Mi mujer acaba cepillandose a nuestro hijo

Del cambio en la conducta sexual de mi esposa que termina en incesto.

MI MUJER ACABA DEPILLANDOSE A NUESTRO HIJO

Tengo 41 años. Me llamo Mariano y estoy casado con una gran mujer de 40 años de nombre Isabel. Solo tenemos un hijo que cuenta con 18 años de edad.

Hace unos meses falleció mi suegra, lo que generó una fuerte depresión de mi esposa que finalmente accedió a acudir al psiquiatra.

No sé si por la terapia o por los fármacos que le recetaron pero la conducta sexual de mi mujer cambió radicalmente. Antes gustaba del sexo y lo practicábamos con asiduidad, pero ella de forma pasiva. No acababa de soltarse. Sé que le gustaba, aunque apenas le arrancaba unos leves gemidos haciendo el amor. Nunca tomaba la iniciativa y no salíamos de la postura del misionero. Cuando hacíamos sexo oral, me la chupaba sin ilusión. Jamás me hizo partícipe de fantasía suya alguna. Todo ello lo venía soportando estoicamente porque es una gran persona, excelente madre y estaba profundamente enamorado de ella, casi tanto como sexualmente insatisfecho. Por lo demás, no puedo definirla como puritana, ni decir que nuestro hogar fuera conservador, ya que –por ejemplo- jamás tuvimos vergüenza en vernos desnudos los tres; desde siempre.

Pero bueno: al mes de seguir su tratamiento médico empecé a percibir un cambio en ella que me gustó. Era más activa sexualmente; creo que disfrutaba más en la cama o –al menos- lo exteriorizaba. Comenzó a vestir más sexy. Le gustaba ver películas porno conmigo, especialmente una en la que un cachas nórdico, con una polla de espanto, terminaba eyaculando en la cara de una negrita con tal frecuencia y caudal que le dejaba empapada. Me pedía que le pusiera esa parte de la peli a la vez que le comía el coño, lo que ahora a ambos nos encanta. Yo estaba supercontento, pues siempre ansié esta actitud por parte de mi esposa.

Ella tomaba la iniciativa ahora; le gustaba cambiar las posturas y los lugares; decía obscenidades que a mí me encendían; me metía mano en sitios públicos: en el autobús, en la cola del supermercado y, sobre todo, en el cine, donde siempre me masturbaba, procurando que los vecinos de butaca se dieran cuenta. En casa le daba vicio abrirse de piernas para que le comiera la rajita y, cuando estaba cachonda, llamar por teléfono a su hermana o a su abuela; tapaba el auricular para comentarme el gusto que le daba.

A pesar de ser una mujer madurita, está muy bien; es guapa de verdad y tiene muy buen tipo, provisto de un par de pechos de escándalo, que ahora lucía gastando ropa escotada.

Una noche cenando en un restaurante le comenté que el joven camarero que nos atendía no paraba de mirarle el canalillo. Se calentó tanto que me dijo que iba a poner a mil al muchacho. Se fue al baño y, al sentarse cuando volvió, provocó que le viera los senos: se había quitado el sujetador. Cuando llegó el camarero le estuvo preguntando sobre el vino a la vez que se inclinaba para mostrarle las peras. ¡Joder, cómo me ponía todo esto!.

En la piscina de la urbanización donde vivíamos era la alegría de la fiesta para todo el personal masculino, incluido nuestro hijo. De sus mojigatos bañadores pasó al bikini minúsculo, provocando la envidia y hasta el cabreo de la mayor parte de las vecinas, por lo general ya muy mal conservadas. Aunque especialmente reaccionó a tal estímulo un vecino que, sin llegar a deficiente, andaba muy escaso de luces; pero la naturaleza le compensó con un rabo descomunal, que no dudaba en exhibir a mi esposa a través de su empapado bañador. Yo sabía que mi mujer deseaba follarse a este chaval, de manera que le invité a subir a casa a enseñarle unos juegos de la play station. Al rato de estar ambos en el salón jugando apareció mi mujer con la cara desencajada de lujuria. Le dijo al muchacho que se quitara el bañador mojado porque estaba estropeando la tela del sofá. El chico obedeció encantado, exhibiendo un cipote morcillón que ya era una barbaridad. Mi mujer me miró advirtiéndome que se lo iba a tirar. Me encantó su decisión; y disfruté de una paja salvaje que comenzó a hacerle. El chaval chorreaba flujo, lo cual aprovechaba mi esposa como lubricante en su mano, que recorría el pollón de arriba a abajo a toda máquina, dándole rabiosos topetazos en la base. El chico gritaba, jadeaba, se arqueaba, mientras su masturbadora, como posesa, le decía barbaridades conminándole a que no se corriera hasta que ella lo ordenara. Mi esposa pasó de la paja a la mamada, lamiendo el glande y relamiéndolo, tragándosela tanto que le daban arcadas, provocando aguarijas que aumentaban la lubricación. Yo me lancé al suelo, debajo del culo de mi mujer, que estaba en cuclillas, colocando su coño al alcance de mi boca para comérsele a lo bestia. Le abrí los labios menores y le metí la lengua todo lo que pude. ¡Cómo gozábamos!.

Cuando el calentón nos superaba ella se montó al muchacho incrustándose su mazo hasta lo mas hondo, a la vez que lanzaba un grito que creo se escuchó en toda la urbanización. Sin tregua comenzó a follarlo como una máquina, separándose las nalgas con ambas manos para que su agujero se abriera a tope. Así recibía el rabazo en su totalidad. Todo era chorreo; un "chof chof" sonaba poderosamente. Mi mujer se arqueaba tratando de que el pollón no se le escapara ni un milímetro y se recreaba rotando su coño contra los huevos del chico. Cuando el chaval no daba más de sí ella empezó a cantar los espasmos eyaculadores. Perdí la cuenta, pero cuando se bajó de él percibí como se le escapaba del coño un torrente de esperma. Terminó por limpiarle el rabo con la boca y la sesión se dio por conclusa.

Mi mujer se había emputecido al máximo; y a mí me había tocado la lotería, pues cada vez disfrutaba más con sus ocurrencias y calenturas.

Una noche me dijo que pidiéramos una pizza a domicilio y que se iba a tirar a quien la trajera, fuera chico o chica. Al rato llamaron a la puerta y el repartidor era un joven de unos 20 años. Mi mujer le recibió con una bata de raso y las peras medio fuera; le hizo pasar a la cocina y allí se lo calzó. Primero le hizo la protocolaria mamada y luego se subió abierta de piernas a la encimera. Este joven no estaba muy bien dotado, pero a mi esposa le dio igual. Lo rodeó con brazos y piernas estando él de pie y se le folló durante unos 20 minutos. ¡Cómo empujaba la muy viciosa!. Yo lo vi todo desde la entornada puerta.

Pasados los días ocurrió algo que desbordó mi capacidad de asombro. Estabamos follando como locos en nuestra cama y a punto de alcanzar el orgasmo comenzó a llamarme "hijo". Al principio pensé que solo era una frase; pero me quedé mudo cuando me pidió que le dijera burradas haciendo con que era mi madre. Yo objeté que a mí mi madre no me ponía y ella me dijo: "pero a mí nuestro hijo sí". La fantasía incestuosa me apeteció; ¡joder! no me importaría tirarme a mi madre si estuviera tan buena como mi mujer; de manera que me solté y le llamé de todo, acabando juntos en un clímax bestial. Tumbados en la cama, ya recuperados, pregunté a mi esposa si había sido solo una fantasía, a lo que contestó que deseaba montárselo con nuestro hijo, pero que no quería que me sentara mal.

Sinceramente, contagiado del emputecimiento de mi mujer, la idea me pareció súper excitante. A fin de cuentas nuestro hijo ya era un hombre, aunque yo intuía que virgen aún. Por otra parte, tras el cambio de mi mujer, algo debió sentir nuestro chaval, pues yo le notaba muy pendiente y excitable con su madre, lo cual no me extraña, porque provocaba las más salvajes pasiones.

Así, pensamos cómo hacer realidad el deseo de mi esposa. Yo sugerí que lo provocara y también pedí que quería verlo todo. Convinimos que después de comer le haría creer que me había marchado y se lo llevaría a nuestro dormitorio, donde lo harían y yo podría verlo oculto en el vestidor. Me pareció bien y la escena se desarrolló de la siguiente manera:

Mi mujer fue al dormitorio teóricamente a echarse la siesta e invitó a nuestro chico a acompañarla. Hacía calor, por lo que él estaba en bañador y ella con su bata de fino raso, pero parcialmente abierta en el escote, dejando ver la magnífica curvatura de sus pechos. Se tumbaron en la cama y comenzó a preguntarle qué tal le iba en el instituto. El dijo que ya sabía que sacaba buenas notas. El diálogo continuó:

- No me refiero a las notas, sino a las amistades, hijo.

- ¡Ah!, bien mamá, tengo muchos amigos.

- ¿Y amigas?, hijo.

- También muchas mamá.

- ¿Alguna especial?, ya sabes, novieta o así.

- No, de eso nada.

- ¿Pero hijo, es que no te gusta ninguna chica?.

- Me gusta una mujer, mamá.

- ¿La conozco yo?.

- Sí.

- ¿Es de aquí?.

- Sí, de la urbanización.

- ¿Ah sí?, ¿y de qué portal?.

- Del nuestro, madre.

- Venga hijo, dime quién es.

- Es que me da palo.

  • ¿Pues en qué piso vive hijo?.

- En el segundo, madre.

- ¡En el nuestro!. Entonces es Marta.

- No mamá.

- ¿Su madre?, que es muy guapilla.

  • ¡Que va!.

- La otra vecina, la gordita, no puede ser.

  • ¡Joe, mamá!, si es una vaca.

- Entonces solo quedo yo hijo.

- Es que eres tú; ¡joder, que vergüenza!.

  • No te dé vergüenza, si me halagas, pero comprende que eso no está bien porque soy tu madre.

- Pero...en otras culturas...mamá...

- Ya, pero no en la nuestra.

Llegado este punto mi esposa lo tenía a huevo. Yo sabía que no iba a perder el barco y -de hecho- aceleró.

- Y dime, hijo, ¿qué te gusta de mí?.

- Todo, mami, todo: tu cara, tu pelo, tu cuerpo, tu olor, tu aliento...

Según decía esto el chico su madre aproximaba la boca entreabierta a sus labios. El muchacho no defraudó y comenzó a pegar un morreo de escándalo a su madre. El deseo se adueñó del dormitorio. Se besaban apasionadamente, jugando con sus lenguas, enroscándoselas, lamiéndose los dientes, mordiéndose los labios. Mi hijo llevó una mano al pecho de su madre, que lanzó un gemidito de complacencia, dejándose, a la vez que lo besaba con más ardor.

Yo, desde mi puesto, estaba tan caliente que comencé a masturbarme.

Mi hijo siguió sobando los senos a su madre, terminando por abrirle la bata para liberarlos. Mi esposa se estiró, ofreciendo sus pechos y sus pezones puntiagudos. El comenzó a lamerlos con mucha delicadeza, rodeando los botoncitos con la punta de la lengua lentamente; así un buen rato, pasando luego a succionarlos alternativamente. Su madre gemía desatada, pidiendo más. El comenzó a pellizcarlos y estirarlos, subiendo varios grados el calentón de ella.

Mi esposa se fijó en el paquete de su hijo, que estaba abultadísimo. Le hizo quitarse el bañador y se quedó boquiabierta al ver el pollón del chaval. Enorme, completamente irrigado de venas, con un glande rosado y brillante, empapado. Comenzó a rozarle el capullo con las yemas de los dedos, cobijándole, como si un coñito lo recibiera. Siguió masturbándole a pleno puño, arriba y abajo, una y otra vez, muy despacio, luego un poco mas rápido y con más recorrido, pasando finalmente a pegarle un pajazo bestial, preguntándole si le gustaba.

- Me encantaaaaaaaaaaaaaaaa, mamiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Pero, ¿sabes?: tengo un amigo que me ha dicho que su madre se lo hace con la boca.

- ¿No me digas?.

- ¿Tu sabes hacerlo mamá?.

- Pues claro hijo.

  • ¿Te gusta hacerlo mamá?.

- Me vuelve loca.

- Me gustaría probarlo mamá.

Dicho esto mi mujer se consagró a hacer una felación a su niño con todo su amor. ¡Qué bien se la chupaba!. ¡Cómo les gustaba! –y a mí también verlo-. Le pasaba la punta de la lengua por el frenillo bien estirado. Se la metía en la boca, aplicando un suave masaje con los labios al círculo dónde acaba el capullo. Le amasaba los testículos. Tiraba de la piel del escroto para tensar el frenillo y sacar a tope el glande. Lo pajeaba. Lo besaba. ¡Uffffffffffffffffffffffffffffffffff!.

- ¿Te gusta mi amor, mi niño?.

- Me encanta, mamiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Así estuvieron bastante rato, hasta que mi mujer le preguntó:

- Mi amor, ¿has visto un coño alguna vez?.

- Solo en libros y revistas.

  • Te voy a enseñar el mío.

Se quitó la bata y se abrió de piernas, ordenando al chico que acercara la cabeza a su felpudo.

  • ¿Qué te parece hijo?.

- ¿No es como en las fotos?.

- Jjajajajajjajaja, es que hay que abrirlo. Mira.

Mi mujer se estiró los labios sonriendo golfamente.

- ¿A que ahora sí que es como los de las fotos niño?.

- Ahora sí, mamá. Ahora sí.

  • ¿Ves los labios mayores, los menores, el clítoris, el meato y...la vagina hijo?.

- Sí, mami, ¿puedo tocar?.

- Claro, rey, pero has de humedecerte los dedos.

Mi hijo se chupó varios y comenzó a acariciar la raja de su madre. Ella gemía, levantando las caderas, invitándole a dar un paso más.

- Que bien huele mamá.

- Pues te aseguro que sabe mejor, cariño.

El muchacho entendió. Su lengua delineaba la sonrisa de su madre, dibujando ésta en su rostro otra horizontal. Le chupaba con ansia; creí que se volvería loco. Comenzó a meter dos dedos en la gruta de su madre; ésta empujaba para que entraran a fondo, pidiéndole más: tres, cuatro y, al final, el puño entero, que se deslizó fácilmente con el mojadón que presentaba mi esposa. Al sentir todo dentro ella lanzó un grito bestial; pensé que le había hecho daño, pero al contrario, se movía como loca con el puño dentro.

A los pocos minutos le dijo que le iba a desvirgar. Le ordenó rozarle el coño con el capullo empapado y, en una de esas, lo tomó y lo dirigió al agujero.

- Empuja despacito mi amor.

- ¿Así?.

- Así, así. Mete y saca, poco a poco, hasta que llegues al fondo.

- ¡Guauuuuuuuuuuuu!, mamá que delicia.

- ¿Qué sientes mi rey?.

  • Ufffffffffffffff, mamá, un tubo caliente, suave, blandito y mojadoooooooooooo.

- Ahora, mi niño, dame más cañita.

  • ¿Cómo?.

- Que vayas más rápido y que la saques y la metas más.

- ¿Así, mamá?.

- Así, así, más caña, hazme tope, rómpeme el coño.

  • ¡Que gustó mamá!.

- Hijo, voy a levantar las piernas para que te entre mejor, verás que bien.

- ¡Joder mami!, que pedazo de coño tienes.

- ¿Te gusta el chocho de mami eh?, pues empuja bien fuerte y cómeme las tetas. Llámame puta, por favor.

- No mamá, no quiero insultarte.

- Que sí, rey, que es un juego, que me pone mucho.

  • Toma zorra, que suerte tiene papá, que te puede tener todos los días.

  • Y tu lo vas a hacer también a diario, te lo prometo.

Follaban como locos. Mi mujer le amasaba las nalgas trayéndole hacia ella, metiéndole a tope, levantando las piernas, empujando con las caderas como una loca.

- ¡Fóllame cabrón!, ¡échame toda la lefa dentro que me voy a correr!, ¡lléname de crema el coño!.

- Sí guarra, toma pollaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

- Me corro, me vengo todaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

- Espérame cerda, que acabamos a la veeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeezzzzzzzzzzzzzz; ojalá que llegará papá ahora para que viera lo puta que eres.

- Uhmmmmmmmmmmmmmm, me encantaríiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiia que nos pillara.

Al oír eso, salí del escondrijo con la polla hipertiesa. Me acerqué a la cama y mi hijo puso una sonrisa delatando que sabía que estaba allí desde el principio.

- ¡Joder papá!, ¡que mujerota tenemos!. Me corrooooooooooooooooooo.

- Y yo mi amoooooooooooorrrrrrrrrrrrrrrrrrrr –exhaló mi mujer-.

Agarré a mi hijo por la cintura y le saqué de su madre. Me eché sobre ella y le metí el pene de un golpazo. Le pegué 30 empujones con toda mi fuerza, consiguiendo que se corriera otra vez. ¡Que gusto me dio!. Noté como mi lefa se mezclaba con la de mi hijo en tan complaciente chochazo.

Desde entonces follamos los tres continuamente. A veces juntos, otras por separado. No es infrecuente llegar a casa y pillarles dándole en cualquier sitio. O que llegue nuestro hijo y nos sorprenda gritando obscenidades.

No pensamos parar en este delirio sexual.