Mi nombre es Sanndy
Mi nombre es Sanndy, ahora tengo 36 años, soy Mexicana, pero vivo en Puerto Rico, soltera, 1,62 de estatura, delgada, Cabello castaño, pechos firmes y unos preciosos ojos Café que ejercen un irresistible magnetismo en los hombres.
Mi nombre es Sanndy, ahora tengo 36 años, soy Mexicana, pero vivo en Puerto Rico, soltera, 1,62 de estatura, delgada, Cabello castaño, pechos firmes y unos preciosos ojos Café que ejercen un irresistible magnetismo en los hombres.
Parece que estaba predestinada a ser una mujer de fogosa y muy sexual, pues nací bajo el signo de Leo y fui concebida en una noche de pasión desenfrenada, durante la que, según supe mucho después, mis padres se entregaron a las más desenfrenadas prácticas amorosas.
Es la primera vez que cuento mis experiencias sexuales, ya que siempre lo he considerado algo íntimo, pero la verdad es que ahora me apetece y excita hacerlo.
Desde pequeña me he considerado muy liberal y he ejercido el sexo con total naturalidad, siendo para mí la fuente primera de placer y de experimentación de nuevas sensaciones excitantes y liberadoras. Nunca he temido los tabúes sociales, sino que los he considerado una prueba personal para superar los prejuicios que la sociedad ha marcado, entregándome a ellos con una mezcla de curiosidad y necesidad de experimentar, y llegando con ellos al clímax de la sensualidad.
Mi despertar al sexo fue un tanto precoz, pues mi curiosidad natural me llevaba a experimentar nuevas experiencias ya en tiempos de la escuela. A los 12 años me encontraba muy desarrollada para mi edad, por lo que no me costaba salir con algunos chicos un par de años mayores que se mostraban encantados de mis ganas de aprenderlo todo. Invitaba a mis amigos a 'estudiar' a mi habitación, y me dejaba tocar por encima de la ropa, sintiendo una agradable sensación de íntima humedad cuando sus manos me tocaban torpemente los pechitos o se adentraban en mi entrepierna, provocándome intensos sofocos y acaloramientos.
Me encantó descubrir sus pequeños penes, toquetearlos y disfrutar de su erección entre mis manos. Aprovechándose de mi ingenuidad e inexperiencia me sometían a todo tipo de prácticas para su propio placer, y aún recuerdo cuando un chico mayor me enseñó a chupársela.
La verdad es que la primera vez lo encontré un poco raro, pero él me comentó que todas las chicas mayores lo hacían, y no quise ser menos. Hasta haberlo probado unas cuantas veces conseguí que se viniera en mi boca, notando esa sensación caliente y salada que jamás olvidaría. En aquella ocasión, ante la sorpresa de ver brotar inesperadamente aquel líquido viscoso en mi cara, me aparté de repente y dejamos el suelo batido, Desde aquel día, mi amigo no dejaba pasar una 'sesión de estudio' sin obligarme a tragar su semen, hasta la última gota para no ensuciar el suelo de la habitación. Y es que cuando aprendí a notar que se acercaba su orgasmo, tragaba profundamente su miembro haciendo que se corriera en el interior de mi boca sin dejar escapar nada.
Los chicos contaban orgullos como se lo hacían a Marianela, y pronto corrió la voz de lo divertido que era 'estudiar' conmigo. Encontraba de lo más natural jugar con ellos en mi habitación, y pronto aprendí que cada uno era diferente, y me hacía sentir nuevas experiencias.
A algunos les encantaba tocarme por debajo de las pantis y notar la humedad de mi cosita, otros preferían manosearme los pechitos y pellizcarme los pezones rosaditos y erectos, mientras que la mayoría deseaban sólo que mi boca absorbiese su febril orgasmo mientras explotaban de placer con mi cabeza entre sus piernas.
Mis amigas me acusaban de fácil, de cuero y de dejármelo hacer todo, pero en el fondo creo que sólo sentían envidia porque ellos me preferían a mí. Mientras ellos se corrían a su antojo, yo no pasaba de tremendas calenturas que me tenían en un permanente deseo y excitación, que sólo calmaba cuando estaba con ellos a solas, pero me volvía inmediatamente después.
Fue en el siguiente curso cuando aprendí a tocarme hasta alcanzar el orgasmo. La primera vez que lo conseguí sentí como desde mi más íntimo ser se iba formando una marea que crecía y se intensificaba, intentando salir por cada uno de mis poros, hasta que explotó en mi interior y sólo noté un total desfallecimiento de placer. Me quedé sobre la cama, desnuda de cintura para abajo, con las piernas separadas, mi cosita mojada y mi vulva latiendo y temblando como un pececito indefenso.
Desde aquel momento, me masturbaba varias veces al día, y cuando más placer experimentaba era cuando me lo hacía mientras chupaba una buena polla. No tardé en aprender a venirme coincidiendo con el orgasmo de mi compañero ocasional, quedándome entonces totalmente ida, notando la boca llena de líquido espeso y caliente, y sintiendo mi vulva palpitar salvajemente bajo mis dedos mojados.
Por entonces era todavía técnicamente virgen. Nadie me había desflorado porque sentía un miedo atroz a ser penetrada, invadido mi ser por un miembro duro y erecto, que pensaba que nunca cabría en mi pequeña cosita. No había pasado de tocamientos y algún lengüetazo inexperto, que me excitaban pero no llegaban a encenderme como mis propias caricias.
Algún chico había insistido en enseñarme a hacerlo, pero al final se había tenido que conformar con mi boquita. A veces me miraba desnuda en el espejo de la habitación de mis padres, y notaba como mi culito se iba redondeando y aparecía respingón y descarado, a la vez que mis pechos, sin ser grandes, tomaban una forma provocadora y puntiaguda, terminada por dos rosados pezoncitos que se hinchaban sólo de tocarme. En cambio, mi pubis seguía sin mostrar pelos y los labios de mi vulva se mostraban apretados como queriendo cerrar la abertura de mi entrepierna. Yo quería parecerme a las chicas de las revistas que alguna vez había hojeado con mis amigas, pero parecía que debía esperar eternamente para parecerme a ellas...
A veces preguntaba a mis amigas del colegio si las habían desvirginado para saber qué habían sentido, si les había dolido, y todas esas cosas que tanto me asustaban. Pero ellas andaban en este aspecto muy retrasadas y eran pocas las que ni siquiera habían tenido un pene entre sus manos. Ante tanto temor me prometí a mi misma esperar a cumplir los 14 para completar mi experiencia.
Así es que al día siguiente de mi cumpleaños quedé para 'estudiar' con un chico de 16 que iba a mi clase tras haber repetido dos cursos.
Había salido con él antes, y me llamó la atención su habilidad para acariciarme tiernamente, besarme con dulzura y tratarme como a una señorita, en comparación con los torpes manoseos de mis compañeros más jóvenes, que me estrujaban literalmente los pechitos y me pellizcaban los pezones, hasta causarme dolor, y sólo se interesaban en que me tragara sus penes hasta que su pene en la boquita. Así que aproveché una tarde en que mi madre no estaba en casa para invitarle a estudiar y a algo más. Ya había estado antes en mi habitación y conocía perfectamente el sabor de su semen y el tacto duro de su pene, por lo que no se sorprendió de la invitación. Al llegar pusimos los libros abiertos sobre la mesa por si llegaba alguien, de repente y teníamos que disimular, pero nos lanzamos sobre mi cama para empezar a besarnos, tocarnos y acariciarnos por encima de la ropa.
Sus movimientos eran lentos y sus caricias dulces, recorriendo por encima de mi leve vestido todo mi cuerpo con delicadeza, de las nalgas a los pechos, pasando por mi vientre plano. Yo me moría de placer y deseaba que sus manos que se aventuraran bajo la ropa, que sus dedos me libraran de las pantis, se empaparan con mi humedad y calmaran por fin los ardores de mi inexperta vulvita. Pero en lugar de eso, como hacíamos habitualmente, me apartó con sus fuertes brazos, me hizo arrodillar en el suelo frente a la cama, se bajó la bragueta, extrajo su miembro aún flácido, y lo condujo hasta mi boca. Lo tomé entre mis dedos, lo besé con deseo y empecé a darle tiernos lengüetazos notando como crecía entre mis manos y se iba poniendo duro mientras su cara se contorsionaba de gusto. Hasta entonces creo que esto era lo que más me gustaba de mis juegos, él sentirme capaz de dar placer, de satisfacer el deseo de mis amantes hasta rendirles completamente en el orgasmo, haciéndome poseedora de su masculinidad. Seguí con mis masajes, metiendo la gruesa punta del pene en mi boquita, cerrando mis labios alrededor, con un mete-saca caliente y húmedo cada vez más rápido y profundo.
Quería tragármela completamente para sentirla mía, pero era demasiado gruesa y larga para mi boquita y me atraganté un par de veces. De repente, me la saqué de la boca y noté en su cara una expresión de extrañeza, preguntándome por qué paraba. Fue entonces cuando por fin me atreví a decirle que esta vez quería que me penetrase de verdad. Su cara se sorprendió, pues nunca antes lo habíamos intentado, y me preguntó si estaba segura de querer hacerlo. La verdad es que pese a la excitación mi cuerpo temblaba de miedo, y sólo mi curiosidad superaba mi temor. Por lo tanto, de mi boca salió una afirmación entrecortada y le rogué que me lo hiciera.
Él ya tenía experiencia, por lo que se puso en pie, me tomó entre sus brazos, me tendió en la cama mirando hacia el techo, subiéndome el vestido y retirando delicadamente mis pantis mojadas, y me dejó con las piernas totalmente separadas y mi vulvita enteramente ofrecida y abierta. Se quitó los pantalones y el resto de la ropa y se acercó a mi cuerpo indefenso, recorriéndolo con su vista hasta centrar su atención en mi rosada entrepierna, húmeda por mis jugos.
Me levantó las piernas manteniéndolas separadas y se arrodilló frente a mí con su pene a escasos centímetros de la entrada. Me dijo que iba a dolerme un poco la primera vez, pero que luego sentiría un placer incomparable. Yo me sentía totalmente entregada, nerviosa pero excitadísima, y pensando que debía superar aquella prueba para completar mi formación sexual.
Así que tomó su saliva en sus dedos y humedeció la punta de su pene, y luego los llevó a mis labios para comprobar que estaban completamente mojados y ofrecidos a su virilidad. Puso su miembro a mi entrada y empezó a presionar lentamente, mientras yo pensaba que jamás entraría o que si lo hacía sería desgarrando mi interior. Siguió empujando lentamente, entrando milímetro a milímetro, aumentando a presión hasta que de repente sentí un fuerte dolor y noté como mi vulva albergaba casi toda su verga.
En ese momento se detuvo y yo le rogué que continuara, pues pensé que de lo contrario nunca superaría este paso. Él me hizo caso y empezó un lento movimiento de mete-saca. Yo notaba cada embestida en mi vagina virgen, estrecho y acogedor, sorprendiéndome que hubiera podido acoger por completo aquel miembro gigante. Sentía como mi entrada se iba dilatando hasta adaptarme a él, haciendo que el dolor desapareciera e inmensas oleadas de un placer desconocido me invadiesen.
Sentía una sensación parecida a la de masturbarme, pero a la vez me notaba invadida, tomada y poseedora de aquel pene inmenso. Todo me daba vueltas, cerraba mis ojos y me centraba en sentir y experimentar sin prestar atención a nada más en el mundo. Sentía aquel miembro en mi interior, entrando y saliendo, tomándome por completo y haciéndome suya. De repente, noté como un inmenso orgasmo se formaba en mi y, sin hacer nada por evitarlo, sin mostrar la más leve resistencia, lo dejé explotar en mi interior y brotar por cada uno de mis poros, temblando de arriba a abajo de forma tan evidente que él me notó con satisfacción, sacó el pene de mi vagina y se limitó a contemplarme.
Me comentó entonces que le habría gustado derramar su semen en mi interior, pero como que no le había avisado antes no tenía ningún preservativo, y temía que pudiera quedarme embarazada. La verdad es que yo ni había pensado en eso, pero le agradecí la atención y me encargué de que mi boca le ofreciera la misma recompensa. Con el paso de los años he pensado que unos meses más tarde ya habría estado preparada para ofrecerle mi culito en lugar de mi boquita.
Cuando terminamos le despedí y me tomé una refrescante ducha, pero al mirarme en el espejo noté que me había convertido definitivamente en una mujer y que en adelante podría sentir y gozar como tal. Me noté abierta al sexo, como si hubiera roto la cadena que me tenía cerrada en la infancia, y supe que había traspasado una puerta que me ofrecería muy gratas experiencias. Me sentí una autentica zorra desinhibida y deseosa de hombres que me gozaran.
Pero preferí darles a mis amigos y amigas sus mas intimas caricias, sin q me penetraran mis amigos; pero más a mis amigas que a ellos desde entonces, cuando hay una oportunidad; me gusta hacer triángulos sexuales con mis amigas y sus parejas.