Mi mujer me es infiel, ¿y qué?

Vi en vivo y en directo a mi mujer poniéndome los cuernos, lo que me hizo tener otra visión sobre la infedilidad.

Por un golpe de suerte mi mujer y yo habíamos sido asignados a un reportaje sobre el surf en España. El equipo de reporteros que iba a realizarlo fue enviado a otra noticia más importante y nos tocó a mi esposa y a mí.

Me llamo Santiago y soy periodista, trabajo en una conocida televisión de España con sede en Madrid. Tengo que reconocer que soy un manitas para todo lo relacionado con cámaras, grabación, sonido, etc., por lo que entré en este empleo hace tres años nada más acabar la carrera y allí encontré a la que ahora es mi mujer, Cristina, con la que me casé hace apenas un año. Ambos tenemos 27 años y desde que contrajimos matrimonio nos suelen asignar los reportajes juntos, ella se ocupa de la cámara y yo del sonido, de las entrevistas y de la edición del vídeo. Como llevamos poco tiempo en el trabajo nos ocupamos de reportajes de sociedad, es decir, poco importantes, aunque algún día espero cubrir alguna guerra o algún evento político importante. Los hechos que voy a contar aquí se desarrollaron durante los últimos días del mes de julio del año pasado. Como suele ocurrir en verano, los políticos se van de vacaciones y no había apenas noticias con las que llenar los informativos, por lo que a nuestro jefe no se le ocurrió otra idea que mandarnos a cubrir un campeonato de surf que se celebra todos los años en Tarifa. Para los que no sean españoles o no conozcan el lugar Tarifa es famosa por ser un punto de reunión de surfistas de todo el mundo, se concentran allí debido a que su situación geográfica, en pleno estrecho de Gibraltar, asegura el viento requerido para practicar toda clase de deportes acuáticos. Dado que el jefe de informativos tenía un chalet allí nuestro superior no dudó en dejarnos su casa para dormir. No penséis que lo hizo por amabilidad, sino por ahorrarse el dinero del hotel.

El hecho es que tanto Cristina como a mi nos pareció un plan genial, ¿quién podía quejarse de que la empresa le pagara 4 días de vacaciones en una de las zonas más turísticas de España? Además, antes del verano habíamos tenido unos meses muy ajetreados de trabajo. En nuestra televisión, y supongo que en el resto pasará lo mismo, lo de controlar los gastos se llevaba a raja tabla de tal forma que sólo había otro equipo de reporteros para cubrir las noticias de sociedad aparte de mi mujer y yo. Tanto estrés y tanto trabajo habían hecho mella en la relación con mi esposa, de hecho hacía cuatro semanas que no tocaba a mi esposa.

Supongo que ahora me tocará hablar de Cristina, ya que es la protagonista de los hechos que aquí narro. Mi mujer es lo que podía decirse una chica normal, ya se que en este tipo de páginas de relatos suelen abundar las supermodelos con enormes pechos y culo perfecto y prieto, pero mi mujer no es Pamela Anderson. Ahora bien, esto no quiere decir que no tenga sus "puntos fuertes": se conserva muy bien y no tiene un gramo de grasa y las tetas son de un tamaño normal, bien sujetas. Cristina es una persona "alternativa" y feminista, en la empresa siempre se ha mostrado la más combativa luchando por mejores condiciones laborales, lo que fue uno de los aspectos que más me gustaron de ella cuando la conocí. Hace un año se hizo dos piercings, uno en la lengua y otro en un pezón que me daban muchísimo morbo.

Finalizadas las presentaciones paso a relatar los hechos que acontecieron durante esos fatídicos días. Tras empaquetar todo el equipo necesario para grabar el concurso, el jueves partimos en coche desde Madrid. El viaje hasta Tarifa es agotador ya que se encuentra en el extremo sur de la península y hay que recorrer toda Castilla la Mancha y Andalucía en pleno mes de julio. El calor era agobiante y nuestro coche no tenía reparado el aire acondicionado que se estropeó el año anterior, pero es que nuestro sueldo de mierda de 800 euros al mes no daba para más. Sin embargo, este fue motivo de discusión con mi mujer que no paró de quejarse durante todo el trayecto y de echarme en cara el no haber llevado el coche al taller. Pues si que empezábamos bien.

Tras un largo viaje llegamos a Tarifa bien entrada la noche, el chalet estaba en una de esas urbanizaciones donde las calles tienen nombres de países y estuvimos media hora dando vueltas hasta localizar la puta casa (nueva discusión con mi mujer). Finalmente la encontramos y entramos. Nos quedamos alucinados ante la "choza" de nuestro jefe. Era un chalet de dos pisos, en el primero estaba el enorme salón comedor y la cocina y en el de arriba los dormitorios y los baños. Asimismo contaba con una pequeña buhardilla. Todo estaba muy bien decorado y hecho con materiales de lujo. Recorrimos la casa asustados con miedo a tirar o romper algo. Desempaquetamos todo y nos echamos a dormir en la cama de matrimonio. Intenté una aproximación a mi mujer pero ella dijo que estaba cansada. En fin, íbamos a estar allí cuatro días así que habría tiempo de sobra para el sexo, o al menos eso pensaba yo.

A la mañana siguiente nos despertamos y tras una rápida ducha cogimos el coche y nos fuimos a la playa para grabar algo. Mi mujer pensaba que estábamos de vacaciones y se puso un trikini amarillo que, todo sea dicho, le quedaba muy bien. Hacía un día espléndido y como suele suceder allí, con mucho viento. Recorrimos distintas playas de la zona como la de Los Lances, Los Alemanes y Valdevaqueros. Conseguimos muy buenas tomas de los surfistas, la verdad es que era asombroso como podían tomar así las olas y arriesgarse tanto. Entrevistamos a unos cuantos, nos interesaba saber como habían llegado hasta Tarifa, de que país eran y la filosofía que hay detrás del mundo del surf. Teníamos material suficiente pero decidimos ir a la playa de Bolonia para ver si conseguíamos algún testimonio más y de paso tomar el sol. Cuando llegamos nos instalamos cerca de un grupo de extranjeros que acababan de salir del agua. Nos acercamos a hacerles algunas preguntas pero la mayoría no hablaban español y nosotros no dominamos el inglés.

Sólo había uno que hablaba español con bastante fluidez. Le empecé a hacer preguntas, se llamaba Alessandro, era italiano, tenía nuestra edad y vivía en Tarifa desde hace cinco años. Era el típico rubito de pelo largo y ojos azules que puede ligarse a cualquier mujer, se le veía muy seguro de sí mismo. En un momento de la entrevista empezó a bajarse el traje de neopreno dejando a la vista un cuerpo escultural con los músculos muy bien definidos. Cuando acabamos de grabar, sin ningún complejo, se quitó el traje completamente y delante de nosotros, no pude evitar mirarle la polla que casi doblaba la mía en longitud. Pero la que de verdad parecía cautivada por lo que acababa de ver era mi mujer, estaba embobada admirando su cuerpo y recorriendo cada uno de sus músculos, ¿pero qué coño se creía que estaba haciendo? En un momento en que el italiano se giró dejándonos ver su culo y su ancha espalda aproveché para lanzarle una mirada fulminante a mi esposa a la que parecía que le faltaba el aire al ver a ese tipo. Se vistió y nos dijo que tenía que irse pero que si queríamos podíamos quedar esa noche para cenar y seguiríamos hablando. Nos envolvió con su torrente de palabras al más puro estilo italiano y antes de que yo dijera que no mi mujer ya había aceptado. A todo esto el guiri no paraba de mirar a mi esposa con su mejor sonrisa, cuando era yo el que le hacía las preguntas. Al despedirse a mi me dio la mano y a mi mujer le plantó un beso en toda la boca que nos dejó a cuadros. Nosotros nos quedamos en la playa, fue entonces cuando al agacharme para poner la sombrilla observé a mi mujer, que se había tumbado, y me di cuenta de que su trikini estaba mojado en la parte de su vagina, la muy zorra había chorreado ante la visión de ese chulo de playa. Esto era más de lo que podía aceptar.

-Parece que te ha gustado el italianito.

-¿Por?-dijo sin mirarme mientras se extendía la crema solar.

-No hay más que verte el trikini.

Mi mujer saltó como si tuviera un resorte, lo comprobó y se tapó esa parte con la mano. Estaba totalmente ruborizada.

-No es nada, ha debido de ser el calor.

-Eso no lo dudo-dije con tono irónico.

-Por favor, estás ridículo cuando te pones celoso, ¿tienes envidia de algo?

Eso fue un golpe bajo porque la verdad es que mi cuerpo no se podía comparar con la del surfista ese.

-Mira Cristina no se lo que nos pasa pero últimamente no damos pie con bola, y solo llevamos un año casados, esto no puede seguir así.

-Mira Santiaguito ya tengo suficientes preocupaciones con el trabajo como para pensar en tus paranoias.

Nada, no había manera, no se si era por el puñetero viento que hacía allí pero estábamos los dos intratables. Las vacaciones a base de sexo que había planeado en Madrid se estaban viniendo abajo. No llevaba ni 24 horas en Tarifa y ya odiaba ese lugar.

Hicimos la compra y comimos en el chalet, el ambiente veraniego y la belleza del lugar nos pusieron a los dos de buen humor otra vez, reímos y conversamos como si no hubiera pasado nada, cuando en un acto de torpeza saqué el dichoso tema otra vez.

-Cariño creo que ya tenemos material más que suficiente para hoy, ¿por qué no dejamos plantado a ese tío y esta noche la pasamos...ya sabes?

-¿Como que "ya sabes"?

-Pues eso, que hace un mes que no follamos.

-Ah, eso. Bueno, no te preocupes, que hay tiempo para todo, podemos ir a cenar con Alessandro (ya le llamaba por su nombre) y luego ya veremos.

No pude evitar poner un gesto de desagrado.

La tarde pasó, habíamos quedado con el italiano a las 22 en el centro del pueblo. Mi mujer se puso un vestido rojo con tirantes que la verdad es que le quedaba de muerte y partimos hacia allá.

Llegamos puntuales pero el chulito no estaba allí todavía. Pasaron 15 minutos y allí no llegaba nadie. Empecé a mentar a su madre cuando finalmente apareció doblando la esquina. Iba vestido con una camiseta de Calvin Klein sin mangas que dejaba a la vista sus bíceps y con unos pantalones vaqueros rotos que cautivaron a mi mujer.

La cena fue prácticamente un monólogo de Alessandro que no paró de hablar de lo mucho que ligaba y de lo conquistador que era. En situaciones normales a pocas mujeres les gustan este tipo de hombres vanidosos y menos a personas feministas y de izquierdas como Cristina, pero ella no paraba de reírle las gracias y hacerle preguntas sobre sus amantes. Le brillaban los ojos y se le notaba cautivada por la palabrería de ese donjuán de chiringuito. Cuando terminamos mi esposa propuso invitarle y pagamos su parte, era todo una locura sin sentido, ¿pero que coño le pasaba a mi mujer? Ella parecía no hacer caso a mis miradas ni a las patadas que le daba por debajo de la mesa. Pensé que ya habíamos cumplido con esa cena pero nuestro Rodolfo Valentino de mierda propuso acabar la noche en una discoteca que él conocía. Yo odio estos sitios pero ni que decir tiene que mi opinión no contaba.

Estábamos en la cola de la discoteca cuando mi mujer descubrió el tatuaje que llevaba Alessandro en el brazo, representaba a un surfista cogiendo una ola.

-¿Y esto qué es?- dijo.

-Es un tatuaje que me hice nada más llegar aquí, ¿te gusta?

-Es precioso- contestó y le tocó el bíceps embelesada.

-Avanzad que estamos a punto de entrar- corté yo.

Entramos a la discoteca que estaba llena a rebosar, había tanta gente que apenas se podía caminar hasta la pista de baile, yo miraba a la barra cuando me di cuenta de que el italiano había iniciado una ofensiva en toda regla: íbamos abriéndonos paso entre la gente mi mujer delante seguida de Alessandro y de mi, y reparé en que el chulito le había puesto las manos en la cintura y acercaba su pecho a la espalda de mi mujer. No aguanté más y le quité las manos de la cintura de Cristina

-No es necesario que la guíes, ya sabe andar ella solita.

-Scusa Santiago pero es que está todo tan lleno y es la primera vez que venís, por eso lo hacía.

-No te molestes la próxima vez.

Finalmente llegamos a la pista de baile, tuvimos suerte ya que un grupo de gente se marchaba en ese momento y nos pudimos sentar en un sofá. Alessandro fue a por las bebidas y yo aproveché para interrogar a mi mujer.

-Bueno ¿menudo cachondeíto os traéis vosotros dos no?

-Pero de que vas Santiago, estoy harta de tus paranoias.

-Mira si piensas que voy a dejar que ese conde Lecquio del tres al cuarto me robe a mi mujer vas lista.

Nos quedamos callados porque llegó Alessandro con las copas. Se formó un silencio muy incómodo, cada uno miraba en una dirección. El ruido de la música era atronador y la gente pasaba a nuestro alrededor nuestro rumbo a la pista, los minutos pasaban y nadie se atrevía a decir nada. Finalmente el italiano cogió el toro por los cuernos:

-¿A alguien le apetece bailar?

-¿Sabes bailar?

-Por supuesto, me encanta, voy a clases de baile.

-A mí también, pero como a Santiago no le gustan las discotecas no puedo practicarlo muy a menudo.

-Ya verás como no te decepciono, ¿vamos?

Ni me miraron cuando salieron a la pista, mientras andaban comprobé que iban de la mano, seguro que para que ella "no se perdiera" como había dicho Alessandro antes. Empezaron a bailar en el centro de la pista, entre tanta gente me costaba distinguirlos pero parecía que por lo menos no bailaban pegados. Le di unos tragos a mi bebida y reflexioné sobre lo que estaba pasando, desde hace un par de días mi mujer me había dejado de lado, no me aguantaba y estaba a punto de ponerme los cuernos. Lo que iba a ser un viaje de placer se había convertido en una pesadilla. Me bebí lo que quedaba en mi vaso de un trago y fui a por otra bebida, empezaba a notar que me pesaban las piernas y estaba torpe, a saber que mierda de alcohol tenían en esa discoteca. Cuando estaba a punto de sentarme con mi nueva copa oí a los del sofá de al lado:

-Atención a la parejita que está en el centro de la pista.

-¿Quienes?

-Joder, esos que están ahí tan pegaditos.

-Su puta madre, ese moja hoy seguro, jajaja.

-Están dando el espectáculo.

Miré en la dirección en la que habían dicho y se me vino el mundo encima. Mi mujer, visiblemente borracha, estaba bailando con su cabeza pegada al pecho de Alessandro y, lo que era peor, le metía la mano por debajo de de la camiseta. Unos segundos después se dio la vuelta y comenzó a pasarle el culo por la polla, restregándose al ritmo de la música. Él por su parte no se quedaba quieto y le tocaba el contorno de las tetas. Estaban montando una escena erótica en medio de la pista, de hecho algunas parejas habían dejado de bailar y se quedaban mirándoles entre risas.

-Quien tuviera a esa zorra.

-Sólo les falta ponerse a follar aquí delante de todo el mundo.

Los comentarios soeces de los de al lado sólo consiguieron aumentar mi enfado. O actuaba ahora o ese tío se follaba a mi mujer en mis narices. Salí disparado hacia allí, la pista estaba abarrotada y me tuve que abrir paso a codazos. Las luces hacían que  mi camisa blanca pareciera fosforescente, el alcohol hacía mella en mi mente y en mis movimientos, el ruido de la música me iba a hacer estallar la cabeza, pero avancé violentamente.

-Pero de que vas gilipollas.

-Mira por donde andas, payaso.

-¡Imbécil!

Noté que alguien al que había pisado me ponía la mano en el hombro para pararme. Sin dudarlo un segundo me di la vuelta y lo derribé de un puñetazo en la cara. Era el típico bakala con el pelo como un cenicero. Oí como las personas que estaban alrededor chillaban y gritaban, pero a mi me daba igual, sólo quería llegar a donde estaban mi mujer y el italiano, sin embargo la pelea y la borrachera me habían desconcentrado y no veía a Cristina. Me di la vuelta y vi como el bakala al que había agredido, sangrando por la nariz y visiblemente furioso, me perseguía acompañado de sus amigotes canis. Estaban gritando algo pero no entendía nada, estaba fuera de control. Finalmente los vi, Alessandro estaba besándola el cuello. Di un rugido y empecé a correr arrollando a lo que se pusiera en medio. Los bakalas habían comenzado a arrojarme vasos que impactaban sobre la gente que estaba a mi alrededor, calculé que ya sólo me quedaban unos cinco metros para arreglar cuentas con ese cabrón italiano. Mi alocada carrera no había pasado desapercibida y se oían los gritos de las chicas a las que tiraba mientras la discoteca en pleno dejaba de bailar para asistir al espectáculo. Vi que la gente se apartaba de mi camino, estaba a punto de llegar cuando un cuerpo se arrojó contra mi tirándome al suelo, placándome. Los gritos se habían extendido al mismo tiempo que la música se cortaba,  algunas personas sacaban sus teléfonos móviles para grabar el espectáculo. Me di cuenta de que los porteros del local estaban intentado reducirme, había tres que se estaban empleando a fondo, pero yo seguía pateando y gritando. Fue en ese momento cuando perdí el sentido.

Mi cabeza daba vueltas y cuando abrí los ojos vi a mi mujer y a Alessandro, estaba en la cama de la casa de mi jefe.

-Que coño ha pasado y que hace ese chulito aquí-acerté a decir.

-Este chulito ha conseguido que no te lleven a comisaría-dijo mi mujer indignada.

-De que hablas.

-¿No te acuerdas de lo que pasó anoche? -mi mujer estaba roja de ira.

-Sólo de que me peleé con un chaval, todo me parece muy confuso.

Se miraron y parecieron aliviados.

-Dale gracias a Alessandro de que conocía al dueño de la discoteca y nos dejaron salir antes de que un montón de gente te denunciara, con razón. Montaste una pelea que dejó a varias personas contusionadas, podrías estar en los calabozos de la comisaría.

-Gracias-dije no muy convencido.

-No hay de qué, ahora duerme un poco que te conviene-dijo Alessandro.

Escuché como cerraban la puerta, pero a mi no me engañaban, todavía me acordaba de su bailecito. ¿Así que ahora que estaban los dos en la casa me iba a dormir, no? Iban listos. Oí como bajaban las escaleras y sin dudarlo un segundo me puse de pié, me dolía la espalda por la trifulca y la cabeza por la borrachera, pero se me pasaría. Abrí la puerta y me quedé en el descansillo. Oí la voz de mi mujer.

-Menos mal que se le han borrado los recuerdos de ese momento.

-Sí, la verdad es que perdimos el control un poco.

-No puede volver a repetirse, así, delante de él.

-No puede volver a repetirse porque os vais mañana por la tarde y no te voy a volver a ver.

Mi mujer guardó silencio unos segundos.

-Sí se va a repetir. Esta noche mi marido y yo tenemos que hacer un reportaje sobre la vida nocturna en Tarifa, pondré cualquier excusa para no ir y tú vendrás a casa.

Así, sin más, mi mujer había decidido ponerme los cuernos. No había hecho falta que se lo propusiera Alessandro, ella había dado el primer paso. Sentí que me desvanecía otra vez, el corazón se me desbocó. No pude mantenerme en pie y me apoyé contra la pared.

Pero esta me la pagaba, juro que me la pagaba, se iba a acordar de mí toda la vida. Me fui al cuarto y me tumbé en la cama, ya empezaba a diseñar las líneas maestras de mi plan.

Una hora después mi mujer entró en la habitación.

-¿Cómo te encuentras cariño?

¿Cómo podía ser tan falsa?

-Bien, ya estoy mejor, de hecho iba a levantarme ahora mismo. Siento no haberte dejado dormir en toda la noche, estarás cansada ¿no?

-Un poco sí.

-Tranquila, si quieres iré yo sólo a  hacer el reportaje de esta noche. Y perdona por lo de la discoteca, no sé que me pasó.

-Perdonado, por mi perfecto lo de esta noche.

-Por mi perfecto también -pensé.

Dieron las siete de las tarde.

-Cariño, me voy, no me esperes levantada que llegaré tarde.

-Vale, que lo pases bien.

Zorra, te vas a enterar. Mi plan era claro, para algo se me daban bien las cámaras y la edición de vídeos: iba a colocar cámaras en varias partes de la casa e iba a grabar la noche de pasión de los tortolitos. Con un transmisor recibiría las imágenes en la buhardilla en las dos pequeñas televisiones que habíamos traído para editar los vídeos y realizar el reportaje allí mismo. Después, el vídeo empezaría a circular. Los primeros en recibirlos serian sus padres, después los compañeros de trabajo, iba a llegar hasta al presidente de la televisión y más tarde lo colgaría en Internet. Como periodista que soy no paraba de recordar el caso del director de un famosísimo diario español al que grabaron haciendo guarradas con una negra. El vídeo llegó a las más altas personalidades del Estado y consiguieron arruinar la vida de ese director durante un buen período de tiempo.

Salí a la calle y entré en el coche. Pensé en las opciones que tenía. Las dos cámaras de televisión con las que contábamos eran demasiado grandes y claramente se iban a dar cuenta, tendría que hacer uso de las cámaras de video, el único problema es que la batería no aguantaba mucho tiempo. Arranqué el coche y fui al supermercado, compré baterías de sobra y volví a casa andando para no levantar sospechas. El gran problema era colocar las cámaras. Había pensado en hacerlo mientras mi mujer dormía la siesta pero precisamente hoy no se había dormido, sería por los nervios. Llegué a casa pero me di cuenta de que me había dejado las llaves dentro. Me cagué en todo lo posible. No tuve más remedio que intentar acceder saltando el muro. Como pude lo escalé raspándome los brazos y desgarrándome la camiseta con la verja, ya estaba en el jardín. Me acerqué a la casa de puntillas y miré por la ventana. Mi mujer estaba tumbada en el sofá viendo la tele. Me dirigí a la parte trasera del chalet y comprobé aliviado que la ventana de la cocina estaba abierta de par en par. Me colé dentro de la casa como pude. Me quité los zapatos para no hacer ruido y abrí la puerta, que daba al salón a través de un pasillo. Entré en él, tenía a mi mujer a escasos tres metros, el ruido de la televisión me protegía. Pensé cual sería el mejor lugar para colocar la cámara de vídeo. Miré a la estantería y lo vi claro, desde allí se cubría todo el salón. Me acerqué de puntillas cuando el programa que estaba viendo mi mujer acabó y dio paso a la publicidad. Mi esposa se incorporó para levantarse y mi corazón se aceleró. Comprobé que alternativas tenía abiertas, estaba entre mi mujer y la cocina, decidí entrar en ella esperando que mi mujer no tuviera sed. Oí como se levantaba y andaba, por suerte subió al piso de arriba y entró en el baño. Rápidamente volví al salón y coloqué la cámara, la intenté camuflar detrás de un jarrón. La encendí y me volví a encerrar en la cocina. A los poco segundos escuché como mi esposa bajaba las escaleras y se volvía a echar en el sofá. Iba a dirigirme hacia las escaleras para subir a la habitación y poner la segunda cámara cuando el corazón se me volvió a desbocar. Me di cuenta de que encima de la televisión había un espejo en el que se reflejaba la escalera, no había ninguna duda de que Cristina me iba a ver si subía por allí. No, no, no, mi plan estaba a punto de irse al carajo. No me quedaba más remedio que intentar otro camino.

Volví a la cocina y salí por la ventana, estaba en el jardín calibrando las opciones que tenía para subir al piso de arriba. No había más remedio que escalar. Cogí carrerilla y me agarré a una tubería que subía hacia el tejado, fui subiendo a través de ella hasta llegar allí. Vi la buhardilla que tenía ventanas. De una patada rompí el cristal. Esperé por si mi mujer había oído el ruido. No. Me descolgué en la buhardilla, ya estaba dentro. A ver como le explicaba a mi jefe que había roto un cristal de su casa. Conseguí llegar al dormitorio principal y coloqué la cámara, espero que no les diera por follar en el jardín o en la cocina pues mi plan se iría a la mierda. Volví a la buhardilla y comprobé que el receptor funcionaba. En las dos televisiones se veía la imagen con nitidez. Ahora sólo tenía que esperar a que la "fiesta" empezara.

Eran las 8 de la tarde y faltaban dos horas para que llegara el hombre que mi iba a convertir en cornudo. Oí como mi mujer subía las escaleras y se encerraba en el baño de la habitación principal. A los 10 minutos comencé a sospechar pues no oía que se derramara agua. No pude más y salí de la buhardilla. Me dirigí al baño y espié a través del cerrojo. Lo que descubrí me dejó de piedra. Vi a mi mujer sentada en un taburete con mi máquina de afeitar y mi espuma, se estaba depilando los pelos del coño con mucho cuidado y dedicación. En todos los años que llevábamos juntos nunca había hecho eso por mí. Cuando terminó se puso la alcachofa de la ducha en el coño para limpiarse, yo volví a la buhardilla. A través de la televisión vi como mi mujer salía desnuda del baño y abría la puerta del armario. Comenzó a ponerse vestidos y a mirarse en el espejo, finalmente se decidió por uno negro que para colmo le había regalado yo, le quedaba como un guante y realzaba sus tetas. Se calzó unos zapatos de tacón y se contempló satisfecha en el espejo. Súbitamente se metió la mano por dentro del traje y se sacó las bragas, arrojándolas debajo de la cama. La muy zorra iba a recibirle sin ropa interior. Si tan solo supiera que yo la estaba viendo...Bajó al salón y miré a la otra televisión para ver que hacía. Apagó un par de luces y encendió y encendió algunas velas para darle un aire más íntimo, puso la mesa y se fue a la cocina. Oí como cocinaba la cena que le iba a ofrecer al italiano.

A las 22 en punto se oyó el timbre de la casa. Me sobresalté pues comprendí que ya llegaba el momento en el que Cristina me iba a ser infiel. Mi corazón estaba a mil por hora. Oí como mi mujer salía de la cocina y cuando entró en el salón vi en el monitor como se miraba en un espejo y se arreglaba el pelo antes de abrir. Lamentablemente la puerta no estaba en el campo de visión de la cámara pero a los pocos segundos entraron en el salón. Él iba vestido con una camiseta ajustada y llevaba consigo una botella de vino. Mi esposa estaba visiblemente nerviosa y tropezó con una mesa, Alessandro, con muchos reflejos, la sujetó para que no se cayera. Ambos rieron, la tensión sexual que se respiraba entre los dos era máxima y estaba a punto de estallar. Abrieron la botella y se sentaron en el sofá, mi mujer extendió las piernas descaradamente hablando de trivialidades aunque su lenguaje corporal denotaba lo que iba a suceder en unos minutos. A los pocos minutos Cristina fue a la cocina. La perdí de vista y vi como el italiano hacía gestos de euforia en el salón ante la noche que se avecinaba para él.

Cristina sirvió la cena, el vino corría a raudales y  la botella se agotó rápidamente. Estaban sentados muy cerca pero cada vez se acercaban más hasta que Alessandro dio un paso arriesgado y le acarició el brazo a mi mujer, a la que no pareció importarle. Una vez terminaron de cenar se sentaron en el sofá y se sirvieron una copa, mi mujer se descalzó y empezó a pasarle el pie por el pantalón, entre risas, hasta que llegó a su polla, que ganó tamaño muy rápidamente dentro del vaquero. El italiano no se quedaba corto y empezó a besar el cuello de Cristina que parecía extasiada, en un momento dado se metió el hielo de su bebida en la boca y empezó a pasárselo por el cuello muy lentamente, bajando hasta sus hombros y quitando los tirantes de su vestido. Hijos de puta. Mi mujer le dio un beso en la boca y le quitó el hielo. Desgraciados. Sin ningún complejo le quitó o más bien debería decir le arrancó la camiseta y se tumbó sobre él. Fulana. La situación estaba al rojo vivo, yo me tiraba de los pelos en la buhardilla. Cabronazos. Cristina se dedicó a pasarle el hielo por los pectorales y los abdominales, él por su parte no se quedaba corto y estrujaba el culo de mi mujer al mismo tiempo que le besaba en la boca. El paso lógico de mi mujer fue quitarle el cinturón y con algunas dificultades le bajó el vaquero y los calzoncillos hasta las rodillas. La calidad de la cámara no era óptima pero puede ver una polla de considerable tamaño que crecía sin parar.

¿Qué me impedía seguir soportando esa humillación a unos metros de mí sin bajar al salón y partirle la cara a ese chulo que estaba a punto de follarse a mi mujer? En varios momentos estuve tentado de hacerlo pero la esperanza de que la humillación que le esperaba a mi mujer iba a ser mayor me salvó de cometer un error.

Mi esposa comenzó con la mamada, se metió ese mástil en la boca y comenzó a chuparlo a un ritmo acelerado. No pude ver la situación ya que estaban de espaldas y el pelo de mi mujer cubría la polla, aunque con ver como bajaba y subía su cabeza era suficiente para imaginarme la escena. Continuaron así durante algo más de un minuto pero Alessandro tuvo que pararla, supongo que porque se iba a correr. Cogió a mi mujer en brazos de un solo movimiento y se la llevó a la habitación. Oí como subían la escalera entre risas y miré al otro monitor para ver lo que me esperaba.

Llegaron a la habitación y se desnudaron rápidamente, Alessandro empujó a mi mujer contra la cama y empezó a comerle el coño y a meterle el dedo por su chochito. Vi como el cuerpo de Cristina se arqueaba del placer y agarraba las sábanas mientras el italiano, que parecía muy diestro en estos asuntos, seguía a lo suyo. Mi mujer debía de estar muy caliente por que al minuto se corrió entre grandes gritos y espasmos. Cuando se recuperó observé como elevaba y abría las piernas prestándose a la penetración. Alessandro se dio prisa en entrar en mi mujer, de un solo golpe le metió su rabo hasta el fondo de la depilada vagina y se quedó allí clavado durante unos segundos. Mi mujer sujetó a Alessandro poniéndole las piernas alrededor del cuello para lograr la máxima penetración y comenzó el polvo. Los gemidos empezaron a los pocos segundos,  aunque la cámara que había colocado ofrecía un buen sonido podía bajarlo ya que  sus jadeos se podían oír desde cualquier lugar de la casa. Cuando llevaban 15 minutos así cambiaron de posición, mi mujer permaneció apoyada boca arriba en la cama con las piernas abiertas y flexionadas, apoyando sus brazos detrás de los hombros. Cuando Alessandro estuvo listo para penetrarla, elevó sus caderas y se posó sobre las piernas flexionadas del italiano que comenzó de nuevo la follada a toda velocidad, los gritos y gemidos de los dos se escucharon de nuevo y mi mujer alcanzó varios orgasmos en los minutos posteriores. La verdad es que Alessandro mostraba una potencia y un aguante que yo no fui capaz de alcanzar nunca, no me extraña que mi mujer disfrutara tanto. Yo apenas duraba cinco minutos y éste parecía no cansarse nunca. Pero todo llega a su fin y el italiano dio muestras de estar a punto de correrse. Rápidamente sacó su polla del coño de Cristina y procedió a eyacular cantidades ingentes de semen sobre el cuerpo y la cara de mi mujer que lo recibió con gran alegría. Pude observar como respiraban entre jadeos por el gran esfuerzo realizado, mi esposa, todavía cubierta de lefa, se abrazó al italiano y acarició su cuerpo.

Permanecieron así varios minutos cuando decidieron ir al baño a ducharse. Esperé un rato, lo que después se demostró un craso error, y vi llegado el momento de cambiarle las baterías al video. Me escabullí en silencio hasta la habitación, abrí la puerta y vi la cama revuelta y la ropa de mi mujer y de Alessandro tirada por el suelo. El ruido del agua y las risas que se oían me pusieron de peor humor. Empecé a cambiar las pilas cuando escuché como se cerraba el grifo y salían de la ducha. Por un segundo me quedé bloqueado sin saber que hacer, si abrían la puerta me iban a encontrar allí de sopetón, no me quería imaginar la escena de ellos dos saliendo desnudos del baño y yo allí manipulando la cámara de video. El corazón se me iba a salir de la boca, oí como se acercaban a la puerta, logré cambiar las baterías pero no sabía que hacer, ¿me daría tiempo de salir de la habitación? no tenía mucho tiempo para pensar así que camuflé la cámara con una camiseta y decidí meterme en el armario a toda velocidad. Abrí la puerta y me coloqué como pude. No era un armario muy amplio así que tuve que ponerme en cuclillas, además estaba llena de abrigos y trajes de mi jefe por lo que la situación era angustiosa. Justo cuando cerré la puerta del armario se abrió la del baño y aparecieron ellos, estaban riéndose y no parecían haberse dado cuenta. Por las rendijas del armario tuve una visión privilegiada de lo que estaba pasando.

Se tumbaron en la cama, mi mujer llevaba una botella de aceite corporal en la mano. Alessandro se puso de espaldas y mi esposa se sentó sobre él. Empezó a extender aceite por su cuerpo y a masajearle.

-Que cuerpazo tienes cabrón-decía mientras manoseaba su amplia espalda.

-¿Como el de tu marido no?

¿Pero como se atrevía ese imbécil?

Mi mujer estalló en risas.

-Sí, igualito.

-Dime que nunca te habías corrido con él como te has corrido hoy conmigo.

-Por supuesto que no, de hecho la mayoría de las veces que follamos ni siquiera me corro, pero se me da bien disimular, lo he hecho tantas veces...ya sabes eso de que la experiencia es un grado.

La humillación fue tan grande que sentí como se encendía mi cara y me ruboricé.

-Me lo imagino ahora por Tarifa grabando el reportaje sin imaginarse lo que estamos haciendo.

-Es el cornudo más grande de España, encima se cree un buen periodista cuando es un mierda. Es patético.

-Te vas a acordar toda tu vida de esto- pensé. Si supieras que te están grabando y que estoy a apenas cinco metros de ti viéndote seguro que no te reías tanto.

Mi mujer se recreaba en el cuerpo del italiano como un cerdo revolcándose en el barro.

Un rato después comenzó el asalto final, Alessandro se levantó, buscó en sus pantalones y sacó una cajita, cogió un condón (que detalle), se lo puso y empezó el nuevo polvo. Yo estaba sudando como un cerdo, entre que estaba en cuclillas, el calor que me producía estar rodeado de abrigos y trajes y que era pleno verano me encontraba al borde de la asfixia, notaba como mis piernas se entumecían y el sudor bajaba por mis axilas y mi cuello, pero no podía salir. Mi mujer se puso a cuatro patas y comenzó la penetración.

-Pero que perra eres Cristina.

-Calla y sigue follándome que después de esta noche no te voy a tener más.

Veía como los huevos del italiano golpeaban el depilado coño de mi mujer y oía el ruido de su encharcada vagina que engullía sin ningún problema la polla del semental.

En una muestra de fortaleza Alessandro paró, cogió a mi mujer en brazos y la sujetó sobre su cintura follándosela de pie en medio de la habitación, los jugos de Cristina recorrían las piernas del surfista y manchaban la moqueta, los gritos de placer se debían de escuchar en todo el pueblo.

Fue en ese momento cuando asumí mi condición de cornudo. Ver a aquel hombre llenando de placer a mi mujer como nunca lo había hecho yo hizo que me diera de cuenta de que soy un de pobre diablo. La propia Cristina había dicho que casi nunca se corría conmigo y en cambio ahora encadenaba orgasmos uno detrás de otro, ¿qué derecho tenía yo a exigirle fidelidad a mi mujer si no era capaz de hacerla disfrutar? Mientras la veía follar me di cuenta de que mi pene pugnaba por abrirse paso en mi pantalón, estaba a punto de reventar. La verdad es que la imagen que estaba viendo, la cara de placer de Cristina, el concierto de gemidos y gritos que me estaba ofreciendo y, sobre todo, el hecho de que estuviera gozando en los brazos de otro hombre me habían excitado muchísimo. Sin dudarlo un segundo me abrí la bragueta y me saqué la polla, mientras estaban follando me empecé a masturbar viendo las tetas de mi mujer botando, su sudor, sus fluidos que empapan sus piernas y llegaban al suelo, sus gemidos hasta que en menos de un minuto me corrí, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no jadear dentro del armario y no me oyeran. Mi corrida coincidió con el orgasmo final de mi esposa y del italiano, que eyaculó dentro de mi mujer. Ambos cayeron extasiados en el suelo besándose y abrazándose.

Alessandro se fue vistiendo mientras Cristina lo observaba desnuda desde el suelo. Eran las 3 de la madrugada y pensarían que yo estaría a punto de llegar. Se levantó y se dieron un último beso, se intercambiaron los números de teléfono y los correos electrónicos, quedaron en que Alessandro iría a visitarla después del verano a Madrid. Mi mujer acompañó al semental que le había llenado de placer hasta la puerta.

En ese momento aproveché para salir, agarrar la cámara y volver a la buhardilla. Cuando mi mujer se despidió volvió a la cama, cambió las sábanas y se durmió en un momento, no me extraña después de la maratoniana sesión de sexo que habían tenido. Volví al salón y recuperé la otra cámara, se había quedado sin baterías pero daba igual, había grabado lo necesario. Volví a la buhardilla y comprobé los dos videos, ambos se veían nítidamente y sin cortes. Esperé una hora más y abandoné mi escondite, guardé las cámaras en una bolsa que llevaba siempre conmigo e hice como que volvía a casa. Cuando entré en la habitación me encontré en el suelo la caja de condones de Alessandro, se la había dejado allí el muy imbécil. La tiré a la basura y me acosté. Mi mujer dormía placidamente y con una amplia sonrisa.

Cuando regresamos a Madrid edité el vídeo y uní las dos partes, la del salón y los polvos del dormitorio. En total eran cuatro horas de sexo sin límites y sin descanso, pura dinamita para quien lo viera, quité algunos trozos para que no se hiciera demasiado largo y al final lo dejé en  dos partes de una hora cada una, más que suficiente. Mi mujer se mostró durante esos días mucho más cariñosa y amable conmigo, bien porque tenía remordimientos de conciencia bien porque ya había satisfecho sus necesidades sexuales durante un buen período de tiempo. Yo me desvivía dándola todo tipo de atenciones y cariños, cuando hacíamos el amor sabía que no disfrutaba conmigo pero me daba igual, mi mujer era libre de acostarse con otros hombres si su propio marido no la llenaba en la cama, aunque nunca hablamos de lo que sucedió esa noche en Tarifa ni hasta ahora he tenido noticia de que me haya vuelto a ser infiel.

Por mi parte ni que decir tiene que abandoné el plan de mandar el famoso vídeo a los familiares y a los compañeros de trabajo de Cristina. De hecho visionaba diariamente la grabación y me masturbaba viendo a mi mujer disfrutar con otra persona. Tenía derecho a hacerlo si yo no la daba placer. Se que para muchos hombres esto es impensable y que en mi situación la hubieran pagado con la misma moneda o habrían pedido el divorcio, pero para mi la felicidad de mi mujer era lo primero. Con el tiempo entré en páginas de gente como yo, cornudos sin complejos que llevaban la cornamenta con mucha dignidad. Chateé con algunos y todos coincidían conmigo en lo difícil que era la primera vez, la humillación que se sufre pero muchos de ellos eran consumados cornudos que habían visto a sus mujeres con otros hombres en multitud de ocasiones e incluso algunos lo hablaban con ellas o las animaban a hacer el amor con otros tipos. En este tipo de páginas colgué el vídeo de mi novia que tuvo un éxito inmediato, recibiendo las felicitaciones de otros cornudos de España y Latinoamérica.

A día de hoy no me he atrevido a dar el paso de confesar  a mi mujer que se que me fue infiel, pero se que ella volverá a caer en la tentación y allí estaré yo para grabarlo.