Mi novia y yo jugamos con su nueva compañera (I)

Mi novia trae a cenar a su nueva compañera de trabajo y acabamos en un juego muy picante para que ella descubra lo cachonda que puede ponerse con nosotros.

Un viernes de verano, mi novia Sara trajo a casa una nueva compañera de trabajo que se llamaba Cecilia. Era una chica de metro setenta con un corte de pelo bob minimalista rubio, por encima de los hombros. Grandes ojos grises, pinta de simpática, rostro precioso y cuerpo estilizado. Destacaban sus bonitas piernas, culo prieto y poco pecho. Al menos es lo que se intuía del vestidito amarillo que llevaba.

―Mira cariño, me han encargado que esté al cargo de esta nueva compañera que viene de Barcelona ―dijo mi chica―. Se llama Cecilia.

―Hola, soy Mario ―saludé con los típicos besos de rigor y noté que hubo un chispazo en el ambiente. Si no fuera porque me conozco, podría decir que le parecí atractivo desde que entró por la puerta.

―Encantada ―dijo ella.

Y no es que yo sea Christian Grey, pero me saco partido con las horas de ejercicio que dedico a la semana entre salidas a correr, algo de Crossfit y sesiones de Pilates. Además, mido un metro ochenta y cinco. Soy moreno, con los ojos marrones.

―¿No te importa que se quede a cenar, no? ―preguntó Sara­―. Tengo que ponerla al día de muchas cosas.

―No te preocupes ―dije―. He hecho cena suficiente para un regimiento.

Lo que más me llamó la atención de Cecilia, a parte de sus ojos y expresión casi inocente, fue su olor. Era como si esas mejillas hubiesen dejado en mis labios un perfume que era diferente al de mi chica. De hecho se complementaba perfectamente; canela… pimienta… Algo así. Mi chica, por el contrario, no tenía esa expresión inocente. Ella es una morbosa figura de metro sesenta y cinco, pelirroja rizada con ojos verdes. Lo que más me gusta de ella, aparte de lo bien que folla, es su culo carnoso, sus tetas medianas y sus labios suaves. Ese día llevaba una minifalda negra y una blusa azul de raso bastante ceñida que insinuaba un escote muy sugerente.

―Huele estupendamente ―dijo nuestra invitada sorpresa.

―Es que Mario tiene talento para la cocina. Seguro que ha preparado alguna ensalada de las suyas ―dijo Sara―. Le encantan las especias.

―La verdad es que sí ―dije―. De hecho, llevas un perfume a base de canela ¿puede ser?

―En realidad es el body milk ―aclaró Cecilia―. Quizás huele a canela o vainilla. No lo sé…

―Algo así ―afirmé.

―Si queréis hablamos de ello mientras cenamos ―dijo Sara―. ¡Tengo un hambre que me muero!

―Pues venga, vamos a la terraza ―dije.

Nos sentamos a la mesa y como buen anfitrión serví primero a la nueva compañera de mi chica. Es verdad que había hecho una ensalada con mézclum de lechugas, piñones, tomates secos, aceite a la trufa, vinagre de Marsala y foie. Pero el verdadero aroma provenía del solomillo de pavo que había horneado ligeramente con naranja confitada, vino de oporto y popurrí de pimientas. Después de media hora de festín alimenticio y abundante vino espumoso soltamos las lenguas para darle coba a nuestra invitada mientras el calor empezaba a hacer mella en nuestros cuerpos. Nuestra terraza es grande y tiene dos hamacas para tumbarnos. De hecho, a Sara le encanta tomar el sol en tetas para regocijo de nuestros vecinos.

―¿Entonces te incorporas bajo la supervisión de esta loca? ―pregunté a Cecilia aludiendo a mi novia.

―Loca no sé ―dijo ella―, pero me parece muy simpática. En la empresa me han dicho que es la más experta de las contables.

―Bueno… Experta, experta… ―dije con ironía.

―¿No lo soy? ―preguntó mi chica.

―No digo que no lo seas, cariño. Pero eres mejor en otras cosas…

Ella supo perfectamente a qué me estaba refiriendo porque la guiñé un ojo.

―No saques conversaciones de adultos en esta mesa y con una invitada primeriza ―advirtió mi chica.

―Tienes razón ―dije―. Mis disculpas, Cecilia.

―Estás disculpado, cocinero.

Había una especia de química borboteando en medio de las palabras que Cecilia y yo nos dedicábamos cada vez que surgía la oportunidad. He de decir que Sara no es nada celosa. Lejos de esto, le encanta cuando se entera de que alguna compañera suya de trabajo o amiga se ha fijado en mí. Debe ser porque somos muy liberales y tenemos confianza plena el uno en el otro. No tenemos secretos y somos muy abiertos.

―¿Llevas mucho tiempo aquí en Madrid? ―pregunté.

―La verdad es que no ―respondió Cecilia―. Creo que apenas llega a dos meses.

―¿Vives sola? ―preguntó Sara.

―Sí, porque en principio me vine siguiendo a mi novio Héctor. Él trabajaba aquí, pero poco después rompió conmigo por Whatsapp y se fue a México con una fulana que previamente había conocido por Badoo. Parece ser que ella es de buena familia allí.

―Qué mala suerte.

―Jodido cabrón ―opiné yo―, pero él se lo pierde.

―Sí ―dijo Cecilia―. Sólo llevábamos un año pero me lo estaba tomando muy en serio.

―Algunos tíos son patéticos ―dijo Sara.

―Un poquito ―añadió Cecilia.

―Habrá que enseñarle a nuestra invitada algunos sitios de esta ciudad ¿No crees? ―pregunté a mi chica.

Ella sonrió y me cogió la mano por encima de la mesa. No sé si empezaba a preocuparse por mis galanteos o simplemente fue un acto espontáneo.

―Este chico no cambia ―dijo después―. Siempre está haciendo alusión a temas “oscuros”.

―Tampoco he dicho nada del otro mundo ―aclaré.

―¿No ves que la chica aún no está para soltarse la melena? Acaba de romper con su novio, como quien dice.

―¿Temas oscuros? ―preguntó Cecilia.

―Lo que en realidad quiere decir Sara es que soy un poco guarro. Siempre habló con total franqueza de sexo con mis conocidos. Lo cierto es que tú aún no lo eres, al menos de momento… Pero debo decirte que con tu físico y tu encanto no vas a tardar en encontrar al maromo que prefieras.

―¿El vino te está sentando bien, cariño? ―preguntó mi chica.

―Divinamente, porque os veo guapísimas a las dos… ¿Queréis ser mi postre?

―Desde que lo dejé con Héctor no puedo decir que me haya comportado como si estuviera de luto ―dijo Cecilia, y esta vez fue ella quien guiñó el ojo.

―¿En serio? ―soltó Sara.

―Lo que oyes, amiga ―dijo Cecilia señalando su cuerpo esbelto― ¿Dejar que esta flor se marchite? De eso nada... El muerto al hoyo y el vivo al bollo.

Touché… ―dije yo alzando mi copa de vino espumoso.

Ellas dos también levantaron su copa y bebimos un sorbo a la salud de nuestra invitada.

―¿Y qué nos puedes contar de interesante que haya ocurrido en tu periodo post ruptura?  ―preguntó Sara.

―Pues un par de cosas… o tres ―dijo Cecilia―. Pero ya lo has dicho tú antes… No se puede hacer alusión a temas oscuros.

―Jajajajajajaaja ―reímos los tres.

No sé si fue por el vino, el calor, la compañía de mi novia y su nueva amiguita, pero empecé a sentir unas ganas tremendas de sobarme el paquete por encima del pantalón. Allí, debajo de la mesa. De hecho, me produjo un morbo increíble pensarlo mientras miraba la cara inocente y angelical de Cecilia. Aún estaba pensando en hacerlo cuando me encontré que la mano de mi chica se había adelantado a mi deseo. Empezó a masajearme suavemente, con la punta de los dedos y luego siguió con la palma.

―Por esta vez levantamos la veda ―dijo Sara―. Se puede hablar de cualquier cosa a partir de ahora.

Cecilia se frotó la frente, nerviosa. Como si acabara de darse cuenta de que estaba metiéndose en un berenjenal.

―¿En serio? Es que me da un poco de vergüenza que penséis que soy una guarra o algo así.

―Eso es porque no nos conoces ―dije―. Rétanos y seguro que te ganamos a guarros.

―Un momento ―dijo mi chica―. Deja que mi “alumna” presente primero sus credenciales y yo juzgaré si debemos o no desvelar nuestro grado de guarrería o lo dejamos en el aire para que ella se imagine lo que quiera.

―Chicos, tengo que admitir que me da mucho morbo contar algunas de esas experiencias pero no quiero que penséis que soy una puta, ¿eh?

―Aquí no juzgamos a nadie ―dije yo.

―Ok… ―dijo Cecilia― Pues lo primero que hice después de romper con Héctor fue quedar con su hermano Ricardo. Ahora cada vez que nos apetece follamos tranquilamente en mi apartamento mientras los vecinos se escandalizan. No hay fin de semana que no quedemos para que me utilice y disfrute usándome a su antojo. Me encanta comerle la polla como una cerda y que me destroce el culo después.

―¿Su hermano? ―dijo Sara―. Wow….

―¿Y has comparado si la genética influye en el tamaño de las herramientas? ―pregunté yo.

―Pues la verdad es que los dos están muy bien dotados. Quizás, Ricardo lo está menos pero sabe manejar mejor su “herramienta”, como tú lo denominas.

―¡Jajajajajajaa! ―rio Sara―. Mario siempre llama herramienta a cualquier polla pero es porque la suya es grande y gorda como una llave de grifo. Te lo aseguro…

Cecilia dio un respingo y tragó otro sorbo de vino espumoso. Se notaba que a nuestra invitada esta conversación empezaba a darle una mezcla de morbo y azoramiento. Una mezcla que no suele ser nada buena combinada con el calor madrileño.

―Cómo somos los chicos ¿eh? ―dije yo acariciando suavemente la otra mano de mi chica, la que no estaba ocupada en dar placer a mi paquete por debajo de la mesa.

―¿En serio? ―preguntó Cecilia―. Porque yo las he visto grandes, pero una llave de grifo se me antoja… demasiado. Eso es un pollón, ¿no?

Mi chica sonrió con malicia a su nueva compañera.

―No lo sabes tú bien ―dijo. Entonces me dio un beso en los labios mientras sobó mi paquete con más ganas. Yo me atreví a mirar a Cecilia directamente a los ojos al besarnos.

―Qué le voy a hacer, Cecilia. La naturaleza es caprichosa ―dije al final del beso―. A vosotras os ha regalado unos preciosos ojos, unas curvas perfectas y unas bocas apetitosas. Y a mí me ha otorgado mi “herramienta” para satisfacer los placeres de esta diosa ―dije aludiendo a Sara.

―¿Sabéis qué? ―dijo Cecilia removiéndose inquieta en su silla― Si seguimos con esta conversación tendré que irme a casa, porque si no… me conozco, y admito que empezaré a mojar las bragas.

Entonces, mi chica hizo la pregunta del millón. La pregunta para la que nuestra invitada no estaba preparada.

―¿Te gustaría ver la herramienta de Mario?

―Ostras… ―dijo Cecilia.

―Aquí y ahora ―añadió mi novia.

―Pero…. Esto está subiendo mucho de nivel, chicos ―dijo Cecilia―. No quiero poneros en un compromiso y por supuesto que me encantan las pollas grandes. Pero… es... es tu chico ¿no?

―¿Tienes miedo? ―preguntó Sara.

―No… Pero la situación es excitante.

―Entonces mira por debajo de la mesa ―dije yo.

Cecilia se agachó y vio la mano de Sara sobándome el paquete. Flipó en colores al ver la escena.

―Joder… qué puto morbo me estáis dando ―dijo tratando de volver a la realidad.

―¿Quieres que Mario te la enseñe? ―preguntó Sara―. Pues si nos cuentas algo realmente guarro… Algo que hayas hecho con Ricardo, con Héctor o con quien te haya dado la gana… Te la dejo ver.

―Sois un par de cabrones, pero me encanta esta situación. Acepto.

―Venga, Mario. Enséñale a mi “alumna” lo que celosamente guardas debajo de esos vaqueros ―dijo mi chica.

Entonces, me levanté con lentitud, haciendo más deseable aún mi presencia.

―Ya que estamos en esta fase del encuentro, no os importará que me quite esto ―dije despojándome de la camisa que llevaba puesta. Cecilia tenía ahora una vista magnífica de mis abdominales esculpidos a base de Pilates.

―Joder, qué bueno está tu novio ―dijo Cecilia―. Dan ganas de follárselo sin pedir permiso.

―Les pasa a todas mis amigas, créeme. Pero no se lo permito a ninguna.

Eché mano de mi cinturón y de los botones para bajarme la bragueta pero entonces mi chica ideó algo que le añadió más picante a la situación.

―No lo hagas aquí ―dijo―, hazlo delante de su cara. Que vea lo que tengo todos los días a mi disposición.

―Eres maléfica ―dije sonriendo.

―Nadie más lo puede poseer, Cecilia. Así que mírale bien de cerca la polla durante un minuto y luego nos cuentas algún episodio excitante de tu cosecha de puteríos.

―Joder… ―dijo nuestra invitada cuando me vio caminar hacia ella mientras me desabrochaba los botones del vaquero.

―Esta es mi “herramienta” ―dije sacándome la polla medio empalmada del calzoncillo y poniéndola a unos diez centímetros de la cara de Cecilia.

―Menuda pedazo de polla tiene tu novio ―dijo ella―. Es la más bonita que he visto en mi vida.

―En realidad no es suya, sino mía… ―dijo Sara acercándose hasta nosotros. Luego se agachó, cogió la mano de Cecilia y la dejó quieta muy cerca de mi polla desnuda―. Si nos cuentas lo más guarro que hayas hecho en tu vida te dejo que la sobes durante un minuto.

―Me encantaría…. ―dijo Cecilia. Se mordió el labio inferior y nos miró a los ojos… Estaba cachonda como una adolescente que va a tocar por primera vez la pollita de un alumno de secundaria. Sólo que, esta vez, la perspectiva era de considerables proporciones, más adulta… Y delante de una compañera de trabajo―. Joder… ―dijo entonces―. Lo más morboso que he hecho nunca ha sido follarme a dos tíos.

―Qué puta estás hecha ―dije yo―. Nadie lo diría con esa cara de angelical que te gastas.

―Un momento ―dijo Cecilia―. Tengo que aclarar que no fue a la vez. Primero me follé a uno y luego a otro. Estaba borracha ―matizó―, sólo tenía diecisiete años.

―No sé si podemos contar eso como logro ―dije mirando a mi chica.

―Cariño, puede que tenga que complementarlo con una acción ―dijo Sara―. Déjame que piense.

―Yo sé lo que puede hacer ―dije.

―Yo también lo sé ―Sara examinó lentamente la cara de Cecilia y le dio un beso en la mejilla muy suave.

(Continuará)