Mi mujer, su puta 5.0 (Final)
"Si un relato sale una pistola, hay que dispararla". Chejov
Nos levantamos pasado el mediodía. Después de mucho tiempo volvimos a ducharnos juntos y a hacer el amor mientras el agua corría por nuestros cuerpos.
Como mi mujer no quería incumplir la orden que Frank le había dado, volvió a separarse de mí en cuanto supo que mi descarga estaba próxima: movía el culazo y me masturbaba restregándome las posaderas y haciendo círculos de arriba a abajo sobre mi pelvis. Al poco rato, me vine de forma abundante y esparcí mi leche sobre ese culo enorme inspeccionando cada milímetro de su volumen. Las marcas de los azotes que Frank le había dado en la madrugada eran bastante evidentes. Tanto, como que su celulitis y sus estrías habían pasado a ser memoria. Su culo, aparte de agigantado a base de siliconas, había sido rejuvenecido hasta una época de su vida que nunca conocí. Bien se podría decir que el culo de mi mujer (una señora de 35 años y madre de dos niñas) aparentaba, ahora, el de una jovencita que todavía no había cumplido la mayoría de edad. Tanto había cambiado, que me entretuve un buen rato sobando, amasando, manoseando cada uno de los 110 cm que formaban sus nuevas caderas. Y cuando me hubo extaciado, me descubrí, nuevamente, tan empalmado, como el adolescente que husmea las portadas del Playboy.
Aún así, extrañaba ese otro culo que durante tantos años había dormido a mi lado: su celulitis; sus estrías como surcos abriéndose paso en vertical de la cintura a las nalgas y de éstas hasta los laterales de los muslos; su piel de naranja; su flacidez.
Su nuevo culo me volvía loco. No lo niego. Es enorme, rotundo macizo, ancho de caderas y protuberante de perfil, sin una sola marca del inexorable paso del tiempo y con la apariencia de haber sido pulido, barnizado y abrillantado. Es la clase de culo que todo hombre sueña follar. Pero yo echaba mucho de menos ese culazo natural, imperfecto y grotesco, que ahora vive sólo en lo más recóndito de mis recuerdos.
También está la triste, aunque notoria apreciación, de que por muy celulítico y marcado de estrías que estuviese, ese culo era mío. Y este, su culo nuevo, su perfecto y superlativo culo de 110 cm, de Frank.
Pero decir que sólo su culo pertenecía a Frank es faltar a la verdad. Toda ella era pertenencia suya. Hacía y deshacía a su antojo y mi mujercita le complacía en cuanto capricho le cruzase por la cabeza. Por él se había quedado a vivir en Ibiza abandonando a su marido y a sus hijas. Por él se había aumentado en 2 tallas el culo y en 4 el pecho. Por él se iba a quedar preñada y por eso yo me tenía que conformar en follarla con condón o en correrme fuera de ella.
Cuando nos vestimos, sus formas evidenciaron la nueva dimensión de su culo. Y salvo las tangas, no le quedó ninguna de las prendas que antes había usado y que yo había guardado esperanzado en su regreso. Los pantalones vaqueros le entraban a empujones, pero luego no le subían por el culo. Las mallas de lycra le quedaban exageradamente estrechas y las tetas se le salían por el escote de los tops. Tan sólo unos vestidos, esos de volandas que caen sueltos hasta las rodillas, parecían resistir la fuerza de las leyes físicas. Se puso uno blanco de flores de colores bastante llamativas que le quedó pegado a más no poder y que parecía que en el camino se le fuese a reventar de lo estrecho que le quedaba. Debajo sólo llevaba una diminuta tanga G-string de color blanco perla y de lo apretada que iba, se le marcaba de una forma descarada trasluciendo justo la parte de la tela que se hundía en la raja de su culo. Por supuesto, desde que Frank se había convertido en su macho, su dueño y su amo, mi mujer no había vuelto a usar sujetador, y esta vez, tampoco fue la excepción.
Llegamos a casa de mis padres, se quedaron estupefactos con la apariencia de mi mujer, recogimos a nuestras niñas, mi Tere lloró un poquito, mis hijas también y nos volvimos a nuestro nido de amor lo antes que nos fue posible.
El lector perdonará si omito pasajes de mi historia en la que se ven envueltas mis niñas o mis familiares de forma directa. Pero es que he decido contar sólo lo meramente relacionado entre mi mujer, Frank y quien les escribe.
A los dos días, Frank llamó y dijo que se pasaba el miércoles con Milena. Que llevase a mis niñas con los abuelos, que comprase cerveza, que hiciese una buena cena y que vistiese a Teresa de manera acorde "con lo puta que es". Que no escatimase en gasto y que ya que me había dado la oportunidad de volver a vivir con mi mujercita, que no la desaprovechase y que me esmerase lo máximo posible en complacerlo. Que me gastase lo que hiciese falta en trapos y complementos y que hasta entonces, no la volviese a tocar, porque la quería impoluta, como una virgen de los cuentos de hadas. Y caliente, como la peor de las putas.
Cuando se lo dije, mi mujercita no pudo ocultar una tibia sonrisa en su rostro. Dormimos pegaditos. Yo, tratando de no pensar en su culo y ella, sabiendo que dentro de dos días tendría a su macho dentro.
A la tarde siguiente fuimos de compras: fundí la tarjeta. Me gasté casi 1000 euros en el Corte Inglés en tres vaqueros de pitillo de la marca Salsa, 3 pantalonetas de algodón que, por ser de verano estaban en oferta, un par de zapatos de punta de aguja plateados a juego con uno de los vaqueros, unas botas de piel, camisetas y blusas de manga larga, una cazadora de piel de borrego de entretiempo, negra y de estilo rockero, un vestido de fiesta de color rosa palo (su color preferido), otro en rojo escarlata y 4 packs de tangas de diferentes colores. Cuando estábamos por irnos, se fijó que en uno de los escaparates de al lado de la escaleras mecánicas lucía un brillantísimo pantalón de latex negro, de esos que imitan la piel, y cogió uno que a simple vista se veía no le iba a quedar. Se lo probó, me mostró como le quedaba (a reventar, por supuesto), me dijo lo que costaba (49,95) y guiñando un ojo, me dijo: "éste también".
Todo esto lo habíamos comprado en la Planta Joven, así que al bajar a la tercera planta, la de caballeros, se detuvo, ojeó un jersey azul marino en el escaparate de Lacoste y pidió uno de la talla XL. Lo extendió, miró que no tuviese falla alguna, le dijo al encargado "para regalo, por favor" y cuando nos lo trajo envuelto en papel plateado con una gran etiqueta que decía "espero que te guste", pagué los 85 euros del importe que ponía en una de las etiquetas.
El miércoles por la tarde llevamos a las niñas con mis suegros, les dijimos que las recogeríamos al día siguiente y volvimos a casa enseguida para preparar lo mejor posible la visita de Frank. Y así, mientras yo me encargaba de la limpieza general (los niños te ponen la casa patas arrriba por mucho que tengas cuidado) mi mujer se dedicó a la cocina; ensalada de pastas y merluza a la vasca, que son dos de los platos preferidos de su macho. Luego le di un baño con jabones aromáticos que había comprado en una tienda de productos Thai, le frote el cuerpo con crema hidratante, el chohito con un ungüento de cuidado íntimo femenino y la vestí de la manera más sexi que pude imaginar: el vestido entallado rojo escarlata que habíamos comprado dos días antes, unos zapatos de punta de aguja, también rojos, una tanga de hilo dental, un liguero y unas medias de rejillas. Todo en color blanco. Estaba putísima.
Frank llego sobre las 10 de la noche. Me dio un apretón de manos y no tardó dos segundos en comerle la boca a mi mujercita a la vez que la sobaba por todos lados.
Milena venía vestida con una minifalda de algodón blanco que no le tapaba medio muslo. Una blusa de manga larga de colores floridos y unos zapatos de tacón ancho bastante horteras. Igual estaba para comérsela entera y lamer cada centímetro de su piel.
Mientras cenábamos, Frank, que se había colocado al lado de mi mujercita, no paraba de meterla mano por debajo de la mesa y de decir lo bella que estaba. Ella le correspondía diciéndole lo mucho que lo había extrañado y cuanto deseaba volver a ser suya. Mientras, yo me moría de celos y del calentón de volver a mi mujer en los brazos de su chulo.
Al terminar la cena y mientras ordenaba la mesa y llevaba los platos al fregadero, Frank me dice que le acerque una cerveza, que se va a nuestra habitación y que, esta vez, no me permite tocar a sus hembras, pero sí presenciar la follada que les va a dar. Así que, mientras Frank se follaba a una y otra hembra, uno y otro chocho, el ano de mi mujer y el de Milena, yo, me conformaba masturbándome sentado sobre una silla a tres metros de nuestra cama matrimonial. Frank se corrió dos veces, aunque esta vez, la primera ocasión en el coño de mi mujer y la segunda, en el culo de Milena. Al terminar, sus hembras le limpiaron la polla con amor, lo besaron por todos lados y le dijeron lo buen macho que era.
Esta escena se repitió otras tantas veces más a lo largo del mes siguiente. A veces, Frank me permitía comer la raja de mi mujer mientras él se follaba a Milena o mientras le estaba dando por culo. Y otras, me obligaba a limpiarle el coño regado de su lechazo. Pero nunca me dejó penetrar a mi mujer o a Milena en su presencia. De hecho, a Milena no la volví a tocar desde el día en que se la folló en mi casa. La noche en que volví a ver a mi mujer después de que me abandonara en Ibiza para quedarse con él. Alguna vez, incluso, llegó a traer a Mari, embarazada de tres meses, en vez de a Milena. Y otras veces lo hacía con las tres. En esas ocasiones, yo me encargaba de mantenerlas calientes comiendo sus coños mientras Frank taladraba ya sea el potorro de mi mujer, el de Milena o el de Mari.
A principios de octubre mi mujer ya se había quedado embarazada. Y Milena también. Mi Tere cumplió 36 años el 22 de ese mismo mes y para celebrarlo, Frank nos invitó al Pub de uno de sus amigotes en la que se suele reunir gente del espectáculo, de la moda y de la noche madrileña. El amigo en cuestión se llama Eduardo y la chica que lo acompañaba, Verónica. Frank llevó a mi mujer y a Mari, preñada de 3 meses, quien lucía una efímera curva en la zona abdominal. Aunque todavía no llegaba a ser del todo evidente el estado gestante en el que se encontraba. En cuanto a mí, me sentía como un pez en medio del desierto; fuera de contexto y unido por el único vínculo de ser el marido cornudo de la mujer que Frank había dejado embarazada.
Como en la veces anteriores, me encargué de bañar, acicalar, embellecer y vestir a mi dulce mujercita todo lo mejor que pude: top de tirantes color rojo, una mini bastante ceñida, también en color rojo, unas pantys negras, zapatos de tacón de aguja y la cazadora de piel rockera que le había comprado en El Corte Inglés por 295 euros. Debajo una tanga G-String en rojo púrpura, de esas que llevan dos hilos en cada lado. Y también, como en otras ocasiones, Frank me había prohibido tener cualquier tipo de relaciones sexuales con ella durante toda la semana. Con lo que mi nena llegó a la cita a más no poder. Deseosa de encontrarse con su hombre y de ser suya nuevamente.
Cuando Frank nos recogió, inspeccionó a mi mujercita detenidamente, hizo unas muecas de desagrado y dijo que para adonde íbamos, llevaba demasiada ropa. Así que, casi a jalones, le quitó la minifalda roja y la dejó únicamente con las pantys negras semitransparentes que dejaban traslucir la diminuta tanguita que se le hundía en toda la raja del culo. Ésto provocó en mi fisonomía un cambio instantaneo y al momento me empalmé como un mono.
Salimos de casa, nos metimos en su Audi A4 y en menos de media hora llegamos al local de su amigo.
La velada discurrió con normalidad. Como si de una reunión de buenos amigos se tratara.
Verónica, para definirla en pocos palabras, es una joven señora de unos 32 años, muy bonita de cara y con un cuerpo bastante atlético. Luego, pude descubrir, que al igual que a mi mujer, su macho la había hecho operar de las tetas y ahora lucía un buen par de melones siliconados que sobresalían entre la delgadez de su fisonomía. Tenía un culito bien puesto, ni grande ni pequeño, pero al lado del de mi mujercita, parecía casi el de una niña. Vestía una minifalda vaquera desteñida que a duras penas le tapaba medio muslo, una camiseta blanca tipo top de mangas tres cuartos y unas botas vaqueras del mismo color que la camiseta. Por encima, una chaqueta tejana a juego con la mini y la cara a tope de maquillaje. Seguro que por capricho Edu.
Eduardo era un clon (por así decirlo) de Frank: grandote, musculoso, guapo y chulo hasta rabiar. Debería de tener, también, su misma edad y compartía la misma filosofía de vida sobre las mujeres: la mujer que nace puta, muere puta. Sólo hay que encontrarla y enseñarle a ser una buena puta.
Como a la una de la mañana empezó a llegar bastante más gente y el local se puso casi hasta los topes. Los que habían ido sin pareja intentaban encontrar desesperadamente con quien pasar la noche y las que se apiñaban en parejas en la barra del local, no se hacían mucho de rogar. Frank y Edu bailaban con sus nenas y yo, empotrado en una esquina de la barra, me entretenía mirando el culazo de mi mujer debajo de las pantys transparentes que no lo cubrían mientras lo movía al ritmo de la música.
A eso de las dos, Frank me dice que nos vamos a terminar la fiesta en un club privado del centro de la ciudad. Así que bebimos lo que nos quedaba en las copas y enfilamos rumbo a la salida. Edu con Vero, y yo, detrás de Frank, que llevaba a sus nenas (literalmente) del ojete.
El club en cuestión está ubicado entre una de las callejuelas de la Plaza de Santo Domingo, en pleno centro de Madrid. Ocupa la primera planta de un viejo edificio (aunque restaurado), construido como palacio hace más de dos siglos y pensando para ser la casa de visitas de la nobleza de aquella época. Con el tiempo, caería en manos de un noble y de éstas, a las de un joven empresario que lo convirtió primero en teatro y ya en los últimos años de su vida, en una de las novísimas salas de cine de la capital, Hoy en día, el viejo edificio de la calle C .., no aparenta haber sido otra cosa que lo que en la actualidad es: un club privado que aprovecha sus estancias de las plantas superiores como oficinas de consultoría y asesoramiento legal, agencias de viajes, de envíos de dinero, etc.
Llegamos pasadas las dos y media. En el ancho portón de la entrada, uno de los gorilas rusos, el más grandes de los dos, nos dio el alto y nos preguntó ¿Y este quién coño es?. Mirándome desde las alturas e impidiéndome el paso con ambos brazos cruzados sobre su pecho. Frank les dijo que Mari era mi mujer y que eramos nuevos en ésto. Los rusos parecieron no creérselo, pero al poco, desistieron de hacer más preguntas y de poner objeciones a mi ingreso al local. A mí, uno de los rusos me miraba como diciendo tú no eres el marido de esta fulana. Si no de la otra, de la rubita culona, de la que lleva la manaza de ese otro tío metida en toda la raja del culo. O por lo menos eso fue lo que me pareció.
Dentro, y aunque el club no estaba lleno del todo, sí se podría decir que había bastante gente: las parejas se apilaban sobre la barra central del local: bebían sus copas, hablaban cariñosamente, se sobaban por todos lados, se comían las bocas o bien intercambiaban impresiones con otras parejas.
Nos hicimos hueco en una de las esquinas de la barra y pedimos nuestras bebidas. Frank se empezó a dar el lote con mi mujer mientras bailaban muy acaramelados en media de la pista. Y Edu y Vero hicieron lo mismo. La música lenta, el ambiente y el alcohol, predisponía a que la sala entera fuera, por así decirlo, un bacanal de dimensiones bíblicas.
Algo después, se acercó a nuestro lado una pareja formada por un tipo bien parecido y bastante alto que podría tener más o menos mi edad y una bella señora de unos 34 o 35 años (aunque muy bien llevados), que nos dijeron se llamaban Julio y Sonia. Desde el principio me percate de que mi mujercita no le quitaba el ojo de encima, y además, como no hacía nada por disimularlo, era bastante evidente que el tipo este la ponía cachonda. Julio, por su parte, no dejaba de mirar el apetitoso culazo siliconado de mi nena. Casi comiéndoselo con los ojos de una manera bastante descarada por encima de sus transparentes pantys negras. Al poco rato, otra pareja hizo migas con Edu y Vero y así estuvimos durante otra media hora larga: Frank metiendo mano ora a mi mujercita, ora a Sonia. Y Julio haciendo lo mismo con su mujer y con la mía.
Llegados a este punto, está de más decir que la pareja que se había presentado a Edu y Vero hacían más de lo mismo que lo que todas las parejas presentes en el club habían ido hacer. Por todas lados se veían grupos de cuatro (e incluso de a cinco o seis personas) intercambiando arrumacos con la pareja del sexo opuesto que poco antes acababan de conocer. Por supuesto, me mantuve todo el rato al lado de mi mujer, de Frank, de Mari y de la pareja que se nos había presentado. Y mientras mi mujer se dejaba comer la boca por Julio, y Frank hacía lo mismo con Sonia, trabé unas cuantas palabras con Mari, algo cohibida por el papel que le podría tocar desempeñar esa noche.
Poco después, Julio pidió un reservado para los seis. Ya dentro, el reservado me pareció bastante más espacioso de lo que imaginaba una de estas estancias y en cuanto empezó a correr el champagne, el ambiente se fue caldeando y las chicas empezaron a perder el poco pudor que todavía les quedaba, los chulos empezaron a hacer de ellas los que les vino en gana.
No pasó mucho tiempo y mientras Julio se pegaba con mi Tere un morreo de campeonato, llegaron Edu, Vero y la pareja que antes habían conocido, se acomodaron sobre los sofas que quedaban libres (tuve que ceder el mío) y me mandaron a por más champagne.
Cuando volví, Frank ya había quitado el fino vestido que cubría el macizo cuerpo de Sonia y se entretenía comiéndoles las tetas mientras Mari le chupaba el pollón. Julio, como poseído, lamía las posaderas de mi mujer con las pantys bajadas hasta las rodillas, y las otras dos parejas hacían lo suyo. Allí, en medio de la sala y con una botella de champagne en la mano, me descubrí empalmado como un presidiario siendo testigo de como por primera vez, mi mujer era entregada, por Frank, a otro hombre. Y ésto, para sorpresa mía, me había puesto más cachondo que las veces que me había escondido como una rata para husmear mientras Frank se follaba a mi mujer, cuando todo empezó. Los intrínsecos recovecos de mi ser sobre los que se parapetaba el amor hacía mi mujer se veían ahora engullidos por esa especie de agujero negro que era la lujuria de verla en manos de otro que no fuese Frank. Y en cuanto me di cuenta, ayudaba a Julio a desvestirla, guiaba la boca de mi mujercita hacia ese imponente falo que apuntaba al cielo y la ponía a tope comiéndole la cuca desde atrás, mientras, pajeándome a conciencia, imaginaba lo que iba a pasar a continuación.
La polla de Julio no era tan grande como la de Frank, pero si bastante más gorda. Con un cabezón que mi mujer a duras penas lograba tragar. Julio la cogía de la cabeza y la obligaba fuertemente a que tragase más, pero a mi mujercita le resultaba imposible. Era un querer y no poder. Abría la boca lo más que podía, tomaba aire, impulso y se metía esa tranca gordísima lo más que le era posible. Pero por mucho que lo intentaba sólo conseguía cubrir la totalidad del glande. Luego le comía los huevos, lo pajeaba y, mientras lo hacía, le volvía a comer el cabezón con dulzura, con deleite y con una cara de puta que encendía a cualquiera. Casi se ahoga tratando de engullir ese monstruo. Vuelve a tomar aire, me mira, me sonríe y le vuelve a comer la pollaza como si para ello no tuviera más que una única oportunidad. Julio está a punto de correrse. Hace esfuerzos supremos por evitarlo. Le saca la pollaza de la boca, me quita de un empujón, la pone a cuatro patas sobre el sofa, le arranca la tanga de un tirón, la huele, la tira a un lado, la recojo, está mojadísima, me lo llevo a la nariz y, en cuando estoy aspirando de ese afrodisiaco olor a hembra puta que tanto me excita, se la clava hasta al fondo de un solo empellón. Mi nena berrea, se queja. Le dice que no sea tan brusco. Que tiene la pollaza muy gorda y que le hace daño. Pero éste tipo no tiene conciencia del calibre de su polla y se la saca toscamente para volvérsela a hundir en lo más profundo de su intimidad. La coge del culazo, le da azotes que suenan entre la música del ambiente, la llama puta, putona, que le gusta que se la follen delante del cornudo de su marido y de su chulo. Que seguramente antes de casarse trabajaba de puta en cualquier local de carretera. Que a saber quién será realmente el padre de sus hijas y que seguro que ni siquiera ella lo sabía. Estos insultos no hacían más que encender el desbocado apetito sexual de mi mujer y, para que engañaros, el mio propio. Mientras se la follaba desde atrás, Julio se entretenía comiéndole los morros cogido a sus tetones. Cuando paraba, mi mujercita le restregaba el culazo y se lo follaba llevando ella el ritmo del mete y saca. Julio sólo se mantenía inerte, de pie sobre el suelo, tomándola de las posaderas y apreciando la enormidad del culo que se estaba comiendo. A nuestro lado, Frank se follaba a Sonia mientras Mari le comía el ano. Más allá, Edu y Vero hacían lo propio con la pareja que acababan de conocer.
A mí me estaban entrando unas ganas locas de follar, pero me daba miedo probar suerte con Mari y que luego Frank se enfadara por ello. Y en éstas estaba, cuando Julio le dice a mi mujercita que se ponga a mamarle. Que quiere que sepa a que sabe su polla con los flujos de su coño. A mí me dice que prepare el ano de mujer, que le va a dar por culo, que se quiere correr dentro de su ojete y que se lo dilate bien sino quiere que su pollaza la parta en dos. Así que me pongo a ello. Mi Tere se ha puesto de cuclillas sobre el alfombrado del piso y muestra su culazo rotundo repleto de siliconas. Me agacho, me pongo de rodillas, le abro las nalgas con las dos manos, recuesto mi cara sobre esa enormidad que son sus pompas y hundo mi lengua en lo más profundo de su ano. Lo lamo como Frank me había enseñado hacerlo cada vez que le daba ganas de tomarla por culo. También le como el chocho, repleto de sus flujos y del preseminal de su nuevo macho. Me doy cuenta de que se le ha quedado hecho un túnel, pero no me extraña, dado el grosor de la polla que se acaba de zampar. Juego con mi lengua alrededor de su clítoris, aspiro del dulce aroma de su ojete, se lo masturbo. Hundiendo primero el dedo índice, luego también el del medio, y cuando mi nena está todo lo dilatada que una hembra en celo puede estar, hundo mis tres dedos centrales en su ano y la follo con brusquedad con casi la totalidad de ellos en ese agujero hasta hace poco virginal. Mientras lo hago la beso las pompas, le como el potorro, me pajeo con la mano que me queda libre, acaricio sus nalgas, las admiro. Mi mujercita sigue tratando de meterse ese monstruo en la boca y se le desencaja la cara cada vez que lo intenta.
Cuando Julio le dice que se vuelva a poner a cuatro patas, que le va a dar por culo, mi nena tiene una cara de puta que nunca antes le había visto. Se inclina sobre el sofa, arquea la espalda, hace una pompa que levantaría un muerto y le entrega el culo abriéndose las nalgas con las dos manos. Julio se posiciona detrás de ella, apunta el pollón a la entrada de su ano y se la mete despacio, como dando tiempo a que el esfínter de mi mujer se acostumbre a la dimensión del monstruo que la está invadiendo.
Yo, que estoy detrás de ellos, puedo ver como mi mujercita se resquebraja arqueando la espalda, tratando de escapar de ese pollón que la está partiendo, que le hace daño. Pero no hace nada por separarse sino que, por el contrario, aligera la penetración, se pega a su macho, se entrega a él. Al rato, el bombeo de Julio sobre el ano de mi mujer se ha convertido en algo bastante violento. La coge de las caderas y la folla con brutalidad, como un bestia, como tratando de reventarle el ojete, de demostrarle quien es el macho y quien la puta. Mi mujercita se queja, gime, grita, lo insulta. Julio la está partiendo con esta follada. Ya se ha corrido un par de veces, pero ella quiere más.
Ohhhh ayyyyyy así, asíiiiiiiiii ohhhhhh, que rico papi que riiiicoooooo...Asíiiii, asíii por el cuuulooo asíiiiii...Ohhhhh...
Te gusta que te follen por el culo ¿verdad puta?
Síiiiii, síii papito síiii.. Asíii.... Ohhhh paapiiiii....Ohhhhh Ayyyyy pégate a mí follame.....ohhhhhhh
Ja ja ja ¿te gusta mi polla ehh?
Síiii, sí papi síiiii, tu vergón está bien rico, síiiii ohhhh ayyyyyyyy. Asíiiiiiiii dale papito asíiii....mete, mete, meeeteee.
Menuda golfa que es tu mujer -mirándome-. De todas las putas que me he follado ninguna ha sido tan puta como la tuya. Ven aquí culona - y la cogió de los pelos obligándola a ponerse de cuclillas- chupa, chupa, chupame, que quiero que sepas a que sabe tu caca.
Mi mujercita le mamo la polla con deleite. Lamía a lengüetazos, a lo largo y a lo ancho de todo ese pollón. Lo pajeaba y le chupaba los huevos, lo ordeñaba con pasión. Julio le dijo que no aguantaba más, que se corría. La volvió a poner a cuatro patas. A mí me dijo que dejase de pajearme y que comiese la cuca de mi mujer mientras él le partía el culo. Lo hice. Mi mujer me hizo un hueco por debajo de ella y yo acomodé mi boca debajo de su mejillón. Pude sentir cuando Julio la penetró porque un hondo suspiró retumbó en las paredes y se quedó danzando como las luces que se colaban entre los intersticios de las cortinas. Al poco rato, mi mujercita acabó por correrse. Y Julio También.
-Ohhhhhhh Ahhhhhhh Ayyyyyyy paaaaaaaapppppiiiiiiiiiiii meeeeeee coooooooorrrrooooooo papi meeee cooooorrooooooooo..... Ayyyyyyyy papiiiiitooooo
Vengaaaa, córrrete puta cóorreteee, ohhhhh hummm ahhhh, me cooorroooo culona me coorroooo ahhhhhh...
Ayyyyy Ayyyyy. Queeee riiiiiicooooooo ayyyyyyyy ohhhhhhhhhhhh veeeerrrrgónnnnnn Ayyyyyyyyy...que riiiiiiiicoooooo
Toma culona, tooooma culazooooo ohhhhh ahhhh ufffffff me coorrrooo, me corroo, meeee coorroooo culaaaaazo me cooooorrrrooooo ohhhhhhh culaazoooo ahhhhhhh culooonaaa ohhhhhhh ahhhhhhhhhhhhh
Ayyyyyyyy síiiiii síiiiiiiiii asíiiiiiiiii toda tu leche dentro asíiiiiiii ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyy ohhhhhhhhhhhhhhh Síiiiiiiiiiiii. Que rico papito, que rico.
-Ohhhhhhh síiiiii culaaaazooo síiiiiiii ohhhhhhhhh ufffffff ahhhhhhh.
Cuando acabó de correrse, Julio le dijo a mi mujercita que se pusiera de cuclillas sobre el sofa, con el culazo por encima de mi cabeza y que se habriera las nalgas con las dos manos. Cuando lo hizo, el lechazo de ese macho cayó de lleno sobre mi rostro. La obligó a restregarme el ojete por toda la cara, y a mí, a que le limpiase el ano para volvérsela a follar. Lo hice. Le limpie el ojete lo mejor que pude mientras Julio, Frank, Sonia y mi Tere, se reían a carcajada suelta.
Frank también se había corrido en el coño de Sonia y sin que siquiera me lo pidiera, me escurrí hasta esa hembra y la limpie de la semilla con que el chulo de mi mujer la había esparcido. Sonia se dejaba hacer y se retorcía diciendo que le hacía cosquillas.
En esas estaba, estrujando del chocho de Sonia hasta la última gota del lechazo de Frank, cuando, al verme saciado, levanto la cara y me encuentro a mi mujer siendo follada por Frank y Julio al mismo tiempo. Mi nena cabalgaba con su vagina sobra la polla de Julio y Frank se había acomodado detras de ella tomándola por el culo. La imagen era impresionante. Para quien no lo sepa, la experiencia de ver a tu mujer siendo poseída por dos machos al mismo tiempo es incomparable a ninguna otra que se pueda vivir. Y sólo el que lo haya vivido, puede saber a ciencia cierta a que me estoy refiriendo. Ver esas dos enormes pollas invadiendo las partes más íntimas de mi mujer, haciéndose espacio en sus estrechos agujeros, escuchar a mi nena quejarse de lo lindo de la follada que le estaban dando, me produjo una exitación tal, que me corrí sobre el alfombrado sin siquiera tocarme. Mari se masturbaba mientras comía la boca de Frank. Edu, Vero y la pareja que habían conocido hace poco, se restregaban, los cuatro, sin ningún tipo de miramiento en un rincón de la sala. Los gémidos de esas dos hembras llegaban a mis oídos mientras me componía de la corrida y me volvía a empalmar viendo a la madre de mis hijas siendo penetrada por partida doble. Sonia y Mari se peleban por hacerse con el ano de Frank. Le besaban el culo, los huevos, le sacaban la pollaza del ano de mi mujer, se la mamaban y se la volvían a colocar en el orificio anal. Mi Tere suspiraba, se corría sin pausa. Jamás se la habían follado así. Por lo menos que yo sepa. Al poco, Julio se corrió dentro de su vagina. Frank se salió de su culo, colocó a Sonia a cuatro patas, le atizó un par de azotes, uno en cada nalga, apuntó el pollón sobre su ano y se la folló por detrás como una mala bestia.
Y así, mientras mi mujercita se empeñaba en dejar la polla de Julio tan reluciente como la había encontrado y yo me empecinaba en borrar cualquier rastro de lefa dentro de su coñito, un grito heló la sala y retumbó en las paredes. Cuando alcé la vista, Frank yacía tumbado inconsciente boca abajo en medio de un gran charco de sangre.
-¿Por qué, por qué puta, por qué? ¿Por qué me has hecho esto? Yo te amo, puta, te amo....
No dijo nada más ni dio tiempo a Sonia a decir nada. No sé cuantos cuchillazos fueron ni cuanto tiempo pasó. Sólo, que cuando mi cuerpo volvió a tener vida propia, el tipo sollozaba desconsolado mientras su mujer se retorcía en el suelo arrastrándose hacia su inminente final. Luego se me acercó, me miró de frente, a la cara, escrutó en mis labios los restos del semen que Julio había dejado en los orificios de mi mujer y que yo había tragado, se echó a reír a carcajada suelta y, de cuajo, se abrió la garganta de un solo tajo. Las carcajadas siguieron saliendo de esa garganta desgajada hasta que su último aliento de vida se esfumó en medio de las motas de luz artificial que se colaban tras las cortinas abiertas de par en par.
Cuando llegó la policía el local ya había sido practicamente desalojado. Mucha gente había huido despavorida al saber lo que había pasado y los rusos de la puerta no habían podido hacer nada para impedir la estampida. Mi mujercita lloriqueaba mientras se limpiaba y se arreglaba lo mejor que podía. A mí, por el estupor de lo que había pasado, los agentes me encontraron casi en pelotas. Mari, Edu, Vero y la pareja que conocieron esa noche, prestaron declaración acerca de los crímenes de Frank y Sonia a manos de un marido celoso. La mujer que se había follado Edu, que al final pude saber se llamaba Gema, pidió encarecidamente a una agente de la policia que por favor no diesen parte del incidente a su familia. Que era una señora casada y con hijos y que si su marido se enteraba de lo ocurrido no tardaría en correr la misma suerte de la desdichada que esa noche había perdido la vida.
Mi mujer, quizá por el fuerte golpe que supuso para ella la muerte de Frank, sufrió un aborto a finales de ese mismo mes. Necesitó la ayuda de un especialista para tratar sus continuos ataques depresivos y estuvo bajo prescripción médica durante un tiempo.
Con todo, a finales de año su estado anímico mejoró bastante. La navidad la pasamos con nuestras hijas y con Mari. El día de noche vieja, dejamos a las niñas con mis suegros, cenamos en el Restaurante del Hotel Tryp de La Castellana y recibimos el año nuevo haciéndonos el amor en la suite 529.
No hemos vuelto a sacar el tema de Frank y Julio en ningún momento. Es un secreto que sólo nos atañe a los dos y que morirá con nosotros cuando el lector lea estos párrafos. Somos personas adultas y como adultas que somos nos respetamos y nos entendemos mutuamente.
Amo a mi mujer, amo a mis hijas y nada de lo vivido podrá hacer que eso cambie. Por el contrario, el amor hacia mi compañera no ha hecho más crecer desde entonces.