Mi nombre es Nalani - capitulo 4
Un viaje en transporte público se convierte en un manoseo grupal de los pasajeros sobre mi cuerpo. Despues de mucho tiempo sin publicar, aquí está mi cuarto relato.
Mi nombre es Nalani, soy una chica de tez clara, con facciones aniñadas acordes a mis 18 años recién cumplidos. Mis ojos son café apiñonados, labios pequeños y una cabellera de color castaño muy claro, que en veces me dá la apariencia de ser rubia. Mi cuerpo es menudito, pequeño, con pechos, caderas y trasero que se rehúsan a crecer y a pesar de ya estar trabajando en una empresa de la ciudad, mi apariencia me tiene en una perpetua imagen de niña de secundaria. Aunado a eso padezco de miopía y uso unos lentes de fondo de botella que me hacen parecer nerd.
De mi forma de ser, pues soy muy amiguera, risueña y muy tranquila. De hecho me encanta muchísimo leer. Como dije, mi aspecto de niña nerd concuerda con mi forma de ser estudiosa y si no fuera porque tuve que dejar la escuela para aportar económicamente en la casa, mi situación sería muy diferente.
Hablando de mi ubicación, vivo en una ciudad fronteriza entre México y Estados Unidos, pegada al borde de la nación americana. Una colonia marginal afueras de la ciudad. Para ser sincera, donde vivo es horrible. Calles sin pavimentar, llenas de arena que se mete a las casas por cualquier rendija. No hay servicio de drenaje, así que hasta para bañarse hay que juntar agua y ponerla a calentar. Que por cierto nos bañamos afuera de la casa, en el patio, en un pequeño cubículo de bloque y cubierto solo por una cortina donde tengo que cuidarme de los molestos mirones vecinos que buscan espiarme cada vez que me doy una ducha. Sin contar las pandillas de vagos que acosan a toda chica que tiene la mala fortuna de toparse en su camino. Es una vida difícil, dura, y que tiene mucho que ver con las cosas que aquí les iré contando. Y al vivir pegada al muro fronterizo, hace más duro ver el contraste de mi vida y la de los vecinos del norte. Está de más decir que es una vida que ya me tiene harta y que sueño con dejar algún día.
Decidí volver a reactivar mi cuenta de Todo Relatos más que nada por las ganas de contar las cositas que me pasan en mi vida. Ahora les cuento una pequeña anécdota que me sucedió cierto día al salir de mi trabajo. Iba viajando en el transporte público, cansada y aguantando el calor que hacía en la ciudad. Me había quedado tarde a trabajar horas extras, por lo que mi camino a casa era ya de noche. Me daba miedo viajar a esas horas pero no tenía más opción. Poco a poco la vida iba volviendo a la normalidad y eso me tiene contenta. Cierto que aún teníamos que usar las mascarillas y el gel antibacterial, pero sentía que cada vez era menos peligro.
De hecho al chofer ya le importaba poco la orden de llevar la cantidad de pasajeros a la mitad de su capacidad. Todo lo contrario, veníamos como si fuéramos sardinas enlatadas de lo saturado que venía el camión. Era la hora en que muchos al igual que yo salíamos de nuestros trabajo para dirigirnos a nuestros hogares y apenas y cabía un alma. Me imagino que los choferes tratan de recuperar todo lo perdido en estos pasados meses de pandemia.
Cuando subí al transporte ya venía saturado de pasajeros, así que tuve que conformarme con hacer el viaje de pie a la espera de algún caballero que me cediera el asiento, el cual nunca apareció. Y no los culpaba, las jornadas laborales en la maquiladora eran agotadoras. Lo sabía por experiencia. Y subir al camión pues era como jugar al juego de la silla, el primero que llegaba era el que ganaba asiento.
Como les dije, me considero bonita y siempre llamó la atención de los chicos de la calle donde vivo. Desgraciadamente suelo también llamar la atención de los pasajeros del transporte público. Esa era otra de las cosas que me avisaba que ya volvíamos a “la normalidad”, los apretones y manoseos que sufrimos las chicas en el camión. Desde el que haciéndose el despistado nos repegaba su verga en nuestros culos, hasta el descarado que nos manoseaba sin vergüenza alguna arropado al escondite que le daba la multitud de pasajeros. Era el viacrucis que vivíamos todas las mujeres que no teníamos la suerte de tener automóvil o mínimo un novio con auto propio. Y pretendientes me sobraban, y muchos de ellos se ofrecían a ir por mi al trabajo. En ese momento estaba soltera, sin novio. Así que no tenía quien fuera por mi. Quizás ya era tiempo de que me consiguiera un novio que me sirviera de transporte para ir y venir del trabajo. No solo por los manoseos, si no por el calor insoportable de cada verano.
Como mi lugar de trabajo quedaba muy distante de donde yo vivía, acostumbraba a ir hasta el fondo del camión para no ir estorbando a los nuevos pasajeros que subían, o tener que moverme cada que alguien bajaba de la unidad. Ese día iba perdida en mis pensamientos, haciendo planes para el fin de semana para aprovechar que ya estábamos regresando a la vida normal.
Fue entonces cuando sentí el primer tocamiento. No fue mi imaginación, sentí claro una mano acariciando brevemente mis nalgas. Me quedé quieta, pensando si deberas lo sentí o fue mi imaginación. Pensé que volvería a sentir algo pero no pasó nada. Me puse a ver mi celular y olvidé lo sucedido. Habían pasado unos 5 o 6 minutos cuando otra vez sentí la caricia. Esta vez si voltee hacia atrás a ver si descubría al “atacante” pero nada. Todos parecían estar cada quien metidos en sus pensamientos o fingiendo hacer. Igual el tener todos, incluyendome yo misma, cubiertos nuestros rostros con la mascarilla hacía más difícil saber quién fué.
Traté de ignorar lo que había pasado pero de vez en cuando volteaba mi cabeza para atrás como dando a entender a mi manoseador que estaba lista para descubrirlo si lo volvía a hacer. Después de un rato me cansé de estar tan a la defensiva y opté por tratar de ignorar lo que pasó y volví a mirar mi cel. Apenas bajé la mirada a ver mi Facebook cuando otra vez me tocaron mi cola. Esta vez no hice ningún movimiento, me quedé quieta y parece que el acosador lo tomó como invitación y volvió a acariciar mi culito, pero esta vez más despacio y dando un leve apretoncito en la parte baja, ahí enmedio donde queda la separación entre el agujerito del culo y la parte trasera de mi panochita. Ese día llevaba puesto unos leggins así que la caricia se sintió casi como si hubiera sido directa a mi piel.
Ya había llegado demasiado lejos con sus manoseos y decidí enfrentarlo aunque no sabía quién era. Estaba por voltear y lanzar una amenaza contra todos, para detener esta situación cuando otra vez me manosean! Pero esta vez mi acosador lo hizo suave, lento, tomándose su tiempo para pasar su mano de nuevo de mi culito hasta mi panochita y apretando aún más fuerte como queriendo meter sus dedos en mi. Me quedé petrificada. No por miedo ni por el descaro con que me habían tocado. Me quedé inmovil porque muy a mi pesar, ese último tocamiento había logrado excitarme. Sentí como la rajita segregaba sus flujos. Las mujeres lectoras sabrán que cuando eso nos pasa se nubla nuestra mente y es difícil pensar con claridad. Había sentido tan rico ese tocamiento que ahora mi mente luchaba entre voltear y decir algo o esperar a ver si lo hacía de nuevo. Necesitaba que lo hiciera de nuevo.
De nuevo mi atacante lo tomó como invitación para hacerlo de nuevo y otra vez puso su mano en mi trasero, pero la dejó ahí, quieta. Yo también quedé quieta y esperando a ver que hacía. Y fui yo misma la que al ver que no movía su mano, abrí ligeramente mis piernas como invitándolo a tocarme.
¿Porque lo hice? La falta de sexo a causa de no tener pareja, el ego que nos da al sabernos deseadas, el morbo de estar en un lugar publico, las ganas locas de que me manosearan, sin importar que fuera un desconocido, el estar en mis dias proximos a mi menstruacion y era cuando mas alborotadas sentia mis hormonas. No se! Solo supe que el deseo nubló mis pensamientos y de nuevo abrí un poco más mis piernas e incluso levanté un poco mi culito invitando al acosador a tocarme, lo cual no se hizo esperar.
Sentí como su mano volvía a acariciarme, pero ahora con la confianza de saber que le estaba dando “permiso” sus manoseos eran más duros, más fuertes y apuntando directamente a mi ya para entonces empapada rajita. Sentía como su mano pasaba desde atrás hasta adelante apretando la abultada almohadita que formaban mis pelos púbicos y mis hinchados labios vaginales. Me sostuve con mis manos al respaldo del asiento más próximo a mí y cerré mis ojos, tratando de esa forma sentir mas placer y enfocarme en la sensación de su mano contra mi pubis. Estaba en el transporte público, donde quizás los demás pasajeros podían ver lo que sucedía e incluso grabarlo con sus celulares. Nada me importaba, solo quería sentir esa mano en mi cuerpo.
El atacante no perdió tiempo y continuó acariciando mi pucha quizás por unos 5 minutos más. El accidentado movimiento del camión sobre el asfalto lleno de baches solo hacía más bruscos sus manoseos, y más caliente me ponía yo. Sentí como su mano subía hasta la parte de arriba de mis leggins, buscando poder introducirla adentro. Estaba por detenerlo cuando siento como su otra mano se posaba en mi cintura para tratar de sostenerse. Esto ya estaba yendo demasiado lejos, debía detener esto. Mi mente me ordenaba detenerlo pero mi cuerpo pedía mas manoseo.
Mis pensamientos luchaban unos contra otros cuando de pronto siento ahora su mano en mi pecho, apretando mi pequeña pero dura teta. Sentí tan rico su apretón que lo dejé hacer, dejé que manoseara mi pecho. Tuvo que pasar como un minuto de manoseo para darme cuenta que eran 3 manos las que me tocaban. La de mi pecho, la otra en mi cintura y la tercera, que ya había logrado meterse dentro de mis leggins y mi calzón y ahora tocaba descaradamente la raya de mis nalgas queriendo llegar hasta mi vagina. Ni bien apenas abrí mis ojos me sorprendí cuando el primer acosador logró llegar hasta mi panochita y meter sus dedos en mi! Fue muy fácil, pues ya estaba yo super mojada y no pude evitar soltar un gemido fuerte. El pasajero que estaba en el asiento al cual yo iba recargada volteó a verme. También se sorprendió pero ya no despegó la vista de mi. Si hubiera podido ver mi carita de niña, con el cabello mojado y pegado a mi rostro haciendo gestos de placer bajo mi máscara creo que también se hubiera unido en ese momento al manoseo grupal que me estaban dando esos 2 hombres.
El de los dedos seguía manoseando, tratando de meterlos lo más profundo que pudiera. Era tan fuerte su manoseo que podía escuchar como mi vagina hacía sonidos por lo mojada que estaba. Se me vino a la mente una amiga con quien solía tener intercambio de correos. Ella me enseñó a decirle jugos a mis flujos vaginales. Y ahí estaba yo, con un hombre apretando mis teta derecha mientras otro metía sus dedos en mi vagina haciendo escandalosos ruidos con mis jugos vaginales.
Sentí otra mano pero ahora en mi teta izquierda, también apretandola. No sabía si era el mismo hombre o era otro. Luego alguien tomó mi mano derecha y quitandola del respaldo del asiento la llevó hasta ponerla en su verga. La sentía dura y larga. Era tanta mi calentura que la empecé a apretar, haciendo movimientos de arriba a abajo tratando de masturbarlo. Otro más sujeto mi mano izquierda y también trataba de ponerla en su entrepierna. Alguien tomó las orillas de mis leggins y de un rápido movimiento me los bajó junto con todo y calzón. Intenté evitarlo moviendo mis caderas pues mis manos estaban retenidas. De hecho solo una de mis manos lo estaba. La otra la tenía yo misma ahorcando esa dura verga y no hice intento de soltarla.
Estábamos amontonados varios pasajeros en la parte trasera del camión y eso me daba esperanza que nadie viera lo que estaba sucediendo entre mis abusadores y yo. Solo cuando pasábamos por alguna lampara pública o algún negocio con luz era cuando podía ver un poco los rostros enmascarados que me rodeaban. Ya no me importó nada, los dejé manosearme a su gusto. Sentí como varias manos tocaban mis nalgas ahora sí libres de toda tela. Como me abria los cachetes de mi culo e intentaban meter sus dedos en mi ano. Volví a gemir pero esta vez más fuerte cuando por fin lograron penetrar con sus dedos mi apretado culito. Ya no solo eran los dedos de un solo hombre los que también entraban en mi panocha. Podía sentir que eran varios los que peleaban por entrar en mi.
Luchaba con todas mis fuerzas para no llegar al orgasmo, a pesar de que en ese momento no deseaba otra cosa más que eso. Para entonces ya también el pasajero que estaba en el asiento debajo mío también se había unido ahora si al manoseo, agarrando también mis pequeñas tetas y tratando de apretar mis erectos y duros pezones por encima de mi blusa. Ya no me importaba si me escuchaban o si la música del radio encendido que llevaba el chofer lograba opacar mis gemidos de puta.
En ese momento sucedieron 2 cosas casi al instante: miré por la ventana del camión que estaba ya por llegar a donde debía bajarme, cerca de mi casa.
La otra cosa que pasó fue que el pasajero del asiento de abajo levantó su mano de mis tetas y en un repentino movimiento me arrancó la mascarilla, dejando a la vista de todos mi rostro.
-”Noooooo! La máscara nooooo!” grité desesperada asustando a mis abusadores y no dudo que también a todos los pasajeros en el camión.
Traté de ponerme mi mascarilla de nuevo pero el pasajero la había roto. Por alguna razón sin la máscara me sentía desnuda. Con la mascarilla puesta me sentía protegida. Podía haberles permitido que me violaran entre todos los pasajeros siempre y cuando tuviera la mascarilla puesta. Pero al arrancarla fue como si hubiera salido de un trance sexual en el que me habían sumido mis atacantes.
Le grité al chofer pidiéndole que detuviera el camión pues tenia que bajarme, al mismo tiempo que luchaba por abrirme paso entre los pasajeros y subir mis leggins. Ni siquiera logré subirlos, y asi con mi culo expuesto a la vista de todos me bajé del camión y corrí por las oscuras calles de mi colonia hasta llegar a mi casa.
Media hora más tarde me dí una ducha en el pequeño cuarto que hacía por baño en mi casa. Sentía el agua fría caer y llenándome de jabón, como tratando de limpiar la suciedad que me habían dejado las manos de mis abusadores en mi cuerpo. Y lo que más me molestaba era que yo misma les permití llegar tan lejos.
Ese día me fui a la cama con la mente hecha un manojo de pensamientos extraños, pero no pude evitar masturbarme para sacarme la calentura que me habían dejado los pasajeros. Me masturbé hasta caer rendida por el sueño y el cansancio.
GRACIAS a todos quienes me han mandado correos pidiéndome más relatos, a pesar del tiempo que he estado retirada de esta página. Ojalá que este relato haya valido la pena la larga espera.