Mi negrito Mario

Mi amigo incondicional de la infancia con el que disfrute hermosos momentos y grandes placeres.

MI NEGRITO MARIO

Contaba él diez años y yo trece cuando tuvimos sexo por primera vez.

En mi barrio había mucha promiscuidad. Casi todos los niños eramos pasado por las armas de los otros niños mas grandes.

Mario era casi familia mía.

Nuestras casas estaban cerca. Nuestros padres eran amigos de muchos años.

El era el menor de diez hermanos. Se la pasaba en mi casa y yo en la de él.

Una vez nos fuímos a bañar al rio. Estabamos solos.

Una vez desnudos en la poza, me maravilló su culito negro. Lo abracé por la espalda y le recosté el huevo entre las nalgas.

El se quedó quieto y noté cierto temblor en su cuerpo. Le acaricié el abdomen y le toqué su pinguita, la tenía muy chica. Lo besé en el cuello y ví como se erizó.

Ya estaba en mis manos.

Nos fuímos hacia unas rocas y nos ocultamos detrás de ellas.

Me senté recostado de espaldas contra una de esas enormes piedras.

El al lado mío solo esperaba indicaciones.

Llevé su manita hacia mi verga, el veía y acariciaba, lo pusé a mamar. Al comienzo no lo hacía muy bien, pero luego engolosinado, me daba un gran placer.

Le díje que se parara y se inclinara. Ante mi mirada había un culito oscuro, de piel suave con unos pòros abiertos excitantes. Le pasé la verga alrededor de su raja. Desde arriba hacia abajo. El estaba totalmente con la piel de gallina.

Le eché saliva en su culito y en mi glande. Pero no pude calzarlo bien. Se apartaba de lado cada vez que yo empujaba y mi pene se iba hacia sus bolitas fallando el hueco.

Estaba tan caliente que no aguanté la eyaculación. Lo impregné de semen debajo de sus bolas y entre sus piernas.

Ese fue mi primer contacto con Mario.

De allí él se torno inseparable de mí.

Andaba hecho mi sombra. Yo lo complacía en las pequeñeces que pudiera. Compartiendo mis dulces y helados con él. Si yo tenía monedas, alguna le ofrecía. Si comía algo, un pedacito le daba. Fue entonces como al mes del primer contacto quedé solo en casa y por la ventana le hice señas para que entrara a mi cuarto. Una vez solos, automáticamente y sin

Sin cruzar palabras al verme sacar el pene, el comenzó a bajarse sus pantalones cortos.

Lo coloqué de rodillas sobre el borde de la cama.

Ensalivé el terreno de juego.

Allí si no tuvo escapatoria.

Sentí como crujían sus esfínteres ante el paso de mi verga.

El solo producía un quejido ronco y silencioso de su garganta.

Le dí con suavidad hasta que acabé.

Mario si antes me admiraba, ahora me adoraba.

Comenzamos a tener relaciones cada cuatro o cinco días. Su cuerpito se adaptó a mí.

Así transcurrieron siete años.

Mario era mi putita rica.

Lo que mas me gustaba de él era su fidelidad para conmigo. Muchos lo quisieron coger y el no se dejaba sino solo conmigo.

Por mi parte día a día veía que el iba creciendo rapidamente, sus brazos aumentaron de volumen, sus espaldas se tornaron anchas y............su pinguita comenzó a transformarse

en un pingón.

Cada vez que lo culeaba disfrutaba acariciarle su pene.

Comencé a notar su grosor y su alargamiento.

Una vez que estabamos en el rio no me pude contener y después que lo cojí, le mamé el huevo hasta hacerlo eyacular.

Estaba entrando en sus trece años y acabó por primera vez en su vida. Mi boca tuvo la dicha de tomar su semen virginal.

Así fue pasando el tiempo, cuando estabamos solos nos mamabamos y nos acariciabamos.

Cuando el cumplió sus catorce años era ya todo un ejemplar de macho.

Yo le celaba las amistades, y el fiel como siempre seguía mis ordenes. Nunca me decía NO, no sabía decirme nunca que NO.

Tuvimos la suerte de dormir juntos varias veces.

La primera vez fue inolvidable.

La enfermedad de su mamá obligó a mi madre a llevárselo a mi casa, a dormir en........mi cuarto.

Fueron cuatro meses inolvidables.

La primera noche estábamos tan excitados los dos, que nos veíamos la cara y nos reíamos.

Tratabamos de acomodar la sábana y nos carcajeábamos, mamá entró al cuarto ante tal escandalo y nos mandó a callar porque ibamos a despertar a la abuelita.

Dormimos desnudos cuando estuvimos seguros que todos dormían, y alrededor solo oíamos ronquidos.

Estabamos tan felices que nos besamos en la boca varias veces. Me encantaba escuchar sus suspiros. Hicimos el 69 , el acabó primero que yo. Yo preferí acabar dentro de su culo.

El culo de Mario se convirtió en un receptáculo vaginal.

Mi pene entraba y salía de el con mucha facilidad.

Una noche yo estaba tan caliente que me le metí debajo de su cuerpo y de su verga, el desesperadamente trató de ensartarme, sin poderlo lograr, mi maldita cobardía me hizo perder ese placer con mi negrito.

El ,tranquilo no se molestaba, se conformaba acabar en mi boca.

Me fascinaba palparle el huevo, era ancho desde la base, rústico, negro con glande morado.

De hierro puro. Olía a gloria.

Mario estaba destinado a convertirse en mi pareja hombre.

Yo tenía la seguridad que quería tener a dos personas a quien amar. Una hembra rica y un macho fenomenal.

Yo estaba seguro que el macho era él.

Lamentablemente su destino fue muy trágico.

En una balacera entre la policía y unos delincuentes políticos, una de esas balas alcanzó a Mario quien en esos momentos venía saliendo de el liceo.

Yo no me encontraba en ese momento en la ciudad.

Cuando me enteré no pude contener las lágrimas.

Ante su feretro lloré mas que sus propios padres.

Aún conservo una foto de él.

Está enterrada en uno de mis album de fotografías.

Está él con siete añitos, (en ese tiempo no había caído en mis manos), recostado de su hermana Helena.

Inocente, con su pelo crespo y enrollado. Nunca nadie pensaría que esa criatura de la foto me daría a mí siete años de placer y felicidad.