Mi mujer ha vuelto
Tras un fin de semana sin ella mi cuerpo era una olla a presión. Y explotó, aún cuando el ruido de la cama no ayudase.
Siempre la he querido y por primera vez en mucho tiempo íbamos a estar separados uno del otro, así que el reencuentro debía ser formidable. Pero no siempre las cosas ocurren como nos gustaría.
Fui a recogerla al aeropuerto y al verla mi cuerpo se estremeció. Eran muchos días sin poder sentir su piel sobre la mía y mi deseo era irrefrenable. Ella era una mujer hecha y derecha, bajita con un pecho generoso y que no me cansaba de saborear siempre que podía, con un culo suave y que ardía en deseos de poder lamerlo y/o penetrarlo (habíamos catado los placeres del sexo anal y aunque no era una práctica regular, la disfrutábamos y ella conseguía alcanzar potentes orgasmos siempre que eyaculaba dentro de su cavidad oscura). Así que tras días sin ella solo contaba los minutos hasta poder tenerla encima mío pero había un problema: su familia. Ese fin de semana debíamos pasarlo junto a sus padres y primos en un pequeñísimo apartamento que nos dejaba sin apenas intimidad hasta para los menesteres más simples como ir al baño (debías pedir la vez como si fuera un supermercado!).
Llegados ya a la casa no paré de buscarla con la mirada aunque ella rara vez me correspondía: su familia la absorbía todo el tiempo y aún habiendo estado días separados no parecía que esa noche fuera a salir como yo quería.
Cuando por fin llegó el momento de acostarnos apareció el segundo problema: dormíamos en una cama supletoria que no paraba de rechinar y cualquier acto sexual acabaría convertido en un concierto de muelles ruidosos (a la par que incómodos). Así, cuando toda esperanza estaba perdida y la luz apagada, empezó el festín. Y es que ella también sentía que su cuerpo estaba a punto de explotar. Cuando su piel me rozó noté una sensación de calor que sólo podía significar una cosa: ella estaba tremendamente excitada, igual que yo. Sus pantalones cortos empezaron a deslizarse y mi mano empezó a buscar lo que tanto ansiaba, su cuerpo, su entrepierna y su culo. Muy despacio empezé a bajar hasta tocar su clítoris por encima de la braga para evitar hacer mucho ruido pero a ella no parecía importarle, ya estaba entregada al placer y su respiración se hacía cada vez más fuerte a medida que notaba cómo su entrepierna se humedecía por debajo de la braga. Mientras tanto, conseguí deslizar mi otra mano por debajo de su espalda hasta alcanzar uno de esos senos tan maravillosos y poder estrujarlo a la vez que la humedad de su coño se hacía palpable.
A continuación ella decidió tomar las riendas y se puso sobre mí. Aún no estaba preparada para ser penetrada y yo tampoco, quería que aquello no acabara rápido pero el ruido de los muelles se empezaba a hacer patente y el riesgo de que sus padres se despertaran era real. Pero luego llegó la suerte de nuestro lado: los primos empezaron a roncar y su ruido podría tapar el nuestro. No era la situación erótica que imaginaba pero nadie dijo que tuviera que ser bonito: nuestros cuerpos lo que querían era sexo fugaz y largo y evitar despertar a nadie. Y así ella vió la oportunidad y aprovechó a deslizarse por mi cuerpo buscando mi miembro visiblemente duro, caliente y excitado. Empezó a acariciarlo y enseguida empezó a chuparlo, primero de forma suave pero luego aumentó el ritmo, sabiendo que el ruido de los muelles quedaban amortiguados por los ronquidos. El sexo oral no era su favorito (ni darlo ni recibirlo, aunque yo conseguía hacerla correrse a menudo) pero puedo asegurar que fue una mamada gloriosa, su fogosidad le hacía chupar y meterse el pene más profundamente de lo normal. Al poco se cansó pero el resultado fue palpable y mi pene estaba duro como una roca, salivado y listo para que me montara.
Pero lo mejor vino entonces: si me montaba el ruido ya no sería posible de amortiguar así que ella me agarró del pene y me hizo levantar de la cama dirigiéndome hasta el sofá que habia al lado. El sofá en cuestión era lo suficientemente duro como para que no hubiera ningún ruido y así me hizo sentar en un extremo y ella se puso sobre mí, dirigiendo mi pene hacia la entrada de su vagina para a continuación penetrar fuertemente y metérsela hasta el fondo. Y así empezamos una cabalgada en donde yo ya tuve carta blanca para abrazar esos potentes y suaves senos y mordisquearlos y chuparlos como si de ellos brotara agua fría en un caluroso día de verano. Su espalda se arqueaba y a cada embestida notaba como cada vez ella estaba más y más mojada.
Llegados a ese punto yo ya empezaba a necesitar un preservativo o reventaría dentro de ella (y no tenía intención de tener otra hija/o además de la que ya compartíamos) así que aproveché para cambiar de postura y ponerla a cuatro patas, con las rodillas por fuera del sofá y yo detrás de ella e ir a por la gomita. Entonces ella se giró y me susurró al oído que no quería que acabara dentro de su vagina, que lo que realmente deseaba era que acabara dentro de su culo. Entonces bajé hasta su ano y empezé a lamerlo y a salivarlo. Cuando ya noté que mi pene estaba lo suficientemente preparado empezé a penetrarla. Ella controlaba el ritmo, poco a poco para que no le doliera y aunque ella no lo sabía, era un momento muy excitante para mí, el notar como mi pene entraba de poco a poco en su trasero y como ella iba dejando el control y me lo cedía a mi hasta el punto en que con mi pene completamente en su interior ya podía bombear a gusto. La verdad es que a ella el sexo anal le gustaba mucho, era algo prohibido y a la vez excitante, siempre decía que la sensación era indescriptible y que sólo se podía describir como de puro placer. Ella ahogaba sus gemidos pero yo notaba como en cada embestida su cuerpo le pedía más y más. En ese momento solía aprovechar y toquetear su clítoris a la vez que la penetraba, incluso metía algún dedo en su vagina para que simulara una doble penetración (cosa que habíamos probado anteriormente con consoladores).
Fue allí que ya no pude contenerme más y eyaculé en su interior, llenándola de una carga de sémen que llevaba diás acumulándose y esperando a entrar en ella. Ella, que aún no había acabado, se giró y se metió los dedos en su vagina y con la otra mano empezó a frotarse el clítoris en cuclillas en el suelo para alcanzar así un orgasmo tambien largamente ansiado por ella (muchas eran las veces que yo disfrutaba de verla correrse y que incluso eran mis dedos los que estaban en su vagina mientras ella hacía el resto). Cuando ya hubo terminado nos dimos cuenta que los ronquidos habian parado pero no parecía que nadie hubiera notado lo ocurrido. Sigilosamente nos levantamos al baño para limpiarnos (y de paso la besé apasionadamente) y volvimos a la cama, donde los muelles nos volvieron a recordar de que la noche sería incómoda. Aunque la verdad, tal y como estaba, podía haberme acostado en un tablón de púas y seguiría feliz.