Mi mujer y el paseo en velero (segunda parte)

De cómo mi mujer se volvió la esclava lasciva del patrón de un barco y de cómo yo me convertí en un cornudo sumiso plegado a sus deseos hacia mi mujer.

(Contiuación de Mi mujer y el paseo en velero)

Buceando por Internet, buscando planes que cuadraran con mis nuevas perspectivas sexuales, descubrí un paseo en velero por la ría. Se trataba de alquilar un barco con un patrón que, por un precio estúpidamente alto, te permitía pasar el día y parte de la noche en el velero. Una comida, una cena y un camarote para disfrutar de la intimidad. Enseguida me interesó la propuesta y accedí a la galería de imágenes que había en la página. Se veía un camarote con una cama de noventa, con dos pequeños claraboyas -ojos de buey me enteré más tarde que se llamaban- a izquierda y derecha; también había una pequeña mesa con bombones y champagne. En la página se prometía un día romántico para dos con paseo por la ría, fondeo para nadar y bucear, cubierta para tomar el sol en pareja y llegada por la noche después de ver la puesta de sol. Un día romántico que empezaba a las 10 de la mañana y se extendía más allá de la caída del sol a las 10 de la noche.

Enseguida vi el potencial de la experiencia: mi mujer y yo juntos en un velero con un patrón de barco toooodo el día y parte de la noche. Con el sol sobre nuestras cabezas y una cama con pequeñas ventanas circulares. La tentación pudo sobre el precio y, sin pensármelo dos veces, reservé el barco para el jueves siguiente.

Cuando Sofía llegó esa misma tarde le comenté la locura que había hecho y le comenté mi plan. Dejaríamos a las peques con los abuelos y nos pasaríamos el día disfrutando del sol y de la brisa marina. Sofía al principio me dijo que había perdido la cabeza, que era mucho dinero para un solo día y que no merecía la pena.

-Deberemos hacer que merezca la pena -le dije yo achuchándola contra mi cuerpo- fíjate, tiene incluso un pequeño camarote con una cama y una mesa e incluso se puede tomar el sol en la popa.

-Proa -me corrigió ella interesada, mirando las diferentes fotos en las que una modelo tomaba el sol en topless con una increíble pamela color rojo- la parte delantera del barco se llama proa.

-Lo que tú digas, cariño. Fíjate, incluso puedes hacer topless en alta mar, como si fueras de la jet-set.

-¿Y el patrón, qué? ¿a disfrutar de la vista?

-Seguro que es un profesional que está acostumbrado a parejitas demasiado cariñosas ¿no te parece?

-Demasiado dinero, estás loco (...) tendremos que hablar con tus padres para que se queden con las niñas -dijo dando el tema por zanjado- y tendré que comprarme un bikini, los que tengo están dados de sí.

Ese fin de semana le comentamos la idea a los abuelos de las peques que accedieron encantados a quedarse con ellas. Acompañé también a Sofía a comprarse el bikini ya que quería que fuese lo más sexy y provocativa posible. Fue un auténtico tira y afloja ya que ella no estaba dispuesta a comprarse un tanga, cosa que a mí me apetecía. Habíamos cogido como cuatro o cinco modelos que llevamos al probador. Había bastante cola aunque avanzaba rápido debido a que también había muchos probadores disponibles. Por protocolo covid, yo no la podía acompañar al interior del probador, sino que tenía que esperar fuera a que se cambiase. Al probarse el primero abrió un poco la cortina para que yo viera como le quedaba, le dije a la dependienta que me iba a acercar y abrí un poco más la cortina para poder verla. Le quedaba demasiado alto de cintura y le dije que no me gustaba, que se probase otro. Ella accedió y fui yo quien cerró la cortina. Al arrimarla de un tirón no quedó del todo cerrada y decidí dejarla así. Se podía ver, desde fuera si te ponías en diagonal a la cortina, parte del interior del probador; además, desde el espejo, se podía ver también a Sofía de espaldas quitándose la parte de arriba. Un chico y un señor de la cola rápidamente percibieron el espectáculo y se movieron para obtener una mejor vista. Sofía pareció no darse cuenta y salió con un nuevo bikini puesto, muy parecido también al anterior, demasiado alto de cintura. Ya me lo dijo al verse y dijo que se probaría el siguiente.

-Cierra tú la cortina -dijo dándose la vuelta y mirando hacia mí a través del espejo.

Esta vez dejé la cortina un poco más abierta y me aparté hacia un lado para que tanto el chico como el señor pudieran ver cómo se cambiaba Sofía. El interior, incluso desde donde yo estaba, era visible por completo. Temí que la dependienta nos llamara la atención por escándalo, pero permanecía ajena a todo doblando la ropa descartada. En esta ocasión Sofía se quitó el bikini alto de cintura y, lentamente también la braguita. Se quedó completamente desnuda mirándose al espejo. Desvié la mirada hacia los hombres que esperaban en la cola y descubrí que el chico se estaba acomodando en ese momento el paquete, miraba descaradamente hacia el interior del probador en donde, sin duda alguna, estaba viendo a mi mujer desnuda. Desgraciadamente el señor mayor ya no estaba. Volví a mirar en dirección a Sofía y allí estaba ella, todavía desnuda y devolviéndome la mirada. Sin dejar de mirar hacia mi se volvió a probar otro bikini. Al abrir la cortina desvió la mirada hacia el chico joven que se había movido hacia el probador de su novia pero que seguía mirando, alucinado, hacia Sofía.

-Me queda demasiado pequeño- dijo Sofía mirando cómo apenas el bañador le cubría las nalgas.

-Yo creo que son así -le dije- me parece que te queda estupendo. Era un bikini negro con bastante escote en la parte superior y con una braga con lazos a los lados que llegaba justo por encima de dónde Sofía tenía el vello púbico- me parece que estás espectacular.

Sofía vio el precio y decidió probarse el último. Esta vez cerró ella completamente la cortina pero ya no me importaba ya que solo quedaban dos señoras a la cola. El último de los bikinis tenía un corte parecido a este último pero de color rojo.

-¿Cuál te gusta más?- me preguntó- ¿el negro o el rojo?

-El negro me parece más sexy.

Sofía volvió a ver el precio. Menudo día más caro nos va a salir -dijo cerrando otra vez la cortina, con el bikini negro en la mano- ya puede merecer la pena.

El jueves amaneció un día espectacular, el cielo despejado y una temperatura agradable ya a las nueve de la mañana. Habíamos dejado a las niñas con los abuelos la noche anterior para salir sin preocupaciones de tiempo. Eran las nueve y media de la mañana y ya nos encaminábamos ambos por el muelle en dirección al velero. Nos encontramos el barco amarrado en el puerto. Era blanco con dos velas grandes en su parte frontal y un espacio para tomar el sol que acababa en pico. Se veía como el interior estaba acabado en madera y la impresión general era de un barco reluciente y bien cuidado. En su parte trasera, con una manguera, se encontraba atareado limpiando el que supusimos que era el patrón. Debía de tener unos cinco o diez años más que nosotros y, para hacer honor a su nombre, llevaba una gorra marinera.

-Muy buenas a los dos -nos dijo al ver que parábamos indecisos en la parela de acceso- ¿sois Sofía y su esposo, verdad? -ambos asentimos.- Subid, bienvenidos a bordo. Voy a ser vuestro patrón en el día de hoy, encantado.

El patrón dio la mano a Sofía para acceder por la pasarela de manera muy educada.

-Estáis entrando en Alessandra -dijo señalando el nombre del velero escrito con una caligrafía cuidada en el casco- en mis dominios, en mi pequeño país. Espero que vuestra estancia sea agradable y que podamos compartir un estupendo día juntos. Zarparemos dentro de media hora. Podéis ir acomodándoos para el inicio de la travesía en el camarote.

Sofía y yo accedimos al camarote. Era mejor incluso de lo que esperábamos. Todo estaba hecho de madera, con una pequeña mesa con un banco en forma de L y cubierto por cojines blancos. Encima de la mesa estaba una botella de champagne y una caja de bombones como en la foto de Internet. Pegada a la pared había un pequeño televisor de pantalla plana y justo a su lado una puerta que daba a la habitación. En ella, había una cama de noventa con una gran claraboya en su parte superior que, supuse, era para ver las estrellas. En la zona de la mesa también había dos ojos de buey a cada lado. Todas las pequeñas ventanas tenían un pequeño estore que las tapaba para que nadie pudiera ver desde el exterior. Lo primero que hice, nada más entrar y a la vista de Sofía, fue abrirlas todas.

-Mira que pasada de vistas-le dije a Sofía

-Sí ya, claro- dijo ella en tono jocoso- las que tendrá el patrón ¿no?

Yo no respondí, me limité a ir hacia la habitación para comprobar que también tenía un pequeño baño en su interior. Temeroso de que bajara los estores intenté cambiar de tema y le dije:

-Fíjate, tenemos hasta un pequeño baño en el interior de la habitación.

Cuando salí nuevamente al espacio en donde se encontraba Sofía descubrí que, no solo no había bajado los estores, sino que se encontraba ya cambiándose para ponerse el bañador. Por uno de los ojos de buey vimos pasar las piernas del patrón. Sofía se quitó el pantalón y las bragas y se puso el bañador negro. Después se puso una chaqueta de encaje negra que le llegaba hasta las piernas y que transparentaba todo.

-Estás espectacular- le dije besándola- Va a ser un día inolvidable.

Justo en ese momento golpeó con los nudillos el patrón en uno de las pequeñas ventanas circulares

-Zarpamos en cinco minutos.

Salimos a cubierta y el patrón nos indicó que nos pusiéramos en uno de los laterales. Encendió el motor y salimos del puerto a la hora señalada.

-Las velas las desplegaremos cuando estemos en mar abierto. Ahora disfruten de la velocidad de Alessandra, sin duda la segunda mujer más bella de este barco- dijo sonriendo a mi mujer.

Sofía le sonrió también mientras se ponía las gafas de sol. Era un día precioso de inicios de Julio y la brisa se agradecía, ya se empezaba a notar como el sol empezaba a calentar. El velero surcaba el mar a toda velocidad, cortando como un cuchillo el mar azul que se extendía frente a nosotros. Yo me acerqué a Sofía para darle un beso y contemplar juntos la estampa. Al cabo de un rato de subir y bajar Sofía se quitó las gafas y se apretó el puente de los ojos.

-Si te mareas -dijo el patrón viendo hacia ella- es mejor que te eches un poco en el camarote. Dentro de poco estarás acostumbrada al vaivén de Alessandra. Mójate la cara y la nuca y reposa un rato.

A Sofía le pareció buena idea así que la acompañé a dentro. Se mojó como le había indicado el patrón y se recostó en el banquito de los cojines blancos, reposando la cabeza en mis piernas. Allí parecía que se notaba menos el movimiento del barco así que Sofía se puso cómoda. Al cabo de un rato se apagó el motor del barco y todo se volvió mucho más silencioso.

-Voy a desplegar las velas- dijo desde fuera el patrón- hace un día estupendo, creo que va a ser una jornada muy agradable.

El sol empezaba a calentar el día y en el camarote pronto empezó a notarse la temperatura. Al cabo de un momento Sofía se incorporó.

-¡Qué calor hace aquí! -dijo quitándose la chaqueta de encaje

-¿Quieres que salgamos?- le pregunté.

Sofía volvió a tumbarse en el banco con la cabeza apoyada en mis piernas.

-Un poco más -me dijo- ya se me está pasando el mareo.

Ahora podía ver a Sofía tumbada con su nuevo bikini. Estaba recostada boca arriba y la braga apenas le llegaba a tapar el vello de su vulva. De repente me fijé que, desde fuera, el patrón no quitaba ojo a Sofía. Se encontraba al mando del timón y, desde su posición, podía ver el cuerpo de Sofía. Con las prisas de entrar no habíamos cerrado la puerta de la escotilla y, gracias a ese feliz despiste, el patrón del barco podía ver el cuerpo de mi mujer al completo. Un calor me inundó sabiendo justo lo que iba a hacer. Empecé a acariciar las sienes de Sofía, muy despacio, para ayudarla a recuperarse. Ésta suspiró. Bajé entonces la mano por su suave cuerpo y empecé a acariciarlo. Primero los pechos, suavemente por encima de la tela, después fui bajando la mano en dirección a la barriga. Ví como Sofía contraía la pelvis hacia atrás, se estaba excitando. Llegué entonces a su braga.

-Es una braga bien pequeña- le dije

-Como a ti te gusta, ¿verdad? -dijo ella cerrando los ojos y acomodando la cabeza entre mis piernas.

Accedí al interior de su braga y la empecé a masturbar. Sofía abrió un poco las piernas para que pudiera acceder más fácilmente. Acariciaba ahora el clítoris de Sofía mientras esta empezaba a ronronear- ... nos puede veeeeerhh... -susurró mientras echaba los brazos hacia atrás. El patrón efectivamente seguía viendo con descaro hacia el interior del camarote, en un determinado momento nuestras miradas se cruzaron, yo seguía jugueteando con el clítoris de Sofía. Fue ese el momento que elegí para introducir un dedo en su interior. Sofía soltó un suspiro de alivio. El patrón bajó la mirada para seguir contemplando, sin ningún reparo, cómo masturbaba a mi esposa. Bajé entonces un poco la braga de Sofía para que quedará a la vista parte de su pubis. Sofía levantó el culo para que la bajara todavía más.

-Nos está viendo -le dije yo sin dejar de masturbarla, bajando un poco más la braga. Sofía abrió la boca para respirar. Cada vez hacía más calor en el interior del pequeño camarote, se le empezaban a formar pequeñas gotas de sudor que le corrían por la frente. Poco a poco fui bajando más y más la braga hasta que llegó por debajo de sus rodillas. En ese momento fue Sofía la que, con un movimiento de piernas, se quitó completamente la braga.

-¿De verdad nos está viendo?-preguntó Sofía entre jadeos, negándose a abrir los ojos. La dejé de masturbar para abrir sus piernas completamente. Pude ver la cara de asombro del patrón cuando volvimos a cruzar la mirada. Ahora Sofía tenía el coño completamente expuesto. Solo hacía 40 minutos que surcábamos el mar y el otro hombre del barco ya podía ver lo golfa que era mi mujer.

-Abre los ojos si no me crees- le dije a Sofía.

-No me atrevo-dijo Sofía- tengo miedo de que no sea cierto.

Volví a introducir un dedo en su interior. Sofía estaba empapada. La estampa era espectacular. Mi mujer con los brazos hacia atrás y las piernas completamente abiertas, se dejaba masturbar delante de un desconocido. El patrón, por su parte, había borrado ya su cara de estupefacción. Con la mirada fija en el coño de mi mujer se la veían las ganas de cogerla para follarla. Sofía abrió entonces los ojos y su mirada se cruzó con la del patrón. Fue ese el momento en el que se corrió delante de ambos, de su marido y de ese hombre que conociera hacía solo una hora. Sofía le sostuvo la mirada, con las piernas todavía abiertas de par en par. Después se levantó para tomar un poco de champagne (continuará)