Mi mujer termina atada en un local liberal
Historia real de cómo mi mujer y yo traspasamos nuestros límites una vez más y tras follar con un semental ella termina atada en un local liberal, viviendo así la experiencia más excitante de nuestras vidas.
La experiencia en el último local (puedes leerla en https://todorelatos.com/relato/180024/ o a través del perfil) había sido tan buena que decidimos repetir dos semanas después y de nuevo con J, nuestro compañero de juegos favorito. Esta vez R se había decantado por una vestimenta especial, un vestido negro corto por abajo que dejaba sus hombros al aire, liguero, medias y tanga de lacitos del mismo color y un colgante con el triskelion que representa el BDSM que había sido un regalo mío. Además por primera vez se había atrevido a elegir varios de nuestros juguetes sexuales para llevarlos a un local.
Como siempre la noche empezó tomando algo los tres juntos, en esta ocasión nos limitamos a la barra, y charlando, especialmente ellos dos. Ya he dicho alguna vez que esta es una parte que a mí, personalmente, me aburre, pero a R creo que lo de hablar con el semental que se la va a follar poco después le pone mucho. En cualquier caso no pasó demasiado tiempo antes que mi propia mujer nos invitase a ir al mismo reservado que la vez anterior. Una vez dentro los tres, y todavía con su vestido negro puesto, R abrió la bolsa con los juguetes que habíamos llevado y me miró.
- ¿Vamos? - preguntó sonriendo con sus ojos fijos en mí.
Previamente en nuestra casa me había dicho lo que le apetecía probar esa noche así que, como tantas veces habíamos hecho en la privacidad de nuestra habitación, le coloqué un collar negro con una anilla metálica que a su vez enganché a una cadena que terminaba en unas esposas que se cerraban en sus muñecas. Nunca antes habíamos llevado a cabo nuestros juegos de alcoba con una tercera persona. Otra barrera que rompíamos, pensé.
Mientras tanto J se había arrodillado en la cama apenas bajándose el pantalón y el calzoncillo lo justo para que su polla emergiera. Mi mujer se inclinó sobre él a cuatro patas cogiendo su erección con dificultad debido a las esposas y metiéndosela en la boca. J aprovechaba la postura para acariciar su coño a través del diminuto tanga. Con R afanándose en chupar la polla de nuestro invitado me acerqué a ella y le quité el tanga de lacitos que llevaba que ya estaba muy mojado de lo cachonda que la estaba poniendo la situación.
Ya sin el tanga y sin parar su felación, mi esposa cambió de posición echándose boca arriba en la cama. Le quité la cadena y las esposas para que estuviera más cómoda. El vestido se le había subido mostrándonos su coño depilado y los magreos de J en sus tetas habían provocado que sus pechos estuviesen a la vista. Mientras seguía la mamada volví a nuestra bolsa de juguetes, extrayendo de ella un azotador blanco de tiras y lo descargué repetidamente en su coño y tetas. R rugía de placer con aquel pollón llenando su boca y sintiendo los golpes en dos zonas tan sensibles. J nos miraba sorprendido.
- ¿Quieres probar? - le dije ofreciéndole el azotador.
Lo cogió y con cierta timidez lo utilizó sobre ella muy suavemente, más acariciándola que golpeándola, mientras ella seguía comiéndole la polla. Estaba claro que no tenía experiencia o temía excederse.
- No, así no. Tienes que golpearla más fuerte apuntando bien al coño y a los pezones. Procura que las tiras no se extiendan e impacten lo máximo en el objetivo – le expliqué.
Eso le animó y metiéndose más en el papel empezó a golpearla con más ganas. Bastaba ver el bello rostro de mi esposa y sus gemidos para saber lo cachonda que la estaba poniendo aquello.
¡Venga! ¡Métetela entera en la boca! - exhortaba J flagelando con dureza su coño y sus tetas y R intentaba una y otra vez, con todas sus fuerzas, introducir todo aquel pollón en su boca pero era incapaz, siempre le quedaban un par de centímetros fuera. Tras un buen rato y viendo que R no conseguía comerse su polla hasta los huevos J dejó el azotador a un lado y se la sacó de la boca.
¡Pídeme que te folle! - le exigió mirándola a los ojos.
Por favor, fóllame – le respondió R con los ojos brillantes de deseo.
Él se desvistió, la puso a cuatro patas y tras ponerse un condón empezó a follársela en esa posición. R seguía vestida y creo que eso nos ponía más cachondos aún a los tres. Mientras la penetraba en esa postura pasé a J una pala para azotar. Lo entendió perfectamente y la descargó sobre el culo de mi esposa varias veces. No necesitó más, mi mujer se corrió repetidamente a grandes voces a cuatro patas mientras su culo era golpeado con la pala.
Tirada sobre la cama disfrutando todavía de sus múltiples orgasmos entre J y yo le quitamos el vestido, quedándose en ligueros y medias. Estaba hermosísima. La até con unas cuerdas que levábamos y le puse una mordaza en la boca. Y así, boca arriba sobre la cama, atada y amordazada, J se la volvió a follar durante un buen rato en el que ella volvió a correrse en varias ocasiones, aunque la bola de la mordaza amortiguaba mucho sus gemidos. Cansada de las cuerdas la desaté, dejando puesta la mordaza e intentamos una doble penetración vaginal pero no fuimos capaces así que me aparté, J volvió a ponerla a cuatro patas y en esa posición volvió a machacarle bien el coño. R terminó por quitarse la mordaza porque la bola era bastante grande y le empezaba a producir molestias, pero eso no detuvo la follada en ningún momento. Las imágenes eran de una belleza animal.
- ¿Puedo grabaros? - les pregunté. Ambos contestaron afirmativamente así que saqué mi Iphone y empecé a grabar la escena más morbosa de nuestra vida.
Enfoqué el plano de manera que se viese que era otra persona la que se follaba a R, pero que en ningún momento se viese el rostro de J. En cambio mi mujer sí que era inconfundible. R al principio estaba cohibida por la cámara al ver que la estaba grabando mientras otro hombre la follaba, pero esa timidez inicial dio paso a una mayor excitación. Terminó dejándose llevar, incluso echando miradas a la cámara mientras J la empotraba primero en estilo misionero y luego a
cuatro patas sólo vestida con un collar con anilla, liguero y medias, todo negro y el colgante de BDSM rebotando contra su pecho.
Mírame – le dije a R. Ella inmediatamente miró hacia mí -. ¿Te gusta cómo te folla? - le pregunté.
¡Me encanta! – me respondió entre gemidos.
R se corrió varias veces así, alternando gemidos, miradas hacia mí y ojos cerrados disfrutando del placer que estaba recibiendo. Finalmente J se la sacó y se quitó el preservativo. R se abalanzó sobre su polla y empezó a hacerle una mamada y a lamer sus huevos. J interrumpía de vez en cuando la felación para golpearle en la cara con su pollón mientras mi mujer sonreía a la cámara.
¿Dónde te vas a correr hoy? - pregunté a J.
Donde quieras – me respondió.
¿Dónde quieres? Donde tú me digas – le dije a R.
En la cara – contestó mi mujer entre gemidos mientras se echaba en la cama dejando su cara justo debajo de la polla de J.
En esa posición volvió a pasar la lengua por los huevos de su amante mientras este se meneaba el durísimo pollón justo encima de ella.
Joder cómo me has puesto – le confesó J sin parar de pelársela.
Quiero que lo grabes – me pidió R mirándome e ignorando el comentario.
Y seguí grabando cómo mi mujer lamía las pelotas y el glande de aquel tío, cómo se llevaba aquel pollón a la boca, cómo se lo metía todo lo que podía y aun así su amante la agarraba del pelo forzándola a metérselo un poco más y cómo R con los ojos cerrados y toda la lengua fuera esperaba bajo la furiosa masturbación de J que este finalmente derramase su semen por toda su cara. Y la corrida llegó mientras mi esposa gemía y J repetía una y otra vez “joder” y “hostia” con su esperma golpeando la frente, las mejillas y la barbilla de R, que aceptaba el tributo sin perder la sonrisa.
Más calmados J la ayudó a limpiarse el semen y se fue al aseo. Estábamos solos y R aprovechó para ponerse un vestido de rejilla brillante, volvió y me montó. Estuvimos así un rato hasta que la giré, poniéndola boca arriba casi al borde de la cama y follándomela en esa posición. R ya se había corrido una vez conmigo cuando J volvió y empezó a menearse la polla a nuestro lado.
- Dásela para que la chupe – le pedí a J.
J no estaba duro del todo pero introdujo igualmente su rabo en la cálida boca de mi mujer que lo recibió excitada. En esa postura R volvió a correrse y yo acabé echando mi semen encima de ella. Mi esposa se sentó y se limpió mi corrida bajo la mirada excitada de J que le pidió que volviese así vestida al local. R se negó, a pesar de todo lo que habíamos hecho allí dentro y de todos los límites que habíamos sobrepasado como pareja, todavía había cosas que le daban vergüenza.
Descansamos un rato, nos vestimos como habíamos llegado (aunque R se limitó a guardar el sujetador y el tanga), y salimos de la habitación regresando a la parte pública del local, donde volvimos a pedir bebida, ya con la intención de charlar un poco los tres y marchar. Allí iniciamos una conversación con el camarero, que se había fijado en el colgante con el triskelion de BDSM que mi mujer llevaba al cuello, y que nos habló de su interés por el shibari, el arte japonés de atar con cuerdas. Tanto mi esposa como yo también teníamos curiosidad y habíamos hecho nuestros pinitos, cosa que le confesamos y el camarero se ofreció a enseñarnos, cosa que aceptamos. De detrás de la barra sacó una cuerda de yute que había hecho él mismo. No se parecía a ninguna de las cuerdas con las que habíamos jugado hasta entonces. Era suave al tacto y estaba como barnizada.
El camarero le preguntó a R si podía atarla allí mismo. A mi mujer le encanta que yo la ate, pero en un principio pensé que rechazaría la propuesta proviniendo de un extraño, y me sorprendió cuando aceptó. Sólo eso ya me la volvió a poner dura. Un rato después allí estaba mi esposa, con su vestido corto negro palabra de honor, con varias ataduras que rodeaban su cuerpo, sonriéndonos y posando para unas fotos que le hice. El camarero dio un paso más y nos pidió permiso para vendarle los ojos con una tela negra y se lo dimos. Mi mujer ya no veía nada. Aparte de otro par de parejas que estaban a lo suyo, éramos cuatro personas junto a la barra: J, el camarero, mi esposa y yo.
Con R totalmente inmovilizada y ciega, el camarero aprovechó para tocar su cuerpo en zonas no sensibles. Mi mujer se puso rígida aunque no dijo nada y al poco empezó a gemir bajito sin ofrecer resistencia alguna. En silencio el camarero me cogió la mano y con ella manoseó las tetas de R lo que la llevó a elevar el volumen de sus gemidos. El camarero se apartó y yo seguí acariciando sus pechos mientras ella se dejaba llevar aunque no podía tener la seguridad de saber quién la estaba tocando. Pronto se sumó J y entre los dos la acariciábamos y besábamos e incluso le subí un poco el vestido y le metí dos dedos en el coño aprovechando que no se había vuelto a poner ropa interior. Gimió todavía más moviendo las caderas al ritmo de mis dedos dentro de ella. Noté a mi mujer empapadísima y en ningún momento se quejó del trato que le dábamos, ni siquiera del cubito de hielo que J le pasó por detrás del cuello.
El camarero había regresado tras la barra mientras J y yo jugábamos con ella, pero se acabó acercando y apartándonos la llevó de la mano a una sala más oscura con sofás donde en aquel momento no había nadie. Ya conocíamos la zona, era el mismo lugar donde en nuestra anterior visita R le había comido la polla a J en público en esos mismos sofás. Allí el camarero la ató a un gancho del techo y siguió realizando ataduras hasta que mi mujer terminó apoyada sobre una sola pierna, con la otra atada y levantada y en un precario equilibrio que sumado al vestido corto sin ropa interior que llevaba, la venda en los ojos y a una mordaza de perro que le puso, nos la mostraba más indefensa de lo que nunca la había visto. Durante todo ese tiempo R no había dicho ni hecho absolutamente nada para impedirlo.
- La dejo en vuestras manos – nos dijo el camarero tras contemplar su obra, marchándose.
Allí quedó mi esposa, atada delante de J y de mí, totalmente expuesta. Así, colgada, sin decir nada reanudé mis caricias sobre su cuerpo y pronto J se unió a mí. Mi esposa sintió nuestras cuatro manos tocando, acariciando, apretando... No hubo parte alguna que se librase: la cara, el pelo, la espalda, el pecho, los brazos, las piernas... Nuestras manos la magreaban por encima de su vestido y directamente sobre su piel y ella no hacía más que gemir. Excitado decidí volver a elevar el nivel y deslicé de nuevo mis manos por debajo de su vestido y la masturbé con dos de mis dedos que entraron con total facilidad dentro de ella. R gimió todavía más alto y al poco rato se corrió mientras yo aprovechaba para volver a grabar la escena con mi móvil.
Así y todo mi mujer seguía excitadísima y continuamos acariciándola. La situación en la que estábamos, la semioscuridad que nos envolvía, la música del local y los sonidos de las conversaciones de otras parejas, nos mantenían a los tres en una nube de morbo. A continuación bajé la parte delantera del vestido de R dejando sus tetas al aire y J y yo empezamos a trabajar sus pezones, él más suave y yo con mayor dureza. También esta escena quedó grabada en mi móvil. Estuvimos así un buen rato en el que imágenes de lo que podíamos hacer con R así de entregada se sucedían por mi cabeza. Era como si estuviese borracho de lujuria y los”¿y si?” se agolpasen en mi cabeza, pero esta parte de fantasías no la compartiré con vosotros.
Al final la cordura se impuso. Llevábamos más de cinco horas en el local y se nos había hecho muy tarde. Oculté las tetas de mi mujer dentro del vestido y pedí al camarero que le quitase la venda, la mordaza y la desatara. Según la desató R era incapaz de mantenerse en pie y necesitó un rato para recuperarse de una experiencia tan fuerte. Recogimos nuestras cosas y salimos los tres juntos, J, mi esposa, y yo mismo. Había sido una experiencia morbosísima e inolvidable que terminó en nuestra casa, volviendo a follar ya solos ella y yo.