Mi novia y su amiga, un trío jamás soñado (2)

Segunda parte de la noche. La amiga de mi novia le ensña como se comen las pollas.

Llevo cuatro años saliendo con mi novia, Ana. Nuestra relación sería perfecta si ella fuera más abierta sexualmente. Le gusta follar, sobretodo que se la follen bien y por sorpresa, pero es capaz de estar semanas sin follar, lo cual es muy frustrante para mí, que me la follaría todos los días. Además, no le gusta mucho chupármela y yo como nunca he sido el tipo de tío que agobia a las mujeres en la cama, se me fue escapando, se me fue escapando y hoy por hoy apenas me la chupa. Y de dejar que me corra en su boca, ya ni hablamos... Así mismo, tampoco le gusta el sexo anal. Le parece asqueroso.

Siempre que me masturbo pienso en todo lo que le haría y muchas veces alimento mis sueños eróticos leyendo en Todorelatos. Últimamente no dejaba de darle vueltas a la cabeza para hurdir un plan para lograr hacer con ella todo lo que he imaginado, pero al final, este fin de semana, ocurrió algo inesperado que hizo que las cosas llegaran solas.

Les cuento lo que ocurrió:

Hace un mes recibimos una llamada sobre la medianoche de su mejor amiga, Rosalía, que se había ido a vivir a Andalucía hace algún tiempo con el gilipollas facha de su novio guarda civil, al que habían mandado a un pueblecito andaluz como primer destino en su carrera en la benemérita. Rosalía llamó llorando, contándole a mi novia que había dejado al cabrón de su novio y que estaba en un tren destino a Madrid y que desde allí vendría para Galicia. Estaba muy agobiada porque no quería volver a casa de su madre y su hermana. Mi novia sin dudarlo le dijo que se venía a nuestra casa y que mañana estaríamos temprano en la estación para recogerla.

Por la mañana cogimos el coche y fuimos juntos a recogerla. Yo soy profesor de Literatura Española en mi ciudad, por lo que tengo todo el verano libre, y mi novia, que es enfermera (al igual que su amiga Rosalía) tenía turno de tarde durante esta semana. Al poco de llegar apareció el tren y vimos bajar a Rosalía cargadísima de equipaje. Mientras ellas no paraban de abrazarse y besarse en las mejillas yo metí el equipaje en el maletero del coche y nos fuimos para casa.

Al llegar a casa Rosalía comenzó a contarnos toda la movida que había tenido con el ignorante de su novio y se puso a llorar. Primero intentamos consolarla con amables palabras, pero no surgía efecto. Entonces Ana se arrodilló frente al sillón, entre las piernas de Rosalía, y la abrazó fuertemente. Por un momento pareció que se calmaba pero no fue así. Entonces Ana hizo algo totalmente inesperado. Cogió la cara de Rosalía entre sus manos y le plantó un tremendo de morreo, al que su amiga reaccionó con sorpresa en un comienzo, para luego abandonarse al beso de Ana, hasta acabar enredando sus lenguas. Ana se levantó tan ancha y nos espetó:

-Voy a hacer algo de comer ¿no? Estaréis hambrientos.

Al ver mi cara de alucinado me dijo:

-No te celes que para ti también hay.

Y me soltó un gran beso con lengua. Al alejarse hacia la cocina, Rosalía y yo nos quedamos mirando el uno al otro, sin saber qué decir.

Pasaron los días y los tres disfrutábamos del verano, yendo a la playa por las mañanas y tomando algo en las terrazas del paseo marítimo por las noches. Una mañana fuimos a la playa Rosalía y yo solos porque Ana trabajaba. Al poco de llegar a la playa Rosalía me comentó:

-Carallo, Felipe, con lo gordito que estabas hace un par de años y ahora te has puesto todo cachondo.

Yo me reí y le contesté devolviendo su cumplido, afirmando que ella también se había puesto más cachonda si cabe. Mi novia es guapa y tiene un buen cuerpo, sobretodo unas tetas increíbles en las que reinan dos preciosos pezones. Rosalía era más alta y más guapa que mi novia, tenía un culito mejor formado y aunque sus tetas eran más pequeñas que las de Ana, yo adivinaba que eran redondas y bien duritas, con los pezones apuntando justo hacia los ojos de quien los contempla de pie frente a ella. He de reconocer que alguna vez que otra me había masturbado pensando en ella. Desde aquel comentario sobre mi cuerpo en la playa, me daba la sensación de que Rosalía coqueteaba conmigo, tanto a solas, cuando me hablaba bastante a menudo de sexo y de lo mucho que le hacía falta echar un buen polvo para olvidar al marica de su novio, como con mi novia delante, momentos en los que Rosalía buscaba cualquier excusa para rozarme, siempre al límite de que Ana se diera cuenta.

A mí me ponían cada vez más cachondo sus tonterías y desde que había llegado hace ya diez días Ana me tenía a dos velas, porque entre sus turnos en el hospital que siempre la traen a casa echa una mierda y de que el tiempo que teníamos en casa lo pasábamos con Rosalía... pues eso, sin follar andaba yo.

Una noche, mientras yo le preparaba un bocata a Ana, que estaba a punto de llegar, Rosalía dijo que estaba muy agradecida de cómo la estábamos tratando, que de Ana se lo esperaba pero que conmigo, aunque ya me tenía como una buena persona, se había sorprendido. Se quedó cortada de vergüenza y quiso quitar hierro al asunto haciendo una broma sobre lo que me había dicho aquel día en la playa, pero le salió mal y aún se avergonzó más. Yo me acerqué a ella y le hice una carantoña en la mejilla y de pronto ella se abalanzó sobre mí y me entró a la boca. Tras unos segundos la aparté y le dije que no podía ser:

-Así no, si Ana lo entendiera quizá, pero no creo que fuera el caso.

-Uy, que equivocado estás –me contestó- Ana es más de lo que tú te crees.

Acto seguido volvió a besarme, esta vez introduciendo la lengua en mi boca y apretando su cuerpo hacia el mío para después llevarnos hacia su espalda, para apoyarnos en la mesa de la cocina, mientras me apretaba el culo con sus manos.

-Hace tiempo que quiero ver si lo que dice Ana de tu polla es cierto.

Se arrodilló y comenzó a bajarme el pantalón. Le dije que no y que qué era eso de lo que decía Ana de mi polla. A lo que contestó:

-Si quieres saberlo, te tienes que sacar la polla.

No dije nada ni me moví, lo que ella interpretó correctamente como que le estaba dando permiso. Sacó mi polla, que ya estaba empalmada, del pantalón aceleradamente y sin darme tiempo a decir nada, se la metió en la boca. No quería dejarme lugar a la duda y para ello sabía que mejor que andar dando rodeos con la lengua era más práctico comenzar a hacerme una mamada bien profunda.

-¿Qué es eso que decíais de mi polla? –pregunté.

-No lo sé, ni me acuerdo. Sólo sé que me encanta, es perfecta y quiero comértela toda. Además, sé que a Ana le da un poco de reparo. En cambio yo me muero por comérmela toda hasta que me llenes la boquita.

Empezó a chupármela hasta la garganta y cuando ya me había abandonado al placer, oímos que llegaba el coche de Ana. Le dije que parara porque Ana estaba ahí, pero ella ni caso. Seguía chupando como una posesa. Entonces me agaché y le pellizqué un pezón, y gritó, momento que aproveché para recoger mi polla en el pantalón. Ella se quedó mirándome a la cara con ganas de darme un puñetazo, pero en lugar de eso se acercó a mi oído y me dijo: "No pararé hasta que esa polla sea también mía".

Entró Ana y después de saludarse con Rosalía y vino a besarme. Cogió el bocata y se fue directa al sillón a ver la tele, ignorante de lo que acababa de pasar. Al rato de ver la tele los tres juntos, yo me sentía extraño sentado entre las dos y me fui para cama. Ellas decidieron quedarse. Después de dar vueltas en la cama como un tonto, me fui al baño a mear. Al pasar junto al salón vi que ellas habían vaciado media botella de licor y entonces entendí el alboroto que escuchaba desde la habitación. Al volver del baño hice como que cerraba la puerta de la habitación pero me quedé fuera para espiarlas desde la sombra. Mientras bebían, se fumaban unos porros y reían, Rosalía le pidió a Ana:

-Anda, cuéntame otra vez cómo te come el coñito Felipe.

Y acto seguido guiñó un ojo hacia donde yo me encontraba escondido. ¡La muy cabrona sabía que yo estaba allí! ¿y desde cuándo?

Ana se hizo de rogar, pero ante la insistencia de Rosalía comenzó a contarle:

-Bueno a mí sobretodo me encanta cuando me ataca por sorpresa. A mí casi nunca me apetece follar en un principio, pero cuando el cabrón tiene el día no tarda ni un minuto en ponerme toda mojada. Me gusta que me ataque desde atrás, besándome y mordiéndome el cuello mientras juega con sus manos en mis tetas. El cabrón hace círculos y círculos con sus dedos alrededor de mis pezones y cuando me quita la camiseta y el sujetador y por fin me agarra bien las tetas es cuando a mí me empieza a chorrear el coño. Acto seguido comienza a colar una mano entre mi pantalón y mi piel, mientras que con la otra se asegura de que no me dé la vuelta. Cuando finalmente llega con sus dedos al coño, me conoce tanto que sabe que es lo que me pide el cuerpo en cada momento, y cuando ya me tiene desesperada del todo, me da sus dedos para que se los chupe. Entonces me gira, me apoya en el primer sitio que encuentra y me quita el pantalón y el tanga. Se arrodilla entre mis piernas y comienza a besarme en los muslos, en el vello, todo alrededor de mi coñito, hasta que le ruego que me lo coma, porque el cabrón es capaz de estar ahí, dando vueltas y poniéndome cada vez más malita hasta que le pido que me chupe el coño, y eso me encanta, porque no es el típico subnormal que lleva todo con prisas, sino que ahí abajo sabe muy bien como hacer que una tía se vuelva loca. Cuando por fin le grito que me lo coma ya, el muy cabrón me lo devora. Tiene una lengua increíble, cada vez va más rápido y cuando piensas que no puede hacerlo más rápido, aún le mete una marcha más. Cuando nota que ya estoy temblando sin parar, me mete dos o tres dedos y empieza a darme en el punto G, me lame el clítoris más y más rápido, hasta que justo cuando empiezo a correrme, saca los dedos y los aprieta contra el hueso del pubis, porque sabe que así me vuelvo loca. Entonces me corro y me corro, me ha tenido corriéndome varios minutos, hasta que las piernas ya no me aguantan y me dejo caer al suelo.

-¡Joder, tía, mi madre! Estás borracha y toda fumada y me acabas de poner toda cachonda con tu historia. ¡Yo también quiero que me coman el coño así!

Se rieron y siguieron bromeando, Rosalía le pedía que le prestara a su "comedor de coños", como ella decía, y Ana le seguía el juego diciendo que sí, que cualquier día de estos. Al rato, Ana comenzó a hacerse el último porro de la noche y al estirarse a por el librillo de papel, se quejó de un tirón en el hombro. Mientras se liaba el peta, Rosalía se sentó tras ella y empezó a darle un suave masaje en los hombros, sobretodo en el dolorido, y el cuello. Cuando Ana le dio la primera calada al porro y echó la cabeza hacia atrás para lanzar el humo al aire, Rosalía le cogió una teta y empezó a acariciarla suavemente. Entonces Ana se giró para mirarle a los ojos, lo que aprovechó Rosalía para plantarle un beso en la boca. Ana se apartó y le dijo: ¿Qué haces?

-Este –le contestó- es para devolverte el besazo del otro día, con el que me quitaste todos los males. Y este es por lo buena que eres conmigo y por lo buena que estás.

Le volvió a besar y Ana dejó caer su cabeza hacia atrás y a medida que enredaban sus lenguas se fueron acomodando hasta que Rosalía se quedó sentada con la cabeza de Ana sobre un cojín que tenía sobre sus piernas, estirada en el sofá. Durante un rato siguieron morreándose y fumando el peta. Yo empecé a masturbarme en la oscuridad, pensando si me decidía a entrar en escena. Hasta que Rosalía le empezó a tocar el coñito a Ana por encima del pantaloncito. Entonces Ana, aunque estaba cachonda como una perra, quizá pensando en mí, quizá asustada por lo que estaba sintiendo, le dijo que ya bastaba por esa noche. Se levantó le dio un beso en la boca y se vino hacia la habitación. Yo abría la puerta con el menor ruido posible y me metí en cama tan rápido como pude.

Ana se acostó a mi lado y se le sentía en la respiración que estaba excitada e inquieta. Como sólo dormíamos con una fina sábana, mi novia enseguida notó que yo estaba empalmado. Ni se imaginó que era porque las había estado espiando mientras se daban el lote. Se le escapó una risa y dijo en voz alta para sí misma: "No, estás loca". Pero cambió de idea rápidamente y se giró para ponerse de lado en la cama, metió su mano por debajo de la sábana y hábilmente liberó mi polla del calzoncillo. Empezó a masturbarme poco a poco, pero la mano se le iba embalando cada vez más, hasta que yo ya no pude disimular el sueño más y me dijo: "Vamos, cabrón, sé que estás despierto. ¿Por qué no me follas un poquito?"

-Si tantas ganas tienes, fóllame tú.

Y ni corta ni perezosa se colocó encima de mí y se la metió toda de un solo movimiento. Yo, para jugar con ella, le dije:

-Carallo, qué pasó para que estés tan mojada?

Y debió recordar la situación con Rosalía, porque se puso a cabalgar como una loca, agarrándome las manos para que yo hiciera lo propio con sus tetas. Cuando comencé a frotarle el clítoris con dos dedos, sus gemidos empezaron a retumbar por toda la habitación. Mientras ella gritaba yo sentí como a su espalda se abría la puerta poco a poco, despacito. En un momento en que me incorporé para comerle las tetas a mi novia, seguí subiendo hasta el cuello, hasta que pude ver como Rosalía estaba tras la puerta, sobándose una teta bajo la camiseta y con su otra mano perdida bajo la sombras, tocándose el coñito seguramente.

A partir de entonces, empecé a pensar en cómo lograr que Rosalía se nos uniera a la fiesta sin que Ana se rajase. Gracias a tener la cabeza pensando en elaborar un plan, yo aguantaba sin correrme a pesar de que estaba muy, muy cachondo. Entonces Ana empezó a moverse como una bestia y gritando:

-¡Vamos, cabronazo, córrete tú también! ¡Es la segunda vez que me corro, diooooooossss! ¡Vamos, córrete!

Yo empecé a reirme y le dije que si seguía gritando la iba a escuchar Rosalía.

-Me da igual. ¡Estoy tan cachonda que me da igual! ¡que nos oiga! ¡Estamos follando tan rico que no me importa nada! –gritaba mientras llegaba al clímax.

Se volvió a correr y se tiró hacia mí. Yo no quería que se acabara ahí y no quería cambiar de posición no vaya a ser que se Ana viera a su amiga antes de tiempo. Aí que con mis manos levanté el culito de Ana y comencé a bombearle lo más rápido que pude.

-¡Ah, cabrón! ¡Joder, cómo me estás follando! Aaaahhhh.

Paré de golpe y mientras ella me miraba con la mirada poseída de lujuria me pedía que no parara, que la siguiera follando.

-Parece que te gusta, ¿eh?

-Sí, me gusta. ¡Me encanta! No pares de follarme, por favor. ¡Sigue! ¡Taládrame el coño!

-¿Quieres que siga, eh?

Y empecé otra vez a metérsela con toas mis fuerzas y ella volvió a gritar como una loca. Entre sus gritos me pareció escuchar unos pequeños gemidos desde la puerta. Ahora es el momento, pensé. Volví a parar en seco y Ana se quedó al borde de un nuevo orgasmo.

-¡No, por favor, no pares! Sigue metiéndomela, no pares!

-No quieres que pare, ¿no? Quieres que te siga follando.

-Sí, por favor, no pares. ¡No pares por nada del mundo!

-Ahora mismo estás tan cachonda que te da igual que te oigan los vecinos o Rosalía, ¿verdad? Estás tan cachonda que todo te da igual.

-Sí, me da igual. ¡Sólo quiero que me sigas follando! Quiero volver a correrme.

-Estás tan salida que te daría igual que Rosalía te escuche o que te esté mirando, ¿no?

-Sí, me da igual.

Comencé a follármela otra vez, ahora con embestidas largas, lentas y muy profundas. Ella volvió a gemir como poseída y entre sus gritos le dije:

-Con lo tranquila que sueles ser en la cama, esta noche estás más puta que nunca.

Pensé que no le haría mucha gracia que le hablara así, pero esa noche todo era diferente.

-Sí, soy tu putita. Y me da igual que me oigan los vecinos. Mientras me sigas follando así, me da igual. Y si alguien me oye o me ve, me da igual, que se muera de envidia por la pollita que me está follando tan rico. Yo no me bajo de aquí por nada del mundo.

Entonces hice un gesto con la mano hacia la puerta, invitando a Rosalía a que entrara. Paré un momento de follarme a Ana, hasta que Rosalía llegó al lado de la cama y psó una de sus manos sobre una teta de Ana. Ana se asustó. Miró a Rosalía y luego me miróa mí. Y justo cuando estaba abriendo la boca para decir algo, comencé a bombearla otra vez, con lo que sus inminentes palabras se convirtieron en gemidos hasta que Rosalía los calló con su boca. Mientras yo seguía follándome a mi novia, ella y su amiga se comían las bocas. Entonces llevé mi mano hasta el coñito de Rosalía y empecé tocárselo por encima de las braguitas; estaba empapadísima. Ana se apartó, y dijo:

-Jo, Ros, estoy cachondísima.

Rosalía comenzó a comerle las tetas y Ana me miraba fijamente, hasta que me dijo:

-¿Amor, no te importa que se una Rosalía? Ella también necesita que alguien la folle como tú me estás follando –titubeó un poco y volvió a hablar- No te enfades, mi amor, pero antes de acostarme nos besamos un poco en medio del pedo que nos cogimos y por eso estaba tan cachonda. Dime que no te parece mal, por favor.

Rosalía y yo comenzamos a partirnos de risa y Ana no entendía nada. Entonces nos movimos los tres. Rosalía se acostó boca arriba y Ana sobre ella y yo de rodillas tras ellas. Mientras mi novia le besaba la boca, el cuello y las tetas a su amiga, esta se masturbaba. Entonces se la metí a Ana, de un solo golpe, pretendiendo hacerle un poco de daño, para seguir comprobando donde estaban sus límites esa noche.

-¡Aaaahhhh, cabrón, sí! ¡Fóllame, reviéntame!

Entonces se la saqué y le dije que si quería que la follara hasta el orgasmo, le tenía que meter dos deditos a su amiga en el coño, porque no era justo que ella tuviera una polla dentro y que Rosalía se tuviera que masturbar ella. Ana dudó un poco, peroRosalía le cogió la mano y empezó a chuparle un poco los dedos hasta que se los llevó dentro de su propio coño. Ana empezó a meterlos y sacarlos, despacio, pero Rosalía le pidió más:

-¡Vamos, putita! ¡Dame caña de una vez!

Ana se enalteció y empezó a clavarle los dedos mientras se comía sus pezones, pero apenas duró mucho, porque pronto comenzó a correrse a grito pelado, pidiéndome que me corriera yo también, lo que tardé en hacer unos segundos, llenándole el coño con mi semen. Acabó convulsionándose sobre el cuerpo de Rosalía, abrazada a ella. Yo me retiré y me acosté a su lado. Ana se movió para besarme y luego besó a Rosalía. Entonces, nos agarró por la nuca a los dos y atrajo nuestras bocas hasta que su amiga y yo nos empezamos a besar con lengua. Ana sonreía, feliz por la corrida.

Rosalía se acercó al oído de su amiga y le susurró algo. Ana se rió y le dijo que me lo dijera ella misma. Entonces, Rosalía se hizo la tonta un poco hasta que Ana dijo:

-Ros quiere que le comas el coño, porque antes le conté como lo hacías y está loquita por tu lengua. Venga, sé bueno y cómele el coñito un rato mientras yo voy a por la botella y a por los porros.

Continuará...