Mi novia y yo hacemos una visita al Sex Shop II
Continuación de nuestra visita al Sex Shop, con espectáculo de peep-show. En este caso, ocurren más cosas y no nos dedicamos a mirar, sin más...
—Mmmmm… ―gimió Sara―. Eso le gustaría mucho al cerdo de mi novio, aquí presente. Si vieras lo que me estaba haciendo antes de que nos hayas pillado por sorpresa.
―Y a mí me gustaría que vierais más de cerca lo mojado que tengo el coño. Aunque ya os estáis haciendo una idea… ¿Qué os parece si, por 20 euros, bajo este cristal y nos conocemos un poco más? Tengo unas ganas tremendas de continuar mi paja mientras me miráis y os sobáis un poco.
―Uffff ―dije yo―. Si hace falta atraco un banco para estar aquí hasta cuando tú quieras. Nos estás poniendo tan cachondos que mi novia estaba a punto de chuparme la polla aquí mismo.
―Es que soy un poco cerda ―dijo Sara.
—No, ella es la cerda —dije yo mordiendo un poco a mi chica en el labio de abajo—. Y te lo voy a demostrar ―añadí―. Sandra, te ofrezco 40 euros por bajar el cristal y acabarte la paja delante de nosotros mientras miras cómo nos sobamos.
―¡Trato hecho! ―dijo ella.
El cristal se bajó y nos llegó un aroma bien reconocible que era una mezcla de aceite esencial con alguna planta exótica, pero también olía a intimidad de mujer y eso me puso muy guarro. Los flujos de Sandra eran los culpables de esa segunda percepción. Yo dejé que una mano se colara por el hueco del cristal y aboné lo acordado. Al coger el dinero, ella aprovechó para rozarme la mano y sonreírme abiertamente. Después miró a Sara y también la dedicó una sonrisa.
―No esperaba que fuerais tan guapos ―dijo Sandra―. Hay días que estoy de suerte y ¡éste parece ser uno de ellos!
―Tú, desde luego, no estás nada mal ―dije yo.
―Mira como tienes al cabrón de mi novio ―añadió Sara. A continuación, me bajó parte del pantalón vaquero y dejó que mi polla se asomara de nuevo.
―Mmmmmm… ―susurró Sandra―, me encantan las pollas grandecitas y bien formadas, como esa. Seguro que da mucho placer cuando estás bien caliente y mojadita.
―Para bien formadas… tus tetas ―dijo mi chica―. Tienes unos pechos que hacen que una se pregunte si son reales.
―Son completamente naturales y estoy muy orgullosa de ello ―aseguró Sandra―. ¿Por qué no lo compruebas por ti misma?
Para no rechazar su ofrecimiento y vencer su reticencia, yo cogí las manos de Sara y las posé en las tetazas de nuestra nueva amiga. Al poco rato, ella sola empezó a masajearlas, con la lentitud propia de una entendida en la materia.
―Joder, qué firmes están…
―¿Ves? Son absolutamente naturales. Ni una costura, ni una cicatriz.
―Uffff… ―dijo mi chica―. Da gusto tocarlas así, embadurnadas en aceite. Me voy a poner más caliente que el horno de una pollería.
―Puedes hacerlo todo el tiempo que quieras ―respondió Sandra. Luego, ésta se echó hacia atrás y se abandonó al placer de acariciarse el coño con el vibrador, otra vez. Yo me coloqué detrás de Sara y subí mis manos por sus piernas. Metí una de ellas por debajo de la minifalda y comprobé lo húmeda que estaba. No hizo falta más que tocarla por encima del tanga... Un reguero de humedad ya bajaba por su entrepierna e hizo que mi polla se estremeciera, no una sino varias veces. Entonces, eché su tanga hacia un lado, le metí un dedo en el coño y la empecé a pajear al ritmo que lo estaba haciendo Sandra.
—Joder… ―me susurró ella―. Me pongo muy cachonda cuando me haces eso, sigue, por favor…
—Y a mí me pone muy cachondo que me dejes hacerlo —dije yo―. Sobre todo, mientras sobas unas tetazas como las de este pibón de pelo negro y cuerpazo de escándalo.
—Será que quiero dejarle claro quién manda aquí... ―dijo Sara. Entonces me cogió la polla con una mano y empezó a sacudirla lentamente. Estábamos los tres haciéndonos pajas al mismo ritmo, sin prisas. Con la otra mano, Sara siguió masajeando una de las tetazas de Sandra. Luego, le pellizco el pezón con suavidad. Después, con un poco más de mala leche. Y finalizó dándole unas palmaditas. Lo hizo sabiendo cómo había que hacerlo, sin pasarse de la raya.
―Joder… cómo me gusta que te hayas decidido a hacer eso ―gimió Sandra, de gusto. Luego nos miró y contempló mi mano moviéndose con libertad por el coño de Sara.
―Mmmmm… qué dedo tan maravilloso te está haciendo tu chico.
―Ni te lo imaginas ―susurró mi chica―, pero sigue tú también. Nos encanta verte pajeándote.
―Y a mí me encanta que me dejéis hacerlo… ―dijo Sandra―. No pensaba dejar de meterme este vibrador, en mi coñito, ni un solo momento. ¿Os gusta?
―Nos encanta ―dije yo.
―¿Y a ti te gusta lo que tengo yo en la otra mano? ―preguntó Sara.
Sandra miró hacia abajo y abrió la boca al contemplar mi polla. Estuvo un buen rato así, sonriendo con el espectáculo de ver a mi chica pajeándome; A su manera… con la dulzura que sólo a ella le caracteriza.
―Veo que, o es una polla muy grande o es una mano muy experta ―contestó.
―Es experta en todos los sentidos ―añadí yo. Y como también tenía una mano libre, la metí por debajo de la blusa de Sara. Agarré una de sus preciosas tetas y busqué su pezón endurecido por la excitación. Se lo pellizqué varias veces, como ella había hecho antes con Sandra. Después, dejé el pecho a la vista de nuestra nueva amiga, quien hizo un gesto de aprobación y sonrió delicadamente.
―¿Puedo tocarlo? ―preguntó.
―Por supuesto que puedes, es más… debes ―dije antes de liberar también el otro. Y para demostrarlo, le di un pequeño azote en el culo a mi chica. De manera que Sandra pudo comprobar la firmeza con la que se le bamboleaban las tetas.
—¡Aaaahh! —dejó escapar mi novia por su boca—. Si me haces eso otra vez me pondré muy cachonda, amor mío…
—Lo sé —dije. Después, volví a darle otro azote, esta vez, un poco más fuerte. Sus tetas se bambolearon de nuevo y se mostraron como dos gelatinas recién volcadas en un plato. Sandra se relamió antes de decidirse a manosearlas con la mano que no tenía ocupada en su coño.
Yo, por mi parte, seguí acariciando y pajeando la raja de Sara, que a estas alturas era lo más parecido que había a una charca. Mis dedos estaban completamente pringosos por la cantidad de flujos que emanaban de ella. Sara lo sabía y empezó a mover su pelvis hacia delante y hacia detrás, mientras me pajeaba la polla despacio y se mordía el labio inferior. Empezó también a gemir intensamente. Así que, la cogí de la barbilla y giré delicadamente su cabeza hacia nuestra nueva amiga, obligándola a ver lo que estaba haciendo ésta con su propio coño.
—¿Te gusta cómo juega con su vibrador? —le pregunté.
—Mmmmm… —gimió Sara—. ¡Me encanta!
―Sí, eres una guarra ―le dijo Sandra―, pero yo no me quedo atrás... Te lo voy a demostrar. Entonces, sacó el vibrador de su coño y vimos que estaba tan empapado de sus propios jugos vaginales como mis dedos lo estaban de Sara. Y así, sin pedir permiso alguno, me lo acercó y me lo restregó en los labios. Yo lo chupé con ganas y quedó como nuevo. Después, Sandra se lo volvió a meter en el coño y se pajeó con más ansia que antes. A ratos, lo lamía para saborear sus propios jugos… Se notaba que sentía verdadera pasión por los líquidos que emanaban de su lugar más íntimo.
―¡Aaaaahhhh! ―gimió Sara cuando yo también incrementé el ritmo de mi dedo sobre su coño.
―Quiero aclarar que nunca le he hecho eso a un cliente ―anunció Sandra―. Me refiero a meterle el vibrador en la boca a tu novio… Igual ha sido muy arriesgado, pero es que estoy cachonda, de verdad, no finjo ―añadió.
Entonces, Sara giró su cabeza y olisqueó mi cara con la excitación que sólo el aroma a coño de otra mujer podía provocarle. Una mezcla de celos y morbo se apoderó de ella. Lo único que se le ocurrió para apaciguar esa embriaguez fue lamerme las comisuras de los labios lentamente y chupar mi lengua con ansia. Lo hizo tanto como pudo, hasta que el sabor del coño de Sandra desapareció de mi boca y pasó a ser suyo.
―Me parece muy bien ―dijo Sara―. Pero, si lo vuelves a hacer, sin que yo lo pruebe primero… te mato ―le advirtió.
―¿Quieres que te lo restriegue a ti también? ―preguntó Sandra.
Sara acarició una de las mejillas de nuestra nueva amiga, luego me besó de nuevo y me dedicó una mirada muy sucia, una mirada de las suyas...
―¿Quieres que lo haga? ―repetí yo.
―Cariño, no sabes lo cachonda que me ha puesto verte saborear su juguete ―dijo ella―. Es lo más guarro que te he visto hacer en mucho tiempo y no creo que sea capaz de superarte.
―Entonces, vamos a hacer que tú también quedes como una guarra ―le dijo Sandra a mi chica. Acto seguido, se sacó el juguete del coño y sin lamerlo me lo ofreció a mí. Con una mirada de aprobación, me invitó a que lo usase en la entrepierna de Sara, cosa que hice sin dudar.
En cuestión de segundos, Sandra pasó a ser la encargada de ladear el tanga de mi chica con una mano y abrir su coñito con la otra.
―Joder ―dijo mi chica―. Sois tan cerdos, los dos.
En menos de lo que quisimos, el juguete de Sandra se abrió paso a través de la intimidad encharcada que era la rendija de carne rosada de mi novia. Entrando y saliendo a la voluntad que nos dio la gana. Sara extendió sus brazos sobre nuestros hombros y se dejó hacer como una perrita sumisa. A pesar de que eso suponía que a mí ya no me sacudía la polla, me dediqué a disfrutar del espectáculo como un señor. Sandra y yo nos turnamos en el uso del vibrador como quisimos. Unas veces, era yo quien la pajeaba... Otras, era ella. Cuando no teníamos la mano ocupada en el aparato, nos ayudábamos mutuamente a intensificar el placer de Sara. Acariciando sus tetas, pellizcando sus pezones. A veces con dulzura, otras con mala leche. Y sobre todo, lamiéndolos entre ambos... A veces, le hacíamos presión en el clítoris con la yema de un dedo y se lo frotábamos vigorosamente, de un lado hacia otro, hasta que intuíamos que podía correrse pero se lo impedíamos…
―¡¡Jodeeer, me gusta eso que me estáis haciendo!! ―gritaba mi chica―. ¡¡Me encanta que no me dejéis correrme!!
―¿Disfrutas? ―pregunté.
―¡Como una zorra! No quiero correrme todavía, estoy en la gloria…
Sandra y yo, la mantuvimos así, en ese estado, por unos cuantos minutos que se la hicieron eternos. Cuando veíamos que podía correrse, reducíamos el ritmo e incluso parábamos la paja, las caricias y los lengüetazos en sus pezones. Notábamos el coñito de Sara chapoteando, de gusto, a merced de nuestras manos. Ella lo sabía y se dejó hacer todas las putadas que quisimos. Si hubiéramos estado en otro lugar, probablemente ya estaríamos follando como locos. No sé si Sandra hacía esa clase de servicios o no, pero llegué a imaginármela por un momento así, follando con nosotros.
―¡Besaos, ahora mismo! ―nos ordenó Sara.
Desde luego, que Sandra y yo estábamos más que dispuestos a hacerla caso si con eso conseguíamos que disfrutara al máximo. Así que, nos besamos lentamente y después dejamos que viera nuestras lenguas rozarse y juguetear muy cerca de su cara.
―¡¡Bufffff!! ―exclamó mi chica mirándonos―. ¡No voy a poder aguantar más, voy a explotar, me duele el coño de sentir cómo me estáis tratando!
―¿Te gusta cómo beso a tu novio? ―preguntó Sandra.
―¡Me encanta!
―¿Te gusta que te pajeemos entre los dos? ―pregunté yo.
―¡Joooder, me chifla! ―respondió Sara.
―¿Quieres que paremos? ―preguntó Sandra.
―¡¡Nooooooo!! No paréis… Quiero que sigáis usando ese cacharro en mi coño!! ¡¡No paréis!! Quiero correrme…¡¡Ya!
―¿Seguro que quieres correrte?
―¡¡Sí, quieroooo!! ―gritó Sara―. ¡¡Quiero correrme, dejad que me corraaaa!!
―Pídenoslo “por favor” ―añadió Sandra.
―¡¡Por favor, por favor!! ―gimoteó Sara―. ¡¡Dejad que me corra, mirad cómo está mi coño!!
Sabiamente, yo dejé el vibrador en manos de nuestra nueva amiga. Me liberé del brazo de Sara, el que tenía echado sobre el hombro, y cogí las tetas de Sandra por detrás. Luego, se las sobé con dulzura, lentamente... Al rato, con más con ganas… Mientras, Sandra se dedicó a pajear el coño de mi chica con velocidad y rozar su clítoris con una habilidad que sólo las mujeres conocen.
―Haz que mi novia se corra, por favor… ―le susurré a Sandra―. Quiero que seas tú la que le haga explotar.
―Mmmmm... ―respondió ella.
―Va a disfrutar más si se lo hace una mujer ―añadí.
Después alargué una mano, cogí la barbilla de Sara y le obligué a ver lo que Sandra le estaba haciendo en el coño... Le sugerí también que se fijara en sus tetazas y me viera cómo se las estaba sobando.
―Amor, cuando te corras… ―anuncié―. Quiero que recuerdes que es Sandra la que te está pajeando el coño y haciendo que te mueras de gusto. Fíjate bien en sus tetazas, mira cómo le estoy pellizcando los pezones… Sé que te da mucho morbo y celos que lo haga… Ella está disfrutando también.
―¡¡Eres un cabróoonnn!! ―gimoteó mi novia.
―Quiero que las veas bien en mis manos, mientras te corres ―dije―.Y, Sandra… quiero que después te inventes lo más guarro que hayas hecho nunca ―añadí―. Y que lo lleves a la práctica…
―¡Guarro! ―respondió ella.
Entonces, Sandra incrementó la velocidad del vibrador y el ritmo de la paja que le estaba haciendo a Sara. Menos de un minuto después, mi chica avisó de que iba a correrse. Yo estrujé un poco más los pezones de nuestra stripper y le pedí que sacara la lengua, para introducirle un dedo en la boca. Ella lo hizo y, después de notar que mi dedo sabía al coño de Sara, lo chupó como si fuera una polla bien húmeda. Estaba tan ávida de sexo como nosotros. Después, le hice chupar los otros dedos y, sin dejar de mirar a Sara, la cogí por la boca y la obligué a succionarme la lengua como si también fuera una polla.
―¡¡¡Me corroo!!! ¡¡¡Me corroooo!!! ¡¡¡Me corrooooooooo!!! ―gritó mi chica al verla comiéndome la boca. Pero… Sara no sólo se corrió, sino que se fundió en un mar de chapoteos y espasmos vaginales. Nunca antes la había visto así. Fue increíble notar todas las descargas eléctricas de su orgasmo, dejándola en un estado de abandono al placer total. Sara se quedó completamente lánguida.
Entonces, Sandra y yo dejamos que se repusiera. Acariciamos suavemente su cuerpo y su cara, mientras ella cesaba en sus jadeos de placer y la besamos tiernamente. Había sido el mejor orgasmo de su vida, de eso no cabía duda.
―¡Bestial! ―dijo, recuperándose de la intensidad.
―Esa capacidad de correrme así… ¡También la quiero yo! ―dijo Sandra volviendo a la carga con el vibrador en su propio coño.
―Te aseguro que no se corre así todos los días ―le comenté.
―Pero… Habéis pedido que acabé con algo realmente guarro, así que… venid los dos ―nos ordenó Sandra―. ¡Vais a ayudar a que mi coño se corra!
Entonces, nos cogió por la nuca, nos obligó a besarla… Primero, Sara… Luego yo… luego, otra vez Sara. Luego, otra vez yo… Y así, un buen rato. Después, los tres unimos nuestras lenguas y sentí mi polla crecer otro par de centímetros. Lo juro… fue brutal. Hasta ese día, pocas cosas me habían provocado un dolor de huevos semejante. Sentir dos lenguas femeninas, la de mi chica y la de Sandra, enroscándose con la mía por medio, fue demasiado. Un revoltijo de humedad y labios incesante que acabó de la segunda mejor manera posible…
―¡¡Me corroooo!! ¡¡Me corrooo!! ―anunció Sandra.
―Córrete… ―dijo Sara. Ella estaba cachonda de nuevo y yo lo sabía. Lo que no sabía era cuándo se iba a acabar el espectáculo que habíamos pagado, porque estaba a punto de follarme a cualquiera de las dos, allí mismo. Lo hubiera hecho si no fuera porque Sandra tomó una iniciativa distinta
—Presta atención, putita… —le espetó Sandra a Sara. Entonces, se sacó el vibrador de su coño y me lo dio a mí para que lo chupara, como ya había hecho antes. En esta ocasión, tampoco le hice ascos al aparato. Lo saboreé como si fuera una piruleta de dos sabores (y eso me gustó terriblemente). Las chicas lo sabían y me miraron con detenimiento, deleitándose en ver como los jugos de sus coños resbalaban por las comisuras de mis labios. Sobra decir que dejé el artilugio reluciente, ni pizca de toda la viscosidad que tenía al salir del coño de nuestra nueva amiga.
―Ahora, vosotros dos, tenéis que iros… ―dijo Sandra, vistiéndose―. Porque esto se ha alargado más de lo previsto y me puede caer una buena bronca. No creáis que no me dan ganas de seguir la fiesta. Envidio el polvo que vais a echar después ―añadió.
―Te entendemos perfectamente ―dijo mi chica. Tras lo cual, se adecentó su blusa y su falda. Después alargó una mano y le acarició la barbilla a Sandra, en gesto de agradecimiento―. No sabes el orgasmo que me habéis proporcionado entre los dos. Ha sido bestial, te lo aseguro...
―Y te has portado estupendamente ―reconocí yo, mientras intentaba guardarme a duras penas la polla en mi bragueta. Muy duras, de hecho―. Te has portado muy bien. Tanto que da pena marcharse… En fin… ¡Ni siquiera sabíamos que “esto” era posible!
―Si yo os contara lo que ocurre en otras cabinas… alucinaríais.
―Creo que hoy ya no podré correrme más ―dijo mi chica―. Por lo menos hasta esta noche. Tenemos un vibrador pendiente de pagar en caja ―añadió.
―Si es la mitad de bueno que el de Sandra ya merecerá la pena usarlo para el fin que teníamos previsto ―recordé yo.
―¿Vais a comprar un vibrador? ―preguntó Sandra.
―Sí… ―respondió Sara.
Sandra nos miró dubitativa, después se agachó a coger una pequeña toalla que tenía sobre el tapete de la cabina.
―Tomad, no seáis tontos ―dijo Sandra. Entonces cogió el vibrador que habíamos estado usando, lo envolvió en ella y nos lo extendió―. Guardadlo en el bolso y cuando paséis por caja decid que os lo habéis pensado mejor. O comprad el otro si es que lo tenéis tan claro…
―¡No podemos aceptarlo! ―dijo Sara―. Cuestan un pastón y tú te quedarás sin él.
―Chica… trabajo en este Sex Shop, así que me ha salido gratis ―dijo ella―. Insisto… No acepto un “no” por respuesta. Pero, tengo una condición…
―La que tú nos pidas ―dije yo, deseoso de ahorrarme el dinero de una forma tan sencilla.
―Quiero que me invitéis a vuestra casa. Esta noche...
Sara y yo nos miramos embobados. ¿Cómo podía un pibón semejante (que además cobraba por exhibir su cuerpo escultural) pedirnos que la invitáramos a venir a casa? Después de lo que acabábamos de hacer… estaba claro lo que iba a ocurrir, sobre todo si seguíamos el guion que acabábamos de empezar. Y no se iba a reducir en un par de pajas femeninas. ¡Mi polla me lo estaba implorando!
―¿De cuánto estamos hablando? ―pregunté con algo de inquietud, luego froté los dedos de mi mano, en señal de que estaba refiriéndome al dinero. Después de todo, Sandra era una profesional del Strip-tease y no tenía por qué ser otra cosa. Cualquiera, en mi lugar, comprobaría si era una proposición de servicios pagados.
―¡Tonto! ―exclamó Sandra―. No necesito más dinero del que ya tengo y del que gano aquí. Si me dedico a esto… sólo es porque me encanta exhibirme tal y como la naturaleza me creó. Llevo desde los dieciocho años siendo autosuficiente. Mis padres son los dueños de una cadena de supermercados y yo su heredera ―añadió.
―No te ofendas… ―dijo Sara―. Mi novio es un poco brusco, pero sólo a veces.
―Bueno… Ese “a veces” y su grado de “brusquedad” es justo lo que quiero comprobar esta noche ―aclaró Sandra poniéndome la mano en el paquete. Después, nos mostró toda su belleza femenina en forma de sonrisa.
Sara también sonrió, aceptando que parte de mí ya era para su uso y disfrute. Sandra sacó su teléfono móvil de debajo de otra toalla más grande y nos pidió nuestro número. Nosotros, se lo dimos encantados, así como nuestros nombres. Después, pasamos por caja haciendo uso de la recomendación que ella nos había hecho. No compramos el vibrador… De paso, nos reímos un poco más del vendedor, que había intentado (sin éxito) pasarse de listo con nosotros.
Esa misma noche, ocurrieron un montón de cosas en casa... Pero ahora mismo no puedo desvelarlas. Aunque, sólo con recordarlas me dan ganas de escribir otro capítulo.
¿Debería? Tal vez...