Mi misteriosa desconocida
En una playa desierta, una chica desnuda lucha contra las alborotadas olas y contra su implacable destino...
Mi misteriosa desconocida
Me encuentro en un pueblecito de costa totalmente solo y disfrutando cada minuto de esta soledad como si fuera el último de mi vida. Atrás se quedó el agobio de la gran ciudad, el implacable horario de trabajo y ese montón de cosas que estructuran una vida, la mía, y de las que en algún momento hay que huir, aunque sea temporalmente, para reflexionar y tomar un nuevo impulso. Este estado de ánimo, me impulsó a pedir unos días de permiso en el trabajo, coger el coche, un liviano equipaje y dirigirme al Sur para intentar poner en orden algunas cosas que me daban vueltas en la cabeza.
El lugar que elegí para mi retiro fisico-espiritual, era un pueblo pequeño, anteriormente pesquero y que ahora vivía del turismo estacional y de los ingresos que le reportaba el estar situado en una zona de especial atención medioambiental. El pueblo disponía de unas pocas casas de planta baja, algún bar especializado en pescado fresco y un hotelito pequeño frente al mar que fue donde encontré hospedaje por unos días. El hotelito estaba regentado por una familia muy agradable y el trato era correcto y muy amable. A los pocos días llegué a sentirme como uno de más de la familia.
Por la mañana me levantaba pronto, he de decir que también me acostaba muy temprano, era el mes de enero y por las noches el pueblo se quedaba muy tranquilo. A mí eso me venía fenomenal, porque había venido a descansar y además, así aprovechaba plenamente la mañana del día siguiente. Los días eran muy cortos y oscurecía muy rápidamente. Como he dicho, me despertaba temprano, cogía el coche y me marchaba a visitar algunos de los interesantes lugares que recordaba de anteriores visitas y algunos nuevos que me recomendaba la dueña del hotel o alguno de sus hijos o nueras. Aquel era mi último día y me dispuse a seguir la carretera que bordeando la costa me llevaba hacia el Este. La carretera era muy estrecha y serpenteante . Presentaba muy poca circulación, creo que solamente me crucé, en todo el camino de ida, con un pequeño camión de reparto y no necesité efectuar ningún adelantamiento. El viaje fue una gozada, pude viajar totalmente abstraído en mis pensamientos y disfrutando de las vistas del mar y de las montañas que venían a morir en sus aguas. A media mañana me paré en una pequeña barriada de pescadores para descansar un poco, y comprar algunos suministros para la comida. Había pensado acercarme a una pequeña playa que ya conocía y de la que tenía muy buenos recuerdos. Deseaba pasar el día oyendo únicamente el rumor de las olas y viendo naturaleza desnuda, alejado de toda huella humana. Charlé con algunas personas que había en un establecimiento medio bar medio tienda de comestibles, hice la compra y me dispuse a seguir mi camino. Una hora más tarde llegué a un pequeño anchurón apartado, en el que debía dejar el coche y cargar con las provisiones. Desde allí hasta la cala tendría que caminar unos 20 minutos. Sin más dilación me puse en marcha y por pequeñas torrenteras que habían erosionado la ladera de la montaña fui descendiendo rápidamente hasta la playa, a la vez que disfrutaba de un silencio tan profundo como ya no recordaba. De vez en cuando alguna gaviota, planeando sobre la suave brisa, me sobrevolaba como amable anfitriona que me viniera a recibir dándome la bienvenida. Llevaba ya un buen rato caminando cuando, el rumor del mar rompió el silencio y antes de ser visto, me anunció su presencia. Tras una cerrada curva, el mar se abrió ante mí en todo su esplendor. Aunque no hacía mucho viento, el mar estaba alborotado y un sin fin de olas avanzaban hacia la orilla subiéndose unas sobre las otras, en una danza interminable. Mirando desde la arena, que era blanca y gruesa muy de mi gusto, y en el centro de la playa, destacaba una gran roca que surgía poderosa del mar y que luchaba a brazo partido con el romper de las incesantes olas. Éstas a cada embate rugían y saltaban enloquecidas, transformadas en increíbles penachos de espuma con los que el viento jugaba a su antojo. Viendo esta maravillosa, imagen recordé con pesar, que no había traído la cámara de fotos en este viaje. Pensé, y eso me reconfortó, que lo mejor era llevarme las imágenes en la retina y disfrutar de ellas intensamente. Busqué un lugar resguardado en el que pudiese gozar de unas vistas más abiertas y allí me coloqué. Al principio pensé que estaba solo pero una vez acomodado, observé que alguien, desde luego con mucho valor, nadaba de lado a lado de la playa desafiando el ir y venir de las impetuosas olas. Me entretuve un momento observando la lucha de el o la bañista con el oleaje y me dispuse a dar buena cuenta de las viandas.
Estaba en ello cuando vi salir del agua la intrépida persona que a pesar de las desafiantes olas y la seguramente fría temperatura del agua, se había dado ese atrevido chapuzón. Era una chica joven, de pelo moreno, largo y rizado. Era alta y esbelta, con un cuerpo hermoso y unos movimientos gráciles y ligeros . Estaba desnuda y con las dos manos y sobre uno de sus hombros escurría sus cabellos mientras se dirigía caminando por la orilla al extremo de la playa opuesto al que yo ocupaba . Esa imagen de tan bella desnudez, junto al color turquesa del mar, el azul intenso del cielo y los tonos cálidos de la montaña, me produjo una grata impresión. Mi comida fue muy frugal, unos tomates, unas cuantas zanahorias y un bocadillo de tortilla con queso. Me tumbé boca arriba para sentir como el Sol suavemente me regalaba su calor. Tocaba sestear un rato.
Estaba cayendo dulcemente en los brazos de Morfeo, cuando sentí una presencia cerca de mí, abrí los ojos y junto a mí se encontraba mi vecina de playa. Llevaba por todo vestido un vaporoso pañuelo estampado, cogido por encima del pecho que le cubría hasta un poco más arriba de sus rodillas. Iba desnuda y el pañuelo apenas disimulaba las aureolas de sus preciosos pezones y sus maravillosas curvas. El pelo, que era de un color negro azabache, lo llevaba recogido en una especie de moño informal sujetado con un pasador de madera. Era muy guapa, tenía los ojos muy vivos y de un precioso color miel y además de sus marcados pómulos destacaba en su rostro una boca grande con unos exuberantes y sensuales labios rosados. Sus orejas eran pequeñas y muy bien formadas. Con mucha educación se dirigió a mí y me preguntó si pretendía bañarme. Yo me incorporé y no supe que decir. Su enorme belleza y esa pregunta tan directa e inesperada, me dejaron durante unos instantes totalmente desorientado. Reaccioné y le dije que creía que no me bañaría, pues el agua debía estar muy fría y con tanto oleaje no me apetecía. Su piel era muy blanca, de un blanco exagerado, se quedó mirándome con una mirada profunda, y me respondió que hacía muy bien en no bañarme ese día. Aunque la situación me tenía un poco aturdido, intentando mostrar normalidad le comenté, en broma, que si decidía bañarme le avisaría para que me observara y ayudara en caso de que fuera necesario. La nombraba mi vigilante de la playa particular. Ella sonrió, se arrodilló en la arena y acercándose hacia mí y casi al oído me dijo que se llamaba Elisa.
Su cabeza me ocultó el Sol y con su cuerpo a contraluz depositó un precioso beso en mis labios. No me había recuperado de la sorpresa del primer beso, cuando de nuevo posó sus voluptuosos labios sobre los míos y me volvió a besar de nuevo con suavidad, pero esta vez de forma profunda. ¿Esto estaba ocurriendo en realidad o era un sueño?, se incorporó, me dio las gracias y se marchó a pasear por la orilla de la playa. Sus labios me parecieron fríos y su lengua dejó en mi boca un agradable sabor a sal y frescor de algas marinas. Me quedé absorto contemplándola. Caminaba ensimismada por el rompeolas y de vez en cuando, se paraba para recoger tal vez alguna piedra o quizás conchas y caracolas que encontraba a su paso. Recorría la playa de un extremo a otro y cuando volvió a la altura del lugar que yo ocupaba, me miró y me regaló su preciosa sonrisa. La tarde estaba decayendo y con ella mis mini vacaciones. Mañana saldría de vuelta y a estas horas, seguramente estaría ya en casa. La idea me deprimía terriblemente. Me levanté y me dirigí al rompeolas para dar un paseo y de paso intentar charlar con mi misteriosa compañera de playa. Ella estaba de espaldas a la arena y abstraída, miraba el ir y venir de las olas. La estreché por detrás, (no se sorprendió, parecía que lo estaba esperando), le tomé los brazos por delante y al oído le susurré que la deseaba. Se dejó abrazar y agarrándome a su vez las manos inició una deliciosa danza, que consistía en un suave movimiento pendular y girado de los dos cuerpos estrechamente unidos. La dije que se viniera conmigo, pero me dijo que eso no era posible. Con voz suplicante y melosa, me rogó que me quedara esa noche con ella en la playa. A mi me pareció una broma e iba a decirle algo, cuando suavemente posó el dedo índice de su mano derecha en mis labios y me impuso silencio. Tengo una pequeña tienda de campaña y un saco donde podemos pasar la noche, me dijo. Yo sabía que en las playa no se puede pernoctar, además no teníamos comida para pasar la noche y así se lo dije. Ella, haciendo oídos sordos, me preguntó si tenía agua potable, le dije que era de lo poco que me quedaba de la compra que había hecho por la mañana. Me miró y sonriéndome obstinada me dijo: nos quedamos.
Montamos la tienda cuando la noche empezaba a caer. Abrazados, vimos un hermoso atardecer y contemplamos como el cielo, de una transparencia casi mágica, nos obsequiaba con una maravillosa luna en creciente rodeada de infinitos puntos luminosos. Me nombró numerosas constelaciones, explicándome el origen de sus nombres y yo sólo la interrumpía para decirle que se viniese conmigo. Se lo sugerí tantas veces como estrellas había en el cielo y siempre obtenía la misma respuesta: no es posible, no es posible,... Una gran tristeza se apoderaba de mí y le rogaba que me diese una explicación a su negativa. Ella me dijo que me lo contaría más adelante. Cansados y con frío nos introdujimos en la tienda. En el silencio de la noche, y aunque la tienda estaba cerrada, los sonidos de algunos animalillos que aprovechaban la noche para comenzar su frenética actividad, me ponían un poco nervioso. Elisa me calmaba y me transmitía seguridad, (ella había hecho mucha acampada libre según me dijo). Nos metimos en el saco desnudos para coger calor, pues la noche se estaba poniendo fresquita de verdad. Me pegué a su espalda y comencé a besarla por detrás, primero fue el cuello, después sus hombros y finalmente toda su preciosa espalda. Los besos se alternaban con bocados suaves y el tacto de los labios y a veces la presión de los dientes, producían en Elisa placenteras sensaciones que hacían que su cuerpo se arquease unas veces a un lado, otras al otro de forma involuntaria. Se giró y sonriendo se me subió encima y me besó en la boca, me agarró por las muñecas y me acarició con sus sensuales labios el cuello.
Del cuello, en un movimiento continuado, se bajó al pecho y pasó a acariciarme los pezones. Mientras succionaba uno de ellos, el otro lo acariciaba dibujando interminables círculos con uno de sus dedos humedecido en saliva. Las sensaciones eran tan excitantes que éstos, los pezones, inmediatamente adquirieron una gran rigidez. El placer con mayúsculas y una felicidad plena me envolvían, pero ella, dueña de la situación, modificaba a su voluntad mis sensaciones. Jugaba conmigo y de un tacto tranquilo y reposado cambiaba de pronto a un ritmo ansioso y frenético que me llevaba a un paroxismo enloquecedor. No pude aguantar más, con suave determinación la volteé sobre su espalda. Estaba decidido a ser yo quien dirigiera de nuevo las operaciones. Nuestra danza-amorosa, era como un interminable juego sincronizado, de ahora dirijo yo y tú consientes y al contrario. De esta manera los placeres que uno de nosotros provocaba como emisor al otro, éste posteriormente los recibía como destinatario. La cogí de las muñecas, la inmovilicé y la besé en la boca y bajando por su cuello acabé besándole sus sedosos pezones. De nuevo su cuerpo oscilaba a lado y lado fruto de las intensas sensaciones que sin duda experimentaba. Bajé hasta su vientre, con la lengua sorbí la sal de su ombligo y descansé, por un instante, mi mejilla en su mullido monte de Venus. Me entretuve en la cara interna de los muslos, allí donde la piel es nácar. Mediante los besos y los suaves bocados que le daba, le transmitía mis deseos más profundos y la llevaba a un estado de excitación enorme. Ella me cogía por los cabellos y luchaba por retirarme de tan sensible lugar, pero no estaba dispuesto a claudicar por ahora. Con la lengua le abrí los labios de su dulce vulva, saboreando con delectación su sabroso sabor a mar. Un poco más arriba y donde se unen sus labios menores, me encontré con su clítoris, que erecto anhelaba mis suaves caricias. Lo acaricié con la punta de la lengua y lo cubrí de besos. Ella se convulsionaba, gemía y suspiraba con gran agitación. Mi lengua jugaba en la entrada de su vagina y subía hasta su clítoris cada vez más excitado. Los movimientos ascendentes y descendentes de su pelvis cada vez más frecuentes me anunciaron que su orgasmo ya era inminente. Un profundo suspiro y la posterior relajación de todo su cuerpo, me confirmaron que el ansiado éxtasis había llegado para ella. Me alcé y le regalé un tierno beso en su
lujuriosa boca. Pasaron unos instantes y sorprendentemente, la noté un poco contrariada pues según me confesó, pensaba que todo había ocurrido demasiado deprisa. Me disculpé y la tranquilicé asegurándole que no había ningún problema, teníamos toda la noche por delante. Cansada y muy relajada, se tumbó a mi lado, me acarició el pecho y bajó la mano hasta mi pene. Constató el estado de excitación en que se encontraba, y bromeando con que le apetecía un yogur natural, lo agarró y metió el excitado glande en su boca y con la lengua jugaba con él dibujando redondelitos en un sentido y en el contrario. Sentir mi glande coronado por sus hermosos labios y notar su húmeda lengua acariciándome de esa manera, desencadenaba en mí el frenesí más absoluto. Intenté retirar su boca del sensible lugar en que se había instalado, pues un familiar escalofrío me avisaba de que el ansiado final estaba muy cerca. Ella no sólo no se retiró, sino que al sentir la proximidad de mi éxtasis, se introdujo el pene en la boca y agarrándolo con las dos manos ayudó la llegada de su ansiado yogur con un rítmico batido. Varios grandiosos espasmos azotaron mi cuerpo y me vacié sin remisión dentro de ella, quedé totalmente extenuado y feliz. Se echó junto a mí y dándome un sonoro beso en la mejilla, me susurró: estamos empatados.
La noche transcurrió en un duerme vela de amor y sexo relajado, lo mismo ella se subía sobre mí y me cabalgaba como una experta amazona hasta llevarme al éxtasis más absoluto, como yo, una vez recuperado, la cogía por detrás y a cuatro patas la poseía como si fuésemos dos animales en celo. Con el desgaste del amor y sin energía (no habíamos cenado), el cansancio se apoderó de mí de una manera fulminante y abrazado a mi enigmática compañera me quedé profundamente dormido. A lo largo de la noche y en repetidas ocasiones, abrí los ojos y vi a Elisa con los ojos abiertos mirándome con ternura, mientras dulcemente me acariciaba. Yo le decía duerme y ella me contestaba, no tengo sueño ya dormiré. Vente a vivir conmigo, le rogaba en un susurro y ella me respondía, mañana lo hablamos amor. Yo le sonreía, le acariciaba su bello rostro y volvía a quedar dormido.
A la mañana siguiente, el Sol me despertó temprano y sorprendentemente me encontré tumbado en la arena dentro del saco de dormir de Elisa. ¡No había ni rastro de ella ni de su mochila y mucho menos de la tienda de campaña dónde habíamos pasado la noche!. El mar estaba muy tranquilo y la playa vacía. Busqué a Elisa por todos los rincones y la llamé a gritos hasta que me dolió la garganta, pero no la encontré. Parecía como si se la hubiese tragado la tierra. Preocupado y desorientado me vestí y subí hasta el coche, miré por si veía algún rastro de la que había sido por una noche mi amante desconocida, pero todo fue inútil. Decidí coger el coche y buscarla por los alrededores, y mientras nerviosamente sacaba las llaves del bolsillo del pantalón, me fijé en que en el parabrisas del coche y cogido por las escobillas, había lo que parecía una hoja de periódico vieja, arrugada y quemada por el Sol. Cogí la hoja del periódico y era de un diario local. Con un rotulador rojo, alguien había destacado una noticia que, a pesar del estado de excitación en que me encontraba, llamó poderosamente mi atención.
La noticia venía a desarrollar un triste suceso que había tenido lugar un 21 de enero de hacía tres años. En él se narraba como un grupo de chicos y chicas que habían ido a pasar el día en una playa de la localidad llamada del Peñón Blanco, habían echado de menos al atardecer a una de las chicas del grupo llamada Elisa. Los últimos que la vieron aseguraban que, a pesar de las advertencias de sus compañeros y compañeras, se había adentrado en el mar para darse un baño. Como era muy buena nadadora en principio no se preocuparon. Fue un tiempo después, cuando fueron a llamarla para la merienda, cuando la echaron de menos y se alarmaron. Las fuerzas de orden públicas: policía, guardia civil terrestre y marítima y protección civil la anduvieron buscando durante varios días sin encontrar rastro de ella. Miré la foto de la desaparecida y, ¡era Elisa mi compañera de la playa!. Las piernas me temblaron y a punto estuve de irme al suelo, me apoyé en el coche totalmente desconcertado. Frente a mí y al otro lado de donde había aparcado el coche había un cartel que estaba muy nuevo. Debían de haberlo puesto hacía muy poco, en él podía leerse: Playa del Peñón Blanco.
Todo esto resultaba aterrador pero encajaba a la perfección, la desaparecida era Elisa, la playa era la misma y hoy era, miré mi reloj de pulsera 22 de enero, es decir ayer se cumplía el tercer año de su desaparición. Todo esto me pareció un mal sueño o más bien una terrible pesadilla. Totalmente abatido, me asomé al acantilado. Miré hacia el ahora calmado mar, y con un vacío enorme en el corazón, me despedí de Elisa, le susurré que siempre la llevaría en mi corazón y le pedí que me esperara el 21 de enero del año próximo. Fin
Salud y suerte. Opus 2010