Mi mujer, su puta 4
Después de más tres meses sin saber nada de ella, recibo una carta de mi mujer. Me dice que viene a Madrid, que le gustaría que nos viésemos. Incluso insinua una posible reconcialición, pero, como el lector habrá adivinado, no todo será coser y cantar.
4.1 Las cartas sobre la mesa
Cuándo hube terminado de leer la carta que mi mujer me envió, 3 meses después de haberme abandonado para quedarse con su chulo, cogí el disco, lo extraje de su estuche, encendí el reproductor dvd, la televisión y lo puse. La verdad, la escena que la tv de plasma reproducía, me turbó.
Ahora comprendía el porqué de la displicencia con que mi mujer, la madre de mis hijas, había puesto por escrito lo que decía en ella.
Sí, muchos de los interrogantes que entonces y hasta ahora cruzaron por mi cabeza, encontraron respuesta de la misma forma y con la misma facilidad que las aguas de la montaña al hallar el cauce del río camino del mar.
Saqué el disco y lo guardé en su estuche. Luego, me entretuve examinando las 2 tangas que me había enviado, a muy seguro, a instancia de Frank; ambas prendas eran mínimas, incluso en lo que al formato de la tanga se refiere. Además, eran 2 tangas tipo bikini. O sea, de las que se suelen usar para ir a la playa, tomar sol y broncear la mayor parte posible del cuerpo salvaguardando sólo lo estrictamente necesario. La tanga blanca, la que estaba manchada de la leche reseca de su macho, era una tanga G-String, muy parecida en tamaño y forma a la tanga de color fucsia chillón con la que se había entregado a Frank delante de todo el mundo. La tanga roja, la que milagrosamente aún conservaba los deliciosos aromas afrodisiacos de su intimidad, era un hilo dental con 2 finos tirantes que sujetaban otro hilo central, también mínimo, tanto, que a duras penas puedo imaginar le haya podido quedar. Las 2, eran de la misma talla, la M y de la misma marca, N V.
Volví a llevarme la tanga roja de hilo dental a la nariz y aspiré, hondamente, del fuerte aroma a hembra que esa minúscula prenda desprendía. Retuve en mis pulmones el mayor tiempo posible la respiración y, a medida que espiraba, imaginaba a mi mujer embutida de esa mínima prenda paseando de la mano con su chulo por alguna playita ibicenca atestada de gente en los calurosos días del verano. Fantaseaba con que Frank la habría lucido como, cuando y donde le había venido en gana. Qué en algún momento determinado, la habría soltado de la mano para pasarle la suya por el culazo y hundirla, mientras andaban, en lo más profundo de sus pompas. Que le habría sobado las nalgas a destajo en cuanto mi mujercita le hubiese pedido le pusiese crema protectora. Incluso le habría sobado las tetas y de seguro, lo habría hecho de la manera más descarada posible, para que todos se diesen cuenta de que la mujer a la que sobaba, era su puta y él, su macho. En cuanto imagino el enorme y celulítico culo de mi mujer, mostrado por esas playas con las más variadas tangas de las más mínimas formas, me empalmo como un presidiario que no ha visto carne fémina desde que entró en prisión tres meses atrás.
Lo veo todo muy claro; el hondo perfume de su potorro, impregnado en la parte de la tela, ha quedado, ahora, tras la inspiración, incrustado como lapa en las paredes de mis fosas nasales, y a la que respiro, la imagen de mi mujer saliendo del mar con su diminuta tanga roja aparece como en una película de 16mm. Directo en mi retina.
Incluso cuando cierro los ojos, su silueta emerge, portentosa y crepuscular como una puesta de sol por detrás de mis párpados: camina por la orilla dando pasitos cortos. Hace un pequeño esfuerzo en la zona de la arena en la que el agua se vuelve a la mar tras dejar una cresta de espuma. La supera. Deja atrás la arena humedecida y encara la parte seca esquivando tumbonas de plástico, sombrillas y toallas extendidas a uno y otro lado. Se acerca contorneando las caderas de forma delicada y al hacerlo, sus tetas bambolean como péndulos al ritmo que marca su paso, de izquierda a derecha tras cada pisada. El agua salada que le escurre, va dejando, tras de sí, como una sombra, el camino trascurrido hasta llegar hasta los dos metros cuadrados donde su hombre la espera. Se coloca a su lado. Todavía de pie, se seca con una toalla que antes había doblado y usado a modo de almohada; primero el cabello, luego las tetas, la cintura, el culo y por último los muslos. Luego se tumba boca abajo. Le pide a su chulo que le ponga crema sobre la espalda, sobre la parte trasera de las piernas, sobre las pompas. El chulazo lo hace. Manosea ese enorme trasero marcado de estrías como las expertas manos de un escultor harían con la masa de arcilla al darle forma. Mi mujer tiene el hilo de su tanga hundida por completo en toda la raja del culo y el pequeño triangulo de tela roja que yergue sobre su vagina apenas logra cubrirla.
Su chulo la sigue sobando, le aparta las nalgas con las dos manos, aprecia su ano debajo de ese estrecho hilo que no lo logra ocultar. Con uno de sus dedos, juega con el orificio anal, haciendo círculos en rededor de este como si de un masaje se tratase. Luego, con el dedo índice, la penetra un poquito hasta ocultar parte de su uña. Lo mueve dentro con suavidad, despacio, follándola apenas por un centímetro. Mi mujercita empina el culazo, se lo entrega, lo mueve al ritmo que impone el dedo que la está penetrando.
Hay una pareja, al lado, que no deja de mirarlos. Pero al chulazo esto le da igual. En realidad, todo le da igual.
Cuando cree que ese pequeño orificio virginal está preparado para empresas mayores, le hunde la totalidad del dedo y lo deja dentro largo rato. Su hembra se retuerce hacia delante como tratando de escapar de ese dedo invasor. Pero el dedo de Frank sigue dentro, muy dentro, hurgando en las profundidades de su esfínter. Luego lo saca, lo huele, se lo lleva a la boca, y su olor primero y su sabor después, me llegan tan nítidos, que casi me da la impresión de que de extender el dedo, podré hundirme, yo también, en ese pequeño agujero que ahora imagino invadido por otro.
Me he vuelto a empalmar y para serenarme, releo la carta que tengo en las manos.
En resumen, mi mujer me dice que nos echa de menos. A mí y a nuestras niñas. Que no ha habido un solo día de los tres meses que llevamos separados en que no haya pensado en lo nuestro. Que quiere ver a sus hijas, que las necesita. Que siente a más no poder el daño que ha podido haberme causado. Pero que una mujer enamorada es capaz de cualquier cosa por su hombre y ella lo estuvo. Lo está. Que entienda que Frank ahora es su marido, su macho, su chulo, su todo. Que la perdone, de la misma forma que ella ha perdonado mi desliz con Mari. Que, pese a todo, ella está bien. Y Mari también. Aunque ninguna de las dos sea la misma que cuando llegaron, un fin de semana de junio a Ibiza.
Me dice que Mari está embarazada de 3 meses. Que todavía no se le nota mucho y que por supuesto, Frank es el padre. Que quedarse en la isla con Frank y abandonarme a mí y a sus hijas, es algo que nunca planeó. Pensaba volverse conmigo de la misma manera en que se hubiese vuelto si no hubiera descubierto su aventura. Que aún después de lo ocurrido en la disco del amigo de Frank, estaba dispuesta a cargar con sus culpas y esperar cualquiera cosa que hubiera decidido con tal de seguir al lado de sus niñas. Que, puede que sea todo lo puta que es y más, pero ante todo es madre. Que ella no se hubiese dejado follar delante de todo el mundo si no hubiese atisbado, en mí, el eco de la complacencia. Que no le dé más vueltas al tema. Que en la disco de Roy, los fines de semana, siempre hay espectáculos de sexo en vivo. Que la gente a muy seguro creería que éramos una pareja de actores porno a horas poco convencionales. En definitiva: que me olvide de ello y pase página.
Vuelvo a oler del aroma de su tanga y continúo leyendo:
"Cuándo Frank me dijo que lo sabías todo, que siempre lo habías sabido, incluso desde el principio, se apoderó de mí un sentimiento muy difícil de explicar. Se supone que eres mi marido y un marido no se deleita viendo como otro se folla a su mujer. Esperaba de ti otro tipo de reacción. Insultos, golpes, todo tipo de amenazas. Casi hubiera preferido que me partieses el alma. Luego, cuando Frank me mostró el vídeo que ahora recibes y en el que apareces follando con mi mejor amiga, ese sentimiento se convirtió en rabia: rabia hacia los dos. Lo del coche y tu accidente terminó de enredarlo todo, y fue entonces cuando decidí que debía quedarme en la isla. En parte por saber de ti, que te mantenías estable y sedado, aunque no fuera de peligro. Pero también porque a esas alturas, ya me había dado cuenta de que no podría volver a vivir sin Frank. Ese hombre me domina y hace conmigo lo que quiere de una forma que jamás ningún otro consiguió. No quisiera ahondar en tu herida, pero debo dejarte bien claro que estoy locamente enamorada de él. Mis entrañas piden su carne y eso es algo que ni puedo ni quiero cambiar".
"Debes de saber que Frank es un hombre muy dominante. Eso, yo también lo supe ni bien conocerle. Y en el fondo, aparte de su gran atractivo físico, creo que, esa pose de chulazo canalla, fue lo que al final me hizo caer rendida a sus pies. No sé porque, pero a algunas mujeres, los machos dominantes nos ponen a mil por hora. Y con Frank descubrí que yo era una de ellas".
"No fui la única. Mari también lo descubrió desde el principio. Como a los tres días de tu accidente y al volver de la clínica en la que permanecías inconsciente, fuimos a su habitación y le pidió, delante mío, explicaciones acerca de lo ocurrido entre ella y tú. Mari le respondió de mala manera. Le dijo que era una mujer libre y que con su coño hacía lo que le daba la gana. Que al fin y al cabo, yo también lo hacía, encima, enfrente de todo el mundo, así que no tenía nada que reprocharla ni a ella ni a ti".
"A Frank no le gustó nada la forma en que Mari lo estaba enfrentando y ni corto ni perezoso, le dio una hostia que la tumbó en la cama. Yo traté de defenderla, pero, a mí también me dio una tunda y me dijo que no me metiese. Que si tan puta se creía, que entonces la trataría como tal. La jaló de los pelos y la arrastró hasta el otro extremo de la cama y como Mari aún se resistía, le volvió a dar otra hostia, aunque esta vez más suave, y le dijo que no se pusiese tonta o que le iba a ir peor. Mari sollozaba, le decía que la dejara en paz, que no la hiciese daño, me miraba como pidiéndome ayuda, lloriqueaba, pero en el fondo se dejaba hacer. Frank le empezó a sobar las tetas por encima del top. Luego y de un solo tirón, se lo arrancó y lo dejó hecho jirones. Le quitó bruscamente el sujetador y lo tiró al suelo. La levantó, jalándola otra vez de los pelos y le comió la boca con un beso apasionado. Mari ya no opuso resistencia, es más, me dio la impresión de que se había rendido ante la evidencia de lo que su cuerpo deseaba. Mientras se besaban, y Frank le sobaba las tetas y Mari el paquete de Frank por encima de su short de deportes, yo me moría de celos sin saber que hacer o decir".
"Luego Frank le empezó a comer las tetas. Se entretuvo un buen rato y cuando lo creyó conveniente, le bajó la minifalda vaquera y la dejó sólo con su tanguita negra. Se quitó el polo, las zapatillas, el short de deportes, el slip, y la puso a mamar polla".
"A estas alturas, Mari era una autómata que hacía sin rechistar todo lo que Frank le pedía que hiciese. Lo lamía como desesperada, como hambrienta, como si nunca hubiese comido una polla. Cuando Frank pensó que había sido suficiente, la volteó, la puso a cuatro patas, le dijo que empinase el culo, le hizo la tanga a un lado, apuntó la cabeza de su verga a la entrada del coño y se la metió hasta el fondo de un empujón bestial. Mari gemía, gritaba, chillaba, le decía que la hacía daño, que la estaba rajando, que parase, que por lo menos se pusiese condón, que ella no tomaba la pastilla y se podía quedar embarazada o que se podían contagiar de algo. Trató de escabullirse y casi lo consiguió, pero Frank la sujeto de los pelos y le dijo que se callase de una puta vez, que se la iba a follar como a una perra, que él no usaba condón y que si se quedaba preñada, ese era su problema. Que a las perras se las folla y se las preña y que el macho que lo hace no tiene por qué pensar en ello".
"Frank se la follaba de una forma salvaje. A mí, me dijo que me quitase la ropa, que me quería en tanga. Lo hice. Me despojé de mi pantaloncito de lycra y mi top blanco y me quedé con la tanguita de hilo dental rosa que ese mañana me había puesto. Me dijo que me tumbase sobre la cama y que me masturbara".
"Mientras hacía lo que me había dicho, Frank seguía poseyendo a Mari a su antojo y capricho. Se la metía como una bestia en celo, sin pararse a pensar en que la pudiera estar lastimando. Mari se seguía quejando. A veces hacía intentos por zafarse. Pero todos fueron en vano. Cuanto más intentaba ella escabullirse de ese macho, más fuerte se la follaba y más daño le hacía".
"Como a los 15 minutos de fuerte bombeo, Frank se corrió llenándole el coño de abundante leche al mismo tiempo que ella tenía su tercer orgasmo. Yo, que soy mujer, sé diferenciar cuando otra mujer está teniendo un orgasmo de cuando lo está fingiendo, y ella, ese día tuvo seis".
"Cuando acabó de correrse, se mantuvo dentro de su vagina todavía otro buen rato. Luego se la sacó, le dio la vuelta, le puso boca arriba con las piernas entrecerradas y le dijo que se cubriese el coño con las dos manos y que no dejase que se le saliese la leche de dentro. Pero Frank había eyaculado a montones y aunque Mari se cubría lo mejor que podía, gran parte del lechazo salía como la lava de un volcán en plena erupción y le resbalaba por entre los muslos manchando parte de su tanguita".
En realidad, yo ya sé lo que sigue a continuación, porque he leído la carta al completo. Pero continúo releyendo con un asombro parecido al de un niño que espera encontrar en un capítulo repetido de su serie favorita, algo imprevisto o algún cambio inesperado.
"Cuando acabó con Mari, me dijo que le limpiase la polla. Que lo chupase y que se la pusiese a punto porque se la iba a volver a follar. Que tenía el antojo de dejarla preñada y que cuanto antes lo hiciese, mejor. Su polla, aunque media flácida, seguía siendo enorme. Sabía a su leche y al flujo y las corridas de Mari, y guardaba, a lo largo de toda ella, el calor de las paredes vaginales de mi amiga. Se la limpie de principio a fin, tragando por completo, los restos de su deleite sexual"
"No tardó mucho antes de volverse a empalmar. Me dio un beso de agradecimiento y me dijo que me pusiese a cuatro patas, que me quería ver el culo mientras se la follaba, que le excitaba verme con el culo en pompa y que lo moviese haciendo círculos y de arriba abajo como pidiendo polla con el culo. Lo hice, avancé hasta el lugar donde yacía la almohada y levante mis nalgas formando con mi cuerpo la posición sexual más primitiva de todas. Frank hizo un gesto y Mari se volvió a poner de la misma forma que antes: a cuatro patas justo al borde de la cama. Con el culo bien empinado. Como una perra".
"Tal como estaba, moviendo el culo como Frank me había dicho y de espaldas a lo que ocurría entre ellos, era testigo ciego de esa segunda cogida. De vez en cuando, volteaba la cabeza por entre mis hombros y veía el rostro de Mari descompuesto por las embestidas de ese macho y por la mezcla de dolor y placer que estas le causaban. No podía ver como Frank se la estaba follando, pero sí que podía imaginar el momento en que su polla salía de las entrañas de mi amiga para volverse a hundir en lo más profundo de su vagina, arrastrando tras de sí, los restos del semen y del flujo de la anterior corrida. Al ser la segunda follada y al haber mantenido en su interior la leche que Frank le había esparcido, los sonidos del mete y saca eran algo extraños y exagerados, como cuando reventamos con los dedos las bolitas de goma espuma".
"Mari se volvió a correr otras dos veces. Sus orgasmos eran largos y pausados. Cuando terminó el segundo de estos, Frank la volteó, la puso boca abajo, le abrió las piernas, se colocó encima de ella y se la metió hasta el fondo. Lo sé porque a mí me pidió que me acercase y que pusiese el culo cerca de su cara. Así que me coloqué a cuatro patas, por encima de Mari, con mi rajita a muy poco de su nariz y mi culo a la vista de mi macho. Él cogió mi culo y lo sobaba, lo estrujaba, lo palmeaba, mientras seguía follando con dureza el chocho de mi amiga. Con sus dos manos empujó de mis posaderas hacia abajo y mi clítoris y toda mi vagina rozó con la boca de la que salían alaridos de placer. Le exigió que me comiera el coño y Mari ni protestó. Se apoderó de mis labios mayores y los succionaba con buen hacer. Pasaba su lengua alrededor de mi botoncito y lo lamía entreteniéndose con gusto. Así estuvimos por un buen rato: Frank follando el coñito de Mari y ella comiéndome el capuchón. Cuanto más duro Frank la penetraba y más empujaba, como por inercia, mis caderas hacia la cara de Mari, más presurosa pasaba ella su lengua a lo largo de mi cuca. La cogida estaba siendo de cine y después de 10 minutos nos corrimos los tres a la vez. Frank en el coñito de Mari y yo en su boca. Luego, al recuperarnos, Frank me volvió a pedir que le limpiase la polla. Se la dejé reluciente. A Mari le dijo que cerrase las piernas y que no dejase escapar ni una sola gota de su esperma. Luego se vistió y nos dijo que nos fuésemos preparando, que el verano recién empezaba y que ese año tenía planeado pasárselo a lo grande. Que desde ahora y en adelante el sería nuestro macho. Mari, su perra y yo, su puta. Que ahora le pertenecíamos. Que Iba a tomar Viagra y que nos iba a follar todos los días y a cualquier hora, y por el culo los días en que nos viniese la regla".
"Nos prohibió tomar cualquier tipo de pastillas anticonceptivas so pena de partirnos la cara, pero como siempre que follábamos, Frank terminaba corriéndose en el coño de Mari, no tardó mucho en preñarla y la regla ya no le bajó más".
"Antes te dije que ni Mari ni yo éramos las mismas que cuando llegamos a Ibiza. Mari tiene tres meses de embarazo, por lo tanto, su cuerpo está cambiando y lo seguirá haciendo hasta que nazca esa criatura que lleva en las entrañas. Mi caso es parecido. Mi cuerpo ha cambiado y aunque no esté embarazada, si me vieras por la calle a muy seguro no me reconocerías".
"Que no esté embarazada no significa que a Frank no se le haya ocurrido, sino que, desde el principio, decidió disfrutar de mi cuerpo y lucirme ante todo el mundo como su puta, y aparcar, de momento, lo del embarazo para más tarde. Así que, en secreto y con su consentimiento, seguí tomando la píldora y desterré el miedo a quedarme preñada cada vez que Frank me hacía suya"
"Frank cumplió su palabra. Un amigo suyo que es médico y que trabaja en la misma clínica en la que estuviste internado, le expendió la receta del Viagra y con su insaciable apetito sexual y la ayuda del fármaco, follábamos como animales a todas horas y en todas partes. Por la mañana al despertar y antes del desayuno. Por la tarde antes de la siesta o después de volver de la playa. Por la noche, con unas copas de más o en la madrugada al volver de la disco. Cualquier hora era buena y Frank siempre estaba disponible".
"Pero Frank no sólo se conformaba con usar y abusar de nuestros cuerpos a su antojo y capricho, sino que primero nos lucía como sus putas antes sus amigos y conocidos y nos paseaba vestidas como auténticas rameras de tres al cuarto. A la playa, nos llevaba con minúsculas tangas de hilo dental con tan poca tela por delante que apenas cubrían nuestros chochitos. Frank conoce a mucha gente dentro del mundo del comercio y entre sus amistades, a un italiano llamado Bruno, cuyo negocio es la venta al por mayor de tangas de importación de la marca Natural Vento. De esta forma, encargó a buen precio 2 docenas de tangas G String e hilo dental para cada una de nosotras y nos obligaba a ponérnoslas cada vez que bajábamos a la playa".
"Nos ponía a hacer topless o boca abajo con todo el culo empinado, arqueando las caderas de forma exagerada. Siempre elegía las playas más concurridas y la parte de la arena donde se agolpaba más gente. A nosotras esto, al principio nos daba mucho reparo, pero luego el reparo se convirtió en curiosidad y al final, la curiosidad en morbo".
"Frank nos ponía crema por todo el cuerpo, nos besaba, nos manoseaba por todas partes, estrujaba nuestras tetas, pellizcaba nuestros pezones, masajeaba nuestras pompas. Y todo esto lo hacía delante de todo el mundo, a la vista de propios y extraños".
"Cuando íbamos de fiesta, nos vestía de tal forma que pareciese nos fuésemos a presentar a un concurso de "la más puta de las putas". A Mari la vestía con tops súper ceñidos para resaltar el tamaño natural de sus grandes pechos, con minifaldas cortísimas que dejasen a la vista sus bien torneadas piernas y con sandalias de plataforma. A mí, me embutía en pantaloncitos de lycra minúsculos, súper estrechos y cortos, casi siempre semitransparentes y por supuesto, dos tallas menos la mía".
"A diferencia de Mari, que siempre llevaba tops en la parte de arriba, yo me podía poner o tops, o blusas o camisetas de manga corta. Y esto se debe a que Frank quería que luciéramos la mejor parte de nuestros cuerpos de la forma más llamativa posible. En el caso de Mari, no hace falta decir que esa parte es su pecho y que sus casi 98 cm de talle captan siempre muchas miradas. Y en lo que me corresponde, mi culo grande y respingón hace torcer siempre muchos cuellos ahí por donde voy. Sobretodo sí llevo shorts de lycra o mezclilla tan cortos como para que la parte baja de mis nalgas se escape tras cada pisada y tan ajustados, que parece van a reventar de un momento a otro. Cuando me pongo esos pantaloncitos de colores claros y semitransparentes, ajustadísimos y ceñidos, el contraste de mi tanga se marca de una manera bastante sexi y al momento, aprecio que llueven miradas de todas partes devorando mi retaguardia a cada centímetro".
"Bailábamos los tres juntos en medio de la pista. Restregaba su paquete por nuestros culos. Nos sobaba las tetas. A mí me decía que debía bailar moviendo el culo sin ningún pudor, exagerando el contoneo de mis caderas. Y a Mari, la hacía dar pequeños saltitos, con los que sus grandes pechos, sin sujetador que los contuviese, oscilaban libres como si tuvieran vida propia. Cuando le entraban ganas de follar, volvíamos a casa y hacíamos, los tres, el amor. Pero muchas veces las ganas le ganaban y lo hacíamos en el coche mientras Mari conducía, o en el almacén mismo de la disco a la que solíamos ir, cuyos dueños eran amigos de Frank".
"Así estuvimos todo junio, hasta que Mari me dijo que estaba embarazada. Me pidió por favor que no le contase nada a Frank, que le amaba, que estaba enamorada de él y que no le quería perder. Casi al mismo tiempo, Frank decidió que mi cuerpo debería cambiar, que mis medidas podían ser mejoradas y yo, enamorada como estoy, no me opuse en lo más mínimo. Claro que esto es mejor que lo veas con tus propios ojos. Ya sabes: una imagen vale más que mil palabras. Pues bien, el fin de semana vamos a Madrid y tendremos tiempo de hablar largo y tendido. Como ya te he dicho, me gustaría reunirme con mis niñas. He hablado con Frank y a él no le parece mal. Además, ya estamos cansados de vivir en la isla y cada vez queda menos gente por aquí".
"Con todo, no quiero que equivoques las cosas: si te escribo todo esto, es porque él me ha pedido que lo haga. Él quiere que sepas que es mi dueño, mi macho, mi amo. Que yo soy sólo su muñequita de playa con la que hace y deshace como le viene en gana. Por eso mismo, ahora que ha arreglado las cosas con Claudia, su mujer, tengo que buscarme un lugar donde vivir y hemos pensado que no hay sitio mejor que ese dulce hogar que tú y yo construimos: los dos y nuestras niñas. Por supuesto, él podrá tomarme cada vez que le dé la gana, por algo es mi dueño y mi amo. Ante el mundo, serás mi marido, el padre de mis hijas y mi único hombre. Pero en la intimidad, mi macho, mi chulo, mi marido, será Frank".
"Pero esto será mejor que lo hablemos en privado, como ya te he dicho, estas cosas son mejor hablarlas frente a frente. Hasta el viernes entonces".
Las últimas líneas de su carta son bastante duras. Hieren cualquier sensibilidad. Mi mujer, la madre de mis hijas, me pide que la acepte de vuelta después de tres meses de haberme abandonado por ese chulo que ahora, ella misma dice, es su dueño y su amo. Para colmo, me canta que seguirá siendo suya todas las veces que a este le venga en gana y que yo, me tendré que conformar con el papel de marido consentidor que asume los cuernos de la mejor manera posible. En cuanto a que vuelva a ser mía, ni siquiera dice nada. Le amo, es cierto y la echo mucho de menos y cada día más, pero ¿Realmente estoy dispuesto a cualquier cosa con tal de volverla a tener?
No estoy muy seguro de ello. Aunque sí de que no tengo mucha elección. Si ese chulo ha decidido que mi mujer vuelva conmigo es porque ha calculado arduamente su plan, basado, sobretodo, en la cinta DVD en la que aparezco follando con Mari. A muy seguro, de negarme, el chulo le exigiría que presentase la cinta a sus abogados, con una demanda de divorcio de forma inmediata.
Ante tal prueba, el juez le daría la guarda y custodia y ella se quedaría con las niñas, con la casa y con parte de mis ingresos. Esto lo tengo bien claro.
No sería ni el primer ni el último caso en que un marido engañado es despojado no sólo de su honra, de su familia y de su hogar, sino que también es obligado a mantener a la infiel mientras malvive con los restos que a esta le dé la gana. España está repleta de casos como el mío.
La noticia del embarazo de Mari me causó estupor. Ciertamente, ese hijo bien podría ser mío. El día que la follé, mientras Frank y mi mujer lo hacían en la habitación de al lado, Mari, quien primero se negó y luego se dejó, me advirtió de que no me corriese dentro, que como mujer soltera y sin compromiso, ella no tomaba la píldora y no quería sorpresas para después.
La verdad, yo tampoco las quería. Pero al ver a mi mujer, con el culazo empinado y a cuatro patas, y la verga de Frank entrando y saliendo de su intimidad, no pude contenerme y un gran chorro, el primero, cayó dentro de su chocho con una violencia inusitada. Mari se apresuró a separarse de mí, a limpiarse mientras yo terminaba de eyacular sobre el suelo.
Al poco rato, Frank apareció con mi mujer sobre su hombro y nos encontró, a mí, con los pantalones hasta las rodillas y a Mari en pelota picada. Claro que por entonces no se me pasó por la cabeza que esta escena estuviese siendo grabada, pero, ahora que lo pienso, incluso Mari podría estar implicada en toda esta telaraña de cuernos con pruebas incluidas y prestas a la extorsión.
Otra cosa que me causa una enorme curiosidad es lo que respecta a los cambios en el cuerpo de mi mujer. Imagino que el hijo puta de Frank la ha obligado a que se opere de alguna parte de su anatomía, aunque desconozco la magnitud de estos cambios.
Si mal no recuerdo, mi Tere, muchas veces se había planteado operarse los pechos. Incluso había ahorrado para ello, pero entre unas cosas y otras, lo había ido aplazando sin fecha definida.
Ella, aunque sin poseer una gran delantera, tiene una 90 de talla y a mí siempre me había parecido más que suficiente. Pero a mi nena, la desproporción que marcaban sus más de 100 cm de cadera con respecto a la parte superior de su cuerpo, siempre la había acomplejado.
Ante todo, he de decir que las tetas de mi mujer no son, para nada, enanas. Todo lo contrario: son amplias y anchas, y llenan casi por completo la totalidad del espacio torácico. Ella, como con anterioridad creo haber mencionado, mide poco más de 162 cm y la suya es una talla nada desdeñable en una mujer de su estatura.
4.2 Metamorfosis: la puta, la que fue y la que es
El resto del fin de semana me la pasé sin saber qué hacer. La carta de mi mujer, sus confesiones, el DVD en el que aparezco follando con Mari, las minúsculas tangas que me había enviado, y la noticia de que la volvería a ver 3 meses después y de que además, tenía la intención de volver para quedarse, me habían dejado en el centro mismo de una especie de laberinto del cual no encontraba el camino correcto para poder escapar. El tiempo me consumía mientras las agujas de mi Seiko Sportura apenas discurrían.
El martes, casi 100 días después, volví al trabajo. Tenía todavía 2 semanas más de baja médica pero sabía que si ejercía ese derecho, la casa, el ambiente, mis ganas, mis miedos, todo, acabarían por mezclarse convirtiendo mis horas en un gran tornado de dimensiones insospechados. En esto, retomar la rutina que aparqué cuando lo del viaje a Ibiza, no me vendría nada mal.
Por lo menos de este modo me mantenía ocupado: salía muy temprano, llegaba a la oficina, ponía en orden las cosas que por personales, son de extrema necesidad. Salía a hacer algunas diligencias, asistía a reuniones, visitaba clientes. Volvía poco antes del mediodía, revisaba y firmaba contratos, aceptaba y negaba pedidos, expedía y retrasaba encargos. A las 3, iba al Restaurante de siempre y me pedía el menú. Volvía enseguida. Ponía al día lo más imprescindible que mi ausencia durante 3 meses había atiborrado. Trabajaba con ahínco y durante más horas de las que, por contrato, me correspondían. Pero por mucho empeño que pusiese, por mucha determinación que mantuviera, por muy firmes que fueran mis intentos, al final, como una pesada losa, la imagen de mi mujer paseando por las playas de Ibiza cubierta sólo por una diminuta tanga que le quedaría pequeña hasta a una niña de 15 años, terminaba posada delante de mis ojos como el paisaje detenido en la instantánea visual captada desde la velocidad del AVE.
El miércoles por la noche fui a visitar a Milena. La encontré conversando con un cliente. En cuanto me vio, le dejó, se me acercó, nos tomamos una copa y le conté lo ocurrido. Luego, cuando el hielo de los cubatas se deshizo volviendo a su estado natural, entremezclándose con el líquido del Jack Daniels y la Coca Cola, subimos a su habitación y lo hicimos dos veces, de una forma como no lo había hecho en mucho tiempo. No me cobró y lo recuerdo muy bien porque esa fue la primera y última vez que hicimos el amor.
Antes de despedirnos, le pedí que el viernes me acompañara, como mi novia, cuando mi mujer regresara del lado de Frank. Me dijo que encantada. Que tenía muchas ganas de conocerla y también al chulazo que me la había "robado".
El jueves por la noche recibí una llamada en mi móvil. Era Teresa.
Sin casi perder tiempo y como si tuviese los segundos justos para hacerlo, me dijo que llegaban al día siguiente al mediodía, que si me apetecía, iríamos los tres, a cenar al Restaurante que un amigo de Frank tenía en La Castellana. Que luego, a Frank se le había ocurrido ir a una disco a la que hace mucho que no iba, así que tenía que vestirme de acorde a la ocasión: elegante, de sport aunque con zapatos. Le dije que vale, pero que no éramos tres, sino cuatro. Que tenía una acompañante y que por supuesto si iba, ella también.
Pude distinguir el halo de sorpresa en mi mujer al otro lado del teléfono. Pero fue sólo un instante. Al momento, mi Tere respondió que necesitaba consultarlo con Frank, que esto lo cambiaba todo y que me volvería a llamar en cuanto él hubiese decidido algo.
No tardó mucho, pero los cinco minutos en que mi Nokia N8 yacía en estado de hibernación, se me hicieron eternos.
Quedamos a las 9 pm en la salida principal del Corte Inglés de Nuevos Ministerios y con la triste excusa de que tenía que terminar de hacer el equipaje, se despidió con un beso a distancia que retumbó en mis tímpanos y un "hasta mañana" desprovisto de sentimiento.
Le envié un SMS a Milena y le conté lo de salir con Frank y mi mujer, a cenar y luego de fiesta. A los 15 minutos me contestó que estaba de acuerdo en todo, que se iba a tomar el fin de semana libre y que pasase por ella a eso de las 6 pm, que si tenía tiempo y la acompañaba al centro, que a ella le vendría bien pasarse por "la pelu y ponerse guapa para la ocasión".
Esa noche no pegué ojo hasta bastante después de las 3 am. El día siguiente transcurrió con la misma pesadumbre y lentitud con la que la madrugada pasada me había atrapado en tensas y eternas horas de insomnio.
A las cuatro de la tarde dejé la oficina, fui casa, me duché, me afeité, me cambié de ropa, volví a coger mi Toyota Corolla y puse rumbo a la M30. Tomé la A6 y en el kilometro 20,5 disminuí la velocidad, puse el intermitente y tomé el mismo desvió que tantas otras veces había tomado en horas menos delatoras. Aparqué de forma descuidada. Hice una llamada perdida y a los pocos minutos apareció Milena. Iba vestida con unos vaqueros blancos bastante ajustados y de cintura baja, un top color plateado y unos zapatos de tacón de aguja a juego con el top, de mínimo 10 cm de plataforma. Llevaba el pelo amarrado en una cola, el mismo bolso de la semana pasada y la cara limpia de maquillaje. Me saludó con un piquito, me dijo que el polo azul celeste me quedaba bien, se sentó en el asiento del copiloto y me indicó la dirección exacta de la peluquería en la que había reservado cita y hora a las 7:00 pm. Transcribí la dirección en el panel del GPS, encendí el motor y volví a enfilar, en sentido contrario, por la misma carretera por la que había llegado minutos antes.
Llegamos pronto. Mientras buscaba un lugar donde aparcar, Milena se adelantó para ganar tiempo.
La encontré sentada en una de las muchas sillas metálicas de respaldo púrpura del local. Me dijo que la esperase, que no tardaba, que me pusiese cómodo. Una dependienta del local se me acercó y me preguntó si quería algo de beber. Pedí una Coca Cola. Mientras, Gino, así se llama el peluquero, extendía los largos cabellos de Milena, cortaba las puntas, emparejaba el flequillo, pasaba el cepillo sacudiendo los restos de pelos caídos sobre el delantal, volvía a peinar, aplicaba, con estruendo, el secador de pelo mientras con un cepillo mantenía las ondas sobre las puntas nuevas. Cuando terminó con el primer penacho de pelo, cogió otro y repitió la operación una y otra vez. Así estuvo por un buen rato. Después de 15 minutos, más o menos, el trabajo de Gino quedó reflejado en el espejo a través de una larga sonrisa: "Ya estás, guapa", le dijo.
Milena pasó entonces a la sale de maquillaje: Le hicieron la manicura y le pintaron las uñas de un rojo tenue bastante llamativo. A las uñas de los pies le aplicaron el mismo color. Le pusieron una base de sombras acorde al color de su ropa, con tonos en plata brillante y carmín en los labios. Le implantaron pestañas postizas, de esas de usar y tirar y restos espolvoreados de purpurina sobre el escote.
Durante todo el tiempo que duró el ritual, me mantuve siempre por detrás de ella a escasos tres metros de distancia, apreciando con interés los 105 cm de su culo posado sobre la silla metalizada de respaldo púrpura. El vaquero le quedaba apretado a más no poder y era bastante bajo de cintura, con los que los tres hilos rojos que conformaban su tanga se mantuvieron fuera y a la vista del curioso en todo momento.
Pagué en metálico 25 euros por el peinado, 15 por la manicura, 18 por dar color a sus uñas y 24 por la base de maquillaje, IVA no incluido. Salimos de la peluquería como a eso de las 8:35 pm. Milena, relucía con brillo propio en medio del crepuscular atardecer de mediados de septiembre. Mientras caminábamos por las calles hasta el lugar donde había dejado aparcado mi coche, los que nos encontrábamos, echaban sobre mi acompañante, miradas de admiración y deseo.
No podía ser de otra forma: estaba para comérsela entera. Su belleza me había atrapado de tal manera que, mi mujer, su chulo y nuestro rencuentro, habían pasado sin previo aviso, a un segundo plano.
Ahora asistía al encuentro con mi mujer de una forma más parecida a la manera en que se acude a una cita que por cortesía no se puede evitar. Casi por obligación.
Pero esa impresión cambió casi al instante, al dejar el coche en el Parking y encaminarme, de la mano de Milena, al lugar donde la noche anterior había quedado con mi mujer.
Por supuesto, su nueva imagen, por impresionante, me impactó sobremanera. Vestía un top negro de tirantes finos y de gran escote, con el logo de Playboy en dorado intenso y lentejuelas color plata alrededor de este. A leguas se notaba que no llevaba sujetador. Un pantalón estrechísimo de algodón, de esos que imitan la piel del leopardo. Unos zapatos de tacón de aguja, color champagne. Unos pendientes de plata largos que le colgaban casi hasta los hombros, tres pulseras doradas de caña en la mano derecha y un bolso de piel negro. Un gran anillo de plata tipo lanzadera en el anular de la izquierda y un cigarrillo sujeto entre los dedos índice y medio de la misma mano. Era la primera vez que la veía fumar.
Tal como me adelantó en la carta que me había enviado el pasado fin de semana, su cuerpo había cambiado. Pero decir que sus nuevas formas eran exageradas, sería quedarme corto. La impresión que me dio, más que la de una estrella del porno, hinchada de siliconas, fue, la de la caricatura de las heroínas que muy comúnmente aparecen en el comic erótico. Sus pechos habían aumentado de una forma desproporcionada con relación a su estatura y se mantenían, como montañas, por debajo de ese top que apenas resistía con las costuras intactas.
Llevaba el pelo de un rubio platino bastante llamativo, con ligeros risos y un poco más corto que hace tres meses. Los rasgos de su rostro, me parecieron mucho más estilizados que los de antes y, salvo un ligero aumento en la densidad de sus labios, no reconocí cambio alguno. Quizá fuese cosa del nuevo peinado. Debajo del top, se deja ver un "piercing" en forma de estrella con un cristal de color azul. En el tobillo derecho llevaba puesta una pulserita fina con adornos de estrellas, lunas y soles. Su cintura, parecía más estrecha y prieta de lo que recordaba, pero lo que más me impresionó, fue la enormidad de ese culo que ya antes era exagerado para su altura.
No exagero si digo que sus pompas podrían haber ganado 2 o 3 tallas y llevaba el pantalón de algodón, tan pegado al cuerpo, de lo estrecho que le quedaba, que casi se podría hablar de una segunda piel. La primera impresión que daba, era la de una mujer a la que le hubiesen pintado, sobre sus carnes, la imagen viva de la piel del felino. No parecía llevar ropa interior o por lo menos no la distinguía. Y en la parte inferior, por delante, la tela se le pegaba tanto que sus labios vaginales quedaban marcados de una forma harta evidente.
Me saludó como si nada, con dos besitos sobre la mejilla y una sonrisita picarona. Frank se me quedó mirando con aires de chulazo, me dio un apretón de manos que casi me rompe los dedos y sin darme tiempo a las presentaciones, cogió a Milena por la cintura y le pego dos besos muy cerca de la comisura de los labios. Se le quedó mirando el escote, el culo y dijo que tenía una amiguita muy mona y que nos la íbamos a pasar de puta madre.
Me entraron celos al ver que Milena le hacía cucamonas. Lo sé porque empinó el culazo cuando Frank la giro de la cintura para mirar su retaguardia y por el color de sus mejillas después de los dos besos. Además, no le quitaba el ojo de encima y sus pupilas tenían un brillo especial que antes no había visto, salvo en los ojos de mi mujer la primera vez en que se le entregó.
Entramos al Corte Inglés. Fuimos a la sección de perfumería y mi mujer se compró el Flower de Kenzo y pidió unas muestras gratuitas de una serie en edición limitada del mismo diseñador. Milena eligió un estuche de Calvin Klein de perfume y gel de baño. Luego, paseamos por la sección de cosméticos y ahí se entretuvieron otro buen rato, aunque no compraron nada. En todo momento, Frank se mantuvo al lado de mi mujer tomándola de la cintura, aunque, de vez en cuando, la soltaba y tomaba la de Milena. Ella se dejaba hacer. Yo, permanecía a cinco metros por detrás de ellos. Mis ojos, perseguían los detalles de ese culo en superlativo que estaba siendo el centro de atención de toda la primera planta.
Además de ser grande, rotundo y respingón, el nuevo culo de mi mujer da la apariencia de estar tallado a cincel sobre la misma roca. Se levanta macizo sobre unos muslos fuertes y bien torneados y, desde atrás, sus nalgas aparentan ser dos grandes balones de playa a punto de reventar.
Salimos de los grandes almacenes Dejamos los coches aparcados en el mismo lugar y nos dirigimos, a pie, a un asador argentino que está a 10 minutos a paso lento.
Cuando llegamos al local, Frank dio su nombre y al momento nos condujeron hasta la mesa que tenía reservada. Pedimos una fuente grande de ensalada mixta, parrillada para dos, chorizos, empanadas y una botella de Rioja del 95.
Mi nena pidió dos cajetillas de Marlboro light y cuando se las trajeron, guardó una, tomó la otra, la abrió, sacó un cigarrillo, se lo llevó a los labios, lo encendió y aspiró el humo profunda y pausadamente.
Cuando salimos poco antes de la medianoche, Tere y Milena ya estaban medio borrachas. Yo, al contrario de lo que había pensado, me sentía a gusto y bastante animado. Y Frank, quien sólo había tomado una copa, con la excusa de tener que conducir, se mantenía el más lúcido de todos.
Fuimos a un Pub que está en la misma Castellana y en el que ponen Rock de los 80s. Mi mujer se pidió un Bacardi con tónica, Milena un cubata, yo, una Coca Cola y Frank una Sin Alcohol.
Ahí estuvimos como una hora y a eso de la una de la mañana, nos volvimos al aparcamiento, cogimos el coche de Frank y nos dirigimos al centro, a una discoteca bastante conocida a la que suelen acudir gente del espectáculo y famosillos que por unos miles de euros se insultan unos a otros en vivo y en directo.
Pagamos la entrada. El portero saludó a Frank, se quedó mirando los culos de mi mujer y Milena y, con indiferencia me hizo una mueca, dedicándome una sonrisita burlona.
Nos agolpamos en la barra y pedimos nuestras bebidas. Mi mujer repitió con el Bacardi y Milena le copió la idea. Yo me pedí un Jack Daniels con Coca Cola y Frank otra Sin. Subimos a un reservado en la segunda planta desde el cual amparados por gruesos cristales polarizados, se aprecia la totalidad de la pista de baile. Nos sentamos los cuatro; Frank, entre Milena y mi mujer y yo al lado de esta. Frank empezó una larga plática con Milena y a mí, de tantas cosas que tenía por preguntarle, no se me ocurrió nada que decirle.
Le decía cualquier cosa y ella me respondía con monosílabos. Con palabras cortantes. Luego, encontramos un tema de conversación a través del único lazo que todavía nos unía: nuestras niñas.
Mientras, el chulazo no se andaba con chiquitas y ya había tomado la cintura de Milena y le comía la oreja sin ningún pudor. Ella le reía las gracias y le miraba complaciente. Mantenían una conversación bastante animada aunque no atisbaba a saber de qué se trataba y la verdad, entre el ruido de la música y lo turbado que me había dejado la nueva imagen de mi mujer, tampoco les presté mucha atención.
Al rato Frank va y dice "Eh parejita, os dejamos solos, que seguro que tenéis muchas cosas de la que hablar". Acto seguido, se levantó, llevando de la mano a Milena.
Los vimos bajar las escaleras y perderse entre la multitud que agolpaba la pista de baile, luego, el chulo y Milena volvieron a aparecer a un lado de la pista, al otro extremo de donde estábamos, bailando todo el tiempo muy pegados. Frank la tomaba de la cintura; Milena se soltaba y contoneaba las caderas al compás de la música. Su belleza brillaba con luz propia, pero no llamaba mi atención. Ahí sentado, al lado de esa mujer que me había dejado para quedarse con ese chulo que ahora intentaba ligarse a Milena, sólo podía pensar en una cosa: amaba a mi mujer y deseaba su culo como nunca lo había deseado.
Mi Tere encendió un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Pareció leer el interrogante sobre mi frente y al exhalar la primera bocanada de humo, me contó que había empezado con el tabaco poco después de la última de sus tres operaciones. De pronto y cambiando de tema, me preguntó "¿Te gusta mi culo?".
Le dije que su culo me estaba volviendo loco desde que lo vi aparcado en la entrada principal del Corte Inglés de La Castellana. Que me gustaba toda ella. Que el peinado y el pelo teñido de rubio la quedaba muy bien. Que su cintura se veía más estrecha y sus pechos mucho más grandes y que me moría de las ganas por volver a hacerla mía.
Me dijo que "A Frank se le ocurrió que me pusiese siliconas en las tetas. Pera la decisión final fue mía. Ya sabes que siempre me quise aumentar los pechos. Me puse unas cuantas tallas más y ahora uso la 110. Yo quería la 95 o como mucho la 100, pero Frank insistió y al final le hice caso. El culo me lo aumenté dos tallas y como si leyese en mis ojos- y ahora, por fin, mi culito mide lo mismo que mi pecho".
Se levanto del sillón, empinó el culo y me lo puso frente a la cara mientras se lo frotaba con las dos manos. Las ganas me ganaron y la manoseé por encima del estrecho pantaloncillo de leopardo. Estaba duro como la roca. En un acto desesperado le empecé a comer el culazo por encima del pantalón. Ella me lo restregó un poco, luego, se separo y me dijo que ya habría tiempo para eso. Se volvió a sentar a mi lado y me preguntó
si la quería tocar las tetas. Asentí. Con su mano, pasó mi mano derecha por debajo de su top y una enorme teta sin sujetador apareció al instante.
La sobe toda la tetorra, luego la otra. Me entretuve jugando y amasando esa enorme masa mezcla de carne y silicona. Jalé sus pezones, los pellizqué. Sentí su tibieza. La quise besar pero no me dejó. Me dijo que quería volver conmigo, pero que de hacerlo, tendría que aceptar que se seguiría viendo con Frank. Que lo amaba y que lo nuestro, no cambiaba en nada lo que sentía por él. Que si aceptaba, la tendría, siempre y cuando ese día Frank no dispusiese de ella.
A todo le dije que sí. Que la amaba, que no podía vivir sin ella, que la echaba de menos, que volviese conmigo, que follase con su chulo si quería pero que no me volviese a dejar. Que sin ella la vida no tenía sentido y que los días sin ella se me habían hecho eternos.
Iba a seguir pero en eso llegó Frank y Milena de su mano. Se sentaron a nuestro lado y le hizo un guiño a mi mujer. Mi Tere se levantó, cogió mi mano y me llevo escaleras abajo.
Estuvimos bailando por un buen rato. Mi mujer sacudía las caderas y sus pompas parecían cobrar vida propia. Algunos chavales, haciéndose los desentendidos, le rozaban el culazo aprovechando que la pista de baile estaba hasta los topes. Las chicas pijas la miraban y cuchicheaban a sus espaladas. Ella ni se inmutaba.
Luego fuimos a la barra y nos pedimos un Bacardi con tónica para ella y un Jack Daniels con Coca Cola para mí. Encendió otro cigarrillo y hablamos, ella sentada sobre un taburete alto y yo, de pie, frente a ella y tomándola de la cintura.
Al lado de esa hembra, mis dedos sobre el nacimiento de ese culo enorme, captando las miradas desde todos los rincones de la discoteca, me sentí el hombre más envidiado del mundo. Casi olvidé que esa mujer era la misma mujer que me había abandonado para quedarse con Frank estos tres últimos meses. La misma que se había dejado follar delante de todo el mundo en el garito de Roy. La amaba, no había ninguna duda. Y sí, por ella estaba dispuesto a cualquier cosa.
Le pregunté si esa noche se quedaría a dormir en casa. Respondió que dependía de Frank, pero que por lo que habían hablado, era muy probable que así fuese. Que luego traería sus cosas poco a poco. Que lo más importante para ella, ahora mismo, era estar con sus hijas.
Hablamos como una hora, mi nena encendió el último cigarrillo de su cajetilla de Marlboro light y a eso de las tres y media subimos al reservado.
Cuando llegamos, Frank comía la boca de Milena de forma desesperada. O más bien, tendría que decir que era Milena la que se la comía con locura. Estaba sentada sobre él, con las tetas al aire por encima del top y le sujetaba de los pelos con amor mientras le besaba por todos lados. Frank se entretenía sobándole el culote y jugando con los hilos de su tanga roja. Se la jalaba por encima del pantalón como masturbándola, de la misma forma que había visto hacer con mi mujer la primera vez que se la folló.
Cuando Milena se dio cuenta de nuestra presencia, se subió el top, se acomodó las tetas y la tanga lo mejor que pudo. Frank ni se inmuto. Nos dijo que nos íbamos a tomar la última copa. Me preguntó si en casa tenía algo de beber. Le dije que sí. Cogió de la mano a Milena y enfilaron hacia las escaleras. Les seguimos los pasos.
Salimos a la calle y mientras andábamos hasta el lugar en que Frank había dejado aparcado el coche, se detenían a cada esquina, se besaban y se tocaban por todas partes. Mi mujer caminaba a mi lado. Yo, aprovechaba y la sobaba el culazo.
Cuando llegamos, Frank me dio las llaves y me dijo que condujese y que esta vez tuviese cuidado. Se metió junto a Milena en los asientos posteriores y cuando mi mujer hizo ademán de sentarse a mi lado, le dijo "Eh nena, tú te vienes con papi", y al instante, su culazo quedó a la altura de la mano derecha de su chulo. Milena iba a la izquierda.
Mientras conducía por la Calle de Alcalá a las 4 de la mañana, rumbo a casa, Frank se agasajaba de lo lindo a estas dos hembras. Les dijo que se sacasen las tetas por encima del top y ellas lo hicieron sin rechistar. A mi mujer le exigió que le desabrochara la cremallera, que le sacase la polla y que se pusiera a chupar. Mi nena lo hizo. A través del retrovisor podía ver como la madre de mis hijas se llevaba ese monstruo, todavía medio flácido y lo tragaba casi por completo. Mientras, Milena le ofrecía los tetones y Frank los comía como poseído, la mordía de los pezones. La jalaba de los pelos y le comía la boca. Le decía que era una putona linda y a mí, que mi mujer era una chupona, una gran chupona, la mejor de todas las chuponas que había tenido.
A mí me daba un poco de reparo porque algunos conductores que se daban cuenta, nos hacían señales y nos tacaban el claxon, pero al chulazo, esto parecía importarle lo más mínimo. Él seguía a lo suyo. Sobando a Milena por todos lados y guiando a mi mujer de la cabeza hacia su polla con la mano que le quedaba libre. ¡Esto estaba a punto de explotar!
Frank le dijo a Milena que se quitase el pantalón. Ella, se quitó los zapatos de tacón de aguja y se desabrochó el cinturón de piel que una semana antes le había comprado en un mercadillo en el centro de Madrid. Pero Frank andaba con prisas y le jaló con brusquedad, los vaqueros, hasta dejárselos por debajo de las rodillas. Milena acabó de quitárselos. Los dejó sobre el asiento. Apartó a mi mujer de esa polla que tan gustosa mamaba y se puso encima de él, a horcajadas.
El chulazó le cogió del top y se lo arrancó de un solo tirón. Le sobó el culazo mientras se comían la boca, le hizo a un lado la tanga roja. Milena, encima de él, le restregaba la polla con su húmedo coño.
Conducía como podía. Trataba de mantener la atención necesaria para no sufrir ningún accidente pero cada dos por tres me descubría ojeando a través del espejo retrovisor.
Milena se movía sobre su macho de forma pausada. Subía y bajaba rebotando sus nalgas sobre los muslos de Frank. Ascendía hasta que sus tetas quedaban a la altura de su cabeza y luego volvía a restregarle el potorro haciendo círculos sobre su bajo vientre.
Frank le dijo a mi mujer que se quitara el top, que se sobara las tetas y el chocho por encima del pantalón, que la quería mojadita para después. Y mi nena lo hizo.
Llegamos poco después. Temía que algún vecino nos pudiera ver pero, a esas horas de la madrugada, por suerte, no había nadie. Accioné el control remoto de la entrada del aparcamiento y la puerta se abrió. Frank no bajó a Milena en ningún momento. Ni siquiera cuando salieron del coche. La llevó todo el tiempo sujeta del culazo, una mano en cada en nalga. La puso a cuatro patas sobre el sofá de la sala, volvió a correr el hilo de su tanga roja y le comió la raja desde atrás. A mi mujer le dijo que se despelote del todo, que la quería sólo con tanga, que le trajera una cerveza y otra para "su marido", y que se preparara, que esa noche la íbamos a pasar de vicio.
Mi mujer fue a la cocina y volvió con 2 Heineken. Las dejó sobre la mesilla. Se quitó los zapatos, los dejó a un lado y empezó a bajarse el pantaloncito de leopardo que tanto había lucido esa noche.
Debajo llevaba la tanga más pequeña que jamás había visto hasta entonces. A juego con el pantalón, la tanga de leopardo era mínima. Constaba de 3 hilos finísimos y la parte que se encargaba de cubrirle el coño la llevaba por completo dentro del mismo. Esta era la razón por la que el chocho se le marcaba tanto por encima del pantalón y, a muy seguro, lo habría llevado así durante toda la noche. Además, el hilito central de la parte trasera se perdía en la profundidad de su gigantesco culo, en lo más hondo de toda su raja.
-Vamos hombre, no te quedes ahí parado me dijo Frank- que ese culo quiere guerra, ja ja ja- espetó, señalando con los morros el culote de mi mujer-.
Como por inercia, mi mujer se colocó sobre el sofá, a cuatro patas, al lado de donde estaba Frank comiendo el coño de Milena. Se lo ofreció a su chulo. Frank lo sobaba mientras comía la rajita de Milena. En un momento, dejó el culo de Milena y se hundió en el de mi mujer. Le lamía la raja despacio, recorriendo con su lengua la longitud de su potorro. Mi mujer se estremecía. Al lado, Milena se seguía retorciendo, pidiendo como una gatita que su macho volviese junto a ella. Frank no la hizo esperar y empezó a pasar de un culo a otro con tanta vehemencia como la que aplicaba su lengua sobre esos dos chochos. Cuando se hubo deleitado, se separó y les dijo que moviesen el culo como pidiendo polla. Las dos lo hicieron. Milena lo movía muy bien y mi mujer no se quedaba atrás. Se notaba que lo había hecho muchas veces. Frank se levantó y tomó distancia para apreciar mejor la rotundidad de esos dos culos.
-¿Habías visto alguna vez tanta belleza junta?- me preguntó.
La verdad, la vista de esos enormes culos moviéndose de manera tan erótica me produjo una erección tan fuerte que casi me dolía la polla.- ¡Venga hombre, anímate un poco!- advirtió-.
Me dio una colleja flojita, se quitó la camisa, los zapatos, el pantalón, el slip, me dijo que pusiese a mi mujer a punto, que se la quería follar en mi presencia y preñarla delante de mí. Se acercó al sofá, pajeándose el pollón para terminar de empalmarse. Sujetó a Milena por el culo, le dio un azote bestial que hasta a mí me dolió, apuntó el pollón a la entrada de su cuca y se la clavó entera.
La follaba con furia, con dureza, sujetándola de las caderas para intensificar la penetración, de la misma forma que cuando se había follado a mi mujer en Ibiza. Milena gemía, chillaba, resoplaba. Le decía que la hacía daño, que la tenía muy grande y gorda, que se la metiese despacio, que la reventaba la concha. Pero Frank no le ponía atención y si lo hacía, le daba igual. Él seguía follándola con rabia, haciéndole el mayor daño posible en cada bombeo.
Mi mujer seguía moviendo el culazo tal como Frank le había dicho, así que sin contenerme y con los chillidos de Milena instalados en mis oídos, me puse en cuclillas, aparté el hilito central de su tanga de leopardo y hundí mi cabeza en las profundidades de su retaguardia.
Aspiré de ese olor a hembra puta que tanto había echado en falta. Le olí el coño y el ano repetidas veces tratando de recuperar el tiempo perdido. Le lamí la raja de arriba abajo y el ano en un beso negro tan profundo como recuerdo mi mujer lo había hecho el día en que su macho le pidió que le comiera el culo. El aroma de su ano me puso a mil por hora. Coloqué mi nariz sobre su ojete, de tal forma, que la siguiese oliendo todo el tiempo mientras le comía el mejillón. Así estuve como 10 minutos. Oliendo su ano mientras saboreaba del flujo que emanaba su intimidad. A mi lado, Frank bombeaba con brusquedad y sin pausa. Milena no dejaba de correrse, de chillar, de retorcerse de placer y de dolor. Cada vez que se acercaba a un nuevo orgasmo, empinaba el culo, lo restregaba, hacía círculos y gritaba que se corría, que le diera más duro, que le amaba, que quería ser siempre suya, que su pichón la volvía loca.
Cuando se cansó de follarse a Milena, Frank me preguntó si mi mujercita estaba a punto. No respondí. No quería que se la follase, pero al tiempo, me ganaban las ganas de volverla a ver penetrada por ese chulo.
Frank se dio cuenta de ello. Me hizo a un lado, le sobo el potorro con una mano hundiéndole dos y hasta tres dedos, dijo que ya estaba lista, le arrancó la tanga de un tirón y me lo aventó: Estaba mojada, sobretodo la escaza tela que había llevado metida en el coño.
Apuntó su falo en la entrada de la vagina de mi mujer, le sobó el pollón alrededor de sus labios mayores, volvió a colocarse en posición de ataque y sin previo aviso, la penetró de un solo estoque.
Mientras se la follaba, me dijo que le comiese el coño a Milena y que la mantuviera caliente, que todavía no había acabado con ella. Lo hice, el potorro de Milena era un charco mezcla de sus propios jugos y del pre seminal de Frank. Le comí el coño, succionando todo lo que su interior me ofrecía. Milena restregaba su culo en mi cara y se asía de mi cabeza, por los pelos, para tratar de aumentar mi cunnilingus. Le abrí la raja e introduje mi lengua lo más que pude. Frank la había dejado a punto de un nuevo orgasmo y Milena se vino en mi cara, retorciéndose entre espasmos y yo, me lo tragué todo.
Mi mujer también se corrió, pero Frank se mantuvo impasible bombeándola durante otro buen rato. Luego, de la misma forma en que me había apartado del culo de mi mujer para empezar a follársela, me separo del culo de Milena, que se mantenía en pompa, la tomó de las cachas, la manoseó, se colocó encima de ella y la volvió a taladrar fuertemente.
A mí, Frank, me dijo que le comiera la raja a mi mujer. Lo hice. Distinguiendo entre sus flujos y los del pre seminal de ese macho. Le lamí la cuca y el ano. Hundí mi nariz y aspiré de sus perfumes más íntimos entremezclados con los del hombre que la acababa de poseer. A veces, alzaba la vista y miraba a Frank follando a Milena como una mala bestia. Milena se quejaba. La estaba partiendo. A los pocos minutos, Frank bufa que no aguanta más, que se corre. Hace un último esfuerzo, se controla, aspira hondamente, se separa de Milena, me empuja, se coloca detrás de mi mujer, la llama puta, le dice que haga pompa, le pegan un azote en la nalga derecha que suena en toda la casa y se la folla como poseído.
-Asiiií, así papito así. Daaaaale, dale chulazo dale.
-Te gusta que te folle delante de tu marido ¿Verdad puta?
-Siiiií siiiií sí papito rico siiiií, fóllame duro, rájame el coño delante de mi marido siiií. Ahhhhh Ohhhhh. Me corroooo vergónnn. Ohhhh Ahhhhhh.
-Oh oh puta, puta, puta. Ohhhh. Me cooorro. Te preño puta, te preñoo. Ohhhh.
-Siiií siiií daaalee préñame papi preeeñameee. Siiiií Ohhhhhh paaaapiiií aaaasiiiií meeee coooorrrooooo Ahhhhhh. Meeee coooorrroooo Ahhhhhh Ohhhhhhh Que riiiiicooooo Ahhhhhh.
Frank está a punto de correrse. Mi mujer también. Lo sabe, aguanta un poco, la bombea, la coge fuerte del culazo, le dice que se va a correr. La empala con dureza, la coge de las tetonas y se corren, los dos a la vez, entre grandes alaridos y resoplos.
Ya se han corrido, pero se mantienen juntos en la misma posición. Mi mujer le restriega el culazo. Frank le soba las pompas. Se le saca. Mantiene el pollón erguido, enorme, presto al segundo round. Mi nena le coge la pollaza con las dos manos, le da un piquito, la soba, la masturba, la limpia a lengüetazos. Frank le dice a Milena que se acerque. Que se ponga a chupar al lado de Teresa. Mientras mi mujer lo chupa, Milena le masturba, le come los huevos, le besa los muslos. Luego y sin que Frank le diga nada, se coloca detrás de él, le aparta las nalgas, le hunde la lengua en el ano y le come el culo como si en ello tuviera sólo una única oportunidad.
Frank bufa. Ya está empalmado del todo. Se quita a Milena del culo, vuelve a coger a mi mujer. La vuelve a poner a cuatro patas. Mi mujer hace pompa, se abre el culazo con las manos, se lo muestra, se lo entrega. Tiene el coño encharcado de su corrida y de la corrida de Frank y por el interior de los muslos le escurre bastante leche.
Le hunde dos dedos en el coño. La masturba. Extrae, con estos, bastante flujo y parte de su leche. Saca los dedos humedecidos y se los pasa alrededor de su ano. La penetra con el dedazo. Mi mujer se queja. Le dice que le hace daño. Él le dice que se calle, que se la va a follar por el culo, que la va a reventar el culo delante de su marido. Mi mujercita trata de escaparse. Sabe que el chulazo va en serio. Pero Frank la mantiene sujeta con fuerza, apunta su polla a la entrada del ojete y la coloca en posición.
-Noooo, no, no por el culo noooo. ¡Suelta joder que me haces daño!
-Estate quieta puta. Te voy a romper el culo quieras o no.
Mi mujer se resistía como podía y como a Frank a esto no le hacía gracia, la cogió de la cintura, la volteó, se sentó sobre el sofá, la puso con el culazo en pompa sobre sus muslos y la empezó a dar de azotes bestiales hasta que a mi mujer se le saltaron las lágrimas.
Me dijo que no me metiese, que esa puta tenía que aprender a respetar al macho. Mi nena lloriqueaba, le pedía que por favor parase, qué la hacía daño.
A mí me daba miedo que de la paliza que le estaba dando le fueran a estallar las siliconas del culo, pero por suerte, el chulo se detuvo. Le dio un último azote. La levantó. La volvió a poner como una perra, le dijo que se abriera las nalgas con las manos. Apuntó la polla en la entrada de ese agujero virginal y la desvirgó.
Mi mujer exhalo un grito desgarrado, como si la estuvieran despellejando viva. A cada bombeo de Frank lanzaba un alarido de sufrimiento. Pero Frank continuaba impasible, rompiendo el ano de mi mujer, follándole el culo como una bestia como antes lo había hecho con su coño.
Poco antes, me había quitado las ropas y me masturbaba mientras me besaba con Milena. Los besos de Milena, con lengua, sabían al ano de Frank. Pero no me importaba, me la quería follar y terminar dentro de su culo. Todavía recordaba lo estrecho de su ano. La calidez del interior de su ojete. Mi leche cayendo en su interior.
Pero Frank no me dio tiempo a seguir recreándome en mis fantasías. Me dijo que me pusiera por debajo de mi mujer y que lo comiera el clítoris.
Lo hice. Mi mujercita se levanto un poco para dejar paso a mi cabeza. Colocó su chocho a la altura de mi lengua y me lo dio a chupar.
Le comí el coño lamiendo a lo largo de toda su raja. Al principio, el sabor de la lefa de Frank me produjo arcadas. Pero al poco, me acostumbré a su sabor, a su olor, a su consistencia y a la que me di cuenta, devoraba ese potorro succionando el manjar blanco con que su macho la había regado. Luego, le pasé la lengua por su hinchado clítoris. Mi mujer lanzó un gritito de placer. Estaba a punto de correrse y eso, los tres lo sabíamos. Frank la follaba salvajemente, repercutiendo a cada bombeo el clítoris de mi nena sobre mi lengua. Al poco, se volvió a correr. Daba gusto oírla correrse con tantas ganas.
Frank le dijo a Milena que le comiese el culo como antes y Milena lo hizo.
Ahí estábamos los cuatro: Frank, estrenando el ano de mi mujer, Milena comiéndole el culo con la lengua y yo, agarrado al clítoris de esa hembra que había parido a mis dos hijas.
En un momento determinado y mientras mi mujer tenía un nuevo e intenso orgasmo, la polla de Frank resbaló fuera de su ano y quedó apoyada sobre mi barbilla.
Sentí su olor: a macho y a culo de hembra. Su calor, su firmeza. Me dijo que se la colocase en la entrada de la cuca. Lo hice. Agarré esa pollaza enorme y dura y la dirigí hasta donde creí estaba el coño de mi mujer.
Frank rió. Quitó mi mano de su polla y la taladró hasta el fondo. Yo seguía comiéndole el clítoris, pero mis pensamientos estaban ahora en ese pedazo de carne que había cogido, que había olido, palpado y colocado en la entrada de su vagina.
Perdido como estaba entre mis pensamientos, me sorprendió la nueva corrida de Frank. Sus huevos revotaban en mi mentón y su leche, abundante y a montones, resbalaba de dentro del coño de mi mujer.
Cuando Frank se salió de ella, empujo del culo de mi nena hacia mi cara y como mi Tere estaba a punto de tener otro orgasmo, mantuvo su cuca pegada a mi boca sujetándome de la cabeza con las dos manos. Yo la seguía lamiendo, succionado sus labios, jugando con su clítoris, saboreando el sabor de la semilla con la que la habían esparcido.
Al poco se corrió. Separó su coño de mi boca. Se agachó hasta donde yacía tratando de recuperar el aliento y me pegó un beso con lengua como hace mucho no me daba.
Frank cogió una cerveza, me acercó otra. Me dijo que quería preñar a Teresa. Que seguramente con esto habría bastado porque estaba en sus días de mayor ovulación y llevaba una semana sin tomar la pastilla. Pero que hasta no tener constatación, que si me la follaba, que lo hiciera siempre con condón.
Acabó la cerveza mientras Milena le limpiaba la polla a lengüetazos. Se la dejó reluciente. A mi mujer le pidió un top prestado para Milena. Mi nena subió a la segunda planta y bajó con un top color rosa palo. Se vistieron. Se despidieron. Los acompañé al aparcamiento, accioné el mando a distancia y la puerta de entrada se abrió. Encendió el motor de su Audi A5 rojo escarlata y se fueron sin decir adiós.
A los pocos segundos el ronroneo del coche de Frank se extinguió y dejó paso a la calma del amanecer.
Eran las seis de la mañana cuando subimos a nuestra habitación. Sacó de su bolso la cajetilla nueva de Marlboro light, tiró de la cinta dorada del plástico que la envolvía, la abrió, tomó un cigarrillo, el veintiuno de esa noche, se lo puso en la comisura de los labios y lo encendió.
Ya en nuestra cama, mi mujer me dijo que se había excitado como nunca mientras le comía el coño encharcado de la leche de su macho y que por eso había tenido un orgasmo bien rico.
Yo, me mantenía empalmado como un enfermo. Le dije que me la quería follar, que no aguantaba más, que necesitaba hacerla mía.
Ella me dijo que se lo hiciera, pero que no olvidara sacársela antes de correrme. Que ya sabía que Frank quería preñarla y que, además, ella quería un hijo suyo.
La puse a cuatro patas. El nuevo volumen de su culo sobre nuestra cama me enloqueció. Decir que es enorme es poco. Con lo excitado que estaba, olvidé por completo que poco antes Frank se había corrido, dos veces, dentro de ella y cuando la penetré, mi polla resbaló en ese pozo arrastrando la lefa que todavía quedaba en su interior.
La follé fuertemente, la tome de la cintura para aumentar la profundidad de mis envestidas. Sentía, en mi polla, la humedad de la semilla con la que la habían regado. El interior de su coño era una mezcla gelatinosa de fluidos corporales en la que resbalaba al entrar.
No duré mucho. El culazo de mi mujer relleno de siliconas, y sus contoneos, me dejaron fuera de combate a los pocos minutos.
Mi nena, adivinó el momento preciso. Se separó, se dio la vuelta, me sujetó la polla con las dos manos, me la pajeó y al poco, me corrí abundantemente.
Apuntó mi polla sobre su pecho y mi leche se estrelló, a borbotones, sobre ese par de tetas agigantadas.
Cuando terminé de correrme, se restregó las tetas hasta esparcir en ellas la totalidad de mi corrida. Cogió mi polla, se la llevo a la boca, la engulló y me la limpió a lengüetazos; con dulzura, despacio, jugando con su lengua en mi glande.
Nos quedamos dormitando sin siquiera limpiarnos. Ella se dio la vuelta en la parte que siempre había ocupado en nuestra cama y yo me coloqué detrás, tomándola de la cintura y sobándole el culazo con mi polla que se resistía a morir.
Esa mañana soñé que hacía el amor con Frank. Aunque no en el sentido estricto de la palabra.
Frank follaba el ano de mi mujer tal cual había hecho poco antes, mientras yo, me mantenía debajo de ella devorando su capuchón. Y de la misma forma que había ocurrido en nuestro salón, la polla de Frank resbaló fuera de su culo y quedó apoyada sobre mi barbilla.
Sentí su olor, su dureza, su humedad, su peso sobre mi mandíbula. No me pude resistir y en un acto de locura me la lleve a la boca y la mamé hasta que mi garganta recibió su descarga.
El sabor del ano de mi mujer impregnado en su polla y entremezclado con su semen, acabó por despertarme.
A mi lado, el culazo de mi mujer dormitaba en paz.
Fue entonces cuando decidí que Frank tenía que morir.