Mi mujer hizo realidad mi fantasía (3)

Nuestro primer encuentro con Juan después de habernos conocido en la playa.

Después de una semana en la que no paramos de hacer el amor recordando el día en que conocimos a Juan, y todo lo que nos pasó, llegó el sábado. Esther estaba súper excitada, tenía muchas ganas de volver a estar con él. Se había hecho su primera sesión de depilación láser y ahora tenía el sexo muy fino y suave.

Teníamos que ir a comer a un restaurante que está cerca de la Av. del Puerto, y Juan vendría a buscarnos sobre las 4 de la tarde para llevarnos a su casa. Esther se preparó muy bien para ese día, fue a la peluquería por la mañana y se depiló con la máquina eléctrica todo el cuerpo. Recordaba como le gusta a Juan que tengan la piel las mujeres. Se puso un tanga muy pequeño y no quiso ponerse sujetador. Eligió un vestido de una pieza de color negro bastante corto con un pronunciado escote, y que le venía muy ajustado. Se puso unas botas de media caña y estuvo un buen rato maquillándose. Estaba fantástica, tiene 37 años muy bien llevados.

Llegamos a Valencia sobre la una de la tarde y aparcamos el coche en La Alameda. Fuimos paseando hasta el restaurante que nos había dicho. Esther ese día estaba espectacular, se notaba porque cuando pasaba algún tío por nuestro lado no podía dejar de mirarla. Cuando llegamos al restaurante entramos y nos sentamos. Llamamos al camarero y pedimos el menú del día y una botella de vino tinto.

  • Cómo te sientes. Le pregunté a mi mujer.

  • Estoy teniendo orgasmos toda la mañana. Con sólo recordar que día es hoy y lo que vamos a hacer el corazón se me pone a mil.

  • A mi casi no me cabe el pene dentro del pantalón, espero que Juan hoy me deje ver algo.

Nos trajeron los platos y después el postre. Nunca nos bebemos entera la botella de vino en una comida, pero esta vez nos la terminamos enseguida. El alcohol iba haciendo su efecto y nos sentíamos cada vez con más ganas de marcha. Conforme iba pasando el tiempo nos íbamos sintiendo cada vez más excitados y nerviosos. Nos trajeron el café y pedimos también un whisky para cada uno.

Juan llegó puntual a las 4 de la tarde, entró por la puerta y nos miró. Iba con pantalones vaqueros y una camisa azul de manga corta. Llevaba como el otro día el pelo hacia atrás. Tenía el rostro serio, su forma de mirarnos nos dio un poco de miedo. Vino hacia nosotros y nos dijo:

  • Hola, veo que os gusta el juego. Cómo habéis pasado la semana.

Mi mujer le miró y sonrió, mi pene se ponía cada vez más duro, la forma en que mi mujer miraba a Juan le decía sin palabras que haría todo lo que le pidiese. Ella le contestó:

  • Hemos pensado mucho en ti ¿Quieres sentarte?

Se sentó en la mesa y le pidió un café y un whisky al camarero. Se quedó mirando a mi mujer y le dijo:

  • Estás muy guapa, has venido como una auténtica puta de lujo. Hoy nos lo podemos pasar muy bien si queréis. Pero escuchad, a partir de este momento vais a hacer todo lo que os diga sin dudarlo ni un segundo. Vuestra confianza en mi tiene que ser total. De que lo hagáis así dependerá el que nos volvamos a ver otro día.

  • Nos lo pasamos como nunca el martes pasado y queremos continuar pasándolo así contigo, dinos lo que tenemos que hacer, estamos dispuestos a hacer lo que nos pidas. Dijo mi mujer.

Juan ahora sonrió.

  • No te lo dije el día que nos conocimos, pero no quiero que cuando estés conmigo vestida lleves nunca ropa interior. Tienes un escote precioso, no llevas sujetador como a mi me gusta ¿debajo del vestido llevas bragas?

  • Sí, me he puesto un pequeño tanga.

Oir esta conversación hizo que mi pene se levantara del todo, ya no me cabía dentro del pantalón, la verdad es que hablaba con una fuerza y seguridad que no te podías negar a nada. Juan se quedó mirando a Esther y le dijo:

  • Quítatelo ahora mismo y tíralo debajo de la mesa.

Ella sin levantarse de la silla y todo lo más disimuladamente que pudo se quitó el tanga y lo tiró debajo de la mesa. No dudo ni un momento en hacer lo que Juan le había mandado, es más le gustó hacerlo.

  • Muy bien, así me gusta sin vacilar. ¿Has ido a que te depilaran el coño con láser?

  • Si fui ayer, ahora lo tengo más suave y fino que nunca. Y me he depilado por completo el cuerpo. Como sé que te gusta.

  • No esperaba menos de ti. Sabes José dentro de tu mujer hay una gran puta que tu no has sabido sacar.

Mientras tomábamos el café y el whisky nos dijo que le contáramos que hicimos cuando llegamos a casa después de estar con él en la playa. Si habíamos probado su semen como él le había dicho a Esther y si yo conocía las condiciones para continuar viéndonos. Le gustaron nuestras respuestas. Después de hablar de esto durante unos 20 minutos nos dijo:

  • Ahora nos vamos a mi casa y lo vamos a hacer de esta manera. Yo siempre llevo a la zorrita a mi lado cuando vamos por la calle, la llevo de la cintura o de la mano, y el marido nos sigue detrás, y cuando digo detrás es a una distancia que no lo vemos.

Siempre había sido una de mis fantasías ver a mi mujer abrazada a otro por la calle y yo seguirlos sin saber a donde van y lo que van a hacer. Esto me puso muy cachondo.

  • Ahora ves y paga la cuenta, mientras nosotros salimos.

Mi mujer se levantó de la mesa, estaba preciosa. Juan la miró de arriba abajo y le dijo que tenía una sorpresa para ella. La cogió de la cintura y salieron del restaurante. Me di prisa en ir a la barra a pagar la cuenta, ya que ellos iban a salir del restaurante y no sabía donde vivía Juan. No quería perderme el paseo hasta su casa y lo que iba a pasar después. Pagué y cuando salí del local, ya estaban bastante lejos.

Comencé a seguirles, de lejos veía como a Juan le gustaba tocarle el culo, pellízcalo y pasarle la mano por el, a ella le gustaba y se apretaba más a su cuerpo cuando le hacía esto. Hasta llegó a meterle la mano por debajo de la falta. Después de 25 minutos siguiéndoles, se pararon en un portal y Juan sacó la llave de la puerta y entraron. Me puse a correr para no quedarme fuera, pero llegue tarde. Busqué en los timbres su nombre, y suerte que lo encontré, y llamé. Me contestó Juan:

  • Sube cabrón que te vas a perder la fiesta.

Subí por la escalera, era una finca bastante vieja de unos 40 años de antigüedad sin ascensor. Llegué hasta el tercer piso y llamé. Me abrió mi mujer y me dijo que pasara. Me acompañó hasta el salón. Era una habitación bastante grande, me llamó la atención una camilla que parecía sacada de una sala de torturas, muy grande y con argollas colgando por los lados. Juan estaba detrás de una mesa donde estaba montando lo que parecía una pequeña pistola.

  • Tu mujer ya te ha dicho que lo primero que hago a mis putas es marcarlas con un tatuaje. La sorpresa es que el tatuaje se lo voy a hacer yo.

Encima de la mesa tenía un portaminas desmontado y estaba metiendo un pequeño alambre rígido por la punta por donde tenía que salir la mina del lápiz, después lo empujó hasta que salió por la parte de arriba del tubo. Allí había un pequeño motor eléctrico, imagino que sacado de algún juguete, que tenía una fina barrita de metal de un centímetro de largo clavada en el eje del motor formando 90º con éste y con una agujerito en su extremo. En este agujero metió el alambre que había sacado del tubo y le hizo un gancho con unos alicates, de forma que a cada vuelta del motor el alambre salía y entraba unos milímetros por la punta del portaminas.

  • Veis ya tengo preparada la máquina de tatuar. Ahora veréis como funciona.

Puso el motor en marcha con dos cables conectados a un transformador, el motor movía el alambre rígido a modo de biela a mucha velocidad dentro del portaminas, sacando y entrando a mucha velocidad la puntita de metal del alambre por la punta por donde debería salir la mina del lápiz.

  • Veis que fácil es de construir. El motor mueve el alambre, que he sacado de una cuerda de guitarra, que hace de aguja para tatuar. Ahora lo mojo en tinta china y ya te puedo hacer mi marca.

Me asusté un poco al ver el aparato que había montado, pero recordaba las palabras de Juan, no podíamos vacilar en sus deseos. Tuve una sensación que nunca había tenido, estaba asustado por lo que le podía hacer a Esther pero sentía el morbo de querer ver como le hacía el tatuaje. Ella sentía lo mismo que yo, tenía miedo pero no podía echarse atrás, confiaba en Juan.

  • No sentirás casi dolor, este montaje me lo enseñó un amigo mío que está ahora en la cárcel, un día te lo presentaré. Verás que sencillo es ponerte la marca, mira lo que te voy a tatuar.

Nos enseñó un papel con un dibujo a lápiz bien marcado, de una cadena de tres eslabones y debajo de ésta el número 12. El dibujo tendría unas medidas de 4 por 3 cm.

  • La cadena de tres eslabones representa la unión entre nosotros tres y el número que eres la puta número 12 que tengo. Ahora quítate el vestido.

Mi mujer se quitó inmediatamente el vestido. Se quedó completamente desnuda delante de él. Juan la miró de arriba a abajo y le dijo:

  • Vas a ser de las mejores putas que he tenido.

Se acercó a ella y de pie comenzó a besarla en la boca. Me excitó muchísimo ver como sacaban las lenguas y se las lamían el uno al otro. Con las manos le acariciaba la cintura, después le apretó las tetas y el culo, hasta que le metió un dedo con fuerza dentro de la vagina. Ella dio un pequeño grito y se estremeció. Juan estuvo un tiempo moviendo el dedo dentro del coño hasta que se apartó de ella y le dijo

  • Voy a invitarte a una raya.

Nosotros nunca tomamos drogas. Ni mi mujer ni yo habíamos probado nunca nada de eso. Le dije:

  • Juan, nosotros nunca hemos tomado drogas.

  • Siempre hay una primera vez para todo, y ella la va a necesitar para lo que le voy a hacer.

Y se rió un poco. La verdad es que si que la iba a necesitar. Esther no dijo nada sólo le miró y le mostró una sonrisa de agradecimiento. Juan sacó de la cartera un sobrecito y vació su contenido sobre la mesa. Era un polvo blanco, no nos quiso decir que era. Cogió una tarjeta de crédito y lo puso en forma de línea recta.

  • Ves ya está preparado. Ahora coge esto, póntelo en la nariz y aspira.

Mi mujer cogió un pequeño tubo de plástico que le había dado Juan y se lo puso en la nariz. Se acercó a la mesa y poco a poco hizo desaparecer el polvo que había puesto sobre la mesa. Cuando mi mujer levantó la cabeza parecía que estaba en otro mundo, ya no se enteraba de nada.

  • Muy bien zorrita, ahora túmbate en la camilla. Y tú cabrón ven conmigo que te voy a decir lo que tienes que hacer para ayudarme.

Mi mujer se acostó desnuda en la camilla que había en el salón, imagino que ya la habría utilizado otras veces para lo mismo. Esther cerraba los ojos y respiraba profundamente, se lo estaba pasando como nunca, ahora no sentía miedo sólo un intenso placer. Me fui con Juan a la cocina y me dijo lo siguiente:

  • Voy a ponerle mi marca sobre el pubis cerca de los labios de la vagina. Algunas putas se ponen nerviosas y estropean mi trabajo. Quiero que la inmovilices. Primero tápale los ojos, después átale los brazos y las piernas a la camilla, también hay correas para que asegures bien el cuerpo y que no se mueva. Después como precaución tápale la boca con cinta americana. Cuando esté lista me llamas. Aquí en esta caja tienes todo lo que necesitas. Recuerda la quiero totalmente inmóvil.

Ahora el morbo podía conmigo, más de una vez había pensado en algo parecido, pero todo lo más que había llegado es a ponerle unas esposas. Ahora tenía que inmovilizarla por completo, para que otro hombre pudiese marcarla para siempre. No podía resistir la emoción y me quedé casi paralizado.

  • Vamos estoy esperando. Me dijo Juan.

Salí de la cocina y llegué al salón, mi mujer estaba tumbada en la camilla, estaba perfecta su coño relucía después de haber pasado por la máquina láser y sus tetas se habían puesto duras, nunca la había visto tan excitada. Le dije:

  • Esther, voy a asegurarte bien en la camilla para que no te muevas. Juan me ha dicho que tienes que estar muy quieta para que no le estropees el trabajo que te va ha hacer, tengo que ponerte unas cintas por el cuerpo.

Ella no me contestó, estaba en un estado en que haría cualquier cosa que le pidiesen. Primero le puse una venda negra en los ojos, para que no viese lo que le iba a hacer. Después cogí las argollas que colgaban de la camilla y comencé a pasar las correas por ellas apretándolas lo suficiente para que los brazos no se movieran. Después las piernas, para poder ajustar estas correas tuve que abrirle bien las piernas, supongo que era parte del trabajo que me había pedido Juan, que su coño se viese bien. Después le puse una correa larga por la cintura y otra por debajo de las tetas. Estaba completamente inmovilizada. Cuando estaba ajustando la última correa, empecé a correrme, no podía aguantar más la calentura dentro del pantalón, me baje los pantalones y eché el semen en el suelo.

  • Ahora cariño cierra los labios, tengo que taparte la boca.

Ella no tuvo tiempo de contestar, y le puse un trozo de cinta americana en la boca. Intentó decir algo pero ya no pudo. Me sentí a gusto con lo que había hecho, me gustaba como había quedado mi mujer, desnuda y atada sobre la camilla. Me fui a buscar a Juan. No estaba en la cocina y fui a su habitación. Llamé a la puerta y le dije que ya estaba preparada, que ya podía salir a hacerle el tatuaje. El abrió la puerta y no supe como reaccionar al verle. Se había vestido de médico como cuando entran al quirófano, llevaba guantes en las manos y mascarilla en la boca.

  • Voy a marcar a tu mujer y tengo que vestirme para ello. Ahora ven conmigo quiero que te sientes en un sitio cómodo donde puedas ver bien lo que le voy a hacer.

Me llevó por el pasillo hasta una habitación y abrió la puerta, estaba oscura sólo se distinguía una televisión y un sillón. Y me dijo:

  • Siéntate y cierra los ojos.

Me senté en el sillón y cerré los ojos. El corazón me iba a cien y el pene volvía a hincharse a pesar de que me acababa de correr, sabía lo que me iba a hacer, pero tenía ganas de sentirme como mi mujer. Noté como me ataba los brazos y las piernas al sillón y después me puso un trozo de cinta americana en la boca.

  • Ya puedes abrir los ojos. Hay una cámara que enfoca la camilla, podrás ver todo lo que le voy a hacer a la puta de tu mujer por la televisión. Que te diviertas.

Encendió la televisión y riéndose se fue, cerró la puerta de la habitación con llave. Volvía a tener el pene a punto de explotar, pero esta vez no me lo podía tocar. La pantalla se iluminó y vi a mi mujer sobre la camilla, desnuda y atada con correas. Qué le iba a hacer, me sentía más asustado que nunca pero el morbo podía conmigo. Me di cuenta de que estaba totalmente indefensa, de que Juan le podía hacer cualquier cosa, y de que había sido yo quien se la había entregado.