Mi novia y su hermana (Capítulo 2)
Después de follarme inesperadamente a mi cuñada en su chalet, tuve la oportunidad de seguir alargando ese idilio con su delicioso coño. En el verano el calor del sol se mezcla con otro tipo de calores.
Capítulo 2
La playa
Después de lo del chalet estuve más de un mes sin verlas a las dos, ni a mi novia, Marta, ni a mi cuñada, Paloma. Esto se debe a que se fueron de vacaciones al norte de mi país, donde tienen otra casa que suelen utilizar para los meses de temporada de esquí, y también para el último mes del verano. Eso era lo peor del mes de agosto. Cada año tenía que perder de vista a mi novia durante unas cuantas semanas que se me hacían eternas, pero es lo que hay. En la actualidad las dos han conseguido que sus padres les dejen quedarse en su casa en esos momentos puntuales, y es que ya son mayores para tener que verse obligadas a soportar aburridos días de aislamiento montañés solo porque a sus progenitores les parece buena idea. Eso era antes, cuando eran unas niñas.
En fin, ese verano no es que fueran niñas, precisamente, de hecho fue el último verano que les tocó aguantarse y cumplir con su obligación familiar (por llamarlo de alguna forma).
El mes de agosto, una vez más, se presentaba aburrido, sofocante y eterno, sin una novia maravillosa y dulce con un coñito de melocotón, y sin una cuñada fogosa y morbosa a la que poder desnudar con la mirada. Pero las cosas pronto empezaron a ir mejor. Encontré el perfil de Facebook de Paloma. Es una suerte que Marta no esté registrada en esta red social, porque de ese modo no podría sospechar mi toma de contacto cada vez más estrecha con su hermana. Así pues le envié una solicitud de amistad, solicitud que apenas tardó unas horas en ser aceptada. Al fin el mes se presentaba prometedor.
Esa misma noche iniciamos una conversación. Paloma enseguida me preguntó cómo estaba después de lo que había pasado entre nosotros unos días atrás, y es que no habíamos tenido ocasión de hablar desde entonces. Yo le dije que aquello había sido un error, que no debía repetirse algo así. Le recordé que tenía novia, que no era una cualquiera, sino su propia hermana. Sin embargo ella insistió. Quiso saber si había disfrutado, y yo tuve que admitir que sí, que había estado bien, pero que lo mejor para los dos era que intentásemos olvidarlo porque de lo contrario ambos podríamos tener problemas en el futuro.
Tardó unos segundos en contestar. Yo me preocupé, pensé que podía estar enfadada, algo que pese a todo no quería que ocurriera. Digamos que mi interior estaba plagado de sentimientos contradictorios. Sin embargo, al cabo de cinco minutos, más o menos, me envió una foto de sus tetas, grandes, redondas. Me pedían que las besara y las lamiera, que me las metiera en la boca y las acariciase sin parar.
-¿Y bien?-me apremió, no dejando tiempo para que pudiera pensar con claridad, contribuyendo a que fuera otra parte de mi cuerpo la que pensara en lugar de mi cerebro.
Le respondí que aquello no estaba bien, pero no con mucha seguridad, que digamos. Ella me dijo que estaba muy cachonda, que echaba de menos mi polla y que necesitaba urgentemente sentirla dentro de ella. Quería repetir lo del chalet, una y otra vez. Yo solo pude responderle que sus tetas eran preciosas, y ahí empezó una larga sesión de cibersexo que se prolongó hasta altas horas de la madrugada. No sé cuántos orgasmos tuve esa noche, tal vez tres, puede que cuatro.
Las conversaciones calientes se repitieron a partir de entonces casi a diario. Se iniciaban con naturalidad. Empezábamos preguntándonos el uno al otro cómo le había ido el día, y segundos después estábamos masturbándonos frenéticamente, intercambiando ideas y deseos sobre lo que le haríamos al otro de tenerlo cerca en ese momento.
Fueron semanas en las que nuestro deseo mutuo se fue incrementando. Al mismo tiempo, mis remordimientos por serle infiel a Marta se reducían, hasta que llegó el punto en que logré silenciarlos por completo. Me había acostado con Paloma una vez, de acuerdo, y eso estuvo mal, pero no tenía claro hasta qué punto el cibersexo es infidelidad (aún hoy tengo dudas de que lo sea), así que poco a poco mi dolor y mi autocompasión se fueron atenuando.
Los días y las semanas pasaron, como es natural. Más rápido de lo que había imaginado aquel día triste, y ya entonces tan lejano en el que me había separado de las dos tías más buenas con las que he estado en mi vida. El mes de agosto veía pronta su muerte, y cuando apenas faltaban ocho días para que terminase, Marta y Paloma regresaron, más pronto de lo previsto. Fue una verdadera alegría. Quedé con mi novia y el polvo fue histórico. Nos habíamos echado de menos, y en secreto yo quería enmendar mis malas acciones recompensándola por lo malo que había hecho, así que lo di todo esa vez. La hice disfrutar como hacía tiempo, y ella a mí también. Fue maravilloso. Estuvimos toda la tarde gozando, un homenaje en toda regla, un reencuentro como Dios manda.
Pero la paz no podía durar mucho tiempo. Agosto estaba cerca de terminar, pero al verano todavía le quedaba vida y el calor abrasaba, y como suelo hacer en esas fechas más de una vez iba con unos amigos míos a la playa, algún viernes o sábado, ya que tengo la suerte de vivir junto a la costa. A los dos días de regresar de sus vacaciones, y un día después de la follada épica a mi novia, Paloma me habló por el chat.
Me sugirió que fuéramos a la playa. Quedar a las doce del mediodía y pasar la tarde. Bañarnos, tomar el sol… Relax, sin más. La idea me encantaba, por supuesto, pero yo tenía que mostrarme suspicaz, por lo que le dije que a lo mejor no era muy buena idea. Que el cibersexo era una cosa e ir a la playa juntos era otra, ¡era una cita, por favor! Lógicamente ella no se echó atrás e insistió. Me prometió que no iba a pasar nada, que quedaríamos como amigos, me dijo que no es malo que un chico y una chica vayan a la playa, o a cualquier otro sitio, a solas. En el fondo sabía que no era verdad, pero quise autoconvencerme recordando alguna vez, en el pasado, en la que había hecho cosas semejantes con chicas sin que hubiera nada entre nosotros, y que ante cualquier problema podríamos hacer uso de esas mismas alegaciones para que nuestras cabezas (sobre todo la mía) siguieran intactas.
Al final acepté. Le dije a Marta que iba a la playa con unos amigos y ella no sospechó nada, ya que era de lo más normal en mí.
Al día siguiente me encontré con Paloma. Y, maldita sea, fue instantáneo. Fue vernos y nos juntamos en un largo beso con lengua que debió durar varios minutos. Supe que ya no había nada que hacer. El fuego empezaría a crecer de nuevo y no habría forma de pararlo. La verdad es que fue un día fantástico.
Llegamos a la playa a los diez minutos de paseo y tendimos las toallas y la sombrilla sobre la arena. Paloma llevaba un balón de plástico para jugar en el agua, igual que aquella tarde en la piscina de su chalet, y nada más quitarnos la ropa y quedarnos yo en bañador y ella en bikini nos metimos en el mar. Entre risas y persecuciones, nos lanzamos la pelota intentando impactar en el otro, pero eso duró más bien poco. Ella se hizo con el balón, yo me acerqué a ella con la excusa de robárselo y de nuevo nos besamos. Solo que esta vez fue más largo. Joder, no nos separamos hasta que sentimos que el sol nos golpeaba con fuerza en la nuca y tuvimos que salir para refugiarnos bajo la sombrilla. Pero antes de eso yo la estuve abrazando estrechamente, sus tetas bien pegadas a mi pecho y mi polla en contacto de su coño todo el tiempo.
Yo ya la tenía súper dura desde que habíamos entrado en el agua, pero más aún cuando ella saltó y me rodeó la cintura con las piernas. Yo la sostuve, y me era imposible cansarme porque el agua eliminaba casi todo el peso. Nuestras lenguas jugaban cada vez con más fervor. Jadeábamos, respirábamos rápido. Ella dejó escapar el balón para que nada se interpusiera entre nosotros y yo, con ganas de más, le hice a un lado la parte inferior del bikini y empecé a masturbarla. Ella no dejaba de besarme, me mordía los labios de tan salvaje como se estaba poniendo. Yo jugaba con su clítoris bajo el agua, y al poco le metí un dedo y le di placer sin parar hasta que se corrió allí mismo, mientras yo notaba su culo en mi polla. Me sentía tentado de sacármela y penetrarla, pero no me veía capaz de dar ese paso. Pero ella sí. Ella siempre. De no ser así no me la hubiera follado nunca, eso seguro.
Después de su primer orgasmo metió la mano bajo el agua y me bajó el bañador, lo justo para que saliera mi pene a pasear. Mientras yo la sostenía en brazos, con sus piernas totalmente abiertas, ella dirigió con una mano mi polla hasta su coño, y poco a poco fue entrando. ¡Dios, qué sensación! Nos sumergimos un poco más, casi hasta el cuello, para que el movimiento de las embestidas y de ella subiendo y bajando quedara camuflado. Gimió con fuerza. Estábamos bastante adentro y la gente no podía oírnos desde la orilla, que aquel día estaba casi vacía. Fue una suerte. Me empezó a besar el cuello mientras la intensidad de mis embestidas iba aumentando. Aquello era como estar en el cielo, y ella era mi paloma que me envolvía con sus alas para que yo le diera de comer. Y le di mucho, muchísimo. Mi polla ardía en su interior, y al fin me corrí. Exploté, y dejé que ella terminara también metiéndole esta vez tres dedos en su vagina.
Ese día averigüé algo: se puede sudar en el agua.
Salimos a la orilla y nos tumbamos sobre las toallas. Durante un rato estuvimos más tranquilos. Jugamos a cartas, conversamos, pero todo era un espejismo. Nosotros sabíamos que ese día teníamos que aprovecharlo, y que cada minuto sin darnos placer mutuamente era un minuto perdido. Así que pronto nos besamos de nuevo, yo tumbado boca arriba y ella sobre mí, abrazándome. Nos besamos durante incontable tiempo.
Horas más tarde, cuando ya había más personas cerca, ocurrió algo que me dio un morbo absoluto. Yo estaba sentado, con las piernas estiradas. Ella se sentó sobre mi polla, de nuevo rodeándome con sus piernas, y una vez más nos besamos con desenfreno. Y otra vez la masturbé. Ella se movía, agitaba sus caderas al ritmo de los movimientos de mi mano, y la gente paseaba por la orilla, a escasos metros, sin duda viéndonos. Fue de lo más excitante. Así estuvimos mucho rato, hasta que empezó a oscurecer y, de pie, nos abrazamos y nos envolvimos con una toalla porque comenzaba a hacer algo de frío. Y otra vez, en esta ocasión amparados bajo la protección de la toalla, mis dedos hicieron su función. Y también los suyos, que ahora me hicieron una paja deliciosa. Y si nos veían que nos vieran, eso le añadía emoción. Aunque entonces ya casi no había nadie en la playa. Cuando Paloma estuvo a punto de correrse, entre temblores y jadeos, me susurró al oído:
-Esperaremos a que no haya nadie…
Claro que esperaríamos. Si después de aquel mes de conversaciones calenturientas por el chat no acabábamos follando tendría pesadillas. Pero mientras los últimos rezagados se iban nosotros no nos deteníamos. Su mano trabajaba con diligencia, con calidad, masturbándome sin parar, y yo hacía lo mismo con su coño. Terminé eyaculando, y algo de mi leche salpicó en su bikini, en su barriga y en una de sus tetas, y ella, ni corta ni perezosa, bañó su dedo índice con el semen y lo chupó, tragándolo como una buena perra. Era increíble, pero aún faltaba el número final. El tercer acto. La conclusión de la gran obra.
Ya era de noche, apenas se atisbaba un leve resplandor en el horizonte, en el oeste. Estábamos solos. Le dije que se echara boca abajo y me obedeció. Le desabroché la parte de arriba del bikini y le quité las bragas. Empecé haciéndole un pequeño masaje en los hombros y fui bajando por la espalda hasta llegar a los glúteos. Si he de ser sincero, siempre me han encantado los masajes con final feliz, y quería hacerle uno a ella. Así pues le masajeé el culo. Yo la oía respirar con fuerza, disfrutando de aquello, y en un momento dado me dijo:
-Hazme lo que quieras.
Le abrí las nalgas y empecé a lamerle el ano con mi lengua llena de saliva. No podía dejar de lamérselo, me encantaba su culo, lo había deseado desde el primer momento que se lo había visto y quería darme un festín. Ella gemía sin parar mientras mis dedos entraban y salían de su coño y mi lengua seguía en ese punto para mí tan deseado. Luego se la metí por el culo, que ya estaba bien lubricado con mi saliva. Gritó. Cuando lo hizo pensé que podía haberle hecho daño, pero ella me suplicó que no parara. Mientras ella seguía postrada contra la toalla yo le rompía el culo con mi polla. Aguanté allí varios minutos, mi sudor goteaba sobre su espalda y mis manos, que le agarraban el culo para mantenerlo bien abierto, mientras le propinaba alguna que otra palmada de vez en cuando.
Se apartó suavemente y se dio la vuelta. Me atrajo hacia su boca, me chupó la polla con avaricia. Todavía tragaba con más ganas que la vez que follamos en el chalet, no me lo podía creer. La verdad es que nos hicimos absolutamente de todo, y su técnica de practicar felaciones era exquisita. La manera en que recorría el glande con la lengua, y también los huevos y justo debajo de ellos, para luego metérsela hasta el fondo en la garganta y también entre sus generosas tetas.
-Yo también quiero-le dije, expresándole mi deseo de hacerle sexo oral en el coño.
-No hace falta que nos peleemos, podemos hacerlo los dos a la vez-me sugirió, y yo entendí a la primera. Vaya, que hicimos un sesenta y nueve, algo que por aquel entonces aún no había hecho con Marta, lo cual era una pena. Aún recuerdo cómo me llenó la boca de sus flujos vaginales, la muy perra, cómo disfrutaba con mi lengua y mis dedos.
Entonces me dijo, casi gritando, como si le fuera la vida en ello, que le follara el coño, que no podía esperar más. Y yo la complací, evidentemente. Me puse encima de ella y sus uñas me marcaron la espalda cuando me la follé. Mientras la embestía me decía que no quería dejar de follarme, que mi polla era lo único que quería. Eso a mí me ponía muy cachondo, así que le respondí que tendría mi polla las veces que quisiera, que por eso no tenía que preocuparse.
Ella llegó al clímax, y me dijo, casi me ordenó, que yo hiciera lo mismo, con su voz sensual, que era como un aleteo en mi oído y que me recorría el cuerpo hasta llegar a mi polla. Ésta no resistió más y me corrí dentro de ella.
Después nos vestimos, recogimos nuestras cosas y nos marchamos. Era tarde, más de las nueve de la tarde. No habíamos dejado de tener sexo en todo el día, en público, habíamos dado una buena exhibición, y estábamos cansados. Nadar, lo que se dice nadar, nadamos más bien poco, pero aún así nos habíamos movido bastante.
Nos despedimos con un largo beso. Esa vez no hubo una frase especial, ni una palabra sobre la que pensar ni guardar expectativas para el futuro. No era necesario. Los dos sabíamos que a partir de entonces nos pasaríamos el tiempo follando como perros en celo. O, al menos, eso creíamos. Y en el fondo no nos faltaban razones para ello, pero las cosas no siempre salen según lo previsto.