Mi mujer hizo realidad mi fantasía (4)
Nuestro primer encuentro con Juan después de habernos conocido en la playa.
Encendió la televisión y riéndose se fue, cerró la puerta de la habitación con llave. Volvía a tener el pene a punto de explotar, pero esta vez no me lo podía tocar. La pantalla se iluminó y vi a mi mujer sobre la camilla, desnuda y atada con correas. Qué le iba a hacer, me sentía más asustado que nunca pero el morbo podía conmigo. Me di cuenta de que estaba totalmente indefensa, de que Juan le podía hacer cualquier cosa, y de que había sido yo quien se la había entregado.
- Me oyes cabrón, ahora vas a ver como saco la puta que tu mujer lleva dentro.
Por los altavoces de la tele se escuchaba lo que decía Juan, supongo que todo se estaría gravando desde el principio. Se acercó a ella y comenzó a acariciarle las tetas, hasta que le apretó con fuerza los pezones con las yemas de los dedos. Ella no podía gritar pero veía como apretaba los labios y después disfrutaba de placer cuando cesaba el dolor.
- Tienes un cuerpo muy bonito para la edad que tienes. Me gustan las putas maduritas pero que aun se pueden quedar preñadas. Sabes primero vamos a divertirnos un poco, después te pondré mi marca. Verás que bien nos lo vamos a pasar los tres.
Ni mi mujer ni yo le podíamos contestar, sólo podíamos oír su voz. Abrió un cajón y sacó una cajita, se la enseñó a la cámara para que yo la viese bien vista por el televisor. Le quitó la tapa y me mostró su contenido. Eran agujas muy finas dentro de un blister, como las que se utilizan en las jeringuillas. Miró a la cámara y se rió.
- Has visto cuantas agujas ¿Sabes que voy a hacer con ellas?
Me vinieron a la cabeza un montón de imágenes de cosas que le podría hacer. En alguna de mis fantasías sexuales había imaginado que participábamos en sesiones de BDSM pero no me gustaba que Esther sufriese y dejaba de imaginar cuando llegaba esto. Ahora no podía echarme atrás, tenía que ver lo que le iba a hacer. Ella oía lo que Juan decía y sin embargo la veía disfrutar de la situación en que se encontraba. El efecto del alcohol y la droga hacían que Esther estuviese en otro mundo y su estado de entrega fuese total.
- Bien putita, tu coño me gusta mucho y vamos a comenzar por ahí.
Sacó la primera aguja de la caja y le quitó el blister de plástico que la cubría. Era una aguja muy fina de unos 3 cm. de largo, que terminaba en un plástico verde en forma de cono. Juan cogió la aguja por éste extremo. Si acercó a la vagina de mi mujer y con la otra mano le estiró los labios de cada lado de la vagina y después los unió con sus dedos y los apretó.
- Ves ahora tienes el coño cerrado, pero si quito los dedos se vuelve a abrir. Y eso no me gusta, porque quiero que esté cerrado cuando te ponga mi marca.
Cogió la aguja y se la clavó, traspasando los dos labios vaginales de forma perpendicular hasta que la aguja llegó al tope cónico. Esther quiso gritar pero no podía, respiraba intensamente, pero al cabo de un momento relajó su cara, le había gustado el pinchazo que le había dado Juan.
- Ves zorra ¿A que te ha gustado? Pues voy a clavarte otra aguja debajo.
No me creía lo que estaba viendo, en ninguna de mis fantasías había imaginado algo por el estilo. Le estaba uniendo los labios de la vagina con agujas. Juan miró a la cámara y me dijo:
- Tengo que sellarle el coño.
Y se rió. Cogió otra aguja y la metió debajo de la primera y después otra y otra. Hasta clavarle 5 agujas que juntaban por completo los labios vaginales. Esther estaba disfrutando, cada vez que le metía una aguja movía un poco su cuerpo y jadeaba pero después se tranquilizaba y disfrutaba del dolor que se convertía en placer.
- Ya no caben más agujas, que lástima. Pero aun no hemos terminado, hay que asegurar que no se salgan.
Sacó del cajón un rollo de hilo dental. Ató la cabeza del hilo a la primera aguja y después comenzó a alternar el hilo entre las demás agujas. Le estaba cosiendo el coño. Tuve ganas de correrme al ver esto, pero no podía. Iba tejiendo con hilo dental una red entre las agujas que estaban clavadas.
- Ya estás lista, ves que bien. Has visto cómo ha quedado el coño de tu mujer. Es de las más putas que he tenido en esta camilla. Como se lo ha pasado.
Mi mujer estaba extasiada, esta había sido la experiencia sexual más fuerte que había tenido en su vida. Juan le quitó la cinta americana de la boca y la venda de los ojos.
- Cómo te sientes zorra.
Esther balbuceando respondió:
¿Qué me has hecho?
Tengo que sacar la puta que llevas dentro. No me equivoqué cuando os conocí en la playa, disfrutas como una perra cuando te sientes dominada por un hombre y el cabrón de tu marido se muere cada vez que te ve en ese estado, sois de lo mejor que he tenido.
Sentado en el sillón sin poder moverme, viendo el espectáculo y oyendo la voz de Juan, me moría de ganas de correrme, al final de sólo el roce del pene conseguí eyacular casi sin moverme dentro del slip. Juan nos había calado en seguida, sabía que podía sacar de mi mujer lo que quisiese. Y que yo lo iba a consentir todo.
Ahora voy a marcarte. Estate callada o te taparé otra vez la boca.
¿Me harás daño? Pregunto Esther en voz baja.
Eres mi puta recibirás el dolor que te mereces.
Se acercó a su coño y le untó crema de un tubo en la zona donde iba a hacerle el tatuaje, eligió la parte derecha del pubis muy cerca de donde estaban clavadas las agujas. Después puso encima de donde había untado la crema el trozo de papel con el dibujo a lápiz del tatuaje que le iba a hacer. Puso la mano encima del papel y apretó durante unos segundos. Quitó el papel con cuidado y el dibujo se había transferido a la piel.
- Muy bien. Ahora voy a trabajar, relájate y disfruta de lo que vas a sentir.
Sacó el aparato, que había construido para hacer el tatuaje, y lo puso en marcha uniendo los cables del motor a un transformador. Puso la punta del portaminas en el objetivo de la cámara y me dijo:
- Mira que aprisa sale y entra la punta. Verás como disfruta tu mujer.
Y era verdad, el invento sacaba y entraba la punta de alambre, que iba a hacer de aguja, a gran velocidad por la punta del portaminas. Se acercó a la camilla y puso un chorrito de tinta china en un vaso. Y allí mojó la punta de la aguja. Se acercó al pubis de Esther y dijo:
- Bien zorra preparada.
Comenzó a puntear con el aparato sobre la impresión que había dejado el papel sobre su piel, en forma de cadena y número 12. Esther comenzó a apretar sus labios con fuerza para no gritar, parecía que le estaba haciendo daño.
- Que tal zorra, sientes dolor.
Le salían algunas lágrimas de los ojos, pero no gritaba. Después de algunos segundos abrió la boca y dio un gran suspiro, se había corrido. Y volvió a cerrar la boca con fuerza. Juan se lo estaba pasando muy bien. Mojaba de vez en cuando la punta del portaminas con tinta china y comenzaba de nuevo su obra de arte. Repasaba las zonas que ya había pintado para que se quedasen bien negras. Esther no paraba de correrse, el dolor que sentía le producía de inmediato un intenso placer y no lo podía disimular.
- Ves cabrón que bien se va a quedar esta puta.
Juan se reía y yo miraba atentamente desde mi sillón como le iba repasando el dibujo poco a poco, jugando a acercar más o menos el aparato a la piel y así hacerle más o menos daño. Ella no hablaba solo apretaba los labios y respiraba profundamente, se limitaba a disfrutar. Estuvo cerca de 20 minutos haciéndole el tatuaje.
- Bien ya he terminado. Has quedado perfecta. Cuando te vayas a casa te pondrás vaselina y una gasa.
Juan dejó el aparato encima de la mesa y vino a buscarme a la habitación donde me había atado. Abrió la puerta y me desató.
- Te has corrido mirando por la tele a tu zorra. Todos hacéis lo mismo. Ahora quiero que la desates. Ve al salón.
El se fue a su habitación y yo fui al salón a desatar a Esther. Cuando llegué estaba jadeando, tenía la cara muy roja, no paraba de correrse, tenía un orgasmo detrás de otro. Le pregunte:
¿Cómo te encuentras?
Nunca me había sentido así. No puedo parar de correrme.
Parecía estar en un estado de éxtasis. Comencé a quitarle las correas de los brazos y de las piernas y las dos que le sujetaban el cuerpo. No podía cerrar las piernas, las agujas que le había clavado en los labios de la vagina no dejaban que pudiese juntar las dos piernas sin pincharse una de ellas. Se le había quedado un bonito tatuaje, no era muy grande pero se veía muy bien. Debajo tenía las agujas clavadas y el hilo dental formado una red entre ellas. Juan volvió, se presentó desnudo en el salón, tenía el pene preparado. Miró a Esther y le dijo:
- No puedes cerrar las piernas, tienes que tenerlas abiertas. Y el coño lo tienes tapado ¿Qué crees que te voy a hacer?
Se acercó a mi mujer y de pie comenzó a besarla, lamiéndole los labios y el cuello. Apretándole las tetas y el culo con las manos. De vez en cuando le tocaba los labios de la vagina con las agujas y ella se estremecía. Así estuvo unos minutos, Esther estaba en un estado de extrema excitación. Bruscamente le dio la vuelta y la puso de espaldas a él. Le puso una mano en la cintura y con la otra mano le bajo la cabeza, hasta ponerla en ángulo recto. Ella no podía cerrar las piernas para no pincharse con las agujas, las tenía abiertas en forma de uve. En esta posición la acercó hasta la camilla para que se pudiese apoyar en ésta con sus manos.
Voy a darte por el culo.
No podré resistir tu polla en mi culo. Le dijo mi mujer.
Juan se rió y le dio una fuerte palmada en el culo. Y después otra más fuerte.
- Las zorras como tu lo resistís todo.
Sacó un tubo de vaselina del cajón y me lo dio.
- Prepara a esta puta, voy a darle por el culo. Sabes como hacerlo ¿no?
Me dio el tubo y se rió. Sabía lo que él quería que hiciese. Mi mujer estaba tumbada boca abajo sobre la camilla con los pies en el suelo y las piernas bien abiertas. Me gustaba la postura en que Juan la había dejado, mi pene comenzaba a levantarse. Abrí el tubo de vaselina y me puse una buena cantidad de crema en los dedos. Acerqué los dedos a su ano y comencé a untar la crema hasta que pude meter con facilidad el primer dedo dentro de su culo. Esther comenzó a jadear. Después le metí otro dedo y los moví en círculo para dilatar bien el esfínter. Ella dio pequeños gritos de dolor y placer. Juan se había encendido un cigarro y se lo fumaba mientras miraba lo que hacía.
- Muy bien cabrón, lo estás haciendo muy bien, quiero que mi polla se deslice cuando la meta en el culo de tu mujer, tiene que entrar hasta el fondo.
La polla de Juan es muy gruesa y larga, 20 cm. por lo menos. Esther es de complexión delgada y cuando le he metido mi polla por el culo nunca se la he clavado del todo por el dolor que sentía en ese momento. Ahora Juan iba a meterle su pollón. Volví a untar mis dedos con más vaselina y se los volví a meter, ya le podía meter tres. Juan miraba lo que hacía y fumaba. Hasta que dijo:
- Ya basta, ahora quiero que tú me metas mi polla en su culo. Ponte detrás de mí y coge mi polla con tus manos.
Me aparté y Juan se puso de pie detrás del culo de Esther con el pene a la altura de su ano. Mi mujer se había puesto nerviosa, no se atrevía a decir nada ya que sabía las condiciones de Juan. Giraba la cabeza para ver que le iba a pasar. Cada vez separaba más las piernas por la incomodidad de las agujas clavadas en su coño y le ponía el culo más en bandeja. Le puso las agujas para eso.
- Vamos cabrón a que esperas méteme la polla.
Me puse detrás de Juan y estiré los brazos para coger su gran pene con las dos manos, lo baje un poco para encararlo al ano de Esther y le introducí la cabeza de la polla dentro del culo. Entró con mucha facilidad, había puesto mucha vaselina. Esther sintió alivio, ya que no sentía dolor.
- Ahora cabrón empújame hacía ella.
Sabía lo que quería, le empujé su cuerpo desde atrás para que el pene se clavase dentro del todo. Esther dio un gran grito, nunca la había oído gritar de esa forma, comenzaron a salirle lágrimas de los ojos. Le había metido todo el pollón dentro de su culo. El dolor que estaba sintiendo Esther era insoportable. Juan le puso las manos en las caderas y todavía empujó más hacia adentro.
- Mira cabrón lo que le hago tu mujer, se la he metido hasta el fondo.
Esther gritaba y lloraba, pero no se movía de donde Juan la había dejado. Sacó media polla de dentro del culo y se la volvió a meter de golpe. Y comenzó a repetir esto sin parar, se la estaba follando sin piedad por el culo.
- Cada vez eres más puta. Te voy a reventar el culo.
Comenzó a moverse sin parar, sacando y metiendo la polla. Al cabo de unos minutos Esther comenzó a cambiar su expresión de cara, parece que comenzaba a disfrutar, cada vez que recibía una embestida se sentía mejor.
- Ves Puta, ya comienzas a pasártelo bien. Mira cabrón como disfruta la zorra de tu mujer.
Y era verdad, comenzaba a correrse sin parar. Yo también tenía el pene otra vez a punto de estallar. Esta vez Juan me había dejado ver como se la follaba. Mi mujer cada vez levantaba más el culo e intentaba abrir más las piernas. Y continuó follándosela más de 15 minutos. De pronto paró y sacó su polla del culo.
- Túmbate boca arriba sobre la camilla y abre bien las piernas.
Mi mujer hizo lo que le pedía, se tumbó sobre la camilla y abrió las piernas. Juan sacó unas tijeras del cajón. Y le cortó la red de hilo dental que había enrollado sobre las agujas. Después le quitó una a una todas las agujas que le había puesto en los labios de la vagina. Y se quedó mirándola.
- Zorra quiero correrme en tu coño, lo que más me gusta de ti es que te puedo dejar preñada.
Juan se subió a la camilla y se puso encima de ella. Metió su pene hasta el fondo de la vagina y comenzó a besarla en la boca, se corrió casi de inmediato. Yo me volví a correr en ese momento. Esther había disfrutado como nunca lo había hecho antes en su vida. Juan estuvo un rato sobre ella besándola y acariciándola, descargando hasta la última gota de semen dentro de ella. Al cabo de un rato se levantó y sacó de un cajón un tapón igual al que le había puesto en la playa. Y se lo puso en la vagina.
- Ya te puedes vestir.
Esther se sentía muy satisfecha, hoy se lo había pasado como nunca. Se puso vaselina y una gasa en el tatuaje. Le habían quedado pequeños puntitos rojos en los labios de la vagina, de las agujas que había llevado puestas. Nos vestimos para marcharnos. No sabíamos que decirnos el uno al otro. Juan se fue a su habitación a vestirse y en unos minutos volvió para despedirnos.
- No esperaba menos de vosotros, os habéis portado como esperaba.
Nos acompañó hasta la puerta y le dijo a mi mujer:
- Ven zorrita quiero despedirme de ti.
Y estuvieron un buen rato besándose a la boca, como le gusta a Juan lamiéndole la lengua y chupándole el cuello. No paraba de acariciarle el cuerpo, cuando no le tocaba el culo le tocaba las tetas. Para terminar le dio una fuerte palmada en el culo. Y se dirigió a mí y me dijo:
- Y tu cabrón a partir de ahora sólo te puedes correr en su boca y en su culo. Su coño es sólo para mí. Ya os llamaré para deciros cuando nos podemos volver a ver.