Mi novia quiere un masaje en los pies...

Si lo hago bien tendré mi recompensa.

Somos una pareja joven del sur de Europa con una gran complicidad, sinceridad y confianza, que descubrió que, aunque nuestra vida sexual es muy satisfactoria, follar con otras personas complementa nuestra dieta sexual, como las vitaminas.

Él (descrito por ella): Es un chico de 175 cm y 25 años, es delgado de ojos morenos y unos hoyuelos que me hacen derretir. Una mirada sincera y un culo firme de ciclista que nunca puedo evitar tocarlo.

Ella (descrita por él): Es una chica de piel morena, con unos ojazos castaños y una mirada siempre risueña. Mide 165 cm y tiene 23 años, su pecho es bastante grande, y su cuerpo con forma de guitarra (cintura estrecha y cadera pronunciada, curvas de infarto). Tiene unas piernas fuertes, y unos pies preciosos, siempre bien cuidados.

Yo soy un amante de los pies femeninos, me encanta cuando llega el verano y las chicas ofrecen un desfile de cuidados pies enchancletados que yo miro disimuladamente. Mi chica, por mi afición, siempre los tiene muy bien cuidados y con las uñas pintadas de negro. A ella no es que le excite sexualmente que yo adore sus pies, pero siempre los procura tener impecable ya que le encanta tenerme literal y figuradamente a sus pies.

Anoche me ofreció una gran sesión que aquí voy a relatar.

Yo estaba sentado en el sofá tranquilamente, cuando salió de la ducha con un trajecito rojo de vuelo alto y unas sandalias tipo romanas, que dejaban ver perfectamente unos preciosos dedos esmaltados en negro. Solo esa imagen me hizo volar la imaginación, recordar a mi memoria y subir a mi "moral". La vi llegar muy insinuadoramente y se sentó a mi lado, se recostó en el sofá y me puso los pies encima de mi regazo a la vez que pronunciaba una de sus frases favoritas: "Estoy muy cansada, ¿por qué no me das un masajito en los pies?".

Es un ejemplo claro de cooperación muta entre pareja, satisfacción compartida y simbiosis natural. Ella obtenía un relajante y reparador masaje, y yo disfrutaba de la excitante y liberadora sesión.

Empecé a masajear sus muslos, ella se tendió completamente y se dedicó a ver la tele, disfrutar del masaje y descansar, que había estado todo el día trabajando y se lo merecía. Yo, por mi parte, gozaba sentirla bajo mis manos, palpándola, tocándola, acariciándola y mirando unos pies totalmente apetitosos. Poco a poco, me fui aproximando a sus pies y acaricé su tobillo y su empeine, envidiando cómo las tiras de cuero se enroscaban por sus piernas hasta sujetar la suela con su planta. Quité cuidadosamente, o mejor dicho, como pude, esa enredadera de cuero, liberando y desnudando unos pies que pedían a gritos mi actuación.

Empecé con el pie derecho y luego el izquierdo a los que le dediqué el mismo proceso, evidentemente solo comentaré el primero. Giré en círculos su tobillo, para descargarlo del peso soportado durante el día y seguidamente me centré en presionar el talón lateralmente, en paralelo sobre el plano donde se pisa. Mi novia, ante esto no pudo evitar un suspiro de placer anhelado. Seguí subiendo progresivamente hacia sus pequeños dedos, paseando los míos repetidamente por el puente-talón, presionando y masajeándo, mientras me deleitaba con la cara de gusto que ponía mi novia. Al cabo de varios minutos subí un poco más, y en la parte de la planta donde nacen los dedos y que soporta mucho del peso del cuerpo, presioné con mi pulgar, moviendo de forma ondular los dedos entre si. Mi novia me miró a los ojos y exclamó: "Después del sexo, esto es lo más orgásmico que puede sentir una mujer". Ambos nos echamos a reír por la forma tan convencida y convincente de cómo lo dijo. Llegué a sus dedos, los separaba entre ellos introduciendo los de mis manos por sus juntas. Más tarde, los moví en círculos uno a uno, masajeándolos y pulsando con mi pulgar su uña a la vez que la desplazaba muy suavemente. Ambos disfrutamos mucho del masaje, pero aún quedaba mucho más.

Recogí del suelo un cojín y lo interpuse entre sus adoradas piernas y las mías, elevando de esa manera sus pies, y acercándolos bastante a mi boca. Reuní sus pies y los puse juntos casi palma con palma. Tenía una multitud de dedos apuntandome directamente, no pude hacer otra cosa que inclinarme y empezarlos a besar. Los besé por los costados, por abajo, por el inicio con su pie y hasta el fin de sus uñas. Eran preciosos, deliciosos, pequeños y suaves, con la uña perfectamente delimitada por el color negro mate del esmalte, y con la forma característica de los genes de mi novia. Seria capaz de reconocer los pies de mi novia de entre miles de otras mujeres, ya que estos los he saboreado, mirado y tocado durante cuatro años, y me siguen fascinando.

Cogí uno de sus pies, lo levanté acercándolos más a mi y lamí su planta con parsimonia y dedicación, como un gato cuando se lava. Mi novia de vez en cuando se estremecía y lo separaba de mi por las cosquillas. Seguí lamiendo por debajo de sus dedos y mi novia, para seguirme el juego, y para que parara de hacerle cosquillas, introdujo el dedo gordo de su pié en mi boca. Me lo pasó por mis labios muy suavemente y echó un pulso con mi lengua, la cual, al poco, se dejó ganar para que pudiera entrar dentro. Me lo introducía y sacaba de la boca, de una manera evidentemente sexual, e intercambiaba sus dedos, para que pudiera disfrutarlos todos. Me miraba picarona, sabiendo que yo estaba disfrutando muchísimo y que estaba muy muy muy muy excitado. Cuando estaba casi extasiado con ellos, me lo quitó de la boca y me dijo casi ordenándomelo: "anda, sácate la polla, que te lo has ganado por el masaje..."

Antes de que acabara la frase, ya me había despojado del cojín, de mi pantalón y de mis calzoncillos, y movía la cola como la de un perro cuando su dueño se aproxima a él con la comida, completamente ansioso. Ella estaba semi tumbada, con la espalda sobre el sofá y las piernas hacia arriba (como cuando cambian los pañales a un bebé). Bajó sus pies y me cogió la polla con ellos sin ningún esfuerzo. Es mi chica ideal, porque mi gusto por sus pies es directamente proporcional con su habilidad con ellos. Sin esperar un segundo comenzó a mover sus pies, pajeándolos y dándome muchísimo placer. Yo tenía la polla completamente hinchada y dura, con lo que le facilitaba la labor. Al cabo de un rato meneándomela con sus pies, me cogió la polla con uno, haciendo pinza entre su pulgar y los demás dedos. Lo deslizó hacia abajo, desplazándome la piel y descubriendo la rosada punta. La planta del pie libre la puso encima de mi polla y comenzó a deslizarla, rozando toda su extensión. Yo tuve que ayudarla un par de veces con mi mano, pues a veces se le escapaba mi polla (imaginen la dificultad de la postura). Mi polla, por su parte, se bastaba ella sola, y su calentura para lubricar perfectamente toda la planta del pie, por lo que la sensación era realmente placentera. Al cabo de otro rato, noté a mi novia ya un poco cansada (demasiado tiempo aguantó), la miré, y asombrado, me di cuenta de algo. Con esa postura el vestido se la había subido por encima de la cintura y con la mente centrada en sus pies no me había dado cuenta que no llevaba ropa interior, por debajo del vestido no llevaba absolutamente nada y pude ver perfectamente su coño. Mi mano no pudo hacer otra cosa que dirigirse hacia él, necesitaba cogerlo, tocarlo y notar si mi novia estaba excitada, al menos, una milésima parte de lo que yo estaba. Sin embargo, ella me lo impidió, me dijo: "esta fiesta es solo tuya".

Acto seguido se giró y se puso de rodillas sobre el sofá, inclinandose hacia mi e introduciendo de una vez mi polla en su boca. Desde el primer momento empezó a chuparmela muy rápidamente, cogió con una mano mi polla, con la otra mis huevos y en ese momento me di cuenta que no tenía escapatoria. Si ella tiene muchísima habilidad en los pies, absolutamente nadie le podrá ganar nunca succionando, así que me rendí a sus cualidades. Con los pies pude aguantar, pero con su boca era imposible, así que me relajé y al segundo me corrí, con un orgasmo que creo que aún me dura. Ella intentó guardar el semen que me salía en su boca, pero fue demasiado y los dos acabamos manchados de semen. Sucios, pero plenamente satisfechos.

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