Mi mayor humillación 3

Continuación de los relatos anteriores. Se recomienda leer las dos primeras partes antes. Cuando tenía 16 años sufri las mayores humillaciones de mi vida

Me alegré al recibir la llamada de Silvia porque no había vuelto a saber nada de ella desde aquel maldito día en qué nos violaron a los dos. Ella había dejado de coger el tren, pese a que los dos habíamos guardado silencio sobre lo que nos pasó, más que nada por la vergüenza, al menos yo, sentía, cuando me recordaba siendo humillado, obligado a ponerme unas braguitas y a decirles que era una nena que tenía chumino y llevaba bragas, cuando me recordaba allí a cuatro patas sin poder hacer nada por evitar que varios tipos me la clavaran en el culo sin compasión hasta correrse y llenármelo de semen caliente. También me avergonzaba no haber podido defender a Silvia que había perdido su virginidad del modo que menos hubiera deseado, con tan sólo 16 años y siendo vejada, violada salvajemente por aquellos chicos.

Silvia me dijo que le gustaría hablar conmigo y me pidió que si podía ir a su casa para hablar, porque sus padres, al igual que los míos habían salido de viaje desde ese jueves por la mañana hasta el domingo y los dos nos habíamos quedado solos en nuestras respectivas casas.

Me dirigí a casa de Silvia a la hora acordada y al llegar me abrió la puerta ella misma con el uniforme del colegio puesto. Me saludó con dos besos y me hizo pasar. Mi primera sorpresa es que no estaba sola. En el salón había unja amiga suya que también vestía el mismo uniforme y que me dijo que se llamaba Verónica. Parecía bastante simpática y en el fondo me alegré de no tener que recordar el terrible suceso vivido meses atrás. En un momento de la conversación giró en torno a que los chicos eran unos brutos y siempre querían aprovecharse de ellas. Entonces Verónica dijo que ella lo tenía claro y que sabía defenderse muy bien, porque tenía hermanos mayores y había tenido que pelearse con ellos muchas veces desde niña. En ese momento Silvia me miró y señalándome dijo:

  • Bueno, por éste no tienes que preocuparte, no es capaz de pelear con nadie.- Seguro que preferiría ponerse unas braguitas rosa y decir que es una nena antes que pelear. ¿Verdad?

Verónica soltó una carcajada secundada por una risita cínica de Silvia y yo noté como mi rostro enrojecía de pronto y me subía un intenso calor por toda mi cara hasta hacer arder mis orejas. Intenté balbucear alguna frase pero las palabras no acudieron a mi boca. Eso le dio pie a Silvia para continuar.

  • ¿A qué no serías capaz de pelear ni siquiera con Verónica?
  • No tengo ningún motivo para pelear con Verónica. Porque además es una chica y no quisiera hacerle daño.- Dije intentando recomponer mi maltrecho orgullo.
  • ¿Hacerme daño tú a mí? – Dijo Verónica.- ¿No será qué tienes miedo que yo te haga daño?
  • No. Lo que le pasa es que es un cobarde. Ya te he dicho que prefiere ponerse unas braguitas y decir que es una nena a pelear, aunque sea contra una chica.- Dijo Silvia y añadió mirándome.- ¿Quieres que te traiga unas braguitas para que te las pongas y así no tener que pelear?

A mi cabeza acudieron de golpe todos los recuerdos escondidos y eso me hizo llenarme de ira. Me levanté como impulsado por un resorte y dije con furia mirando a las dos al tiempo.

  • ¡Vamos a pelear, Verónica!

Verónica se levantó despacio y pude ver que era una niña delgada y aunque yo no era gran cosa físicamente pensé que partía con ventaja. Se acercó a mí y me dijo:

  • Bueno, vamos a fijar las normas.

  • Está bien. ¿Cuáles son las normas?- Dije yo.

-¡Estas! –Dijo Verónica al tiempo que me daba un rodillazo en los huevos que me hacía doblarme de dolor. Sin dejarme reaccionar me aplicó una llave que dio con mi cuerpo en el suelo. Extendido todo lo largo que era. En ese momento Verónica volvió a pisarme los cojones, haciéndome aullar de dolor y luego se sentó de golpe sobre mi estómago y con sus rodillas empezó a apretar mi cuello sin dejarme apenas respirar.

  • Cuando quieras rendirte sólo tienes que dar tres palmadas en el suelo.- Dijo Verónica.

Intenté aguantar sin rendirme hasta el límite de la extenuación y cuando casi estaba al borde de la asfixia di las tres palmadas en el suelo en señal de rendición. Entonces Verónica aflojo un poco pero siguió manteniéndome inmovilizado. Silvia se acercó y me dijo:

  • ¿Lo ves? Eres incapaz de pelear hasta con una chica. ¿Sabes por qué? Porque eres una nena y te gusta llevar braguitas. ¡Quiero que lo diga, que te oigamos!

Yo no respondí, pero entonces a una señal de Silvia , Verónica a apretar sus rodillas en mi cuello y Silvia me cogió los huevos retorciéndolos.

  • ¡Dilo!

Empecé a llorar y entre llantos dije:

  • Soy una nena y me gusta llevar braguitas.
  • ¿Sabes? Te he odiado desde aquel día. Y solo esperaba que llegara el día de poder vengarme de ti. Por tu culpa me violaron y tú no fuiste capaz de defenderme. De pelear por mí. Preferiste ponerte mis bragas y lloriquear mientras se la chupabas y te follaban a ti también.
  • ¡No podía hacer nada eran seis y más fuertes que yo! – Dije llorando.
  • Si podías. Podías haber peleado y no ponerte las bragas. Por eso cuando se lo conté a Verónica decidimos darte un escarmiento.

Silvia me desabrochó los pantalón es y tiro de ellos junto con los bóxers hacia abajo hasta sacarlos por los pies, dejando al aire mi polla.

  • Es verdad que la tiene muy pequeñita.- Dijo Verónica, riéndose.
  • Ya te lo había dicho.- Replicó Silvia.

Verónica me cogió del pelo que entonces lo llevaba un poco largo y me hizo incorporarme mientras Silvia me decía:

  • No te muevas de ahí. Voy a traer la ropa que te vas a poner.
  • ¡No te preocupes! Si se mueve. Le sacudo.- Dijo Verónica amenazándome con el puño sin dejar de soltar mi pelo.

Al cabo de un momento Silvia volvió con unas braguitas y un sujetador rosa, así como con un uniforme del colegio idéntico al que llevaban ellas.

  • Ahora te vas a poner esto tu solita. Y cuando te hayas vestido de nena nos vamos a ir las tres a la peluquería de la tía de Verónica que te va a hacer unos arreglos para convertirte en una auténtica chica.
  • ¡No pienso hacerlo!- Dije yo.- ¡Prefiero que me peguéis!

Silvia sacó unas tijeras enormes del cajón y me dijo:

  • Está bien. Si no lo haces ¿Te corto esa mierda de pilila que tienes! Pero además debes saber que aquellos chicos me dieron el teléfono pensando que no habían grabado nada pero lo habían grabado todo. Lo tengo en mi ordenador. He borrado la parte donde se me ve a mí, pero no la tuya. Así que desde hoy hasta el domingo vas a obedecer si no quieres que lo mande a todo el mundo.

Completamente derrotado empecé por ponerme las braguitas y el sujetador y luego la faldita del uniforme y la camisa los calcetines, hasta convertirme en una colegiala.

  • ¡Estás monísima! Dijeron las dos casi al tiempo entre risas.
  • ¡Súbete la falda que te veamos las braguitas!- Dijo Verónica.
  • Bueno antes de irnos vamos a buscarte un nombre.- Dijo Silvia.- ¿Qué te parece Mari Pili?.- Las dos estallaron en carcajadas
  • Bueno, Mari Pili ahora vas a decir a la cámara del móvil cómo te llamas y lo que eres. ¡Vamos!
  • Me llamo Mari Pili y soy una nena que lleva braguitas y falda.- Dije yo llorando.
  • ¡Muy bien! Así, llorando todavía pareces más una nena.- Dijo Verónica.
  • Bueno. ¡Vámonos, que nos esperan en la pelu!.- Dijo Silvia riéndose.

Salimos de la casa y yo me moría de vergüenza de pensar que alguien podía reconocerme vestido de esa manera y nos dirigimos hacia la peluquería de la tía de Verónica donde seguiría sufriendo humillaciones por parte de Silvia y Verónica.

CONTINUARÁ