Mi más preciado bien

Como conocí y converté en esclava a una hermosa mujer.

Por un relato anterior, Silvina me envió un mail, comentándome lo mucho que le había gustado y dejándome su dirección de MSN. Lo agregué en mi lista, y luego de unos días, nos encontramos. Nos pusimos a hablar, y ella me siguió comentando cuanto le había gustado, yo le explicaba cosas, y ella de a poco, fue sumándose a mis ideas.

Nunca había sido sumisa, solo existía en su imaginación. Concordamos en que lo sería virtualmente, y llevándola con lentitud, la fui formando a mi agrado, que es el pedir un grado de sumisión voluntaria, para goce de ambos, siendo yo simplemente, el guía de la relación. Solo me había solicitado mantener nuestra relación únicamente por intermedio de Internet.

No existía nada escrito, solo el contrato verbal de obediencia total y absoluta, el cual, cualquiera de los dos podía romper en cualquier momento. No hallo placer en rebajar a un ser humano a la condición de perro, ni siquiera de humillar, más allá de lo que el juego amerite.

Casi todas las noches, Silvina me esperaba a las diez en punto, para comenzar nuestros juegos que de a poco fueron subiendo de tono. Ella es una mujer de veintisiete años, separada, madre de un hijo pequeño, con un muy cuerpo y un bello rostro. Al a semana, ya me obedecía ciegamente, logrando sublimes orgasmos, bajo mi atenta dirección y guía. Yo la veía por mi monitor, ardiendo de deseos por poseerla, por hacerla mía.

Antes de cumplir el mes, me ausenté adrede de nuestros encuentros nocturnos. Ella tenía orden de esperarme todas la noches, desnuda y en posición sumisa, al menos hasta las doce de la noche. Ya en la tercera jornada de ausencia, recibí un mail suyo, explicándome con todo respeto, que me extrañaba y al cuarto, pidiéndome perdón por haber hecho algo, que sin saber que era, me había distanciado de ella.

La quinta noche, a las diez en punto, encendí mi computadora, para encontrarla en la posición de espera. Sus largos cabellos castaños, cubrían sus pechos, hasta el nacimiento de las aureolas. Sus manos, apoyadas sobre las rodillas, comenzaron a temblar solamente un poco, al notar mi presencia. Me quedé un par de minutos en silencio, con el mic muy cerca mió, lo suficiente para que ella supiera que estaba observándola. Le hablé con el tono más seco y cortante que pude.

-¿Esclava, quién te ha dado permiso para enviarme mails?. Ante su silencio proseguí. –Contéstame-

-Nadie Amo.- Me contestó con voz muy tenue.

-¿Y entonces?- Ella amagó con contestarme, pero no la dejé.

-Ya no queda remedio para ti, esclava, quedas liberada por mí.- Le dije, para cortar inmediatamente la comunicación.

Durante unos cuantos días, revisé que estuviera presente en el MSN, y la encontraba siempre en los horarios estipulados. Claro que ella ni se enteraba. Cuando empecé a dudar sobre mi plan, recibí otro mail, donde, primero me pedía perdón por enviármelo y después me decía que estaba dispuesta a cualquier cosa por ser nuevamente aceptada. Eso de "cualquier cosa" abría mis posibilidades.

Esa misma noche me comuniqué con ella. Me esperaba sumisamente. La imaginé todos los días pasados, esperándome en vano, durante dos horas, inclinada ante una máquina sin vida. Estaba en el punto justo donde la quería.

-Esclava.- Comencé a decirle. – La única manera de redimirte, es aceptando un sesión verdadera, ahora mismo.- Mi tono de voz no podía ser más imperativa. Al verla dudar le dije que eso era todo, y que jamás volviera a molestarme. Antes de cortar la comunicación, en voz muy baja, de dio su dirección.

No tardaría mucho, era cerca y como ya había previsto todo lo que debía llevar, no tardaría más de diez minutos en llegar, cosa que le hice saber.

Era una casa pequeña, interna en media manzana, por donde se accedía a través de un largo y oscuro pasillo. La puerta estaba abierta, y guiándome por la luz, la encontré de frente a mí, postrada, desnuda y con la vista al piso. Ella nunca me había visto, y eso me agradaba. Di un par de vueltas en torno a ella, admirándola. Sin dudas era mucho más hermosa que por video, si piel se veía tersa, sin marcas.

Le vendé los ojos y le pregunté por su niño. Me dijo que estaba durmiendo en la habitación contigua. Era un impedimento, pero no tenía solución inmediata. Le indiqué que me hallaba muy molesto con ella, y que la castigaría sin piedad, que era su última oportunidad, y que si no la tomaba, ya no tendría retorno, Tomé su silencio como una aceptación.

Me dirigí hacia una puerta abierta, comprobando que era su dormitorio. La llamé, y a tientas y con dificultad, vino hacia mí. La paré en el costado de la cama haciéndola apoyar la cabeza sobre la misma, los brazos estirados hacia arriba, con las piernas bien rectas y abiertas. Era una posición sumamente incómoda, pero me daba un buen acceso a todas sus intimidades.

Sus senos, redondos y grandes, pendías libres hacia abajo. Me entretuve un rato jugando con ellos, haciéndolos bailar, hasta que tomé de pinzas de mediana tensión, y se las apliqué una en cada pezón. Un leve quejido escapó de su garganta, por lo que le ordené silencio absoluto.

El culo era sin dudas, su parte más agraciada. Redondo, rotundo, firme y terso. Nacía en una estrecha cintura, y terminaba en dos perfectas torneadas columnas. Lo tenía ofrecido, miré el ano, y lo noté sin mácula.

-Ahora recibirás el castigo por tu comportamiento.- Le dije. –No quiero escuchar absolutamente ninguna queja, créeme que puedo ser mucho más severo que ahora.- Continué.

No quería asustarla, era su primera vez, y además de dolor, quería que sintiera placer. Claro que no siempre sería así. Pase mi dedo muy suavemente por su vagina, estaba húmeda, caliente. Probé su gusto, exquisito. Ella temblaba levemente, su cara estaba enrojecida, su cuerpo tenso.

Tomé una paleta, parecida a una de tenis de mesa, pero de madera dura y maciza, y comencé a aplicarle planazos, al principio leves, luego más duros, pero no tanto. Durante un momento, trató de alejarse de los golpes, pero un buen paletazo, la contuvo. Me detuve a ver su trasero, estaba rojo, y febril al tacto. Me desnudé con parsimonia, tratando de alejar mi idea de sodomizarla en ese preciso instante. No era conveniente hoy, me convencí, pero no tardaría mucho en gozar de aquel hermoso trasero.

Una fusta, extraída de mi bolso, silbó en el aire. Ella no podía verme, pero quería anticiparle su futuro. Desde la nuca descubierta hasta el nacimiento de sus nalgas, fui recorriendo su espalda, haciéndole sentir la dura lonja de cuero. El primer toque picante fue en un costado de un seno, leve y seco, más ruidoso que doloroso. Más por sorpresa que por otra cosa, ella se quejó, así que me detuve el tiempo suficiente como para que meditara, y con el segundo fustazo, en el mismo lugar, pero mucho más fuerte, comprendió.

Ambos senos, espalda y nalgas fueron atendidos con sumo cuidado, afinando la puntería, valorando la fuerza, la cadencia y los tiempos. Su depilado sexo, ya exhibía rastros de inequívoca excitación.

-Ahora verás lo que te espera si eres sumisa y complaciente con tu Amo- Le dije.

La acomodé parada nuevamente, con una larga cuerda, tomándola por el centro, lié el comienzo de sus pinzados senos, no muy fuerte, quería ir despacio, pero sí lo suficiente como para que duelan bastante. Pasé las puntas de la soga por encima de sus hombros, y até las manos en la espada, dejándola la cuerda muy tensa, para que cualquier movimiento de sus brazos, repercutiera en los senos.

La acomodé despacio, con cuidado, boca abajo en la cama. Liberé sus ojos, levanté sus piernas, abriéndolas, para apoyarlas sobre las rodillas, dejando su sexo ofrecido. Hurgué con mis dedos, penetrándola, acariciando su clítoris, ya inflamado. Mi otra mano acariciaba su espalada, salvaje, pellizcando, hundiendo mi muñeca en su blanda carne.

Noté su próximo orgasmo, detuve mis caricias, y la penetré levemente. Salía y entraba unos pocos centímetros, rozando mi glande contra su botón. Ella acompañaba ya haciendo rotar levemente la cadera, y tratando de lograr mayor profundidad. De un solo movimiento, me hundí hasta el fondo, haciéndola llegar al placer máximo. La dejé disfrutar, acompañándola solo con caricias y besos sobre la espalda.

Cuando el relax se adueñaba de ella, recomencé mis vaivenes, saliendo y entrando casi en la totalidad del recorrido, despacio al principio, más rápido después. Mi orgasmo largo y sabroso, y propino el suyo.

Descansé un instante mi peso contra su cuerpo. Y al salir de su interior, desaté sus manos, sus senos, y retiré las pinzas que oprimían sus pezones. Al ser de nuevo irrigados, le produjo sin dudas un gran dolor, el que mitigué besándolos.

Le ordené que limpiara mi sexo, y sin dudarlo, se abocó a la tarea. Mi pene, semierecto, recibió sus atenciones. Lo lamía como adorándolo, besaba mis huevos, los chupaba, hasta que irreconocible, comenzó a mamarme de una manera bestial. Parecía poseída, jamás el sexo oral me había producido tal placer. Con mi pene de nuevo en su máximo esplendor, solo atiné a decirle.

-Ámame-

Sus movimientos fueron felinos, paseo su larga melena castaña por mi pecho, bajó cabeza, besando y lamiendo todo mi cuerpo. Tomó mi pene, lo posicionó verticalmente, a acomodándose sobre el, se fue empalando, resbalando hacia abajo con estudiada lentitud. Al final del recorrido, sus enormes ojos color miel, me miraron brillantes, la carnosa boca abierta emitiendo pequeños jadeos, aún sin moverse. No pudo sostener la mirada, bajando la cabeza.

Comenzó a subir y bajar, mientras corría su melena, para poder observar a mi miembro, entrar y salir, brillante, colorado. Sus senos, enhiestos se movían al compás de las penetraciones, su respiración, a tiempo con el movimiento, inspiraba al subir, y expiraba con un gozoso sonido al bajar. Estiré los brazos, acaparando sus senos. Los moldeé, acaricié, hasta saciarme de ellos. Su frecuencia aumentaba a la par de mis caricias, y cuando estaba cerca del clímax, tomé sus sensibles pezones, para apretarlos fuerte, en el momento preciso de orgasmo, mezclando placer con dolor.

Desmadejada, cayó sobre mi torso, mi miembro rígido aún dentro de ella, se movía acompañando los últimos estertores. Su respiración se normalizaba de a poco, y para cuando creí que estaba lista, le ordené que terminara con el trabajo bucal, que había dejado inconcluso.

Esta vez fue con mayor tranquilidad, pero también aumentó la sensibilidad, de la mano del morbo, vino el placer. Sin decirle nada, tragó hasta la última gota, y prosiguió, lamiendo y besando, pero ya no con lujuria, sino como una dulce caricia.

Quedó recostada sobre mi vientre, mientras la confortaba con mi mano jugando en su pelo. Al rato, largo por cierto, me levanté y vestí, cansado. Y antes de irme le dije.

-Hasta luego esclava, te veré mañana.-

-Como usted quiera, Amo.-