Mi novia y su amiga, un trío jamás soñado (6)

Una se va y otra llega, pero antes una despedida digna en un baño público

6ª PARTE DE LA SERIE. Recuerden que los dos primeros capítulos están mal numerados. El 1º es el nº2 y viceversa

Después de aquellos dos días locos, Rosalía fue a pasar unos días a casa de su abuela. Ana y yo volvimos a estar solos, pero ya nada era igual. Nos pasábamos todo el día tonteando, cualquier excusa servía para que nos rozáramos furtivamente. Cada dos por tres, sin saber cómo, nos enganchábamos en besazos interminables, que la mayoría de veces acababan en la cama... o en la mesa de la cocina, en el sofá, en la ducha...

Unos días más tarde, Rosalía nos llamó por teléfono contándonos que había recibido una oferta en un hospital de Compostela y que había dicho que sí sin pensarlo. Se tenía que incorporar mañana mismo y apenas tenía tiempo para pasar por nuestra casa a por sus cosas. Así que, como Ana tenía guardia en el hospital y tendría que currar todo el día, quedamos en que yo le llevaría sus maletas a la estación.

A las cinco de la tarde del día siguiente, llevaba un rato dando vueltas por los andenes, buscando a Rosalía. Me parecía raro que no estuviera por allí porque el tren a Compostela salía en apenas quince minutos. Entonces, cuando me disponía a llamarla por teléfono, recibí un sms suyo:

-Stoy en el baño d chicas, al lado d la cafeteria. T espero en la 3ª puerta de la dcha."

En un primer momento pensé: "A esta tía le pasa algo, estará enferma...". Pero en cuanto me lo pensé dos veces, recapacité: "¡Qué coño va a estar enferma. Esta quiere temita antes de irse."

Al llegar a la puerta del baño de las chicas la entreabrí para ver si había moros en la costa. Una señora bastante gorda y bajita me pegó un golpe con la puerta al salir y se me quedó mirando como si fuera un pervertido. Cuando la vi desaparecer por el pasillo, entré en el baño, conté las puertas y llamé en la tercera. La puerta fue abierta desde dentro y antes de que me diera tiempo a dejar las maletas en el suelo, Rosalía se abalanzó sobre mí, besándome con una pasión desaforada y apretándome el culo con sus manos. Repentinamente apartó sus labios de los míos y dio un paso atrás. Mientras jugaba con su dedo metido en la boca, mordiéndose la uña y sonriéndome pícara me dijo:

-No sabes cómo os voy a echar de menos. Sobretodo a ti y a tu cosita.

Me empujó con fuerza contra la pared y empezó a quitarme el cinturón con prisa.

-Y no me voy a ir sin despedirme de ella.

-¿Tú no vas a perder el tren? –le dije, arrepintiéndome al segundo, pues cómo se levantara para irse y me dejara así, era para darme de cabezazos contra una pared.

-No pienso tardar más de cinco minutos. Y eso si te empeñas en aguantar, porque tengo tanta hambre de ti que...

Y no esperó a terminar la clase, porque no quiso tardar un segundo más en arrodillarse y llevarse a la boca mi polla, recién liberada de la ropa.

Comenzó a tragarse mi polla en toda su extensión sin ningún tipo de preámbulo. Agarrándose con sus manos en mi culo, se engullía mi "cosita", como ella la llamaba, sin más contacto que su boca, y cuando se la metía tanto que se atragantaba y tenía que echarse para atrás para recuperar brevemente el aliento, se la volvía a meter sin ayudarse de las manos, buscándola simplemente con sus labios. Era cierto que tenía hambre porque la tía me lo estaba haciendo con verdadera furia, haciendo mucho ruido, con la acumulación de saliva, con las pequeñas arcadas que le daban, escupiéndome la saliva de nuevo en mi polla. No se estaba cortando ni un pelo, ni siquiera cuando oíamos entrar gente. Lo estaba haciendo tan bien que yo no iba a aguantar mucho tiempo, así que decidí que era tiempo de follármela.

La levanté del suelo y ella se quejó:

-¿Qué haces? Déjame seguir, cabrón.

Le expliqué que quería follármela, para darle una buena despedida, a lo que ella contestó que qué más quisiera, pero que esa mañana le había bajado la regla y que, a pesar de que a partir del tercer día le daba igual y que incluso le gustaba más, porque se le ponía el coño más sensible, en el primero era imposible. Entonces tuve que improvisar y pensé en que si una puerta estaba cerrada, habría que entrar por la otra. Así que le hice darse la vuelta, utilizando un poco de fuerza, ya que ella insistía en volverse a arrodillar para chupármela, y la puse mirando a la puerta. En dos movimientos, le subí la pequeña falda vaquera de un tirón y le bajé el tanguita rojo.

-Joder, no seas malo – decía Rosalía- me tengo que ir, no empieces con eso, por favor. Déjame que acabe de chupártela, me das tu lechecita y me la llevo de recuerdo.

Hice oídos sordos, separé sus nalgas con mis manos y me lancé con mi lengua sobre su culito con la misma fiereza que ella lo había hecho con mi polla. Debe estar receptiva, pensé, o quizás anoche tuvo una noche movida por aquí abajo, con alguien o ella solita. Porque con apenas unos segundo de lengüeteo, su culo se había abierto muy rápidamente. Cuando ya estaba dándome unos toquecillos en la polla y llevándome un poco de saliva a ella para prepararla, ella se dirigió a mí con la voz entrecortada:

-Vale, cabrón, ya tienes lo que quieres. Estoy con el culo pidiéndote guerra. Métemela ya, por favor.

-¿Tienes miedo de perder el tren, eh? –le contesté.

-¿Qué coño de tren? ¡Lo que quiero es correrme con tu "cosita" denrtro.

Me incorporé, apunté con mi polla a su agujerito y se la metí, sin prisa pero sin pausa, hasta que su culito la engulló entera. Me quedé un tiempo parado, apretándome contra ella para que no pudiera moverse. Ella lo intentaba, se echaba hacia atrás y hacia delante, pero yo no le dejaba mucho margen. Entonces se dio cuenta de cómo a mí me gustaba verlas desesperaditas y como ella quería lo quería, no dudó en pedirlo:

-Eres un hijo de puta. Bombéame ya, no me hagas esperar más. Vamos, cabrón, quiero que me folles.

Me eché hacia atrás dando un tirón, sacándome mi polla justo hasta que sólo la puntita se quedaba entre su esfínter. Ella emitió un gemido al notar ese movimiento, pero en cuanto se la metí de un tirón, no pudo reprimir un grito, de placer y de dolor, no sé en qué medida. Seguí al mismo ritmo, sacándosela casi del todo de un tirón y metiéndosela hasta el fondo de un empujón. Ella me quitó las manos de su cadera y me llevó una a una de sus tetas y la otra a su boquita, chupándome primero dos dedos y luego todos menos pulgar. Se estaba volviendo loca, porque en cuanto notaba que se la iba volver a meter, empujaba con su culo hacia atrás con fuerza, me apretaba la mano para que estrujara su pecho y me lamía los dedos y la palma de la mano, mientras bufaba y decía cosas incomprensibles.

No reparábamos en el ruido que estábamos haciendo. No sabíamos cuánto tardaríamos en vernos y nuestro encuentro había cambiado nuestras vidas. Gracias a ella, yo había visto el despertar sexual de mi novia, había disfrutado como nunca, haciendo un trío, viendo como mi novia aprendía a chuparme la polla como siempre había deseado, entregándome su culo y no sólo eso, sino que aquello había dado tal envidia a mi chica que ella también me la había dado... ¿qué más podía pedir? Por su lado, ella había llegado a casa hecha polvo por lo de su novio y se encontró con un trío con su mejor amiga, a la que había deseado desde hacía mucho tiempo, y un chico que le hacía las cosas como a ella le gustaba. En esas estábamos, acercándonos al orgasmo con nuestras mentes haciendo castillos en el aire, cuando oímos una voz infantil al otro lado de la puerta:

-Señorita, ¿se encuentra usted bien?

Era indudablemente un voz de niña:

-Señorita, he oído unos quejidos. ¿Está usted bien? ¿quiere que llame a alguien?

"Qué niña más buena y responsable", pensé. Rosalía no debió pensar lo mismo porque se quitó mi mano de la boca y con voz firme le contestó:

-Oye, niña, no molestes. Tengo aquí un tío cachondísimo taladrándome el culo y estaba a punto de correrme y tragarme toda su leche. Así que vete a la mierda y déjanos follar en paz.

Intentando aguantar la risa, volví a empezar a moverme con la misma fuerza, pero más rápido. Del otro lado de la puerta sólo nos llegó un silencio y después de unos segundos, oímos unos pasos que se alejaban hacia la puerta principal.

Al escuchar cerrarse la puerta y calculando que allí no había nadie más, comenzamos a follar con fuerza. Yo le daba lo más heavy que podía y ella respondía a mi entrega halagando mis maneras:

-Sí, sí, dame así. Me follas más rico que nadie, mi amor. Me voy a correr ya, me voy, me voy... ¡Joder, qué me voy!

Y vaya si se fue. Empezó a temblar de tal manera, que sus rodillas no pudieron aguantar su peso y se fue cayendo al suelo, provocando que mi polla se saliera de su culo como un resorte. Mientras se tapaba la cara con las manos, avergonzándose un poquito de no poder controlar su cuerpo, ya que sus piernas y caderas todavía convulsionaban a su bola.

-¿Cuánto tiempo me queda? – fue lo único que dijo.

-Apenas cuatro minutos.

Se quitó las manos de la cara y sin colocarse de rodillas, quedándose con su culito en el suelo, me agarró de las piernas y me atrajo hacia sí, hasta que se volvió a meterse mi polla en su boca. Me la chupaba de nuevo tan bien como podía, pero la postura no le permitiía los mismos movimientos que estando más cómoda, así que como lo que más deseaba es que yo me corriera por fina, cogió mis manos y se las llevó a su cabeza, indicándome que yo marcara el ritmo.

Mientras comenzaba a hacer lo que ella me había pedido, comencé a pensar en que me jodía que se fuera, me lo había pasado tan bien con ella, había disfrutado tanto con ella, solo y con mi novia, que se había creado un vínculo entre los dos que no quería perder. Egoístamente, pensaba que se iba, y que lo había decidido sola, sin pensar en lo que dejaba detrás, y sin darme cuenta conscientemente, le follaba la boca con todas mis fuerzas, quizá con demasiada saña. Con mis manos mantenía su cabeza totalmente quieta y echando mi cadera hacia detrás y hacia delante, le follaba la boca hasta el fondo, golpeando su barbilla con mis huevos. Ya no podía más, oía sus quejidos, sentía como un torrente de saliva se escurría desde su boca, y notaba como la punta de mi polla se restregaba por toda su boca hasta su garganta. Empecé a darme cuenta de que quizá me estaba pasando y en mi cabeza dirimía si parar por respeto a ella o si seguir por la inminencia de mi orgasmo, pero Rosalía disipó todas mis dudas. Metió uno de sus dedos en mi culo de golpe, sin previo aviso y hasta el fondo. Y con tres metidas nada más, logró que una marea de leche emepzara a manar de mi polla. Fue tal el placer que me llegó de repente que solté su cabeza para apretar los puños y ella, lejos de amilanarse y demostrándome que lo que había hecho no le había disgustado para nada, se agarró a mis nalgas para recibir toda mi leche directamente en su garganta. Para no desperdiciar ni una gota, se mantuvo cuanto pudo en la misma posición, con la punta de mi polla tocando en su campanilla, lo cual me hacía estremecerme, porque tras correrme el más leve contactó en mi capullo me da una sensación de malestar entremezclado de placer, que supone una maravillosa guinda a todas las sensaciones que vivo al correrme como ella había logrado otras tantas veces que lo hiciera.

Yo aún no había vuelto en mí, cuando ella ya se había vestido y me arreglaba a mi el pantalón y el cinturón para que saliéramos. Cogí las maletas y nos miramos. Abrió la puerta y salimos. No nos dijimos ni una palabra. Al salir nos cruzamos con una niña que nos miró asustada y al darse cuenta de quién podía ser Rosalía le echó la lengua. Nos reímos a carcajadas, pero al disiparse la risa, volvimos a quedarnos mudos. El tren aún no había salido, pero ya estaban dando el último aviso. Le ayudé a subir las maletas y una vez arriba, ella me miró con cara de pena pero logró armar una sonrisa. Se bajó de un salto y me dio un besazo, más cariñoso que otra cosa, porque aunque fue muy pasional, esta vez no utilizó su lengua, como hacía siempre que follábamos. Al retirarse, me dijo al oído:

-Te he dejado mi tanguita en el bolsillo. No seas egoísta y compártelo con Ana. Os quiero. En cuanto pueda volveré a veros.

Y cuando yo iba a hablar el tren se puso en marcha y ella salió pitando, subiéndose al vagón como pudo, volviendo a repetir sus palabras: "Os quiero. Volveré muy pronto a veros".

Después de ver como se alejaba el tren me fui pensativo para el coche. Dentro de mi tristeza, encontré un pequeño alivio al ver que tenía un porro a medio fumar en el cenicero. Encendí el mp3, busqué una de mis canciones preferidas de uno de mis grupos favoritos, Kroke, y me encendí el canuto mientras me iba para casa.

Pasé unas horas con unos amigos, aguantando algún que otro toque de atención porque me encontraban despistado, como en Babia. Al llegar a casa, sobre las ocho y media, Ana estaba hablando por teléfono.

-Sí, exacto. Qué bien que te acuerdes.

-...

-Pues nada, llamaba para decirte que lo que nos llevamos la vez que fuimos nos gustó mucho.

-....

-Sí, sí, genial. Tenías razón, es la ostia.

-...

-Je, je, je, sí. Y bueno, ¿a qué hora cierras?

-...

Me acerqué a Ana, saqué el tanga de Rosalía de mi bolsillo y se lo entregué. Mientras escuchaba a quien hablaba al otro lado del teléfono, me miró extrañada, cómo preguntándome que qué era eso. Se las llevó a la nariz y las olió, primero tímidamente y después inspirando con fuerza. Se rió y sin articular ningún sonido, gesticulando con su boca entendí que decía "Ro-sa-lí-a".

-Sí, sí, te escucho. Pensaba en acercarnos por ahí pero si ya vas a cerrar –decía Ana por el teléfono.

-...

-No queremos causar molestia –y me guiñaba un ojo. Algo estaba tramando.

-...

-Bueno, si insistes en que no es molestia, nos pasamos por ahí en un ratillo.

-...

-Vale, vale. Sí, vamos los dos. Al llegar tocamos en la puerta.

-...

-Je, je, je. Sí, muy bien. Nos vemos ahora, preciosa. Ciao, ciao.

Al colgar, Ana se levantó a darme un beso y me dio un golpecito en la polla.

-Cabrón, así que habéis echado un polvete de despedida, eh... Pues entonces tira para la ducha rápido que hemos quedado.

-Vaya una que eres –le conteste- Ya me parecía a mí que tardabas.

-¿Yo? –se reía cínica- ¿Qué tardaba en qué?

-En llamar a la chica del Sex-shop.

Ana se rió con ganas. Me abrazó y llevándome de la mano a la ducha me dijo:

-Qué cabrón, cómo me conoces. Date una duchita rápida, que me da a mí que hoy nos espera una noche loca. Algo me dice que esa perrita está en celo y va a querer que hagamos cosas muy guarras.

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Lo siguiente, la noche loca con Penny, la dueña del Sex-shop, en el siguiente capítulo. Agradezco mucho la buena acogida de los relatos y sobretodo a todos aquellos que dejan sus comentarios en la página o me los mandan por e-mail. Un saludo a todos.