Mi mujer y el paseo en velero

De cómo mi mujer se volvió la esclava lasciva del patrón de un barco y de cómo yo me convertí en un cornudo sumiso plegado a sus deseos hacia mi mujer.

Desde hacía dos años el sexo con mi mujer había caído en picado. La rutina, las hijas, el trabajo y el día a día había transformado nuestra vida sexual en un páramo sin vida. Lo recuerdo perfectamente, estábamos en una playa al inicio del verano cuando mi mujer me dijo:

-Me encuentro muy a gusto contigo, todo nos va bien. La verdad es que no necesito el sexo para vivir.

Esto para mí fue la gota que colmó el vaso, ¿era esto lo que me esperaba a partir de ahora? una vida de trabajo y compañía femenina pero carente de chispa o sexualidad. Desde este momento-pensé-, voy a hacer realidad todos mis deseos. Y la verdad es que dentro de todos los deseos no se encontraban otras mujeres sino que tenían que ver con mi mujer. Mi mujer Sofía, desnuda y convertida en una amante del sexo y la lujuria. Desde hacía años había coqueteado con la idea de exhibir a mi mujer, era algo que me encantaba, que me fascinaba más allá de cualquier otra fantasía. El saberla desnuda y expuesta, a la vista de otros, me hacía sentir una excitación especial. Ella muchas veces se había dejado llevar por mis impulsos pero siempre los frenaba a tiempo o los dejaba únicamente en una anécdota veraniega. Os pongo un ejemplo:

Hacía unos años viviéramos en un piso que estaba situado en un callejón. Justo enfrente, en el piso inferior, vivía un chico que se paseaba desnudo por casa. En cierta ocasión lo viera pasar desnudo y sentarse en el sofá y empezarse a masturbar. Sofía en ese momento estaba limpiando la cocina y yo estaba en la habitación del ordenador. Al descubrir que se estaba masturbando me fijé como estaba mirando para la ventana de mi cocina. Sin hacer ruido me acercara a la cocina y allí estaba Sofía, quieta con la fregona en la mano mirando por la ventana, en silencio, viendo cómo el chico se masturbaba mirando hacia ella.

Sin decirle nada me volviera a la habitación del ordenador para seguir haciendo que trabajaba. Al poco tiempo ví que el chico terminaba y que Sofía terminaba de fregar y cerraba la puerta de la cocina. me la encontré en el pasillo pero no me dijo nada, siguió como si tal cosa. Yo la cogí y me la llevé a la habitación, allí teníamos otra ventana que daba al callejón y que el chico podía ver desde su casa.

-¿Qué haces?-me preguntara sonriendo

Me la llevé hasta cerca de la ventana y empecé a desnudarla. Le quité la camiseta y el sujetador para liberar sus pechos. Los tenía duros como piedras. Todavía recuerdo hoy cómo los estrujara preso de la excitación.

-Nos puede ver el vecino- había dicho ella-¿es eso lo que quieres?

-Sí-le dije yo- quiero que te vea las tetas y tu cara de excitación

El vecino apareció de repente por una de las ventanas, todavía desnudo y apagó las luces. Era ya casi de noche y apenas se podía ver. Nosotros teníamos el cuarto completamente iluminado. Abriendo y cerrando la mano le indiqué que encendiera la luz para que lo pudiéramos ver. El enseguida encendió la luz y se puso a mirar hacia nosotros.

-Nos está viendo-dijo mi mujer mientras dejándose tocar las tetas.

-Abre la boca- le dije yo metiendo el dedo pulgar en su boca

Ella empezó a chuparlo excitada, despreocupándose ya de que otro hombre la estuviera viendo excitada, cerrando los ojos y apretando con sus brazos mi cuerpo al suyo. Yo metí mi mano entre el pantalón y la braga para buscar su vulva y empecé a acariciarla. Como desde la posición en la que estaba el vecino, al ser un piso inferior, era imposible que viera cómo empezaba a masturbarla, le dije a Sofía:

-Súbete a la cama

Y Sofía se subió para que así el vecino pudiera ver su cuerpo completo. Rápidamente bajé su pantalón y le quité la braga para dejarla completamente desnuda. Ella en ningún momento preguntó el porqué de subirla a la cama ni dijo nada del vecino que seguía allí, viéndola completamente desnuda mientras yo comenzaba a masturbarla. Me puse detrás de ella, de rodillas, para que así el vecino pudiera tener una visión completa de mi mujer. Ella se dejaba hacer, dejaba que le metiese le metiese un dedo en el coño, que abriese su vulva para enseñar su interior, que le diese la vuelta o que le pidiera que se agachará con el culo frente a la ventana. Todo lo hacía completamente desinhibida, lujuriosa y jadeante mientras otro hombre la veía gozar, con los brazos extendidos hacia arriba la mayor parte del tiempo para sujetarse al techo de la habitación.

Al cabo de un rato le pedí que bajara para follar y estuvimos follando un buen rato, ella todo el tiempo de cara a la ventana, mirando hacia el vecino desnudo que se volvía a masturbar.

Sin duda había sido una experiencia fantástica pero al poco tiempo cambiáramos de piso, llegara nuestra primera hija y ya no volviéramos a repetir la situación. Eso tenía que cambiar-me dije volviendo hacia la toalla de playa. Empezaba el verano, llegaban las vacaciones y era el ambiente perfecto para retomar antiguas pasiones.

Buceando por Internet, buscando planes que cuadraran con mis nuevas perspectivas sexuales, descubrí un paseo en velero por la ría. Se trataba de alquilar un barco con un patrón que, por un precio bastante alto, te permitía pasar el día y parte de la noche en el velero. (Continuará)