Mi mujer me desvirgó (2)

La otra cara de la historia.

Cuando desvirgué a mi marido sentí una gran satisfacción. Quizás porque había roto ese tabú que tienen los hombres respecto a su trasero, pero es que no se dan cuenta que el trasero de un hombre es tan atractivo para nosotras que podemos perder la paciencia de tanto intentar jugar con él.

Ese fue el motivo por el que un día le pillé bien excitado y pude hacer lo que me pedía el cuerpo en ese momento. Comenzó como un juego para mí y terminó siendo una satisfacción plena para los dos.

Hacerlo una vez solamente es algo que no podía permitir, tenía que buscar más momentos y no me resultó difícil gracias al placer tan enorme que le produje la primera vez. Por lo tanto, esperé una semana después de haberle desvirgado para volver a actuar sobre su precioso trasero. En mi mente estaba hacer algo más y busqué el momento preciso para repetir la experiencia.

No puedo pasar la ocasión para describir el placer que sentí al meter el dedo a mi marido por su encantador culo. Bien lubricado y excitado. Pero para empezar no resulta fácil dirigirse directamente hacía él y meter el dedo como si nada, hay que trabajarlo adecuadamente.

Hay que empezar con una excitación real, no finjamos, disfrutemos.

Le susurraba al oído fantasías. Le contaba queque estaba acostando con otra mujer, las dos desnudas sobre la cama.

Mi marido estaba tumbado boca arriba escuchando mi fantasía y haciéndole partícipe de la mía. Le notaba muy excitado con mi relato. Le pasaba mis pechos desnudos sobre su piel a la vez que le acariciaba su erecto miembro. Le prohibía que me tocara y ante su insistencia le até las manos al cabecero de la cama con unos pañuelos. Mi lengua recorría su desnudo cuerpo evitando tocarle su pene levantado aunque me acercaba peligrosamente a él.

Seguía musitando al oído frases que le excitaban. Miraba de reojo su erección notando como empezaba a salir de la punta un líquido lubricante tan delicioso como él. En ese momento le forcé a que se girara colocándole a cuatro patas. Esa es mi postura favorita y ahora iba a ponerla en práctica con mi esposo.

Continué con mi tortura. Mi lengua recorría su piel. La cara interna de sus muslos es una debilidad además de una exquisitez. Su profunda respiración le delataba. Estaba bajo mi dominio.

Mi lengua buscó entre sus nalgas el agujero deseado. Agarré un frasco de aceite corporal y lo extendí desde el final de la espalda hasta su agujero excitado. El aceite corría solo por su camino casi preparado para la ocasión.

Al notarlo bien lubricado mi dedo empezó a trabajar la entrada, poco a poco buscaba el camino del placer. Cuando notaba que se encogía, de dolor o de miedo, desistía de mi intento. Llevaba mi mano hacia su pene y le acariciaba con ternura. La excitación volvía y para que no perdiera intensidad retornaba al orifico anal sin dejar de masturbarle.

Por fin mi dedo consiguió entrar y hurgaba en su interior a la espera de notar el primer síntoma de placer que no tardó en aparecer. Eso me indicaba que iba por buen camino y seguí buscando el punto de no retorno, el punto en el que él me tenía que pedir más y más, el punto en que me impidiera que sacara el dedo.

Conseguido mi objetivo y viendo como se movía de placer, no tuve otra razón que acompañarle en ese camino de lujuria masturbándome para encontrar el climax. Abrí mis piernas dejando que mi vagina encharcada permitiera a mi clítoris salir de su cavidad para frotarlo con el ansia que pedía mi cuerpo.

Un dedo en mi vagina y otro en el culo de mi amor, llegamos a un orgasmo casi al unísono.

Sabía que tarde o temprano me pediría repetir ese momento. Y así sucedió. A los pocos días, estando en la cama desnudos como siempre, hablábamos de las cosas que pasan a lo largo del día.

La agarré su pene mientras me comentaba algunos temas del trabajo y me lo llevé a la boca para provocarle la excitación a tanto nos gusta. Enseguida dejó de hablar y comenzamos a tocarnos, acariciarnos, besarnos, lamernos, chuparnos, todo, todo cuando deseábamos y nos apetecía.

Me puse encima de él con la intención de metérmela, pero desistí y me incorporé. Fui hacia la mesilla de noche donde guardo mis juguetes sexuales y agarré el más fino. Lo impregné con aceite corporal para lubricarle y cuando terminé, mi marido ya se encontraba a cuatro patas sobre la cama esperando ser violado con mi juguete favorito.

Bañé su trasero con el mismo líquido dejando la entrada limpia de cualquier obstáculo y acerqué mi vibrador en marcha hacia su abertura. Lo fui metiendo poco a poco con la vibración al mínimo pero le producía una intensidad magistral.

Me senté a su lado para mirarle. Disfrutar de su placer que a la vez era el mío. Me tumbé a su lado abrí mis piernas y me masturbé mirándole. Agarré otro de los consoladores que usé para mí. Me lo metía todo lo que podía buscando mi punto "G".

El placer iba creciendo a medida que los minutos pasaban. Me coloqué debajo de mi marido que se encontraba aun a cuatro patas y con el consolador en su apetitoso trasero, para meterme su enorme pene en mi boca.

Un cuadro maravilloso. Llegamos al orgasmo, pero queríamos más.

Le hice girarse para colocarse boca arriba aun con el consolador dentro, levanté sus piernas para poder penetrarle mejor. Un poco más de aceite corporal y meter y sacar nuestro juguete especial. Aproveché la postura para colocar el otro extremo en mi vagina. El juguete se encontraba dentro de los dos y nos movíamos casi con convulsiones.

Me lo saqué y me metí el juguete que más me gusta, su pene. Me abracé a mi marido para terminar en un orgasmo histórico.