Mi mujer me desvirgó
Mi mujer quiso prbar algo novedoso conmigo y me gustó.
Mi mujer me desvirgó
Las relaciones sexuales con mi mujer son extraordinarias. Disfrutamos intensamente con los placeres de la vida. De forma tradicional practicábamos el sexo allí donde nos apetecía. En cierta ocasión, un amigo me preguntó, cual es el sitio más raro donde lo habíamos hecho. Mi contestación fue contundente y rápida, en la cama. Es decir, lo hemos hecho en cualquier lugar y en cualquier momento, es simplemente encontrar un lugar en el momento de deseo.
Internet es el mejor invento del siglo, al menos para nosotros. Paginas eróticas, relatos excitantes, todo se puede encontrar en un medio como este. Mi mujer es la que más visita estos lugares, al fin y al cabo yo no tengo demasiado tiempo para estos menesteres aunque de vez en cuando hecho un vistazo donde puedo.
Una de esas imágenes sexuales fueron las que empujaron a mi mujer a tomar una decisión y probar una nueva experiencia conmigo. La noche en cuestión, en la cama viendo una película con tintes eróticos, que no pornográficos, comenzamos a tocarnos con la alegría que nos caracteriza.
Se me presentó la erección con rapidez propia de mí. Comenzamos a jugar con caricias y besos sin saber lo que me esperaba. Empezamos a quitarnos la escasa ropa que llevábamos puesta hasta que la desnudez en ambos permitía rozarnos piel con piel, algo que no tiene paralelismo con otro tipo de placeres.
Las caricias son mi especialidad, puesto que me dedico mucho tiempo a ello antes de llegar a la penetración o antes de tocarle los pechos y la vagina, eso siempre es el final. En esta ocasión me pidió que me pusiera a cuatro patas, postura que ella siempre adoptaba por ser una de las que más le gusta y quiso experimentar conmigo las mismas sensaciones que sentía yo cuando lo practicábamos y por lo tanto era ella la que adoptó la iniciativa para mí.
Sus dedos comenzaron a pasear por la cara interna de mis muslos, cerca de los testículos, placer que no se puede rechazar bajo ningún concepto. La dejé que continuara el tiempo que considerase oportuno porque la sensación que estaba sintiendo no se puede describir.
Faltaba lo mejor. Su lengua inicia un recorrido por el interior de los muslos hacia arriba, humedeciendo mi trasero de forma constante a ambos lados, hasta que llegó al mismísimo agujero humedeciéndolo con su magistral ternura. Me sorprendió gratamente la primera vez, también la segunda y todas aquellas veces que su lengua rozaba el agujero de mi virgen trasero.
Dejó de pasar la lengua para intentar introducir la punta al interior y tanto fue el placer y tanto me estaba gustando que me movía de manera que intentara meterla más. Mi aprobación instó a mi mujer para ir más allá de lo que estaba haciendo. Tomó un frasco con aceite corporal, echó un poco sobre sus manos y sobre el final de mi espalda para que escurriera por el canal hasta alcanzar el agujero.
Sus manos aceitosas y lubricadas extendían el maravilloso aceite. Noté como un dedo intentaba colarse dentro de mí. El placer era tan intenso que no me negué a semejante atrevimiento, es más, abrí las piernas todo lo que pude para permitirle que entrara sin dificultad.
Lo sacó a pesar que le pedí que no lo hiciera, pero su objetivo no era desistir de sus actos. Estaba colocando su cabeza entre mis piernas para alcanzar con su boca mi pene tremendamente erecto y duro. Mientras el sexo oral hacía su trabajo, muy bien hecho como siempre, volvió a colocar su dedo en mi trasero buscando el orificio de entrada que había probado anteriormente.
Mientras su boca saboreaba mi sexo, su dedo entraba en mi interior, cada vez más hasta que no pudo continuar la penetración. Lo había metido con tanta maestría que la yema rozaba mi punto de excitación máxima moviéndolo con delicadeza y suavidad.
Si el cielo existe, debe ser esto. Me movía para adelante y para atrás sintiendo un placer que nunca había sentido, fue maravilloso.
Desde aquel día no ha existido ninguna relación sexual con mi esposa sin que tuviera una penetración anal, independientemente de otros juegos.
El que pueda que lo experimente y después que me lo cuente, verá como tengo razón.