Mi mercedes
Por dinero hacemos varias cosas. Y por un flamante Mercedes Benz, ¿tú que estarías dispuesto a hacer?.
Mi matrimonio resultó ser una de las mejores inversiones de mi vida. Conocí a Lorena en una de esas fiestas aburridas donde lo que uno menos espera es pasársela bien. Había asistido con la única intención de relacionarme, con un estructurado y muy bien pensado plan para estar en el sitio correcto, en el momento justo y con la gente adecuada.
Mi empresa de importaciones y exportaciones no había resultado ser tan buen negocio como yo había esperado. Mi padre, por más que le imploré y le rogué no quiso darme ni un centavo más de la herencia familiar, y ante la negativa no tuve más remedio que endeudarme.
Próximo a cumplir los 30 años me encontraba en la flor de la vida y en un callejón sin salida. Eduardo, mi mejor amigo, me dio un sabio consejo: búscate una vieja rica y quítate de problemas. Así fue como empecé a asistir a cuanto evento social me invitaran. Nunca antes lo había hecho. Yo prefería las discotecas, llenas de música, alcohol y los mejores culos que uno pudiera desear. Me había cogido a un montón de niñas fresa y bonitas, aunque a veces algo estúpidas. Me metí en varios problemas, pero siempre supe salir bien librado. Ahora debía cambiar de estrategia, porque esos culitos, por muy sabrosos que estuvieran no me iban a sacar del atolladero.
Gracias a esa decisión me topé una noche con Lorena.
Era la fiesta más aburrida a la que hubiera asistido nunca. Un escultor loco presentaba una exposición con todas sus obras, absolutamente horribles todas ellas. Afortunadamente había buen vino y una que otra señora de muy buen ver. Me prometí que me quedaría solo media hora, si lograba aguantar. Fingí estar interesado en las mamarrachadas del escultor cuando se acercaron el más bello par de piernas que había visto en mucho tiempo. Enfundadas en unas medias negras, largas y torneadas, mi vista ascendió hasta el ruedo de una falda ajustada que revelaba unos muslos llenos y bien formados. Subí la vista y me encontré unos ojos verdes y unos labios rojos que me sonreían. Era Lorena.
Nuestro noviazgo fue rápido. En cuanto me enteré que además de bonita era la heredera de una enorme fortuna, pedí prestado a todo aquel que se dejó y la cortejé a todo lujo. La boda, la luna de miel en Bahamas y el resto de acontecimientos fueron como un sueño.
Cinco años después, estoy en mi cama, y despierto con una fuerte resaca. Lorena está a mi lado, desnuda y ebria todavía. A pesar de eso la encuentro deseable. Boca abajo, sus bonitas nalgas me provocan una erección. Le paso la mano por la espalda, fina y blanca. Está perdida e inconsciente. Eso me excita más todavía. Mi verga está dura y me acaricio los huevos suavemente, mientras mi mano entra en medio de sus piernas. Tiene el coño seco, lo cual es muy raro en ella. No he conocido mujer más dispuesta al sexo, siempre con la raja mojada a la menor provocación. Le meto un dedo en la vagina y lo saco para olerlo. Su aroma es inconfundible, al menos para mí. Lo lamo y un ramalazo de deseo me obliga a montarla, a pesar de su estado.
Le abro las piernas y me coloco en medio. Le separo los muslos con mis rodillas y descanso el abdomen sobre sus nalgas frías. Le coloco la punta de la verga en el coño y empujo para metérsela. Le falta lubricación, así que procedo con lentitud. Lorena se queja en medio de su sueño alcoholizado, pero no me importa, porque ya estoy bastante caliente. Le meto la verga hasta la mitad mientras deslizo una mano bajo su cuerpo buscándole los pechos. Localizo un pezón al mismo tiempo que le entierro la verga hasta el fondo. La sensación de su vagina apretando mi pene es gloriosa. Comienzo a moverme dentro de su cuerpo.
Lorena abre los ojos. Voltea hacia atrás tratando de verme. Tiene la mirada perdida y una mueca de disgusto en los labios aún rojos con el carmín de la noche anterior.
Charlie, no tengo ganas ahora balbucea medio dormida déjame en paz.
Me paro en seco. No puedo creerlo. Aun con la verga dura y dentro de su cuerpo, un sudor frío corre por mi espalda. Yo me llamo Andrés.
Después de este incidente, preferí irme de viaje por una semana antes que ponerme a pelear. Lorena era muy importante para mí. Su dinero había sacado mi empresa adelante, aunque en realidad yo no vivía de mi trabajo. Lorena tenía suficiente para los dos, y mucho más. Me había habituado a la buena vida y a los lujos. El enterarme de que me era infiel no iba a cambiar eso, y yo tampoco me había portado muy bien que digamos. Varias de sus amigas ya habían pasado por mis armas. Lo pensé mejor, puse las cosas en la balanza y regresé del viaje cargado de regalos.
Encontré a Lorena en la piscina, con un diminuto traje blanco que hacía lucir su bella figura. No estaba sola. Claudia y Mario se asoleaban con ella bebiendo margaritas. Me acerqué a ellos y Lorena me recibió amorosa y sensual. Me besó como si estuviéramos solos, metiéndome la lengua profundamente. Sus pechos se aplastaban contra mi delgada camisa de lino, desbordando el blanco bikini y mi verga comenzó a reaccionar. Turbado, traté de disimular el bulto de mis pantalones, mientras Claudia y Mario nos miraban sonrientes.
Ponte un traje de baño y vente a nadar me sugirió Lorena o mejor aún, no te pongas nada añadió pícaramente.
Solté una carcajada nerviosa y me alejé antes de que notaran mi turbación. Entré en la casa, perplejo por su comportamiento. Mario y Claudia eran un matrimonio que habíamos conocido apenas un mes antes, y no había tanta confianza entre nosotros como para andarnos exhibiendo de aquella forma. En mi cuarto, mientras me desnudaba me asomé por la ventana. Lorena estaba de espaldas a mí, y Mario le untaba aceite en la espalda. Lorena se había desabrochado la parte superior del bikini y se sostenía los pechos con las manos. Me quedé helado. Me puse unas bermudas largas y al recordar que Mario llevaba puesta una pequeña truza amarilla me cambié las bermudas por un bikini blanco que le haría juego al de mi mujer. Me miré en el espejo. El bulto de mi sexo se veía tremendo. Me acomodé los huevos, tratando de que los pelos no asomaran fuera del bañador, y me alegré de haber dedicado tantas horas al gimnasio. Mi abdomen marcado y sin grasa me llenaba de orgullo. Apreté los pectorales y flexioné los bíceps. Estaba en buena forma y Mario no podría opacarme.
Me reuní con ellos y disfruté con las miradas apreciativas que me lanzaron, tanto las de ellas como la de Mario, en evidente desventaja frente al notorio bulto de mis genitales. Me lancé al agua y di unas cuantas brazadas. Lorena se zambulló y nadó hasta mí. Comenzó a besuquearme de forma muy cachonda. Un poco turbado, la hice a un lado tratando de disimular, pero entonces vi que Mario y Claudia estaban en lo mismo. La escena me excitó. Mario besaba a Claudia mientras le acariciaba el pubis sobre su bañador. Las piernas de Claudia estaban medio flexionadas y los dedos de su marido apretando la delgada tela dejaban adivinar el contorno de sus labios vaginales. Miré la entrepierna de Mario. Su miembro se dibujaba perfectamente. Sentí la mano de Lorena bajo el agua, buscando mi verga. La encontró dura y preparada. Me quitó el bañador y se despojó del suyo. Me atrajo hacia ella y la penetré, sin importarme ya la presencia de extraños.
Mario terminó bajándole el bikini a Claudia. Su pubis casi depilado se abrió a sus dedos. Seguí cogiéndome a Lorena sin perder detalle de nuestros amigos. Mario se quitó el bañador sin sacar los dedos del húmedo coño de Claudia. Su pene largo y grueso brilló al sol. Se montó sobre su mujer y le metió la verga de un solo empujón. La pequeña y resbaladiza vagina absorvió la larga tranca de Mario. Desde nuestra perspectiva, pudimos ver el trasero de Mario subir y bajar, y sus huevos grandes y rosados rebotar entre las piernas abiertas de Claudia. Entonces me llegó el orgasmo, y Lorena se aferró a mi cuello mordiéndome las orejas, alcanzando su clímax ruidosamente.
Después de ese día, repetimos la faena un par de veces más. Nunca intercambiamos parejas, aunque más de una vez sorprendí la mirada de Mario en nosotros. Sabía que deseaba a Lorena y ese pensamiento siempre lograba excitarme. En la ultima sesión acordamos una próxima cita para la siguiente semana. Lorena preparó la casa para que no hubiera sirvientes ese día, como generalmente acostumbrábamos hacer cuando nos reuníamos con Claudia y Mario. Para nuestra sorpresa, Mario llegó solo. Dijo que Claudia había tenido un imprevisto y se había tenido que marchar de último momento. Le dije que no había problema, que podíamos posponer la cita, pero Lorena se empeñó en invitarlo a cenar.
No había servidumbre, por lo que la misma Lorena acercó los platos fríos que ya estaban preparados en la cocina. Mario se sirvió una copa y me pasó otra a mí. Sin la compañía de Claudia me sentía un poco cohibido con su presencia. Lorena en cambio se veía muy cómoda. Se sirvió un trago y se sentó en medio de los dos. El alcohol relajó mi tensión, y me paré a preparar otra ronda para todos. Desde el bar, vi que Lorena coqueteaba con Mario. Su breve falda se le había subido mas allá de los muslos, y Mario no perdía detalle de sus hermosas piernas. Pensé que me sentiría muy mal de ser un cornudo, pero recordé que peor me sentiría de volver a ser pobre. Me serví un whisky doble y me lo tomé de un solo trago.
La velada siguió adelante. Todos estábamos ya bastante achispados. La falda de Lorena estaba ya tan arriba que tanto Mario como yo pudimos apreciar las pequeñas bragas de encaje. Imaginé su coño húmedo bajo la fina tela y sentí que mi verga respondía al instante. Tal vez de no haber estado ya tan borracho me hubiera podido contener, pero la calentura me ganó. Deslicé la mano por los muslos de mi mujer y la subí hasta rozar el encaje de su ropa íntima. Lorena me besó, con esa lengua rápida e inquieta que logra excitarme casi tanto como su cuerpo. Mario estaba a un costado de mi mujer, y sentí que se removía inquieto. Poco después vi que acariciaba las rodillas de Lorena, y ella abrió las piernas invitadora. La mano de Mario siguió el mismo camino que yo había andado, trepando por sus muslos hasta llegar a la entrepierna de mi mujer. Su mano topó con la mía, y lejos de molestarme, se me hizo lo más cachondo que hubiera hecho nunca. Le hice espacio a sus dedos, y entre ambos comenzamos a frotar la suave y caliente vagina de Lorena.
Yo continuaba besándola, y Mario le desabrochó la blusa. Los senos generosos de Lorena asomaron, con los pezones erectos y sensibles, y Mario comenzó a lamerlos y mordisquearlos. Mi mujer comenzó a gemir de forma apasionada. Su mano buscó mi verga, y Mario le tomó la otra mano para guiarla hasta la suya. Lorena nos desabrochó los pantalones casi simultáneamente. Miré el pene de Mario en la mano de mi mujer. Estaba duro y ella lo masajeaba con firmeza, igual que al mío. Nos fuimos arrancando la ropa hasta quedar todos desnudos en la sala. Me sentía mareado, pero más caliente que nunca.
Sentado, llevé a Lorena a mi regazo. Ella se montó sobre mi, rodeándome con sus piernas. Su coño descendió y se abrió para mí, recibiéndome dentro. Comenzó a cabalgar sobre mi verga endurecida. Mario le besaba el cuello, acariciando sus pezones. Ella estaba concentrada en la sensación de empalarse en mi verga. El se puso de pie detrás de ella y comenzó a besarla desde la nuca hacia abajo. Me imagino que comenzó a lamerle el culo, porque Lorena se estremeció y gimió como loca. Sentí la barbilla de Mario rozando entre mis muslos y poco después el aleteo de su lengua entre mis piernas. Pensé que lo había imaginado, pero casi al instante sentí sus labios en mis huevos. No supe decidir si debía detenerlo o hacerme el loco. Su lengua comenzó a lamer decidida mis bolas, y la sensación era maravillosa. Por un lado los labios vaginales de Lorena acariciando mi verga, y por otro, los labios de Mario chupando mis huevos. Aquello estaba saliéndose de control, pero no quise o no pude detenerlo. Las lamidas de Mario cesaron. Se había puesto de pie. A un lado de Lorena se inclinó para besarla. Ella, aun con los ojos cerrados permitió que su lengua entrara en su boca. A escasos centímetros, vi sus bocas unirse, y pude oler la colonia de Mario. Yo continuaba bombeando incansable en la húmeda cueva de Lorena y al terminar aquel beso, el pene de Mario se interpuso entre los dos. Lo dirigió hacia la boca de mi mujer, y ella se apresuró a aceptarlo. Jamás pensé que esa visión pudiera excitarme tanto, pero así fue. Desde abajo, el pene parecía enorme, y la forma como ella lo tragaba me resultó tremendamente excitante.
Mario terminó trepándose en el sofá, abriendo sus piernas sobre mi cuerpo para ponerse frente a Lorena. Abajo, desde mi posición, pude ver sus nalgas y el rítmico balanceo de sus testículos al empujar su pito dentro de la boca de mi mujer. Ella se aferró a sus nalgas, controlando el impulso de sus acometidas. Eso me permitió ver su culo velludo y sin pensarlo, alcé una mano para acariciarlo. Mario me dejó hacerlo, y sin pensarlo me humedecí un dedo para acariciárselo. El ano estaba caliente y disfruté acariciando su pequeño y apretado aro de carne. Probé a meterle el dedo, y se lo comió golosamente. Movía las caderas hacia delante y atrás, y mi dedo desapareció hasta la empuñadura. Estaba tan caliente y sorprendido con aquello que cuando Lorena sugirió que me lo cogiera no supe negarme con verdadera determinación.
En cuestión de segundos Lorena se había bajado de mi regazo, dejando mi verga tiesa y excitada añorando el calor de su vagina. Mario tomó su lugar sin dudarlo, y no hice nada para evitar que sus nalgas blancas y perfectas se sentaran sobre mi erección. Con los ojos cerrados y dirigiendo mi pene con una mano, nuestro invitado logró meterse el trasto sin vacilar. Lorena y yo, asombrados, fuimos testigos de que mj hinchado garrote pudo encontrar espacio dentro de su cuerpo, y la forma en que su pequeño y velludo ano se abrió de tal forma de poderlo contener. Los vaivenes de su cuerpo y la forma en que apretaba mi masculinidad me hicieron venirme casi al instante, mientras Lorena, a mi lado, se masturbaba viéndonos coger. Seguramente le excitaba mucho verme coger a su amigo, porque apenas si logró contener el orgasmo unos segundos y me acompañó en mi espectacular venida.
Mario necesitó jalarse la verga un par de veces y explotó entre jadeos, viniéndose sobre mi pecho y vientre, aun con el culo lleno de verga. Su semen caliente me bañó, y exhaustos, nos desparramamos los tres en el sofá. Mas tarde, cuando ya nuestro invitado se había marchado y después de haber tomado un baño, a punto ya de dormir, Lorena me dijo lo mucho que la había excitado verme en acción con otro hombre. Le dije que yo mismo estaba sorprendido con lo que había sucedido, y al comentarlo, comenzamos a excitarnos nuevamente. Los erectos pezones de Lorena eran como dos faros en la oscuridad y comencé a lamerlos haciendo que abriera las piernas. La monté sin más preliminares, en una cogida rápida y placentera. Ya casi a punto de llegar al orgasmo, Lorena me susurró al oído que la próxima vez que invitáramos a un hombre, quería que el cogido fuera yo. Mi verga explotó en aquel momento, y la idea de Lorena se quedó flotando entre nuestros cuerpos sin que pudiera decirle que estaba punto menos que loca o pendeja si creía que una cosa así iba algún día a suceder.
La semana transcurrió normalmente. Traté de olvidar el asunto y lo que mejor se me ocurrió fue salir a buscarme un nuevo coche. Desde hacía tiempo que quería un Mercedes, y ya le había hecho insinuaciones a Lorena para que me diera el dinero. Costaba una fortuna, pero me había encaprichado. Fui a la agencia y escogí uno dorado, con asientos en piel y una poderosa máquina. De regreso a casa me sentí tan bien que casi tuve una erección por el puro placer de conducirlo. Se lo mostré a Lorena y le encantó. Me quedé helado cuando comentó que mi empresa debería de estar dándome muy buenas ganancias como para permitirme comprar aquel coche. Esperé hasta la cena para informarle que no tenía el dinero suficiente y que esperaba que ella me pagara el Mercedes. Con los hermosos ojos verdes me sonrió y me dijo que no me compraría el coche, y al ver mi mudo gesto de desesperación aclaró, que solo que estuviera dispuesto a complacerla lo pensaría. No supe a que se refería, hasta que se acercó, felina y hermosa, y junto al oído me susurró: quiero que un tipo te coja en mi presencia. Me quedé petrificado, y ella divertida, se alejó dejándome sumido en una total confusión.
Pasé tres días dándole vueltas al asunto. Primero decidí que Lorena era una perfecta perra ególatra y estúpida por pretender comprarme y controlarme de aquella manera. Después, cuando el agente de ventas comenzó a llamar, primero amablemente y luego francamente hostil exigiéndome el pago o la devolución del auto, el orgullo me hizo volvérmelo a pensar.
Lorena estaba arreglándose para salir. Las medias negras y un corpiño apretado que lanzaba los lechosos pechos hacia arriba la hacían verse tremendamente hermosa. Los brazos perfumados me rodearon, aceptando mi derrota con absoluta tranquilidad. Sacó la chequera sin hacerme sentir que me estaba comprando, y me extendió el cheque junto con un sonoro beso y me despidió diciéndome que ya me avisaría el momento de cumplir mi parte del trato.
Dejé de preocuparme por aquello mientras conducía a 180 kilómetros mi nuevo Mercedes, causando la envidia de todos mis amigos. Dos semanas después ni siquiera me acordaba de mi promesa, hasta que llegué un día a casa y encontré a Lorena con un extraño brillo en los ojos y en compañía de un tipo alto y apuesto que yo no conocía.
Te presento a Daniel, - dijo Lorena señalándome al visitante -. Es mi profesor de equitación y lo he invitado a tomar una copa con nosotros.
Le di la mano a Daniel, y su apretón fue firme pero frío. Se me hizo antipático, y desee que se marchara pronto. Con evidente fastidio me senté en la sala junto a Lorena, mientras el tipo hablaba de caballos y otras cosas igual de aburridas. Después de un rato se disculpó preguntando por el baño y Lorena le indicó el camino. Antes de que volviera, Lorena me besó en la mejilla.
Te gusta? me preguntó al oído suavemente.
Quién, tu amigo?, creo que ni siquiera me cae bien le dije desdeñoso.
Qué lastima, - dijo sonriente porque en breves minutos te va a coger.
La miré con ojos desorbitados. Definitivamente estaba más loca que una cabra. Me puse de pie, bastante molesto y decidido a largarme. Lorena, sin perder la sonrisa me pidió que le diera entonces las llaves del Mercedes, informándome que como me negaba a cumplir el trato, el coche era suyo. Se las aventé sin pensarlo, y antes de que me fuera dijo que se lo regalaría a Daniel. Me paré en seco. Ese era mi coche, y sólo imaginar que el tipo ese le pondría una mano encima me revolvió el estómago. Lorena vio la duda en mi cara, y se puso de pie para besarme cariñosa como siempre. Asi nos encontró Daniel al volver.
Estaba parado en el umbral del salón. Alto y fornido. Era mayor que yo, como de 38 o 40 años, y aunque sonreía al mirarnos, sus ojos estaban serios y fríos. Llevaba puestos unos pantalones de montar, muy pegados al cuerpo. Vi que la entrepierna mostraba una mancha de humedad reciente, y recordé que volvía del baño. Pensé que seguramente no se había sacudido bien el miembro, y eso me hizo recordar lo que Lorena quería que hiciera con él. Como si adivinara mis pensamientos, se acarició con una mano la bragueta, haciéndome notar el bulto que había debajo. Mi mujer me empujó en su dirección, y comencé a acercarme. Me detuve a medio camino, y la malvada de Lorena hizo tintinear en sus manos las llaves de mi Mercedes. Continué andando hasta llegar frente a Daniel. Con ojos fríos me empujó hacia abajo, y quedé de rodillas frente a él.
Desde arriba, sin dejar de mirarme, se desabrochó la bragueta. Lorena se sentó a mirarnos, evidentemente disfrutando con la escena. Tragué saliva al ver aparecer la punta de su pene. Era ancha y gruesa. El glande se descubrió al jalar el prepucio hacia atrás y el resto de la tranca quedó a la vista. Me la acercó a la boca, y cerrando los ojos abrí los labios aceptando su poder sobre mí. Comenzó a meterla de a poco, primero solo la cabeza, luego hasta la mitad, y poco después sentí sus vellos púbicos arañando mi nariz. Me sorprendí disfrutando de aquel trozo de carne. Sabía a sexo, algo parecido al sabor íntimo y privado de una vagina, aunque mucho más demandante e imperioso. Quería que me la metiera toda, que la devorara, y comencé a sentir que me ahogaba.
Daniel me apartó de su verga jalándome del pelo hacia atrás. Me quedé hincado en medio del salón, sin saber qué hacer a continuación. Lorena vino hacia a mí y me tomó de una mano, me puso de pie y me condujo hacia el dormitorio. Daniel vino detrás nuestro.
Al entrar en la recámara, Lorena comenzó a desnudarme. Me quitó la camisa, los pantalones y todo lo demás. Daniel estaba parado en la puerta mirándonos en silencio. Cuando estuve totalmente desnudo y con una erección de campeonato que me llenaba de vergüenza en aquellas circunstancias, Lorena me llevó a la cama y me hizo inclinarme sobre el colchón, con las piernas abiertas y las nalgas preparadas para el sacrificio.
Me quedé en esa posición, mientras ella iba hasta Daniel y se arrodillaba para mamarle la verga. Pensé que tenía los labios donde minutos antes habían estado los míos, y eso me hizo sentirme extrañamente unido a ella. Mi verga cabeceó furiosa mientras esperaba en aquella humillante posición, y mi mujer seguía prendida al grueso vergajo de Daniel. Cuando se hartó de chuparlo lo trajo hacía mí, dirigiéndolo por el pene.
Daniel se acercó y contuve la respiración. Sus enormes manos se posaron en mis nalgas y me estremecí de anticipación. Mientras me acariciaba, Lorena comenzó a desnudarlo. Tenía un cuerpo muy buen cuidado. Su pecho era lampiño, pero del vientre hacía abajo era extremadamente velludo. Cuando quedó totalmente desnudo me abrazó por atrás, pegando su sexo a mis nalgas. Lo sentí vibrante y caliente. Duro como una roca, y temí no ser capaz de aguantarlo.
Lorena vino con una crema y me untó el ano, mientras le embadurnaba el miembro a Daniel también. Como una profesora que enseñara a un alumno lento pero aplicado, guió el traste de Daniel hasta mi agujero, y allí él empezó a empujar. Tuve el impulso de salir corriendo antes de que sucediera, pero sentí la mano de Lorena en mi espalda y me contuve. El pene de Daniel entró finalmente.
El dolor era inconcebible, pero al mismo tiempo extrañamente sensual. Lorena comenzó a besarme, alentándome a resistir, diciéndome lo bien que lo estaba haciendo, y yo solo atinaba a pensar que algo tan grande no iba a caber en un lugar tan pequeño. Me equivocaba. Pronto sentí el velloso vientre de Daniel contra mis riñones, y comenzó a bombear su dura tranca dentro de mi cuerpo. Me sentí maravillado de haber podido darle cabida. Los besos de Lorena y el roce de aquella verga me estaban descubriendo una forma de algo muy parecido al placer. Algo nuevo e insospechado hacía ir mis nalgas a su encuentro. El me tenía firmemente sujeto por la cintura, deteniéndome y controlando sus embestidas, haciéndome sentir el viaje de su largo y grueso pito dentro de mi culo, hasta que su pelvis chocaba sonoramente contra mis nalgas.
Lorena, incapaz de resistir más, se metió bajo mi cuerpo, y se prendió de mi verga, más dura que nunca. Su sexo quedó al alcance de mi boca. La vulva hinchada y jugosa se abrió como una flor grotesca y maravillosa. El perfume de su entrepierna entró potente por mi nariz. Enterré la lengua entre los labios abiertos de su vagina, sorbiendo el jugo de su cuerpo entre los muslos blancos y suaves. La verga en mi trasero continuaba incansable, y la vorágine de sensaciones amenazaba ya con volverme loco. Comencé a lanzar leche sin poderme contener. Lorena bebía debajo mi semen caliente y espeso, mientras yo gritaba dentro su coño el inmenso placer que estaba sintiendo. Daniel empujó con ímpetu también, como queriendo partirme el culo en dos, hasta que me bañó por dentro con otro río de semen similar al mío.
Caímos exhaustos y desmadejados, inconscientes aún por unos cuantos minutos, ajenos a cualquier otra cosa que no fuera los apasionados momentos que acabábamos de vivir.
Ahora, cuando ya han pasado semanas desde aquel encuentro trato de convencerme de que sigo siendo el mismo de siempre, pero tal vez no sea así. De cualquier modo salí ganando. Lorena sigue a mi lado, y el Mercedes, después de aquel día, es más mío que ningún otro coche que yo haya tenido antes. Nadie lo imagina al verme conducir, pero siempre tengo una erección cuando pongo las nalgas sobre sus asientos de cuero y piso el acelerador por arriba del límite de velocidad. Aunque quiera, no puedo olvidar la forma en que lo conseguí.
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