Mi novia y yo jugamos con su nueva compañera (II)
Continúa la historia en la que mi novia y yo iniciamos a una nueva compañera de trabajo suya en los placeres de los encuentros a tres.
―¿Qué se te ocurre que haga para ganárselo? ―pregunté.
―Lo que sea ―imploró Cecilia―, pero déjame tocar este pollón ¡¡Por favoooooor!! ―pidió a Sara mientras esta sujetaba su mano a escasos centímetros de mi herramienta.
―Si quieres tocar la polla de Mario tendrás que enseñarnos tus tetitas y sobártelas un rato para que veamos lo guarra que eras con diecisiete años.
―Joder si lo era ―dijo Cecilia. Entonces, se bajó los tirantes de su vestido lentamente y comprobamos que debajo no llevaba sujetador. Sus tetas, aunque pequeñas, eran preciosas. Firmes y redondas, con areolas marrones medianas y pezones diminutos que invitaban a morderlos incansablemente.
―Preciosas ―dije yo.
―Mis tetitas no han cambiado desde entonces ―dijo ella sobándose a dos manos mientras nos miraba―. ¿A ti también te gustan? ―le preguntó a mi chica.
―Me parecen perfectas para que mi novio juegue con ellas a cambio de que le toques la polla.
―Bufffff ―dijo Cecilia―. Me lo estáis haciendo pasar mal… Sois un par de cabrones. Hacéis que quiera soltar todo lo que llevo dentro.
―No te cortes ―dije yo―. El vino y el calor nos han hecho perder cualquier clase de vergüenza. Ahora mismo estás en buenas manos, putita…
―No me llames eso que me pones más cachonda todavía… ―dijo ella.
―¿Ah, sí? ―preguntó mi chica―. ¿Eres una putita?
―Estoy a punto de serlo por vuestra culpa.
―Venga, Sara ―dije―. Deja que sobe un rato mi herramienta y hagamos que moje las bragas.
―Si es que llevo… ―insinuó nuestra invitada sonriendo.
―¿Cómoooo? ―exclamó Sara.
―Ahora soy yo la que tiene la sartén por el mango. Si queréis saberlo tendréis que pagar peaje. Pues no voy a ser aquí la única que revele secretos…
―Cariño, tu compañera te acaba de meter un gol por toda la escuadra ―dije yo―. Y me parece que tiene más secretos que la caja de un Banco.
―Qué putón estás hecha ―dijo Sara―. ¿Qué nos propones para que descubramos tu secreto?
―Quiero que mires cómo le acaricio la polla durante esos dos minutos. Y si Mario jadea tendrás que joderte y me dejarás chupársela durante cinco minutos.
A mí se me empalmó lo poco de polla que me quedaba por empalmar.
―Acepto ―dijo mi chica―. Pero lo que vamos a comprobar es quien jadea aquí, si él o tú… Añadiré un elemento sorpresa a tu reto pero no diré cuál. Cierra los ojos y toca esa polla. Si jadeas o protestas, pierdes. Piénsatelo porque sufrirás las consecuencias de verme disfrutar de la polla de Mario toda la noche mientras tú te estás quieta...
―Acepto también ―dijo Cecilia.
Entonces, cerró sus ojos y empezó a rozarme con su mano el miembro. Recorrió toda su superficie con la palma y luego me acarició los huevos con delicadeza. Mi novia se situó detrás de ella y le empezó a sobar suavemente los pequeños pechos, en círculos.
―Qué espectáculo me estáis dando ―dije yo.
―¿Qué te gusta más? ―pregunto Sara―. ¿Verme acariciar sus preciosas tetitas? ¿O verla relamiéndose de gusto mientras te acaricia la polla?
―Las dos cosas ―dije―. Pero creo que también se relame porque tu masaje la está haciendo efecto.
―Se resiste a jadear ―dijo mi chica.
Cuando acabó el tiempo, Cecilia quitó la mano de mi herramienta con desgana.
―Tú ganas esta ronda, alumna putita ―dijo mi chica.
―No ha jadeado ―dije yo―. ¿Habrá mojado al menos? ―pregunté.
―Compruébalo si tu novia te deja ―dejó caer Cecilia―. Pero antes debéis adivinar si llevo bragas o no…
―¿Tú qué piensas, cariño? ―dije mirando a Sara.
―Yo digo que sí lleva.
―Yo apuesto a que no ―dije por mi parte.
Cecilia sonrió y nos indicó que tendríamos que aclarar el misterio de alguna manera intrigante.
―Tumbaos allí ―dije mientras las acariciaba el pelo con ternura y cariño.
Entonces, ambas se reclinaron en las hamacas. Cecilia boca arriba, con las piernas muy juntas para no dar pistas. Mi novia de costado, mirando con todo el interés del mundo la escena.
Yo me situé a los pies, entre ambas.
―¿Qué consigue el que gane? ―pregunté.
―Lo que Sara decida ―dijo Cecilia.
―Esto es lo que vamos a hacer ―dijo mi chica―. Mario va a subir poco a poco su mano por tus piernas hasta llegar al rincón secreto. No puede decir nada cuando compruebe si llevas bragas o no. Si mueve un músculo, o se le nota algo, le ataré a una silla todo el tiempo que quiera. Y como castigo le haremos un striptease lésbico en el que acabará por dolerle la polla hasta pasado mañana.
―Parece justo ―dijo Cecilia―. Pero luego tendrás que comprobarlo tú también.
―¿Me estás retando? ―preguntó Sara.
―Sólo si aceptas, claro.
―Claro que acepta ―dije yo―. Se muere de ganas por ver quién es más puta de las dos.
Mi chica sonrió y me indicó que procediera a la comprobación. Así que fui subiendo la mano por las suaves y vertiginosas piernas de Cecilia tal como ella había propuesto. Al llegar a su punto secreto me encontré con la tela de una prenda interior femenina muy suave. No se notó nada mi reacción, pero por dentro estaba decepcionado de haber perdido la apuesta. Ya me había hecho una idea de lo que iba a proponerlas si ganaba…
―Mario ya ha comprobado si llevas bragas o no ―dijo Sara―. Y no ha tenido ni pizca de reacción, así que se libra del castigo.
―Ahora te toca a ti, Sara ―dijo nuestra invitada.
Mi novia se incorporó un poco y alargó su mano por las piernas de Cecilia. Hizo exactamente lo mismo que yo, sólo que mirándome a los ojos. Para cuando llegó al punto secreto esbozó una gran sonrisa.
―Te he ganado, cariño ―me dijo.
―Lo sé, pero no me importa. Ha sido muy divertido ―admití.
―¿No ves que soy una chica muy avispada? Reconozco a una putita de entre los cientos de putones que tengo como amigas. Las putitas llevan bragas y los putones no. Además, le hubiéramos olido el coñito desde hace un buen rato.
―Tú sabes mucho, me parece a mí ―dijo Cecilia.
―Quiero que veas esto… compañera ―dijo mi chica mientras se desabotonaba la blusa―. Ya que tú estás con las tetas al aire yo no voy a ser menos ―acto seguido, se quitó la blusa y mostró sus tetas medianitas con areola blanca y pezón duro.
―Tu novia tiene unas tetas preciosas ―dijo Cecilia.
―Lo sé… Me encanta comérselas hasta que se ponen rojitas.
―Y ahora mira esto ―Sara se levantó la falda y se acercó a su compañera para mostrarle que no llevaba bragas―. ¿Ves? Yo no llevo… Por eso te he identificado antes que Mario.
Cecilia se mostró sorprendidísima cuando vio la raja de mi chica. No estaba depilada del todo y también tenía algo más de labios que ella, pero era un coño perfecto y precioso.
―¡O sea, que eres un putón! ―dijo Cecilia.
―Sí… y ahora me toca elegir premio ―dijo mi chica.
―Me das miedo.
―Esto es lo que os voy a proponer… Cecilia, tú te vas a quitar muy despacio la braguitas y las vas a deslizar por tus piernas hasta que lleguen a la boca de Mario ―dijo Sara―. Él las estará esperando a tus pies.
―Me matas…
―Después tendrá que lamer la parte donde se aloja tu coñito durante treinta segundos para probar a qué sabe, puesto que los dos hemos comprobado que ya estás mojada.
―¡Uf, qué morboso! ―dijo Cecilia.
―No he acabado todavía… ―dijo mi chica―. Por mi parte tendré que adivinar si eres dulce o salada antes de que Mario me dé un beso.
―Y este durará un minuto, por lo menos ―añadí yo.
―Me va a dar algo, en serio ―dijo Cecilia―. Esta es la mejor incorporación laboral que he tenido en mi puta vida. Me va a encantar trabajar a tus órdenes y ojalá que hagamos estas reuniones muy a menudo.
―Venga, bájate esas braguitas ―dijo mi novia.
Entonces Cecilia empezó a bajárselas lentamente, con una mano, mientras se tapaba su intimidad con la otra y se mordía el labio inferior. Para cuando llegaron a sus tobillos pude comprobar que eran de algodón rosa y gris. Estaban humedecidas tanto por dentro como por fuera.
―Vamos cariño ―dijo Sara―. Huele las braguitas de esta aspirante a puta y chúpalas despacio. Quiero sufrir viendo cómo lo haces.
Yo obedecí y me apliqué con esmero a la tarea. Primero las olí por fuera y luego las observé por dentro. A la altura de donde se sitúa el coño había una viscosidad trasparente bastante visible.
Entonces, se lo enseñé a mi chica.
―Mira lo que hago con estos jugos de coño que no son tuyos, cariño.
Empecé a lamerlos muy despacio mientras la miraba a los ojos. En verdad que el sabor no era ni dulce ni salado, era algo intermedio, mezclado con el aroma de un suavizante, lo cual me puso más cachondo todavía.
―Me estáis poniendo enferma, cabrones ―dijo Cecilia.
―¿Cómo crees que sabe el coño de esta putita? ―pregunté a mi chica.
―Vamos a ver…. Yo digo que su coño sabe dulce. ¿Me equivoco?
―Ven y compruébalo ―dije.
Entonces, mi chica se acercó a mí y nos fundimos en un morreo que duró más del minuto que habíamos dicho. Al acabar, ella me estrujó la lengua con sus labios. La exprimió como si quisiera que el sabor de Cecilia no se quedara en mi boca para siempre.
―Qué coño tan rico ―dijo Sara―. No es dulce, ni tampoco salado. Sabe muy bien en la boca de Mario.
―¿Quieres más? ―le dije acercando las braguitas de Cecilia a su cara.
―Mmmmm… ―suspiró mi chica al olerlas―. Me encantaría meter ahí la lengua como has hecho tú, pero eso me rebajaría a ser tan putita como ella.
―¿Entonces, os gusta mi coño? ―preguntó Cecilia abriéndose de piernas para enseñarlo mientras se levantaba el vestido. Era un coño de muñeca, apenas tenía labios menores. Cuando lo abrió con su mano brillaba a causa de mi saliva y la excitación.
―Es un coño precioso ―dije yo―. ¿Qué opinas, cariño? ―pregunté a Sara.
―Pues que va a tener mucho éxito en esta ciudad ―dijo ella―. Porque está bien depilado y precioso.
―Me muero de ganas por que Mario juegue con él ―dijo Cecilia.
―¿Eso es una invitación a comerte el coño? ―pregunté yo.
―Sí lo es ―confirmó Cecilia―. Puedes hacer conmigo lo que quieras. Estoy tan cachonda que quiero ser vuestra puta y que Sara me enseñe a ser una guarra.
Mi chica sonrió y se acercó a ella para darle un beso en la boca. Cuando acabaron de morrearse, Cecilia se llevó las manos al coño y empezó a pasear sus dedos de arriba abajo.
―Sara ¿Vas a dejar que tu novio me coma el coñito? ¿Por favor? ―preguntó.
―No lo sé… ―dijo mi chica―. Vamos a tener que animarle…
Conozco a Sara perfectamente después de siete años de relación y supe lo que le estaba pasando por la cabeza.
―Bueno, Cecilia. ¿Sabes qué pasa? ―pregunté―. Es que eso de comer coñitos no es mi especialidad. Pero estoy seguro que podemos arreglarlo. Tengo la ayuda perfecta que necesito aquí mismo ―dije señalando a mi novia―. Si no te importa, ella tendrá que darme las instrucciones precisas para comértelo bien.
―No entiendo nada ―dijo Cecilia―. Estás tan bueno y… ¿no sabes comer un coño como Dios manda?
―Ahora verás lo que quiere decir ―dijo Sara.
Me deslicé lentamente por la colchoneta de la hamaca y me coloqué entre las piernas de nuestra invitada. Entonces, observe su raja y lamí con la punta de mi lengua el hilillo de viscosidad que emanaba. Cecilia se estremeció al notarme rozando sus labios vaginales y emitió un leve jadeo al tiempo que se llevaba los dedos a la boca.
―Está muy rico ―confirmé.
―Eres un bruto ―dijo Sara―. Te digo siempre que así no se come un coño pero no me haces caso.
Sara se deslizó por la colchoneta y acercó su cara a la entrepierna de Cecilia que quedó bastante sorprendida.
―Así es como tienes que empezar, presta atención ―Sara besó los muslos de Cecilia y fue subiendo hasta llegar a pocos centímetros de la entrepierna―. Ahora haces esto ―dio unos cuantos besos delicados en los labios vaginales de nuestra invitada―. Y por último esto ―dijo antes de lamerlos con toda la superficie de la lengua―. Hacia arriba, muy despacio.
Cecilia se quedó pilladísima.
―Joder… me voy a correr aquí mismo ―dijo.
―Todavía no… putita. Porque vamos a jugar un buen rato con tu coño ―dijo mi novia mientras usaba sus dedos para abrirlo―. Y ahora verás cómo Mario ha mejorado muchísimo sus habilidades. Haz esto ―añadió mirándome.
Entonces jugueteó con su lengua entre los labios internos de nuestra invitada, como si me estuviera enseñando cuál era el labio derecho y cuál el izquierdo.
―¿Así? ―pregunté intercambiándome por ella e imitando sus movimientos.
Cecilia se estremeció nuevamente.
―¡Joderrrr! Cómo me gusta que hagáis eso ―dijo mientras se acariciaba sus tetitas pequeñas.
―Muy bien, cariño ―dijo Sara―. Ahora hay que dedicarse un poquito a esta parte de aquí ―dijo señalando el clítoris de nuestra invitada―. Haz esto ―lamió delicadamente la piel que lo rodeaba―. Y cuando se ponga duro lo chupeteas como si fuera un caramelo.
Sara se dedicó entonces a succionar el clítoris ya desnudo de nuestra invitada durante el siguiente minuto y yo me dediqué lamer sus tetitas. Observando las reacciones de Cecilia noté que estaba a punto de correrse.
―¿Te gusta, putita? ―pregunté.
―Me encanta ―dijo ella entre jadeos―. Voy a correrme mirándote a los ojos mientras tu novia me chupa el clítoris.
―¿Lo hace bien?
―Hace que me ponga cachondísima. Me empieza a doler y todo del placer.
―Porque empiezas a ser una putita ―dijo mi novia introduciéndole primero un dedo y luego otro―. Aunque tenemos que esforzarnos un poco más porque empiezas a mojar demasiado.
―Es que me estás poniendo muy cachonda con tu lengua y ahora con tus dedos ―dijo Cecilia
―Lo sé, y no puedo ser tan egoísta de dejar a Mario sin seguir aprendiendo la lección ―dijo Sara―. Novio mío… Chúpame los dedos de la mano y dime si ya está a punto este coño para correrse.
Yo saqué los dedos de mi chica que ya estaban bastante pringosos y se los chupé despacito mientras miraba a nuestra invitada a los ojos. Era evidente que estaba muy encendida por cómo movía las caderas hacia adelante y hacia atrás y se mordía los labios.
―Creo que le falta poco ―dije.
―Entonces, cómela el coñito hasta que tenga el mejor orgasmo de su vida. Que vea lo buenos anfitriones que somos.
Mi chica cogió mi barbilla y la empujó hasta la raja brillante y viscosa de su nueva compañera de trabajo. Yo lamí despacito, como ella había hecho previamente y luego lo hice más rápido.
Cecilia no paró de convulsionarse durante los siguientes tres minutos que estuve haciéndolo.
―¡Me voy a correr Mario! ¡Si sigues así me corro! ―anunció.
Yo traté de darla un respiro apartándome, pero Sara me empujó de nuevo y además juntó su lengua con la mía en el coño de nuestra invitada. Ahora éramos ella y yo comiéndolo al mismo tiempo, cada uno a su ritmo.
―¡Joder! ¡Qué cabrones sois! ―dijo Cecilia―. ¡Esto ya es demasiado! ¡Me corro! ¡Me corroooo! ¡Me corrrooooo!
Yo seguí lamiendo el clítoris de nuestra invitada hasta que ella me apartó suavemente con la mano y me retiré. A Sara, por el contrario, la dejó entretenerse un poco más con sus labios vaginales. Los lamía con una lentitud increíble, mucho mejor que cualquier tío que conozco. Cecilia la dejó seguir lo justo como para dar por finalizado su orgasmo.
―Ha sido increíble… ―dijo nuestra invitada tocando la humedad de su coño en la boca de mi chica―. Habéis hecho que me corra de una manera bestial. Me va a costar mucho olvidarlo.
―Y esto no ha hecho más que empezar ―dijo Sara tumbándose en su hamaca. Pues ya tenía una mano en el coño y se empezaba a pajear mientras pedía que hiciéramos lo mismo con ella.
(Continuará)