Mi mayor humillación 1

Primera parte del relato que se publico la segunda parte por error. Mis disculpas.n Cuando tenía 16 años sufri mi mayor humillación

Cuando tenía 18 años sufrí las mayores humillaciones de mi vida.

En esa época yo asistía a un colegio que estaba a unos 15 km de la ciudad dónde vivía. Todos los días tenía que hacer el trayecto de ida y vuelta en tren. En esos viajes coincidía con Silvia, una chica de mi edad, a la que conocía porque nuestros padres eran amigos y que me gustaba desde niño. La veía todos los días con su uniforme del colegio, con su faldita de cuadros, su camisa blanca y sus calcetines y cada vez me gustaba más. Poco a poco fuimos intimando, y aprovechábamos cuando íbamos a la estación para quedarnos un rato en el parque, en un lugar más o menos visible. Era la época de los besos furtivos, de las caricias por encima de la ropa esquivando las miradas de los que pasaban. Yo quería más, quería poder acariciar su cuerpo por debajo de la ropa, besarla sin que nadie nos viera, incluso tocar sus tetitas que parecían dos limoncitos y que ni siquiera había visto más que a través de su ropa o como mucho de algún bikini en verano.

Un día le propuse ir a un sitio cerca de la estación en lugar de al parque. Era un descampado en el que habían unas casetas de obra . El lugar estaba iluminado pero nunca había nadie por allí. Era un sitio idóneo. Silvia aceptó la propuesta y nos dirigíamos allí cogidos de la mano.

Una vez llegamos a esa especie de polígono industrial no adentramos por sus calles solitarias en busca de un lugar donde poder besarnos y acariciarnos tranquilamente. Al fondo de la calle pude ver a tres chicos algo mayores que nosotros y que imaginé que era una pandilla que se dedicaba a robar a la gente. Circulaban muchos rumores acerca de esos tipos, de los que se decía que, algunos habían estado en la cárcel. Nada más verlos apreté la mano de Silvia y nos dimos la vuelta para marcharnos, pero justo detrás había otros tres chicos. Muerto de miedo pude ver a nuestra izquierda una calle que discurría entre varias casetas alargadas de obra. Tiré de Silvia y corrimos hacia esa calle. Y ese fue nuestro mayor error. Era un callejón sin salida. Nosotros mismos nos habíamos metido en una trampa.

Los chicos se acercaron y Silvia se puso detrás de mí. Nuestra respiración estaba agitada por la carrera y sobre todo por el miedo. El que parecía el jefe de la banda se adelantó unos pasos y dijo:

  • ¿Dónde vais, tortolitos? ¿No sabéis que este es nuestro territorio y solo pasa quien nosotros queremos?
  • Perdonad.- Dije yo tratando de aparentar tranquilidad.- No lo sabíamos, pero ya nos vamos.
  • No es tan fácil. Cuando un tío entra en nuestro territorio es una provocación y no tiene más remedio que pelear con nosotros.

DE sobra sabía que yo no podía pelearme contra seis tíos más grandes que yo, porque no habría tenido ninguna posibilidad. Saqué el poco dinero que llevaba y se lo ofrecí al jefe.

  • Es todo lo que llevo.- Dije con voz temblorosa por el miedo.- Cogedlo y dejadnos marchar.

Todos los chicos soltaron una gran carcajada encabezados por su jefe ante nuestro miedo.

  • No lo has entendido. Sólo tienes dos opciones: Pelear como un macho o convencernos de que eres una nena y en ese caso no tendrás que pelear, porque nosotros a las nenas no les pegamos, bueno algunos azotitos en el culete sin son malas, puede ser.- Dijo riéndose. Y ahora contéstame: ¿eres un macho o una nena?

Completamente avergonzado no tuve más remedio que decir delante de todos:

  • Soy una nena.

Todos estallaron en grandes carcajadas. El jefe se dirigió a Silvia que estaba temblando y le pregunto:

  • ¿Es un macho o es una nena?.

Silvia tardó un poco en contestar. No sabía muy bien que responder. Supongo que debió pensar que se conformarían con humillarnos y que eso era preferible a que yo recibiera una paliza, así que finalmente dijo:

  • Si, es una nena.- El jefe pareció satisfecho al mismo tiempo que yo me sentía aún más humillado oyendo a Silvia llamarme nena.
  • ¡Así que eres una nena!- Dijo el jefe. Bueno, no me lo creo del todo. A ver ¡Bájate los pantalones, que vamos a comprobarlo!
  • ¡Por favor! – Supliqué.- Dejad que nos vayamos.

Entonces el jefe sacó una navaja automática y al abrirla el filo se quedó a escasos centímetros de mi cara.

-¡O te bajas los pantalones o te rajo, nena! ¡Queremos ver de qué color llevas las bragas!

Me desabroche los pantalones y los dejé caer, dejando a la vista mis bóxer de color azul marino.

  • Nos habéis mentido. Llevas calzoncillos. La nenas no llevan calzoncillos, ¿verdad?- Dijo mirándonos fijamente. Dirigió la navaja a la cara de Silvia y le dijo:
  • ¡Súbete la falda, a ver si tú llevas calzoncillos o braguitas!

Silvia obedeció y lentamente fue subiendo la falda de su uniforme y dejando a la vista unas braguitas rosa, con unas puntillas blancas.

  • Si eres una nena, no deberías llevar calzoncillos. ¿Qué deberías llevar?.- Me preguntó.
  • Debería llevar braguitas.- Dije llorando de rabia y de vergüenza.
  • ¡Quítate esos calzoncillos! ¿Vamos a ver si tienes polla o chumino?

A esas alturas sabía que no servía de nada suplicar, así que decidí obedecer y quitarme los calzoncillos dejando mi polla, que nunca ha sido muy grande y que en esos momentos, producto del miedo y la vergüenza parecía diminuta, a la vista de todos, incluida Silvia.

El jefe levantó mi polla con la navaja. Sentí el frío del metal acariciármela y riendo dijo:

  • La verdad es que esto no parece una polla. Por su tamaño parece un clítoris. Dime ¿Tienes pilila o chumino?
  • Tengo chumino.- Dije yo, provocando de nuevo las carcajadas.
  • Bien. No puedes ir con el chochito al aire. Eso es de cochinas. Así que tienes que ponerte unas braguitas. Como la única que lleva bragas es tu amiga, le vas a pedir que te dé sus braguitas rosa para que puedas taparte el chumino.
  • ¡Por favor!- le dije a Silvia.- ¿Puedes darme tus braguitas rosa para que pueda taparme el chumino.- Silvia no se movió, me miraba avergonzada sabiendo la humillación que sufríamos los dos. Yo por estar pidiéndole sus braguitas y ella por tener que quitárselas delante de todos.
  • ¡Vamos! Te lo ha pedido con educación. ¡Así que quítate las braguitas y dáselas! Y le dices que tome tus braguitas porque tú eres una cochina y te gusta enseñar la rajita.
  • ¡Toma mis bragas porque yo soy una cochina y me gusta enseñar la rajita! Dijo Silvia al tiempo que se bajaba las braguitas y las sacaba por los pies para dármelas dejando un coñito con muy poco vello a la vista de todos. El jefe se acercó a Silvia y empezó a acariciarle el chochito, pasando un dedo y luego metiéndolo dentro mientras me decía que me pusiera las bragas.

Me puse las braguitas rosa y entonces si parecía una auténtica nena, lo que provocó las carcajadas de todos los tipos.

CONTINUARÁ