Mi Mujer y su amante (parte 2)
Segunda parte de mi Mujer y su amante
Yo soy Luisa y tengo un amante.
No creo que sea fácil ni decirlo ni justificarlo ni, aun menos, hacerlo; pero lo hice y ya no hay solución.
Cuando entré aquel día y me encontré a Alex sentado con la tarjeta en la mano, el mundo se me cayó encima. ¿Es en serio que ha encontrado la tarjeta? Desgraciadamente así era.
Me senté frente a él y sin gritos me comentó lo que había descubierto y me preguntó por qué lo había hecho. Mi vida es aburrida. Somos de mediana edad, pero parecemos unos abuelos. No tenemos hijos y disfrutamos de la vida para nosotros, pero en realidad vivimos únicamente para los fines de semana. Salimos pronto de casa para ir al trabajo, siempre corriendo y con estrés, comemos fuera y llegamos casi a media tarde cansados de tal manera que vemos alguna serie en las plataformas de televisión de moda, cena, películas o series y a la cama. Si hay partido yo me voy a la habitación a ver otra cosa y la verdad es que la comunicación brilla por su ausencia. Los fines de semana son monótonos, planos, aburridos.
De vez en cuando vamos al cine, de vez en cuando a tomar algo por ahí, de vez en cuando salimos a pasear. De vez en cuando creemos que vivimos, pero la monotonía es nuestra seña distintiva de pareja. Y así durante 15 años de casados.
Y él es muy soso en cuanto al sexo. Se cree que tiene una polla gorda, pero la verdad es que es bastante normalita tirando a pequeña. No me importa el tamaño, pero sí que lo haga bien.
Alex le pone muy buena voluntad, pero no me lleva a la gloria. Se cree que por ponerme unas películas me excita. Lo que realmente me excita es la situación de estar con él desnudo, el roce de sus manos por mis pechos, que me acaricie la cara y me diga todo con su mirada, que recorra con sus labios todos los rincones de mi cuerpo.
Que me chupe los pezones lentamente, nada de morderlos, solamente chuparlos y recogerlos con su boca. Que bajé a mi conejito y me lama el clítoris, lentamente, hacia arriba, hacia abajo, jugando despacio con él. Que de vez en cuando aplique toda su boca y lo succione con movimientos rítmicos, dentro fuera, fuera dentro. Que lo empape bien con su saliva y que recorra con su lengua y con su boca los labios menores y los mayores. Que saque la lengua y la pase de arriba abajo y aplique de nuevo su boca entera.
Me he corrido siempre así con él. Pero después de 15 años, siempre es lo mismo. Luego de correrme se sube encima y me la mete, eso sí delicadamente, pero sin gracia. Después de un rato de embestidas suele darme la vuelta y ya sé que me la va a meter por el culo. Afortunadamente siempre me preparo antes pues no es muy agradable si, bueno ya me entendéis.
Suelo relajarme, aunque me duele bastante y no es por el grosor de su polla sino porque por naturaleza lo tengo estrecho. Poco se para en preliminares metiéndome un dedo o dos, cuando siento que pone su polla en mi agujero y yo suelo empujar hacia fuera para ayudarla a entrar. Me duele, pero en el fondo suelo disfrutar ya que con una mano suelo acariciarme el coño y llego al orgasmo cuando Alex se corre en mi culo. No lo ha descubierto nunca y se cree que tengo orgasmos anales. Luego vamos a limpiarnos y el momento sexual suele acabar ahí. Le encanta que se la chupe y, no es por nada, pero no lo hago nada mal.
Me encanta sentir el calor de la polla en la boca, sentir como chupándosela domino la situación, hago en ese momento lo que quiero con ellos. Con Alex es fácil, le encanta que haga como en las películas. Se la sacudo, me la meto en la boca, la chupo y con la lengua se la lamo y también los huevos…… Y así durante un rato.
Hasta que al final se suele levantar para correrse en mi cara. Siento esa leche aguate en mi piel, caliente y pegajosa y con sabor no muy agradable. Pero no me importa. Las carencias en esa materia no me importan pues considero que el amor es el bien superior. Eso creía hasta que encontré a Enrique.
Tiene 34 años y es un chico alto, de ojos verdes, pelo castaño, piel suave y sin pelo, y una polla de 22 centímetros. Resulta que trabaja en un ministerio cerca del mío y un día coincidimos en un bar tomando café a media mañana. Yo iba con dos compañeras y el con un compañero. No pude no fijarme en Enrique al igual que hicieron mis compañeras, claro. Luego salimos y comentamos lo bueno que estaba. Días después fui a tomar café yo sola y estaba allí y, os lo juro, parecía que me estaba esperando. Como quien no quiere la cosa empezamos a hablar de lo típico, de que ministerio éramos, que te he visto algún día tomando café aquí, en fin, las banalidades de conversaciones de barra de bar.
Poco tiempo después era normal entrar a tomar café y saludarnos y hacer alguna broma. Mis compañeras no paraban de murmurarme que veían que quería tema conmigo, pero yo en ese momento pensaba que era un chico amable y educado que nos daba un poco de conversación, unas risas y cada uno a su trabajo. Esa situación duró como un mes y un día que estábamos solos nos sentamos en una mesa a desayunar. Hablamos de nosotros, de nuestras parejas, de todo un poco lo que da media hora de conversación.
Casi al final y no sé cómo, acercó su mano a la mía. No lo rechacé, lo que me sorprendió, al contrario, me encantó el contacto. Era cálido, suave y una corriente eléctrica erizó mi vello, de lo cual Enrique se dio cuenta. Antes de irme fui al servicio a orinar y comprobé que tenía el chichi totalmente mojado. Mi cabeza daba vueltas por la situación, por los condicionantes, por lo que mi conciencia me decía. Salí con el ánimo de poner límite a esta situación.
Me senté y me dijo que mañana nos veíamos para tomar café y le dije que tenía libre, que no iba a ser posible vernos mañana. Me miró y me dijo “Que te parece que me coja libre yo también mañana y nos vayamos a dar una vuelta por ahí”. Cogida en un renuncio no sabía que contestar, aunque en ese momento me di cuenta de cuanto deseaba sentir la adrenalina corriendo por mis venas, sentir esa situación nueva y completamente nueva.
Me tiré al vacío sin red y le dije que sí. Quedamos que me recogería en un punto a las 10 del día siguiente. Cuando a la mañana siguiente me despedí de Alex marchándose al trabajo, le miré pensando que iba a follar con otra persona, sin remordimientos. En mi mente imaginaba mientras salía por la puerta que era un corderito caminando al matadero, pero me daba igual, necesitaba ese subidón de adrenalina.
A las 10 estaba preparada para que me recogiera. Me había puesto unas braguitas de encaje moradas preciosas, me había depilado bien el chichi y me había vestido de forma sugerente. He de reconocer que estaba radiante de ilusión y Enrique lo vio en cuanto subí a su coche. Fuimos a un hotel muy conocido para este tipo de citas que es muy íntimo y reservado.
Entramos directamente con el coche y subimos a la habitación sin ver a nadie, total eran las 11 de la mañana y teníamos 4 horas para nosotros. Nada más entrar se abalanzo sobre mí y me empezó a besar. No recordaba cómo era besar a nadie más que a Alex, pero me encantó y me deje llevar. Le abracé y nuestras lenguas recorrieron toda la boca.
Sacábamos la lengua cuando nos asfixiábamos para tomar un poco de aire, pero sin dejar de chuparnos y tocarnos. Sentía sus manos en mi culo y como me levantaba la faldita. Yo a su vez también le tocaba el culo y cuando pase sus manos por la entrepierna, ¡¡DIOS!! no daba crédito a lo que palpaba.
Era grandísima y estaba totalmente empalmado. Mi cabeza se nublaba, estaba flotando. Cuando me di cuenta estaba semidesnuda, tumbada en la cama, sin braguitas y Enrique no paraba de besarme el chichi. Veía sus labios brillantes de mis jugos pues he de decir lo mojadísima que estaba entonces. Me chupaba, me lamia, pasaba dos dedos por mi clítoris, me miraba con ojos pícaros, me decía lo que le gustaba mi coño, se metía otra vez entre mis piernas; y yo me corrí dos veces en ese envite.
Me levantaba las piernas y lamia hasta mi culo, me metía dos dedos por el chichi mientras me lamia mi culo, pasaba a mi clítoris y frotaba mi culo con un dedo sin metérmelo dentro. Yo creía estar en el cielo. Se acercó de rodillas y pude ver aquella polla, gorda en su base y con un capullo terminado en punta. Madre mía que divinidad. Me acerqué a ella y la toqué. Su tacto era suave, delicado, caliente y palpitante.
Parecía tener vida propia pues a cada palpación se estremecía y subía y bajaba. No pude más y saqué mi lengua y se la chupé. En un principio la lamí pues tenía miedo que no me entrara en la boca, pero pasado un rato me la metí hasta el fondo y jugué con mi lengua dentro de mi boca. La sacaba, la lamia, me la volvía a meter, la sacudía, la estrujaba y al final con un gran gemido se corría en mi boca. Bendito licor que destilaban sus huevos, bendito sabor de aquella ambrosia de dioses.
Me parecía tan sabroso que no deje ni gota y me trague todo, algo que no suelo hacer con mi marido. Enrique se agacho y lamió mi boca, saco mi lengua con dos dedos y lamio los restos que quedaban en mi boca y en mi lengua. Por dios que hombre era aquel que me hacía sentirme tan especial y tan excitada.
Sin descanso se tumbó y me dijo que me pusiera encima y así hice. Me senté a horcajadas y encaminé su polla a mi agujero. No puedo describir lo que sentí cuando entró aquel trozo de carne dentro de mí, tan adentro que parecía me iba a salir por la boca. Entraba y salía con suma facilidad gracias a mis jugos y a su lubricación. Yo subía y bajaba empalándome en aquella magnífica polla. El me acompasaba con su cintura mientras me agarraba las tetas. La sentía dentro de mí, sentía el calor de su carne, la excitación del momento y cuando una mano me empezó a tocar mi clítoris, aquello fue el paraíso. Y nos corrimos los dos casi a la vez.
Sentía los chorros de leche como inundaban mi interior, como rezumaban fuera de mi coño, como caían por entre mis piernas. Aquella fue una corrida monumental entre mis jugos y su leche. Me saque su polla y me tumbe a su lado. La tenía llena de jugos. Estaba brillante y no sé por qué pero la volví a lamer para limpiarla de toda aquella lubricación. Ya habían pasado casi las 4 horas desde que habíamos cogido la habitación. Nos duchamos, nos vestimos, cogimos el coche y nos marchamos.
Al principio íbamos callados hasta que él me dijo que nunca había follado con una mujer como yo, que era increíble y que quería seguir follando conmigo cuando pudiéramos. No le puse ninguna objeción. Adoraba aquella polla que me hacía sentir en el séptimo cielo. Luego tuvimos más encuentros, hasta que Alex descubrió aquella tarjeta de memoria.
Y ahí estábamos los dos mirándonos y Alex esperaba una explicación por mi parte. Esa es una explicación que en una tercera parte os daremos Alex y yo.