Mi novia lo hace con sus tíos
La vida oculta de su novia se le revela poco a poco a un jovencito enamorado.
Mi novia lo hace con sus tíos
Leí Regalo de cumpleaños y no pude evitar acordarme de un episodio especialmente difícil de mi vida que involucró a mi novia, su hermano, sus padres y finalmente a sus tíos. Mi intención no es literaria; en nada pretendo escribir tan bien como tú, sino más bien quiero que me digas qué piensas de mi historia.
Me gustaría contártela toda, pero es tan larga que mejor voy a resumírtela:
Después de un año de noviazgo, cada vez que visitaba a Cecilia en su casa sentía algo raro. Una vez llegué a su departamento y la puerta estaba entreabierta; así la dejaban a veces para que se refrescara un poco la sala. Esa vez, al subir las escaleras que dan a su departamento vi algo que m dejó inquieto: alcanzaba a ver, desde tres o cuatro peldaños abajo, los pies y las piernas de Cecilia; uno de sus pies iba y venía a otro sillón. Cuando toqué, alcancé a ver que Cecilia recogía los pies hacia sí y que alguien en el otro sillón se movía. Entré y Cecilia desde su sillón me dijo "hola", muy sonriente; se levantó a darme un beso y vi a su hermano en el otro sillón. Me dijo: "qué tal, cuñado". Pasó.
Otro día que me quedé a dormir, en la mañana estábamos en la casa Cecilia --en su cuarto--, su papá --en el suyo-- y yo en la sala; ahí me había quedado a dormir. La mamá de Cecilia y su hermano se iban temprano a trabajar y estudiar, respectivamente. Desperté por el ruido del desagüe. Oí que en el baño tosía el papá de Cecilia, y me dormí otra vez. Al rato desperté con un beso de Cecilia, quien sonreía, envuelta en una bata de baño y con una toalla en la cabeza. "Métete a bañar: ya está listo el baño, flojo", me dijo, me dio unas toallas y se fue a su cuarto.
Me levanté y cuando caminaba al baño, me encontré al papá de Cecilia, afuera del cuarto de ella, agachado con algunos clavos en la mano y otros en el piso. "Se me regaron los clavos, no te vayas a lastimar". Le dije buenos días y me metí al baño. Iba a ponerle el seguro cuando entró Cecilia, sin tocar, con un jabón en la mano y la bata abierta por completo.
Me sonrió, me dio un beso y salió sin cerrarse la bata.
Mientras me bañaba, me quedé pensando en la cara del papá cuando lo encontré agachado; recordé que la puerta del cuarto de Cecilia estaba medio abierta. Me apresuré, pues algo escuché que me alertó. Salí, sin hacer ruido, y vi al papá de Cecilia, con una cara tan extraña, mirando al cuarto de su hija por la puerta medio abierta.
Cerré el baño con cierta fuerza para que él me notara. Se volvió a mí y se quedó ahí parado, mirando al suelo. "Allá quedó otro", dijo y recogió otro clavo y se fue. No comenté nada con Cecilia.
Dos o tres días después, ya medio clavado con una idea extraña, llegué más temprano a su casa, más de lo que le había dicho. Toqué la puerta, entreabierta, y salió su hermano a recibirme y a despedirse, pues ya se iba a la escuela. La mamá todavía no se iba; me saludó, en bata. Me dijo que me sentara mientras despertaba a Cecilia, quien era de sueño pesado.
Al rato regresó la señora, con un vestido medio abierto de un costado: "Ayúdame a subir el cierre, que traigo recién pintadas las uñas", me pidió. Ella era así de confianzuda y desparpajada siempre, pero con la inqiuetud que yo traía en la cabeza me sorprendí mirándole muy fijamente una axila que tenía unos cuantos pelitos. Le subí el cierre tan pronto como pude, y me dijo que Cecilia había pedido que la esperara quince minutos.
MIentras esperaba y la mámá terminaba de arreglarse, algo en la alfombra me llamó mucho la atención. Era una tirita de plástico plateado, como papel aluminio. Lo recogí discretamente y confirmé que era la tirita de la encoltura de un condón. Mientras la mamá iba y venía de la cocina a la sala, en una de las habitaciones se escuchó claramente un rechinido constante que se aceleró de súbito, y luego más claramente se escuhó la voz de Cecilia, como suspirando muy entrecortadamente: "Aaah...". Como por instinto, la mamá y yo miramos desde donde estábamos hacia las habitaciones. luego nos miramos, y abrió la puerta del departamento. "Yo me tengo que ir, pero ahí hay cornfleiks y leche", dijo y cerró la puerta. Mi primer impulso fue correr a tocar a la puerta del cuarto de Cecilia, pero en eso la oí. Hablaba con su papá, quien le contestaba en voz baja. No pude contenerme y cuando iba allá, ella salió del cuarto de su papá, en camisón, echándose una bata encima. No pude dejar de notar sus lindos pezones endurecidos bajo la tela transparente de su camisón, pero algo en su mirada y en su sonrisa me hizo olvidar todo, hasta la noche cuando al despedirme sentí la tirita del condón en una bolsa del pantalón.
Ya iba en el autobús cuando me asaltó un deseo irrefrenable de terminar de aclarar mi mente. Me bajé: regresé al edificio. Subía despacio, sin hacer ruido cuando escuché la televsión de su casa encendida en un volumen alto para la hora que era (casi mediaonoche). No he hablado de algo importante, algo que me llevó a hacer descubrimientos terribles. La puerta de su apartamento no cerraba bien; se quedaba una parte de la puerta medio abierta, apenas una rayita de luz salía del departamento, pero viendo a través de esa rayita se veía parte de la sala, los dos sillones y la tele.
Después de unos minutos, en la sala se escuchó un rechinido de sillón; muy quedito, pero se móvía y hacía como un reloj. Pegué cuanto pude la oreja a la puerta y escuché los inconfundibles gemidos de Cecilia y algunas palabras. El pene se me puso durísimo y tuve que sacármelo cuando se ecsuchó el himno nacional, muy fuerte, luego una puerta de las habitaciones y vi pasar al hermano de Cecilia, desnudo y con alguien de la mano.
Recordé los ojos, la sonrisa de Cecilia en la mañana, y supuse que la novia de su hermano se había quedado, pero en esos micro segundos, a través de la rayita de la puerta, la vi: mi hermosa Cecilia, en camisón, de la mano de su hermano. Luego se oyó la puerta del baño y en la ventana, que daba a las escaleras se prendió la luz. Escuché a la mamá: "Cecilia, ¿estás adentro?". Una sombra se pegó a la ventana y pude ver que era su hermano, desnudo. Cecilia contestó: "Sí, mami. Me voy a dar un baño; me duele la espalda". "¿Por qué está tan fuerte la tele?", preguntó la señora y luego la apagó. Vi la sombra de Cecilia, cerca de la ventana, y luego se eschuchó el agua de la regadera: "Julio (su hermano) debió dejarla así; se fue a ver a Laura (la novia)". "Bueno. No te tardes".
Todavía vi tras la ventana las dos siluetas abrazadas, moviéndose sin recato, con sus gemidos cubiertos por el chapoteo del agua.
Quizás no sea necesario decir que esto me dejó muy impresionado, pero con el tiempo, sin hablar nunca nada con ella, llegué a hacerme asiduo vistante de las escaleras a medianoche.
Las cosas que vi durante los siguientes seis meses que duró la relación me cambiaron por completo el panorama del amor, la amistad, la verdad, la familia y el sexo.
Espero escribir cada episodio de esa vida de locos que nos ha llevado --a ella y a mí, cada quien por su lado-- a tocar los límites de lo prohibido.