Mi mejor amigo
Después de compartir toda una vida, estaba a punto de compartir mi intimidad con mi mejor amigo
Nos conocimos a los 6 años, en la primaria. En mi familia éramos cuatro hermanas y en su familia dos hermanos, así que nos convertimos en el complemento perfecto uno del otro.
Al cumplir 14 años comenzamos a sentir curiosidad por el sexo, nos contábamos nuestras inquietudes y platicábamos sobre lo bien que debía sentirse, sin embargo, jamás insinuamos nada entre nosotros. Jamás nos besamos, jamás nos tocamos.
A los 22 años Israel comenzó a trabajar en la industria del turismo, se fue a Europa por más de 3 años y al volver igual pasaba demasiado tiempo fuera de la ciudad. Nunca perdimos contacto. A los 17 años Israel perdió su virginidad y yo mucho, mucho tiempo después. A los 23 años, exactamente. Obviamente Israel fue el primero en saberlo.
Un día coincidimos en la ciudad y recibí su llamada.
- Sofy, mi amor… Te extraño como a nadie ¿Cómo estás hoy de tiempo?
- Israel, mi vida ¡Qué sorpresa! No esperaba que estuvieras en la ciudad ahora mismo. Tuviera la agenda llena o no, siempre haré un espacio para ti, muero por verte ¿En el bar de siempre a las 8?
- Ahí te veo, bonita.
Sentí esa especie de nervios que no había sentido con él nunca. Me arreglé mucho más que siempre, me puse un vestido morado, su color favorito, y unos zapatos bajos porque con tacones rebasaba su estatura. Tenía casi dos años sin verlo y realmente sentía una ansiedad difícil de describir.
Al llegar al bar, lo vi sentado en la mesa de la esquina, un pantalón de mezclilla, una camisa rayada de lo más informal, su cabello impecable y su perfume… Ese embriagador perfume que sólo a él le quedaba de maravilla. Me recibió poniéndose de pie y dándome un largo y apretado abrazo, sentí como mis senos se presionaban fuerte sobre su pecho durísimo. Sus brazos me rodearon por la cintura y me levantó en el aire, me dio un tierno beso en la mejilla y me devolvió al piso. Tocó mi nariz con su anular y me dijo
- Sofy, mírate. Estás radiante, preciosa y buenísima
- ¡Basta! No he cambiado nada. No sabes cuánto te extraño- dije ruborizada
- Y yo a ti, amiga. Como no tienes idea. Siéntate, ya te pedí una cerveza, espero siga siendo tu favorita.
- Dudo que en algún momento no sepas qué es lo que me gusta
- Amor, aún hay mil cosas que no sé cómo te gustan- Dijo guiñándome un ojo de una forma encantadoramente seductora
Platicamos por horas, sobre sus viajes, sus aventuras, sus relaciones, las mías, mi trabajo, mi familia, la suya. No sé cuánto bebimos, pero de pronto estábamos sentados muy cerca el uno del otro.
- Me causa muchísima curiosidad imaginarte en el sexo, Sofía. Eres una mujer muy sensual y jamás creí verte como te estoy viendo hoy.
- Eres un mujeriego, Israel. No creo saber hacer nada que no te hayan hecho ya, ni creo tener nada extraordinario.
- Eso dices tú, bonita. Yo realmente quisiera corroborarlo- Dijo mientras me daba un ligero beso en el hombro.
Mi cuerpo se estremeció de inmediato. Sentí esa pequeña descarga eléctrica que recorrió el hombro, mi espina dorsal y culminó en mi entrepierna. Algo me dijo que las cosas estaban saliéndose de control, así que tomé mis cosas, le di un beso en la mejilla, me despedí y me retiré de inmediato.
Me subí al carro con la respiración descontrolada, al sentarme pude percibir claramente la humedad en mi ropa interior y a pesar de que intenté incorporarme no podía olvidar su boca sobre mi hombro, su manera de acercarse, el roce de su rodilla con la mía y su olor, ese olor que me estaba taladrando la memoria.
Al llegar a casa tenía en mi celular un mensaje suyo: “Sofía, no sé porqué te fuiste así. Perdón si te hice sentir incómoda. De verdad no puedo dejar de pensar en ti. Si quieres que hablemos sobre esto te espero en mi departamento. Tus llaves están en la maceta de siempre.”
Volví a excitarme, sólo con ver ese mensaje. Por mi mente pasaban mil historias, nuestra infancia juntos, nuestra adolescencia, todo lo que sé sobre él y sus aventuras, todo lo que él sabe de mí, su mamá cepillando mi cabello, las vacaciones en familia, las travesuras a su hermano, la forma en que mis hermanas idolatraban a Israel… Toda nuestra vida que podría irse al carajo por una calentura. Respondí su mensaje: “Eres una enorme tentación, pero no quiero mandar a la mierda nuestra amistad. Te adoro. Por favor descansa”
No tardé ni un minuto en obtener su respuesta: “Nada tendría porqué irse a la mierda ¿Recuerdas cuando me decías que era mejor arrepentirse de hacerlo que de no haberlo intentado? Piénsalo, bonita. Buenas noches.”
¡Lo sabía! Israel sabía perfectamente cómo retarme, cómo hacerme pensar, cómo hacerme caer. Usó mis palabras en mi contra y en ese momento, lo decidí. Me quité mi vestido, me puse un babydoll, unas medias con liguero, esta vez usé tacones y sobre el atuendo mi abrigo gris, el mismo abrigo con el que llegué al bar. Me subí a mi carro y conduje hasta su departamento. Estacioné frente a su casa y busqué las llaves en la maceta de siempre. Sentí los peores nervios de mi vida, esos que se confunden con frío, me temblaba absolutamente todo el cuerpo, pero me paré frente a su puerta y abrí.
Al abrir la puerta lo encontré ahí, en la barra de la cocina sirviéndose agua en un vaso, sin camisa, con los jeans desabotonados. Volteó incrédulo hacia la puerta y sólo pudo decir:
- Sofy, llegaste ¿Quieres que platiquemos un poco sobre lo que… -Lo besé profunda y apasionadamente sin dejarlo terminar su frase, estuvimos así tal vez un par de minutos.
- No quiero hablar, cabrón, quiero que me enseñes lo que has aprendido y quiero mostrarte lo que sé hacer.
Desabotonó de inmediato mi abrigo, encontró la sorpresa y esbozó esa hermosa sonrisa de lado que terminó por derretirme, me admiró unos instantes, me tomó por la cintura y besó mi cuello, mi pecho, mis hombros… El calor de sus manos desapareció el frío que sentí antes. Me pegaba a su cuerpo. Su erección era imposible de ignorar, la sentía contra mí, la tallaba sobre mi pubis. Me desnudó con desesperación, se detuvo a observar mis senos, me dijo que eran perfectos y comenzó a besarlos con toda la lujuria que un ser humano podría guardar, primero uno y luego el otro. Su saliva caliente humedecía no sólo mis pezones, sino mi vagina y mi cuerpo entero. Mi respiración estaba cada vez más agitada y ya no podía ahogar los gemidos que sus caricias me provocaban.
Me levantó de la cintura y me subió a la barra, separó mis piernas y hundió su rostro en mi entrepierna, besando la parte interna de mis muslos, pasando su lengua caliente y desesperada por mis ingles y finalmente lamiendo lenta y pausadamente mi vagina. Sus manos se paseaban por mi cuerpo, mientras su nariz acariciaba mi pubis depilado y su boca hacía maravillas succionando mi clítoris y lamiéndolo como el más delicioso de los manjares –Sofía, estas deliciosa. No sabes cuántas veces te soñé, imaginé tu cuerpo, tu olor, tu sabor… Eres mucho mejor de lo que esperaba.
Sus palabras me llenaron de excitación, su contacto, su respiración entre cortada, las palabras que apenas podía pronunciar y saber que me había soñado antes me volvieron loca, mi espalda se arqueó y sentí el primer orgasmo de esa noche, en su boca, en su lengua caliente que devoraba la humedad de mi vagina. Me bajé de la barra de la forma que pude, me temblaban las piernas, pero lo besé con fuerza, el sabor de mi vagina permanecía aún en sus labios y lo bebí, lo bebí completo combinado con la dulzura de su saliva. Lo llevé hasta el sillón y lo senté, me hinqué frente a él y bajé de una su pantalón y su bóxer, su erección surgió enorme, firme y caliente, sentí magia. No podía aguantarme las ganas de sentirlo en mi boca. Me incliné un poco y pasé mi lengua desde sus testículos hasta la punta de su pene, hice círculos alrededor de la cabeza. Seguí pasando mi lengua desde la base hasta la punta, mojándolo todo para meterlo en mi boca. Lo vi dejar caer su cabeza sobre el respaldo del sillón y escuché sus gemidos que me pusieron como loca. Introduje su pene en mi boca, y lo fui metiendo cada vez más adentro, chupaba, lamía, lo sentía tocar mi garganta. Sus manos acariciaban mi cabello, mi rostro y mi barbilla, hasta que me detuvo.
- Sofía, por favor para. Detente no quiero terminar así. Por favor levántate.
Sonreí ligeramente y me puse sobre él. Acomodé su pene en el centro de mi vagina y dejé caer el peso de mi cuerpo en él… Lo sentí llenar ese espacio entre mis piernas y se me escapó un suspiro. Balanceé mis caderas a placer sobre su cuerpo, era yo quien se lo estaba cogiendo, era yo quien dominaba a mi mejor amigo. Sus ojos me recorrían entera, era obvio que no podía creer que estuviera ahí sobre él, cogiéndomelo como jamás imaginó. Lo besé, le mordí los labios, invadí su boca con mi lengua y le consumí la energía a sentones. Con movimientos lentos y suaves, de pronto rápidos y violentos. Lo apreté contra mi cuerpo y tuve un segundo orgasmo. Le arañé la espalda mientras sentía su pecho estremecerse, se acercó a mi oído y me dijo que terminaría dentro de mí, asentí con la cabeza y seguí moviéndome sin detenerme hasta sentir cómo se corría en el interior de mi vagina, ese líquido caliente y delicioso que se derramaba en mí. Me quedé sentada sobre él un par de minutos mientras nuestra respiración se regulaba. Me dio un tierno beso en la boca y apenas pudo pronunciar palabra.
- Mi Sofy, no tienes idea de las ganas que tenía de sentirte así. Todas las veces que me toqué pensando en ti, desde que éramos adolescentes.
Fue el mejor sexo de mi vida. De pronto las dudas comenzaron a inundar mi mente de nuevo. Me separé de Israel dándole un beso en la comisura de los labios. Tomé mi ropa, me vestí con mi abrigo y me fui de su departamento. Con una sonrisa enorme en los labios, con la vagina mojada, el cuerpo satisfecho y todas mis dudas.