Mi mujer, su puta 5.1 (Final alternativo)
El lector que así lo quiera, y que no haya podido entender el final (de las muchas posibilidades descartadas) de la historia original, puede ojear este otro y decidir por el mismo con cual de ellos quedarse. Pero, como advierto al inicio de este final alternativo: realidad no hay más que una.
Y así, mientras mi mujercita se empeñaba en dejar la polla de Julio tan reluciente como la había encontrado y yo me empecinaba en borrar cualquier rastro de lefa dentro de su coñito, un grito heló la sala y retumbó en las paredes. Cuando alcé la vista, Frank yacía tumbado inconsciente boca abajo en medio de un gran charco de sangre.
-¿Por qué, por qué puta, por qué? ¿Por qué me has hecho esto? Yo te amo, puta, te amo....
No dijo nada más ni dio tiempo a Sonia a decir nada. No sé cuantos cuchillazos fueron ni cuanto tiempo pasó. Sólo, que cuando mi cuerpo volvió a tener vida propia, el tipo sollozaba desconsolado mientras su mujer se retorcía en el suelo arrastrándose hacia su inminente final. Luego se me acercó, me miró de frente, a la cara, escrutó en mis labios los restos del semen que Julio había dejado en los orificios de mi mujer y que yo había tragado, se echó a reír a carcajada suelta y, de cuajo, se abrió la garganta de un solo tajo. Las carcajadas siguieron saliendo de esa garganta desgajada hasta que su último aliento de vida se esfumó en medio de las motas de luz artificial que se colaban tras las cortinas abiertas de par en par.
Cuando llegó la policía el local ya había sido practicamente desalojado. Mucha gente había huido despavorida al saber lo que había pasado y los rusos de la puerta no habían podido hacer nada para impedir la estampida. Mi mujercita lloriqueaba mientras se limpiaba y se arreglaba lo mejor que podía. A mí, por el estupor de lo que había pasado, los agentes me encontraron casi en pelotas. Mari, Edu, Vero y la pareja que conocieron esa noche, prestaron declaración acerca de los crímenes de Frank y Sonia a manos de un marido celoso. La mujer que se había follado Edu, que al final pude saber se llamaba Gema, pidió encarecidamente a una agente de la policia que por favor no diesen parte del incidente a su familia. Que era una señora casada y con hijos y que si su marido se enteraba de lo ocurrido no tardaría en correr la misma suerte de la desdichada que esa noche había perdido la vida.
Mi mujer, quizá por el fuerte golpe que supuso para ella la muerte de Frank, sufrió un aborto a finales de ese mismo mes. Necesitó la ayuda de un especialista para tratar sus continuos ataques depresivos y estuvo bajo prescripción médica durante un tiempo.
5.1 No se deje engañar por las apariencias. Realidad no hay más que una.
Con todo, a finales de año su estado anímico mejoró bastante. Mari venía a visitarnos con asiduidad y salíamos, los tres, al cine, a cenar, a tomarnos unas cañas o de compras cuando se les antojaba algo. Muchas veces que no pude acompañarlas(porque en diciembre me mantuve siempre muy ocupado, preparando y ultimando la campaña navideña), iban juntas, vistiendo sus mejores trapos, con la cartera llena y toda la tarde por delante, y volvía pasada las diez, sola, con una gran sonrisa en el rostro y repleta de bolsas de diferentes tiendas. A mí me gustaba verla de esta manera: radiante, con la ilusión de una nueva vida flotando como una aurora alrededor de todo su ser. Verla jugar con mis hijas, atender su hogar con decoro, desvivirse por nosotros, me hizo tomar conciencia de cuan lejanos habían quedado nuestros momentos con Frank e, incluso, dudar de que el desgraciado episodio que resultó con su muerte la noche en que entregó a mi mujer a un desconocido, hubiese ocurrido en realidad. Pero Frank ya no estaba. La mujer que Frank se había follado tampoco. Su marido le había abierto el pecho a cuchilladas y luego se había degollado mirándome fijamente a la cara mientras los aspersores de su garganta inundaban la sala.
A mediados de febrero, en vísperas de San Valentín, volvimos a coincidir con Julio en una disco del centro de la ciudad a la que se suele ir a bailar Salsa. No nos habíamos vuelto a ver y tampoco teníamos porque hacerlo. La noche en que nos conocimos acabó como acabó y no es normal que después de una tragedia como aquella dos desconocidos queden para el fin de semana siguiente para tomarse algo, por mucho que las circunstancias en que se produjeron ese encuentro hayan sido las que fueron. Iba vestido de traje y corbata, y lo acompañaba una rubita tetona que bien podría ser su hija. Esa noche no me percaté de que a mi mujercita no se le hiciera extraño encontrárselo así porque sí en una disco en la que nunca habíamos estado y a la que, además, se le había antojado ir de un momento a otro. Pero tampoco le di importancia. A mi no me gusta bailar Salsa. No sé hacerlo. Así que mientras me quedó hablando con la rubita y me entero de que se llama Pamela, que tiene 20 años (recién cumplidos, me dice), que es enfermera y está de practicante por horas en la clínica que dirige Julio, mi Tere y él se \"pegan\" de lo lindo en la pista de baile mientras la música suena con gran estruendo. En la mirada de Pamela creo adivinar no sólo que sabe que a mi mujer le gusta Julio, sino que además esa idea no me desagrada en absoluto. Me suelta que sale con Julio, pero que es una relación informal y que están abiertos \"a probar cosas nuevas\". Que se conocieron hace poco y que de momento van bien.
La canción que entre arrumacos y roces, mi mujer y Julio habían gozado durante cinco minutos que me parecieron una eternidad, acabó sin previo aviso y tal cual, empezó otra. Bailaron otras tres piezas más y en cuanto acabó esa, la más movida de las cuatro, se pidieron unos tragos y se colocaron en un rincón de la barra a 10 metros escasos de nosotros. Sé que a mi mujer este hombre la pone a mil. Lo sé desde que se lo comía con los ojos la noche en que Frank la intercambió por esa otra fulana. Y en cuanto pienso en ello me entra un dolor tan grande que parece el corazón me va a estallar en mil pedazos. Pero al mismo tiempo, la sola idea de volverla a ver en brazos de ese galán me pone como un mandril en celo. Me pregunto si me permitirá tocar a Pam (me dice que así la llaman sus conocidos) en un eventual intercambio de pareja. O si por el contrario, me utilizará como hizo la última vez -y como hacía Frank- para limpiar a mi mujer después de su disfrute. En esas estoy cuando les veo acercarse. Mi mujercita viene algo agitada. Por el baile y por el calentón que tiene. Nos despedimos, nos dice que se tienen que ir y que ya nos veremos por ahí.
Esa noche, al volver a casa, mi Tere estuvo bastante caliente y se dejó follar dos veces. Las dos por el culo.
Pasaron dos semanas y a finales de mes pillé un resfriado que me mandó a casa algo antes de lo normal. Por lo general suelo llegar pasadas las ocho, pero esa tarde eran apenas las dos. Mi mujer debe de estar en casa. Mi niña, la mayor, en el cole. Y la pequeña en la escuela jardín. Como he dejado el coche en el parking de la empresa y cogido un taxi para volver, no me escucha llegar. Camino con sigilo, me tiemblan los brazos, me pesan los pies y llevo los huesos helados de escalofrío. Subo las escaleras, entreabro la puerta de mi habitación. Las cortinas están corridas, pero hay suficiente luz como para poder saber que el que hombre que yace tumbado en mi cama mientras mi mujer se afana en tragarle la verga entera, es Julio. No sé que hacer, la visión de mi mujer con otro hombre en mi propia cama me duele sobremanera, pero a la vez me empalma como un enfermo. Me ofende que mi mujer no me haya dicho nada, pero no la culpo. No podría hacerlo. Soy tan culpable como ella. Bien podría sacar a ese chulo de mi cama y de mi casa, pero prefiero quedarme parado como un idiota y saber cuan interesada está mi mujer en este hombre.
Julio la pone a cuatro patas, le hace la tanga a un lado, le apunta el pollón a la entrada de su vagina y se la mete de un sólo empujón. Se la folla como un salvaje, asiéndola fuertemente de las caderas y bufando como un toro en cada envestida. Mi mujercita no para de correrse, enlaza orgasmos en una bella sinfonía que parece no tener fin. Después de un buen rato, Julio se la saca, le da la vuelta, se la mete a empellones en la boca y se corre dentro. Es una corrida interminable y mi nena no da abasto. Se le sale la lefa de la boca, y los chorretones que no ha podido tragar le caen sobre los tetas. Se las restriega con la mano que tiene libre. Con la otra, pajea la verga de su macho que se mantiene robusta y desafiante. Le limpia el pollón. Se quita la tanga, se limpia el chochito y las tetas con ella. Luego se meten al baño y escucho que el agua de la fregadera corre sobre sus cuerpos. Sé que se la esta volviendo a follar porque sus alaridos llegan hasta mí. Pero no quiero que me descubran, no quiero que sepan que he visto lo que he visto. Así que me voy al cuarto de las niñas y hasta que no los oigo irse entre risotadas y aspavientos, no salgo de mi escondite.
Luego me dirijo a mi habitación. Mi cama huele a sexo, a puta y a macho después de haber desfogado sus bajos instintos. El cuarto de baño también.
No sé en que momento he abierto el cesto de ropa sucia. Encuentro la diminuta tanga roja con la que poco antes se había entregado a Julio y con la que luego se había limpiado el chochito y la lefa que le escurrió de la boca a las tetas. Está mojada. Los flujos de mi mujer y la leche de Julio se han esparcido sobre la escasa tela que lo forma haciendo de ésta una amalgama de fluidos corporales difíciles de clasificar. Sólo sé que estoy erecto y que la polla me duele de lo hinchada que la tengo. Cojo la tanga, me la llevo a la nariz y la huelo repetidas veces absorbiendo hasta lo más hondo de mis pulmones de ese olor a macho y a hembra que la pequeña prenda desprende. Sin quererlo y sin darme cuenta me he corrido. Ya estoy saciado. Pero no suelto la tanga. La tengo pegada a mis fosas nasales, y mientras inhalo la droga, infinidades de pensamientos recorren mi mente. No quiero que mi mujer sepa que sé que se está viendo con Julio. La idea de verla follando con ese hombre hace que me suba por las paredes de puro morbo, pero no quiero volver a repetir los errores del pasado. De momento estoy bien así. Luego ya se verá. Amo a mi mujer, amo a mis hijas, y sé que a su manera, ella también me quiere a mí.