Mi mejor amiga, mi amante.
Me pare un momento a pensar si aquello que me disponía hacer sería una buena idea. Me gustaba, me gustaba a rabiar.
Me pare un momento a pensar si aquello que me disponía hacer sería una buena idea. Me gustaba, me gustaba a rabiar. Su pelo, su voz, su boca su cuerpo, todo en ella me hacia estremecer solo de pensar tenerla entre mis brazos.
Nos conocíamos desde pequeñas. Juntas fuimos al cole por primera vez, juntas inventamos mil juegos en los recreos, juntas despertamos al sexo, juntas habíamos compartido secretos íntimos.
Ella nunca había dejado entrever nada que me dijera que le gustasen las mujeres, pero, aun así, me arrastraba aquel torbellino de su pelo volando al viento.
Yo sí, siempre fui bisexual, nunca hice asco a ninguna relación sexual que me aportara tanto experiencia como placer. Mis aventuras las conocía bien ella y nunca se había mostrado contraria. Incluso, alguna vez hasta me animo.
Habían pasado los años. Ella se había casado, incluso tenido hijos. Pero la madurez la puso más apetecible si cabía. Yo seguía soltera. Me bastaba y sobraba para salir adelante sola sin tener que aguantar a una pareja.
La tarde que me di cuenta de mis sentimientos hacia ella el corazón me dio un vuelco. Dejé de verla como una gran amiga. Todo era de otro color a su alrededor.
Estaba allí, tumbada en la hamaca de la piscina. Con su cuerpo expuesto al sol buscando el bronceado perfecto. Haciendo top les, con lo que podía ver sus pechos aun firmes pese a los embarazos pasados. Su vientre si se mostraba algo más hinchado pero no mucho. Sus manos perfectas, se notaba que visitaba la manicura de vez en cuando. Dedos delgados y elegantes. Uñas perfectamente cortadas y pintadas. Su pelo largo le cubría los hombros, con un tinte tono violín lo que le daba un aspecto un tanto de “mujer loba”. Sus ojos estaban ocultos por unas gafas oscuras de sol. Sus labios sensuales, entreabiertos, dejando ver unos dientes blancos y cuidados en el interior de su boca.
La mire largamente sabiendo que las gafas oscuras ocultaban mis miradas. Me deleite al recorrer sus formas. Sus curvas, sus caderas, toda ella.
Me pidió si le podía dar crema en la espalda al mismo tiempo que se levantaba para tumbarse bocabajo, dejando ver un culo perfecto, de esos que te incitan a dar una guantazo o una mordida. Me levante de mi hamaca y, abriendo el bote de bronceador, puse una generosa cantidad en su espalda. Mis manos resbalaron por sus hombros marcando un camino que acababa en tela del mini bikini que dejaba sus glúteos al aire. Lo trate de hacer con naturalidad pero mis manos temblaron al sentir su piel bajo ellas. Mi respiración se altero cuando, poniendo más bronceador, pude acariciar aquellos glúteos golosos para bajar por sus muslos hasta sus piernas.
Creo que me entretuve más de lo necesario, por un momento perdí la noción del tiempo. Ella me pregunto si no estaba ya.
Con pereza retire mis manos de aquel cuerpo de diosa y me enfrente al dilema que se me había planteado. Era mi amiga, la quería con locura pero...la deseaba con las mismas fuerzas.
Por supuesto no le dije nada. Pensé que podía haber sido un calentón pasajero.
Esa noche, en la cama, no pare de darle vueltas. En cuanto cerraba los ojos veía aquellos pechos libres de sujetador, aquel cuerpo desnudo. Me sentí excitada y tuve que masturbarme para tratar de dormir.
Pasaron varios días en los que no la vi. Me invente mil excusas para no pasar por su casa. Quería olvidar aquello antes de volverla a ver.
Unas semanas después, ya no tenía excusas, tuve que prometerle que esa tarde pasaría por su casa para tomar café.
Después de venir del trabajo me duche y vestí como si de una cita se tratase. Me pinte a conciencia. Quería estar guapa para ella. Subí al coche y salí en dirección de su casa.
Me abrió la puerta con una camisa de su marido cubriendo su cuerpo. Sus ojos se abrieron al verme. Los míos trataban de adivinar lo que la tela me impedía ver.
Le di dos besos, con lo que mis pechos rozaron los suyos por un momento. Estaba nerviosa. Pasé a su lado queriendo mostrar normalidad pero, un ligero temblor en mis rodillas, casi me delata.
Ella se dirigió a la cocina para preparar el café. Los niños estaban de vacaciones en la casa de la abuela y su marido no volvería hasta después de la diez de la noche. Así que teníamos toda la tarde para nosotras solas.
Me senté en el sofá del salón. Procuré que mi falda se subiera lo justo para mostrar mis muslos y algo más a su mirada. Mi escote generoso dejaba claro que no llevaba sujetador.
Pase la vista por las distintas fotos que permanecían en las estanterías. Ella, su marido, los niños. Un salón normal de una familia normal. Bien decorado, con gusto, armónico.
La vi entrar por la puerta con una gran bandeja entre las manos. La camisa apenas si llegaba por debajo de su pubis. Su sonrisa lleno la habitación. Se agacho lo suficiente para poner la bandeja en la mesita, dejándome echar una larga mirada a su escote. Tampoco llevaba sujetador y dos globos dorados aparecieron bajo la camisa casi hasta mostrar los pezones que yo me moría por lamer.
Se sentó enfrente de mí. Sus piernas cruzadas. Sonriendo, siempre sonriendo. Volcó el contenido de la cafetera en dos tazas y un pequeño toque de leche. Me acerco una junto al azucarero. La tome de sus manos, lo que me permitió acariciar ligeramente aquellos dedos anhelados. Joder, como quería sentirlos en mi cuerpo...
Hablamos largamente sobre las últimas novedades de nuestras vidas en este tiempo sin vernos. Nos reímos de las anécdotas y nos contamos intimidades de amigas por un largo rato.
Así hablando, no sé cómo, llegamos a su relación con su marido. Un ser entrañable, no muy guapo, pero cariñoso y amante de su familia pero, según ella, algo apagado últimamente en la cama. Le echaba la culpa al trabajo, al estrés pero...no funcionaba muy bien.
Trate de mostrarme comprensiva pero la seriedad en su mirada me hizo levantarme para sentarme a su lado poniendo un brazo sobre sus hombros.
Se derrumbo en aquel momento. Se echo a llorar y me confesó que pensaba que le estaba siendo infiel. Todo había cambiado en su relación. Él salía muy arreglado cada día de casa, cuando no fue un hombre presumido de nunca. Pasaba mucho tiempo fuera de casa. Siempre estaba muy cansado al llegar a la cama. Llevaba meses sin tener relaciones y se sentía abandonada.
Me deje resbalar por el brazo del sillón hasta poner mis ojos a la altura de los suyos. Le di un beso de cariño y comprensión en la cara mientras la abrazaba. Cogí sus manos entre las mías mientras le decía palabras alentadoras para tratar de quitarle aquella tristeza súbita.
Sus ojos permanecían bajos, mirando su regazo mientras mis manos le quitaban de la cara el pelo que trataba de taparla. Me acerque un poco y volví a poner mis labios en su mejilla. Dándole un beso largo. Sus brazos pasaron alrededor de mi cuello y dejo caer la cabeza en mi hombro mientras me abrazaba sollozando.
Permanecimos un rato así, yo agachada y abrazada a ella, ella dejando correr por su cara lagrimas amargas que mojaban mi blusa.
En un momento dado me retire un poco de ella, lo justo para dejar mis ojos muy cerca de los suyos, podía notar su respiración chocar contra mi cara. Dulcemente deposite mis labios sobre los suyos. Sólo fue un pico. Dulce, largo, amoroso. Se dejo besar.
Sus labios se entreabrieron un poco y pude notar su lengua jugar tímidamente con mis labios.
No me lo podía creer. Cerré los ojos y solté mi lengua que voló a buscar la suya. Algo parecido a un éxtasis exploto en mi cerebro cuando note el sabor de su saliva en mi boca.-su lengua se retorció buscando las profundidades de mi boca. Nuestras respiraciones se agitaron.
Me bebí su saliva como si fuese agua de vida. Sus labios se abrieron dejándome entrar a los más escondidos rincones de su boca. Nuestras lenguas se debatían en una lucha que ninguna quería ganar.
Se dejo resbalar del sillón para ponerse a mi altura sin dejar de besarme. Mis manos recorrieron su espalda y nuestros pechos chocaron entre sí. Noté unos pezones duros queriendo taladrar mi ropa. Unas manos ansiosas resbalar por mis hombros.
Las dos seguíamos con los ojos cerrados, como queriendo no darnos cuenta de lo que estaba pasando pero sin negar e l momento.
Abrí los botones de su blusa para dejar su pecho al aire. Mis manos resbalaron por aquellos montes desafiantes hasta llegar a su cumbre, donde un pezón erecto y firme me retaba a apretarlo entre mis dedos.
Su boca se abría buscando aire mientras no dejaba la lengua parar en su búsqueda de la mía.
Sus manos abrieron, a la vez, mi camisa buscando el contacto de mis pechos también. Unas manos calientes resbalaron por mi costado, apartando la camisa para subir en busca de mis pechos que ya gritaban por ser acariciados.
Temblábamos al mismo tiempo. Nos estremecíamos al unisonó .Nuestras respiraciones alteradas como gemelas de nacimiento.
Parecíamos poseídas por el deseo. Y así era.
Mis manos resbalaron por su espalda hasta llegar al filo de sus braguitas, haciendo un requiebro, se colaron por debajo de ellas pudiendo acariciar aquel culo maravilloso. Permanecí un rato apretando aquellas pompas de carne antes de deslizar mis manos por sus muslos hasta llegar a su entrepierna. La encontré húmeda atreves de las braguitas. Apreté dulcemente mis dedos para notar los labios de su sexo, la dureza de su clítoris que ya le erguía amenazante.
Un largo gemido se escapo de su boca cuando rebase la frontera de sus braguitas y me apodere de aquel tesoro. Fue la primera vez que dejo de besarme para echar su cabeza hacia atrás dejando mi boca libre de bajar a sus pechos y deleitarme con el sabor de su piel caliente.
Un pezón se coló entre mis labios y el dulce sabor de su cuerpo anego mi paladar. Lo lamí sabiendo que, a cada pasada de mi lengua, su cuerpo se agitaría en pequeños espasmos. Se agitaba bajo mi peso mientras mis dedos acariciaban lánguidamente su clítoris inflamado de deseo. Su humedad resbalaba por los labios entre abiertos de su vagina.
La obligue cariñosamente a sentarse en el sillón mientras me hacia dueña con mi lengua de su pubis y su clítoris. Sabía a miel, a lima fresca, a deseo retenido. Sus piernas se abrían lentamente a cada pasada de mi lengua y era su boca un constante gemir, mientras, permanecía con los ojos cerrados.
Se dejo hacer sumisa, necesitada, falta de caricias y amor. Se retorcía bajo mis caricias como solo una mujer en celo puede hacerlo. Hundí un poquito mis dedos en su vagina y sentí el latido de su corazón en el interior. Entré y salí imitando una penetración y sus gemidos entrecortados se sucedieron como una cascada.
Su voz me pedía dulcemente que no parase, su cuerpo temblaba, sus manos se crispaban en mi cabeza afanándose en apretar mi boca a su sexo.
De pronto paro. Lentamente tiro de mí hasta acercar su boca a la mía. Me beso y se puso en pie. Cogió mi mano y me arrastro hasta su cuarto. Una vez allí, terminó de quitar la poca ropa que me quedaba para, cariñosamente, tumbarme en la cama.
Lentamente se dejo caer a mi lado. Su boca volvió a buscar la mía. Sus manos acariciaron mis pechos y se dirigieron temblorosos hasta mi entre pierna. Bien sabía yo que era su primera vez y el porqué de su temblor. La deje hacer sin apresurarla. Le di su tiempo.
Rozo mis labios con sus dedos torpemente, con cierta timidez, hasta encontrar mi clítoris. Con la yema de sus dedos lo acaricio lentamente hasta arrancar de mi cuerpo un gemido contenido. Su boca se había deslizado hasta mis pechos y, ahora, se deleitaba lamiendo mis pezones necesitados de sus labios y su lengua.
Poco a poco resbalo su lengua por mi vientre hasta llegar al vello ensortijado de mi pubis. Se detuvo allí, supongo que contemplando por primera vez en su vida un sexo que no fuera el suyo. Posó un largo beso y húmedo sobre mi clítoris y su lengua jugueteo en la entrada de mi sexo. Sus dedos se introdujeron poco a poco en mi interior y ahora eran míos los gemidos que llenaban la habitación. Ahora era el mío el cuerpo que temblaba. Ahora eran mis manos las que apretaban su cabeza animándola a seguir con su tarea.
Una y otra vez su lengua nerviosa pasaba arriba y abajo sobre mi clítoris, mis piernas se cerraron entorno a su cara para impedirle la retirada. Mis ojos permanecían, igual que ella antes, cerrados. Deleitándome con sus caricias. Rogando en lo más profundo de mí que aquello no fuera un sueño. La deje hacer un largo rato hasta que vi acercarse un orgasmo a lo largo de mi espalda.
En ese momento tire de ella hacia arriba. Busque su boca y mis manos corrieron libres por su piel dorada. Me tumbe sobre ella para sentir en los míos clavados sus pechos, para sentir en mi pubis el contacto del suyo.
Me hundí en su boca buscando su lengua mientras frotaba casi desesperada mi pubis contra el suyo. Busque la manera lentamente de ponerme invertida para poder frotar mi clítoris contra el suyo. En una tijera de piernas, en unas manos ansiosas acariciando nuestros cuerpos hasta donde llegaran. Sus suspiros y gemidos me hicieron afanarme en el ir y venir sobre su clítoris. Mi muslo lo sentía húmedo justo en el sitio en que chocaba con su entrepierna.
Mis manos se hacían dueñas de aquel culo maravilloso apretándolo contra mí. Tanto yo como ella perdimos el sentido del tiempo, de la realidad. Éramos dos hembras en celo, piel contra piel, sexo contra sexo. Solo buscando alcanzar aquel orgasmo que ya empezaba a guisarse en nuestro interior.
Temblamos como posesas cuando se abrió paso entre nuestras carnes calientes. Gritamos como locas mientras nuestros cuerpos se retorcían atormentados por un orgasmo demoledor. Nuestras piernas se apretaban intentando alargar el momento que nos embargaba. La explosión de nuestros cuerpos fue un deseo reprimido por su parte desde hacia tiempo y deseado por la mía desde más tiempo aun.
Permanecimos en aquella postura por un buen rato. Dejándonos estremecer de vez en cuando por movimientos involuntarios que nos traían ecos del orgasmo vivido.
La tarde había pasado lenta en la ventana. Todo olía a sexo y amor. Nos abrazamos y besamos como si nos acabáramos de descubrir. Nuestros ojos se buscaban ansiosos de respuestas sin preguntas. Unas manos acariciadoras resbalaban por espaldas aun húmedas.
Nuestros labios se buscaban a cada instante sin proferir palabra. Sólo disfrutamos de nuestros cuerpos de mujer y amigas.
Desde aquel día todo cambio entre nosotras. Todo fue más bonito, Más en color. Compartimos muchas más tardes como aquella. Pero aquella primera vez fue única.
Nos dimos ambas lo que necesitábamos. Nos convertimos en cómplices en el silencio de su cuarto. Nos hicimos amantes a tiempo parcial entre su deber de esposa y mis necesidades de ella.