Mi noche más morbosa en un tren IV

Siguen mis experiencias, cada vez alejándome más de ese tren...

Aún no había podido reaccionar tras escuchar su pregunta, esta retumbaba en mi cabeza.

“¿Alguna vez mientras él te folla te has acordado de mí?”

-Nunca -contesté molesta-

-Que lastima –dijo con sorna-

-Por cierto cuando dices “él” te refieres a alguien en particular -se me ocurrió preguntar de repente-

-Sí, “el” es Fernando ¿hay más?

Me quedé helada al procesar lo que significaba eso, sabia lo nuestro.

No pongas esa cara, tu secreto está a salvo desde que pagaste por mi silencio –dijo con acidez-

En ese instante oímos la puerta y apareció el marido de Carmen, este nos ayudó a terminar de prepararlo todo que fue perfecto cuando una Carmen atónita abrió la luz del jardín y nos encontró a todos allí.

La noche fue un torbellino de emociones para mí, la más fuerte fue volver a alternar con la familia de Fernando y ver como este a su vez alternaba con ellos sin pesar ninguno.

Aunque supiera de esa relación, no era lo mismo saber que cada vez que me dejaba en casa volvía a su vida con ella, que verlo allí, sonriéndole, llevándole algo y viviendo una vida en la que yo no tenía cabida.

Estaba en un rincón sintiéndome más sola que nunca cuando mi mirada se encontró con la del padre de Carmen y de repente me sentí desnuda ante él, como si ese hombre supiera lo que pensaba, como si el supiera lo que mi alma callaba.

-Hola Raquel, gracias por todo, sé que ayudaste mucho.

-De nada tonta eres mi mejor amiga, sigo notándote tristona.

-No pasa nada

-No puedo obligarte pero quiero que sepas que aquí estoy

Calló unos segundos y luego me soltó la bomba.

-Mis padres no viven juntos

-¿Que ha pasado? –pregunté sorprendida-

-Llevaban muchos años mal como pareja pero seguían conviviendo, ahora mi padre se ha ido de casa

-Vaya

-Sí, aun espero que recapacite porque mi madre a pesar de seguir en sus trece y parecer que nada le importa preferiría tenerlo al menos en casa como miles de parejas a sus edades conviviendo

-Ya verás como todo se arregla –intente animarla-

Vino una prima suya y volví a quedarme sola, de nuevo busqué a Fernando y le encontré hablando con los padres de Carmen animadamente, esperé pacientemente una mirada cómplice, esperé un gesto que me acercara a él y fundiera el hielo de mi interior. Pero no sucedió.

-No estés triste Raquelita, esto solo es un trámite, mañana todo será igual.

Me sorprendió la frase que el padre de Carmen susurro en mi oído antes de alejarse, no esperaba que fuera el quien fundiera un poco el hielo de mi interior.

Todos fueron yéndose, incluso Fernando y su mujer. Yo me quedé ayudando a mi amiga a recoger y tras poner un último lavavajillas a las dos dela madrugada entré en el salón.

-Me voy Carmen

-Quédate a dormir

-No, mañana tengo un montón de cosas que hacer en casa. Llamaré un taxi

-Puede llevarte mi padre que también se va –dijo besando a este con cariño ante la mirada de su madre impasible-

No quería irme con él, pero tampoco iba a discutir y le seguí hacia el coche. Subí y me quedé en silencio, él lo respetó y puso tan solo una música suave dirigiéndose hacia mi barrio.

Seguía machacándome con la frialdad de Fernando, por mi mente pasaban mil imágenes de él solicito con los suyos, amable, cariñoso… y tan lejano que no fue capaz de mirarme ni una sola vez.

-Al contrario de ti, yo si he pensado en ti mil veces y verte ha sido un placer para mis sentidos, aunque estés así de triste por otro

Le miré ante su arranque de sinceridad y algo molesta por que supiera leerme tan bien y vi que ni siquiera me miraba, no esperaba nada por mi parte y eso me enterneció.

-Sé que te has ido de casa

-Me he cansado de vivir una mentira

-Tu hija espera que recapacites

-Lo siento por ella, pero por otra parte creo que ella tiene su vida y a quien debería importarle no le preocupa demasiado, como mucho le jode admitirlo ante la sociedad.

Cogió el desvió para entrar en mi barrio.

-¿Dónde te llevo Raquelita?

No quería ir a mi casa, no quería seguir pensando y tomé una decisión.

-A tu casa –me oí decir-

Aparcó el coche a dos calles de la mía y me miró por primera vez.

-¿Donde?

-¿Vivirás en alguna parte no? ¿Puedes llevarme o te causara problemas?

-Si puedo llevarte y mi mayor problema son los minutos que faltan por llegar –dijo encendiendo el coche de nuevo-

Percibir el deseo en su voz y el ansia calentó mi cuerpo.

-¿Que recordabas de mí? –necesitaba más, de esa pasión en la que quería consumirme-

-Tus esplendidas tetas, tu coñito húmedo, caliente y estrecho y tus ojos cuando estabas excitada-contestó complaciéndome-

-Gracias

-¿Por desearte? –dijo cogiendo mi mano y llevándola a sus labios para besarla-

Sentir el calor de sus labios en mi piel era una gozada, pero cuando llevó mi mano a su entrepierna, gemí al notar su erección.

Más de diez minutos después entramos en un parking, miré el reloj del coche y eran casi las tres de la madrugada.

Aparcó y bajó del coche con premura, fui hacia donde estaba el, delante del maletero del coche.

-Solo quiero que suba Raquelita, deja aquí tu bolso, tu teléfono y tu ropa

Miré la puerta a diez pasos y sabiendo que lo que quería era que subiera sin ningún lastre, dejé el bolso, saqué el móvil de mi bolsillo y tras apagarlo lo dejé dentro del bolso.

-¿Y si me ve alguien?

-A estas horas no hay nadie, pero si te da vergüenza te presto mi chaqueta.

Me quité el pantalón, luego la camisa y lo eché todo en el maletero. Me quedé con un culote de encaje negro con camiseta de tirantes a conjunto, era todo transparente y dejaba mi espalda al aire.

-Madre mía Raquelita eres un pastelito –dijo devorándome con la mirada y haciéndome girar ante él para verlo todo-

Luego me pasó su chaqueta y yo que me había venido arriba ante su deseo, coloqué su chaqueta en mi brazo y me dirigí hacia la puerta contoneándome sobre mis tacones y medio desnuda, ya que mi ropa interior de hoy no dejaba nada a la imaginación.

Abrió la puerta y entramos en un pequeño habitáculo donde estaba el ascensor.

-Señorita –dijo con ceremonia colocándome su brazo para que me agarrara-

Cuando entré de su brazo en el ascensor me miré al espejo de este y vi mis pezones bajo el encaje.

-Más que una señorita parezco una puta

-Eres ambas cosas y eso es lo que me enloquece de ti pequeña –dijo detrás de mí-

Paró el ascensor entre dos pisos mientras sus labios se paseaban por mi cuello, sus manos ahora sacaban mis pechos por el escote de la camiseta y los acariciaba con mimo.

-Separa los muslos, quiero que veas lo que yo veo -dijo al oído-

Miré hipnotizada como su mano dejaba mis pechos y bajaba por mi torso para perderse bajo mi braga, podía ver perfectamente lo que pasaba bajo el encaje negro de mis braguitas. Sus dedos buscaban más profundidad y dejaron mis rizos para colarse en mi raja.

-Mira tus ojos zorra, mira como yo los veo cuando estas cachonda

Su voz era espesa y sexi; dos puntos por debajo de la normalidad cuando me hablaba rozando mi piel con sus labios.

Poder ser sorprendida en un ascensor, en ropa interior, mientras un hombre me masturbaba, me ponía aún más cachonda, pensé mientras dos dedos friccionaban mi clítoris y yo miraba mi reflejo en el espejo, veía como separaba los labios mientras jadeaba y mis pechos se movían al compás de mis caderas que buscaban más y más.

La imagen que me devolvía el espejo era de lo más perturbadora. Empecé a notar como mi cuerpo se tensaba ante el orgasmo, que detonó en ese mismo instante doblándome las rodillas, no dejé de mirarme en el espejo viendo por primera vez mi orgasmo y verlo duplicó el placer de este.

-Muy bien niña –dijo sonriéndome a través del espejo-

Sacó su mano y me giró; ambos nos devoramos mutuamente, mientras sus manos en mi culo me pegaban con fuerza a su erección.

Quería tocarle, quería sentir su carne palpitante en mis manos, en mi boca y dentro de mí. Me separé unos milímetros y desabroché con ansia su cinturón, luego el pantalón y por ultimo saqué su miembro del bóxer que lo mantenía prisionero. Lo palpé y sentí su calor en mi mano, noté como palpitaba y ante un gemido por su parte empecé a meneársela con fuerza.

Él jadeaba mirando como yo había hecho hacia el espejo, su glande más oscuro que el resto sobresalía de mi mano, que movía su sexo mientras mi cuerpo se pegaba a su costado como una gata en celo.

Me perdí en la oscuridad de su mirada hambrienta durante unos segundos antes de ponerme ante él de cuclillas y acercar mi boca a su sexo.

Agarró mi cabeza con ambas manos y llevó el ritmo, cada vez más rápido su polla desaparecía por completo dentro de mi boca, hasta mi garganta y al momento salía también por completo, entonces succionaba el glande con fuerza.

-Si niña no pares, me vuelve loco verte en el espejo; tu culo, tu espalda y luego solo tengo que bajar la mirada para ver como mi polla desaparece dentro de tu boquita de mamona, para luego salir y ver tu lengua y tus labios envolver mi capullo –su voz se entrecortaba-

Notaba como su cuerpo se ponía en tensión, un último movimiento de caderas y noté su semen golpear mi garganta, salió un poco y lo sentí en mi boca. Tragué lo que puede mientras lamia y limpiaba hasta la última gota.

-No me puedo creer que no hayamos llegado ni a mi casa; es que eres muy puta niña y no puedo aguantarte –dijo dándome un azote en el trasero tras colocarse el pantalón-

Entramos en su casa y me llevó directamente a su habitación, lo más llamativo de la estancia, era la alta y enorme cama que dominaba el espacio libre de muebles, solo una mesita y un sillón con pinta de ser comodísimo.

-Ahora vuelvo –dijo entrando en lo que supuse seria el baño-

Oí el agua correr y supe que se estaba dando una ducha, me senté en el sillón y apoyé la cabeza comprobando que era tan cómodo como había supuesto.

-¿Quieres darte una ducha? -preguntó desde la puerta-

-Si –dije levantándome-

Me metí en la ducha y me enjaboné y aclaré en tiempo record, no quería pensar en nada y salí con una enorme toalla que me había dejado preparada.

Enseguida le ubiqué en el cómodo sillón, con un vaso en la mano y pinta de relajado.

-Ven, siéntate aquí un momento –dijo señalando un brazo del sillón-

Él se movió hacia el otro lado y yo me senté en el brazo del enorme sillón mirando hacia él y apoyando los pies al lado de su pierna desnuda.

-Toma –dijo estirando el brazo y pasándome el vaso-

Di un trago, estaba frio por el hielo, pero quemaba al bajar por mi garganta. Se lo devolví mirando su desnudez completa, me encantaba su sexo aun sin estar en pleno apogeo tenía un buen tamaño.

-¿Te gusta zorrita? –dijo al darse cuenta que miraba su polla-

Desvié la mirada avergonzándome, cogió mis pies, los puso sobre su muslo y empezó a acariciar el empeine, el tobillo y la pantorrilla.

-Separa los muslos, enséñame ese coñito –dijo con esa voz que me encendía-

Separé los muslos, el que estaba algo más bajo que yo al estar sentado donde tocaba podía ver perfectamente mi sexo.

-Más golfilla –dijo apartando un poco la toalla para ver mejor-

Vi como metía dos dedos en la bebida y estirando la mano embadurnó y mojó con el líquido mi rajita, enseguida advertí un calor húmedo que subió en intensidad cuando metió esos dos dedos en mi vagina.

Apoyé la espalda en la pared que tenía detrás y separé más las piernas. Volvió a mojarlos en el vaso y de nuevo me penetró con rudeza. El calor me consumía, el escozor me excitaba y sus dedos entraban y salían aumentando las sensaciones. Yo volvía a jadear entregada, dispuesta a abandonarme de nuevo a sus caricias.

Unos minutos después y con todo mi cuerpo temblando de placer me llevó a la cama de la mano, me tumbó en el centro, sobre su masculina colcha de cuadros y rayas.

Separé las piernas sintiendo que el calor me consumía, él se colocó de rodillas en el  centro y yo cerré los ojos a la espera de su siguiente paso, por ello me cogió por sorpresa sentir de repente el frio, acababa de meter un hielo en mi vagina y poniendo la mano ante la entrada para impedir que este saliera, bajó la cabeza hacia allí y su lengua golpeó mi carne trémula; mientras el hielo se fundía lentamente en mi interior sus labios succionaban mi estimulado  clítoris.

No tuvo que esperar demasiado antes que las caricias de su boca me llevaran a un nuevo orgasmo.

-Tienes un cuerpo tan agradecido que no dejaría de darle placer

Aun temblaba por el orgasmo y eso no había aplacado un ápice las ganas de tenerle dentro.

-Fóllame, por favor.

-Eres la hostia cielo –dijo con una ronca sonrisa-

Me dio la vuelta poniéndome de rodillas en la cama con las rodillas juntas; él se sentó en la cama detrás de mí colocándome entre sus muslos.

-Apoya los codos en la cama, princesa

Tiró de mí y sentí su polla entre mis piernas, le costó encontrar la entrada al tener yo las piernas cerradas, pero una vez que la encontró empujó su polla hacia abajo y tirando de mi me clavó literalmente en su estaca dura, caliente y palpitante. Apoyó los pies en la cama flexionando sus rodillas y levantándose me la metió hasta el fondo.

-así estas tan estrechita niña… tan caliente

Reculé un poco más para sentirle aún más y empezamos a movernos al mismo ritmo, nuestros jadeos se entremezclaban.

-Puedo ver mi polla desaparecer en tu precioso coñito –decía entre jadeos-

Sus manos me apretaban los costados mientras yo rotaba el culo y el subía y bajaba dándose impulso.

Apoyé las manos para poder moverme con más fuerza y sus jadeos subieron de intensidad cada vez que nuestros cuerpos golpeaban.

-Voy a correrme zorrita, sigue, no pares… -gritó-

Dio un alarido y su semen calentó mi vagina, cuando mi orgasmo empezaba a despegar lentamente pero con fuerza, manteniéndome en la cima unos segundos pletóricos.

Desperté con la luz del día, el ruido del agua corriendo en la ducha y un popurrí mental de espanto.

Miré hacia el sillón, mi ropa y mi bolso me recordaron a Fernando, a Carmen, a la madre de esta. Pero el sillón me recordó los momentos vividos esa misma noche con ese hombre.

Una parte de mi quería escapar de allí y volver de nuevo a mi cómoda vida, pero me acerqué a la puerta y la abrí. Allí desnudo bajo el agua me miró sin mover un solo musculo.

-¿Vienes? –preguntó un minuto después-

-No, tengo que irme

Me fui de allí sabiendo que a cada paso que me alejaba de ese hombre perdía una parte de mí que solo existía a su lado.

Volví a mi cómoda vida, mi trabajo, mis amigas y Fernando un par de veces por semana.

La primera vez que hui de él fue más fácil, la rabia de sentirme obligada y coartada me hacía olvidar lo que había disfrutado mi cuerpo en sus manos. Pero esta vez no había escusa, ni siquiera la decepción de Fernando.

Unas semanas después, había pedido la tarde libre y esperaba a Fernando. Cuando este llegó, le esperaba solo con mi bata tras unos días sin vernos.

-Hola preciosa, te he echado de menos –dijo agarrando sin más el cinturón de mi bata y tirando despacio de el-

-Yo también –le dije y así era a pesar de seguir liada-

Mi bata se abrió y el bajó la cabeza para devorar mis pechos, los lamió y chupeteó con ansia mientras su mano se colaba entre mis piernas.

Tras un rápido orgasmo por mi parte me llevó a la cama y tras desnudarse se unió a mí, allí retozamos sin prisas durante más de una hora. Fernando era muy buen amante, arrancaba orgasmos en mi a base de constancia, de caricias, sin escatimar esfuerzos en nada para darme placer y obtener el suyo.

-Cielo no sé cuándo podré volver, esta semana “tenemos” visitas en casa –ese tenemos me encabronó-

-Tranquilo, no te preocupes –dije resentida-

Me besó en la boca tras vestirse y se fue, en ese momento me sentí más puta que desnuda en aquel ascensor.

No quería pensar en nada, me duché, me vestí y salí de casa. Cogí un bus y paseé sin rumbo por el centro. Terminé frente al edificio donde trabajaba el padre de Carmen, lo sabía por ella.

No podía quedarme allí, no podía subir y complicar más esta historia complicada ya de por sí. Me di la vuelta y empecé a alejarme de ese edificio, cuando le vi llegar.

-Hola Raquelita, ¿vuelves a salir corriendo?

-Si –dije al borde de las lágrimas en mitad de la calle-

Se acercó a mí y sin rozarme se quedó a mi lado, bajo la cabeza y me dijo rozando con sus labios mi oído.

-Pequeña no vas a poder huir el resto de tu vida, tienes que afrontar tus demonios. Si necesitas ayuda para lidiar con ellos cuenta conmigo.

Y desapareció dejándome allí de pie sola y temblando como una hoja. Todo mi cuerpo mandaba señales inequívocas a mi cerebro, necesitaba subir.

Anduve unos pasos en dirección contraria al edificio, anduve varias calles sin rumbo, durante una hora o más; pero de repente me paré, di la vuelta y volví atrás, subí al décimo piso y me enfrenté con la recepcionista, esta me dijo que sin cita no podía recibirme y al final la convencí para que le avisara. Al colgar el teléfono me dijo que esperara unos minutos que estaba reunido.

Me senté sintiéndome fuera de lugar allí, ante esa acartonada mujer que me miraba por encima del hombro.

Unos minutos después le oí por un largo pasillo, se acercó con otro hombre y ambos me miraron, luego despidió al hombre y mientras le decía algo a la de recepción le miré; no podíamos pegar menos, él con un impoluto traje, zapatos relucientes y pelo perfectamente peinado, mientras que yo llevaba una falda vaquera, botas de media caña y camiseta rosa. Lo único delicado de mi atuendo era la rebeca blanca que me había regalado mi abuela para reyes.

-Hola Raquelita, pasa –dijo agarrándome del brazo-

El pasillo se me hizo eterno oyendo sus pasos retumbar en el parqué, mientras yo a su lado caminaba en silencio gracias a mis botas con suela de goma.

Entramos en su despacho y él se sentó tras su mesa.

-¿Qué quieres Raquelita?

-No lo se

-Sí que lo sabes, solo esperas que sea yo quien te solucioné la papeleta y me lancé a devorarte, para que así te engañes de nuevo culpándome de tu desliz –dijo con calma-

-No es cierto –dije sabiendo que acababa de dar en el blanco, para ese hombre era un libro abierto-

-Si lo es y lo sabes.

Opté por bajar la cabeza oyendo como se levantaba, iba hacia la puerta y tras cerrarla con llave se acercó a mí, arrinconándome entre la mesa y él me pidió.

-¿Quieres que te folle? -dijo sobre mis labios-

Su voz, sus palabras, verle cerrar la puerta, su mirada oscurecida por el deseo… apenas podía respirar cuando me oí decir.

-Si

Apartó las cosas que había en ese lado de la mesa, me subió la falda a la cintura y me quitó las bragas en unos segundos, me sentó en la mesa y se coló entre mis muslos, con dos dedos en mi barbilla la subió y empezó a lamer mi cuello, bajó hacia el escote de mi camiseta y subió esta sin quitarla, sacó mis tetas del sujetador y las mordió con fuerza.

-Me pones a cien con esa pinta de malota, estás riquísima –dijo mientras se desabrochaba el pantalón-

Puso las manos en mi culo y me arrastró al borde de la mesa, se pegó más a mí y de repente sentí como su polla entraba sin preámbulos, me penetró sin frenar hasta que chocó contra mi cuerpo. Yo jadeaba flojito perdiendo el control total.

Él retrocedió solo para volver a entrar con más fuerza una y mil veces mientras yo agarrándome a su cuello saltaba con cada arremetida.

-¿Era esto lo que has venido a buscar zorrita?

-Si

Le aferré la cadera cruzando mis piernas detrás de él, me eché hacia atrás en la mesa apoyada en mi codos y arqueando la espalda seguí su ritmo para endurecer la penetración más.

Sus manos aferraron y pellizcaron mis pechos sin clemencia, mientras su polla penetraba mi sexo sin miramientos y no podía frenar las sensaciones que se arremolinaban en mi estómago, el calor se expandía por mi cuerpo amenazando con consumirme en ese fuego, en ese infierno en el que solo existíamos los dos y nada que no fuera saciarnos importaba, ni siquiera las maneras.

-Córrete pequeña zorra, vacía mi polla con tus espasmos –me dijo con voz entrecortada por la pasión-

Y un último y profundo empujón hizo estallar mi mundo en mil pedazos, oprimí su polla con mi vagina y esta enseguida me compensó vaciándose dentro de mí entre palpitaciones.

Cuando ambos conseguimos respirar de nuevo con normalidad salió de mi interior, cogió unos pañuelos y se limpió antes de colocarse la ropa maldiciendo en voz baja.

-¿Qué pasa?-le pregunté oyéndole-

-Tengo una reunión en diez minutos y me había olvidado, por favor vístete

-Lo siento

-No lo sientas tu no lo sabias, he sido yo que he perdido los papeles.

-Ya me voy –dije de nuevo desilusionada y apartada-

-Si decides dejar de huir y aceptar quien eres y lo que quieres,  te espero en mi casa en tres horas.

-Tengo una relación diferente digamos con tu amigo Fernando, que a su vez está casado con otra. Tú eres el padre de mi mejor amiga, ¿si voy a tu casa en que me convierte eso?

-Si vas a mi casa te convertiré en mi puta, mi zorrita, mi princesa. Te follaré hasta que pierdas el sentido y lo demás no me importa. Como la otra vez te quiero solo a ti, solo a Raquelita.

-Cuando dudes si ir o no a mi casa piensa en la respuesta a mi nueva pregunta

“¿Cuándo follas conmigo, te acuerdas de él?”