Mi nombre es Elena

Elena describe cómo es su vida sometida por su marido desde hace ya 15 años.

Mi nombre es Elena. Soy una mujer de 40 años y estoy casada. Por suerte o por desgracia no tengo hijos, aunque creo que debería elegir la primera ya que aún no estoy suficientemente preparada para tenerlos. Yo creo que para ser una buena madre, has de saber comportarte correctamente y yo aún he de ser educada convenientemente.

Llevo casada con Carlos más de 15 años. Desde el primer momento las cosas estuvieron claras. Siempre fue estricto en el trato conmigo y eso me gustaba. Yo tiendo a ser díscola y algo contestona, por momentos algo vaga y dejada. De manera que Carlos, antes de casarnos, me advirtió de que esos comportamientos en su casa no estarían admitidos y que sería convenientemente castigada si se producían. Así me describió cómo iba a ser nuestra vida en común para que yo pudiera asumirla previamente.

-          Entenderás que tú tienes unas determinadas obligaciones en la casa que yo no voy a relatarte aquí, porque toda mujer sabe cuáles son y además unas obligaciones para conmigo. Yo soy el marido, yo decido cómo y cuándo se hacen las cosas. Esto quiere decir que tu cuerpo estará a mi disposición cuando yo lo desee y cumplirás todas las órdenes que yo te dé con respecto a tu atuendo o a tu actitud y comportamiento.

Si no fuera así, en todos los aspectos que debes cumplir procederé a castigarte como lo mereces. Evidentemente tu comportamiento será infantil, luego el castigo así lo será.

Comprarás una libreta periódicamente y apuntarás cada noche aquello que los dos decidamos. Nos sentaremos tras la cena y pondremos la fecha del día. A continuación, tus faltas de la jornada, previa inspección por supuesto, y el castigo aplicado o por aplicar. En el caso en que aún no se haya impuesto, al terminar esta tarea y sin dilaciones pasaremos a ello.

Serás azotada en el culo en diferentes variantes dependiendo de la falta. Eso quedará a mi entera decisión. Iremos viendo cómo los mereces, cuántos y de qué manera aplicarlos. Cada domingo tendremos una reunión por la tarde en la que repasaremos las faltas de la semana y decidiré si mereces una azotaina por lo sucedido o no.

Tras cada castigo te dirigirás al rincón del salón o de la habitación, según sea oportuno, y pensarás allí durante un tiempo sobre tu error mostrando el culo castigado para tu vergüenza.

Muy humillada acepté, porque sabía que todo eso lo merecía y que Carlos iba a saber enderezarme como debía. No obstante, después de 15 años, aún compro mensualmente una libreta y aún tengo que enfrentar la vergüenza de bajarme las bragas varias veces a la semana. Tengo todas las libretas guardadas y algunas veces las releo y recuerdo antes de hacer alguna barbaridad que a Carlos le saque de sus casillas.

Desde el primer momento, mi marido fue severo conmigo. Nada más empezamos nuestra vida en común comenzaron los castigos y yo al principio lo llevaba realmente mal. No pienso decir que creía merecerlos y por eso intentaba escurrir el bulto o evitarlos mintiendo, cosa que  a Carlos le hacía enfadar si cabe aún más cuando lo descubría.

Recuerdo perfectamente el primer día en que fui castigada en nuestra nueva casa. Yo había estado esmerándome durante las primeras dos semanas y al ver que todo iba bien, me relajé. Sí, eso fue lo que sucedió, que me relajé. Como suele ser normal en una pareja que acaba de iniciar su vida en común el sexo era diario y muy pasional. Cada día acabábamos retozando en cualquier parte de la casa, no sólo la cama, y gozando de nuestros cuerpos. Carlos me había puesto unas condiciones ineludibles para cuando él llegase a casa: “ Quiero a mi mujer dispuesta a cualquier hora, completamente depilada, ¿ me has entendido? Coño incluido, con vestido y unas bragas fáciles para acceder.”

Yo llegaba a casa del trabajo siempre antes que él. Procedía a quitarme la ropa y lavarme, examinar mi sexo y colocarme lo que él me había ordenado. Le esperaba cada día y tras un beso maravilloso, él me miraba y procedía a revisarme. A veces me decía que le apetecía ya mismo o a veces lo dejaba estar y yo, por supuesto debía ponerme para ello. Habían pasado dos semanas y llegué algo más tarde que lo habitual. Justo me dio tiempo de quitarme la ropa y cambiarme, pero olvidé revisarme. De pronto, el ascensor y corrí a la puerta. La abrí y allí estaba él. Me besó apasionadamente empujándome hacia el salón. Dejó su cartera en la silla y me dijo:

-          Abre las piernas.- Las abrí atemorizada pensando en que no sabía cómo tendría la vagina. Me temblaban las piernas, mientras él metía sus dedos debajo de la goma del costado. Los deslizó y su cara lo dijo todo- ¿ Qué es esto ? Tienes pelos en el coño… ¿los tienes? Dime, mírame y dímelo.

-          Es que no me dio tiempo a depilarme, porque llegué tarde del trabajo y no pude…- Estaba asustada con la mirada de sus ojos.

-          ¡Bájate las bragas!- silencio – ¡ que te las bajes, ya! ¡ hasta las rodillas ¡

No podía soportar la  humillación, pero me las bajé tomándolas por la goma superior y dejándolas a la altura de la rodilla. Las manos a los costados, temblorosas, agarrando el vestidito.

-          Enséñamelo. Vamos, enséñame el coño.- Subí el vestido hasta la cintura y bajé la mirada al suelo. Allí, como una niña enseñándole el coño a mi marido con las bragas hasta las rodillas.- En mi casa se tiene depilado, lo sabes bien, es una de mis condiciones. No quiero ni un solo pelo. Te voy a castigar por desobediente y después lo afeitaremos. Luego voy a disfrutar de ti hasta que me canse. ¿Entendido?

-          Sí, Carlos, entendido. Lo siento.

Carlos salió de la habitación. Me quedé allí en medio con ganas de llorar, apretando las piernas para que no se me cayeran las bragas al suelo e imaginando cómo me iban a doler mis primeros azotes de casada. Él volvió sin chaqueta y se remangó la camisa.

Tomó una silla y la colocó centrada en el salón. Se sentó y me hizo un gesto con una palmada: “Sobre mis rodillas” Me sentí como una niña malcriada a la que le iban a calentar el culo. No sabía que era peor si el miedo, el dolor que vendría o la vergüenza.

-          Te voy a enseñar quién manda aquí. Hoy vas a ir a dormir con el culo caliente por primera vez. ¿ Estás preparada ?

-          Sí, Carlos, perdón.

Entonces comenzó a azotarme con fuerza en el culo. Sonaban por encima de su reprimenda. El chasquido de su mano sobre la piel de mi trasero retumbaba en mis oídos. No sé cuántos iban, solamente apretaba los puños para no gritar ni patalear. Lo sentía ardiendo y Carlos no dejaba de regañarme por desobediente:

-          Te avisé que las cosas serían así, que a mí no se me desobedece, que las cosas son como yo mando… pero tú no escuchas, tú te crees que puedes hacer lo que desees, pues no, las normas las pongo yo y ahora te voy a poner el culo fino para que entiendas que tú me debes obedecer en TODO LO QUE YO MANDE. Levántate.

Me puse en pie llena de lágrimas. Me llevé las manos al trasero y él las agarró con fuerza y me las puso delante.

-          ¡ Ni se te ocurra tocarte ¡ ¡ Al rincón de cara a la pared y las manos en la cabeza! Piensa bien qué has hecho. Prepárate para lo que queda después, chiquilla desobediente.

Me fui al rincón que él me había señalado con el dedo y me puse de cara a la pared con las bragas en mis rodillas y mi culo azotado. No paraban de caerme las lágrimas mezcla de dolor y de humillación. Carlos estuvo haciendo unas cosas por allí y se acercaba a mí de tanto en tanto para tocarme el trasero y aumentar mi vergüenza. Varios minutos después me llamó y me condujo a la cocina. Me indicó la encimera para sentarme. Agarró mis piernas hasta poner el culo en el borde. Sentí el alivio del frío de la piedra. Me abrió las rodillas y me sacó las bragas dejándolas a mi lado.

-          Ábrete bien, voy a quitarte esos pelos como debe ser. Sube las piernas, venga.- Allí sobre la encimera colocada como en el potro del ginecólogo, mi marido pasó la cuchilla por todo mi sexo hasta que quedó absolutamente suave- Parece que te gusta esto…. Quizás debería calentarte un poco más para que veas que es un castigo. ¡ Bájate ¡ -

Me giró bruscamente y me azotó con furia allí de pie. Dolían mucho más que los otros, porque el culo estaba ya dolorido y porque no le había gustado la idea de que me excitase el castigo. Yo respingaba con cada azote y lloriqueaba tapándome la cara. Me tomó de la muñeca y me llevó hasta el espejo del dormitorio. Nos pusimos frente a él y me subió el vestido mientras yo no podía levantar la mirada del suelo.

-          Mírate el coño, venga Elena, míralo, ven…ga – me dijo al ritmo de un par de azotes más- Sabes perfectamente que es así como lo deseo y así estará si no quieres que te vuelva a poner el culo colorado. Date la vuelta y míratelo. ¿ No te da vergüenza ?

Carlos me llevó a rastras a la habitación. Señaló la cama con el dedo índice de la mano derecha diciendo:

-          Tumbada y con las piernas bien abiertas. Ya te voy a enseñar yo quién manda en esta casa. Vas a ver quién es el hombre.

Acompañó sus últimas palabras con un azote sonoro en mi culo que me daba la salida a un polvo que no olvidaré en mi vida.