Mi novia y el médico de sus hijos
Mi novia fue acosada y finalmente gozada por el pediatra de sus hijos en dos oportunidades.
En primer lugar les comento que los sucesos de este relato son reales y ocurrieron hace más de 4 años atrás, los personajes existieron y existen, aunque con otros nombres, aunque quizás puedan reconocerse si lo leen, y que la mayoría de las situaciones las transcribo tal cual me fueron narradas con más de un año de posterioridad, las restantes son fruto de mi imaginación.
Los personajes son Cristina (mi pareja de aquel momento) y el pediatra de sus hijos, ya que ella es divorciada.
Cristina, es una típica mujer de 34 años, de alrededor de 1,65 m. con una cara poco común, no se puede decir que sea extremadamente bella, pero sí muy sensual, unos ojos inmensos color marrón, unos labios altamente provocadores, que cuando se abren dan paso a unos dientes y una lengua que hacen maravillas, su pelo es castaño claro que le llega un poco por debajo de los hombros. Y bueno, su cuerpo sin ser una maravilla, es muy bonito y muy provocador. Unas piernas hermosas que ella luce orgullosa con sus vestidos con aberturas a los costados o con sus faldas cortas, una cola normal, que no quita el sueño, pero que ayuda a perderlo y unos pechos que son una maravilla, con medidas que quitan el aliento, apenas un poco más sobre los 95 cm., pero que cuando uno comienza a mirarla desde sus ojos y continúa bajando, cuando llega la mirada llega a su escote se puede decir que uno ya perdió la partida y está entregado por completo. Sus pezones son muy rosados y grandes, extremadamente sensibles al tacto, que una vez excitados son duros y deliciosos. Todo esto acompañado por una voz extremadamente seductora, sensual, provocadora, que hace que se te ponga dura con tal solo oírla a través del teléfono, cosa que me ocurre con frecuencia.
Sobre el médico, ya que no lo conozco, solo puedo decir que es una persona de 56 años, muy seguro de si mismo, un cuerpo cuidado por el gimnasio, alto y ligeramente fornido, y con una personalidad avasalladora, acostumbrado a tomar lo que desea. Según lo comentado por Cristina. Lo llamaremos Ernesto.
Hacía largo tiempo que Ernesto venía deseando a Cristina, haciéndoselo saber, y aprovechando cada oportunidad para decírselo, incluso desde antes de su separación, haciendo propuestas, invitaciones e incitándola a lo mucho que podía aprender en una cama. Ella si bien no había aceptado hasta entonces, tampoco hacía mucho por evitarlas, yo creo que incluso las provocaba, ya que ello le producían un morbo y una excitación muy fuertes. Interiormente deseaba ser poseída por ese hombre que en varias oportunidades ya la había poseído mentalmente, ya había vulnerado sus reservas, e incluso creo que en más de una oportunidad ella había fantaseado con ser poseída y dominada por Ernesto, y a la vez dominarlo y concretar sus fantasías.
Ella solía concurrir algunas veces sola al consultorio, donde Ernesto le hacía de sicólogo, consejero y a la vez la acosaba. Era un juego perverso él incitándola, ella provocándolo, pero sin dar paso al contacto físico. Era un juego de mentes, de deseos, de fantasías, de provocaciones, de descubrir quién resistía más y quién movía mejor sus fichas. Hasta que ese viernes fue distinto, el juego no cambió, pero ambos se atrevieron a ir más allá con sus jugadas, no puedo decir que alguno de ellos haya perdido, creo que todo lo contrario, y el único perdedor fui yo, aunque me llevé de premio unos inmensos cuernos.
Ese viernes ella concurrió al consultorio para el último turno, sola físicamente, pero acompañada de sus deseos y fantasías. Nerviosa, ansiosa y algo excitada esperaba que Ernesto terminará con la consulta del paciente anterior. Él terminó con su consulta, la hizo pasar, la saludó con un beso en su mejilla y la invitó a sentarse, no sin antes dedicarle una profunda mirada a cada uno de sus atributos, comentándole que estaba hermosa como de costumbre. Ella vestía una pollera corta color chocolate que realzaba sus hermosas piernas, una blusa ajustada color hueso que dejaba translucir su corpiño de encaje y un blazer también de color chocolate, el cual se quitó al ingresar al consultorio, para después sentarse frente al escritorio del médico con su habitual costumbre de cruzar sus maravillosas piernas, haciendo que su pollera se deslice un poco hacia arriba y permitiendo que se vean aún más sus magníficos muslos. El médico se dirigió hacia su lugar habitual, del otro lado del escritorio, pero esta vez no se sentó en su sillón, sino que simplemente buscó sus cigarrillos, le convidó uno a Cristina, buscó otro para él, los encendió, y fue a apoyarse en el escritorio, muy cerca de ella, sin emitir palabra, mirándola detenidamente, dejando adivinar el deseo a través de su mirada, Cristina correspondía esa mirada, y notaba que su excitación iba aumentando, la sentía en su piel, en su boca, en su respirar agitado que hacía que sus pechos subieran y bajaran, la sentía en sus pezones, notando como se estaban endureciendo y que ejercían presión por sobre el corpiño, que a su vez dejaba adivinar como se iban inflamando, y también sentía ese calor característico de la excitación entre sus piernas, notando como una cálida y húmeda sensación inundaba su vagina.
Ernesto veía, presentía y deseaba toda esa situación, una por una cada cual iba jugando sus fichas.
El sentado en su escritorio, frente a ella, mirándola desde arriba, como dominándola, y ella dejándose dominar, e insinuando cada vez más, entreabriendo su labios y dejando escapar su hermosa lengua, cosa que siempre me excitó mucho a mí, y supongo que a la mayoría de los hombres.
Él fue directo al ataque, nuevamente la invitó a tener relaciones, ella se negaba pero lo deseaba, y por eso mismo no ponía mucho énfasis en sus negativas, simplemente se dedicaba a seducir y dejarse seducir.
Ernesto apagó su cigarrillo y tomando el de Cristina procedió a hacer lo mismo. Ella ya estaba entregada, y él lo sabía. Tomándola del brazo la hizo parar y sin soltarla y sin decirle palabra comenzó a besarla.
Ya habían roto la barrera del contacto físico, no había vuelta atrás, ya estaban todas las piezas jugadas.
Cristina respondió a su beso apretando su cuerpo contra el de él y comenzó con su lengua a recorrer cada centímetro de su boca, de sus dientes, de sus labios, mientras que con sus manos le acariciaba la espalda, el cuello, la cara, los brazos. Sus lenguas se buscaban con extrema pasión. El mientras tanto comenzaba a recorrer su cuerpo, quizás para descubrir hasta donde le era permitido llegar. Ella deseaba sentir esas manos recorriendo su cuerpo que había comenzado a encenderse. Comprobando que no había obstáculos sin soltarla la llevó hasta la camilla, donde la hizo apoyarse para dejarla en una postura entre sentada y parada, con sus piernas abiertas, totalmente dispuestas a ser acariciadas. Mientras la besaba comenzó a apretarle uno de sus pechos, sintiendo la dureza de éste y por sobre todo la dureza del pezón que comenzó a acariciar por sobre la blusa. Ella se dejaba hacer, estaba muy excitada. Ella sabía que no estaba bien lo que estaba haciendo, pero no quiso detenerse a pensar lo quería sentir lo que había deseado tanto tiempo.
Ernesto comenzó a desprender uno a uno los botones de la blusa mientras besaba y mordía su cuello, las manos de ella se aferraban a su espalda. Pero no por mucho tiempo, ya que él en un momento dejó de soltar sus botones para dedicarse a acariciarle las tetas y las piernas, Cristina estaba que volaba, ella misma terminó de desprender hasta el último botón de su blusa y permitir un mejor acceso a sus hermosos pechos. Él comenzó a besarlos bajando un poco la copa del sostén hasta llegar con sus labios al pezón, que se hallaba erguido y desafiante, ella se sintió desfallecer, sus pezones estaban durísimos, muy calientes, ella no sabía que hacer con sus manos, si acariciarse, si tocarlo a él, si desprenderse de su ropa o desprender la de él, finalmente se decidió a soltar su corpiño, para facilitar los besos y caricias de Ernesto. Ernesto no podía dejar de admirar la belleza de esos pechos, los besaba, los apretaba, le retorcía un pezón mientras que con sus dientes mordisqueaba el otro. Cristina comenzó a acariciar su pene por sobre el pantalón, lo sentía duro, lo deseaba mucho, quería verlo, quería olerlo, quería chuparlo, quería sentirlo dentro de ella, pero hacía demorar todo esto, para que la excitación fuera mayor. Ernesto sin dejar de dedicarse a esas maravillosas tetas, metió su mano por entre la pollera, acarició un rato el interior de sus muslos y finalmente llegó a la vagina de ella, comenzó a acariciarla por sobre la tanga, recorriendo con sus dedos toda la longitud de sus labios, sintiendo la humedad que los invadía. Ella desprendió sus pantalones y dejó que sus dedos buscaran el pene de él, lo acariciaba, lo aferraba, lo apretaba, hasta que hizo a un lado su slip y comenzó a masturbarlo. Lo sentía caliente, duro, palpitante, tal cual lo había imaginado muchas veces y tantas veces lo había deseado así.
Cristina estaba a punto de acabar, lo sentía en sus gemidos, en sus pechos, en su vagina que pedía ser besada y penetrada. Ernesto comenzó a meterle un dedo, luego dos, lo hacía con mucha maestría, pero no era necesario, ella solo necesitaba sentirlos dentro, su orgasmo comenzó casi en el mismo momento en que fue penetrada por sus dedos, y se prolongó por unos interminables momentos, tuvo que ahogar sus gritos apretando sus labios contra la boca de quien hasta hacía unos minutos era el médico de sus hijos, y ahora era quien la estaba haciendo gozar enormemente.
Como retribución al excelente orgasmo que le había producido, ella se dejó deslizar de la camilla, hasta quedarse de rodillas frente a él, sin soltar por un solo instante su pene, lo miró, cosa que todavía no había hecho, comenzó a frotárselo entre sus pechos, desde esa posición y con la cabeza sujeta por las manos de él le dedicó una sonrisa y comenzó a recorrerlo con su lengua, con una mano lo sostenía y con la otra le acariciaba los testículos, mientras que su lengua lo recorría desde su nacimiento hasta el glande, lo hacía resbalar sobre sus labios, hasta que sin mediar palabra, solo impulsada por el deseo se lo metió en la boca, hasta donde pudo y comenzó a chuparlo de una manera perfecta, como solo ella sabe hacerlo, llevando la cabeza de atrás hacia delante en una especie de danza sexual altamente placentera mientras no apartaba sus ojos de los de él. Ella sabe que cuando lo chupa lo hace muy bien, y que es muy difícil no sucumbir frente sus atributos y sus virtudes. Solo dejó de hacerlo por un instante para preguntarle si le gustaba y si lo hacía bien. Aunque seguramente ya conocía la respuesta.
Nuevamente se entregó a continuar con la felación, sin dejar de recorrer un centímetro de ese pene caliente y palpitante, lo besaba, lo lamía, lo succionaba, incluso llegó a meterse sus testículos dentro de la boca para recorrerlos con su lengua como si fueran unos caramelos. Se lo estuvo besando y succionando por un buen rato, pero no dejó que él acabara, eso se lo tenía reservado para otra oportunidad. Porque sin haberlo mencionado, ambos sabían que se había cruzado la última barrera, la pregunta no era si habría otra oportunidad, sino cuándo sería esa oportunidad.
Ella dejó de besarlo, se paró, sin soltar su pene, lo besó en la boca, él se dedicó a acariciarle un poco más las tetas y ambos lentamente, sin decir palabra fueron acomodando sus ropas, mirándose mutuamente y dejando que la calma invada sus cuerpos y sus sentidos. Volvieron a fumar un cigarrillo cada uno, apenas hablaron, no era necesario, sus miradas, sus cuerpos, su respiración lo había hecho por ellos. Ella se marchó a su casa. Ese fin de semana la noté un poco rara, no sabría como decirlo, claro que después pude saber los motivos e interpretar su situación.
El fin de semana siguiente, yo tuve que realizar un viaje por tres días, y casualmente él la llamó a su casa para decirle que quería verla. No hizo falta aclarar el motivo, ya ambos lo sabían. Acordaron verse esa misma tarde. Si bien la casa de ella queda muy cerca de la casa de él, por cuestiones de seguridad (él es casado) quedaron en encontrarse en otra parte de la ciudad. Ella estaba muy nerviosa y ansiosa, quizás no tan excitada como aquel viernes, pensó varias veces en desistir de ir, pero nunca tomó esa determinación, llamó a su madre para encargarle que cuidara a sus hijos diciéndole que iba con una amiga al cine. Ya estando sola en casa se duchó, y estuve un buen rato decidiendo como vestirse, quería verse deseable, pero no una cualquiera, ya que tendría que esperarlo en un parque. Finalmente optó por ponerse unos jeans, con una camiseta negra de lycra muy ajustada que le marcaba muy bien los pechos, y un sweater, solo para cubrirse un poco, ya que no era del todo necesario. Bajo estas ropas tenía puesto un conjunto de ropa interior negro, con encajes, que sencillamente le quedaba perfecto, contrastando el negro contra su piel blanca. Viendo que los minutos se hacían horas y las horas días, marchó al lugar del encuentro. Estuvo esperándolo fumando un cigarrillo tras otro, ansiosa, pero con ganas de marcharse. Él llegó una hora más tarde de lo acordado, no sé si porque realmente se atrasó, o quiso averiguar hasta donde podía dominarla. Ella subió a su coche, lo saludó con un beso y le pregunto hacia donde se dirigían. Él le contestó que a un hotel, y preguntó si era lo que quería, ella respondió que sí, aunque no estaba muy segura, ya no le gustaba sentirse tan dominada y tampoco saberse tan fácil.
Ya en camino él volvió a elogiar su belleza y aprovechaba para acariciarla un poco. Asimismo le decía que no se iba a arrepentir, que le iba a enseñar muchas de cosas, que iba a sentir como nunca. Llegaron al hotel y solicitaron una pieza, ya en el ascensor, él comenzó a besarla y a acariciarla. En ese momento ella se sintió que estaba siendo usada, pero no se iba a permitir dar el paso atrás, le iba a demostrar que ella sabía comportarse en una cama. No estaba excitada como aquel día de la consulta, aunque era lo que deseaba, simplemente quería demostrarle que ella sabía cojer muy bien, y en esa obstinación ella encontraba su excitación. Ya no la excitaba él, sino la situación de ser infiel y la de entregar su cuerpo a un casi desconocido, quería experimentar, y no iba a perder la oportunidad.
Dentro de la habitación comenzaron a besarse, ella lo hacía de forma racional, pero no por eso menos excitante o sensual, sus labios y su lengua son fantásticos a la hora de brindar placer, trataba de que su mente dominara su cuerpo, y que esta a su vez sea una instrumento de dar placer, o mejor dicho de excitar al otro. No lo hacía porque sentía, sino que lo hacía porque pensaba que así debía ser. Él comenzó a desnudarla, lentamente, acariciando cada parte de su cuerpo, no se puede decir que ella no disfrutara, pero no fue como la primera vez, pero él sabía muy bien donde tocar y cuando hacerlo. Mientras tanto, ella seguía acariciándolo y besándolo, notaba como su pene reaccionaba a cada uno de sus movimientos, y tener ese poder a ella si la excitaba. Dejó que la desnudara completamente y que contemplara su hermoso cuerpo para comenzar a hacerlo ella con él. Primero le quitó su camiseta, besaba su cuello, sus hombros, los lamía, besó su pecho, mientras que seguía acariciándolo por encima de su pantalón. Apretó su cuerpo contra el de él y le hizo sentir sus tetas, sus deliciosos pezones, comenzó a agacharse lentamente, rozando maliciosamente con sus tetas su bulto. Le hizo pedir que le bajara el pantalón, cosa que hizo lentamente, una vez despojado del pantalón, besaba sus muslos, acariciaba su cola, pero no le quitaba el slip, le dio uno, dos y hasta tres lengüetazos por sobre el slip, hasta que finalmente decidió bajarlo, cuando lo hizo, buscó con su boca el pene que ya estaba totalmente duro y comenzó a besarlo, lentamente al principio, aumentando la velocidad. No quería excitarse, pero lo estaba haciendo, con una mano se acariciaba el pezón, hasta dejarlo muy caliente y muy duro.
Ernesto la hizo levantar y la llevó hasta la cama, comenzó a besar sus pechos, que ya estaban excitados por las caricias de Cristina misma, con un dedo acariciaba su vagina, poniendo especial atención en su clítoris. Ella ya se empezaba a humedecer. Mientras él hacía esto, ella acariciaba su espalda, sus brazos, sus hombros, le buscaba el pene y lo masturbaba un poco. Cuando ella le acarició el pelo, ahí se dio cuenta que no era simplemente cojer, que quería más, mucho más, nuevamente estaba entregada. Él comenzó a besarle la vagina, por pedido de ella, le encanta que le pasen bien la lengua, mientras que con un dedo empapado en sus flujos comenzaba a acariciarle y penetrarle un poco el ano, ese agujerito tan poco usado para el sexo por ella, pero que en ese momento le daba un placer enorme. Ella no aguantó más y pidió que la penetrara, él se lo hizo lentamente, primero se acostó entre sus piernas y le fue hundiendo el pene completamente, ella estaba empapada, sus jugos habían mojado la ropa de cama, gemía, gritaba, jadeaba, pedía más y más, y que no parara. Sentía como la estaban perforando lentamente, como le estaba llenando su ardiente y húmeda vagina con ese pene que tanto había deseado.
Luego lo hicieron de parado, con ella apoyada contra la pared. A continuación él decidió que ella lo cabalgue, así lo hizo, mientras lo miraba a los ojos y abría la boca dejando escapar su lengua, a la vez que agarraba sus pechos y se los acariciaba y besaba ella misma. Se pellizcaba y retorcía sus pezones. El mientras tanto le acariciaba el culo, y de tanto en tanto jugaba con un dedo por su ano. Ella le pidió que se la metiera de perrito, pero antes de eso se la estuvo chupando un buen rato, la recorría toda con su lengua, la llenaba de saliva, la pasaba por su cara, le encantaba chuparla y sentir el gusto de él mezclado con sus flujos.
El aguante de él era fantástico. El se la puso como ella le había pedido, a ella le gustaba ver en el espejo como se movían sus pechos como consecuencia de las embestidas que recibía en la vagina. Esa pija le hacía ver las estrellas, y ella así lo sabía y se lo hacía saber. Él quería acabar, pero primero quería que acabara ella, y para eso la taladraba sin compasión, a la vez que le metía un dedo en el ano, y que la agarraba del pelo para que eche su cabeza hacia arriba y hacia atrás, ella con su brazo metido entre sus piernas, había alcanzado sus bolas y no dejaba de acariciarlas. Cristina estaba alcanzando su orgasmo, ese que no estaba muy convencida de haber ido a buscar, pero que lo estaba encontrando. Comenzó a jadear y a gritar, sus ojos estaban en blanco, su boca totalmente abierta al igual que otras partes de su cuerpo, y le gustaba estar así, le gustaba sentirse así. Ernesto tampoco podía aguantar mucho más, la hizo dar vuelta y se la metió en la boca, ella chupaba extasiada, hasta que él retiró su pene de su boca, la hizo acostar y comenzó a acabar sobre sus tetas, sobre su vientre, ella se desparramaba el semen caliente por todo su cuerpo, especialmente por sus pezones duros de tanto placer, y a la vez, aunque a ella no le gustaba tragarlo, no resistió la tentación de llevar sus dedos llenos de semen a la boca y probarlos, le encantó y decidió chuparle el pene hasta dejárselo bien limpio y reluciente, cosa que hizo. Se prometió que de existir una próxima vez, le haría acabar en su boca y tragarlo todo.
Finalmente cayeron rendidos en la cama, otra vez se estaban acariciando, pero esta vez no buscaban comenzar otra cosa, simplemente relajarse, bebieron algo, fumaron otro cigarrillo y fueron a ducharse para limpiar todo rastro de la infidelidad que ambos habían cometido. Apenas hablaron de lo sucedido, aunque él buscaba que ella le dijera que nunca la habían cojido así. Si bien ella había gozado en buena forma, y contrariamente a sus deseos iniciales, había sentido mucho, pero no estaba muy segura de querer repetir esa situación, aunque tiempo después si la repitió y con mayor frecuencia. Él la dejó en una esquina no muy cerca de su casa, ella tomó un taxi y llegó a su departamento justo en el momento en que yo la estaba llamando por teléfono para contarle que la estaba extrañando.
Espero que les haya gustado mi relato, a quienes les interese sobre los siguientes encuentros, solo puedo decirles que fueron varios, solo que para ese entonces Cristina ya había dejado de ser mi novia, pero es alguien a quien quiero muchísimo, que todavía me sigue calentando y que en alguna oportunidad nos hemos vuelto a dar unas buenas raciones de sexo.