano para sujetarla el pie, pero eso consiguió el efecto adverso, que apretase más fuerte hasta el punto que casi me dolía, escapándoseme un sonido gutural por mi boca, por lo que no tuve más remedio que soltárselo y hacer de tripas corazón, preparándome mentalmente para lo que sería una larga comida. En ese momento apareció Sara con una fuente grande con espaguetis a la boloñesa con albóndigas, que me hizo recordar a la película la dama y el vagabundo. Nos indicó, aguantándose la risa, que era por petición de Francesca. Yo, con la mejor cara de circunstancias que pude, pues mi prima no había dejado de mover su pie ni con la camarera al lado, la agradecí con ironía la comida, aunque he de reconocer que se veía muy apetecible. Entonces, cuando iba a marcharse, Susana, con una perfecta cara de póker en su rostro, como si no estuviera ocurriendo nada debajo de la mesa, la preguntó por el aseo, a lo que Sara la respondió con extrañeza dónde estaba, porque habíamos tenido que pasar al lado de su puerta para llegar a nuestra mesa. Una vez indicado donde estaba se despidió de nosotros, comentándonos que no volvería hasta que requiriéramos su presencia.
Cuando nos quedamos solos iba a preguntarla que a qué había venido eso, a lo que ella sólo sonrió, me dijo en voz baja que oficialmente se iba al baño y, después de mirar a nuestro alrededor brevemente, ante mi estupefacción se metió debajo de la mesa, desapareciendo tras el mantel, en un visto y no visto. Yo miré con pánico el interior del restaurante pero no parecía que nadie se hubiera dado cuenta… aunque no pude relajarme pues al momento sentí sus manos en mi cinturón. Yo la susurré que qué se creía que estaba haciendo, instándola a dejar el juego ahora mismo y salir de debajo de la mesa en el acto, lo que ella me chistó mandándome callar, so pena de que me escuchase alguien y diéramos la nota, especificando que a ella le daba igual, ya que ahí no la conocían y con no volver estaba solucionado, pero que estaba segura de que no sería lo mismo en mi caso… y tuve que cerrar la boca mientras notaba como desabrochaba mi cinturón, hacía lo mismo con el pantalón y me bajaba la cremallera.
Una vez tuvo acceso a mis bóxers me acarició el miembro por encima de la tela, y con ese sencillo toque mi autocontrol se fue por el desagüe y mi sangre empezó a circular obviando mi cabeza, en busca exclusivamente de mis regiones inferiores. Siguió acariciándolo suavemente un rato más, hasta que sentí sus labios presionando sobre mis calzoncillos, justo donde mi erección se encontraba, circunstancia que provocó que me agarrara a ambos lados de la mesa y estirase mis piernas. Parece que el hecho de no poder ver nada de lo que pretendía hacer estimulaba mis sensaciones, consiguiendo que a duras penas me controlase. Entonces, justo cuando ella liberó mi miembro de su cautiverio, apareció Francesca a mi vera, cuando ni siquiera me había dado cuenta de que se acercaba. Con una sonrisa en la boca, y creo que con deliberada parsimonia, giró la silla donde momentos antes estaba sentada Susana, se sentó y cruzó las piernas por fuera de la mesa. Un sudor frío me recorrió la espalda cuando se me pasó el pensamiento de que había evitado a propósito introducir sus piernas por dentro, como hubiera sido lo habitual.
- Bueno, dime Jaime – me dijo cuando terminó de colocarse en el asiento - ¿dónde ha ido tu chica? – me preguntó, creo que con retintín en su voz.
- En primer lugar no es mi chica – acerté a responder, pero, en el momento que lo negué, mi prima, que se había quedado quieta al escucharla, se introdujo directamente mi miembro en su boca, lo que me hizo casi imposible mantener la compostura y no gemir delante de mi amiga. Cuando por fin pude continuar lo hice, pero sólo me salió un hilo de voz cuando hablé: – en segundo lugar me ha dicho que se iba al baño.
- Ahhh, al baño, entiendo – me contestó con ironía, ampliando su sonrisa. Empezaba a tener claro que ella se había dado cuenta de la situación, pero en vez de marcharse decidió quedarse a jugar: - Oye, Jaime, ¿hasta qué punto sabe tu prima sobre nosotros? – Y, estirando su mano para posarla sobre la mía, continuó; - ¿la has contado las noches que pasamos en vela cuando no me dejabas dormir, follándome una y otra, y otra vez? ¿O la de veces que me obligaste a degustar tu caliente semen, bañándome en él por toda la cara? – prosiguió, arrastrando eróticamente las palabras, casi susurrándolas, creo que a sabiendas de que Susana las estaba escuchando.
- Francesca, no juegues… ¿no tienes que atender otras mesas? – Atiné a responder, aunque cada vez me costaba más mantenerme cuerdo pues, oculto por el mantel, las atenciones que estaba recibiendo se volvían más y más agresivas a cada palabra que mi ex amante me prodigaba.
Para mi horror no sólo negó con la cabeza, sino que llamó con una seña a Sara, quien se acercó sonriente con una botella de agua y un vaso a la mesa, obviamente preparadas de antemano. Una vez dejó lo que traía empezaron ambas una conversación que dejaba bien a las claras que habían planeado.
- Dime, Sara, ¿has pensado ya aceptar acostarte con Jaime? Mira que puedo asegurar que es bueno en el sexo, y a él le encantaría follarte, ¿verdad que sí, querido? – Noté que el rumbo de la conversación no le gustaba lo más mínimo a Susana cuando noté sus dientes peligrosamente apretando mi miembro.
- ¿Jaime? ¿Es cierto lo que dice? Mmm. – siguió el juego Sara, ronroneando al final. - ¿Quieres meter tu gran instrumento en mi interior, donde ninguna verga masculina se ha introducido antes? – Me susurró directamente en mis oídos, y seguro que mi prima notó como se me endurecía aún más, palpitando, en el interior de su boca al escucharla. Ya ni intentaba hablar, hacía unos instantes que había sobrepasado el punto de no retorno.
- Sara, si te sirve de ayuda – volvió a intervenir Francesca, añadiendo más leña al fuego – Podría participar si tú quieres. Dime, Jaime, ¿te gustaría follarnos a las dos a la vez? ¿Quizás correrte en nuestras caras mientras nos besamos?
En el momento en que lo dijo Sara se la acercó, la metió mano sin cortarse un ápica, apretándola sus pechos por encima de la ropa, mientras que Francesca la agarraba descaradamente el trasero, y se besaron ante mi atónita mirada, detonando que me corriera sin poder evitarlo directamente en la boca de Susana, quien se afanaba por tragar de tanta cantidad que descargaba sin parecer tener fin. Agarré de tal forma la mesa, tensionando todo mi cuerpo, que era imposible que ninguna de ellas no se hubiera dado cuenta de lo que ocurría. Cuando por fin me relajé las dos me miraron riéndose y, tras levantarse diciendo que su trabajo estaba listo, Francesca me dejó bien claro que sabía lo que pasaba cuando me pasó algo por encima de la mesa, para luego decir en voz alta, guiñándome el ojo, que nos dejaba el agua porque era mejor para ayudar a tragar según qué comidas. Yo no pude ni contestarla, de lo abochornado que me sentía. Cuando vi que ambas se habían alejado lo suficiente la dije a mi prima que saliera, que no había moros en la costa, y como pude me las arreglé para recolocarme la ropa lo más sigilosamente posible.
Mientras me peleaba con mi vestimenta observé como salía rápidamente por su lado de la mesa, se sentaba recolocando la silla, se limpiaba con la servilleta y bebía del agua que habían dejado tan casualmente. Todo esto mostrando un rictus de enfado que me daba escalofríos de la tempestad que amenazaba con explotarme. Intenté hablarla calmadamente, pero, como vaticiné, ella empezó a echarme en cara que si había disfrutado del ofrecimiento de trío del par de zorras, como ella las denominó, más que de la mamada que me había regalado. Había ira en su voz, aunque logró contener su volumen en un tono moderado, pero se le notaba un deje de que se sentía dolida.
Lo irreal de la situación provocó que me riera a carcajadas, lo que exacerbó el cabreo de mi prima, pero antes de que pudiera contestarme la arrojé lo que me había pasado Francesca antes de marcharse. Ella, al ver de lo que se trataba, cambió automáticamente la cara de enojo a una roja de total vergüenza, pues en sus manos se encontraba las llaves del aseo de mujeres, el cual se encontraba cerrado, dejando bien claro que era todo una actuación orquestada y que sabían perfectamente dónde se encontraba y qué estaba sucediendo.
Yo me apiadé de ella y la dije que daba igual, que era una anécdota, y que de verdad lo había disfrutado, pero que ahora tenía hambre y los espaguetis se enfriaban. Ambos nos dedicamos a comer pero al poco ella ya estaba de nuevo de buen humor y entre risas y el vino se pasó amena la comida. Cuando ya nos íbamos nos despidieron en la puerta las dos compinches liantas, pero la conversación fue por un derrotero diferente al que esperaba, pues las tres se aliaron contra mí y me amenazaban con posibles tríos y hasta un cuarteto con ellas, retándome para saber si era lo suficientemente hombre para satisfacerlas a las tres, aunque Sara se desmarcó aduciendo que a ella no haría falta que fuera yo el que se ocupase de ella, mirando descaradamente a mi prima al decirlo, lo que hizo que enrojeciera hasta la raíz. En ese punto carraspeé y di por finalizada la visita, quedando en volver pronto a vernos, aunque me fui pensando en que seguramente pasaría un tiempo hasta que me atreviese a volver a venir.
En el camino de vuelta al Club volvió a agarrárseme del brazo, dejándola que lo hiciese de buen grado, sin ganas de pensar de más. Íbamos en un silencio cómodo, ambos con una sonrisa en nuestro rostro, permitiéndonos olvidarnos durante unos minutos de lo que se nos venía encima. Cuando llegamos, antes de entrar, Susana rompió el silencio diciéndome al oído que ahora la debía dos trabajitos, y entró corriendo riéndose al interior del Club, dejándome paralizado atrás. Decididamente todo se seguía complicando en respecto a mi relación con ella. Era una locura, pero lo cierto es que me sentía cómodo con ella, y decididamente había estado bien lo sucedido en el restaurante, aunque bueno, ¿qué hombre no lo pasaría bien en esas circunstancias? Y con esos pensamientos entré, con una sonrisa en la boca.
Dentro del Club nos esperaban Luismi y John, los cuales nos enseñaron un maletín que contenía el dinero prometido. Definí con ellos los detalles, prometiéndome que estaría todo preparado para ambas eventualidades, la de que consiguiera atraerlos allí y la de que me tocase llamarles habiendo fracasado en mi empeño. Luego llamé a Josema, quedando con él cerca del lugar de la reunión. Le pedí a Luismi que me sirviera una copa y mi prima se apuntó, bebiendo ambos unos cócteles de la invención de mi amigo, con bastante alcohol he de decir, pero tenía tanta tensión de lo que se avecinaba que ni lo sentí subírseme a la cabeza.
Matamos el tiempo charlando de banalidades sin importancia, pero al final tuve que abrazar a mi prima y asegurarla que todo iría bien cuando los nervios amenazaron con sobrepasarla. Yo mismo no las tenía todas conmigo, pero debía parecer firme delante de ella o todo se iría al traste antes incluso de poder tener una oportunidad.
Cuando llegó la hora ambos nos dirigimos al punto de reunión, el mismo restaurante de comida rápida en el que quedaron ayer. Por el camino llamé a Samantha, por si había habido suerte, pero no me contestó al teléfono por más que lo intentase. A cada tono que sonaba sin respuesta le seguía una bajada de temperatura de mi cuerpo, sintiendo verdadero frío cuando decidí dejar de intentarlo. Algo iba mal, podía sentirlo, aunque a mi prima la evadí aduciendo a que seguramente estaría ocupada y que ya me devolvería la llamada. No sé si me creyó porque no me atreví ni a mirarla.
El segundo indicio de que todo iba rematadamente mal fue cuando llegamos a donde habíamos quedado con Josema y éste no se presentase a la cita, sin responder tampoco a mis llamadas. Llegados a este punto mi nerviosismo era más que evidente y decidí llamar a Luismi para contarle lo que estaba sucediendo y consultarle. Me confirmó lo mismo que yo sentía, que algo iba mal, que era extraño, pero que no podía dejar de acudir al lugar de reunión, que él mismo desde el Club intentaría localizarles. Dejándole a cargo de ello me giré hacia Susana, puse la mejor sonrisa de la que fui capaz, y la aseguré que seguramente no era nada y que el plan seguía en marcha, pero sólo con nosotros dos. De todas formas el plan siempre había sido que nosotros nos presentásemos a la cita, mientras que Josema vigilaría en segundo plano. Aunque noté que no la había engañado ella aceptó asintiendo con la cabeza, sin hablarme, y ambos nos dirigimos al lugar concretado.
Según íbamos acercándonos alcancé a vislumbrar una figura en la entrada del callejón situado al lado, la cual estaba fumando un cigarrillo. Yo hace años que había dejado de fumar, pero aún se me iban los ojos sin poder evitarlo cuando veía a alguien fumando, y más si era una mujer solitaria quien lo hacía… y un escalofrío helado me recorrió cuando me fijé un poco más. No negué a aceptar el recuerdo de la persona que me había sobrevenido, era imposible, me cerré en banda a creer en esa posibilidad… pero cuando mi prima se detuvo de golpe en el momento en que la misteriosa fumadora salió a la luz lo supe. Mi temor era fundado.
- Qué… ¿qué haces aquí fuera? ¿No habíamos quedado dentro? – Preguntó mi prima, ajena a lo que sucedía y a que ambos, la desconocida y yo, nos habíamos quedado mirándonos fijamente, casi sin parpadear.
- Hola, Jaime, ¿cuánto tiempo no? – Me inquirió ella a mí a su vez, ignorando expresamente a Susana, como si ella no importase o no estuviera allí.
- ¿Qué es lo que crees que estás haciendo, Deborah? – Espeté yo, con una voz tan fría y tan carente de cualquier sentimiento que logró que mi prima se sobresaltase por primera vez, soltándome y alejándose un paso de mí.
- Oh, baby, ¿cuándo dejaste de llamarme Deb? – me respondió ella con voz melosa, mientras Susana nos miraba a los dos de hito en hito.
Mis malos presentimientos se hicieron realidad de la peor forma posible.
Continuará.