Mi nena Rebeca

Rebeca regresa de viaje y me es imposible soportar las ganas de poseerla.

Por motivos diferentes Rebeca yo no habíamos tenido relaciones en los últimos días.

Vivíamos juntos hacía siete años y nunca, en todo ese tiempo, nos habíamos tenido que separar por más de una semana. Pero surgió un compromiso de trabajo que la hizo salir por una semana fuera de la ciudad, y al día siguiente de su regreso, dejar la ciudad nuevamente por dos semanas más.

Yo me sentía un poco molesto, pensaba que podía fácilmente decir no al asunto del viaje, como en ocasiones anteriores había podido yo hacer en mi trabajo. Pero a ella no le era posible dejar sus responsabilidades así como así. Después de todo, era una de las muchas cosas que amaba en ella. Sin embargo, en ese momento me sentía demasiado molesto como para ver las cosas desde ese aspecto.

Ella se sentía también ofendida porque al llegar del primer viaje yo había rechazado, estúpidamente, un par de intentos que hizo por acercarse a mí. Cuando la llevaba al aeropuerto, un día después, comenzó a hablarme de lo mal que se sentía que tuviéramos que separarnos así, que a ella le hubiera gustado estar junto a mí la noche anterior o esa mañana "para llevarme un poquito de ti", había dicho. Por supuesto que me di cuenta de tanta estupidez que había habido en mi actitud y al despedirnos yo no quería dejar de abrazarla y besarla. Me partió el alma escuchar su voz que se quebraba y verla alejarse sin siquiera voltear a mirarme.

Durante esas dos semanas, le hablé cada día, a veces en más de una ocasión, le ponía canciones al teléfono, o me quedaba simplemente callado, sabiendo que ella sabía interpretar todos mis silencios.

Los días iban pasando en forma terriblemente lenta. Me quedaba horas extras en mi trabajo para llegar lo más tarde a casa y sólo a dormir, sin querer tener tiempo para extrañar.

Algún amigo preocupado me envió páginas con contenidos sexuales fuertes, muy acomedido. Pero no lograba aliviar en nada la necesidad que tenía de abrazar el cuerpo de Rebeca. Los rostros de las fotografías, las falsas miradas de deseo, los sexos abiertos… sólo me asqueaban. Yo deseaba ver el rostro claro de Rebeca, esos ojos que al hacer el amor, se cerraban, se volteaban hacia sí misma mientras decía palabras que no podía entender y me transmitían una pasión mucho más poderosa que las caras lúbricas de 100 rubias en la pantalla.

De una u otra forma, trabajando, yendo al cine, pude entretenerme hasta que llegó el día de ir por ella al aeropuerto.

Ama las margaritas, así que la recibí con un ramo y un abrazo mas bien formal, frente a sus compañeros de trabajo que estaban con ella. Camino a casa, me platicó de los proyectos que traía, de sus visitas a la playa, y algunas anécdotas con sus compañeros.

Entró a casa con cierto miedo, odiaba encontrar la casa sucia. Fue muy grande su sorpresa al encontrar la casa limpia, flores sobre la mesa, velas encendidas, y sobre todo, su yogurt y dulces favoritos en el refrigerador. Para una mujer como Rebeca, el orden es un poderoso afrodisíaco.

Mientras yo preparaba algo de tomar, ella se metió a bañar. Sólo escuchar el agua de la regadera me hizo imaginar su cuerpo mojado, su cabello cayendo sobre su espalda, sus manos recorriendo su cuello, sus senos, su vientre… y no pude aguantar más.

La saqué de la regadera, y aún escurriendo agua, la llevé hasta la cama. Ella reía y agitaba sus piernas. La tumbé sobre la cama y la comencé a besar, con tanta sed y tanta hambre, que me la quería devorar ahí mismo. Era tal la urgencia, que todo terminó muy rápido, para ambos, sin poder disfrutar un poco más de la dicha de poseernos.

Yo debía irme a trabajar, ella quería descansar así que nos prometimos un nuevo encuentro, para la noche.

La tarde se me hacía larga, y más con algunos conflictos que surgieron entre algunos miembros de mi equipo de trabajo.

Al llegar a la casa, pasada la medianoche, encontré pegado a la puerta una carta. La leí sentado en la sala, mientras escuchaba el rumor de las páginas del libro que ella leía.

Era una carta de Rebeca. Era una carta hermosa donde me decía cosas que sé que no se atrevería a decirme directamente. Era también una promesa de lo que sería esa noche.

Cuando me acerqué a la habitación, me quedé en el umbral, observándola. Estaba acostada boca abajo, releyendo un libro de Ernesto Sábato. Parecía una adolescente leyendo una revista de moda, tan ensimismada parecía estar. Yo sabía que era un pose, que lo que no deseaba era verme a la cara, pues se sentía un poco inhibida sabiendo que yo había leído su carta. Yo veía el contorno de su cuerpo, la blancura de la piel, los pies exquisitos, que sentí un impulso enorme por recostarme sobre ella y penetrarla sin hablar. Pero me esperé un poco. Ella sabía de mi presencia y musitó un "soy una estúpida, aún no entiendo porqué del suicidio de Alejandra", por no saber qué más decir.,pasando rápidamente las hojas y sabiendo que yo estaba tras ella, con todo el deseo contenido de tres semanas.

Con su voz ronca me pidió que me acercara a ella, lo cual hice de inmediato pero ahora decidido a disfrutar del encuentro, con más tiempo y calma.

Ella se pegó más a mí. Solía gustar de desabrochar poco a poco mis camisas mientras pegaba su nariz a mi cuello. Y yo enardecía con ese contacto ligero y sutil sobre mi cuello, y escuchando la respiración de Rebeca que comenzaba a entrecortarse. Yo sabía cómo la excitaba el aroma de mi cuerpo, aroma de deseo y de excitación y aún cuando moría por tocarla, dejé que siguiera bajando hasta desabrochar mi pantalón. Frente a mí, empezó a quitarse la ropa, primero su blusa, luego su short y por último sus bragas. Yo veía ese cuerpo de muchachita contrastando con ese rostro ansioso y no pude aguantar más. Me fui sobre ella, acariciando, sobando, besando y lamiendo. Desde su frente hasta la punta de los dedos de sus pies, no dejé lugar donde mi lengua y mis labios no hubieran estado. Pero ella me veía con sed y me besó el cuello, me mordió las tetillas y llegó hasta mi sexo. Me besaba, lamía, chupaba, succionaba con un ardor indefinible. La escuchaba gemir y yo gemía con ella, no sólo por la ola de sensaciones que me embargaban, sino por el placer que ella experimentaba.

Sus manos, conocedoras de mi cuerpo, comenzaron a acariciar mi ano, sin dejar de chupar mi sexo. Sus dedos finos y suaves acariciaban alrededor o se hundían suavemente. Yo trataba de contener mis orgasmos, tratando de extender mi placer, porque sabía que venían cosas mejores.

Me puse a gatas dejando mi trasero a su vista. Ella se hincó detrás de mí y empezó a pasar su lengua a lo largo de toda mi columna. Cientos de nervios se crispaban en mi interior y la lengua de Rebeca seguía bajando hasta llegar a mi ano. Jugueteó con su lengua, la pasaba alrededor hasta que empezó a penetrarme con ella mientras con su mano me masturbaba. Yo trataba de regular mi respiración, mi excitación era altísima, pero no quería terminar. Menos cuando ella ensalivó su pequeño índice y comenzó a penetrarme. Me encantaba verla de reojo, me excitaba ver como asumía mis posiciones y como me tomaba de la cadera y con su cuerpo se empujaba hacia el mío y arremetía simulando la penetración. No pensé que pudiera sentir más placer, cuando ella me recostó sin dejar de penetrarme y comenzó nuevamente a chupar mi miembro. Mi pene se hallaba endurecido y engrosado como nunca. Ella se dio cuenta y con avidez se montó encima de mí. Primero me fue tragando con su sexo, muy poco a poco, y de repente, de un tirón hizo que la penetrara. Para mí fue un impacto, se me movió todo, y sólo quería sentirla montada sobre mí. Pero ella se movió y me dijo al oído "Quiero seguir mamándote y que tú me chupes hasta que no podamos más". Esas palabras, dichas por esos labios gruesos y sensuales, en ese rostro de niña, me disparó. La recosté de espaldas sobre la cama, le levanté las piernas sobre mis hombres, y le alcé las caderas con las manos. Comencé a chupar su sexo, a mover suavemente la lengua sobre su clítoris, a girar mi lengua sin dejar de presionar y ella suspiraba y me pedía que no dejara de hacerlo. Yo seguía chupando, inhalando su aroma de flor abierta, gimiendo por el deseo. Luego me iba a su cavidad húmeda y la penetraba con mi lengua endurecida un par de veces para después volver a su clítoris y seguir con los movimientos suaves y rítmicos. Mis manos también se ocuparon, un dedo penetraba su ano y otro su vagina. Rebeca suspiraba, y movía sus caderas, pero yo la detenía. Sus manos apretando las sábanas, mis manos apretando su cuerpo y todo el cuarto inundado del olor de nuestro sudor… no imaginé que la noche iba a ser tan maravillosa.

A punto de venirse, Rebeca se separó de mí, y nuevamente me embistió con su boca. Me chupaba con ansiedad por unos minutos, para luego montarse por otros. Hizo esto un par de veces para separarse otra vez y luego montarse sobre mi cara. La cercanía de su sexo en mi boca y el aroma de todo su cuerpo era un manjar para todos mis sentidos. Chupé su clítoris, lo mordí, lo apreté, succioné mientras con mis manos acariciaba sus senos.

Frotaba mis manos contra su cuerpo, con urgencia, apretaba sus pezones, los pellizcaba y el calor que emanaba su sexo era una invitación para mi miembro que ella pareció entender porque entonces se montó sobre mí para quedarse inmóvil. Me veía con intensidad. Recordé una de nuestras últimas conversaciones. Hablábamos, medio en broma, medio en serio, sobre la posibilidad de invitar a alguien y formar un trío. Entonces, con Rebeca montada sobre mí, le pregunté si estaría dispuesta a compartirme. No esperaba su reacción. Me apretó con sus piernas y con ojos muy brillantes me dijo tan claro que no daba lugar a dudas: "Nunca". Y dicho esto se fue sobre mí y me montó con desesperación mientras me repetía que yo era suyo. Y entonces la sentí más mía que nunca. La abracé, la envolví con todo el cuerpo y sobre de ella comencé a penetrarla, hasta el fondo, sintiendo que en cada embestida su alma se unía con la mía. Ella se vino en un mar de humedades, de sollozos, palabras y gemidos. Yo todavía deseaba esperar un poco más. Ella se puso a gatas y me ofreció su precioso ano. Comencé a acariciarla con mis manos, a penetrarla, a moverme dentro de ella, sintiendo cómo su cuerpo me apretaba y me succionaba hacia ella.

Volví a penetrar su sexo y era sentirme en el mejor lugar sobre la tierra. A punto de venirme, Rebeca se separó de mí y comenzó a chupar mi miembro. Con una erupción descontrolada, mojé su rostro amadísimo, el cual besé y lamí hasta ver la sonrisa de mi pequeña asomando poco a poco.

Quien la viera con su timidez, su orden y su disciplina, no podría creer lo que he contado. Pero eso a mí me tiene sin cuidado. Tengo un tesoro que aún guarda sorpresas para mí.