Mi niña Marta

La casualidad puso en mi camino a Marta, una jovencita preciosa que descubrió los placeres de la sumisión a mi lado.

Me gustaría relataros como fue mi relación con Marta, mi “niña” Marta. Los que me seguís recordaréis que estaba en una ciudad distinta de la mía con mis dos sumisas. Los acontecimientos de la noche no tuvieron el final deseado y había mandado para el hotel a mis compañeras de viaje. Terriblemente excitado por todo lo ocurrido durante el día, me había ido a tomar una copa solo, a un local en el que ya había estado antes.

Pedí en la barra y busqué por el local alguna posible candidata para liberarme de tensiones; había menos gente que antes y el panorama no se presentaba muy halagüeño ya que no me pareció ver nada interesante. Me senté en un taburete y me apoyé en la barra, por lo menos disfrutar de la bebida, pensé.

Estaba con mis pensamientos, rememorando lo que había pasado esa noche cuando alguien me tocó el hombro haciendo que me girara para ver quién era. Sorpresa.

C- Hola, sigues solo?

Ante mí tenía a las dos chicas que antes ya habían intentado hablar conmigo.

Y- Pues sí, aquí sigo, aburriéndome.

C- Podemos acompañarte?

Y- Sí, claro. Me llamo Carlos.

Y nos dimos los preceptivos besos de presentación.

C- Yo soy Cristina y ella es Marta.

Me fijé más detalladamente en ellas. Debían rondar la veintena pero dudaba que llegasen a ella. Cristina era la más guapa de las dos y la que llevaba la voz cantante; pelo rubio oscuro, ojos claros, bonita boca y buen cuerpo, de pecho exuberante pero sin exagerar y con unas buenas piernas que acababan en unos tacones de infarto; simplemente la persona adecuada para soltar todo mi lastre. Sin embargo, Marta era otra cosa, delgada, con poco pecho; una larga y lisa melena negra y un juvenil rostro de boca y labios pequeños, en el que destacaban sus ojos negros, grandes. También eran reseñables sus largas piernas, delgadas, pero muy largas y, como no, unos altos tacones que acrecentaban todavía más aquella sensación de fragilidad. Ambas iban vestidas casi igual pero variando los colores: ajustadas minifaldas de tubo y camisetas, una de tirantes y la otra con manga corta. Pensé que sobre todo que con Cristina merecía la pena intentarlo aunque Marta me daba cierto morbo del que al principio no supe su causa.

Y- Queréis tomar algo conmigo?

C- Vale.

Llamé al camarero y la rubia pidió por las dos, empezando con las típicas preguntas de si eres de aquí, a qué te dedicas, bla, bla, bla. Yo le contestaba lo justo para pasar el trámite que ya conocía. Intentando parar un poco aquella burda conversación, clavé mi mirada en los ojazos de Marta que al sentirla bajó la cabeza avergonzada. Un poco irónicamente pregunté:

Y- Qué pasa, Marta, eres muda o te comió la lengua el gato.

Me contestó con un titubeante no, poniéndose un poco colorada. Ya se encargó Cristina de las explicaciones.

C- Es que es muy tímida, ja, ja. Cuando te vimos antes me dijo que le parecías un chico muy guapo pero no se atrevía a venir sola. Es tonta. Y he tenido que venir de celestina para que os conocieseis.

Volví a mirarla fijamente dejando totalmente de lado a aquel torbellino rubio que no dejaba de hablar. Ella levantó la vista y se puso aún más colorada. Tendí mi mano hacia ella y me la cogió con la suya. La atraje hacia mí y abarqué su pequeña cintura con mi brazo al tiempo que con la otra mano cogí su barbilla suavemente, haciendo que me mirase a los ojos directamente.

Y- Sabes que eres muy bonita.

Ruborizándose más si era posible y entre una nerviosa sonrisa pude escuchar un gracias. Sin soltarla y sin dejar de mirarle a los ojos quise desembarazarme de su amiga.

Y- Gracias, Cristina. Ya has hecho lo que te pidió Marta; ya puedes dejarnos solos.

C- Oye, de qué vas?

Y- Gracias, Cristina. Adiós.

Miró a su amiga enfadada por el desplante al que no debía estar muy acostumbrada pero Marta no dejó de mirarme pasando totalmente de ella, por lo que cogió su vaso y se marchó bastante mosqueada. Mientras tanto yo no dejé de mirar a los ojos a aquella “niña” pensando lo que podía hacer con ella, escrutando su mirada intentando saber hasta dónde me dejaría llegar. Acerqué mis labios a su boca y le di un suave beso que ella correspondió a la vez que cerraba aquellos fascinantes ojos. Me separé un poco de ella para beber un trago y poder mojar mis labios para un próximo beso y ella aprovechó para hacer lo mismo, sin dejar de mirarnos. Volví a besarla y esta vez pugné con mi lengua para introducírsela en su boca, la cual abrió recibiéndome con pasión, pero a la vez con mucha ternura. Yo seguía sentado en el taburete y ella estaba de pie entre mis piernas con sus brazos alrededor de mi cuello y con mis manos abarcando su estrecha cintura. Estuvimos dándonos el lote un buen rato, hasta que le susurré al oído:

Y- Qué quieres hacer, preciosa?

M- Lo que tú quieras.

Aquella tímida pero decidida contestación retumbó en mi cabeza haciendo que mi ya excitado miembro, se pusiese aún peor. No pude reprimir un recuerdo de mis dos zorras que estarían durmiendo en el hotel, pero lo que tenía entre manos era demasiado apetecible como para no intentar disfrutarlo.

Y- Nos vamos.

Pagué las consumiciones y agarrándola por la cintura nos dirigimos a la salida del local. Nos acercamos a Cristina para despedirnos y para que Marta cogiese su bolso y su chaqueta, lo que hizo que la rubia se mostrase bastante contrariada por nuestra repentina marcha, llegando a recriminárselo a su amiga. Yo la atraje más a mí y volví a besarla delante de ella.

Y- Simplemente te decimos que nos vamos, para que lo sepas. Ah, y gracias de nuevo, Cristina.

Y riéndonos salimos del local, dejándola soltando improperios y maldiciendo. Ya en la calle la giré hacia mí y la estreché fuertemente entre mis brazos y volvimos a fundirnos en un apasionado morreo, entrelazando las lenguas con frenesí.

Y- A dónde vamos, princesa.

M- Si quieres, podemos ir a tu hotel.

Tuve que mentirle diciéndole que compartía habitación con un compañero de trabajo, pero le propuse ir a otro hotel, lo cual aceptó volviendo a abrazarme y a besarme con muchas ganas. Caminamos buscando un hotel sin parar de besarnos. Hasta ahora, nada había sido sexual aunque los dos sabíamos a dónde íbamos. Antes de entrar en el hostal, una luz se encendió en mi cabeza y mientras nos besábamos se me ocurrió preguntarle:

Y- Perdona, no me has dicho la edad que tienes.

Entendió la pregunta y volviendo a abrazarme me dijo que estuviese tranquilo, que tenía diecinueve años. La besé de nuevo y entramos en busca de una habitación. Nos registramos a toda prisa y dejé pagada la habitación para poder irnos cuando quisiéramos. Entramos en la habitación abrazados y morreando sin parar; el hotel no era lo que me hubiese gustado pero las ganas de poseer a aquella “niña” eran demasiadas para andar con exquisiteces, con que tuviese una cama y baño era más que suficiente.

Me separé de ella con la escusa de sacarme la chaqueta y volví a admirar con detenimiento aquella frágil muñeca que tenía en frente; ahora me parecía todavía más bonita. Permanecía de pie, en el centro de aquella fea estancia, mirándome con pudor, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, como si tuviese vergüenza. Me acerqué a ella y extendió sus manos para volver a abrazarme.

Y- Espera. Déjame a mí.

Le coloqué los brazos pegados a los costados y me puse detrás de ella, acariciándoselos muy suavemente mientras besaba su cuello; con sólo este contacto noté como sufría un escalofrío. Seguí pasando mis manos por su cuerpo muy despacio al tiempo que le iba subiendo la camiseta, levantó los brazos para ayudarme a sacarla y la tiré encima de una silla. Le di unos cuantos besitos en la espalda y solté el enganche del sujetador. Ya desnuda de cintura para arriba, me apreté a ella, abrazándola de nuevo y volviendo a saborear su cuello y hombros, que parecían una de sus zonas más sensibles. Fui subiendo mis manos por sus costillas hasta alcanzar sus pequeños pechos. No había mucho que agarrar y lo que si era destacable era la dureza de sus pezones, que me entretuve en acariciar e incluso pellizcar suavemente. Ella gimió ante este contacto. Bajé de nuevo mis manos a su cintura y abrí la cremallera de su minifalda dejándola caer al suelo. Apareció ante mí un culito perfecto; a pesar de su delgadez, se podía apreciar la figura de sus glúteos, firmes, con la tira del tanga escondida entre ellos. Se lo acaricié, mi mano casi abarcaba totalmente la nalga y le di un suave azote que le hizo sobresaltarse un poco.  Me abracé de nuevo a ella y al tiempo que volvía mi boca a su cuello y mi mano izquierda regresaba a sus pechos, llevé mi otra mano a su entrepierna, acariciando todo su sexo por encima de la escasa tela del tanga, que acabé apartando para que mis dedos tocasen directamente el coño. Su respiración se aceleró e intensifiqué mis caricias y al meterle un dedo, su cuerpo se tensó y casi en silencio, tuvo su primer orgasmo.

Le permití reponerse un poco sin dejar de besarle el cuello y la espalda. Le di la vuelta y le miré a los ojos, aquellos grandes ojos negros llenos ahora de deseo.

Y- Desnúdame.

Comenzó con los botones de la camisa. La abrió y dejó mi torso desnudo ante ella. Se quedó un poco indecisa así que atrapé sus muñecas y hice que posase sus manos en él, para que lo acariciara, guiándola en la operación: Fui bajándoselas hasta llegar a mi cintura y entendió lo que debía de hacer, abrió el cinturón, desabrochó el botón del pantalón y bajó la cremallera. Se agachó para bajar completamente la prenda y el bulto que formaba mi polla dentro del calzoncillo quedó justo a la altura de sus ojos. Levantó su mirada para encontrarse con la mía y le hice una señal como diciéndole que adelante, que siguiese. Al bajarme el slip mi rabo saltó al aire dando botes a escasos centímetros de su cara. Volvió a mirarme.

Y- A qué esperas? Es toda tuya.

La cogió con su pequeña mano.

M- Es muy grande.

No tengo una polla grande, puede que gruesa, pero no tan grande; es probable que entre la gran excitación que tenía y el verla entre aquellos finos dedos, pareciese mayor. La acarició un poco y comenzó a masturbarme despacio. Yo estaba que reventaba y ella parecía no decidirse a utilizar aquella boquita; atraje su cabeza hacia mí para animarla y empezó a darle pequeños lametones hasta que se metió el capullo en la boca y comenzó a chupármela. No parecía una buena mamadora y de ahí no pasaba; de vez en cuando, la sacaba de su boca y se dedicaba a lamerme el tronco y vuelta a chuparme el capullo pero nada más. Pensé en sacar mi vena dominante y obligarla a metérsela entera, pero quería ver hasta donde llegaba aquella muñequita, ya habría tiempo para llevarla a mi terreno.

Me separé de ella y acabé de desnudarme del todo. Se puso de pie y volvimos a besarnos. La cogí en brazos, no pesaba, y la tumbé en la cama. Empecé de nuevo el recorrido, besando sus labios, lamiendo sus pezones y llegué a la altura del tanga que fui deslizando por sus piernas hasta dejar ante mi vista su coño. Aunque no era muy abundante y se notaba arreglado, el vello que cubría la zona deshizo el hechizo que, hasta ahora, me había poseído con aquella mujercita. Mi excitación pudo más que mi manía, lo besé y lamí por encima; abrí sus piernas y enterré mi cabeza entre ellas, buscando con mi lengua sus puntos más sensibles. Ella empezó a gemir despacito pero al centrar mi trabajo en su clítoris  su respiración volvió a acelerarse y cuando le introduje dos dedos sin dejar de lamer, se corrió de nuevo, entre suspiros, pero sin hacer demasiado ruido.

Yo ya no podía más. Me puse encima de ella, entre sus piernas, y acerqué mi rabo a la entrada de su cueva. Me miró tímida y me pidió que no me corriera dentro, no pensaba hacerlo. Le metí el capullo y esperé a ver su reacción, soltó un pequeño gemido. No dejaba de mirarle a los ojos y ella bajó de nuevo la vista. Entonces, y por sorpresa, se la metí de un golpe hasta el fondo, hasta que no entraba más. Ahora más que un gemido, lo que soltó fue un quejido. Dejé que mi palpitante polla se acostumbrase y disfrutase de aquel estrecho canal, notaba como sus paredes vaginales me presionaban por completo el miembro, y cuando me pareció que ella también se había hecho con la situación de sentirse tan llena, comencé a follarla, primero despacio y, cuando noté que volvía a correrse, deprisa, con fuerza. Al correrse, la presión sobre mi polla se hizo insoportable y saliéndome de ella me corrí encima de su cuerpo. Pocas veces me he corrido de aquella manera, la excitación acumulada se esparció por todo su cuerpo, llegando incluso a su cara. Al sentir mi leche en su rostro, cerró los ojos y se mantuvo así hasta que acabé con mi orgasmo. Cuando recuperé la consciencia casi perdida, pude fijarme en la estampa que había encima de la cama, una preciosa jovencita con mi semen esparcido por todo el cuerpo y con un goterón resbalando por la mejilla. Acerqué mi mano y cogiendo el resto de lo puse en los labios pero hizo un ademán de no querer y me miró.

Y- Quiero que pruebes mi leche.

Abrió ligeramente la boca y le introduje el dedo con mis restos. Me lo chupó sin muchas ganas pero bajé mi mano a su pecho y con dos dedos cogí más y repetí la operación, metiéndoselos más adentro para que me los chupara mejor. Volví a besarla con dulzura.

M- Me puedo duchar?

Y- Sí, claro.

Saltó de la cama y se fue para el baño y oí como abría el grifo de la ducha. Me levanté a por un cigarro y volví a tumbarme a esperar que volviese. Empecé a darle vueltas a la manera de convertir a aquella ninfa en mi sumisa y en ese pensamiento estaba cuando apareció en el cuarto y saltó a la cama encima de mí. Me miró con una sonrisa y yo no se la devolví. Le acaricié la mejilla con el dorso de mi mano.

Y- Te ha gustado, mi “niña”?

M- Mucho. Y a ti?

Y- Bueno…, ha estado bien pero se puede mejorar mucho.

Me miró sorprendida y bajó la vista, con sentimiento de culpa. Levanté su barbilla.

Y- Eh!. No es culpa tuya, lo que pasa es que yo soy un poco “especial”.

Decidí jugármela de cara, no había mucho que perder; a pesar de encantarme, estaba lejos de mi ciudad y seguro que era difícil vernos y poder disfrutar de ella. Me volvió a mirar sin entender muy bien lo que le decía.

M- No te entiendo.

Y- Verás. Yo soy dominante, me gusta dominar y someter a mis parejas a mis deseos, eso sí, disfrutando ambos del sexo.

M- Pues yo me lo he pasado muy bien. Nunca había tenido tres orgasmos con un hombre.

Y- Porque seguro que no han sabido tocar las teclas adecuadas. Creo que podrías ser una buena sumisa, de hecho creo que ya lo eres, lo que pasa es que hay que abrir la mente y disfrutar, dejarse de estereotipos y chorradas. La palabra clave es disfrutar.

Tenía la cabeza apoyada en mi pecho y me escuchaba intrigada, muy atenta a lo que le decía, mientras yo le pasaba la mano por la espalda llegando en ocasiones a su culito. Giró el rostro y lo apoyó en mí, mirando a otro lado. Seguí con mis caricias sin interrumpir sus pensamientos y de repente, le oí preguntarme:

M- Y qué hace una sumisa?

Y- Fácil, obedecer. No tiene más que obedecer.

M- En todo?

Y- Y a todo lo que se le ordene.

Se mantuvo en la misma posición mientras asimilaba lo que acababa de oír. Lo que hubiese dado por saber lo que pasaba por aquella cabecita. De repente, se giró hacia mí.

M- Quieres que sea tu sumisa?

Me hizo gracia la forma de planteármelo, como un juego. Sin dejar de pasar mi mano por su culo con la otra le volví a acariciar la cara.

Y- Ja, ja. Te crees capaz de ser mi sumisa y hacer todo lo que yo quiera? Ay, pobre mi “niña”, no lo aguantarías.

Quise picarla en aquel descaro juvenil y funcionó.

M- Que sí, que puedo ser sumisa.

Y- Sí, sí. Si sumisa ya eres. A ver, tu amiga Cristina hace contigo lo que le viene en gana y tú, obedeces. O no?

Volvió a bajar la vista; le había dado en uno de sus puntos débiles.

M- La verdad es que sí, pero es mi mejor amiga y se porta muy bien conmigo.

Y- Ya veremos qué tal le ha sentado tu desplante de esta noche.

M- Jo, seguro que está enfadada conmigo pero me ha gustado mucho. Eres el primer tío que pasa de ella.

Y- Ya le tocaba.

M- Vale, entonces soy sumisa, y ahora?

Y- No es lo mismo ser sumisa que ser “mi” sumisa.

M- Y no quieres que sea tu sumisa?

Y- Puedo ponerte a prueba.

M- Vale, qué tengo que hacer?

Aquella chiquilla no sabía dónde se metía; para ella aquello era un juego más y lo planteaba tan sencillamente que se hacía hasta gracioso.

Y- Todo lo que yo te pida, sin decir que no a nada. No obstante quiero que sepas que en el momento que no quieras seguir me lo dices y lo dejamos y habremos comprobado que no vales para ser mi sumisa. De acuerdo?

M- Vale.

Casi no había terminado de asentir cuando mi mano explotó en su nalga derecha con fuerza. Hizo un gesto de dolor y me miró inquiriendo la razón de aquel azote. Mi semblante tornó a serio.

Y- A las buenas sumisas se les castiga cuando no hacen bien las cosas. Cuando su Señor se ha corrido, una buena zorra sumisa limpia con la lengua su sexo.

Se quedó petrificada, sin reaccionar.

Y- A qué esperas?

Bajó su cabeza hasta mi miembro que comenzaba a mostrar las consecuencias de la situación. Empezó a dar pequeños lametones en el capullo y por el tronco; fue a agarrármela con la mano para ayudarse.

Y- Sin manos, zorra.

Se giró hacia mí dejando mi polla a un lado.

M- Yo no soy una zorra.

Como se había puesto de rodillas en la cama para realizar la limpieza de mi pene, su culo estaba totalmente accesible y sin dudarlo, le solté otro fuerte azote en su colorada nalga.

Y- Como que no? Eres una zorra, una puta zorra que me va a complacer en todo lo que se me antoje. Ponte a chuparme el rabo, zorra, más que zorra.

Tuvo un instante de duda, pero sólo fue un instante, y volvió a mi entrepierna. Con las manos apoyadas en la cama reanudó el trabajo en mi polla, pugnando ahora por metérsela en la boca. Cuando lo consiguió confirmé que su forma de mamar no era nada buena, metía el capullo entre sus labios y de ahí no pasaba. Acaricié su golpeada nalga y ella se estremeció pensando que le iba a caer otro azote. Parecía que íbamos por buen camino, una vuelta de tuerca más.

Y- Vaya, vaya. Mi zorrita no sabe comer bien un rabo. Vamos a tener que enseñarle para hacer de ella una buena puta comepollas.

A pesar de que aceleró un poco sus movimientos sobre mi capullo, puse mi mano en su cabeza y se la presioné contra mí, haciendo que se metiese en la boca la mitad de mi miembro. Hice que quedase con ella dentro un rato y cuando dejé de presionar se la sacó con gestos ostensibles de ahogo. Se incorporó y paso su antebrazo por la boca para limpiarse las babas que salían de ella y vi como una lágrima salía de aquellos ojazos. Me erguí y pasé mi dedo pulgar por su cara, secándole aquella gota. Me arrodillé a su altura y la abracé contra mí, con ternura.

Y- Ay, mi “niña”. Ves como no vales para ser mi sumisa.

Levantó el rostro enfrentándolo al mío.

M- Sí que puedo ser tu sumisa, sí que puedo.

Volví a acariciar aquella carita.

Y- Seguro?

M- Seguro.

Y- Pues entonces sigue con lo que estabas y procura hacerlo mejor, no me gustaría enfadarme.

Puse mi mano en su nuca y empujé su cabeza hacia mi polla para que siguiese con la mamada. Volvió a metérsela en la boca afanándose en hacerlo mejor, introduciendo más trozo de rabo que en las veces anteriores. Hice una coleta con su melena y agarré con fuera el pelo para que no pudiera moverse, y empecé a follarle la boca, sin forzar, pero haciendo que poco a poco, le entrase más adentro. Tiré hacia atrás y volví a enfrentar su mirada con la mía; su respiración era agitada y ahora eran varias las lágrimas y más numerosa la cantidad de saliva que resbalaban por su cara. Sin soltarle el pelo, le di un morreo salvaje, paseando mi lengua por todos los recovecos de su boca y aunque en un principio su respuesta fue tímida, enseguida respondió con la misma pasión. Cuando sus manos intentaron abrazarme, me aparté y con un fuerte tirón de su coleta la coloqué a cuatro patas encima de la cama. Abarqué directamente su coño, a mano completa, apretándolo, sintiendo la humedad de su entrepierna.

Y- Te está gustando, zorra?

Su única contestación fue un gemido entre pequeños sollozos. Fui pasando mis dedos por su raja, de arriba abajo, y le metí el dedo corazón. Un fuerte suspiro salió de su boca y apoyó la cabeza en el colchón. Moví mi dedo en su interior intentando tocar cada centímetro de su vagina y su cuerpo comenzó a moverse buscando incrementar ese contacto.

El tenerla tan a mi disposición hacía que mi rabo estuviese a punto de estallar y no quise esperar más. Me coloqué detrás y agarrando sus estrechas caderas apunté mi polla a la entrada de su coño y se la metí de un solo empujón, hasta el fondo, lo que hizo que lanzase un grito de dolor y de placer. La saqué completamente y volví a enterrarla del todo, bombeando un par de veces para repetir la violenta salida y entrada de su cueva; cuando mantuve la follada por unos segundos sus gemidos se hicieron más constantes y casi sin darme cuenta, empezó a correrse, agitando sus caderas, aprisionándome el rabo con sus músculos vaginales, lo que me hizo salirme para no correrme yo. Me quedé un instante contemplando como acababa con su orgasmo y en cuanto noté que se relajaba, volví a metérsela para continuar con la salvaje follada, consiguiendo al poco rato que se volviese a correr.

Tras la corrida, se dejó caer sobre la cama boca abajo, saboreando los últimos instantes. Le di la vuelta y puse mi erecta polla encima de sus labios, empujando, haciendo que abriese la boca para meterla dentro. Se resistió ligeramente pero cedió al notar como le retorcía con fuerza un pezón y comencé a follarle la boca. Estaba como ida, inerte, y la verdad es que era como estar metiéndosela a una muñeca, lo que no me gustó. Empecé a masturbarme encima de su cara y cuando sentí que me corría le hice abrir de nuevo la boca para llenársela de leche. Se atragantó cuando los primeros chorros chocaron con su garganta pero la mantuve quieta, con la polla en la boca, hasta que acabé de vaciarme totalmente. No le quedó más remedio que tragárselo todo. Al salirme de su boca, abrió los ojos y esbozó una sonrisa. No pude resistir la tentación de besarla y nos fundimos en un apasionado morreo.

Me habría encantado quedarme allí, abrazado a ella, descansando y disfrutando de aquella “niña”, pero ya faltaba poco para que amaneciese y pensé que era mejor marcharse. Ella estaba durmiéndose y abrió los ojos al notar mi mano acariciando su mejilla.

Y- Qué tal estás, putita mía?

M- Bien, muy cansada, súper relajada.

Y- Pues tengo que irme. Te puedes quedar hasta las doce o te vienes conmigo ahora. Tú decides.

M- Voy contigo. Necesito ir a mi casa a descansar.

Y- Pues arréglate un poco y vámonos, anda, que ya es muy tarde.

Se levantó y comenzó a buscar la ropa mientras yo me iba vistiendo. No se la veía muy segura porque las piernas le flaqueaban e iba por la habitación dando tumbos.

Y- Bueno, qué tal lo has pasado?

M- Muy bien, y tú?

Y- Bien, te queda bastante para ser una buena zorra sumisa, pero no ha sido un mal comienzo.

Quedó un instante inmóvil, mirándome, extrañada por mis palabras, ligeramente ofendida por el comentario, y acabó de colocarse la ropa. Cuando me dijo que ya estaba lista, me acerqué, la abracé y de di un suave beso en los labios.

Y- Antes de salir pasa por el baño y arréglate un poco, ja, ja.

Me miró contrariada y se fue directa al servicio. Oí una exclamación de sorpresa que debió producirse al observarse en el espejo. Fui hacia allí y estaba lavándose la cara, deshaciéndose de los restos de maquillaje. Se secó y me miró.

M- Mejor?

Asentí sonriendo. Aún sin maquillaje era preciosa.

Y- Vámonos.

Salimos del hotel agarrados de la mano y caminamos un poco, sin dirección alguna.

Y- Vives cerca?

M- No, pero cojo un taxi.

Se quedó un instante pensativa y aproveché para abrazarla con fuerza. Levantó la vista hacia mí y me miró.

M- Volveremos a vernos?

Y- Quieres?

M- Sí, me gustaría mucho.

Bajó la vista como si le hubiese dado vergüenza decírmelo. Levanté su barbilla al tiempo que la apretaba más contra mí y volvía a besarla.

Y- Sabes como soy; estás segura de querer estar otra vez conmigo?

M- Sí.

Y- Y te das cuenta de que la próxima vez te voy a exigir mucho más y que voy a ser mucho más duro contigo?

M- No importa, no te fallaré.

Volvimos a besarnos mientras el abrazo se hizo más intenso. Continuamos caminando hasta una parada de taxis y le pedí su número de teléfono. Besé su mano y se metió en el coche; mientras se alejaba se giró hacia atrás y me tiró un beso. Di media vuelta y satisfecho, muy satisfecho, regresé a mi hotel.