Mi mujer hace de camarera para mi empresa

Mi mujer hace una sustitución y trabaja como camarera una tarde en mi empresa.

Este relato comparte algunos personajes con otro anterior (“La empresaria rival”. La empresaria rival por vsop - TodoRelatos ). Se puede leer perfectamente de forma independiente, pero se entenderán mejor algunas cosas si lo habéis leído.

—Joder, qué putada — me dijo Javi acercándose a mi mesa.

—¿Qué te pasa, chaval?

—Me ha fallado la camarera para la presentación de esta tarde, me acaba de llamar. Por lo visto la han contratado en un restaurante y empieza esta noche.

—¿Y no le da tiempo a venir aquí primero? — pregunté.

—No, no ha querido.

Esa tarde hacíamos la presentación interna de la nueva empresa del grupo. Ramón, nuestro jefe, tenía mucho interés. Ramón era un viejecito bonachón que llevaba toda la vida en el sector de la seguridad. Su mano derecha, Ana, y Elisa, la propietaria de una empresa de la competencia, habían creado una nueva empresa receptora de alarmas. Por la importancia que le daba Ramón se iba a convertir en parte fundamental del negocio.

—Creo que me va a tocar a mí servir el catering — me dijo Javi compungido.

—Conozco a alguien que podría servir — le dije —. Tengo una amiga que ha sido camarera y ahora está en el paro. Si quieres la llamo.

—¿Tiene buen aspecto?

—Sí, por eso no te preocupes.

—Pues me salvas la vida. Llámala y me dices lo que sea. Yo voy a revisar la sala.

En cuanto se fue llamé a mi mujer, Lucía. No encontraba trabajo y tenía experiencia como camarera. Se lo propuse y aceptó encantada. Le di el teléfono de Javi para que hablara con él directamente. La expliqué que la había presentado como a una amiga para no ponernos en el compromiso de que tuviera que aceptar y me despedí hasta la tarde, nos veríamos en la presentación.

Me quedé un rato embobado pensando en Lucía. Todavía, a veces, no me creía que fuera mía. Yo tenía veintisiete años y un aspecto normal, ni guapo ni feo. Lucía, en cambio, podría haber sido modelo. Veintitrés años. Alta y delgada, con un magnífico culo y unos pechos grandes y firmes. Pero lo mejor no era eso. Lo mejor era su cara. Tenía una carita preciosa de niña pequeña que no había roto nunca un plato. Físicamente era algo excepcional, por eso daba gracias todos los días porque me hubiera elegido a mí. Aparte del físico Lucía era un cielo. Simpática y cariñosa me quería un montón y se desvivía por complacerme.

Si tuviera que encontrarle algún defecto sería su ingenuidad. Quizá por crecer en un entorno rural, o por la educación estricta de sus padres era un poco mojigata. No hicimos el amor hasta que nos casamos, y aún entonces, había que hacerlo en la cama, con poca luz y en la posición del misionero. Por supuesto llegó virgen al matrimonio. Poco a poco iba intentando que espabilase un poco. Probar otras posturas, que me la chupase a mí o yo a ella, hacerlo en algún sitio emocionante. La verdad es que hasta ahora había tenido poco éxito, pero me compensaba de sobra con todas sus otras virtudes.

Javi me sacó de mis cavilaciones.

—Muchas gracias, Juan. Ya tengo resuelto el tema de la camarera. Te debo una.

A los pocos minutos me llamó Lucia.

—Hola, cariño. Tengo que estar allí a las seis. Me van a pagar cien euros.

—Me alegro mucho, cielo. Seguro que lo haces muy bien — Lucía llevaba unos meses deprimida por no encontrar trabajo y tenía que animarla.

—Hasta me proporcionan el vestuario.

Recordé que en ocasiones anteriores las camareras y azafatas llevaban falda ajustada roja y blusa blanca con el logo de la empresa.

—Genial, cariño, pues ponte guapa y no llegues tarde, luego nos vemos.

—Yo siempre estoy guapa, jajaja. Adiós amorcito.

A las seis Ramón salió de su despacho acompañado de Elisa y Ana. Los seis que formábamos el departamento de ventas los acompañamos. El salón que usábamos para estas cosas estaba al final de un corto pasillo. Cuando entramos pude ver a Lucía al fondo, tras la mesa de los canapés. Un frigorífico a su lado contenía cerveza, agua y refrescos. La sonreí con disimulo hasta que al ver su ropa me cambió la cara. La falda era minúscula, tapando apenas su culo. Si se agachaba se la verían las bragas. La blusa blanca era dos o tres tallas menor de lo que necesitaba. La quedaba tan apretada que no había podido abrocharse los botones superiores y mostraba generosamente el canalillo, dejando incluso a la vista el sujetador. En el momento que entramos Lucía se estaba poniendo un pañuelo al cuello para disimular el escote.

Me acerqué a saludar haciendo que no la conocía. Estreché su mano y la susurré :

—¿Y esa ropa tan pequeña?

—Me la ha dado Javi, era la que tenía preparada para la otra camarera. Me ha dicho que la otra chica era más pequeña que yo y que ahora no tenía más tallas.

——Procura no agacharte — la dije con los dientes apretados. No me gustaba nada que mi compañero la hubiera vestido así.

Como los demás entraban a la sala interrumpí la conversación y me uní al grupo. Pude ver, eso sí, que todos, hasta las mujeres, miraban a mi mujer admirando sus piernas y sus pechos. Mientras que algunos la miraban con admiración, otros, entre los que estaba Javi, la miraron con descaro, desnudándola con la vista. A pesar de que me iba cabreando por momentos los comprendía de sobra. Mi mujer era preciosa y estaba buenísima, y con el uniforme se veía más provocativa que si estuviera desnuda.

—Señoras, señores, préstenme atención — dijo Ramón desde detrás del atril preparado para la ocasión.

Todos los reunidos prestamos atención al jefe mientras explicaba la creación de la nueva empresa y los nuevos objetivos para nuestro departamento. Al terminar presentó a Elisa, la otra empresaria del sector con la que se había aliado para este cometido precisamente. Elisa, a pesar de su buen aspecto, me pareció fría y prepotente. Cuando terminó de hablar, cedió la palabra a Ana. Ana era una monada, la conocía de sobra ya que hasta hacía muy poco era compañera nuestra. Aunque no estábamos en el mismo departamento habíamos tenido una estrecha relación laboral. Ana fue mucho más llana que Elisa en el planteamiento que nos hizo y nos dejó claro nuestro cometido : ofrecer los nuevos servicios a otras empresas del ramo.

Entre los tres, Ramón, Elisa y Ana no nos tuvieron más de cuarenta minutos. Durante sus presentaciones observé a los compañeros distraídos, lanzando frecuentes miradas a mi mujer, que esperaba en silencio en su puesto.

—Bueno, ya está bien de trabajo. ¿Alguien quiere una cervecita? — dijo Ramón para dar por concluida la presentación y comenzar con el picoteo.

Como buitres mis compañeros se lanzaron hacia la mesa que había preparado el catering. Por eventos similares anteriores sabía que todos nos tirábamos a la comida como muertos de hambre, sin embargo esta vez me sorprendió que todos hicieron gala de buena educación y pedían las bebidas a Lucía incluso diciendo “por favor”.

—¡Qué buena está la tía! — me dijo Javi dándome un codazo —. ¡Mira, mira!

Lucía se inclinó un poco para sacar bebidas del frigorífico y se le dibujaron las braguitas perfectamente bajo la ajustada falda roja.

Lo peor empezó cuando Elisa se marchó seguida por Ana. Era extraño lo de esas mujeres. Ana parecía el lazarillo de esa imponente mujer, como si fuera su secretaria en vez de la gerente de la empresa. Ramón las acompañó a la puerta y los seis comerciales nos quedamos solos con Lucía.

Gradualmente la “buena educación” de los chicos se fue difuminando. Empezaron a llamarla “guapa”, “bonita” y demás. En vez de comer tranquilamente no cesaban en los intentos de llamar la atención de mi atribulada esposa. Javi, el más insolente, con el pretexto de ayudarla se metió tras la mesa con ella. Pude ver con espanto cómo tuvo la desfachatez de tocarla el culo un par de veces. Lucía le apartaba la mano con una sonrisa forzada. Seguro que no quería montar un escándalo en mi oficina y en el primer trabajo que la salía en mucho tiempo.

—Chicos, dejad en paz a la camarera — pedí enfadado. Por desgracia Javi siguió acosándola y los demás celebrando sus avances.

Me decidí a intervenir, iba a pasar tras la mesa y echar a Javi a empujones cuando ocurrió lo impensable. En un forcejeo entre Lucía y Javi a éste se le engancharon los dedos en el pañuelo que la cubría el pecho, con tan mala suerte que no solo la arrancó el pañuelo, sino que rompió, creo que por accidente, el broche delantero del sujetador de mi mujer y algún botón. Ésta, al verse en esa tesitura, empujó a Javi y se echó a llorar cubriéndose el escote con las manos.

Ramón pasó raudo a mi lado impidiendo que me reuniera con mi mujer. La pasó un brazo por los hombros y la sacó de la sala. Justo antes de salir se volvió y nos dedicó una mirada que prometía que la cosa no iba a quedar así.

Los chicos bajaron la cabeza arrepentidos, se daban cuenta de lo mal que habían actuado. Me encaré con Javi y le recriminé su comportamiento.

—Eres un cerdo, no pensaba que fueras ese tipo de persona.

—Ha sido sin querer — se disculpaba —, de verdad que ha sido un accidente, no pretendía hacer eso.

—Me da igual, eres un puto acosador.

Terminó cabizbajo como los demás. Para calmarme y no estallar saqué una botella de agua y me la bebí a grandes tragos. Al menos Lucía ahora estaba segura con Ramón. Los chicos terminaron expresando su arrepentimiento y aguanté unos veinte minutos con ellos antes de ir a buscarla.

Miré en las otras salas y en la zona común. Al final me pareció oír voces en el despacho de Ramón. Abrí un resquicio la puerta para comprobar que mi mujer estuviera bien, que ya se hubiera calmado. Lo que vi me dejo helado, si me hubieran pinchado no me habría salido sangre.

Ramón estaba sentado en uno de los sillones de su despacho con las piernas abiertas y los pantalones bajados. Lucía estaba de rodillas ante él haciéndole una mamada con fervor, con ansia, con desesperación. Fue tal el impacto que me causó verlo que me quedé paralizado, no reaccioné y me limité a contemplar la vigorosa felación. Laura jamás lo había querido hacer conmigo y me había confesado que nunca lo había hecho antes. Ahora, en este preciso momento y delante de mí, se la chupaba subiendo y bajando enérgicamente la cabeza como si fuera una actriz porno a mi jefe, un anciano de más de setenta años.

Después Lucía me detallaría lo que había pasado. Cuando Ramón la llevó al despacho la abrazó mientras lloraba. Acariciaba su cabeza suavemente mientras le decía palabras tranquilizadoras. Cuando mi mujer empezó a estar más calmada se sentó y la puso en su regazo. Lucía apoyó la cabeza en su hombro y Ramón la rodeó la cintura y la acarició su dulce carita consolándola con sus palabras. Me contó Lucía que se encontraba tan a gusto y tan protegida después del mal rato que no quiso moverse. Agradeció mucho que Ramón la acariciara suavemente, incluso cuando de la cintura pasó a sus muslos y a su cuello. Lo hacía con tanta levedad y dulzura que mi mujer quedó embelesada con sus manos.

—Quítate el sujetador, pequeña, ese bruto te lo ha roto y seguro que te molesta — me cuenta que la dijo.

Lucía, lloriqueando, se sacó el roto sujetador con prisa, quería volver a refugiarse en el hueco del cuello de Ramón y no la importó dejar entrever los pechos que la estropeada blusa no conseguía cubrir. Mi jefe empezó a darla leves besos en la sien, recorriendo luego su frente y sus ojos. La mano con la que la acariciaba el cuello la bajó a su abdomen, la metió bajo la blusa y la masajeó con suavidad la tripita. Lucía me contó que lo encontró muy consolador, que le gustó mucho. Cuando sintió la mano rozando la parte baja de sus senos, lo único que hizo fue suspirar inaudiblemente.

—Estás segura conmigo, pequeña. Aquí no te va a pasar nada — la dijo —. Eres una mujer muy hermosa. Esos bestias no han sabido valorarte.

Gradualmente la fue camelando, la halagó y la dijo cosas bonitas, la convenció de que con él estaba segura, que la apreciaba en lo que valía. Lucía me explicó que, de alguna manera, consiguió con sus palabras que cuando sus manos acariciaron con suavidad sus grandes tetas desnudas le pareciera cariñoso. Cuando frotó su rajita sobre la tela de sus braguitas la pareció perfecto. Lo sintió como una muestra de afecto y respeto por parte del anciano, algo destinado a tranquilizarla y compensarla por el mal rato pasado.

Siguió contándome cómo Ramón insistió con sus caricias hasta que su respiración se volvió agitada y empezó a humedecerse su coñito. Los besos llegaron a su cuello provocándola estremecimientos, sus pezones se endurecieron y sus piernas se abrieron involuntariamente. Los dedos que frotaban por encima de sus braguitas se atrevieron a apartarla y colarse debajo, recorriendo sus pliegues y dando un leve toquecito a su clítoris. Lucía estaba embriagada por las sensaciones. Nunca se había permitido sentir nada igual. Levantó la carita para mirar a Ramón intentando descubrir qué la estaba pasando. Éste la besó suavemente las comisuras de los labios.

—Eres una chica encantadora, deja que te cuide, pequeña. Voy a hacer que te sientas muy bien — la dijo.

Lucía se rindió. Como os he contado al principio, su experiencia sexual era más bien escasa y no había consentido otra cosa que no fuera hacer el amor directamente, como una obligación conyugal sin preliminares ni juegos. Las caricias y palabras cariñosas de Ramón consiguieron que se plegara a sus deseos y disfrutara de las sensaciones que la estaba proporcionando.

—Déjate llevar, voy a tratarte muy bien.

Mi esposa me explicó que ese fue el punto de inflexión. Analizándolo después se dio cuenta que a partir de ahí solo fue un juguete en manos del afable viejecito. Desde ese momento los tocamientos de Ramón se volvieron más precisos, más exigentes. Consiguió excitar tanto a mi mujer que pronto jadeaba y movía el culo buscando aumentar el placer. Su cuerpo estaba ebrio de emociones que desconocía que se pudieran sentir. Los dedos del viejo se internaron en su vagina encontrando sus puntos sensibles y con el pulgar la frotaba muy suavemente el clítoris. El cuerpo de Lucía era esclavo de los dedos de Ramón, su mojigatería no la había preparado para el cúmulo de emociones que la embargaban.

— Eres una niña muy buena.

— No sé qué me pasa, don Ramón, nunca había sentido algo así — jadeó mi mujer acercándose al orgasmo.

— Disfrútalo, pequeña. Disfrútalo y te sentirás mejor. Serás una mujer perfecta.

De pronto Lucía empezó a convulsionar, su cuerpo tembló de la cabeza a los pies. Se aferró a Ramón como un náufrago al salvavidas al experimentar el mayor éxtasis de su vida. Un gemido hondo y ahogado salió de su boca durante un larguísimo momento. De verdad que era sublime verla experimentar tales cotas de placer. El orgasmo fue muy prolongado y la dejó exhausta, su pecho subiendo y bajando agitado y sus caderas columpiándose ligeramente sobre el regazo del viejo. Éste la acariciaba todo el cuerpo susurrando palabras en su oído.

Con los movimientos del trasero se percató de una cosa. ¡A Ramón se le había puesto dura! No pudo evitar restregarse sobre su polla.

—Me haces daño, pequeña — la dijo.

—¿Quieres que te ayude? — preguntó mi mujer ingenuamente.

—Te lo agradecería mucho, me aliviaría enormemente si me la chuparas un poquito, pero no quiero obligarte, me basta con que tú estés bien y disfrutes con lo que te hago.

—Ha sido muy bueno conmigo, no es ninguna obligación. Déjeme hacerlo por usted. Pero es mi primera vez, no sé muy bien cómo hacerlo —. Lucía me contó que se sentía como en una nube, con la mente obnubilada por el descubrimiento del enorme placer que se podía sentir y que ella ignoraba.

—Yo te indico, pequeña. Tú haz lo que yo te diga.

Y así me los encontré. Con mi esposa chupándosela al viejo, y este magreando sus grandes tetas y tirando de sus pezones. Lucía parecía estar disfrutando como nunca, gimiendo sin parar con la boca llena de polla. La saliva le corría por la barbilla cayendo en sus senos, donde mi jefe se la extendía mientras los amasaba.

—¿Te gusta hacerlo, pequeña? — la preguntó.

—Mmmfff… mmmfff — asintió Lucía.

—Pues sigue, amor, lo estás haciendo muy bien. Me gusta mucho verte.

Contemplé anonadado como Lucía persistía en la mamada, realmente lo estaba gozando. Casi me da un ataque al corazón cuando levantó la cabeza y le dijo a Ramón :

—Me encuentro extraña, nunca me había sentido así. ¿Podría metérmela? Lo necesito mucho.

—Claro, hija, desnúdate y siéntate en la mesa.

Lucía se levantó y, a toda velocidad se quitó la falda y se bajó el tanga. La blusa voló por los aires y se sentó con las piernas abiertas en la mesa del despacho esperando anhelante a que mi jefe la complaciera. Contemplé cómo Ramón se terminó de quitar los pantalones y se acercó lentamente, disfrutando de la vista. No se lo reproché, el cuerpo de Lucía era realmente precioso. Tiró de sus muslos para llevarla más al borde y lentamente la penetró. De un solo embate, lento pero firme, se la enterró entera. Lucía exhaló un gemido larguísimo y creo que se corrió en ese momento. Al menos me lo pareció por los temblores de las piernas y el estremecimiento de su cuerpo.

—¿Ya te has corrido? — preguntó Ramón acunando su carita entre sus manos.

—Si, lo siento.

—No lo sientas, pequeña. ¿Cómo te llamas?

Increíble, se estaba follando a mi mujer y ni siquiera sabía su nombre.

—Lucía, don Ramón.

—Bien Lucía, ahora te voy a follar. ¿Quieres?

—Sí, por favor. Quiero más.

Ramón bajó sus manos y asió firmemente las caderas de mi mujer. Retrocedió lentamente y de una embestida se volvió a clavar entero en el coño de Lucía. Mi dulce esposa ya no gemía, gritaba con cada profunda penetración. El viejo demostró un vigor envidiable para su edad. Provocaba un grito cada vez que se enterraba en ella. Con un ritmo lento pero potente sacaba la polla casi por completo para luego meterla rápidamente hasta el fondo una y otra vez, y otra vez, y otra.

Mi preciosa niña estaba desconocida. Había rodeado el cuello de Ramón con sus brazos, pero tenía la cabeza echada hacia atrás. Su rostro estaba contraído y su boca abierta emitiendo gemidos y gritos. Nunca la había visto en ese estado, manifestando sin rubor el enorme placer que estaba recibiendo.

—¿Te gusta, Lucía?

—Sí… mucho…

—Córrete cuando quieras, disfruta pequeña.

Siguió arremetiendo con ganas, provocando que el placer de mi mujer subiera poco a poco. Lucía terminó rodeando sus caderas con las piernas y volviéndose a correr. Su grito, largo y muy erótico, debió escucharse por toda la oficina. Todo su cuerpo se estremecía mientras Ramón le acariciaba las caderas, los costados, los senos. Cuando volvió a respirar casi normalmente Ramón se apartó con el miembro todavía erecto. ¡Qué resistencia tenía ese hombre!

—No me he corrido, Lucía, ¿quieres ayudarme? — la preguntó afable.

—Claro, ¿te la chupo?

—Sí, por favor.

Mi mujer, radiante, bajó de la mesa y se arrodilló. Cogió el miembro casi con veneración y lo acarició, lamió la punta y se lo metió en la boca.

Estaba contemplando la felación cuando salté en el sitio del susto. Javi había llegado y yo, absorto viendo a mi mujer, no me había dado cuenta.

—¿Qué haces aquí? — me preguntó.

Empujó la puerta para ver qué estaba mirando y se encontró el espectáculo. La mandíbula casi le cayó al suelo y los ojos se le abrieron como platos.

—¡Hostia, el jefe! Y qué buena está la cabrona — me dio un codazo.

La llegada de Javi sirvió para sacarme de mi parálisis. Había estado contemplando todo como embobado y ahora empezaba a ser consciente do que estaba sucediendo. Mi mujer, mi inocente e ingenua mujer, hacía con mi jefe todo lo que le pedía. Cosas que ni en mis más pornográficas fantasías había hecho conmigo. Debí haber entrado y detenerlo, haber puesto freno a la mejor experiencia sexual que mi esposa había tenido en su vida. Pero no. No conseguí decidirme a interrumpirlos, no quise perderme a Lucía disfrutando como lo estaba haciendo.

Ignoré a Javi para seguir contemplando cómo el viejo hacía lo que quería con mi mujercita. Estaba como hipnotizado. Cuando se nos unieron los demás compañeros tampoco hice nada. Contemplamos apelotonados cómo de pronto Ramón agarró a mi mujer de la cabeza y la apretó contra su ingle. Vi perfectamente el momento en el que empezó a descargarse en la boca de mi esposa, y vi también la forma en que ésta se tragó todo sin dejar escapar una gota. De alguna pervertida manera estaba disfrutando de la transformación de Lucía, íntimamente se me había cumplido un deseo. Mi reticente mujer había pasado de ser fría y remisa sexualmente a buscar el placer.

—Gracias, pequeña — le dijo el viejo poniéndose los pantalones —. Espero que ahora te encuentres mejor. Lo has hecho muy bien, estoy muy contento contigo — la acarició la cara y Lucía inclinó la cabeza para aumentar el contacto —. ¿Estás satisfecha o quieres más?

Por fin había terminado, en cuanto Ramón saliera mi mujer se vestiría y se marcharía a casa. Bueno, eso es lo que yo pensaba, no me imaginaba que la respuesta de mi mujer sería otra.

—Quiero más — dijo avergonzada con la mirada baja.

—Claro que sí, niña. Estás descubriendo cosas nuevas y te gustan mucho, ¿verdad? — preguntó levantándole la barbilla con un dedo.

—Sí — musitó.

—A mi edad necesito más tiempo para recuperarme, pero estoy seguro de que mis chicos podrán ayudarte — nos señaló con un gesto.

Sin necesidad de más invitación Javi se introdujo en el despacho bajándose a trompicones los pantalones. Ya la tenía dura. Lucía seguía de rodillas y no le costó ponerla a cuatro patas. Se la metió sin preliminares y la folló salvajemente desde el principio. Ramón los contempló durante un momento, luego levantó la cara de mi mujer y se despidió.

—Adiós, pequeña, te dejo en buenas manos.

En cuanto se marchó los demás compañeros irrumpieron en el despacho. Poco tardaron en despojarse de la ropa. Miguel fue el más atrevido y, arrodillándose ante mi esposa, meterle la polla en la boca. A partir de ahí todo fue una locura.

Mis cinco colegas, igual solteros que casados, se follaron a mi mujercita como quisieron. La obligaron a chupar sus pollas y a adoptar las más eróticas posturas. Digo obligaron pero en realidad no fue así. Lucía cumplió voluntariamente, incluso diría que entusiasmada, con todo lo que la pidieron. A medida que los chicos se descargaron en su coño y en su boca las veces que les apeteció se fueron yendo. Cuando Felipe se marchó dándome una palmada en el hombro me quedé solo con ella.

La contemplé durante unos minutos. Estaba tendida sobre la mesa, con los miembros desmadejados y cubierta de semen. Murmuraba algo ininteligible apenas consciente. Su expresión era de felicidad. Cogí una de las botellas de agua que siempre tenía Ramón en su despacho y se la vacié en la cara. Cuando se espabiló un poco la cubrí con mi chaqueta.

—Vete a casa. Cuando llegue hablamos.

Sin más salí de allí y me fui a un bar cercano. Necesitaba una copa. O dos.

Entré en casa varias horas después con las ideas muy claras. Después de un par de wiskis había dado un largo paseo, paré a comprar una cosa en una farmacia y ya estaba preparado para hablar con Lucía. La encontré en el salón, vestida con un albornoz y con el cabello todavía húmedo de la ducha. Se la notaba angustiada, cabizbaja no era capaz de mirarme.  Me detuve a su lado, muy cerca pero sin tocarla y esperé. Los minutos fueron pasando y el silencio se hizo opresivo.

—Lo siento — me dijo finalmente levantando la cara llena de lágrimas —. No sé qué decir, no tengo excusa, no sé qué me ha pasado en tu oficina. He perdido la cabeza — sus sollozos eran audibles ahora.

Seguí manteniéndome callado, mirándola desde arriba con expresión inescrutable.

—Puede que no me creas pero te sigo amando — me dijo con la voz entrecortada por el llanto —. Supongo que tú ya no me querrás, pero yo te quiero con locura.

Persistí en mi mutismo. A pesar de la enorme traición de mi esposa sabía que en el fondo había estado indefensa. Su comportamiento casi monjil la había hecho incapaz de resistir tantos estímulos nuevos. Ante el reprobable acoso de Javi, el delicado comportamiento de Ramón y su maestría a la hora de jugar con su cuerpo la había puesto en una posición imposible, vulnerable, había sido como arcilla en sus manos. Una vez que había empezado a recibir placer no pudo resistirse, solo pudo pedir más y más.

—¿No vas a decir nada? — preguntó contrita.

—¿Sabes cómo me siento?

Me miró desolada.

—Ni siquiera puedo empezar a explicarte lo que siento, Lucía, pero sé que sólo tú puedes hacerme sentir mejor.

—¿Qué quieres que haga? — su cara reflejaba su arrepentimiento —. Haré cualquier cosa por ti, por nosotros.

—Hazme sentir bien — sin cambiar la expresión de mi cara me bajé los pantalones. Mi miembro flácido atrajo su estupefacta mirada.

Sus ojos oscilaron entre los míos y mi miembro, por su rostro desfilaron varias expresiones : sorpresa, desconcierto, aceptación. Reticente me acarició con sus manos, de forma titubeante recorrió mi polla viendo cómo iba creciendo, poniéndose rígida. Acunó mis huevos con ternura, su inicial reserva se iba disipando. Levantó la carita para mirarme, le dediqué una sonrisa. Me la devolvió y separó sus labios, sacó su rosada lengua y de forma absolutamente erótica lamió mi verga desde la base hasta el glande. Su lengua recorrió cada centímetro sin separar de mis ojos su caliente mirada. Era absolutamente maravilloso. Cuando la engulló casi se me doblan las piernas.

—Métetela entera, Lucía.

Abrió mucho los ojos sin dejar de mirarme, me agarró de las caderas y presionó. Poco a poco se fue tragando mi polla hasta que desapareció por completo en su dulce boquita. La sensación en mi glande era cojonuda. Continuó recorriendo toda mi longitud con sus labios, me hizo una mamada francamente fantástica. Para ser hoy la primera vez, había aprendido muy rápido. Cuando me corrí no la avisé, presioné su cabeza, se la metí entera y empecé a expulsar chorro tras chorro de semen directamente en su garganta. Mis gemidos se confundieron con los suyos. Estaba muy cachonda.

—Límpiala —pedí.

Lucía me complació y eliminó con la lengua los restos de semen. Cuando terminó tiré de sus manos y la llevé a la cama.

—Desnúdate y túmbate boca abajo.

Mientras ella obedecía yo también me quité la ropa. Luego me puse sobre ella, cubriendo todo su cuerpo. Empecé besando su cuello y seguí por los hombros. Alternaba los besos con suaves mordisquitos. Hice un recorrido por su espalda y sus costados hasta llegar a su culo. Sus suspiros ya eran audibles. Mi intención con Lucía no era castigarla, no pretendía tomar represalias. Mi objetivo era eliminar de una vez y para siempre su beatería en la cama. Sabía que mi mujer me quería, y yo la quería a ella, incluso era consciente de que yo podría haber interrumpido todo lo que pasó esa tarde. La culpa era tanto mía como suya. Esperaba hacer borrón y cuenta nueva, pero iba a aprovechar para quitarle la mojigatería si es que todavía hacía falta. No quería convertirla en una pervertida ni nada parecido, solo que se diera cuenta de que el sexo había que disfrutarlo sin remilgos ni cortapisas.

Con su delicioso trasero me divertí. Lo chupé y mordisqueé hasta que sus gemidos fueron constantes. Luego abrí sus piernas y lamí su rajita, subiendo finalmente hasta mi verdadero objetivo : su agujerito posterior. Emitió un fuerte jadeo la primera vez que pasé la lengua por él.

—¿Qué haces, Juan?

—Hoy no quiero tu vagina, ya ha tenido mucho trabajo. A partir de mañana será sólo mía, así que hoy tendré tu culito.

Veía su cara, de lado sobre las sábanas. Había fruncido el ceño, su rostro estaba pensativo.

—Después de tener mi culo ¿me vas a abandonar? — sospechaba que ya no la quería, que iba a darla por culo en venganza y luego echarla.

—No, mi amor. Te quiero.

—No me hagas daño, por favor — su cara había cambiado. Aunque estaba tensa tenía relajado el ceño. Vi deslizarse una lágrima por su mejilla —. Yo también te quiero.

Volví a mi envidiable tarea. Después de unos mordisquitos pasé otra vez mi lengua por su ano. Varias veces. Con dificultad metí la punta de la lengua, me costó que se relajara, luego fue más fácil. Lucía pasó de su oposición inicial a levantar el culo y gemir excitada.

—No te muevas de como estás, deja el culito para arriba. Estás preciosa.

Me respondió con una risita. Corrí y recogí la vaselina que compré en la farmacia. De un salto me coloqué junto a mi mujer besándole la carita. Extendí la vaselina en mi dedo índice y penetré con cuidado su culito.

—Dime si te duele.

Poco a poco fui profundizando en su ano. Cuando el índice se deslizó con facilidad lo acompañé con el dedo corazón y más vaselina. Noté que la dolió aunque no dijo nada. Esperé unos momentos y continúe trabajando su culo. Pronto se adaptó y volvió a mover el trasero. Había llegado el momento.

—Deja el culito levantado, cariño, y avísame. Iré despacio.

Tal como estaba me puse sobre su cuerpo, ella esperaba nerviosa, sometida a mis deseos. Repartí más lubricante y, cogiéndome el miembro con la mano lo apunté a su agujerito. Muy lentamente la metí el glande, aguardé unos instantes y empujé unos centímetros. Volví a detenerme antes de seguir. Poco a poco, sin prisa, conseguí meter la polla por completo en su precioso culo.

—Voy a empezar a moverme — avisé.

—Sí — consintió.

Obligándome a ir despacio la saqué apenas y la volví a enterrar, lo repetí varias veces, cada vez ampliando el recorrido. La sensación era tan increíble que perdí un poco el control, pero es que estaba dando por culo a la mojigata de mi esposa y fue superior a mí. Tiré de sus caderas y la puse a cuatro patas, sin consideración ninguna follé su culo como un animal. Los quejidos de dolor de Lucía, afortunadamente se transformaron en gemidos de placer. Su cuerpo crispado y remiso, empezó a moverse al compás de la sodomización.

—¿Te gusta, zorra?

—Sí, me gusta, pero no soy una zorra, Juan — jadeó.

—Entonces eres una puta — insistí aumentando el ritmo. Era alucinante ver mi congestionada polla entrar y salir de su ano.

—No, pero si quieres lo seré, aaaaaggghhhh... lo seré solo para ti.

—Eso es lo que quiero. Que disfrutemos juntos sin límites ni condiciones. Se acabó la luz apagada y el misionero. Nos vamos a hartar de follar en todas las posturas y en cualquier sitio.

—Si, sí, y sigue, destrózame el culo, aaaaahhhhhhgghh....

Clavé mis dedos en su carne más fuerte y metí mi polla como un animal. Ver a mi mujer convertida en una máquina de follar me excitó hasta el infinito. Enseguida noté que me quedaban segundos.

—Me voy a correr, Lucía.

—Sí, amor. Lléname el culo, dámelo todo, aaaaaaaggghhhh..

La metí tan profundo como pude y empecé a correrme, grité como un energúmeno mientras liberaba mi furia y mi placer. Descargué mi semen junto con las frustraciones de esa tarde y de todo mi matrimonio. Lo hice con tal intensidad que terminé caído a su lado, mareado. Lucía lloraba junto a mí.

—¿Estás bien? ¿Te he hecho daño? — la pregunté preocupado. Quizá me hubiera pasado un pelín.

—Estoy muy bien, es que soy muy feliz.

—¿Has llegado a correrte?

—Dos veces — me dijo con una sonrisa traviesa.

Cuando nos recuperamos fuimos a la ducha. Luego, en pijama, nos sentamos en la cama y hablamos mucho rato. Me contó lo que había pasado con Ramón. La perdoné lo que hizo esa tarde y ella me perdonó por no evitarlo. Me confesó que la había servido para abrir los ojos, que disfrutaría del sexo y abandonaría sus ridículas costumbres. Nos prometimos mutuamente fidelidad y amor. Nos besamos y mimamos hasta quedar dormidos.

La mañana siguiente me desperté temprano. Aunque era sábado y no tenía que trabajar, me vestí sin hacer ruido para no despertar a Lucía y bajé a por la prensa. Tenía el anticuado hábito de leer el periódico en papel. Cuando entré en casa pillé a mi mujercita en la cocina, preparando el desayuno. Se la veía feliz, radiante. Estaba tan guapa que se me puso dura cuando me sonrió. Corrió a mis brazos y me achuchó cariñosa. La devolví el abrazo y la besé, o más bien la metí un morreo de película. Cuando se separó para respirar la di la vuelta y presioné sus nalgas con mi erección. Mis manos no estuvieron ociosas, bajo su pijama se apoderaron de sus magníficas tetas y las amasaron mientras besaba su cuello. Se separó y me hizo sentar arrodillándose entre mis piernas. Me bajó los pantalones y se sacó el pijama mostrando sus hermosas tetas. Aluciné cuando me aprisionó el miembro con ellas y me hizo una cubana. Viendo cómo mi polla aparecía y desaparecía entre sus grandes pechos, los restos de la sensación de culpa y traición que me quedaban desaparecieron. Después de un rato disfrutando se levantó y se inclinó sobre la mesa bajándose el pantalón del pijama y, mirando hacia atrás me dijo :

—Fóllame, cariño.

Fui buen marido y obedecí a mi querida esposa.

A partir de ese día nuestro matrimonio se fortaleció y ambos fuimos completamente felices. Ganamos una confianza y una complicidad de la que carecíamos sin saberlo. Nuestra vida sexual dio un giro radical, disfrutábamos follando en cualquier parte y de cualquier manera. Lucía le cogió el gusto al sexo anal y me lo pedía con frecuencia, incluso incorporamos varios juguetes sexuales y nos divertíamos mucho haciendo el amor.

Hay una cosa que le he prohibido a mi mujer. Por ningún concepto la permito volver a mi oficina. Confío en ella, pero me aterra que se vuelva a encontrar con Ramón. Aunque él es el involuntario responsable de nuestra felicidad actual, ese viejo tiene un don y no quiero que mi mujercita vuelva a estar a su alcance. Prefiero mantener varios kilómetros de distancia entre ellos.