Mi novia y su amiga, un trío jamás soñado (5)

Mi novia decide comprar unos juguetes para juntos jugar pervrsamente con nuestra amiga.

5ª PARTE DE LA SERIE. Recuerden que los dos primeros capítulos están mal numerados. El 1º es el nº2 y viceversa

-¿Cuál es tu plan? –le pregunté a mi novia en voz baja.

-Quiero darle una sorpresita –me contestó-. Hasta ahora para ella ha sido todo placer. Y por partida doble. Llegó a casa echa polvo por lo de su novio, se atrevió a meterme mano y acabó follando con los dos. Y no sólo eso, si no que por la mañana se despierta con el desayuno delante de la cara y follamos como locas y por la tarde echa un polvete contigo.

-¿Cómo? –le pregunté alucinado.

-No te asustes, tonto. Fui yo quien le dijo que fuera buena contigo por la tarde y no hizo falta mucho para convencerla, porque me reconoció que le apetecía mucho follar a solas contigo, sólo que no se atrevía a pedírnoslo porque no quería abusar. Hasta ahí, todo bien. Pero por la tarde me mandó un sms en el que me decía exactamente: "Vya tard. M lo comio tdo tn bien q l di mi culito. No sabs lo q t pierds, zorrita ;)". Yo ya te había llamado para que me vinieras a buscar y mi única intención era que pasáramos por aquí a comprar un pequeño vibrador para jugar los tres con él. Pero el sms de la puta de Rosalía me picó, ¿quién se cree que es para vacilarme? Así que llamé a la tienda para que me aconsejaran algo fuerte, y esta amable señorita –la dependienta había estado todo el rato escuchando desde la mesa- me aconsejó que lo mejor para demostrar a otra mujer quien es la que manda, es follarla bien duro con un buen strap-on. Y eso es lo que voy a hacer.

-Joder –me quejé- y yo todo rallado pensando que igual te molestaba que hubiéramos follado por la tarde sin ti.

-Aaaayyyy, eres un encanto –y me pegó un tremendo beso en la boca- Venga, cuéntame como fue lo de esta tarde.

-Pues paga y te lo cuento de camino a casa.

Entonces ella se acercó a mi oído y me susurró:

-Quiero que me lo cuentes aquí. Mira como nos mira esa zorrita treintañera. Por como nos mira, yo creo que le gustamos los dos. Vamos a jugar un poco y a ponerla cachonda.

Estaba flipando por colores. Pero ni se me pasó por la cabeza echarme para atrás. Estaba un poco cortado pero me gustaba la nueva Ana. Me encantaba. Así que mientras mirábamos y descolocábamos un montón de juguetes por toda la tienda, yo le fui contando el polvazo de esta tarde con Rosalía. Ana no perdía la oportunidad de hacer comentarios muy cachondos y hasta guarretes sobre lo que yo le contaba y lo que ella pensaba. Todo esto, mientras le dedicábamos un sinfín de miraditas pícaras a la dependienta, que no perdía detalle. Cuando nuestra calentura por la conversación nos estaba poniendo demasiado cachondos, decidimos pagar e irnos.

Mientras la dependienta iba cobrando y metiendo todo en la bolsa, Ana me acariciaba la polla por encima del pantalón, de manera que la dependienta no podía ver su mano porque se lo impedía el propio mostrador en su ángulo de visión, pero sabía perfectamente donde acababa el brazo de Ana y lo que hacía con su manita. Al final nos llevábamos el strap-on con cinco dildos, unas bolas chinas de color rojo, un pequeño vibrador de unos 5 centímetros en forma de huevo, unas esposas plateadas y un pañuelo de seda a modo de antifaz que cubriera unos ojos en su totalidad. Pagamos y cuando nos dirigíamos a la puerta, la dependienta se cruzó en nuestro camino para darnos dos besos, sonoros y muy cerca de la comisura de los labios, y presentarse:

-Yo soy Penélope. Os dejo mi tarjeta. En ella viene el número de teléfono y el e-mail de la tienda. Os escribí también mi número de móvil, por si necesitáis algo y la tienda está cerrada. Por cualquier cosa, me llamáis.

Salimos tras dedicarle una sonrisa y darle las gracias y tras cuatro pasos, empezamos a partirnos de risa. Nunca me había reído tanto con Ana, no paramos hasta llegar al coche. Todo era nuevo para los dos, yo estaba más que encantado con todo y parecía que ella también. Durante el trayecto, Ana puso la música bien alta. Artic Monkeys: Brianstorm ( http://es.youtube.com/watch?v=30w8DyEJ__0 ).

Acto seguido comenzó a tocarme la polla por encima del pantalón. Tras el calentón que traía del Sex-shop, en pocos segundos ya estaba empalmado, así que Ana me bajó la cremallera, superó el escollo del calzoncillo y se bajó a chupármela. Sin ningún tipo de contemplación comenzó a chupármela con todas sus ganas. A pesar de que ya era de noche, había muchas posibilidades de que alguien la viera. Yo procuré ir rápido y fumarme todos los semáforos que pude, pero en uno de ellos una chavalita pija que iba en un Mini, contempló la escena durante unos segundos antes de que el semáforo se pusiera verde. Yo aceleré y salí de allí rápido, animado por las intensas chupadas de Ana, pero a la chiquilla le debió de gustar lo que había visto, porque a pesar de que estaba en el carril de la derecha, que era únicamente para girar en ese sentido y de que su intermitente indicaba lo propio, salió corriendo detrás de nosotros, hasta acabar dándonos caza en otro inevitable semáforo del Paseo Marítimo. Aún tardamos un rato en perderla. Ana no sólo no me había dado ninguna tregua, sino que se había comenzado a meter un dedito debajo de su falda. Al fin llegamos al garaje y aparqué como pude, invadiendo la plaza del vecino del 4º. Le pedí a Ana que parara y que siguiéramos en casa, pero ella hizo caso omiso, siguió dale que te pego. Cuando estaba a puntito de correrme en su boca, la luz de dos faros nos iluminó y aunque en un primer momento ninguno de los dos le prestó demasiada atención, al ver que era el vecino del 4º (¡maldita coincidencia!) acercándose con su BMW, le dije a Ana que parara y como siguió sin hacerme caso, le agarré de la nuca y pegué un bote en el asiento, para meterle la polla hasta el fondo, logrando la consiguiente arcada por su parte que me permitió separarme de ella y mover el coche. Iba a salir del coche, pero Ana me agarró y me dijo:

-Aún no hemos acabado.

No sabía por qué tenía tanto interés en acabar allí el asunto, pero le hice caso. Hasta que el Sr. Moscoso, el inoportuno del 4º, tocó en la ventanilla. La bajé y me pidió si no sería mucha molestia acompañarle con unas bolsas del Carrefour hasta su casa, para que no tuviera que dar varios viajes. No me negué, lógicamente, pero Ana se pilló tal rebote que se fue al ascensor sin coger ni una sola bolsa, así que el que tuvo que hacer varios viajes desde el coche hasta el elevador fui yo.

Después de dejarle las bolsas en el rellano, el Sr. Moscoso desapareció tras su puerta y cuando le iba a preguntar a Ana qué mosca le había picado con la mamadita, me empujó contra el fondo del ascensor, se arrodilló y no sé cómo, ya volvía a tener mi polla dentro de su garganta. Entre balbuceos le pregunté:

-¿Pero, tía, qué tienes hoy con chuparme la polla casi en público en vez de en casa?

Se la sacó y mientras me pajeaba con suma rapidez, me dijo:

-Por dos razones: la primera es que quiero asegurarme de que esta cosita rica va a aguantar el tiempo que haga falta sin correrse hasta que yo lo diga y segundo, tengo ganas de tener tu lechecita antes de que la tome Rosalía... ¡Ostias! ¡Y tercero! Se me acaba de ocurrir una cosa genial: dale a nuestro piso y una vez que lleguemos bloquea el ascensor. Cuando te corras en mi boca, guárdate la pollita y ábreme la puerta de casa rápidamente.

Y antes de que yo pudiera decir "esta boca es mía" Ana estaba otra vez dándole que te pego. Era tremendo. Antes de todo esto, sufría para que me la chupara y cuando lo hacía apenas se comía la puntita, y ahora se estaba convirtiendo en una pedaza de mamona que aprendía con cada chupada para dar una siguiente aún mejor. Aceleró el ritmo cuando ya parecía imposible y el sonido de su garganta, con mi polla y el ruido (chof, chof) de la saliva salía del ascensor. Comenzó a masajearme los huevos y a mirarme a los ojos. Quería que me corriera ya y así lo hice. Agarré su cabeza para evitar ningún sobresalto y me corrí estrepitosamente en su boca. Lo recibió con ganas, sin moverse ni un centímetro y me chupó la puntita al retirarse para que no se le escapara nada. Se levantó y yo, en cuanto pude recobrar la totalidad de mi conocimiento, me vestí y me apresuré a abrirle la puerta de casa.

Ana entró pitando y yo la seguí tras cerrar la puerta. Rosalía se levantó sobre el sillón al oírnos llegar y sonrió al ver que su amiga se dirigía hacia ella sonriente. Le dijo hola y Ana en lugar de contestarle se sentó a horcajadas sobre ella. Ahora caía en lo que planeaba hacer: separó el pelo de Rosalía de su cara, le inclinó la cabeza hacia el respaldo del sillón y le besó en la boca, dejando que toda mi leche, unida a toda su saliva, resbalara entre sus lenguas entrelazadas. Rosalía no se lo esperaba y se echó un poco para atrás. Un fino hilo de semen quedó colgando entre sus bocas y Ana le espetó:

-Te he traído un regalito recién conseguido, bien calentito, como le gusta a las putitas como tú.

Y con un nuevo ataque de mi novia, volvieron a fundirse en un beso con lengua. Entonces me di cuenta de que con las prisas, la mamada y el pesado del 4º nos habíamos dejado nuestros nuevos juguetes en el coche. Avisé de que volvía a por ellos, pero creo que no me hicieron mucho caso mientras comenzaban a meterse mano. Bajé y subí tan rápido como pude. Al oírme llegar, Ana se separó de Rosalía de un salto y vino a coger las bolsas.

-Entretenla un rato –me pidió- caliéntamela bien.

Y así hice. Me acerqué a Rosalía mientras ella se sacaba la camiseta, que tenía enrollado con el sujetador por culpa de la fogosidad de Ana, lo que yo aproveché para, desde su espalda, de pie tras el sillón, comencé a tocarle las tetas y a besarle el cuello. Ella se agarró a mi pelo y me dijo:

-Joder, como venís los dos. Anda, vente a mi lado.

Me situé a su vera y ella no perdió ni un segundo en ponerse sobre mí. Me besaba, me mordía el cuello, me metía sus dedos en la boca... Entonces llegó Ana, escondiendo algo tras su culito. Rosalía vio algo pero no sabía lo que, así que preguntó. Ana se rió y se puso a su espalda. Yo agarré a Rosalía por sus muñecas y con un tirón, le puse los brazos detrás de la espalda, lo que provocó que ella se viniera hacia mí y la recibí con la boca abierta. Mientras nos comíamos la boca, en un rápido movimiento, Ana le puso las esposas a su amiga y mientras ella se quejaba, hizo lo propio con el antifaz.

-¿Pero qué haces, tía? ¡Suéltame las manos! ¡Quítame la venda! ¿Qué coño haces?

-Jejeje... –no te asustes, preciosa- Lo único que quiero es hacerte pasar una noche de placer inolvidable, para que no olvides quien es la nueva reina del sexo.

-Me parece bien, zorra –dijo Rosalía, mirando al techo mientras yo le chupaba los pezones-, pero quítame las esposas al menos.

-De eso nada, bonita. Vas a ver lo que es bueno. ¿Qué es eso de restregarle a una amiga que te deja el novio lo bien que él te folla el culo y a mí no? Pues ya verás. Primero le metes el dedito a él anoche, hoy por la mañana me dejaste a mí el culo fino, que siendo virgen hasta tres dedos, creo que me metiste. Y por la tarde, ¡hala! Sexo anal con mi novio sin estar yo delante para vivirlo. Si te gustan tanto los culos, vas a ver.

-Pero, tía... –se quejó Rosalía- siento mucho haberle dado el culo sin estar tú. De verdad que quería esperar a que tú vinieras, pero no pude aguantarme. El muy cabrón me puso a mil y él tampoco se negó, que digamos...

Mientras Rosalía hablaba Ana había empezado a besarle el cuello y a tocarle los pezones, pero al oír las palabras de su amiga, se separó e intervino:

-Pero mira que eres zorra. Echándole la culpa a él... Como si no te conociera... Seguro que le quisiste echarle un buen polvo, dominando tú la situación, pero estoy segura que te pego tremendo contraataque que acabaste pidiéndole que te hiciera la colita. Es que te estoy viendo: con el culito bien en pompa, rogándole que te la metiera.

Le agarró fuerte del pelo, agarrando una de sus coletas, dando un tirón hacia atrás, y le habló al oído:

-¿O no fue algo así, putita?

-Sí, sí... tienes razón –confesó con la respiración entrecortada, por culpa de que yo le estaba tocando el coñito por encima del pantaloncito y Ana le pellizcaba alternativamente los pezones con la mano libre.- Perdóname, tía. Es que no pude parar. Lo siento. Me lo comió todo tan rico que no supe parar. En cuanto se me pasó por la cabeza sentir su polla dentro de mi culo, ya no pude sacármelo de la cabeza. Perdona...

-Así me gusta –dijo Ana-, que reconozcas tus errores. Y reconocerás que un pecado así merece una penitencia, ¿no? Pues eso es lo que va a ocurrir. Por haberte pasado de la raya, y haber hecho lo que te dio la gana, sin pensar en mí, ahora vas a ser tú la que esté bajo mi merced. Vas a hacer todo lo que se tida, ¿vale?

-Vale, vale –contestó Rosalía, a quien la situación le estaba poniendo cachonda rápidamente. Con mis dedos notaba que se estaba empapando con cada palabra autoritaria de Ana- Haré lo que tú quieras, lo que tú quieras.

-Muy bien – se rió Ana- Lo que yo quiera y lo que él quiera, porque vas a ser una esclavita privilegiada, con dos amos a los que atender.

-Vale, vale. Haré todo lo que queráis. Pero por favor, quiero que me la meta ya, por favor, tengo el coño ardiendo y necesito que me la meta ya.

Ana y yo reímos al oír a Rosalía. Ana le dio una pequeña bofetada y le habló levantanado la voz junto a su oído:

-¿Pero qué es eso de "yo quiero"? Pensé que habías entendido la situación. Tú no puedes pedir nada, no importa lo que tú quieras, sino lo que queramos nosotros. Eres nuestra prisionera. Sólo tienes derecho a correrte tantas veces como quieras. Nada más.

-Vale, vale. Entendido. Seré buena. Pero por favor, méteme algo ya.

-Joder con la niña que no calla –dije yo.

-Pues ya verás como la hacemos callar- respondió Ana- Venga, guarrilla, ponte de rodillas.

Mientras Rosalía hacía lo que le habían mandado, mi novia aprovechó para bajarle los pantaloncitos con tanga y todo. Y comentó la jugada:

-Pero mira que mojada está la muy zorra. Le chorrea por los muslos. Uy, uy, uy... Me parece que acabamos de descubrir que a Ros lo que más le pone es que la traten con autoridad... Pues venga, cariño, sácate ya esa cosa bonita que tú tienes y métesela hasta la garganta –se arrodilló tras Rosalía y le empujó la espalda para que se tumbara hacia mi entrepierna. Ana estaba totalmente desnuda, excepto por la venda de los ojos y unas medias de colores hasta justo debajo de las rodillas- . Y a ti, esclava, te voy a dejar las medias puestas, me pone verte como una niñita, con coletas y las medias puestas. Venga, zorra: ¡a tragar!

Yo me había bajado el pantalón por debajo de las rodillas y con mi polla golpeaba los labios de Rosalía. En cuanto abrió la boca, le empujé la cabeza hacia abajo, provocándole una arcada y la consiguiente tos.

-¿Pero qué es eso? –gritó Ana- Nada de quejas, ¡eh! Acabamos de empezar. Ahora te voy a hacer unas cositas por aquí, y como se te ocurra sacarte la polla de mi novio de la boca, para gemir o para lo que sea, recibirás un castigo.

Rosalía seguía chupando al ritmo que marcaban mis manos y desde mi punto de vista podía ver la expresión de sus ojos y sus cejas al oír las palabras de Ana. Esta se levantó a coger la bolsa y desempaquetó algunas cosas mientras le daba suaves pataditas en el culito y en el coño a Rosalía. Rosalía seguía comiéndose mi polla, ya no se quejaba, si no todo lo contrario: ya no hacía falta que le marcara el ritmo, el suyo propio ya era más rápido incluso que el que yo le marcaba, y lo hacía tan profundo que con cada bocado sentía su nariz chocar contra mi vello púbico. Sentado en el sillón, disfrutando de la situación, sintiéndome un beneficiado tercero en discordia, contemplé como mi novia se arrodillaba para comenzar su ataque. Sus armas eran las bolas chinas, el pequeño vibrador y, sobretodo, la lujuria desbordante que le había invadido la mente.

Ana encendió el vibrador y comenzó a rozar con él la piel de su amiga, por la espalda, dibujando una recta por su columna vertebral, en ambas direcciones. Le llevó el pequeño juguete hasta sus nalgas, recorriendo esas preciosidades haciendo espirales. Lo bajó hasta el interior de sus muslos y se acercó tan cerca de su coñito que Rosalía ya podía sentir en sus labios la vibración del aparato sin que este llegara a tocarlos. Ana lo sacó de allí y volvió a subir por la espalda. Arriba y abajo, por la espina dorsal. Finalmente, llegó hasta su nuca, para entonces bajar un poco más deprisa, esquivando las esposas, hasta que remontó el culo de su amiga y posó el vibrador en medio de su coñito. Entonces, Rosalía dio un respingo y, con las manos esposadas en su espalda, no pudo evitar gritar del gusto. Al oírlo, Ana se enfadó:

-¿Qué te dije acerca de sacarte la polla de la boca? Ahora tendré que castigarte. Vuelve a comértela y no te la saques hasta que uno de los dos te lo ordene.

Entonces, Ana empezó a pegarle unos cachetes en el culo, variando la fuerza a su antojo, y acabó dándole unas palmaditas más cortas y rápidas en el coñito.

-Carallo, cómo te chapotea el coño, Rosalía. Te los estás pasando en grande, ¿eh? –le dije.

De pronto, de un solo golpe, Ana le metió el vibrador apagado en el coño. Esperó para ver si Rosalía fallaba en su cometido de no abrir la boca para nada más que chupármela y ésta aguantó como buenamente pudo. Entonces, Ana encendió el vibrador de repente, llevándolo hasta la máxima potencia. Rosalía no se sacó la polla de la boca, pero la abrió todo lo que pudo para dejar escapar un profundo gemido. Ana lo apagó y Rosalía volvió a chupar, más rápido si cabe víctima de una excitación que iba a más con cada acción de Ana. Ana siguió encendiendo y apagando el aparato, haciendo que su amiga se retorciera de placer. Una vez que lo tenía encendido, se lo sacó de golpe, con lo cual la vibración salió haciendo temblar no sólo las paredes vaginales, sino también sus labios y finalmente su clítoris. Rosalía estaba que no podía más y al dejar Ana el vibrador en su clítoris durante unos segundos, le invadió un orgasmo que no pudo contener y al ver que no podía con la polla y que iba a ser castigada, decidió levantarse sobre sus rodillas para, al menos, disfrutar todo lo que podía ese orgasmo antes del castigo que se le avecinaba:

-¡Aaaaaahhhhh! ¡Joder! ¡Me corro! Dios, pero cómo me corro. Aaaaahhhhh. Joder, joder, no me lo puedo creer. Sois los mejores cabrones del mundo. Aaaaaaahhhhh.

Ana y yo reímos malicientes aunque complacidos. Rosalía acabó de correrse acostada sobre mí, con temblores intermitentes e incontrolables en sus piernas y cadera. Entonces Ana volvió a tomar la iniciativa. Cogió a Rosalía por los tobillos y la hizo caer boca abajo al suelo. La ayudó a ponerse de rodillas y mientras les susurraba algo al oído, algo sobre un castigo, le metió un dedito en el coño. Lo sacó para olerlo y lo chupó. Parece que le gustó porque repitió la acción varias veces, añadiendo dedos cada vez, hasta meterle cuatro. Los cuatro dedos se los restregó por la boca y la cara y Rosalía lejos de quejarse los recibió con gusto, chupándoselos todo lo que podía cuando su dominadora se lo permitía, como si quisiera agradecerle la tremenda corrida que acababa de tener. Yo aproveché para desnudarme del todo y sentarme en el suelo, sobre un cojín. Besé a Rosalía y le lamí sus propios pegajosos jugos de su cara, mientras le pellizcaba los pezones con delicadeza, hasta que le dije a Ana que se me había bajado un poco la erección y que quería que nuestra invitada volviera a chupármela. Ana estuvo de acuerdo pero me dijo que quería que el pecho de Rosalía llegara a tocar el suelo, porque quería que el culo le quedara apuntando al cielo. Y así nos colocamos: yo sentado en el cojín, apoyando mi espalda en los pies del sillón, Rosalía, de rodillas, acostando su pecho sobre la alfombra y con el culo respingón mirando al techo y Ana, detrás de ella, de rodillas y lamiendo las bolas chinas.

Rosalía volvía a disfrutar con mi polla en su boca y su mirada clavada en mis ojos parecía agradecerme que me esforzara en llegar a sus pezones y, sobretodo, que se los acariciara con suavidad porque cada vez que Ana se los cogía era para pellizcarlos con fuerza. Y es que yo también disfrutaba del juego tanto como Ana, yo me contentaba con sentir que Rosalía estaba a nuestra merced, principalmente porque la situación parecía ponerla más cachonda que a nadie, pero Ana parecía que encontraba el mayor grado de excitación haciéndole un poquito de daño físico a su amiga.

Ana se pasó un rato jugando con las nalgas de Rosalía, acariciándoselas, dándole pellizcos y cachetes, besándoselas, pero no le tocaba el agujerito, quería que lo tuviera bien cerradito. Entonces me pidió que agarrara fuerte a Rosalía, pues esta ahora no tenía mucho apoyo en las rodillas y dependía de un débil equilibrio comiéndose mi polla. Ana pegó los últimos lametones a las bolas chinas, sobretodo a la primera, y escupió dos veces en el agujerito de Rosalía.

-Ábrete bien el culito, zorra. Separa las nalgas con tus manos.

Yo agarré los pechos de Rosalía para así ayudarla a mantener el equilibrio mientras obedecía a Ana. Entonces Ana le metió de golpe la primera bolita roja, que se coló en el agujerito de Rosalía no sin esfuerzo. Esta, sin dejar de chupar, abrió los ojos y arqueó sus cejas, sorprendida y quizá hasta asustada. Pero, obediente y totalmente metida en su rol, no se amilanó y siguió chupando. Entonces Ana, sorprendida, le metió otra con todas sus fuerzas. Esperaba que Rosalía no aguantara el dolor de meterle las bolas chinas casi en seco, pero se equivocó. Parece que la había subestimado y quizá estaba un poco jodida, porque daba la sensación de que esperaba el error de su amiga para castigarla. Así que acabó metiendo el resto de las bolas una detrás de otra, con determinación, sin compasión, pero Rosalía resistió el envite.

Ana se levantó y trajo el portátil para poner música. Ya estaba un poco cansado de que Rosalía chupara y chupara sin más, así que mientras Ana preparaba una lista de reproducción en el pc, me levanté y me senté en el sillón con las piernas abiertas y le ordené a nuestra afortunada víctima que me chupara las bolas, mientras ella tenía seis alojadas en su culo. Mi novia puso, para empezar una canción de Incubus, llamada "Sick sad little world". Entonces se me ocurrió una idea maravillosa:

-Oye, mi amor, ¿por qué no vas a coger la webcam y lo grabamos todo?

-¡Vale, genial! –respondió- Ahora vuelvo.

-Tú no te preocupes –le dije a Rosalía- que no le vamos a enseñar el vídeo a nadie.

-Qué va, tío –me respondió tras pasarme la lengua por el perineo- yo encantada de la vida. Hacedme lo que queráis.

Llegó Ana con la cámara, la conectó al portátil y la colocó encima de una silla, alejada lo justo para que pudiéramos salir los tres jugando en el sillón. Volvió a arrodillarse detrás de Rosalía y le azotó en el culo. Rosalía me chupó las bolas con esmero, succionando cada una de ellas repetidas veces y luego empezó a bajar por el perineo hasta acabar lamiéndome la entrada del culito.

-Mira la zorra como te va al culo sin que se lo pidas –exclamó Ana- ¿No ves como tenía razón con lo de que esta niña está obsesionada con los culos? Pues vas a ver, putita, vas a ver...

Acto seguido, Ana introdujo el pequeño vibrador dentro del coñito de su amiga y empezó a darle caña con él, subiendo y bajando el ritmo de sus vibraciones. Rosalía volvió a sentir su cuerpo ardiendo, estaba volviéndose loca e intentaba meter su lengua en mi culo fuera de sí. Ana se reía al ver la situación y miraba para la pantalla del pc para ver si estábamos bien enfocados.

-Vuelve a comerle la polla, guarrilla. Basta ya de tanto culo, centrémonos en el tuyo.

Se levantó a coger un dildo de la bolsa, dejando el vibrador y las bolitas chinas en el interior de Rosalía. Volvió a ponerse tras ella y le sacó el vibrador de un tirón, provocando que su amiga se estremeciera. Entonces alojó el dildo (que de los cinco que teníamos era el segundo más grande, como de unos veinte centímetros y algo más gordito que mi polla) dentro del coño de Rosalía y recogió el vibrador para llevarlo a su coñito. Utilizando sus dos manos, mi novia comenzó a pegarle duro: con una sostenía el vibrador a máxima potencia en su clítoris y con la otra metía y sacaba el dildo del coñito de Rosalía. Esta se comía la polla con verdadera glotonería, como aferrándose a ella con los labios. Ya no aguantaba más, su cuerpo temblaba sin control y, sacándose mi polla de la boca, nos rogó que la dejáramos correrse con la boca libre. Ana estaba demasiado ocupada con el mete-saca, así que yo le contesté que no había problema. Entonces, se dejó ir:

-Gracias, gracias, grac... ¡Ooooohhhhhh! ¡Diooooooooos, me corro, me corro!

Al oír esto, Ana dejó el dildo bien dentro de su coño y se llevó la mano libre al culito de Rosalía. Metió un dedo en el aro de las bolas chinas, lo único que había quedado fuera, y comenzó a sacarle las bolitas del culo.

Primera bolita:

-¡Aaaaaarghhhhh! ¡Joder, qué bueno! ¡Qué bueno!

Segunda bolita:

-¡Aaaaaahhhh! ¡Sí, sí! ¡No pares! Dios, qué bueno.

Tercera bolita:

-Uuuuummmmmm, sí. ¡Dios, cómo me gusta esto que me haces, Anita! ¡No pares, me encanta, me encanta, zorra!

El insulto encendió a Ana, que de un tirón le sacó dos bolas al mismo tiempo. Cuarta y quinta:

-¡Aaaaaaaayyyyyyy, hostia! ¡Qué daño, la muy puta! Agh, agh, no paro de correrme, no puedo parar. ¿Qué me pasa? Aaaaaahhhhhh...

Sexta y última bolita:

-¡Ooooohhhhh, sí! ¡Qué rico, dios, qué rico! No paro de correrme –seguía gritando mientras su cuerpo se convulsionaba sólo, como recibiendo descargas eléctricas cuyo origen estaba entre su culo y su coñito y que se propagaban por todo su cuerpo-. ¡Qué bueno, dios, qué bueno! Aaaaaaahhhh, cómo me he corrido tanto... Joder, qué bueno... El mejor orgasmo de mi vida, tíos. No sabía que me podía correr tanto. Apenas siento las piernas. Sólo siento mis dos agujeritos temblando de gusto.

Rosalía estaba tendida en el suelo y Ana se levantó a coger la webcam, que al ser inalámbrica, pudo traerla junto a mí en su mano:

-Toma. Grábame un buen primer plano mientras te la vuelvo a levantar. Has aguantado estupendamente, cariño. Así que ya es hora de que te folles a nuestra putita esclava.

Cogí la cámara y me levanté del asiento para que se sentara Ana, que estaba harta de estar de rodillas. Comenzó a chuparme la polla mientras yo la grababa, mirando a la pantalla del portátil para mantener el enfoque. Rosalía se incorporó y le pidió a Ana que le dejara mamar a ella también.

-¿Pero tú que te crees, zorrita? Esta cosita linda ahora es sólo mía. ¿Quieres chupar? Pues hale, cómeme el coño.

Rosalía, obediente, gateó hasta situarse tras la colita de Ana y, agachándose como buenamente podía, empezó a lamerle la rajita a su antigua amiga y actual ama. Ana, mientas tanto, chupaba como una posesa. De vez en cuando miraba a cámara y se sacaba la polla de su boca para comentar la jugada a cámara, contándole que lo que se estaba comiendo estaba muy rica y que, después de haberla tenido desatendida mucho tiempo, ahora no quería hacer nada más de su vida que tenerla siempre dentro de uno de sus agujeritos. Seguía chupando, cuando dio un respingo:

-¡Joder, Ros, que guarrilla eres! ¡Cómo te va la marcha! No te he dado permiso para que me comas el culo pero no lo puedes resistir. Y ya estoy harta de consentirte. Así que ahora vas a recibir un castigo como te mereces.

Se levantó y cogió la cámara de mi mano. Volvió a dejarla sobre la silla, ensartada en el aplique de sobremesa, y se dirigió a Rosalía:

-Vamos, maníaca de los culos. Levántate –y como a ella sola, sin poder apoyar los brazos, le estaba costando, la "ayudó" tirándole de los pelos- Vamos, para arriba, putita. –me hizo indicaciones para que me sentara en el sillón- Venga, desobediente, siéntate encima de su pollita. Y que no se te ocurra moverte buscando tu placer; quiero que te centres en darle placer a él.

Rosalía situó sus rodillas en el sillón, a ambos lados de mis piernas, y colocó su coñito justo encima de la punta de mi polla. Empezó a moverse sobre ella, para meterla entre sus labios empapadísimos, pero Ana aceleró su plan, empujándola por los hombros hacia abajo, provocando que mi polla se clavara en el interior de Rosalía, la cual pegó un fuerte grito, pero no se atrevió a quejarse. No sólo eso, sino que apenas tardó unos segundos en empezar a saltar sobre mi miembro. Sus tetas botaban delante de mí, invitándome a que las acariciara con mis manos, gesto que Rosalía agradeció volcándose hacia mí para besarme. Cada vez saltaba más alto, hasta el punto que en uno de sus saltos, la polla se salió y al bajar de nuevo y chocar contra el interior de su muslo, me hizo daño. Empezó a rogarme que le perdonara, que había sido sin querer. Y en cuanto volví a metérsela, Ana le dio un azote en el culo con mi cinturón. Sonó tan fuerte que el ruido retumbó en la habitación a pesar de que la música estaba bien alta.

-Eso ha sido por desobedecer otra vez. Has pensado en ti misma, cabalgándole la polla a tu antojo y le has hecho daño –le dijo autoritariamente Ana, dándole otro latigazo-. Eso merece un castigo mayor. Pensaba en el segundo tamaño, pero te acabas de ganar el tercero.

Rosalía no entendió nada y quiso mirar hacia atrás, pero yo se lo impedí agarrándole del pelo y metinéndole la lengua dentro de la boca, algo que lejos de incomodarle, recibió con mutuo deseo. Ana aprovechó el momento para encajar un dildo más grande que el que tenía preparado en el strap-on y se lo asió a su cadera con el arnés. Cuando estuvo bien fijado, se escupió en la mano y comenzó a masturbarse su recién adquirida polla de plástico. Parecía que disfrutaba viéndose con una polla entre sus piernas, porque se orientó hacia la webcam para poder vérsela bien en la pantalla. Volvió a escupierse en la mano para mojar un poco su pollita y acto seguido se colocó detrás de Rosalía. Entonces yo traje hacia mí a nuestra amiga, haciendo que sus tetas chocaran con mi pecho y, mientras le comía el cuello, le cogí por el culo para llevar yo el ritmo. Al mismo tiempo que hacía esto, le abría bien las nalgas para que mi novia pudiera contemplar a su inminente víctima. Ana se acercó más y sin miramientos le metió un dedo en el culo a su amiga, la cual lo recibió emitiendo un pequeño grito gutural, que denotaba más dolor que placer.

-Uy, qué cerradito está –dijo Ana relamiéndose- Justo como lo quería tener.

Acercó el strap-on al culo de Rosalía, por lo que yo la frené, metiéndole la polla lo más dentro que pude y separando al máximo sus nalgas. Entonces, Ana situó la punta de su miembro de plástico en la puerta de atrás de su amiga y se la metió de golpe. Rosalía gritó de dolor. El strap-on había entrado, sí, pero con suma dificultad. Rosalía temblaba de dolor:

-¡Me haces daño, joder! ¡Me estás haciendo mucho daño! ¡Sácame eso, por favor, sácamelo! ¿Qué es? Me duele mucho.

-Ja, ja, ja –rió Ana- ¿Que qué es? ¡Es mi polla perforándote el culo, zorra! Te lo mereces. Has sido una niña mala y este es tu castigo. Y sólo ha entrado la mitad, así que prepárate para lo que te espera.

-Ay, pero sácamelo, por favor. Me duele mucho. Así no me gusta, quítamelo –rogaba Rosalía entre sollozos.

-¿No te gusta? Pues a él bien que se lo diste, ¿eh? Y luego me lo restriegas a mí. Pues esto es lo que te has ganado.

Y tras agarrarla por el pelo, le pegó tal embestida que terminó por meterle el strap-on hasta lo más profundo de su culo, arrancándole un alarido de su interior.

-Ay, ay. ¡Me duele! ¡Para, por favor!

Pero Ana no paró, comenzó a sacárselo poquito a poco, para luego volverlo a meter de un empujón. Yo agarré por las mejillas a Rosalía e intenté acallar sus quejidos besándole en la boca. Ella se resistió al principio, pero al ver que mis intenciones eran cariñosas, se abandonó a mi lengua. Ana seguía metiéndosela duramente, elevando el ritmo poco a poco. Yo comencé a moverme bajo ellas para follarme el coñito de Rosalía y con una mano empecé a masturbarle el clítoris, lo que Rosalía sin duda agradeció porque se puso de repente a comerme la boca con ansia. Un minuto después, sentí como los jugos del coño de Rosalía empezaban a brotar de su interior y resbalaban por sus muslos hasta los míos. Así que le hablé al oído:

-Te está empezando a gustar ¿verdad? Ya apenas te duele y el placer te domina. Ahora ya no quieres que te las saquemos por nada del mundo ¿verdad?

-¡Nooooo! –gritó ella- Ni se os ocurra sacármela, ni se os ocurra. Folladme fuerte, no paréis. Dadme duro, que es lo que me merezco. Castigadme mis agujeros. ¡No paréis de follarme nunca!

Y en el momento que comenzó a correrse, Ana le abrió la boca con las manos mientras la embestíamos con todas nuestras fuerzas. Parecía que mi novia también se estaba corriendo, víctima de su propia perversidad y ayudada por el frote de su clítoris con el strap-on. Rosalía se corrió otra vez, jadeando fuertemente, emitiendo gritos incompresibles, chupándole los dedos a Ana con ansia. Cuando paramos y dejamos nuestras pollas en su interior, Rosalía se calmó un poco, aunque su cuerpo le seguía temblando sin que pudiera hacer algo para evitarlo. Se arqueó hacia atrás, buscando la boca de mi novia, quien la recibió gustos, uniendo sus bocas en un interminable beso. Luego se giró hacia mí y me besó con idéntica pasión.

Entonces Ana volvió a tomar la iniciativa, se salió del culo de su amiga y la hizo ponerse de pie. Agarró la webcam y la llevó bien cerquita del coñito de Rosalía para registrar como le temblaba el clítoris, que estaba sobresaliendo entre sus labios, más grande que nunca. Tras tomar unos planos y hacer unos pertinentes comentarios, la volvió a dejar en su sitio y se dirigió a mí. Me besó y me dijo:

-Bueno, cariño, es hora de que tú también me corras. Esta zorra ya se ha corrido dos veces y yo me acabo de correr con ella. Es tu turno. Quiero que te corras en su culito, ¿vale?

-De acuerdo –le contesté- me parece una idea cojonuda.

Rosalía permanecía de pie callada, bastante tenía con mantenerse sobre sus temblorosas piernas e intentaba acariciar su agujerito para comprobar cuan dañado estaba. Ana sacó el dildo de tamaño tres y se colocó el de cinco, el mayor: una gran polla negra, con venas gigantescas y una longitud que sobrepasaba los veinticinco centímetros con un grosor que metía miedo. Se acostó en el suelo y ordenó a Rosalía que se sentara encima de ella, ensartándose el megadildo en el coño.

-Uy, eso es muy grande, no me va a entrar – decía mientras se arrodillaba sobre Ana. Su reticencia era más una pose que otra cosa, porque aun asustada, acercaba su coño al inmenso falo.

-Ya verás como sí, tú sólo ábrete bien y déjate hacer –le contestó Ana.

Rosalía siguió sus instrucciones y se puso en posición:

-Al menos, me podías quitar las esposas ya. Tengo las muñecas echas polvo.

-No sé, no sé...-dijo Ana.

-Venga, cariño –intervine yo. Saquémoselas ya. ¿Dónde están las llaves?

-Ahí, junto al portátil.

Fui hasta él y aproveché para poner una canción de Coldplay que a mi novia y a mí nos encanta, sobretodo a ella: "Fix you". Cogí las llaves y liberé a Rosalía de sus esposas.

-Joder, por fin. Gracias. ¿Por dónde íbamos?

Ana rió con ganas, contemplando satisfecha el emputecimiento de su recién estrenada esclava. Agarró su gigantesco pollón negro de plástico y empezó a empujar con hacia dentro, al mismo tiempo que Rosalía bajaba y, a pesar de que su cara demostraba que estaba siendo un suplicio recibir algo de tal tamaño en su coño, no paró hasta tenerlo bien dentro. Entonces rió complacida e intentó agarrar una teta de su amiga, pero no pudo llegar porque apenas se podía mover con aquello dentro. Yo me acerqué por su espalda y la obligué a inclinarse hacia delante. Estba cachondísmo después de todo, y había aguantado sin ganas de correrme, concentrado en ayudar a Ana a complacer sus deseos más ocultos. He de decir que la mamada que me había regalado en el coche y el ascensor había surgido el efecto deseado. Había aguantado, pero ya no podía más. Quería follarme de nuevo el culito de Rosalía. Así que acerqué la punta de mi polla a la entrada de su colita y se la restregué arriba y abajo.

-Venga, ¿a qué esperas, cabrón? ¡Métemela ya- me gritó- Taládrame el culete.

Y justo en el momento en que la canción de Coldplay daba el subidón, cuando el cantante lanza por los aires la bombilla que cuelga del techo en todos sus conciertos, le metí la polla de un solo golpe, bien hasta el fondo. Rosalía resopló y empezó a gemir como una loca:

-Sí, joder...¡Sí! Soy la zorra más afortunada del mundo. ¡Cómo me folláis los dos, mi madre! ¡Cómo me gusta, no paréis! ¡No paréis, dadme más fuerte!

Ana y yo, encendidos por los lujuriosos gritos de Rosalía, empezamos a darle más y más fuerte, todo lo fuerte que nuestras posturas nos permitían. Las dos bellezas que me estaba follando se fundieron en un beso desgarrado, en el que se mordían los labios, se succionaban las lenguas y se bababan por sus mentones. Yo aprovechaba el ángulo de visión que me ofrecía la webcam para contemplarlo todo, mientras montaba con todas mis fuerzas a Rosalía, agarrado a sus maravillosas y saltarinas tetas. Estaba a punto de correrme y así se lo anuncié a mis niñas.

-¡Sí, sí! –gritó Rosalía- Córrete en mi culo. Quiero que me vuelvas a llenar con tu leche, por favor.

-De eso nada –se impuso Ana- Si aquí alguien se merece una corrida de este semental soy yo. Y la quiero en mi boca.

Ya no pude aguantar más y de un salto salí del culo de Rosalía para correr a arrodillarme junto a las dos y, anda más abrir la boca mi novia, le disparé media docena de chorros de leche que se dirigieron tan directos a su garganta que la hicieron atragantarse y le salió un poco por la comisura de los labios. Hecho que aprovechó Rosalía para lanzarse sobre ellos y llevárselos a su boca. Así nos quedamos los tres, Rosalía me chupaba la polla, limpiándomela, y Ana se esforzaba en disfrutar de mi leche y se la tragaba poco a poco. Después de un par de minutos nos reincorporamos y las dos se fueron hacia al sillón. Pero yo, a pesar de la reciente corrida, no estaba dispuesto a que aquello acabara ahí: quería desvirgarle el culo a mi novia.

Antes de que se sentara la agarré, colocándola de espaldas a mí. Le puse las esposas y la besé. Ella respondió a mi beso dejándose llevar. Cuando nos separamos le dije:

-¿Sabes lo que quiero, verdad?

-Sí –me contestó- pero me da un poco de miedo.

Rosalía se partió de risa. La misma persona que había estado dos horas haciéndole mil perrerías en el culo, ahora se sentía asustada y le invadía la timidez.

-Tú no te preocupes –le interpelé- Lo haremos despacito y con cuidado.

Rosalía se seguía riendo, lo cual no me gustaba porque no quería que mi novia se sintiera mal y se rajara antes de empezar, así que la agarré por el pelo para que se arrodillara frente al coñito de Ana.

-Vamos: cómeselo.

Rosalía ni se quejó y comenzó a lamerle el clítoris a Ana. Esta se estremeció de placer y mantuvo el equilibrio como pudo. Yo me arrodillé tras ella y, abriéndole el culito con las manos, empecé a pasarle la lengua por el agujerito. Rosalía comentó contenta lo muy mojada que estaba mi novia, lo que ella corroboró gimiendo y diciendo que lo que le hacíamos estaba muy rico. Yo me separé un momento y situé la webcam hacia el suelo. Acerqué a las niñas hacia allí e hice que Ana se arrodillará justo delante del pc. Ordené a Rosalía que se pusiera el strap-on, pero con el dildo de nivel tres. Ana intervino:

-Mejor el cuarto, si no te importa, cariño.

Asentí y Rosalía hizo lo que le mandamos. Se lo colocó y se quedó de pie esperando órdenes.

-Acuéstate aquí –le dije mientras le daba el pequeño vibrador- Y toma, cuando se la hayas metido, dale con el vibrador en el clítoris.

Ana sonreía alegre. Le ayudé a ponerse en su sitio y yo mismo dirigí su coñito al strap-on y antes de que pudiera hacer nada, la propia Ana se ensartó en el dildo ella sola. Se veía que estaba más cachonda que nunca, porque jamás pensé que aquello le podría entrar así de fácil, deslizándose entre el mar de flujos que era su entrepierna. Rosalía encendió el vibrador y se lo llevó al clítoris de su amiga, la cual entonces se puso a gritar como una loca, sintiendo como Rosalía jugaba con las intensidades. Yo me puse a comerle el culo. Primero despacito, lamiéndole el agujerito pero a medida que los gritos de mi novia me incitaban a más, cada vez ponía más empeño, y acabé metiéndole la lengua en su agujero tan adentro como podía.

-Ohhhhhhhhh, dios. ¡Qué rico! ¡En mi vida había sentido tantos placeres juntos! ¡Qué bueno! Me encanta lo que hacéis. ¡Sí! Me voy a correr, me voy a correr... ¡Me voy a coooooo... Aaaaaggghhhh! ¡Ooohhhhh, ooohh! ¡Sí, me coooooooooooooooorro!

Rosalía y yo nos quedamos atónitos ante los inmensos gritos de Ana. Se corrió con gusto, emitiendo alaridos e insultándonos. Cuando ya se le fue apagando, me rogó que si quería follarle el culo que lo hiciera ya:

-Por favor, aprovecha que ahora estoy más salida que una perra –me rogó.

Y cuando yo le estaba dando instrucciones a Rosalía, Ana me interrumpió:

-No. Por favor, cariño. Fóllame el culo a secas. No quiero distracciones con Rosalía. Quiero que me folles tú solito. Y sin piedad. Quiero que me folles bien y si me duele que no te importe. Prométemelo.

Se lo prometí, así que le mandé a Rosalía que se pusiera de pie, que cogiera la webcam y que se situara donde pudiera, con pocos movimientos, enfocar el culo y la cara de Ana, porque quería recoger primeros planos de los dos. Cuando Rosalía se hubo colocado como le dije, le puse un cojín a Ana, para que apoyara en él su cabeza, orientándose hacia donde estaba su amiga con la cámara.

-Ros, graba mi polla entrando en su culo y cuando se la meta hasta el fondo, quiero que enfoques su carita, ¿vale?

Rosalía asintió y yo me puse de rodillas. Ana temblaba, en parte por el miedo y en parte por la excitación. Cuando toqué su entrada trasera con la punta de mi polla, se quedó parada. No se movía ni un milímetro pero dijo unas clarificadoras palabras:

-Sin contemplaciones.

Así que se la metí de golpe, hasta el fondo sin parar. Comenzó a gritar y a retorcerse de dolor, mientras Rosalía recogía con la cámara su cara y sus múltimples muecas. Esperé un poco para que se acostumbrara. Ana no dejaba de temblar y estaba a punto de sacársela, pero cambié de idea. Ella me había pedido que la follara a lo bestia y eso iba a hacer. Y con sumo gusto. Pensé en estos años de aburrido y frío sexo y en el cañón sexual en que se había convertido en apenas unos días. Saqué toda la rabia de dentro y comencé a embestirla con fuerza, sin piedad, sacándosela casi del todo y volviendo a metérsela hasta el fondo. Ana gritaba de dolor y en el pc pude ver el plano que le estaba haciendo Rosalía, en el que se veía como le caían las lágrimas por las mejillas. Pero a pesar de todo no se quejaba, no pedía que se la sacara, ni siquiera que se lo hiciera más despacio, así que seguí dándole con todas mis fuerzas. Ahora Rosalía grababa como mi polla salía y entraba en el culo de su amiga. La saqué totalmente para que grabara el culito de Ana, bien abierto al salir mi polla y cerrándose en un segundo, hasta que le daba otro envite. Y así una y otra vez. De pronto me fijé que el plano se movía, miré a Rosalía y la muy zorra no había aguantado las ganas de masturbarse y ello era lo que provocaba que se moviera tanto el plano. Le quité la cámara de las manos y ni se inmutó. Es más, aprovechó la libertad de su mano, para meterse un dedito mientras con la otra frotaba su clítoris y de esa guisa se movió hasta ponerse delante de Ana, suficientemente cerca para que Ana no pudiera ver nada más que el coño enrojecido de su amiga, pero sin poder llegar a llevárselo a la boca. Yo, mientras tanto, seguía embistiendo a mi novia, con una mano la agarraba del pelo y con la otra sujetaba la cámara con la que le estaba grabando la desvirgación de su culo. Seguimos así un buen rato, no sé cuanto, porque el estreno del culo de mi novia me tenía tan sumamente cachondo que no pensaba en otra cosa que no fuera correrme allí dentro. Cuando vi que me venía, le dije a Rosalía que cogiera la cámara para grabar la cara de Ana, pero no me hizo ni caso. Entonces le pegué un grito que no le dejó lugar a dudas de la inminencia de mi corrida, así que, muy a su pesar, porque ella también estaba cerca de su orgasmo, cogió la cámara y se dispuso a grabar la cara del momento. Me agarré a la cadera de Ana y le pegué mis últimas embestidas, fuertes y profundas, hasta que me corrí dentro de su culo. Mientras yo gritaba y mi cabeza se nublaba, a lo lejos oía lso gritos de mis niñas. Ana gritaba a pecho partido, presa de un orgasmo nuevo, pues era la primera vez que le follaban el culo y no sabía lo que era correrse con aquello. Rosalía había vuelto a darle al clítoris mientras grababa la cara y las palabras de Ana:

-¡Dios mío, qué cosa! ¡Por dios, qué bueno! ¡Joder, nunca me había corrido así! Sin que me tocaran el coño ni nada. ¡Qué bueno sentir toda tu lechita dentro! Esto es nuevo y me encanta, cariño, me encanta.

Le saqué de las manos la cámara a Rosalía, porque estaba llegando al orgasmo y a penas apuntaba bien con la webcam. En cuanto se la cogí, ella llevó dos dedos adentro de su coño, para darle los últimos trallazos a su coño antes de volver a correrse como una loca, agarrando la cara de su amiga, para restregarle por la boca todos los jugos que emanaban de su coñito ardiente e inflamado, lo que recibió contenta Ana. Yo aproveché para grabar como sacaba mi polla del interior del culo de mi novia y le hice un primerísimo plano a su agujero, que al sácarsela, se quedó abierto con el mismo diámetro de mi polla, y brotándole un hilillo de caliente lechecita al exterior. Coloqué la webcam en un lugar oportuno y la dejé grabando mientras me iba a dar una ducha. Le dije a Rosalía:

-Quítale las esposas a Ana –a lo que ésta dijo que sí porque ya le agobiaban- aunque antes, si quieres, tienes ahí un poquito de leche que llevarte a la boca.

Sabía que no se resistiría a la tentación y, mientras me alejaba por el pasillo, pude ver como Rosalía le bebía del culo a Ana, la cual se quejaba, ya no por las esposas, sino porque la muy zorra de su amiga no lo estaba compartiendo con ella.


Próximamente un nuevo relato. Por favor, déjenme sus comentarios