Mi marido sabía que me masturbaba pensando en él

Me volteó en el asiento trasero del auto y sin piedad me introdujo su tremenda verga por el ano. Mis nalgas aun mantenían las huellas de sus manos, cuando me nalgueó con cuidadosa intensidad, al momento de penetrarme por atrás.

Hola soy Aria, hoy les compartiré una experiencia más de mi vida emocional y sexual. Espero que esta narración pueda proyectar en ustedes, lo sensualmente inquietante que fue para mi. Sucedió en verdad en un día de verano, en algún lugar de México.

A la mañana siguiente me levanté de la cama y me dirigí a la bañera. Enrique, mi esposo, me había preparado todo para que disfrutara de un agradable baño, mientras se aplicaba en preparar un aromático café en la cocina. Así, desnuda, me dirigí al aseo, de puntitas, con movimientos lentos y un agradable recuerdo de la noche anterior. El espejo del tocador, me devolvió la imagen de mi cuerpo firme, hermoso, profundamente deseado por los hombres que me han conocido en la intimidad.

Un suave aroma a rosas impregnaba el ambiente, - Eres un esposo encantador, Enrique,- pensé-. Pausadamente, me introduje en la bañera, dejando que el agua tomara contacto con todo mi cuerpo. Percibí, que en mis senos se notaban las huellas de los besos de Mario; aún podía percibir su aroma impregnado a mi piel. Los vellos de mi pubis guardaban, también, restos del semen de mi querido amante. Definitivamente, necesitaba recuperar mi cotidiana realidad mediante ese largo baño.

Recorrí mis pechos, lentamente, con la esponja, sin poder quitarme los pensamientos de la noche anterior. Mientras me exploraba mis turgentes senos y los pezones, que maravillosamente reaccionaban al contacto de mi mano, vino a mi mente la boca de Mario chupando deliciosamente mis rozados botones que paulatinamente se endurecían. Las escenas en el coche de Mario, llenaban mi conciencia. Sus manos que, hacía solo unas horas, recorrían mis muslos, suaves, tersos, femeninos, volvían más y más a mí. Me acariciaba con la esponja lentamente la parte interna de mis piernas, como queriendo revivir la escena, profundamente erótica. – Te amo, Mario - pensé. En ese momento sentí que mi respiración y los latidos de mi corazón se hacían cada vez más intensos. Todo mi cuerpo temblaba y una flujo de calor lo invadió de manera total.

No escuché que Enrique había regresado a la recámara. Antes bien, seguí evocando la exquisita entrega sexual que había experimentado por enésima vez con mi adorado amante. - ¡Dios mío!, - me dije a mí misma, - Pocos hombres me han llevado a experiencias de tan intenso placer sexual.

Mi mano, recorrió dentro del agua, mis labios mayores. Quería revivir la sensación de los dedos de Mario recorriendo mi intimidad. En el coche, después de salir de esa cena aburrida, tuvimos el encuentro más maravilloso de las últimas semanas. Mario me había explorado, poco a poco, las partes más sensibles de mi cuerpo. Mi cuello, el lóbulo de mis orejas, mis hombros, mis manos, mis rodillas, el ombligo, mi vientre, mi sexo .... uhmmm. Moviendo suavemente, de arriba abajo, mi dedo cordial, busqué experimentar la placentera sensación que se apoderó de mi, con las caricias de Mario. Más y más movía mis dedos índice y medio, atrapando mi clítoris, ya inflamado, entre ellos. - Uhmmmmm, - la sensación era deliciosa.

Abrí mis piernas, colocándolas una a cada lado del borde de la bañera. Cerré mis ojos y me concentré en mis pensamientos, mientras mis dedos estimulaban mis labios menores, mi clítoris y la entrada de mi vagina. Me masturbaba pensando en él. De nuevo, me encontré que mis fluidos emanaban lentamente, con ese aroma tan delicadamente femenino que enloquece a los hombres que han tenido la oportunidad de probarme. No pude disimular el femenino ronroneo, profundamente erótico, que suelo prorrumpir cuando siento en mi cuerpo recorrer las hermosas sensaciones del placer sexual - mmmmmmmmm.

Mis dedos, seguían moviéndose y, en un momento, los introduje en mi vagina. -Ahgggggggg,- la sensación era tan inmensamente placentera que, buscaba eternizarla, abriendo más mis piernas, me metí dos dedos, además, con el pulgar, estimulaba mi palpitante clítoris. Recordé en ese momento, el pene de Mario introduciéndose en mi vagina. Casi 22 centímetros de esa maravillosa masculinidad, se mantuvieron dentro de mi, y por, no se cuanto tiempo, me llevaron al éxtasis del placer.

Mi vagina apretaba cada milímetro de esa verga que crecía y crecía dentro de mi. Me envolvió mi primer orgasmo vaginal cuando recordé la tremenda eyaculación de Mario dentro de mí.- Ahgggggggggggg, mmmmmmmm, ahhaaaaaa, - no disimulé mi expresión. No me importó que Enrique, desde la recámara, pudiese oírme.

Llevé mis dedos, llenos de fluidos vaginales, a la entrada de mi ano. - Hummmmmmmm, - aun estaba dilatado por las embestidas que el pene de Mario, me había causado. Mi mente voló y recordé, cuando Mario me volteó en el asiento trasero del auto y, sin piedad, me introdujo su tremenda verga por el ano. Mis nalgas aun mantenían las huellas de sus manos, cuando me nalgueó con cuidadosa intensidad, al momento de penetrarme por atrás. Con esa imagen, me metí un dedo en mi ano, disfrutando plenamente de la caricia. – Mmmmmmm.

Estaba en tal estado de excitación que no recapacité que Enrique quizá me estaría esperando en la recámara para el desayuno. Con infinito, placer sentí la llegada de dos orgasmos más, siempre, recordando la sensación del pene de Mario dentro de mi cuerpo. Sus manos acariciando mi vagina, mis pechos, sus besos en mi cuello, mi pelo que caía suavemente sobre mi cara, fueron imágenes y evocaciones que se unían a los nuevos orgasmos que en ese momento recorrían todo mi cuerpo.

Después de ese maravilloso clímax, poco a poco, mi corazón recuperó su ritmo habitual y mi cuerpo dejó de temblar. Junté mis piernas y procedí, con sumo cuidado, a enjabonarme, con movimientos lentos y sensuales. Noté que, las experiencias de la noche anterior y las de ese momento, habían dejado mi vagina rozada, al igual que mi clítoris y, seguramente, mi delicado ano. Lo sentía dilatado y sensible.

El recuerdo del sexo de Mario paulatinamente fue perdiendo intensidad, para ser sustituido, por esa cara varonil, de ojos inteligentes y brillantes que, hacía tan solo unas cuantas horas, me decían – Eres maravillosa, Aria. Quiero que siempre me permitas visitar las maravillas de tu cuerpo y tu sensualidad, te amo, querida. Y, como siempre, mis respuestas espontáneas y delicadamente femeninas – Eres muy lindo, mi amor – expresión que suelo acompañar con ese beso furtivo y tierno en sus labios. La promesa no dicha, del quizá.

Salí del baño. Así, desnuda, me cubrí con una bata. La cerré con la correa de cintura, sin percatarme que la abertura superior dejaba al descubierto una sensual visión de mis pechos desnudos. Enrique estaba en la recámara. Me observaba como hipnotizado – No dejo de admirar tu belleza Aria, siento tanto temor de perderte – me dijo con voz grave. Respondí al comentario, acariciándole su mejilla tiernamente, con infinita feminidad. – Soy tu esposa, cariño, no tienes por qué preocuparte. Además, tenemos dos pequeños, que nos necesitan a ambos. – le dije, mirándolo tiernamente.

Me sorprendí al observar que mis bragas de la noche anterior, no estaban en donde las había dejado. ¡Dios mío! Enrique las había estado examinando. Las encontré encima del tocador. Mi turbación fue mayor cuando me di cuenta que estaban profusamente cubiertas con el semen de Mario. La delicada prenda color negro, estaba llena de múltiples manchas blancas, restos de esperma. Guardé, las ropas en el lugar correspondiente y, lentamente, buscando aparentar naturalidad, inicié mi arreglo cotidiano. Me di cuenta que Enrique, me había traído el desayuno a la cama. Correspondí a su detalle, con una serena sonrisa y un – Gracias cariño. En ese momento, comprendí la razón de su comentario.

Gracias por tu interés en los relatos de mi vida. Por supuesto, me encantaría seguir recibiendo tus comentarios, mi correo electrónico es ariasen@hotmail.com