Mi mujer y su madre me masturban en el cine

Mi esposa y mi suegra me la empiezan a pelar en el cine y acabamos follando en mi casa.

MI ESPOSA Y MI SUEGRA ME MASTURBAN EN EL CINE.

De cómo continúan mis experiencias con mi mujer y su madre; esta vez con inicio en el cine.

¡Buenas, estimados lectores de TODO RELATOS!.

Tras comprobar la aceptación que han tenido mis dos primeros cuentos, pese a algún comentario negativo –mas aún, incluso insultante-, que hay que acatar (ya que cada cual es muy libre de opinar), me decido a seguir relatando mis historias con mi señora y su madre, porque veo que la mayoría sí aprueba que así sea.

En fin, tras la pédica masturbación que disfruté por parte de mi mujer y mi suegra, cada vez tenía mas ganas de gozar de la modalidad sexual que se me ofrecía. Y es que, amigos lectores, personalmente no encuentro nada más excitante que estar a tono con dos bellas mujeres, sobre todo si encima –aparte de atractivas- son madre e hija. Evidentemente, para despejar toda moralina, los tres somos adultos y, en consecuencia, plenamente libres para decidir qué hacer con nuestras vidas y, por qué no, con nuestra sexualidad.

Sin mas preámbulos paso a relatar cómo se produjo nuestro siguiente enrolle.

Resulta que los tres debimos quedar bastante satisfechos con el último encuentro, pues a los pocos días de la experiencia masturbatoria con sus pies mi esposa me propuso que fuéramos al cine con su madre a una sesión nocturna de la capital en la que vivimos; estando todo dispuesto para que mi cuñada se quedara al cargo de los niños en el chalet que mis suegros tienen en la sierra.

Evidentemente, acepté en la seguridad de que tal invitación no era sino una excusa para volver a tener una placentera relación sexual a tres bandas. Ni siquiera presté demasiada atención a la película que exhibían, pues me hubiera apuntado aunque fuera una copia rallada e insonora de "Sonrisas y Lágrimas", por ejemplo. La película empezaba a las 22,30 horas, pero salimos mucho antes del chalet: como a eso de las 20,30 horas, lo cual nos dejaba tiempo de sobra para pinchar algo antes del cine, pues la casa de campo solo dista de la capital unos 15 minutos en automóvil, de manera que antes de las nueve de la noche ya habíamos aparcado y estábamos por la zona del cine.

Así las cosas, entramos en una hamburguesería próxima a la sala y nos tomamos varias cervezas, acompañándolas de alguna que otra tapa. Cuando se hizo la hora de comienzo, nos dirigimos al cine, sacando las tres entradas, que eran sin numerar, ya que la afluencia de público era escasa, propia de la época estival en la que nos encontrábamos, estación que también propiciaba vestir con prendas ligeras: ellas, con pantalones cortitos y camisetas de tirantes –desprovistas de sostén, como aventuraba el marcado relieve de sus pezones y la gravidez de los senos, lo que pude confirmar más tarde-; yo, con bañador deportivo, que pasaba por pantalón tipo tenis, y polo de manga corta cubriendo el tórax. Describo en este punto nuestra vestimenta, por ser lo que venía elevando mi temperatura desde que salimos del chalet, aspirando con ello a que el lector se haga la idea más aproximada posible de lo que -quien suscribe- venía experimentando en las horas previas a la entrada en el cine.

De esta forma, nos metimos en la sala, eludiendo la ayuda de la acomodadora, que se mostró poco insistente tras recibir la propinilla que le deslicé en su mano, sin duda considerando a la vez que no era preceptiva su intervención dado el innumerado carácter de la sesión.

Mi mujer me tomó de la mano impidiendo que me adentrara en la sala, optando ella por ocupar asientos de la última fila, dirigiéndose muy decidida por tal hilera hacia el medio. Se sentó dejándome a su derecha, por lo que mi suegra hizo lo propio a la mía, con lo que quedé deliciosamente custodiado por tan dos preciadas –preciosas- mujeres, no pudiendo evitar sonreír hacia mis adentros, anhelando tal escolta para el Juicio Final, si es que el Señor decidiera someterme al mismo, ignorando así la condena anticipada de la que he sido sujeto por mi tan detractora comentarista en esta web (¡JAJAJAJAJAJAJA!).

La película comenzó con la puntualidad propia de una sesión veraniega a la que no iba a asistir nadie mas que ya no hubiera llegado. ¡Créanme!, no sé ni el título, pues desde el comienzo me hallaba enfrascado pensando si debía tomar la iniciativa o esperar a que alguna de mis dos custodias empezase a meterme mano. Opté por lo segundo y, como a la media hora, durante la cual solo podía sentir el latido de mi corazón –y de algún que otro conducto sanguíneo menos romántico de citar-, noto cómo mi esposa comienza a acariciarme el muslo. Al desviar mi mirada hacia ella se me antoja claramente en su rostro una sonrisa tan viciosa que me aclaró certeramente que no estaba asumiendo el papel de mi abogada defensora en el juicio moral. Mi respuesta fue deslizarme en el asiento y remarcar lo abultado de mi paquete, lo que pudo apercibir mi suegra, que comenzó al instante a dispensarme idéntica caricia en el otro muslo. ¡CIELO SANTO!, pensé, ¡si ésto es la incineración eterna, aquí tienen mi mechero!, aunque tal vez no chispara a juzgar por lo mojado de la piedra –ya saben-. De manera que –ahí me tienen- inmerso en mis lúbricos delirios, levantando el culete para hacer más notoria la excitación de mi miembro, al que no se le dio demasiada tregua, porque al ratito era presa de la mano de mi mujer que, hábilmente, lo había sacado del bañador, dispensándome un delicioso movimiento masturbatorio, provocando que mi piel recorriera de arriba a abajo la empapada superficie del glande, que respondía a cada bajada emanando nuevas gotas de flujo, incrementando así la suavidad del ya frenético deslizar.

Mi suegra, mientras tanto, contemplaba con mirada lasciva tan sordo concierto de zambomba, al que no tardó en sumarse, aplicando una envolvente caricia de mi encharcado capullo, alojando entre las yemas de sus dedos el deslizado elemento, consiguiendo así que la acción se me antojara casi como una auténtica cúpula, sin que yo estuviera en condición de discernir en qué vagina estaba inmerso.

No sé el tiempo que pasé experimentando tan estupenda caricia; solo tenía claro que no pensaba correrme; que deseaba ese contacto eternamente; que podía el cine estar de público repleto y que seguiría haciendo lo mismo. Sin embargo, tratando de contener una polución impertinentemente anticipada, traté mentalmente de desviar mi excitación lanzándome a acariciar los pechos de mis niñas, lo que me fue vetado con una susurrante invitación de mi esposa, lujuriosamente vertida con su cálido aliento en mi oído.

- ¿Qué tal si pasamos de la peli y nos vamos a nuestra casa?.

Se refería a nuestro hogar en la capital, vacío a la sazón por nuestro familiar traslado al chalet de mis suegros, y muy cercano al cine, por cierto.

Mi respuesta no fue verbal, asintiendo a tan sabrosa propuesta con el único gesto de guardarme la verga en el pantalón. Así me dí cuenta que todo estaba preparado, pues mi suegra, que con mi gesto se quedó de repente sin nada entre sus yemas digitales, lejos de asombrarse, tiró para adelante la primera, saliendo los tres del cine, supongo que con el mismo calentón que yo llevaba.

Como nuestra casa está a unos 500 metros del cine no tardamos en llegar, trayecto que yo aproveché para excitarme más de lo que ya lo estaba, pensando en el lote que nos aguardaba.

Nada más llegar, nos condujimos al dormitorio matrimonial, pero ya en el pasillo nos íbamos desvistiendo. Nos tumbamos en la cama e hicimos un triángulo oral, es decir, los tres de costado disfrutábamos con nuestras bocas de nuestros sexos: yo le comía la raja a mi suegra; ésta a mi mujer y ésta me chupaba la polla. Así estuvimos un buen rato hasta que las dos se tumbaron en la cama de espaldas y me las empecé a follar salvajamente: primero, a mi mujer para que, antes de que se corriera, pasar a tirarme a mi suegra; luego a mi mujer y así sucesivamente. Mas tarde se pusieron de espaldas a lo perrito y yo dale que dale. ¡JODER, ME HUBIERA GUSTADO TENER DOS POLLAS!, ya saben. Follábamos como locos: venga, venga y venga; me importaba un pito que los vecinos se alertaran, pues sabían que pasábamos todo el verano en el chalet de la sierra. ¡Venga, venga y venga!, hasta que me corrí copiosamente en el coño de mi mujer, la que dijo: ¡Joder, no le dejes a mamá sin crema!, sacando mi rabo y depositando las últimas chorradas en su cara.

Luego, tomamos una copa y...

Eso ya será materia de otra historia; a no ser que la crítica esa que me ha salido haga que acabe en la cárcel, porque no sé si tendrán allí internet para seguirles contando. ¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!.